23/12/2024
Por Perucca Pedro
Tal vez el fenómeno más curioso de las recientes elecciones legislativas en Argentina sea que los principales actores políticos del escenario nacional hayan salido todos a celebrar los resultados. Las reacciones postelectorales parecerían mostrar un escenario nacional con muchos triunfadores y sin derrotados. Más allá de la extrañeza para un país políticamente tan intenso como el nuestro, hay algunos elementos de verdad en los recortes intencionados de la realidad que propone cada fuerza.
Sin embargo, esta celebración unánime no deja de resultar un poco violenta en un país donde la inflación llega al 52% interanual y la vida de las mayorías populares es decididamente complicada en la cotidianeidad pospandémica. Pero como estas elecciones probablemente sean lo más cerca que vayamos a estar jamás de un capitalismo donde ganen todos, no conviene desaprovechar la oportunidad de analizarlas.
El Frente de Todos (FdT) celebró haber logrado unas cifras que, objetivamente miradas, son las peores que haya obtenido el peronismo unificado en una elección nacional. Para pensar solo en elecciones legislativas: el 32% obtenido supera al que hasta el momento era el peor resultado de la historia electoral peronista, el 36% de 1997, en esas elecciones del ocaso del menemismo en que arrasó la Alianza. Incluso en las legislativas de 2001, meses antes del estallido del «que se vayan todos», el peronismo superó el 38%. La única comparación posible sería con el 28% que obtuvo el Frente para la Victoria en 2009 o el 32% de 2013, pero ya estamos hablando de un peronismo atomizado. Hoy, el peronismo unido, con el sindicalismo y buena parte de los movimientos sociales encolumnados, apenas igualó esa marca de un momento de crisis y división. Pero el heterogéneo frente oficialista celebra, hace gestos al cielo, muerde la medalla, besa a la chica y agita el champagne, como en el meme.
En el acto en el búnker de Chacarita, el presidente Alberto Fernández confirmó la convocatoria a la marcha de hoy, miércoles 17, día de la militancia, para «celebrar el triunfo como corresponde». La diputada electa Victoria Tolosa Paz afirmó en declaraciones radiales: «Ellos ganaron perdiendo y nosotros perdimos ganando». Más allá de que probablemente haya querido decirlo exactamente al revés (el peronismo ganó perdiendo y la oposición perdió ganando), la frase no es expresión solo de una dialéctica de bajo vuelo, sino de algo absolutamente real.
Los catastróficos resultados de las PASO, con una derrota oficialista por más de 10 puntos, una diferencia de 5 en la provincia de Buenos Aires y triunfos en apenas siete provincias, podían anticipar una catástrofe en la votación del pasado domingo que hubiera abierto un escenario de crisis casi terminal para el Gobierno. Pero la combinación de una salida unitaria hacia la campaña (después del pésimo manejo de la crisis interna de los días posteriores a las primarias, donde durante 48 horas el Frente de Todos pareció estar al borde del estallido), la movilización del indiscutiblemente poderoso aparato pejotista, algunas muy módicas medidas tendientes a la recomposición salarial (el «plan platita», que no tuvo la espectacularidad denunciada por la oposición) y probablemente un saludable horror popular al envalentonamiento cambiemita de las últimas semanas lograron conjurar ese escenario de debacle, lograr una «derrota digna» en Provincia de Buenos Aires (algo más de un punto), achicar la brecha nacional a 8 puntos e incluso dar vuelta los resultados en Chaco y Tierra del Fuego por ajustados márgenes.
Juntos por el Cambio (JxC), efectivamente, perdió ganando. Perdió, como suele pasar, porque sus expectativas habían ido mucho más allá de lo que finalmente sucedió. Fantasearon con cifras que incluso superaran las de las PASO y abrieran un escenario de «transición» (como dijo el propio Mauricio Macri), en el que un gobierno exánime los convocara para cogestionar los dos años que faltan hasta las presidenciales. Incluso se preparaban para un Alberto aún más delarruizado, que no llegara a cumplir su mandato, especulando con poner a algún referente propio en la línea sucesoria (la propuesta de María Eugenia Vidal de disputarle al oficialismo la titularidad de la Cámara de Diputados). Nada de eso sucedió y entonces el triunfo en 13 provincias y haber logrado quitarle al peronismo por primera vez desde la vuelta de la democracia el quórum propio en el Senado aparece como un premio consuelo. Basta ver las fotos de las caras en el bunker cambiemita.
Además, parecieran estar algo desconcertados por la algarabía oficialista y se ven obligados a salir ridículamente a pedirle al Gobierno que «reconozca la derrota». Es que esperaban más, mucho más. En los últimos dos meses creyeron que podían capitalizar mejor la crisis pandémica, que actuaría como el pase de magia que borraría por completo de las memorias el horror de su gestión nacional, dándole una segunda oportunidad de volver al poder en apenas dos años. Al no confirmarse este escenario fantástico, ahora también se reabre la interna del frente opositor entre halcones, palomas y radicales, en pausa durante la campaña. También para ellos vienen unos años de fuertes disputas hacia las presidenciales de 2023.
En cualquier caso, a pesar de todos los efectos distorsivos de la crisis epidemiológica, el 42% de JxC es fácilmente equiparable al 41% de 2019 (aunque claro, es problemático comparar legislativas y presidenciales) y parecería mostrar la existencia de un techo también allí. Lejos de la hipótesis indignada del progresismo, que se desgañitó en redes criticando a la ciudadanía «desmemoriada» que para protestar contra las innegables dificultades económicas del presente elige votar a los principales ajustadores y endeudadores de nuestra historia, la realidad parece ser muy distinta.
En una mirada de pura reacción contra el evidente malhumor social del presente, un contexto de pobreza y desempleo en niveles 2001, con una inflación por encima del 50%, el dólar paralelo a 200 pesos, una disparada en los precios de los alimentos y otros productos esenciales que el oficialismo parece no poder controlar, paritarias a la baja en casi todos los gremios, unas jubilaciones y pensiones que logran quedar solo décimas por debajo de la evolución de los precios gracias a periódicos bonos y la infinita sucesión de tiros en los pies que casi semanalmente puso a disposición el gobierno del FdT, no hubiera sido insólita una masiva deserción del oficialismo y una avalancha de apoyos a JxC. Pero eso tampoco sucedió. Una cierta memoria de la devastación cambiemita parecer pervivir. Lo que ya no hay, sin dudas, es entusiasmo alguno hacia el Gobierno. Y este es otro de los datos clave de la escena política nacional.
Los ultraliberales de Avanza Libertad / La Libertad Avanza sin dudas fueron el fenómeno más novedoso de estas elecciones, con una irrupción que, entre CABA y la Provincia de Buenos Aires, logró casi un millón de votos (650 mil en provincia y 310 mil en Capital) y cinco diputados nacionales. Todavía sin proyección a todo el territorio, de todos modos constituyen un fenómeno preocupante. Pero también aquí hay matices. El fenómeno Javier Milei, sin restarle nada de la grave relevancia que le corresponde, tampoco cumplió con las expectativas post PASO. Algunos analistas llegaron a plantear cifras superiores al 20% para estas elecciones, después del sorprendente 14% de las primarias. Pero solo llegó al 17%, lo que implica casi un crecimiento vegetativo ante el recorte de la oferta. En Provincia de Buenos Aires, José Luis Espert capitalizó mejor las cosas y logró quedar como tercera fuerza, después de haber perdido en las PASO con el Frente de Izquierda (FIT).
Sí, son el mal. Sus recetas destructivas y su discurso violento constituyen una preocupación saludable. Pero no hay que olvidar que hubo otros fenómenos de ultraderecha en nuestra democracia. Antonio Domingo Bussi logró ser gobernador, Luis Patti fue diputado, Aldo Rico, además de diputado, fue intendente de San Miguel. Son cosas distintas, está claro, y donde estos eran rémoras de la última dictadura cívico-militar, aquellos representan a las nuevas derechas que vienen abriéndose lugar en la política mundial. A unos los apoyaban apolillados sectores nostálgicos de las botas y a otros los bancan miles de adolescentes enfervorizados. Veremos. En cualquier caso, habrá que ir construyendo sólidas alianzas antiderechistas.
El Frente de Izquierda y los Trabajadores-Unidad (FIT-U) celebra lo que en varios de sus medios se define como una «elección histórica». Sin dejar de reconocer la consolidación de un espacio de izquierda electoral a nivel nacional (la única fuerza además del FdT y JxC que se presentó en casi todas las provincias) y celebrando que un frente explícitamente socialista obtenga casi un 6% de los votos globales (algo que sucede en pocos países del mundo), nos vemos en la obligación de matizar un poco la aparente euforia de los camaradas. Obtuvieron cuatro diputados nacionales: Myriam Bregman por CABA, Nicolás del Caño y Romina del Pla por Provincia de Buenos Aires y Alejandro Vilca por Jujuy, además de algunos legisladores provinciales y comunales. Y está bien, más allá de que luego muchas de las decisiones legislativas del FIT-U sean polémicas y de que sea necesario ir más a fondo con la crítica a una lógica parlamentarista que equipara bancas con triunfos políticos.
Pero comparando elecciones legislativas, vemos que el total de votos logrado el domingo es de 1.270.000 (5,4%), algo no muy distante de los 1.156.000 de 2017 (4,7%), en pleno macrismo, y apenas superior al 1.211.000 de 2013 (5,3%). Es decir, un número más o menos constante en ocho años de coyunturas políticas muy diferentes. En este 2021 además, podía esperarse una performance superior en un escenario caracterizado por una muy restringida oferta electoral (por primera vez en muchos años, no hubo opciones de centroizquierda que disputaran el voto a la izquierda del peronismo), con una crisis histórica de la alianza de Gobierno y las horribles variables económicas ya mencionadas. Y tampoco hubo una capitalización por izquierda de este escenario. De histórica, nada.
Los fenómenos más interesantes del voto FIT-U sin dudas son el de la rusa Myriam Bregman en CABA, que con un 8% logró romper un techo importantísimo para la izquierda local, dando muestras de que su carismática figura pudo trascender el mundillo militante; un importante crecimiento del 20% en el voto en Provincia de Buenos Aires y la elección del recolector de residuos Alejandro Vilca en Jujuy, donde hasta último momento el Frente de Izquierda estuvo disputando el segundo lugar provincial con el FdT, perdiendo por apenas tres mil votos. En este caso también es importante el hecho de que se trata de la segunda elección por encima de los dos dígitos de la izquierda en esa provincia (18,4 y 25,1, respectivamente), lo que podría hablar de una consolidación de la propuesta roja, en contratendencia de algunos fenómenos provinciales muy coyunturales de las últimas elecciones. Después de la histórica elección de 2013 en Mendoza, que catapultó a Del Caño a la política nacional, el FIT se desplomó allí, retrocediendo un 62% en estas elecciones respecto de los 125 mil sufragios obtenidos en 2017, mientras que en Chaco se cayó un 53%, en Córdoba un 39%, etcétera.
Más allá del análisis cuantitativo, estas elecciones también plantean algunas preguntas más de fondo. En el marco de la gran transición posneoliberal de resultados inciertos que estamos atravesando a nivel mundial, en nuestro país sería importante pensar si estos resultados implican la continuidad del clima de polarización que viene caracterizando a la política nacional hace más de una década o si se empieza a abrir paso una más profunda crisis de representación, con cuestionamientos de conjunto al sistema político.
Para cualquier organización que pretenda hacer política en este país en los próximos años, las estrategias en uno u otro caso son muy diferentes. Los resultados de las PASO parecían más alineados con la segunda hipótesis, pero el reacomodo de este domingo podría indicar que, pese al escenario de crisis sostenida, el sistema político nacional todavía cuenta con la fortaleza suficiente como para canalizar los reclamos por las vías institucionales. La respuesta no es tan clara, entonces, y habrá que esperar la evolución del paciente.
En cualquier caso, los dos años que restan hasta las presidenciales de 2023 serán durísimos, con un frente gobernante claramente golpeado, que tendrá severas dificultades parlamentarias por la pérdida de control del Senado —aunque lograra sostenerse como primera minoría en ambas Cámaras— y al que las negociaciones en curso con el Fondo Monetario Internacional obligarán a seguir avanzando en el ajuste en curso (como reconoció saludablemente la propia Cristina Fernández de Kirchner en el contexto de honestidad brutal de la crisis post PASO).
En otras coyunturas crisis política, el kirchnerismo pudo apelar a golpes de timón que recompusieron su apoyo popular y le dieron aire financiero; a modo de ejemplo, podemos citar la estatización de las AFJP en 2008, que permitió mostrar liderazgo y sostener el control político hasta alcanzar la relativa recomposición económica de 2011. Pero hoy la situación es distinta en varios niveles: no solo el apoyo popular está muy lejos del entusiasmo de aquellos tiempos —con la apatía, el cansancio y la desilusión haciendo estragos entre las filas propias—, sino que sería realmente sorprendente una dinámica de iniciativas fuertemente progresivas por parte del gobierno de Alberto Fernández en este contexto, en el que la prioridad para las clases dominantes es el avance de la triple reforma (laboral, previsional y tributaria).
Es cierto que este año el rebote pospandémico logrará una recuperación del PBI que puede llegar casi al 10% y que hay variables a favor en cuanto a récords de cosecha y precios de los granos a nivel internacional, pero falta mucho para que la recuperación por arriba se traduzca en mejoras por abajo y, además, las cifras para el año próximo no son tan optimistas. Las tensiones con los aliados gremiales se agudizarán al compás del avance de las reformas laborales por sector, lo mismo que el apoyo de los movimientos sociales, que deberán ver cómo evoluciona la política oficial para ese universo que atravesó abnegadamente la crisis epidemiológica (para lo que la designación de Juan Zabaleta como ministro del área no es una buena señal).
No es improbable que, además, una relativa recuperación económica sume presiones salariales en distintos sectores, cuestión que tensará la cuerda en un escenario de graves convulsiones cambiarias, inflación, caída del salario real y un crecimiento muy limitado para 2022. Tras la pírrica derrota del domingo, el oficialismo ya se pone a parafrasearse a sí mismo agitando la consigna de «hay 2023» y discutiendo si el FdT tiene que ir a unas PASO para definir a su candidato presidencial o no. Una especulación un tanto a contracorriente en el marco de la honda crisis social y económica que atraviesa al país y las remotas perspectivas de que la apagada épica albertista pueda llegar a recuperar algún tipo de entusiasmo popular.
(Artículo originalmente publicado en Jacobin América Latina)