20/04/2024

István Mészáros: una apuesta al futuro

Lukács dijo alguna vez, mientras trabajaba en su última obra, la Ontología del ser social, que le hubiese gustado retomar el proyecto de Marx y escribir El capital de nuestros días; investigar el mundo contemporáneo, la lógica que lo gobernaba, los nuevos elementos de su procesualidad, y así objetivar una actualización de los nexos categoriales presentes en El capital.
Lukács  pudo imaginarla, pero ni siquiera pudo empezar tal empresa. Le cupo a István Mészáros, uno de los más destacados colaboradores de Lukács, entregar una significativa contribución para la realización, al menos parcial, de esta monumental y por cierto, colectiva, obra.
Radicado cerca de la Universidad de Sussex (Inglaterra), donde es Professor Emeritus, István Mészáros, ya era responsable de una vasta producción intelectual, donde se destacan Marx's Theory of Alienation (1970), Philosophy, Ideology and Social Science (1986) y The Power of Ideology (1989), Beyond Capital (1995) y Socialism or barbarism (2001), entre otros libros, publicados en distintos países del mundo.  
Yo vou hablar en esta mesa sobre estos dos ultimos libros, Más allá del capital y Socialismo o Barbarie. Beyond Capital [Más allá del capital] es, sin embargo, su libro de mayor envergadura y configura una de las más agudas reflexiones críticas sobre el capital, sus formas, engranajes y mecanismos de funcionamiento sociometabólico, condensada en más de dos décadas de intenso trabajo intelectual. Mészáros emprende una demoledora crítica al capital y realiza una de las más fértiles, provocativas y densas reflexiones sobre la sociabilidad contemporánea y la lógica que la gobierna. Como no podemos aquí tratar el vasto campo de complejas problemáticas desarrolladas por el autor, intentaremos indicar algunas de sus tesis centrales, marcando los elementos analíticos presentes en Más allá del capital

Podemos comenzar afirmando que, para Mészáros, capital y capitalismo son fenómenos distintos y la identificación conceptual entre ambos hace que todas las experiencias revolucionarias ocurridas en el siglo XX, desde la Revolución Rusa hasta los intentos más recientes de constituir una sociabilidad socialista, se mostraran incapacitadas para superar el “sistema de metabolismo social del capital”, es decir, el complejo caracterizado por la división jerárquica del trabajo, que subordina sus funciones vitales al capital, bajo la mediación del Estado.

El capital, segundo el autor, antecede al capitalismo y también lo sobrevive. El capitalismo es una de las formas posibles de realización del capital, una de sus variantes históricas, como ocurre en la fase caracterizada por la subsunción real del trabajo al capital. Así como existía el capital antes de la generalización del sistema productor de mercancías (ejemplificado por el capital mercantil), del mismo modo se puede observar una presencia del capital después del capitalismo, a través de la constitución de aquello que él denomina, por ejemplo, como el “sistema del capital poscapitalista”, que tuvo vigencia en la URSS y en el resto de los países del este europeo durante varias décadas del siglo XX. Estos países, a pesar de tener una configuración poscapitalista, fueron incapaces de romper con el sistema de metabolismo social del capital.
Para Mészáros, el sistema de metabolismo social del capital es más poderoso y abarcativo, siendo su núcleo constitutivo la tríada capital, trabajo y Estado, y estando estas tres dimensiones fundamentales del sistema materialmente estructuradas e interrelacionadas. Es, por lo tanto, imposible superar al capital sin la eliminación del conjunto de los elementos que comprende el sistema. No basta con eliminar uno, o hasta dos de sus polos. Los países poscapitalistas, la URSS en primer lugar, mantuvieron intactos los elementos básicos constitutivos de la división social jerárquica del trabajo, que configura el dominio del capital. La “expropiación de los expropiadores”, la eliminación jurídico-política de la propiedad, realizada por el sistema soviético, “dejó intacto el edificio del sistema del capital”.
El desafío, por lo tanto, es superar la tríada en su totalidad, que incluye a su pilar fundamental, el sistema jerarquizado del trabajo, con su alienante división social, que subordina el trabajo al capital, teniendo al Estado político como legitimador.
Mészáros sintetiza:
Dada la inseparabilidad de las tres dimensiones del sistema del capital, que están completamente articuladas –capital, trabajo y Estado–, es inconcebible emancipar al trabajo sin simultáneamente superar al capital y también al Estado. Esto es así porque, paradójicamente, el material fundamental que sustenta al capital no es el Estado sino el trabajo, en su continua dependencia estructural del capital [...]. Mientras que las funciones controladoras vitales del metabolismo social no sean efectivamente tomadas y autónomamente ejercidas por los productores asociados, mientras permanezcan bajo la autoridad de un control personal separado (es decir, un nuevo tipo de personificación del capital), el trabajo en cuanto tal continuará reproduciendo el poder del capital sobre aquél, manteniendo y ampliando materialmente la regencia de la riqueza alienada sobre la sociedad.
Siendo un sistema que no tiene límites para su expansión (al contrario de los modos de organización social anteriores, que buscaban, en alguna medida, atender a las necesidades sociales), el sistema del metabolismo social del capital se constituye como un sistema social incontrolable. Fracasaron en la búsqueda por controlarlo tanto los innumerables intentos efectuados por la socialdemocracia como la alternativa de tipo soviético, toda vez que ambas terminaron siguiendo lo que el autor denomina la línea de menor resistencia al capital.
La transformación en un modo de metabolismo social incontrolable y el origen de sus propias contradicciones y defectos estructurales se explican así:
Primero, la producción y su control están separados y se encuentran diametralmente opuestos el uno al otro.
Segundo, en el mismo sentido y en presencia de las mismas determinaciones, la producción y el consumo adquieren una independencia extremadamente problemática y una existencia separada, de modo que el más absurdo y manipulado ‘consumismo’, en algunas partes del mundo, puede encontrar su horrible corolario en la más inhumana negación de las necesidades elementales para millones de seres.
La principal razón por la cual este sistema escapa de todo control se manifiesta, precisamente, porque “emergió, en el curso de la historia, como una estructura de control ‘totalizante’, de las más poderosas, [...] dentro de la cual todo, incluyendo los seres humanos, deben ajustarse, poniendo a prueba su ‘viabilidad productiva’ o, por el contrario, perecer. Es impensable otro sistema de mayor control e inexorabilidad –en ese sentido ‘totalitario’– que el sistema del capital globalmente dominante”, que impone “su criterio de viabilidad en todo, desde las menores unidades de su ‘microcosmos’ hasta las mayores empresas transnacionales, desde las más íntimas relaciones personales hasta los más complejos procesos de toma de decisiones en los consorcios monopólicos industriales, favoreciendo siempre al más fuerte contra el más débil”.
Es, “en este proceso de alienación, que el capital degrada al sujeto real de la producción, el trabajo, a la condición de una objetividad reificada –un mero factor de producción– [...] El trabajo debe ser realizado para reconocer a otro sujeto por encima de él, aunque, en verdad, este último sea sólo un pseudo- sujeto”.
Constituyéndose como un modo de metabolismo social, en última instancia incontrolable, el sistema del capital es esencialmente destructivo, en su propia lógica. Esta es una tendencia que se acentuó en el capitalismo contemporáneo y que llevó a Mészáros a desarrollar la tesis, central para su análisis, de la “tasa de utilización decreciente del valor de uso de las cosas. El capital no trata a los valores de uso (los cuales responden directamente a las necesidades) y a los valores de cambio como si estuvieran separados, pero subordina de varias maneras, radicalmente, los primeros a los segundos”.Lo que significa que una mercancía puede variar de un polo a otro, o sea, desde tener su valor de uso realizado, en un polo, hasta no haber sido usada jamás, en el otro, sin que por esto deje de tener, para el capital, una utilidad expansionista y reproductiva.
Según Mészáros, esta tendencia decreciente del valor de uso de las mercancías, al reducir la vida útil y de este modo agilizar el ciclo reproductivo, se ha constituido en uno de los principales mecanismos a través de los cuales el capital está logrando su inconmensurable crecimiento a lo largo de la historia.
El capitalismo contemporáneo profundizó la separación entre, por un lado, la producción volcada a satisfacer genuinamente las necesidades y, por el otro, la producción para atender las necesidades de la autorreproducción del capital. Cuanto más aumenta la competencia intercapitalista, más nefastas son las consecuencias. Pero existen dos que son particularmente graves: la destrucción y/o precarización, sin paralelos en toda la era moderna, de la fuerza humana que trabaja y la degradación creciente del ambiente, la relación metabólica entre el ser social, la tecnología y la naturaleza, que conducida por la lógica del capital se subordina a los parámetros de éste y del sistema productor de mercancías.
La conclusión es terminante: “bajo las condiciones de una crisis estructural del capital, sus contenidos destructivos aparecen en escena, activando el espectro de una incontrolabilidad total, de una forma que prefigura la autodestrucción, tanto del sistema reproductivo social como de la humanidad en general”.
Como ejemplo de esta tendencia, agrega el autor, “es suficiente pensar en la monstruosa asimetría entre la población de los EEUU –menos del 5% de la población mundial– y su consumo del 25% del total de los recursos energéticos disponibles. No es preciso una gran imaginación para calcular lo que ocurriría si el 95% restante adoptase el mismo patrón de consumo”.
Expansionista, destructivo e incontrolable en sus límites, el capital asume cada vez más la forma de una crisis endémica, como un depressed continuum, una crisis acumulativa, crónica y permanente: “crisis estructural cada vez más profunda, al contrario de su mecánica anterior, cíclica, que alternaba fases de desarrollo productivo con momentos de ‘tempestad’”.La falta de resolución de su crisis estructural actual hace emerger en su horizonte visible el espectro de la destrucción global de la humanidad.
La única alternativa para evitar la destrucción es la actualización histórica de la alternativa socialista.
Aquí surge otro conjunto central de tesis que, en la obra de Mészáros, promueven importantes significaciones políticas. Al estar imposibilitados de desarrollarlas dentro de los límites de esta presentación, indicaremos su sentido más directo: la ruptura radical con el sistema de metabolismo social del capital (y no solamente con el capitalismo) es, por su propia naturaleza, global y universal, siendo imposible su realización en el ámbito del socialismo en un sólo país.
Para el autor, el hecho de que las revoluciones socialistas hayan ocurrido en países considerados como los eslabones más débiles de la cadena, países económicamente atrasados, no altera la complejidad del problema ni la dificultad de la transición. La necesidad de alterar radicalmente el sistema del metabolismo social del capital será, para Mészáros, aguda e intensa también para los países capitalistas avanzados.
Como es la lógica del capital que estructura su metabolismo social y su sistema de control en el ámbito extraparlamentario, cualquier intento de superar este sistema de metabolismo social que se restrinja a la esfera institucional o parlamentaria está condenado al fracaso. Sólo un vasto movimiento de masas radical y extraparlamentario puede ser capaz de destruir el sistema de dominio social del capital.
Consecuentemente, el proceso de autoemancipación del trabajo no puede restringirse al ámbito de la política. Esto es así porque el Estado moderno es entendido por el autor como una estructura política que comprende el mando del capital, como un prerrequisito para la conversión del capital en un sistema dotado de viabilidad para su reproducción y esto expresa un momento constitutivo de la propia materialidad del capital.
Entonces se establece un nexo fundamental: el Estado moderno es inconcebible sin el capital, que es su real fundamento, y el capital, a su vez, necesita del Estado como su complemento necesario. La crítica radical al Estado gana sentido solamente si hace centro en la destrucción del sistema de metabolismo social del capital.
Como un desdoblamiento de la tesis anterior, la critica de Mészáros a los instrumentos políticos de mediación existentes es también enfática: los sindicatos y los partidos, tanto en sus experiencias de tipo socialdemócrata, como la variante de los partidos comunistas tradicionales, de “vanguardia”, de estructura estalinista o neoestalinista, fracasaron en su intento de controlar o superar al capital.
El desafío mayor del mundo del trabajo y de los movimientos sociales, que tienen como núcleo la clase trabajadora, a la que denominé clase-que-vive-del-trabajo, es crear e inventar nuevas formas de actuación, autónomas, capaces de articular íntimamente las luchas sociales, eliminando la separación, introducida por el capital, entre acción económica (realizada por los sindicatos) y acción política parlamentaria (realizada por los partidos políticos). Esta división favorece al capital, que fractura y fragmenta aún más el movimiento sociopolítico de los trabajadores.
Los individuos sociales, en tanto productores asociados, solamente podrán superar al capital y a su sistema de metabolismo social desafiando radicalmente la división estructural y jerárquica del trabajo y su dependencia del capital en todas sus determinaciones. Un nuevo sistema metabólico de control social debe instaurar una forma de sociabilidad humana autodeterminada, que implica un rompimiento integral con el sistema del capital, de producción de valores de cambio y con el mercado. El desafío central, por lo tanto, está en encontrar, según Mészáros, un equivalente racionalmente controlable y humanamente compensador de las funciones vitales de la reproducción de la sociedad y del individuo, que serán realizadas, de una u otra forma, por todo el sistema de intercambio productivo, donde es preciso asegurar finalidades conscientemente escogidas por los individuos sociales, que les permita realizarse a sí mismos como individuos y no como personificaciones particulares del capital o del trabajo alienado. En esta nueva forma de sociabilidad o nuevo sistema de metabolismo social reproductivo, la actividad humana se estructurará bajo el principio del tiempo disponible, un modo de control autónomo, autodeterminado y autorregulado.
Un libro profundo, sólido, riguroso y polémico que el lector está desafiado a leer, pues presenta otro conjunto de tesis centrales; por ejemplo, las indicaciones analíticas hechas en relación con la cuestión femenina, la efectiva emancipación de la mujer de las diversas formas de opresión; la temática ambiental (literalmente vital) que se caracteriza por el combate contra la destrucción, sin precedentes, de la naturaleza. Ambas no pueden ser integradas de manera resolutiva por el capital y su sistema de metabolismo social, y por lo tanto, plantean efectivas posibilidades de articulación con el potencial emancipatorio del trabajo. Son movimientos emancipatorios dotados de una cuestión específica [single issue], que se integran al proceso de autoemancipación de la humanidad.
            Si Más allá de El Capital me parece la obra más importante de István Mészáros, su corolario político de combate es esta pequeña obra que ahora publica Ediciones Herramienta con el título: El siglo XXI: ¿socialismo o barbarie?
Contra la falacia del fin del imperialismo en la era de los imperios, Mészáros hace una crítica actualizada, valiente y áspera, que muestra la conformación agresiva de los Estados Unidos en esta fase de profunda destrucción del medio ambiente, precarización del trabajo, masacre de los pueblos, pérdida de los sentidos y significados humanos y sociales. Es en este marco que los EEUU vienen imponiendo al mundo una política destructiva en su expresión (casi) límite, propia de la fase del imperialismo hegemónico global.
Escrito antes de los hechos del 11 de septiembre, el libro (también publicado en Inglaterra, EEUU, Italia, la India y Brasil) tuvo un sentido claramente premonitorio: lo que ocurrió en aquella fecha fatídica, así como sus consecuencias, no son, según el autor, una aventura política y militar del “gran poder”, sino la más evidente manifestación de la crisis estructural del capital, su carácter insoluble y su maraña de contradicciones.
En la presente obra El siglo XXI: ¿socialismo o barbarie?, se podrán encontrar indicaciones y pistas desafiantes sobre los nuevos significados del imperialismo hegemónico global y la virulencia de los EEUU, el fracaso de la política grotescamente llamada “modernización del Tercer Mundo”, el papel de China y Japón en el mundo actual y la condición degradada del subimperialismo británico (tan arrogante como servil), así como los desafíos y contemporaneidad de la alternativa socialista.
John Bellamy Foster ha dicho recientemente en Monthly Review, en contraposición a la tesis del imperio sin centro, que el lector encontrará en este texto “una interpretación por completo diferente, que considera al imperialismo de los EEUU como factor central en la crisis terrorista”. Un terrorismo que tiene muchas dimensiones y consecuencias, tal como se puede desprender de las palabras de István Mészáros:
tal vez la más seria de las actuales tendencias de dominación económica y cultural sea la forma voraz y terriblemente delictiva en que los Estados Unidos se apoderan de los recursos de energía y de materias primas del mundo [...], con un daño inmenso y creciente para las condiciones ambientales de supervivencia humana. Dentro del mismo espíritu, los EEUU continúan el proceso de sabotaje activo de todos los esfuerzos internacionales que buscan alguna forma de control que limite y reduzca en alguna medida la actual tendencia catastrófica de daño ambiental, que ya no puede seguir siendo negada ni aun por los más empedernidos apologistas del sistema.
Creo que lo dicho hasta aquí evidencia la complejidad, radicalidad y profundidad de sus últimas obras. Estos comentarios deben ser tomados como una pequeña muestra de la vitalidad intelectual de István Mészáros, alumno y seguidor (libre) de Lukács, que emprende una crítica demoledora a la lógica contemporánea del capital. Se puede disentir con muchas de sus tesis por su carácter contundente, por la enorme amplitud comprensiva, por su ambición abarcativa, que, sabemos, genera mucha controversia y polémica. Pero, en este inicio de siglo, Mészáros realiza uno de los diseños mas críticos y más osados contra el capital y sus formas de control social, contra el imperialismo hegemónico global, en momentos en que se avizoran síntomas de una vuelta al pensamiento vigoroso y radical.
Me gustaría concluir recordando que István Mészáros realiza una síntesis sin duda fundamentalmente inspirada en Marx (particularmente, en las magistrales indicaciones de los Grundrisse), y también Rosa Luxemburgo y la radicalidad de la su Crítica de la economía política, quien también lo inspira manifiestamente. Pero también es fundamentalmente tributario de la matriz ontológica de Lukács (de quien fue un “discípulo herético”) El resultado es una síntesis original, que revisa nuestro pasado y nuestro presente, ofreciendo un manantial de herramientas para aquellos que apuestan a un futuro más allá del Capital y de su imperialismo hegemónico global.
                                                                                 

 

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