09/05/2024

La ideología en la Rusia post-soviética

Reseña def libro Dissidents among Dissidents: Ideology, Politics and the Left in Post-Soviet Russia, por Ilya Budraitskis (Editorial Verso, 2022).

 

En su importante libro, Disidentes entre disidentes: Ideología, política y la izquierda en la Rusia Post-Soviética, el autor, profesor de la Escuela de Ciencias Sociales y Económicas de Moscú y en el Instituto de Arte Contemporáneo de Moscú, escribe: “Esta ‘geopolitización’ de Rusia, que sirve para ocultar los conflictos sociales en el país, (y sobre todo, los antagonismos de clase), también ha influenciado desgraciadamente a partes de la izquierda occidental, que demasiado frecuentemente lista para excusar las acciones del régimen ruso contemporáneo sobre la base de su carácter ‘antiimperialista’”.

Con esa apertura, él plantea algunas preguntas sobre cómo comprende algunos acontecimientos en Rusia la izquierda occidental, y cómo se relaciona ésta con la izquierda socialista de dicho país. Estas son nuevas preguntas con un nuevo disfraz. Durante la mayor parte del período soviético, el estalinismo, tanto en la URSS como entre los marxistas occidentales, bloqueó el diálogo entre los socialistas de ambos lado de la “cortina de hierro”. Convencidos de que el gobierno soviético, aunque problemático, representaba un “campo socialista”, muchos izquierdistas en los Estados Unidos se autoimpusieron una ignorancia de lo que significaba el “socialismo realmente existente” para los trabajadores, los intelectuales y para los disidentes de izquierda en el interior de la Unión Soviética. Por supuesto, los censores soviéticos restringían la información, haciendo de la ignorancia una opción más fácil.

Disidentes entre los disidentes comienza con un conjunto de ensayos cortos sobre la cosmovisión de Putin y de los fundamentos ideológicos de la moderna élite política rusa. Las obras de Iván Ilyin, el filósofo ruso conservador de comienzos del siglo XX, han influido en el pensamiento de las autoridades rusas modernas. En los discursos de Putin aparecen frecuentemente citas de Ilyin descontextualizadas. Este filósofo creía que era necesario un Estado fuerte dispuesto a usar la violencia contra los opositores para proteger al “Bien” contra un mal que él asociaba con el individualismo occidental y la libertad personal:

“De acuerdo a la doctrina de Ilyin, quienes participan en el sistema dominante, independientemente de sus motivos personales, está implicado en el Bien sustancial, el divino “poder de la obviedad”, ya sean carceleros, policías, fiscales o generales del FSB”.

Ilyn había apoyado a los ejércitos blancos en la guerra civil rusa, con la esperanza de que la contrarrevolución triunfante renovaría la autoridad política de la Iglesia Ortodoxa. Luego de su deportación en 1921, se convirtió en un firme partidario del fascismo italiano y alemán. Por supuesto, los burócratas estatales no han leído a Ilyin, y las reflexiones de Putin sobre la obra de ese filósofo pueden haber sido escritas íntegramente por redactores de discursos, pero el redescubrimiento de las ideas de Ilyin parece justificar el creciente uso de la tortura policial para extraer confesiones falsas.

La creciente adhesión de Putin al ultra-conservadurismo no correspondió a una creciente amenaza política desde el interior de la Rusia del siglo XXI, sino de señales alarmistas desde afuera de la frontera de Rusia y al temor del Kremlin de que la inquietud doméstica podría conducir a una “revolución del color”. Luego de la primera revolución del Maidán en Ucrania en 2004, Moscú pasó una serie de leyes antirrevolucionarias en nombre de la protección al público contra las influencias peligrosas.

“En el mapa antirrevolucionario del mundo, que tiene sus raíces en la edad de las monarquías, el pueblo está completamente infantilizado: estos “niños” no pueden comprender sus deseos y necesidades reales, y las figuras paternales de la autoridad deben castigarlos y protegerlos de la seducción.”

Al comenzar su tercer mandato en 2012 se comprometió en la defensa del neoliberalismo económico y en una alianza entre un Estado crecientemente represivo y la iglesia ortodoxa. Vladimir Medinsky, ministro de cultura hasta 2020 dirigió la cruzada para retirar ls financiación estatal a obras culturales que consideraba antipatrióticas o que promovían derechos a favor del transgénero u homosexuales. Los grupos políticos conservadores apoyaron enérgicamente las medidas y una cultura de la represión, alertando que el arte antipatriótico “crearía a los futuros participantes de un Maidán ruso”. Estos fueron los antecedentes de la detención de “Pussy Riot”, el grupo de punk rock feminista, que celebró un espectáculo no autorizado en el interior de la Catedral “Cristo el Salvador” , en Moscú.

La guerra cultural rusa también dominó a la narrativa oficial sobre el significado de la Revolución Rusa. El Comité Organizador para el centenario de la Revolución Rusa de 1917 unió a los académicos y periodistas conservadores que denunciaban a los bolcheviques como los promulgadores de una peligrosa mitología utópica. Sin embargo, tomando prestado del conservadorismo francés de los siglos XIX y XX, reinterpretaron a la revolución como un acontecimiento que vigorizó al Imperio Ruso. En esta nueva versión, Lenin jugó el papel de un mitologizador pernicioso y Stalin el del redentor.

Disidentes entre los disidentes

La segunda mitad de la obra de Budraitskis reseña la historia de la mayoría de los izquierdistas clandestinos durante la posguerra y el surgimiento de una izquierda durante los años post-soviéticos. Esta es una historia no muy conocida fuera de Rusia. La represión soviética restringió la circulación de las ideas de izquierda, mientras que la mayoría de la izquierda occidental no tenía interés en conocer a los disidentes durante la Guerra Fría:

“En las últimas décadas, la forma más expandida del disenso era la de una crítica social basada en el contraste entre los principios soviéticos declarados y la realidad soviética, y en este contexto, esto era interpretado como anticomunismo, que parecía extremadamente marginal”.

Budraitskis comienza reseñando los esfuerzos de los disidentes socialistas durante los años del “deshielo” de Nikita Khrushchev (1956-1964). Influenciados por la creciente oposición a la corrupción y a la desigualdad, los levantamientos en Hungría y en Polonia de 1956 y 1957, y la brutal represión de la huelga de 1962 en Novocherkassk en Rusia, los socialistas opositores lanzaron distintas protestas durante el “deshielo”. “Durante esta época surgieron grupos juveniles en las grandes ciudades y centros regionales, que se concentraron en un análisis independiente de la sociedad desde una perspectiva marxista y sobre la búsqueda de reformas socialistas desde abajo, mediante el desarrollo de una democracia industrial y de la autogestión obrera”.

Algunos de estos grupos juveniles disidentes creían que podrían trabajar por el cambio en el interior del Partido Comunista. Otros creían que el sistema podría ser reformado ejerciendo presión desde afuera de los círculos oficiales. Algunos comenzaron a reunirse en la Plaza Mayakovsky en Moscú en 1958.

“El tenso trasfondo social del “deshielo” hizo que las preguntas claves: si la URSS era un estado obrero, cuyos intereses defendía, cuál era la estructura social real de la sociedad soviética, y finalmente, si había una alternativa socialista ante el poder ilimitado de la democracia, eran cada vez más relevantes”.

Los jóvenes disidentes del deshielo se sumergieron en las obras de Marx y Lenin y eran influenciados por los comunistas reformistas en Europa Oriental. A pesar de sus denuncias al estalinismo, el gobierno de Khrushchev todavía era represivo. Los disidentes de izquierda tenían que reunirse en pequeños grupos clandestinos y temían reclutar a demasiados seguidores. En 1959 la KGB rompió las reuniones de la plaza Mayakovsky y envió a varios líderes a hospitales psiquiátricos. No obstante, hacia 1960 muchos de los manifestantes se reagruparon.

En Leningrado, en1960 el grupo Vail atrajo a jóvenes socialistas de izquierda. Como su contraparte en Moscú, muchos estaban interesados en los primitivos debates socialistas, mientras buscaban alternativas al comunismo oficial. Leían las obras de Mijail Bakunin y de la Oposición Obrera que desafiaba a Lenin desde la izquierda, a principios de la década de 1920, así como los textos del grupo terrorista del siglo XIX “Narodnaya Volya” (“La Voluntad del Pueblo”) y del Partido Socialista Revolucionario, en gran parte campesino. El grupo Vail publicó las “Tesis sobre la revolución húngara” y “La verdad sobre Hungría”, que hacían hincapié en el rol de los consejos obreros. Ellos contraponían al poder de los consejos obreros frente al poder del burocrático estado comunista, al que consideraban un estado capitalista. La KGB disolvió al grupo Vail en 1958, pero dos años más tarde un puñado de miembros disidentes del Komsomol (la agrupación de la Juventud Comunista) formó la Unión de los Comuneros en Leningrado. Sus líderes escribieron “De la dictadura de la burocracia a la dictadura del proletariado” en 1963. Ellos se autoconsideraban leninistas y citaban al libro El Estado y la revolución. Identificaban a la burocracia como una nueva forma de clase dominante, pero progresiva en relación con el capitalismo. Se autodefinían como la “oposición comunista revolucionaria”. Reclamaban la igualdad de los ingresos, la eliminación de la KGB, un sistema multipartidario y el final de la Nomenclatura.

Budraitskis explica que “es importante comprender el significado excepcional de esta obra [El Estado y la revolución] de Lenin para las generaciones de las décadas de 1950 y 1960, en desarrollar un abordaje crítico sobre la realidad del socialismo soviético. Por ejemplo, un disidente recordaba al obrero de Leningrado que distribuía copias del El Estado y la Revolución en la fábrica […] En cada ejemplar estaban subrayadas con un lápiz rojo las exigencias para la elección de todas las autoridades, su carácter reemplazable, y que su salario fuera igual al promedio de un trabajador”.

Luego de sus arrestos, muchos de los jóvenes socialistas se reencontrarían en la cárcel y continuarían circulando sus ideas.

En las décadas de 1960 y 1970, los datos oficiales hablan del surgimiento de cientos de los grupos disidentes, y que alrededor de un tercio de los cuales se identificaba como socialistas. Muchos de ellos circulaban los panfletos “samizdat y comenzaron a leer las obras de marxistas occidentales, incluyendo los influenciados por el “eurocomunismo” y la Escuela de Frankfurt.

Roy Medvedev comenzó a publicar su Diario Político Samizdat para influir sobre los “partidarios demócratas” con las esperanzas de reformar al régimen. Publicó ensayos sobre el marxismo occidental y la represión de la “primavera de Praga”. Pero hacia la década de los setenta, Medvedev se hallaba en el ala izquierda de una incipiente división de los disidentes rusos. Él y otros disidentes sufrieron ataques por los liberales inclinados hacia Occidente como Andrei Sajarov y Alexander Solzhenitsin, quienes esperaban un reavivamiento de una teocracia ortodoxa y denunciaban tanto al marxismo como al liberalismo.

Elkon Gergieveich Leikin, alias Alexander Zimin, era uno de los pocos disidentes socialistas rusos que tuvo relaciones directas con grupos marxistas de Europa Occidental. Un veterano de la oposición anti-estalinista de la década de 1920, su libro Los orígenes del estalinismo fue publicado por la Liga de Comunistas Revolucionarios, una organización trotskista francesa”. Él era uno de los pocos bolcheviques que quedaban, que insistía en que la dirección soviética había traicionado a la Revolución Rusa.

En 1977 se formó la Juventud Socialista en la Universidad de Moscú. Entre sus miembros se encontraba Boris Kagarlitsky. Ellos accedieron a archivos restringidos hasta entonces, y estudiaron las obras de León Trotsky y Antonio Gramsci, así como las obras de marxistas y eurocomunistas occidentales contemporáneos. Ellos pensaban que la “intelligentsia” de izquierda necesitaría desencadenar una nueva revolución obrera; de modo que polemizaban contra la creciente ala liberal del movimiento disidente. La KGB reprimió a su grupo y encarceló a algunos de ellos. Aunque Kagarlitsky hizo varios intentos de formar organizaciones socialistas durante la década de 1980, otros se desplazaron hacia la derecha durante el período de la perestroika.

 Desde la era de Mijail Gorbachov hasta el presente, los izquierdistas rusos han tenido menos conexión con un pasado socialista, que es la que es común entre los izquierdistas en los Estados Unidos, como lo observa Budraitskis: “El estalinismo cortó el hilo histórico de la tradición revolucionaria rusa, y solo se han retenido fragmentos, incluso de parte de la generación post-estalinista del deshielo de las décadas de 1950 y 1960”.

Hacia fines de la década de 1980, algunos anti-estalinistas formaron corrientes trotskistas y anarquistas. Mientras tanto, surgió una corriente peculiar de estalinismo populista, entre los líderes partidarios opuestos a las reformas de Gorbachev y trabajadores enojados con la corrupción. Luego de 1991, los neo-estalinistas lucharon contra las medidas pro-capitalistas de la “terapia de shock” promovidas por el gobierno de Boris Yeltsin. Ellos formaron el centro de los seguidores del Parlamento Ruso en su violente choque con el presidente en 1993, antes de reunirse con el Partido Comunista. El partido ganó un creciente número de asientos en las elecciones Parlamentarias en el curso de la década de 1990, antes de virar hacia el nacionalismo ortodoxo.

Para Budraitskis, “esto reflejó parcialmente las características de la base activista y electoral del partido, que reunió a los jubilados empobrecidos, a la intelligentsia masiva (médicos, maestros, investigadores científicos) que salieron perdiendo como resultado de las reformas de mercado, trabajadores lumpenizados de las antiguas empresas soviéticas, las capas medias nostálgicas de la burocracia, un sector de la clase empresarial y la oficialidad del ejército.”

Durante los últimos veinticinco años, la izquierda socialista ha tenido triunfos episódicos, apoyando huelgas obreras en la década de 1990, y oponiéndose a las medias de austeridad de Putin a comienzos de los 2000. Al mismo tiempo surgió una nueva extrema derecha, de vándalos e hinchas de fútbol, durante la década de los 2000, atacando a las minorías, así como a inmigrantes del Asia Central. En respuesta apareció un movimiento antifascista y surgieron batallas en las calles entre ambas partes.

La represión y la respuesta de Putin a la revolución del Maidán en Ucrania en 2014 debilitaron y dividieron a la izquierda rusa. Putin pudo echar a los manifestantes como quintacolumnistas que buscaban anular las tradiciones de la “silenciosa mayoría religiosa rusa”

Para el autor, “el arresto de los miembros del Pussy Riot, así como el comienzo de la campaña homofóbica en los medios estatales, contribuyeron a la interpretación del movimiento de protesta en términos de una guerra cultural, con la minoría que protestaba condenada a la derrota”.

Los sucesos de Ucrania en 2014 también dividieron a la izquierda. Algunos izquierdistas creyeron que el movimiento independiente en Donetsk una revolución obrera inminente contra un régimen reaccionario en Kiev. Por el contrario, muchos trotskistas creían que Ucrania estaba atrapada en una rivalidad interimperialista entre Rusia y Occidente, y que los líderes independientes de Donetsk y Lugansk representaban regímenes de marionetas rusas.

Luego de 2017, la situación parecía más esperanzadora. El dirigente liberal Alexei Navalny llamó a salir a protestar contra la corrupción. Aunque criticando su filosofía pro-mercado, la mayoría de los izquierdistas apoyaron las protestas. Las reformas jubilatorias promulgadas en 2018 aumentaron sustancialmente la cantidad de años que tienen que trabajar los trabajadores rusos, desatando también una ira creciente.

Además, ha surgido un nuevo feminismo.

“Un importante rasgo de esta nueva ola del feminismo ruso es su relación con la crítica anticapitalista de izquierda que se manifiesta tanto a nivel programático como con la interacción práctica de los grupos de izquierda”.

Esta obra de Budraitski es reveladora y necesaria. Sin embargo, es difícil de leer sin experimentar un sentido trágico. La saga de una generación pasando después de otra de socialistas de izquierda que tratan de desarrollar un análisis de la sociedad soviética y una alternativa democrática revolucionaria es inspiradora, pero plantea la pregunta inevitable de por qué los izquierdistas occidentales saben tan poco de ellos, y hacen tan pocos esfuerzos para llegar a ellos y comprometerse con ellos.

Ciertamente, el estado soviético merece gran parte de la culpa. Los sucesivos regímenes del Kremlin arrestaron a los socialistas, obligándolos a operar clandestinamente, y a imprimir pequeñas cantidades de sus publicaciones. La censura también les dificultó que tuvieran sus obras traducidas o transportadas fuera de la URSS. La historia de la represión anti socialista es una de las muchas historias que ilustra que el comunismo soviético, desde Stalin en adelante, trabajó activamente para impedir la diseminación de las ideas marxistas entre la clase obrera, para limitar la capacidad de los socialistas, y utilizar el marxismo para desarrollar análisis más profundos e impedir que surgiera un internacionalismo genuino.

No obstante, la izquierda internacional merece ser tenida en cuenta. Desde la década de 1950, a través de los años de Gorbachev, las fuerzas comunistas oficiales y otras fuerzas pro-soviéticas y maoístas dominaron el discurso oficial de la izquierda en la mayoría de los países. Para quienes estaban en la izquierda anti-estalinista, convencer a los activistas del movimiento social no era un modelo, se hizo aún más difícil por la mayoría de los izquierdistas que insistían en que la URSS era de hecho socialista. Ellos reforzaron la narrativa de la guerra fría que una minoría de la izquierda estaba tratando de cuestionar, facilitando así más aún a  las fuerzas liberales y derechistas a desacreditar así al socialismo.

No nos sorprende que los estalinistas fuera de la URSS no tuvieran interés en saber nada sobre los disidentes en la URSS, en relacionarse con ellos o en publicar sus obras. Tampoco estaban interesados en desarrollar análisis comunes, estrategias comunes, un verdadero internacionalismo. En cambio, la izquierda pro soviética aceptó la afirmación de Washington de que el mundo estaba dividido en campos hostiles y eligió el lado soviético, con su estado policial y carcelario.

Esta historia merece ser contada, ya que hoy en día una parte considerable de la izquierda internacional todavía se identifica con el campo ruso, aún si su dirección no pretende socialista, ni siquiera vagamente progresista. Aunque la guerra fría original obligó a los intelectuales a alinearse con una de las grandes potencias, y ahora hay poca obligación para ello, Budraitskis escribe:

“Las condiciones actuales no han forzado a nadie a escribir columnas contra ´los idiotas útiles de Putin o a oponerse a los seguidores de los 'Nazi-Maidan'. Esclavizados por una inercia monstruosa, algunos intelectuales se han preparado para hacer por sí mismos esa falsa elección”

Desgraciadamente, esa afirmación también se aplica de la izquierda moderna. La invasión rusa a Ucrania en 2022 ha desencadenado el crecimiento de un nuevo movimiento antibelicista en Rusia y presentado ante el mundo a una nueva generación de feministas y socialistas rusos. La de Budraitskis es una voz importante que proviene de este nuevo acontecimiento. Es fundamental que no repitamos los errores de las generaciones de izquierdistas pasadas alineándonos con los regímenes cuya única virtud es que se oponen a los nuestros. En cambio, debemos solidarizarnos con la nueva izquierda que está surgiendo en Rusia y en Ucrania. Como dice Budraitskis,

“quizás aquí es donde podría recuperar su importancia un marxismo internacionalista. Este no tiene nada en común con el supuesto reconocimiento de la diversidad cultural por parte del liberalismo o la crítica iliberal al mundo unipolar, sino que se dirige a la unidad del mundo de los explotados. Esto es lo que se podría llamar, siguiendo a Immanuel Wallerstein, un ‘universalismo anti-universalista’, el rechazo a la violencia colonial, no a favor de particularismos ni a la retórica del ´choque de las civilizaciones´ sino mediante la afirmación de la igualdad y la solidaridad auténticas”.

Traducción de Francisco T. Sobrino. Publicado en Against the Current, abril 2022.

Encontrá lo que buscás