Aldo Casas, 2 de abril 2015
De París a Buenos Aires
Aquel 2 de abril de 1982 yo estaba en París. Tantos años después, ya no recuerdo la hora en que un amigo francés me llamó para avisarme que por radio y televisión informaban que un destacamento militar argentino había recuperado las Malvinas. Repuesto de la sorpresa y una vez seguro de que no se trataba de era una broma de mal gusto, me reuní con el puñadito compañeros del Partido Socialista de los Trabajadores que estábamos por entonces exiliados en Francia. Más allá de la inevitable incertidumbre y haciendo todo tipo de suposiciones, agrandadas por la desinformación y distancia, llegamos a una “composición de lugar” que, vista retrospectivamente, no me parece muy lejos de la realidad y era básicamente coincidente con la caracterización que por entonces hiciera la conducción de la organización en que militaba.
En primer lugar, que la Dictadura, acorralada por el derrumbe económico ya iniciado en 1980 y muy alarmada por aquella manifestación de protesta popular convocada por la “CGT Brasil” el 30 de marzo de 1982 que había derivado en fuertes choques con la policía, intentaba una fuga hacia delante ordenando una maniobra militar que, irresponsablemente, creía sin mayores consecuencias. Supusimos también que, mas allá de la repugnancia popular hacia la Dictadura, tratándose de una reivindicación nacional -no por simbólica, menos sentida- la recuperación de las Islas Malvinas tendría un masivo respaldo popular. Por último, pero no en importancia: entendíamos que la fantochada del Teniente General Leopoldo Galtieri sería respondida por el imperialismo inglés con una verdadera guerra, y que esta nueva agresión no podía quedar sin respuesta...
Evidentemente, una nueva situación se abría en el país y, por decisión personal, quise vivirla “desde adentro”. Así fue que, con el acuerdo y decisiva colaboración práctica de mis compañeros en Argentina, logré reingresar al país muy poco tiempo después. Los amigos franceses, solidarios y respetuosos con lo que había decidido, estaban sin embargo bastante atónitos: ¿Tan importantes serían esas islas desoladas? ¿En un país sometido a la peor dictadura de su historia, quién querría pelear contra Inglaterra? ¿Valía la pena afrontar tamaño desafío? Nosotros creíamos que sí. Y aquella reacción de un puñadito de militantes del PST estuvo lejos de ser única: de hecho, mucho más visibles fueron las pintadas que de un día para otro hicieron los exiliados Montoneros en muchas estaciones del Metro de París: “Las Malvinas son argentinas”. Con esos grafitis en los ojos dejé la “Ciudad Luz” y retorné a la clandestina militancia en Buenos Aires.
De la clandestinidad a Plaza de Mayo
Es (ahora) evidente, sabido y documentado (ver por ejemplo el “Informe Rattenbach”) que la Junta Militar presidida por Leopoldo Galtieri nunca pensó en llegar a la guerra contra Inglaterra y muchos menos la prepararon. Confiaban en que Norteamérica retribuiría el “trabajo sucio” que la Dictadura había hecho en todo el Cono Sur y en Centroamérica, e intervendría para facilitar algún compromiso con Inglaterra. Olvidaron aquel viejo dicho de que “Roma no paga traidores”, y que los comunes intereses imperiales de EE.UU. y el Reino Unido indicaban que Margaret Thatcher podía contar con la solidaridad política, diplomática y logística del imperialismo yanqui… Y terminaron, en definitiva, capitulando miserablemente.
Algunos dicen que todo ello era previsible y que la izquierda debió combatir la aventura malvinera como una expresión más de la dictadura… Pero semejante “postura de principios” deja de lado dos cuestiones de peso: por un lado, ignora que, más allá de su aspecto aventurero, la recuperación militar de las islas constituía un desafío al colonialismo y el orden imperial en general , abriendo una brecha que las masas populares aprovecharon volcándose espontánea y masivamente a las calles y a recuperar espacios públicos hasta entonces vedados; más grave aún, omite el hecho de que Gran Bretaña había declarado la guerra y movilizaba una imponente flota para atacarnos con todo, en lo que constituía una agresión inaceptable no sólo no sólo para nuestro país, sino para toda Nuestra América, como sin vacilación ni ambigüedades denunció Cuba Socialista.
Cierto es que una Plaza de Mayo llena aplaudiendo las bravatas de un borracho como Galtieri es un ejemplo de que con el patrioterismo puede manipularse a la opinión pública, pero mucho más cierto es que, independientemente de los planes de la Junta Militar, el pueblo se tensó y puso en marcha una movilización genuina con profundas raíces en el conjunto de la población y, muy especialmente, en los sectores más plebeyos, una movilización que comenzó contra el colonialismo inglés, continuó contra los Estados Unidos una vez que ellos hicieron causa común con “la Dama de Hierro” y, con la solidaridad de los pueblos latinoamericanos, sobre todo de Perú y de Cuba, estaba dispuesta a repeler la agresión de los “piratas”.
En los meses difíciles y frenéticos que fueron desde el 2 de abril hasta el 14 de junio de 1982, fecha en que el jefe del Comando Conjunto de las Islas Malvinas, General Mario Menéndez, se rindió, los socialistas revolucionarios no sólo mantuvimos la militancia contra la dictadura de los milicos, sino que la potenciamos proponiendo una política para derrotar la agresión imperialista. Una breve nota como ésta no permite detenerse en considerar tal o cual postura táctica, pero creo justo defender la orientación general de aquel combate: amplias libertades para la movilización y organización de los trabajadores y el pueblo, armamento popular para resistir la agresión ordenada por la Thatcher y atacar los intereses británicos en nuestro territorio sin esperar que la flota agresora llegara a las islas, aceptar y coordinar la solidaridad antiimperialista de Latinoamérica y en especial de Cuba, etcétera. Y esto lo hicimos en todos los terrenos en que nos fue posible: saliendo de la mas absoluta clandestinidad pasamos a impulsar reuniones y pronunciamientos en barrios y empresas, multiplicamos la difusión de volantes y periódicos, hicimos pintadas, tratamos de hacer llegar a los jóvenes soldados movilizados la solidaridad popular. Nuestro esfuerzo principal y las mejores respuestas estuvieron en los sectores más plebeyos del Gran Buenos Aires. Pero llegamos a organizar incluso, en pleno centro de Buenos Aires, un acto público antiimperialista con la participación del ex-senador peruano Ricardo Napurí…
Así llegamos hasta aquel día en que el Gobierno hizo pública la capitulación. Recuerdo que estábamos por comenzar una reunión partidaria en Morón, cuando escuchamos que Galtieri hablaría al país. Inmediatamente comprendimos que anunciarían la rendición y decidimos con otros compañeros ir a Plaza de Mayo. Y allí estuvimos aquel 15 de junio, junto a otros muchos miles que llegaban solos o en pequeños grupos, movilizados ahora directamente contra la ineptitud y traición de Galtieri y la Dictadura toda, enfrentando y quebrando el cerco policial en Plaza de Mayo y gritando hasta perder la voz: “los pibes murieron, los jefes los vendieron”.
De ayer a hoy…
Así quedó sellada la suerte del “Proceso de Reorganización Nacional”. Cayeron Galtieri y la Junta. Llegó el General Bignone a fin de pactar con la “Multipartidaria” (radicales, peronistas, y demás partidos del sistema) la salida que culminaría con la victoria electoral de Alfonsín y aquella promesa de que “con la democracia se come, se cura y se educa”. Lo que ocurrió luego, es ya otra historia de promesas incumplidas que escapa a esta nota evocando “la guerra de Malvinas”. Sin embargo, creo pertinente terminar con dos puntualizaciones más.
Contra la interpretación liberal y cipaya que pretende hacernos creer que “el regreso de la democracia” se produjo gracias a la derrota de Malvinas, sostengo que lo que puso fin a la dictadura fue que el pueblo se movilizó, y que esa movilización mucho tuvo que ver con la “subversiva” voluntad de enfrentar y derrotar a los imperialistas. Advierto también que, desde Alfonsín en adelante, existe una sistemática campaña “desmalvinizadora”, un lavado de cerebros que inculca la idea de que los imperialistas son invencibles y debemos aceptar sus reglas de convivencia.
Nosotros no lo creímos entonces, ni lo creemos ahora. Por eso, así como nos movilizamos por la derrota militar de los ingleses, nos movilizamos después por el no pago de la deuda externa, y lo hacemos aún por el retiro de todas las bases militares imperialistas en Nuestra América, etcétera. Y creo hacerlo con más claridad y convicción desde que, ya en el Frente Popular Darío Santillán-Corriente Nacional, comprendí cabalmente la íntima relación existente entre la emancipación de la clase trabajadora y la cuestión nacional. Como enseña Miguel Mazzeo: “ni la clase ni la nación tienen entidad por fuera de la relación que las constituye y por fuera del proceso histórico que las determina. La clase es en la nación y la nación emerge en la lucha de clases”.
Hoy, cuando el gobierno de Cristina Kirchner hace gárgaras reclamando soberanía nacional en las Malvinas al mismo tiempo que nos somete a la depredación de la mega minería y el fracking así como a la voracidad del gran capital chino, cierta “oposición” le responde desde posiciones cipayas y no faltan quienes se desentienden del asunto argumentando que el antiimperialismo es cosa del pasado, es preciso en cambio redoblar la apuesta, asumiendo que la irredenta reivindicación “malvinera” es parte de la impostergable batalla por la segunda y definitiva independencia de la Patria Grandes que es Nuestra América.