Presses Universitaires de France, 2011, 317 páginas
“El comunismo, crítica del socialismo” es el título del último capítulo de la obra de Bidet.
Cualquier ducho lector de policiales sabe eludir la tentación de leer el final: es parte del juego. Pero, dado que, como dice el autor, el comunismo no es deducible, anticipar el final no es pecado. Porque, en este caso, el sorprendente resultado es una consecuencia de la lógica coherente con que ha sido construida, durante treinta años, la teoría general de la modernidad. Modernidad de la cual el comunismo es inmanente y en la cual aparece desde sus comienzos, precisamente en las comunas italianas del Siglo XIII.
Allí tiene su anclaje histórico la meta-estructura de la modernidad, asunto más amplio que el del modo de producción capitalista. Meta-estructura que es presupuesto y opera sobre la sociedad capitalista, vale decir la estructura de la sociedad de clases. De dos clases: la dominante y la fundamental (asalariados y trabajadores independientes). La primera constituida por dos factores de clase: los capitalistas o propietarios y los dirigentes y expertos u organizadores. Factores en que los dos polos de la meta-estructura, mercado y organización, se corporizan. La estructura quedará así signada por esa meta-estructura en la que la inmediatez del discurso interpela a los individuos como libres, iguales y racionales, tanto en el mercado como en la organización. El mercado supone (y aquí Bidet descubre un primer descubrimiento de Marx) una concertación, una organización. Puesto que se trata de una producción mercantil, como presupuesto del modo de producción capitalista, es decir de plusvalor.
Si la meta-estructura de la modernidad tiene su asiento antecedente (comienzo coyuntural) en las comunas italianas, las ciudades-Estado (de las que Bolonia es el paradigma), la estructura de clases se asentará en el Estado-nación. Ambas suponen, aunque en distintos grados, espacios y modalidades, un Sistema-mundo, un complejo sistema de Estados desiguales en que opera el conflicto asimétrico y la dominación, los centros y la periferia. Este sistema mundo no posee aun una forma estatal.
Demostrar que la tendencia a su existencia es irreversible es el cometido de esta obra.
Bidet acomete la construcción de una teoría, por lo tanto cada capítulo está ensamblado de manera tal que es difícil analizar cada cuestión separadamente. No obstante quiero hacer hincapié en esa inmanencia del comunismo en la modernidad y su carácter de crítica del socialismo.
Para ello debemos ver primero qué es el socialismo para Bidet.
La cuestión arranca en los caracteres o los polos de la meta-estructura y en el descubrimiento de Marx y su posterior tratamiento por él y por sus seguidores.
Cuando los bolcheviques, dice el autor, pretenden abolir el mercado, tienen toda la razón en invocar a Marx.
Resulta, sin embargo, que la instauración de una economía “colectiva” o “socialista”, organizada “de acuerdo a un plan concertado” suscita en todas partes donde ella se impone una institución inesperada, no prevista por los promotores de la idea y del movimiento: el partido único.
Este fenómeno histórico no merece el nombre de “comunismo” sino el de “socialismo”.
Tal afirmación no constituye, en Bidet, una elegante verónica para excusar al comunismo de tantos crímenes. Se trata de que lo que aparece con la abolición de las relaciones mercantiles son “las fuerzas sociales modernas de la organización”. Vale decir, el otro polo de la meta-estructura. Fuerzas sociales de la organización que se expresaron también como “el socialismo dentro del capitalismo” en las formas conocidas del llamado Estado de Bienestar, con una alianza entre la clase fundamental y los expertos y dirigentes. Expresión que también ha sido efímera, frente al avance neoliberal (el polo de los propietarios, en particular las finanzas) frente no sólo a los trabajadores sino a los organizadores.
¿Qué había, en el pensamiento de Marx, para que los bolcheviques pudieran legítimamente apelar a él?
Hubo siempre una “idea de comunismo”, que nunca abandonó, como búsqueda de la emancipación humana. Sin embargo, a lo largo de su obra, aparece un cambio de “registro epistémico”, a medida que precisa su construcción teórica del “modo de producción capitalista”.
En los Borradores se esboza una alternativa al orden mercantil capitalista. En ese orden los trabajos particulares se integran en el trabajo universal a través de la mediación de un “cambio de productos”. La mediación se opera post festum como resultante de los actos de mercado. La alternativa de integración implica otra mediación, que opera antes y no después. El trabajo individual singular es colocado desde el inicio como trabajo social por medio de su organización y no del intercambio de valores de cambio. Así ocurre en la organización de la manufactura: distribución planificada del trabajo.
Este es un punto de apoyo: la distribución planificada del trabajo en diferentes ramas es la primera ley sobre la base de la producción colectiva. “Es el punto central del comunismo del Marx de la madurez”. El punto es, entonces, la abolición del mercado reemplazado por una “reunión de hombre libres trabajando con medios de producción comunes…luego de un plan concertado”, esto es, una organización. Esta “socialización” del trabajo (trabajo directamente social) es obra de un “trabajador colectivo” y supone una función de dirección, vigilancia y mediación. De modo que la organización tiene, por un lado, en tanto cooperación, un carácter análogo al del mercado y, por otro, en la sociedad por venir como resultado de un plan concertado entre hombres libres, que trabajan con medios de producción comunes.
La cooperación o trabajo social tiene un último desarrollo en la empresa capitalista. La concurrencia hace que éstas sean cada vez menos numerosas y más vastas: “la racionalidad organizativa margina progresivamente la racionalidad mercantil y la propiedad privada: ellas organizan a los productores y los unen en un proceso colectivo de producción. Ellas abren la puerta al comunismo”: la concertación del plan será entre todos, libre e iguales. La economía se inscribe así en el orden político de la “república democrática” a la que tiende la lucha política del comunismo.
Sin embargo Marx no esboza jamás siquiera una tentativa de elaborar un esquema de economía planificada. Sólo formula principios generales asociados a programas de transición. Su entusiasmo por las cooperativas y las ideas de federación, sus convicciones democráticas hasta libertarias, sugieren la perspectiva de un plan descentralizado.
De esa crítica a la economía política, su teoría del capitalismo, resulta al menos una condición decisiva, aunque negativa: el comunismo presupone la abolición del mercado. Pero a él no se le escapa que en esa “primera fase del comunismo” el orden social supone aun la separación entre el trabajo “manual” y el “intelectual”, donde éste comprende el conjunto de funciones de concepción, pero también el de vigilancia, supervisión y mediación. La apuesta es que, es en esas condiciones de separación, que debe emerger la “cooperación” como “asociación de trabajadores”, la emancipación comunista.
Por eso la apuesta de los bolcheviques podía apelar legítimamente a Marx.
Sin embargo, abolido el polo mercantil de la meta-estructura subsiste, en las funciones de mediación (concepción, supervisión, vigilancia) el polo de la organización. Este polo de la modernidad se expresó en una fuerza social. Sabemos lo que ocurrió y por eso el comunismo, en tanto búsqueda de la emancipación humana, no puede ser sino también crítica del socialismo.
Me he demorado en describir este argumento porque creo que él expresa el carácter holístico del pensamiento de Bidet respecto a la modernidad, en la que se inscriben el modo de producción capitalista y la “idea del comunismo”, determinados así históricamente.
Ese carácter holístico, y no por ello genérico, es manifiesto no sólo en el tiempo sino en las articulaciones de los espacios sociales. Por ello su construcción apela al diálogo con todas las disciplinas y con muy diversas concepciones, sin abjurar de su raíz marxiana.
Es muy difícil hacer mérito a su obra, por lo demás coherente con su larga labor en Actuel Marx que, además, ha nutrido su propia teoría, en el espacio de una reseña.
Quizá tengamos la fortuna de su traducción al castellano, no para adherir necesariamente a sus hipótesis, sino para apreciar el valor de un verdadero trabajo teórico, en medio de tanta pila de pappers y especulaciones poco conducentes.