Sorpresivamente, la presidenta Cristina Fernández planteó la idea de “repensar la ubicación de la capital del país”, respaldando la propuesta del presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, de trasladar la capital a la ciudad de Santiago del Estero “para así cumplir con el sueño del General San Martín, que quería una capital lejos del puerto”.
El tema es de vital importancia y un objetivo estratégico de primer orden que no debería ser abordado en un discurso improvisado, a pocos días de las elecciones municipales en esa provincia. Esa forma intempestiva remite a otros tantos anuncios de proyectos frustrados. El tren bala, que en su desmesura sepultó la necesidad real de recuperación de una red ferroviaria eficaz que vincule a Buenos Aires, Córdoba y Rosario; o el tren Binacional que comunicaría a Argentina con Uruguay, que solo funcionó, deficientemente, durante algunos meses; o el inicio del soterramiento del tren ramal Sarmiento, anunciado y postergado cinco veces, que tiene a una imponente tuneladora que costó 40 millones de euros durmiendo en un obrador en Moreno. Éstos son solo algunos ejemplos que muestran la peligrosa reiteración de la distancia entre los anuncios y los hechos.
La cuestión, vaciada de todo análisis, sustento teórico e investigación sólida, ni siquiera sirve para abrir el debate y deviene en una banalización que permite la ridiculización por parte de una oposición política a la que solo le interesa sacar rédito de los fallidos oficialistas.
La ausencia crónica de políticas demográficas y de planeamiento urbano y regional a mediano y largo plazo ha sido una constante histórica. El intento trunco, durante el gobierno alfonsinista, de llevar la capital a Viedma, como parte del llamado Proyecto Patagonia, abortó la posibilidad de avanzar hacia una reflexión profunda sobre el tema. Si bien algo mas seria que este exabrupto de Domínguez, la iniciativa se basó en el estudio que elaboró una comisión interdisciplinaria que llevó la propuesta de trasladar la futura capital de la Nación a la ciudad rionegrina.
Pero también es cierto que la propuesta adoleció de un conjunto de debilidades, entre ellas la de pensar el desarrollo poblacional basándose en la lógica del mercado y acotar su visión a una simple sumatoria de variables técnico burocráticas que eludían el problema de fondo. El resto de las acciones tomadas hasta hoy nunca sobrepasaron las políticas basadas en incentivos impositivos, con el fin de mejorar el lucro de las empresas que se radican fuera de los circuitos tradicionales, con los consiguientes flujos de trabajadores librados a sus propias posibilidades.
Es imprescindible entender que a nivel mundial asistimos a un proceso de urbanización de características inéditas promovido por el capitalismo globalizado que, a través de la producción del espacio urbano, enfrenta su crisis de sobre acumulación. A su vez, esta crisis es absorbida por medio de la reestructuración drástica y constante del espacio. La transformación es distinta a la creada por la revolución industrial en los siglos XVIII y XIX, que se asentó en algunas pocas naciones europeas y más tarde en EEUU. Se trata ahora de un fenómeno planetario que involucra a decenas de países de todos los continentes y que responde a nuevas causantes y genera enormes consecuencias. Uno de sus rasgos distintivos es el surgimiento de metrópolis que crecen fuera de toda previsión y en las que se vive en situación de colapso permanente.
Ejemplo de ello es la región metropolitana de Buenos Aires, una megalópolis de 5 mil kilómetros cuadrados y casi 14 millones de habitantes, con un diámetro de 100 Km y una de las 20 mayores del mundo y la tercera de América Latina por su tamaño y población. Su particularidad y uno de los rasgos que la define y diferencia, es que concentra más de un tercio de la población de todo el país en apenas el 0,2 % de su superficie.
Argentina es uno de los países mas urbanizados del planeta, con una población rural menor al 10 % (menos que Francia, Italia o Alemania, que tienen alrededor del 25%). Pero esta urbanización se desarrolla en un territorio mayormente despoblado, con una impronta caótica, desigual y deformada. La concentración en Buenos Aires, debida a la centralización política y portuaria, luego se agudiza con las sucesivas migraciones internas y externas. A estas causas más recientemente se le suman los nuevos modos productivos de explotación sojera y megaminera.
Crecimiento descontrolado, especulación inmobiliaria, procesos privatizadores, déficit habitacional y de hábitat en general, falta de mantenimiento, renovación y ampliación de nuevas infraestructuras de las redes de agua potable, pluvial y eléctrica y gas, destrucción de los pulmones verdes, aumento de la generación de residuos y degradación del entorno natural. A esto se suma un sistema de transporte público insuficiente, ineficiente y deteriorado y un tránsito caótico basado en la supremacía irracional del automóvil. Además, aumento de la violencia criminal e interpersonal, segregación y fragmentación territorial como algunos de los principales conflictos que atraviesan el área metropolitana. Cualquier nuevo proyecto que involucre el asentamiento de cientos de miles de habitantes impone la evaluación del impacto y las medidas necesarias para evitar la repetición de estos fenómenos negativos.
Brasilia, que es el único caso de una experiencia de este tipo en nuestro continente, tiene hoy 2.500.000 de habitantes. El tejido del plan original estaba pensado para 500 mil, el resto se distribuyó espontáneamente fuera de sus límites. El resultado, a 54 años de su fundación, tiene por tanto mas críticos que defensores.
El traslado de la capital político-administrativa es sin duda una idea atractiva, pero debe ubicarse dentro de contexto más general que requiere considerar y consensuar una compleja interrelación de fenómenos y factores, cuya sinergia no puede ser resuelta de manera improvisada y que obviamente no pasa por elegir arbitrariamente un sitio de localización, por mas fraseología patriótica que la acompañe.
El debate debe asumir la crisis urbana en toda su dimensión, replantear el carácter, el sentido y la dirección del cambio necesario. La negación de esta realidad y la naturalización de sus problemas alimenta la resignación, justifica la desidia y neutraliza toda posibilidad de una transformación estructural que necesariamente debe pasar por la revisión de un paradigma de ciudad totalmente agotado.
La planificación urbana y regional ha puesto casi siempre su acento en la aplicación de instrumentos físicos para resolver patologías y conflictos de orden social, por eso sus fracasos y el consiguiente descrédito que justificó su abandono a manos de la mano reguladora del mercado con sus graves y evidentes consecuencias.
Elaborar un verdadero proyecto socio-espacial de urbanización implica deshacerse del significado del concepto tradicional de desarrollo propio de la modernidad y superar la idea que adjudica a la planificación urbana y regional un carácter neutral, suponiendo que actúa sobre una sociedad homogénea e indiferenciada mientras que, por el contrario, interviene en una comunidad cuyas relaciones son contradictorias y antagónicas. De allí que no puede ser tarea exclusiva ni del Estado, ni de un gobierno y mucho menos de los agentes económicos que puedan medrar con ella.