24/11/2024
Por Louçã Antonio
Hay hombres que luchan un dia y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida:
esos son los imprescindibles.
João Varela Gomes y la escala de Brecht [1]
En el lapso de un mes se cumplen 50 años del 25 de Abril y, ahora, 100 años del nacimiento de João Varela Gomes. Entre los ecos de la primera conmemoración, naturalmente, pasa desapercibida la segunda. Pero la primera conmemoración se limitó a una superficial apología de los capitanes de Abril y demonización de las fuerzas sociales que quisieron llevar más lejos la revolución. Si no quisiéramos quedar presos de ese discurso oficial, el centenario de Varela Gomes ofrece la oportunidad inmejorable de evocar una lucha que se inició antes del 25 de Abril y continuó mucho después del 25 de Noviembre.
Nacido el 25 de mayo de 1924, João Varela Gomes parecía destinado a una brillante carrera militar. Pero en 1948 partió para una comisión en Goa[2] y su espíritu crítico chocó inmediatamente con las realidades del colonialismo. En 1956 fue designado para el curso de Estado-Mayor, el primer año se destacó por una capacidad y cultura fuera de lo común, pero enseguida rechazó las oportunidades proporcionadas por esa carrera. Para él, Estado-Mayor, era sinónimo de “intrigas palaciegas”.
La ola delgadista y la Revuelta de Beja
El comienzo de la campaña electoral de Humberto Delgado[3] fue a encontrar a Varela Gomes como capitán en Santa Margarita, en las proximidades de Tomar. Las grandes manifestaciones del 14 y 16 de mayo de 1958, en Oporto y Lisboa, tuvieron impacto en todo el país y lo impulsaron a intensificar la agitación entre sus contactos militares. Las manifestaciones de la campaña y después, a partir del 8 de junio, una ola de huelgas espontáneas contra el fraude electoral, crearon, como admitiría Álvaro Cunhal,[4] “una situación pre insurreccional” que el PCP (Partido Comunista Portugués) no supo conducir a la victoria.
La frustración de las expectativas de 1958 dejaba sobre la mesa el dilema entre seguir aprovechando márgenes de acción legal cada vez más estrechos, o conspirar con vistas a una salida putchista. En los tres años siguientes, Varela Gomes participó pacientemente en la actividad conspirativa que bullía en las fuerzas armadas, pero parece haberlo hecho siempre con el propósito de acumular fuerzas que pudieran intervenir en condiciones más propicias. Nunca trató de precipitar una acción militar y, en discusión con Humberto Delgado, así se lo dijo, a contramano del inmediatismo del general.
En los tres años de reflujo que siguieron a la ola delgadista de 1958, la actitud más notable de Varela Gomes fue la de retomar la agitación de masas, aprovechando hasta las más pequeñas brechas que le permitieran actuar a la luz del día. Esto se expresó sobre todo al final de 1961. En Angola había comenzado la guerra de liberación, y en Portugal el ambiente político era de fortaleza sitiada. La oposición, debilitada por una ola de encarcelamientos, iba a concurrir a las elecciones legislativas cuando los últimos márgenes de lucha legal estaban siendo drásticamente recortados.
En los últimos meses de 1961, Delgado ya se encontraba en el exilio y el calendario marcaba la realización de otra farsa electoral para la Asamblea Nacional. Varela Gomes aceptó ser candidato en las listas de la oposición, y se convirtió en rápidamente en el gran agitador de la campaña y principal figura pública de la oposición. Recorrió ciudades y aldeas, según recordaría más tarde María Eugenia, su compañera de vida, pronunciando discursos “a veces en chozas, arriba de un auto o de una camioneta”. La prensa fascista no se engañó y rápidamente lo eligió entre los 86 candidatos opositores como blanco predilecto de sus ataques vitriólicos. Incluso la disciplinada militancia del PCP se sintió atraída por el estilo enérgico de este post-delgadismo, más joven, audaz y radical.
Sin embargo, so pretexto de la guerra, el régimen cerraba filas, silenciaba disidencias y matices y excitaba a los republicanos más nacionalistas. Diez días antes de la votación, la prensa fascista ya anunciaba descaradamente que el partido único[5] tenía garantizada la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. El 12 de noviembre la oposición decidió boicotear las elecciones. En las semanas siguientes, la escalada represiva se cobró la vida del obrero comunista Cándido Capilé, abatido en una manifestación, y la del artista plástico y funcionário clandestino del PCP José Dias Coelho, asesinado por la PIDE[6] el 19 de diciembre.
Cuando Manuel Serra llegó a Portugal trayendo órdenes de Humberto Delgado de lanzar un movimiento revolucionario antes de que terminara el año, Varela Gomes intentó disuadirlo de semejante plan que consideraba carente de realismo. Estaba bajo estrecha vigilancia de la PIDE y una creciente presión de la jerarquía del ejército que lo intimaba a ofrecerse como voluntario para ir la guerra, si quería que se olvidara su papel en la campaña electoral. Pese a ello, Varela Gomes aceptó discutir con Manuel Serra el plan para la toma del Regimiento de Infantería 3, en Beja.
Para eso, Serra había reclutado varias decenas de civiles, en gran parte obreros de la Margen Sur y del Bairro da Liberdade, en Lisboa. Pero la preparación dejaba mucho que desear: los insurrectos casi no tenían armas, dependían de las que consiguieran en el asalto al cuartel. Y en su mayoría ni sabían manejarlas. Varela Gomes comenzó rechazando esa iniciativa en la que veía poco realismo y mucho dilentantismo. En el curso de las discusiones, Serra amenazó en determinado momento con seguir adelante sólo con los civiles, sin Varela Gomes, lo que podría conducir a un inútil derramamiento de sangre.
En este impasse, apareció José Hipólito Santos, del grupo Seara Nova,[7] informando a Varela Gomes que había oficiales del RI 3 decididos a actuar bajo sus órdenes. Más tarde, Varela Gomes recordaría siempre que la revelación de que tres oficiales de la unidad estaban decididos fue el “clic” que lo llevó a decidir asumir la dirección operacional de la Revuelta. No podemos descartar que el casi-chantaje de Serra hubiera calado hondo en su espíritu, llevándolo a buscar un pretexto para arriesgar todo en una iniciativa con muy escasas posibilidades de éxito, como intuía. En verdad, el pretexto era frágil y los oficiales reclutados a las apuradas para el movimiento tampoco estaban plenamente convencidos. Con los tres del cuartel de Beja y otros tres que lo acompañaron de Lisboa, Varela Gomes tuvo fuertes discusiones, literalmente hasta el último minuto, para evitar que desistieran.
El plan consistía en tomar el cuartel para que ahí se instalara Humberto Delgado. El general, entrando clandestinamente a Portugal, asumiría las riendas de la rebelión con la legitimidad del apoyo popular verificado en la campaña presidencial. De Beja deberían salir columnas para Lisboa y Algarve que en el camino procederían a “levantar las poblaciones, convocandolas con megáfonos y distribuyéndoles armas”, según José Hipólito dos Santos. Más que con los comandantes de unidades comprometidos con Varela Gómes que, a la hora de la verdad, podrían cumplir mejor o peor sus compromisos, se contaba sobre todo con el pueblo que tres años antes había estado en la calle con Humberto Delgado.
En la madrugada del 1 de enero de 1962, los militares entraron por la Puerta de Armas, de acuerdo a lo planeado, pero de inmediato tropezaron con la primera dificultad, que era la presencia en la unidad del mayor Henrique Calapez Martins, legionario irreductible y segundo comandante del regimiento. Varela Gomes decidió encargarse el mismo de la detención de ese oficial, pero fracasó por motivos bien conocidos: cuando intentó dialogar con Calapez para lograr su rendición, fue recibido a tiros y sufrió dos graves heridas. A pesar de que una parte de los civiles ya había conseguido entrar al cuartel y apoderarse de la Guardia, dominando a su personal, las graves heridas sufridas por Varela Gomes decapitaron la revuelta y rápidamente imposibilitaron cualquier iniciativa de los insurrectos. A todo eso ya había sido dada la alarma y casi todos ellos fueron capturados en una amplia redada policial. El balance final fue: dos insurrectos muertos, dos heridos y, del lado gubernamental, el subsecretario de Estado del Ejército alcanzado mortalmente por “fuego amigo”.
En los días siguientes, pese a que no se vislumbrara ninguna reactivación del movimiento insurreccional, la dictadura fue incapaz de esconder el nerviosismo. Los pasquines fascistas más violentos como A Voz estaban alarmados por la composición predominantemente obrera del grupo revolucionario y llegaron a sugerir que sus miembros fueran “pasados por las armas”. Incluso diarios relativamente mesurados como O Século y Diario de Noticias, reclamaban las medidas más extremas contra la supuesta inspiración cubana de la revuelta. Finalmente, la conmoción que sacudió a la pirámide fascista de abajo a arriba terminó reflejándose en el hecho de que un afónico Salazar debió mandar a que su acólito Mário de Figueiredo leyera el comunicado que debía presentar a la Asamblea Nacional.
El año que comenzó con la Revuelta de Beja fue también el de la primera gran crisis estudiantil. Pero después se apagaron los últimos ecos de la ola delgadista y, en 1984, la pequeña vanguardia que emprendiera la Revuelta fue juzgada en un ambiente desfavorable. El proceso estaba bajo la atenta mirada de la prensa internacional y la dictadura exibia una cara paternalista y conciliadora procurando mostrar al mundo que podía darse el lujo de una relativa blandura. Pero los insurrectos llevados al tribunal no se dejaron confundir con cantos de sirena y mantuvieron una actitud digna.
Varela Gomes mantuvo un discurso combativo, inspirándoles seguridad y firmeza. Al magistrado que, sugiriéndole una declaración de arrepentimiento, le preguntó si volvería a tomar las armas contra el régimen, él respondió, señalando a los pides que colmaba la sala, que “en estas circunstancias” eso sería imposible. En su alegato final, afirmó que el banco de los reos siempre lleno de gente era el refugio de honra del país resistente. Agregó después: “Llevé hasta la última frontera de la legalidad mi protesta, y no me sorprendió ver confirmada la inutilidad de una oposición leal, a pecho descubierto. Nunca un gobierno de este tipo policial y predatorio abandonó el poder sino expulsado por la fuerza”. Y concluyó, lapidariamente, con un llamado a “que, cuanto antes, otros triunfen donde nosotros fuimos vencidos”.
La mayoría fue condenada a penas relativamente breves, y quedaron en libertad al cabo de poco tiempo. Manuel Serra sufrió la pena más severa, 10 años de prisión, y lo siguió Varela Gomes, con 6 años. Su protagonismo en la vida política portuguesa había durado dos meses y se prolongó hasta que terminó el juicio. Cumplió la pena y fue liberado en 1968, meses antes de que Salazar se cayera del sillón y quedara incapacitado.
La llamada “Primavera Marcelista”[8] de poco le sirvió, porque la PIDE seguía vigilando cada uno de sus pasos, con guardia ininterrumpida desde las 9 horas de la mañana hasta la 1 de la madrugada, y vigilancia sobre toda su familia. En los seis años de libertad condicional subsiguientes, luchó para vivir en diversos empleos y retomó en los núcleos de la CDE[9] la actividad política que tenía expresamente prohibida.
La revolución de Abril y el régimen de Noviembre
El dia 25 de Abril, Varela Gomes sería uno de los muchos miles en desobedecer las órdenes de confinamiento emitidas por el MFA - uno de los muchos miles que de ese modo transformaron el golpe militar en revolución. No deja de ser una ironía que la Revuelta de Beja confiara en la sublevación del pueblo para alcanzar la victoria, sin haber alcanzado el momento de llamarlo a las calles y distribuirle armas, como quería; y el MFA, que por el contrario quiso que el pueblo no saliera de sus casas, terminó aprovechando la espontánea desobediencia para consolidarse contra de la clique spinolista, empeñada desde el primer momento en quitarle poderes y desvirtuarle el programa.
Varela Gomes fue reintegrado en el ejército con el cargo de coronel y recibió la tarea de dirigir la Comisión de Extinción de la PIDE y de la Legión - dos decisiones del MFA que Spínola, empeñado en proteger a la PIDE, no estaba dispuesto a tragar. El 24 de mayo, uno de los spinolistas de la Junta de Salvación Nacional,[10] el general Jaime Silvério Marques, montó una trampa, convocándolo a una reunión donde lo esperaba un destacamento de la Policia Militar con órdenes de detenerlo, convirtiéndolo en el primer preso político de izquierda en la era pos fascista. Las protestas públicas que la detención desató inmediatamente y la réplica fulminante de Diniz de Almeida, ordenando apuntar con los obuses del RAL-1 al Palacio de Belén, hicieron que Spínola reculara.
El improvisado presidente de la República había perdido esa primera prueba de fuerza, pero Varela Gomes perdió la jefatura de la Comisión de Extinción. Después fue destinado a la 5ª División del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, que en poco tiempo transformó en baluarte de la izquierda militar. Más allá de las campañas de Dinamización Cultural de la Codice, que por sí mismas constituirían un tema inagotable, la 5ª División terminó siendo un núcleo de importancia decisiva cada vez que estuvo en juego la supervivencia misma de la revolución. Así fue el 28 de Septiembre, cuando Otelo y Vasco Gonçalves quedaron rehenes de los golpistas, y así fue sobre todo el 11 de marzo, cuando el Copcon[11] brilló por su ausencia durante toda la jornada y el RAL-1, cercado y bombardeado, apenas pudo contar con el apoyo de las masas.
La 5ª División, sin tener mando de tropas, en la emergencia saltó por encima de las jerarquías existentes y utilizó los micrófonos de la Radio Nacional para llamar al contragolpe, con notable exito porque la concurrencia de centenares de personas al RAL-1 fue decisiva para que los paracaidistas se dieran cuenta del engaño en que habían caído e impusieran, en contra de sus mandos, inmediato cese de fuego y confraternización con la unidad atacada.
Otra importante iniciativa de la 5ª División fue, en la noche del 11 al 12 de marzo, la convocatoria de la famosa Asamblea militar que creó las condiciones para que fuese nacionalizado todo el sector financiero y la gran industria, y para que fueran legalizadas las ocupaciones de tierra ya en curso en la zona de la reforma agraria. La asamblea también apuntaba a desplazar de posiciones de poder a los oficiales complicados en el golpe o cuyo comportamiento ambiguo durante la jornada los hacía poco confiables ante futuras emergencias. No fue en este aspecto tan exitosa, debido a que dentro del mismo MFA comenzaba a surgir un sector “moderado”, hostil a la perspectiva de poder popular y dispuesto a todos los arreglos que pudieran impedir su desarrollo. La asamblea mas tarde descalificada como “salvaje”, confirmó además la fecha de las elecciones para la Asamblea Constituyente, el 25 de abril de 1975.
Varela Gomes fue enviado en misión a Cuba y no estuvo en Portugal en la fecha de las elecciones. El embajador norteamericano, Frank Carlucci intercambió en esos momentos correspondencia con el secretario de Estado Henry Kissinger, manifestándo preocupación porque el hombre que era considerado el verdadero motor de la 5ª División pudiera implantar em Portugal el modelo de CDR (Comités de Defensa de la Revolución) inspirado por el ejemplo cubano y las reuniones que tuvo con Fidel Castro.
Pero la victoria del PS en las elecciones para constituyentes había dado nuevo aliento a los militares “Moderados”, que iban ganando posiciones en sucesivos golpes de oficinas y, al mismo tiempo, recuperaban la iniciativa a campo abierto, lanzando el “Documento de los Nueve”, neutralizando a Vasco Gonçalves y atrayendo a Otelo, cada vez más, a su esfera de influencia. Varela Gomes fue separado de la 5ª División, que poco después fue asaltada por orden de Otelo y, finalmente, los oficiales de la División fueron impedidos de participar en la famosa Asamblea de Tancos, el 5 de septiembre.[12] A Carlucci, no le pasó desapercibida la importancia que tenía el silenciamiento de la 5ª División y se apuró a comunicar a su jefe, Henry Kissinger, la auspiciosa novedad.
Pero todavía era necesario restablecer la disciplina militar en los cuarteles, para restablecer después la disciplina burguesa en el país. El bloque político-militar entre la derecha y la social democracia fue fabricando provocaciones, una tras otra. La tropa de paracaidistas era un blanco ideal para caer en la trampa: sucesivamente manipulada por sus oficiales en intentonas antidemocráticas, terminaron por volverse en contra de esas manipulaciones y girando “a izquierda”. La provocación consistió en este caso en retirar de la unidad a la gran mayoría -123- de los oficiales y ordenar su disolución. A nivel más directamente político, mientras tanto, se decidía sustituir a Otelo por Vasco Lourenço al frente de la Región Militar de Lisboa.
Frente al cóctel explosivo de las dos provocaciones, los paracaidistas concibieron el plan de ocupar las bases de la Fuerza Aérea y sondearon a Otelo sobre el mismo. El jefe del Copcon, vislumbrando ahí la oportunidad de hacer fracasar a quienes lo habían sustituido, alentó el plan. Los paracaidistas sondearon también a Varela Gomes que, al contrario, los previno contra el salto al vacío que iban a dar. El sargento paracaidista Antonio Carmo Vicente fue uno de los que escucharon la advertencia y le respondieron que la sublevación ya estaba en marcha y era imposible detenerla. Varela Gomes entonces les prometió dar todo el apoyo que pudiera.
A pesar de las advertencias, la operación técnicamente perfecta comenzó exitosamente y desequilibrando la situación a favor de la izquierda militar. El gobierno y gran parte de la mayoría parlamentaria huyeron hacia el Norte, preparando la guerra civil. El presidente Costa Gomes se volcó a negociar una salida, consiguió que el PCP desmovilizara a los trabajadores que cerraban paso a los comandos de Jaime Neves y rápidamente logró ser obedecido también por el Copcon. En el momento más crítico, Otelo desertó de su puesto y fue a entregarse en Belén. Diniz de Almeida intentó aún coordinar las fuerzas dispuestas a resistir, pero rápidamente constató que la deserción de Otelo hacía inútil el intento y terminó por entregarse.
Varela Gomes, en el Copcon, cumplía, mientras tanto, con la palabra dada a los paracaidistas, trataba de movilizar a las fuerzas que estuvieran dispuestas a resistir al Estado de Sitio. Ya avanzada la noche del 25 de noviembre, extinguido el foco de resistencia de la PM y evacuadas las bases por los paracaidistas, también él constató la derrota. Señalado con el dedo por prensa nacional e internacional como el “jefe” de la tentativa insurreccional, se negó a entregarse, pasó a la clandestinidad y en cuanto pudo partió para el extranjero con otros dos fugitivos, Duran Clemente y Costa Martins.
Comenzaban entonces los cuatro años de exilio de Varela Gomes. Después de una corta estadía en Cuba, partió para Angola, donde se ofreció como voluntario para combatir la invasión sudafricana. Pero esa voluntariosa disposición provocaba mucha desconfianza en la corte del “Soba sentado”,[13] como llamaba a Agostinho Neto: lo pusieron en un estante de la Academia Militar. La embajada norteamericana en Lisboa seguía mientras tanto atentamente el trayecto de Varela Gomes en Angola, y recibió con alegría las noticias traida por el dirigente del PS Rui Mateus, que, después de conversar con Agostinho Neto, dijo que él estaba bajo estrecha vigilancia en Luanda.
El 27 de mayo de 1977, la sangrienta represión contra la rebelión de Nito Alves golpeó a personas cercanas a Varela Gómez: Costa Martins fue preso y torturado, la ex militante del PCP Sita Vales torturada y muerta. Protestó en una carta a Agostinho Neto y visitando a Iko Carreira, y se salvó de ser también preso o muerto gracias a la intervención del gobierno del Frelimo, que manifestó estar dispuesto a recibirlo en Mozambique. María Eugenia y João Varela Gomes partieron entonces para Maputo. En septiembre de 1979, anticipándose a la anunciada ley de amnistia, regresaron a Lisboa.
De vuelta en Portugal, encontraron un panorama político cambiado y un PCP reconciliado con los vencedores del 25 de Noviembre. En 1983 Varela Gomes comenzó a participar en el grupo de la revista mensual Versus, de matriz troskista, y mantuvo esa participación durante cinco años, hasta que la revista dejó de publicarse, al final de 1988. El grupo Esquerda Revolucionaria (ER), creado a partir de la revista, llegó en 1989 a un acuerdo con otros dos partidos para constituir un frente electoral, el Frente da Esquerda Revolucionaria (FER). Varela Gómez aceptó ser candidato al parlamento europeo en las listas del FER.
En los años siguientes, mantuvo colaboraciones regulares en la revista Política Operaria de Francisco Martins Rodrigues y en el periódico Alentejo Popular, de João Honrado. En 2012, en ocasión del cincuentenario de la Revuelta de Beja, en pleno consulado de Passos Coelho y bajo el látigo de la troika, promovió con Eugénio Oliveira e Raul Zagalo un texto firmado por los 23 insurrectos sobrevivientes, solidarizándose con la lucha actual “contra el retroceso civilizatorio, contra el neoliberalismo que saca todos los recursos de la economía real para entregarlos al capital financiero, avasallando al mundo y amenazando el destino de las generaciones futuras”.
Tres años antes de su muerte, ocurrida en febrero de 2018, había escrito: “considerando el odio democrático/fascista como distinción honoris causa, acepto con orgullo que mi próxima desaparición del número de los vivos pase tan ignorada como la de cualquier expatriado anónimo”. Había sobrevivido a la revolución y habría de mantener hasta el final la llama del repudio hacia un régimen parlamentario al servicio del capital.
Espontaneísmo o blanquismo - el falso dilema
Volvamos ahora a la cita de Brecht que figura como epígrafe de este texto. Podría haber sido escrita para João Varela Gomes, que fue el primero en tomar las armas cuando aún nada estaba ganado, el último en deponer las armas cuando ya todo estaba perdido y el más obstinado en continuar la lucha política durante las cuatro décadas de vida que tenía por delante. Comenzó mucho antes que los otros protagonistas del PREC y siguió hasta el fin de su vida, mucho después de que hubieran desistido casi todos esos protagonistas.
Para fijar algunos puntos de referencia que permitan entender el papel de Varela Gómes, recordemos que hay varios tipos de revolucionarios. Están los que son hechos por la revolución y, a veces deshechos por su derrota. Y no se trata aquí de un juicio moral sobre veletas y recién llegados oportunistas, o de establecer una jerarquía moral entre revolucionarios forjados en la adversidad y revolucionarios improvisados al calor de los acontecimientos. De los improvisados, no todos se enfrían cuanto refluye la marea y entre ellos también podremos encontrar espíritu de sacrificio, abnegación, heroísmo.
Nadie tiene la culpa de nacer demasiado temprano o demasiado tarde. Hay personas que entran en la edad adulta precisamente cuando la revolución acumuló todo su material combustible y está presta a explotar. No pudieron por eso ayudar a prepararla. Hay otras que, habiendo entrado en la edad adulta cuando nada ocurría, después son sacudidas por el terremoto. Son revolucionadas por la revolución y, dentro de ciertos límites, se convierten en personas diferentes.
Hay incluso, entre estos hijos de la revolución, los que rápidamente se colocan a la cabeza: Dantón, Robespierre, Saint Just - todas son figuras imponentes que no eran nada y, casi de un día para el otro, pasaron a ser todo. Llegan a la revolución tarde, sin haberla previsto, pero se quedan en el barco para toda la vida, en general una vida corta. Están los otros, como Fouché, que se involucran y dedican con diverso grado de sinceridad, que sobreviven por suerte o por instinto de supervivencia, y que después cambian espectacularmente de camisa, sin vergüenza ni escrúpulos.
Contrastando con estos revolucionarios hechos por la revolución, están los que consideran un imperativo moral “hacer” la revolución, como decía el Che Guevara. Dos máximas se enfrentan aquí: la marxista (“la emancipación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores”) y la guevarista (“el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”).
El buen sentido y el realismo parecen dirimir la contradicción en favor del marxismo, porque ninguna persona, ni partido alguno, “hace” la revolución. Y, sin embargo, no es posible hacer tabúla rasa de la exhortación dirigida a los revolucionarios. Esa formulación se corresponde con un sólido componente de la historia, tiene profundas raíces en la realidad, refleja el rechazo a esperar pasivamente a que algo ocurra. La acuñó el Che, pero la vivieron, mucho antes que el, varias generaciones de revolucionarios ochocentistas -los bauvistas, los blanquistas, los populistas rusos, a su manera algunos bakuninistas-, sin darle una formulación tan clara.
Esos dos tipos de revolucionarios traen marcas genéticas diferentes y, en la hora de la verdad, difieren en su comportamiento así como diferían en sus orígenes. Los improvisados al calor de la pelea conservan muchas veces el olfato para rápidas mudanza de viento: Dantón con su audacia; Robespierre con su precoz intuición para los soundbytes del discurso político; Sain Just con su horror a las medias tintas. No están pautados por ningún dogma ideológico y en contrapartida caen frecuentemente en el empirismo. No tienen veleidades de modelar el curso de la historia y saben sobre todo nadar con la corriente.
Los revolucionarios de tipo blanquista, por el contrario, alimentan la ilusión voluntarista de poder fabricar la revolución en el momento elegido. Cuando la revolución, inesperadamente, golpea la puerta en otro momento, la asumen con un pesado bagaje y un esquema mental detallado sobre el supuesto curso de los acontecimientos. Incluso si cambia el curso -y cambia siempre, y cambia mucho- , siguen aferrados a su esquema. En hechos inesperados creen ver alguna confirmación de lo que ya decían antes. No olvidan nada y, generalmente, no aprenden mucho.
Ya en el siglo XX, otra generación de revolucionarios rusos -especialmente los bolcheviques, pero también otros- esperó la revolución como si pudiera tardar muchas décadas y se dedicó a ella como si pudiese irrumpir a la brevedad. Por eso, los bolcheviques consideraban virtudes cardinales la paciencia y la audacia. No “hicieron” la revolución, pero hicieron todo por ella, mientras no venía, mientras se hacía esperar. E hicieron de la revolución que se demoraba la viga maestra de su actividad en tiempos de calma. Antes, teníamos a revolucionarios sorprendidos por su propio triunfo, como Robespierre , o que luchaban por la victoria sin alcanzarla nunca, como Blanqui. La revolución de Octubre es la primera encabezada por revolucionarios que habían vivido para ese momento.
¿Cómo entra nuestra revolución en esta galería de revoluciones? ¿Cómo entra Varela Gomes en esta galería de revolucionarios? La Revolución de los Claveles fue encabezada por militares inicialmente marcados por una exasperante estrechez corporativa, despertados después a la política cuando intuyeron el inminente colapso colonial-fascista. No necesitaron ver la revolución, ya en la calle, para aderir a ella; precisaron oler, olfatear la putrefacción de la dictadura y la llegada del colapso. La burguesía fue sorprendida sin partidos, los militares fueran sorprendidos sin ninguna cultura política.
Lo que para nosotros Varela Gomes tenía de único y precioso cuando, ya tarde, lo descubrimos, es que era un revolucionario experimentado, con formación sólida y convicciones anteriores a la euforia del PREC; y al mismo tiempo un revolucionario que había conservado la audacia y la espontaneidad asimiladas en la gran ola delgadista de finales de la década de 1950.
La experiencia militante lo protegió de las tentaciones espontaneístas, viniesen desde la derecha o desde la izquierda. No se dejó llevar por la embriaguez tan corriente en aquellos tiempos, de ver “en cada esquina un amigo”.[14] Por detrás de verborreas pseudo marxistas adoptadas a las apuradas, y recibidas con los brazos abiertos por un “unitarismo” ingenuo, veía siempre los hombres de carne y hueso, que ya había encontrado en otras circunstancias. Como militar conocía por dentro y por fuera al Ejército que lo expulsó, a los camaradas que renegaron de él, a la casta de oficiales con su historial de crímenes de guerra y connivencias con la dictadura. Miraba con saludable escepticismo la euforia espontánea sobre el MFA, “movimiento de liberación” -euforia que era la madre de casi todos los oportunismos del PREC.
Esa experiencia militante lo protegía también contra ciertos impulsos espontáneos surgidos de la base. Ya quemado con iniciativas bienintencionadas, advirtió a los paracaidistas contra el paso que iban a dar en noviembre de 1975. Pero la advertencia que les dirigió estaba inspirada por una identificación profunda con esos militares repetidamente engañados y manipulado por la jerarquía. La solidaridad que mantenía con los insurrectos no dependía del mayor o menor acatamiento que dieran a sus advertencias. Así, acabó adhiriendo a la acción que había desaconsejado con vehemencia.
Aquí volvemos a encontrar al “espontáneísta” de 1958-1962, que nunca dejó de existir bajo la lucidez del militante madurado en la prisión y la conspiración - el “espontaneista” que también encontramos en anteriores momentos del PREC, sobre todo ante el golpe del 11 de Marzo. Cuando las jefaturas militares se mantenían en silencio, cuando los grandes partidos vacilaban - el PS con una prolongada y más que ambigua expectativa, el PCP con el recelo inicial de errar por precipitación-, Varela Gomes se negó a perder tiempo, se negó a enredarse en discusiones interminables con jerarquías militares o aparatos partidarios.
Una vez que se asentó el polvo, fue acusado de “usurpación de funciones”. Muchos años después, no se se había convertido en un arrepentido ni trataba de tapar el sol con un colador. A los ecos de esa acusación seguía respondiendo que efectivamente había cometido una “usurpación revolucionaria”, porque ese día la revolución se habría perdido si se hubiese quedado esperando que la jerarquía ejerciera sus competencias y atribuciones formales. Tenía el sexto sentido de la acción directa, no como iniciativa nacida arbitrariamente en la cabeza de los revolucionarios, sino como algo que en situaciónes críticas simplemente exigía el buen sentido y tenía por eso la potencialidad de convertirse en una acción de masas.
La audacia espontánea frente al peligro mortal que representaba el golpe de del 11 de Marzo consolidó la fama de Varela Gomes como incontrolable, que actuaba siguiendo impulsos individualistas. Y es verdad que no adeudaba sermones pedidos. Alguna de las decisiones más importante que tomó provenían de un impulso individual, como mucho después de consultar a sus compañeros más cercanos, en la 5ª División.
Pero también es verdad que no había en el PREC ninguna dirección revolucionaria que supiera hacer esa síntesis: frenar la euforia oportunista, las acciones precipitadas; y, al mismo tiempo, conservar la espontaneidad revolucionaria para tomar instantáneamente decisiones inaplazables. Varela Gomes no fantaseó con la existencia de un colectivo -MFA o partido- que, de hecho, no existía. Sin haber teorizado sobre el tema, hizo lo que alguien en su posición podía hacer para crear espacio y dar oportunidad al desarrollo de la dirección revolucionaria que faltaba.
¿Qué queda de su “individualismo incontrolable”, de su “testarudez” y “autoritarismo”, cuando vemos que cuestionó las revueltas de Beja y del 25 de Noviembre y después adhirió a ambas, y en ambas eligió a arriesgar su vida al lado de los compañeros que no consiguió convencer? Queda el rechazo a disciplinarse a cualquier aparato militar o partidario y al mismo tiempo, una disciplina y una lealtad absoluta ante los imperativos de lucha. Lealtad que hubiera sido seguramente mucho más fácil de mantener para alguien que, con ligereza, sobre estimara las posibilidades de éxito.
Varela Gomes encabezó la revuelta de Beja en los años 1960, fue señalado como jefe de la revuelta de los paracaidistas en los años 1970, y participó en la actividad ultra minoritaria de la revista Versus en los años 1980. No buscaba el éxito garantizado, ni el éxito a cualquier precio, ni se engañaba con facilidades imaginarias. Su extensa experiencia política lo había dotado del “pesimismo de la razón” en dosis que habrían sido insoportables para alguien con menos fibra de luchador. Pero, al entrar en acción, sobrepasaba a todos los entusiastas de la víspera, ahora sorprendidos por los obstáculos imprevistos. Después del “pesimismo de la razón”, llegaba la hora del “optimismo de la voluntad”.
Y ese no era sólo el precepto de todas las luchas -“on s’engage et puis … on voit”-, aún de las que comienzan mal y a pesar de todo es necesario tratar de ganar. Era también una lección de vida, para los núcleos militantes, los grupos, los colectivos cercanos a él, y para las generaciones contemporáneas o futuras a la que debe llegar, como en una botella lanzada al mar, el mensaje que es también un voto de éxito: “Que outros triunfem onde nós fomos vencidos”.
[1] Traducción al español y notas al pie de Aldo Casas.
[2] Excolonia portuguesa, hoy parte de la India.
[3] General de la Fuerza Aérea, conocido por sus partidarios como "el general sin miedo", se opuso a la dictadura de Salazar y murió asesinado en España a manos de la policía secreta portuguesa
[4] Principal dirigente del PCP, ya fallecido.
[5] La União Nacional (UN).
[6] La omnipresente policía política del régimen.
[7] Principal revista de oposición democrática al régimen.
[8] Período inicial del gobierno de Marcelo Caetano, en donde se ensayó una cierta modernización social y liberalización política.
[9] Comisión Democrática Electoral, organización frentista para intervenir en el proceso electoral, influenciada por PCP.
[10] La JSN fue el órgano de poder militar que se creó en abril de 1974, presidido por Spínola, antes aún de que fuera designado el Primer Gobierno Provisorio.
[11] El Comando Operacional del Portugal continental estaba compuesto fuerzas militares especiales (Fusileros, Paracaidistas, Policia Militar, Comandos y el Regimiento de Artillería de Lisboa). Lo comandaba Otelo Saraiva de Carvalho.
[12] Asamblea del MFA en que se impusieron las posiciones de “los Nueve” y fueron desbancados los sectores cercanos al PCP y a la “izquierda militar”.
[13] “Soba” es un jefe tribal.
[14] Estrofa de “Grándola Vila Morena”.