23/12/2024

ISIS, el estado islamico y la contrarrevolución: hacia un análisis marxista

Por Anne Alexander , ,

 

A cuatro años de las revoluciones árabes de 2011, las esperanzas que encendieron estos levantamientos parecen haberse extinguido totalmente. Libia, Siria e Irak representan sombrías variaciones sobre el tema de los “estados fallidos”.[1]  Mientras tanto, una coalición militar de potencias occidentales y sus aliados árabes, dirigida  por Estados Unidos está actuando de vuelta en el norte de Irak y Siria, justificando su intervención con la misma retórica “humanitaria” que dio cobertura  a la catastrófica ocupación de Irak luego de 2003. En Egipto la dictadura se ha resucitado de una forma más violenta y sangrienta aún que en los peores días del gobierno de Hosni Mubarak, matando a más de 1.000 seguidores de la Hermandad Musulmana en un solo día, el 14 de agosto de 2013, encarcelando a más de 40.000 presos políticos durante el año siguiente y creando un nuevo culto de la personalidad del mariscal de campo Abdel-Fattah el-Sisi. El férreo control de la represión en Bahréin no se ha aflojado desde el aplastamiento del levantamiento que hubo en ese país en 2011.

 Cerniéndose sobre todo esto, al menos en la visión de la región que emerge de los medios occidentales, está el ascenso del Estado Islámico de Irak y Siria (a partir de aquí usaremos el acrónimo inglés: ISIS, N. del T.), ahora conocido simplemente como el Estado Islámico o por su acrónimo arábigo, Dáesh. Este grupo yihadí violento y sectario tomó  el control de Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, en junio de 2014, haciendo huir al ejército iraquí. Ha cautivado a los medios occidentales con atrocidades muy publicitadas, incluyendo la decapitación de  ciudadanos británicos y estadounidenses y la brutalidad sistemática contra las mujeres y las minorías religiosas y musulmanas de otros orígenes que el de ellos. Mientras avanzaban a través del occidente y el norte de Irak. Los combatientes del ISIS llevaron a cabo masacres y limpiezas étnicas, incluyendo las ejecuciones masivas de miembros de la religión Yazidi, Los presos chiitas en las cárceles iraquíes y los hombres de la tribu de Albu Nimr, por mencionar solamente unos pocos ejemplos.[2]
¿Por qué fascina tanto el ISIS? Una se tienta a reducir el impacto del grupo a la pornografía en internet de su violencia y espera que mirando para otro lado se agotará y se extinguirá. Pero esto deja demasiadas preguntas sin respuestas. ¿Es un estado neo-wahabita calcado del modelo de los Emiratos, construidos hace dos siglos por los ancestros de la familia reinante saudí y los predicadores islámicos que eran sus aliados? ¿Una banda de mercenarios extranjeros dirigidos por caudillo comunal demasiado ambicioso? ¿El pegamento político y militar que mantiene unido a un nuevo alineamiento de la “elite sunita” en Irak? ¿O una red transnacional de jihadistas extranjeros? Su aparición, ¿refleja la “falla geológica” sunita-chiita? ¿Qué pasa con los kurdos? ¿Qué rol han jugado en su aparición los EE.UU., los estados del Golfo Pérsico e Irán?
Este artículo representa un esfuerzo para poder responder algunas de estas preguntas. Abordaremos varias tareas: primero, trazar un marco teórico general para el análisis del ISIS desde una perspectiva marxista, y luego estudiar el contexto iraquí en el que se enraizó el ISIS, seguido por un análisis de la interacción entre la derrota de la revolución siria y la consolidación del gobierno autoritario de Nouri al-Maliki en Irak luego de 2008. Este enfoque en Irak refleja el papel clave que jugaba la actual dirección iraquí del ISIS. Abu Bakr al-Baghdadi, que ha dirigido al grupo desde 2010, de quien se dice que es de Samarra, el crisol de la guerra civil de sectas en 2006-7, aunque en esa época estaba aparentemente en una cárcel estadounidense en Camp Bucca en el sur de Irak, y fue liberado recién en 2009.[3]                   
Finalmente ubicaremos al ISIS en el contexto de la crisis de los movimientos islámicos reformistas como consecuencia  de las revoluciones de 2011. Los niveles generales y específicos de este análisis se hallan profundamente relacionados. La catástrofe que ha envuelto a Irak refleja la acción de procesos globales y regionales, pero la magnitud de esa catástrofe a su vez ha intensificado a esos mismos procesos. El debilitamiento de la hegemonía estadounidense como resultado concreto de la derrota militar en Irak subyace bajo es ascenso relativo de potencias regionales como Irán y Arabia Saudita, y ha puesto en movimiento un proceso fractal que creó las condiciones para la consolidación de nuevos estados embrionarios como el de los kurdos en el norte de Irak.[4] ¿Seguirá una pauta similar el ISIS? Sus líderes han  hecho una apuesta histórica a que pueden estabilizar no sólo un nuevo estado, sino un nuevo tipo de estado: la primera avanzada de un califato transnacional. Hay muchas razones para cuestionar su criterio, así como hay muchas razones para oponerse a la estrategia adoptada por los EE. UU. y sus aliados para “tratar con el ISIS” mediante los bombardeos. Sólo el resurgimiento de las formas de lucha social y política que relacionan a los pobres y oprimidos de la región a través de las diferencias de creencias religiosas, idiomas o culturas podrá ofrecer una verdadera alternativa a ambos.
 
Neoliberalismo, sectarismo e imperialismo
 
La adopción del neoliberalismo por las clases dominantes, que comenzó hace 40 años en toda la región es el marco de referencia sobre el que se pueden cartografiar los otros fenómenos que estamos discutiendo. Aunque no hay espacio aquí para analizar detalladamente el desarrollo del neoliberalismo en el Medio Oriente, hay tres puntos clave que son de particular importancia para el análisis que proponemos.[5]  Primero, el neoliberalismo no implicó el repliegue de la economía por parte del estado. Por el contrario, como afirma Sameh Naguib, la adopción de políticas neoliberales creó “una relación aún más íntima entre el estado y el capital”[6]. Las industrias y servicios estatales redituables fueron asignadas para la privatización, mientras otras encaraban abandonos y cierres eventuales, pero este proceso creó nuevas amalgamas del estado y el capital privado, donde la “privatización” frecuentemente significaba la venta de activos públicos a los hijos e hijas de los funcionarios del partido gobernante.[7]                       
También hubo verdaderos cambios en los servicios asistenciales y otros servicios públicos, cuando las políticas neoliberales volcaron una mayor proporción de sus costos sobre los pobres, mientras promovían su transformación en mecanismos de generar ganancias. Quienes no podían pagar a las grandes empresas para su atención médica y su educación se dirigieron entonces a otros proveedores “privados”: las instituciones religiosas y de beneficencia. Paradójicamente, los beneficiarios políticos de este proceso fueron a menudo los movimientos de oposición islámicos que combinaban la provisión de servicios caritativos para los pobres y la clase media baja con las invocaciones a una mayor devoción personal y a una resistencia cultural contra el “estado laico”[8].
Aunque es tentador pensar que este largo camino de cambio social crearía una tranquila transición al nuevo orden económico y político, en realidad este proceso intensificó al desarrollo desigual y combinado de la región. La desigualdad aumentó en las economías a nivel nacional,[9] y también entre ellas. Esto también acentuó las fricciones causadas por la combinación de rasgos de diferentes fases del desarrollo capitalista.[10] Por falta de espacio, sólo subrayaremos dos ejes específicos de desigualdad que han resultado ser particularmente importantes.
El primer eje es la fricción causada por el desarrollo desigual en el interior de las economías nacionales, con algunas áreas y sectores que se integran más rápidamente en los mercados globales y en las corrientes de inversiones que otros. El veloz progreso de la Revolución Siria de 2011, a través de las provincias y los suburbios urbanos más empobrecidos que se habían convertido en los hogares de decenas de miles que abandonaron los centros agrarios frente a una devastadora sequía entre 2008 y 2010, es un ejemplo.[11] Las tres regiones más pobres del país, Deir Ezzor, Hassaka y Raqqa,[12] son también las que han sido la cuna de la consolidación del ISIS en Siria.
El segundo ejemplo, igualmente importante, es el creciente peso del capital del Golfo en Medio Oriente y a escala global. Como lo demuestra Adam Hanieh, los circuitos que abarcan a los grupos del capital productivo, comercial y financiero han comenzado a jugar un rol crucial en la región en general: al invertir en producción y servicios, y utilizando préstamos, diplomacia y amenazas para accionar a través de las políticas neoliberales que tienden a abrir nuevos mercados[13]. Esta desigualdad hizo de los Estados del Golfo unos actores regionales más poderosos que lo que habían sido en el pasado, capaces de influir en los resultados de la revolución en Egipto y Siria, en un caso, apoyando la contrarrevolución dirigida por los militares, y trabajando para la hegemonía de las facciones armadas islamistas sobre la lucha militar en el otro.             
El neoliberalismo no barrió completamente las relaciones políticas y sociales de la fase anterior del capitalismo, sino se combinó con ellas en nuevas e inestables amalgamas. Once  años después de la invasión de EE. UU., el Banco Mundial lamentó en su “Evaluación del clima iraquí de inversiones” en 2012, que la economía de Irak todavía estaba dominada por el estado: “el sector privado hoy tiene un rol o presencia limitados, y los incentivos para su expansión están ausentes”[14]. Esto no significa que la aplicación de los principios neoliberales en la economía no tuviera efectos: pues reconfiguraron profundamente a la política y la sociedad iraquíes. Este proceso primero vació al estado detrás de su fachada baathista bajo las sanciones durante la década de los años noventa, y después lo aplastó parcialmente y reconstituyó un nuevo sistema autoritario dirigido por partidos y milicias sectarias, a partir de 2003.   
El segundo pilar para nuestro análisis es el enfoque de Karl Marx para comprender de dónde provienen las ideas. Ya sea que estemos examinando las creencias religiosas en general,  determinadas ideologías sectarias o las perspectivas políticas de movimientos islamistas específicos, un análisis marxista debe partir de la premisa general de que estas ideas tienen una vida propia, separada de la realidad material. En el caso del Medio Oriente, muchos analistas de la corriente hegemónica tradicional van más allá, afirmando que las creencias religiosas de los seres humanos que viven allí determinan la realidad material, de modo que a la región solo se la puede comprender a través del prisma de sus “antiguos odios”[15]. No es casual que las ideas expresadas por los combatientes del ISIS son descritas frecuentemente usando metáforas extraídas de la biología o la epidemiología. Alastair Crooke, en un artículo ampliamente leído, presenta al ISIS como una “mutación” del “gen wahabita”; en otras palabras, del trasplante de la ideología desarrollada por Muhammad Ibn Abd-al-Wahhab, el predicador árabe del siglo XVIII, y sus seguidores en el curso de la larga alianza de su movimiento con la dinastía Al Saud.[16]             
El problema con esos abordajes no es que siempre sean sustancialmente equivocados: Crooke ciertamente tiene razón cuando dice que el “wahabismo” difundido por la política oficial saudita ha sido recogido por grupos que corren el riesgo de convertirse en una amenaza para el propio régimen saudí. Pero al hacer de las ideas, en lugar de la acción humana, la fuerza motivadora de la historia, confunden las formas en las que cambia la sociedad. Como lo explica Chris Harman, “los seres humanos no pueden actuar en forma independiente de sus circunstancias. Pero esto no significa que pueden ser reducidas a ellas. Están continuamente implicados en “negar” al mundo material objetivo a su alrededor, en reaccionar sobre esto de tal manera que lo transforman y también se transforman.”[17]
La verdadera historia de Irak cuenta un relato muy diferente del cuadro simplista que se presenta en los medios. Las comunidades religiosas, lingüísticas, étnicas y tribales no son, y jamás han sido, un simple mosaico de piezas discretas o individuales. En Irak, por ejemplo, el matrimonio entre los musulmanes sunitas y chiitas era relativamente común hacia mediados del siglo XX. El islam sunita y chiita cruza a través de las divisiones lingüísticas entre los kurdos árabes y turkmenos, mientras que hay confederaciones tribales con miembros sunitas y chiitas[18]. Más aún, todas estas “comunidades” están divididas por clases sociales: los terratenientes, empresarios y altos funcionarios estatales que afirman representar al conjunto, por supuesto, tienen intereses muy diferentes a los de la mayoría del pueblo.
Sin embargo, aunque estos clivajes sociales horizontales, particularmente los que se basan en las relaciones sociales que se forman en el curso de la producción, ofrecen un cuadro “más verdadero” de la sociedad iraquí que las divisiones verticales basadas en la creencia religiosa o la pertenencia tribal, 20 años de guerra, sanciones y la ocupación posterior han creado una nueva base material para la conciencia sectaria. Los clérigos que pueden incrementar el atractivo de sus sermones dando a las familias de los feligreses un acceso al generador eléctrico de la mezquita, o los líderes tribales cuyas relaciones con los funcionarios gubernamentales proveen el acceso a empleos y el clientelismo para sus seguidores, crean relaciones sociales que ayudan a fortalecer la relación de diferentes clases sociales a pesar de sus “verdaderas” relaciones contradictorias. La fortaleza o la debilidad de estas relaciones sociales no pueden ser medidas en forma aislada de la fortaleza o la debilidad de otras relaciones sociales. En una sociedad fragmentada por la guerra civil, donde millones han huido de sus hogares, la oferta de un empleo para combatir para un líder tribal o una milicia sectaria, puede significar la diferencia entre la vida o la muerte para los individuos y sus familias. En contextos como estos habrá pocas oportunidades para los trabajadores para poner a prueba a la solidaridad de clase en la práctica.
Asimismo, el punto de partida para comprender a los movimientos islamistas no puede basarse simplemente en las ideas que estos articulan, sino en su contenido social: en otras palabras, la relación entre sus miembros y líderes y las divisiones de clase en la sociedad. Los movimientos islamistas de masas, como la Hermandad Musulmana, generalmente contienen contradicciones sociales enormes en el seno de sus estructuras, con los intereses de clase de la dirección que a menudo difieren de las aspiraciones de los miembros provenientes de la clase obrera, los pobres urbanos o las clases medias más bajas[19]. El ISIS tiene, y siempre lo ha tenido, como movimiento, un carácter muy diferente. Es una organización elitista, militar, que, como estudiaremos con más detalles más abajo, está arraigada en la competencia entre las facciones armadas sectarias en el Irak ocupado por los EE. UU.
Esto no significa que la organización no pueda beneficiarse por las aspiraciones contradictorias de las personas de diferentes clases sociales a un cambio político o social, y la derrota o marginación de otras fuerzas que aparecieron para impulsar estas esperanzas. Por ejemplo, el ISIS  ha prosperado al aparecer ofreciendo a los sunitas en Irak protección contra la opresión sistemática que sufren de parte de los partidos islamitas sectarios chiitas que dirigen el estado iraquí. Sin embargo, el programa totalmente sectario del ISIS, combinado con su estructura militar y el rechazo de todo programa por un cambio político o social que el pueblo común y ordinario podría hacer propio, significa que los socialistas revolucionarios no pueden utilizar el mismo punto de vista hacia esa organización que el que utilizamos en relación con Hamas, Hezbollah u otras fuerzas armadas islamistas.[20] A diferencia de estas organizaciones, que a veces ofrecieron una ruta desviada hacia la expresión de las verdaderas reivindicaciones sociales y políticas para el pueblo común, la política del ISIS representa un callejón sin salida.
El tercer anclaje de nuestro esquema es un análisis marxista del imperialismo en la región, y específicamente el catastrófico impacto de la intervención estadounidense en Irak. Como lo ha examinado en profundidad Alex Callinicos en esta publicación y en otras partes, el fracaso de este “vanaglorioso proyecto” ha tenido profundas consecuencias a nivel global y regional.[21] Como se señaló antes, la sobrecarga imperial de los EE. UU. en Irak, combinado con las acciones del neoliberalismo a un nivel regional, crearon un proceso fractal de centros con periferias desgastadas en varias dimensiones. El relativo relajamiento de la hegemonía estadounidense le dio a las potencias regionales más espacios para maniobrar entre sí, y también creó espacios para que surgieran actores nuevos e impredecibles como el ISIS. Sin embargo, las intervenciones imperialistas posteriores para “corregir” los problemas generados por sus intervenciones previas, ya sea con ataques con bombardeos o desplegando “las botas sobre el terreno”, reafirmarán las declaraciones del ISIS de estar defendiendo al pueblo bajo su dominio o prepararán la escena para el surgimiento de movimientos posteriores. Aunque no tenemos espacio aquí para estudiar apropiadamente la relación entre el imperialismo en el Medio oriente y el surgimiento del racismo y la islamofobia en Europa y  los EE. UU., estos procesos están íntimamente relacionados, y alimentan a su vez la enajenación que afecta a algunos de los reclutas extranjeros del ISIS.             
El punto de partida final sobre el que se basa nuestro análisis es una interpretación del rol de la acción humana al determinar el resultado de los “procesos” impersonales y a largo plazo. En un sentido, esta es una cuestión sobre la relación entre diferentes escalas del análisis. Una de las grandes fortalezas del marxismo revolucionario es su capacidad para relacionar la acción individual y colectiva con abstracciones que nos ayudan a comprender mejor cómo funciona la sociedad. El análisis marxista ofrece una perspectiva excepcional porque comprende el tipo de acción que ofrece una verdadera alternativa al ISIS: la intervención activa de las masas, de personas comunes y corrientes por toda la región en  la lucha por las exigencias de pan, libertad y justicia social, que se convirtieron en las consignas de las revoluciones de 2011.
 
Irak luego de 2003: el “consociacionalismo”  y el neoliberalismo integran al sectarismo en la sociedad
 
La ocupación estadounidense de Irak en 2003 puso en movimiento procesos que transformaron al estado y a la sociedad iraquíes, y condujeron directamente (aunque no inevitablemente) a la resurgencia del ISIS en 2014. Los funcionarios estadounidenses se esforzaron por crear una “democracia consociacional”, donde el poder estaría repartido entre representantes de las diferentes religiones y comunidades nacionales de acuerdo a un sistema de cuotas. El enfoque consociacional para gobernar a Irak actuó con el neoliberalismo extremo, defendido por figuras como Paul Bremer, nombrado para dirigir la Autoridad de la Coalición Provisional como consecuencia de la invasión, para producir una combinación tóxica en una sociedad fragmentada por las sanciones, la guerra y la ocupación. Los funcionarios estadounidenses confiaban en que podrían mantener los mecanismos puestos en movimiento en 2003 trabajando a su favor, presionando al equilibrio del poder sectario en la dirección “correcta” de vez en cuando, cuando fuera necesario. En realidad, el sistema que crearon rápidamente escapó a su control, y sólo pudo ser corregido temporalmente por una enorme inyección de dinero y tropas durante el “crecimiento” de 2007-2008.
Es importante poner los acontecimientos posteriores a 2003 en un contexto correcto. Ciertamente, la sociedad iraquí antes de 2003 no estaba libre del sectarismo. El régimen baathista había usado largamente al sectarismo y alentaba los conflictos étnicos en sus esfuerzos por mantenerse en el poder. Por ejemplo, su propaganda retrataba a todos los grupos chiitas de oposición como una “quinta columna” que trabajaba para el vecino Irán e instaló a ciudadanos árabes en áreas del norte de Irak con mayorías de kurdos, para afirmar el control sobre las ciudades norteñas ricas en petróleo de Kirkuk y Mosul. Sin embargo, el impacto del sectarismo en la sociedad era mitigado por varios  factores, incluyendo la mezcla de iraquíes de diferentes orígenes religiosos entre el personal empleado por el estado. La capital, Bagdad, tenía una gran población kurda, aún en el momento más álgido de la guerra brutal de Saddam Hussein contra la insurgencia kurda en el norte,[22] y, a pesar de los esfuerzos de algunas fuerzas islamistas chiitas de persuadirlos por lo contrario, la mayoría de los soldados conscriptos iraquíes chiitas no desertó ni se alineó con sus correligionarios iraníes durante la guerra Irán-Irak. Más aún, el legado de las grandes luchas políticas de los años 1940 – 1960, dominado por la competencia entre corrientes seculares como el Partido Comunista y el propio Partido Baath en el contexto de altos niveles de huelgas y protestas sociales, todavía ejercía influencia en una generación de activistas de mayor edad.[23]
Sin embargo, la derrota de las fuerzas iraquíes en 1991, y el empobrecimiento de la sociedad iraquí como resultado del régimen de sanciones que se impuso inmediatamente luego creó un campo mucho más fértil para que el sectarismo se arraigara en la sociedad. Conmovido por el impacto del levantamiento que comenzó en el sur, el régimen baathista buscó desesperadamente aliados que pudieran ejercer un poder militar y político en nombre del estado. Saddam Hussein creó una Oficina de Asuntos Tribales para manejar las relaciones con los líderes tribales que se habían fortalecido por el debilitamiento del gobierno central. También se presentó como un gran líder sunita, movilizando campañas de fe y cortejando al establishment religioso sunita. Al mismo tiempo el debilitamiento de las instituciones estatales bajo la aplastante presión de las sanciones internacionales creó espacios en los que las instituciones religiosas expandieron sus actividades, ofreciendo asistencia social, educación y servicios médicos a una población cada vez más desesperada.[24]
Desde el mismo comienzo, aún antes de entrar en Bagdad, los funcionarios estadounidenses decidieron tratar a Irak como un país compuesto por distintas comunidades que competían entre sí. Esta visión de la sociedad iraquí parece haberse basado en las estimaciones aproximadas de los porcentajes de los chiitas árabes, los kurdos sunitas y los árabes sunitas, reflejado en un mapa de Irak que circulaba ampliamente entre funcionarios estadounidenses en 2003.[25] Desde el principio, en el Irak de Norteamérica se consagró al “equilibrio” de las sectas y en consecuencia su corolario, la competencia entre ellas.[26]
La práctica de la muhasasa, o el uso del sistema de cuotas sectarias para los nombramientos, fue implementada por los partidos políticos, cuya supervivencia estaba relacionada con el sectarismo cristalizado. Como lo explica Toby Dodge, es un sistema “que en efecto,  ha privatizado al estado iraquí. El sistema ha permitido a la elite política iraquí vaciar los activos estatales para beneficio personal y financiar a los partidos que representan”.[27]
Una de las principales razones de por qué este proceso  se escapó rápidamente de control fue su interacción con el asalto neoliberal sobre la infraestructura remanente de Irak. Paul Bremer aplicó rápidamente leyes que abrían por la fuerza al sector público, al sistema de asistencia social y a los servicios médicos para su privatización.[28] Sin embargo, aunque inicialmente las corporaciones estadounidenses recaudaron mucho dinero fácil con el proceso de contrataciones, no fueron los inversores internacionales los principales beneficiarios del desmembramiento parcial del estado iraquí, sino los caudillos locales, líderes de milicias y partidos sectarios quienes pudieron convertir a muchas de sus instituciones en protecciones extorsivas altamente lucrativas.[29]
Los ganadores políticos iniciales de este proceso fueron los partidos islamistas chiitas más cercanos a los EE. UU., como el partido Da’wa y su rival, el Consejo Supremo Islámico de Irak (CSII). Ellos encabezaron los esfuerzos para movilizar el apoyo chiita a la ocupación sobre una base sectaria,  intentando socavar el éxito de otras fuerzas islámicas chiitas, como el movimiento de Moqtada al-Sadr, que se oponía a los Estados Unidos. Los aliados kurdos también se beneficiaron, cuando el jefe de la Unión Patriótica de Kurdistán (UPK), Jalal Talabani, fue nombrado presidente iraquí en 2005. La UPK y la otra importante facción kurda, el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), dirigido por Masoud Barzani, mientras tanto, consolidaron su control en las regiones de mayoría kurda en el norte de Irak, que había logrado la independencia de hecho durante la década de 1990 bajo la protección de los EE. UU., que habían prohibido los vuelos en esa zona.[30]  
Las crecientes convocatorias para la solidaridad comunitaria chiita por parte de los partidos islámicos chiitas aliados de los EE. UU. reflejaban el peligro que una insurgencia sunita y chiita combinada representaba para el nuevo establishment político. Aunque sus ataques no fueran coordinados entre sí, el simple hecho de que la ocupación estaba siendo atacada al mismo tiempo por combatientes en la ciudad “sunita” de Fallujah  y las ciudades “chiitas” Sadr City y Naja amenazaba con trastornar los mecanismos con los que los EE. UU. y sus aliados estaban intentando de gobernar Irak. Las encuestas de opinión en marzo y mayo de 2004, encargadas por importantes periódicos estadounidenses y hasta por la misma Autoridad Provisional de la Coalición, revelaban que el 80 por ciento de los iraquíes en las áreas mayoritariamente sunitas y chiitas consideraba a las tropas estadounidenses como ocupantes, y el 81 por ciento quería que se fueran, a pesar de que las áreas sunitas eran las más afectadas por  la opresión.[31]         
Fue un problema tanto militar como político, como lo demostraba el hecho de que en 2004 las tropas chiitas rechazaron las órdenes de marchar sobre Fallujah con los EE. UU. para reprimir a la resistencia de esa ciudad.[32] Pero finalmente, los EE. UU. y sus aliados lograron abortar el comienzo de un alineamiento coordinado entre los insurgentes en las áreas mayoritariamente sunitas y chiitas. Aislaron y asaltaron áreas en el Irak occidental que eran los centros de la resistencia militar, en particular Fallujah. Esto se complementó con una estrategia para fortalecer la idea de un interés “chiita” común en asegurar su poder en las estructuras emergentes del estado post-baathista. En este aspecto, la intervención del Ayatola Ali al-Sistani, una figura clave en la estructura clerical chiita, fue crucialmente importante. Al-Sistani favoreció enérgicamente la participación en las elecciones parlamentarias de 2005, dificultando así extremadamente para los líderes chiitas anti-estadounidenses, como Moqtada al-Sadr, el apoyo a las convocatorias de los insurgentes sunitas para un boicot.[33]       
     
El crecimiento de Al Qaeda en Irak, la Sahwa, y el “ascenso”
 
Durante los años 2004 y 2005 se desvaneció la posibilidad de construir alianzas políticas y militares contra los EE. UU., que superaran las divisiones entre las distintas sectas religiosas. Un factor importante fue la consolidación de un acuerdo entre los principales partidos islamistas chiitas, con el objetivo de tomar el control del aparato del estado (y la incapacidad de las fuerzas chiitas anti-ocupación, como el Ejército Mahdi de Moqtada al-Sadr, para impedir ese acuerdo). Otro factor importante fue la estrategia estadounidense de aplastar la resistencia militar con asaltos en gran escala sobre Fallujah y otras ciudades en la provincia de Anbar. Estos eventos crearon el espacio en el que pudieron crecer grupos yihadistas sunitas, como Al Qaeda en Irak (AQI). AQI fue fundado por el islamista jordano Abu-Musab al Zarqawi en 2004, luego de que su pequeño grupo de combatientes jurara lealtad a la organización al Qaeda de Osama bin Laden. El atractivo  del AQI en el occidente de Irak estaba relacionado en su mayor parte con el hecho de que los combatientes del grupo habían ganado una reputación de eficacia en sus ataques a las tropas estadounidenses, pero sus líderes se centraban en desatar una guerra civil sectaria, con atentados con bombas a los santuarios y sitios de peregrinaje chiitas.[34] Mientras tanto, las alas armadas de diversas facciones chiitas, incluyendo la Brigada Badr del CISI y el Ejército Mahdi, estaban operando como escuadrones de la muerte dentro de la policía y las fuerzas de seguridad, matando y torturando  a cientos de iraquíes.[35] El bombardeo de la mezquita chiita al-Askari en febrero de 2006 desató una campaña sistemática de limpieza étnica en Bagdad, transformando a lo que habían sido hasta entonces vecindades religiosamente mezcladas y en paz, en enclaves segregados, que  forzaban a huir de ellos a los que estaban del lado “equivocado” de la división sectaria.[36]   
La alianza temporaria entre grupos yihadistas y otros combatientes anti-ocupación en el occidente de Irak planteaba un enorme problema militar y político para los ocupantes. Los éxitos en batallas en sitios fijos como los asaltos sobre Fallujah crearon condiciones para una insurgencia perpetua. En 2006 parecían haber dado un paso adelante al romper la alianza táctica entre las fuerzas yihadistas y otros grupos armados de la provincia de Anbar. Conviene que describamos con  algunos detalles al “Despertar” (sahwa en arábigo). Comenzó siendo una asociación militar localizada entre las fuerzas estadounidenses y varios líderes tribales de la provincia de Anbar. Los ocupantes proporcionaban entrenamiento, salarios y armas a los voluntarios anbaris que se unieron a ellos para luchar contra AQI.[37] La alianza inicialmente estaba promovida por líderes tribales de segunda o tercera fila, que gracias a su predominio a través del Sahwa eclipsaban a los líderes tribales más prominentes que habían huido al exilio debido a los altos niveles de violencia.[38] Algunas fuentes insinuaron que AQI representaba un desafío social a la autoridad de estos líderes tribales y atraía a algunos de los que estaban marginados en la jerarquía tribal.[39]
El alineamiento entre AQI y otros grupos insurgentes también de Anbar estuvo en gran parte basado en su evaluación de que las fuerzas de EE.UU. representaban la principal amenaza a la seguridad de la población local. La experiencia de la ciudad de Fallujah con la ocupación y el gobierno iraquí fue extremadamente amarga. Por ejemplo, la ciudad fue sitiada y luego asaltada por las tropas estadounidenses dos veces en 2004:
 
La ofensiva de 2004 destruyó el 70 por ciento de la infraestructura de la ciudad incluyendo 36.000 edificios, 8.400 negocios, tres cañerías para la purificación de agua y dos centrales eléctricas. Cuando regresaron los civiles, las fuerzas estadounidenses los registraron con sus huellas digitales y escaneos del iris. Cuando se entraba o salía de la ciudad, cada uno tenía que mostrar una tarjeta de identidad biométrica personal emitida por los EE. UU.[40]
 
Sin embargo, AQI desaprovechó rápidamente su credibilidad, al lanzar campañas brutales de asesinatos e intimidación para imponer su autoridad sobre sus aliados y las áreas bajo su control. Su táctica sectaria también causó repulsión entre muchos nativos de Anbar, que ciertamente se sentían alienados y marginados por el creciente sectarismo del estado iraquí, pero no aceptaban emprender una guerra civil sectaria con represalias.[41] Las narraciones provenientes de la historia oral oficial del ejército estadunidense sobre Despertar (que tiene más de 300 páginas) evidencian el intenso trabajo que pusieron los oficiales estadounidenses para “ganar corazones y mentes”. Una entrevista con “Miriam”, la esposa de un oficial de policía iraquí, describe el trabajo de la “Capitana Stephanie”, que era la oficial que operaba con ella y otras mujeres en una ONG local:
 
Stephanie distribuye productos. La llamamos “Santa” o “Mama Claus”. Stephanie ayudó a la gente a amar la seguridad. También ayudó a las mujeres a conseguir empleos. Ella pone las reglas sobre quién debería ser tomado: busca graduados universitarios desempleados para maximizar el empleo (…) En esos momentos, la insurgencia estaba creciendo. No había raciones disponibles, salvo a través de Stephanie. Ella trajo un camión lleno de alimentos y provisiones – 1.500 raciones.[42]
 
Afuera de la provincia de Anbar, el programa “Hijos de Irak” (cuya abreviatura en ingles es SOI),  apoyado inicialmente por las fuerzas de EE. UU.,  fue un intento de transferir la experiencia de “Despertar” a otras zonas mayoritariamente sunitas. Las fuerzas de ocupación llegaron a reclutar 100.000 voluntarios, en su mayor parte sunitas, en todo Irak, pagándoles 300 dólares por mes. A medida que mejoraba la situación de la seguridad, los comandantes estadounidenses prometieron a los voluntarios de SOI que eventualmente se los emplearía en las fuerzas de seguridad regulares de Irak, o en el servicio civil. En 2009 se entregó oficialmente el programa al gobierno iraquí, a pesar del hecho de que el régimen de Nouri al-Maliki “consideraba a miles de sunitas armados como una amenaza estratégica”, y por tanto disolvió a las unidades del SOI, y en algunos casos acompañó esta disolución con ejecuciones extrajudiciales o exilios.[43]   
El “Despertar” y el programa “Hijos de Irak” fueron parte de una estrategia estadounidense más amplia de un “ascenso” en las tropas que aumentó al número de sus soldados en Irak a 166.000 hacia 2007. Fueron estas “botas sobre el terreno” y el enorme compromiso financiero que las acompañó lo que hizo del “Despertar” un éxito temporario. Como admite tácitamente David Petraeus, el comandante de la fuerza de ocupación en Irak durante este período, en un largo y arrogante informe publicado en octubre de 2013, hubo un cambio clave en la táctica de las fuerzas estadounidenses después de 2007, que fue esencialmente la reconquista de Bagdad, barrio por barrio, estableciendo bases locales, en pequeña escala, para las tropas ocupantes que previamente habían estado concentrado en grandes bases lejanas a la población local.[44]
Sin embargo, un examen más detenido subraya el motivo por el que ese éxito fue en última instancia superficial y efímero. El “Despertar” no fue en sí mismo una ruptura con la estrategia del dividir y reinar sectario. Simplemente representaba los esfuerzos de Estados Unidos por “reparar” el equilibrio sectario a favor de las elites sociales y políticas árabes sunitas en el Irak occidental, luego de que los combatientes de la región habían demostrado que no podrían ser desalentados por otros medios. Los factores lubricantes fueron el dinero, los empleos y las armas, mientras los métodos brutales de AQI ayudaban a los Estados Unidos alienando a sus seguidores potenciales. El “Despertar” no hizo nada para cuestionar la sectarización del estado; por el contrario, contribuyó a su mayor fragmentación, creando otro cuerpo de hombres armados que pertenecían casi exclusivamente a un grupo religioso específico.
 
El predominio de Al-Maliki y el fracaso del estado sectario     
    
En muchos aspectos, los años que siguieron a la “victoria” del ascenso de los Estados Unidos en 2008 repitieron un patrón lamentablemente familiar desde el período 2003-2006. Las elites políticas sunitas de Irak occidental intentaron negociar un lugar para ellos mismos en el seno del aparato estatal sectarizado. Sus esperanzas se habían incrementado por la cooperación con los EE. UU. y abordaron a sus rivales islamistas chiitas, como Nouri al-Maliki del Partido Da’wa, con renovada confianza. Las elecciones de 2010 al principio parecieron augurar un “re-equilibrio” de las facciones políticas y sectarias en el estado: el bloque electoral Al-Iraqiyya ganó la mayoría de los escaños, con el bloque “Estado de Derecho” de Maliki saliendo segundo.  Al-Iraqiyya era una alianza trans-sectaria de partidos dirigida por el ex-baathista Iyad Allawi, que incluía a grupos con fuertes raíces en las áreas de mayoría sunita de Irak.
La reacción de Maliki ante esta inesperada derrota fue anular los resultados e imponer un gobierno del “Estado de Derecho” bajo su liderazgo. Sus seguidores en el poder judicial emitieron sentencias que socavaban la reclamación de Al-Iraqiyya a formar el nuevo gobierno. En diciembre de 2011 había arrestado a guardaespaldas que trabajaban para el vicepresidente sunita, Tariq al-Hashemi, y basado en sus confesiones, ordenó enjuiciar a Hashemi, bajo los cargos de organizar el terrorismo y a escuadrones de la muerte, que terminó con una sentencia a muerte in absentia para el más importante político sunita en el estado iraquí. También fueron acusados otros prominentes políticos sunitas, como el ministro de finanzas Rafi’a al-Issawi. El arresto de guardaespaldas de al-Issawi, acusados de terrorismo en diciembre de 2012 desencadenó un generalizado movimiento de protesta por todo Irak occidental.
 Mientras tanto, en un segundo plano, Maliki prosiguió una implacable campaña para afirmar su control personal sobre las dispersas fuerzas armadas iraquíes. No conforme con usar pautas sectarias de nombramientos para asegurar que los comandantes chiitas predominaran en los niveles militares superiores, Maliki creó una estructura de comando totalmente nueva, mediante Comandos de Operaciones regionales que respondían personalmente a él a través de la Oficina del Comando en Jefe (OCEJ). Finalmente fortaleció a las milicias sectarias y escuadrones de la muerte chiitas, como el Asa’ib Ahl-al-Haq, un grupo escindido del ejército Mahdi de Moqtada al-Sadr, del que se piensa que opera al menos parcialmente bajo el comando de Maliki. El control de Maliki sobre el ejército iraquí y su utilización de los grupos sectarios paramilitares, se entrelazó a través de la Oficina del Comando En Jefe, que purgaba a los oficiales del ejército que habían combatido contra las milicias chiitas.[45]
Es importante comprender las características específicas del régimen de Maliki, pues ayudan a explicar la velocidad con que colapsó el ejército iraquí en Mosul. Sistemáticamente usó la retórica sectaria para fortalecer su propio poder y socavar el de sus rivales, y organizó y facilitó la violencia y discriminación sectaria. Pero el poder de Maliki también era altamente personalizado, y dependía de las redes de sus secuaces en el ejército y las instituciones del estado, incluyendo a los comandantes militares iraquíes que aparentemente huyeron de Mosul antes que sus tropas.[46] De este modo, detrás de esa impresionante fachada autoritaria, que no toleraba críticas, rivalidad o disenso, era también frágil, incompetente y crecientemente disfuncional.
La respuesta inicial en las áreas sunitas de Irak a la ofensiva de Maliki no fue relanzar una acción militar contra las fuerzas del gobierno central, sino todo lo contrario. La represión de Maliki y los ataques a los políticos sunitas desataron un movimiento generalizado de protesta popular que experimentaba con tácticas reminiscentes de las protestas callejeras y ocupaciones de las revoluciones árabes de 2011. El movimiento de protesta parece haber movilizado a amplias capas sociales en las ciudades de Irak occidental como Ramadi y Fallujah, tomando por sorpresa a los políticos experimentados.
En sus etapas iniciales tomaron parte decenas de miles; sus consignas demandaban el fin de la discriminación sectaria contra los sunitas y cuestionaban la utilización por Maliki de la represión bajo la bandera de “lucha contra el terrorismo”. Recibieron al menos un eco retórico por parte de otras figuras políticas, incluida la de Moqtada al-Sadr, quien emitió una serie de declaraciones de apoyo, pero declinó ofrecer algo más que el respaldo verbal para el movimiento. Un violento ataque a uno de los campamentos de protesta en Hawija por las fuerzas de seguridad el 23 de abril de 2013, que mató a 50 personas, fue el punto crucial final en el camino que condujo al rápido resurgimiento de AQI, desatando en respuesta una ola de atentados sectarios con bombas.[47]
Sin embargo, este ciclo de acontecimientos tenía lugar en un mundo que desde 2007 había cambiado en forma significativa. Como se dijo antes, la reacción contrarrevolucionaria contra los levantamientos de 2011 incluyeron un importante aumento en la retórica sectaria por toda la región (y los regímenes del Golfo jugaron un papel decisivo al saturar directamente las ondas aéreas y los medios sociales con ataques de odio anti-chiita y alentar a otros a hacer lo mismo). La cuestión del sectarismo a un nivel regional no estaba por supuesto confinada a la retórica, sino que hacia 2012-2013 había tomado la forma de intervenciones por parte de potencias regionales en el conflicto en una espiral creciente en Siria, con las fuerzas islamistas sunitas armadas por Arabia Saudita, Qatar y otros estados del Golfo confrontando a los islamistas chiitas del Hezbollah apoyados por Irán junto a las tropas de Assad. El régimen de Assad había tomado la decisión inicialmente de movilizar milicias sectarias, como los shabiha, en su mayor parte provenientes de miembros de la secta alawita  de la familia gobernante, pero a medida de que sus intentos por derrotar a la revolución fracasaban, su estrategia se centró cada vez más en transformar la batalla en una guerra civil sectaria que enfrentaba a la elite alawita y otras minorías contra la mayoría sunita y extrayendo un apoyo regional de Irán sobre esa base. Este proceso finalmente marginó y derrotó a las facciones y los comités locales revolucionarios armados que habían dirigido el levantamiento al comienzo.
La transformación de la revolución siria en una guerra civil también tuvo profundas consecuencias para el reavivamiento de AQI en Irak. Creó nuevos espacios donde los combatientes yihadíes podían operar más allá del alcance de ningún estado  y aceleró el proceso de la desintegración de la frontera siria-iraquí, que había estado en curso durante varias décadas. Esto a su vez intensificó las interacciones mutuas entre los grupos yihadíes en Siria e Irak. Los flujos de combatientes, armas y experiencia bélica iban en las dos direcciones a través de esta ahora una vasta región, con Siria funcionando como un territorio interior para los yihadistas iraquíes, quienes pudieron crear simultáneamente una presencia militar eficaz en el conflicto sirio y como resultado relanzarse de vuelta sobre Irak.[48]
Pero mucho mayor fue el cambio que hubo en la fuerza relativa de los Estados Unidos como actor en las luchas sobre el cadáver del estado iraquí, y en términos generales, sobre los recursos del Medio Oriente. Luego de 2011 los EE. UU. no solo no tuvieron las “botas sobre el suelo” que contribuyeron a la “victoria” en el Ascenso, sino que no estuvieron en condiciones de atrasar el reloj y reconquistar a Irak por tercera vez en el espacio de una década. Esto no fue simplemente el resultado de los fracasos militares y políticos que hemos visto anteriormente, sino que también reflejó el impacto de la crisis económica global sobre los Estados Unidos luego de 2008. Se estima que la ocupación de Irak costó un billón de dólares y las vidas de 4.500 soldados.[49] En un mundo sacudido por la más grande crisis económica desde la década de1930, los militares estadounidenses ya no tuvieron el cheque en blanco que se les había dado para solventar su camino hacia la victoria cuando los sueños neoconservadores de un “Nuevo Siglo Norteamericano” parecían una perspectiva realista.
 
¿De las fugas de las cárceles al poder estatal?
 
En 2010 AQI parecía haber sido derrotado. Sin embargo, en dos años, la organización había comenzado a revivir, y hacia septiembre de 2013 el Instituto para el Estudio de la Guerra, un centro de estudios de los Estados Unidos, anunció que era una organización “resurgente”: capaz de operar en todo Irak para desatar una ola de atentados con bombas en automóviles con su firma que estaba comenzando a subir las tasas de víctimas  de vuelta a los niveles de la época de guerra que se había alcanzado en 2008.[50] En enero de 2014 se vio al AQI (ahora rebautizado ISIS luego de anunciar una unificación con la rama siria de Al Qaeda) tomar pleno control de su primera ciudad, Raqqa, en el nordeste de Siria, luego de un fuerte combate con otras fuerzas yihadíes, incluyendo su propia antigua organización hermana en Siria, Jabhat al-Nusra (JN).[51] Seis meses más tarde, cuando Mosul cayó ante sus fuerzas el 10 de junio, el ISIS pareció imparable.
Esta vertiginosa curva ascendente del éxito militar y político oculta transiciones sorprendentes y plantea desafíos que no es probable que el ISIS en su forma actual podrá superar fácilmente, si lo logra. El más serio de estos desafíos está relacionado con el reclamo del ISIS a su condición de estado. La audacia del grupo al imponer su sistema de gobierno en importantes centros poblados en Siria e Irak exige que se transforme de una red guerrillera en un ejército convencional. Al mismo tiempo debe cambiar; de ejercer su extorsión por la protección – cobrando “impuestos” a los tenderos atemorizados – a cobrar verdaderos impuestos y asegurar el suministro de servicios básicos para cientos de miles de personas. Hay muchas razones para dudar de que esto será fácil para una pequeña organización militar elitista que depende de actos espectaculares de violencia para asegurarse la aceptación de su voluntad.
Uno de los principales contrastes entre el ISIS y otros movimientos armados islamistas que han logrado cierto grado de autoridad estatal en áreas bajo su control, como el Hezbollah o el Hamas, se lo puede ilustrar con los medios a través de los cuales AQI comenzó a revivir en Irak durante 2012. Al contrario que Hezbollah, que complementaba su lucha militar con Israel organizado servicios de ayuda social durante décadas antes de haber entrado por primera vez en un gobierno de coalición, AQI parece haberse reconstruido en 2012, a través de una serie coordinada de fugas de presidios. La “Campaña de Fuga de Cárceles” hizo exactamente lo que sugiere su título: los combatientes del AQI abrieron su camino en las prisiones en todo Irak para recuperar a yihadíes con experiencia para sus filas, culminando en un ataque a la prisión de Abu Ghraib el 21 de julio de 2013, que liberó a más de 500 presos.[52]
Mientras tanto, los combatientes de AQI también estaban operando en Siria junto a Jabhat al-Nusra, la rama de Al Qaeda en ese país. Nuevamente, la experiencia militar de AQI ayudó creando oportunidades para que la organización creciera en Siria, donde comenzó a competir con JN y en última instancia con la dirección general de Al Qaeda en Afganistán. Abu-Bakr al Baghdadi, el líder de AQI desde 2010, anunció la unificación del Estado Islámico de Irak (como se había rebautizado AQI en 2006) y Jabhat al-Nusra el 8 de abril de 2013.[53] Esto provocó una furiosa respuesta del  líder de JN, Abu Muhammad al-Jawlani, quien rechazó la unificación e hizo enviar una reprimenda a al-Baghdadi por parte del líder de Al Qaeda, el militante egipcio Ayman al-Zawahiri, quien instruyó a las ramas sirias e iraquí a limitar sus actividades a sus respectivos estados.[54]  
Pero ya se estaban desencadenando eventos en Irak que acelerarían dramáticamente el desarrollo del ISIS, permitiendo a este último eclipsar a su propia organización matriz. A pocos días del anuncio de Baghdadi sobre la fusión con JN, el ejército iraquí había asaltado a un campamento levantado por manifestantes sunitas en Hawija, en la gobernación de Kirkuk, matando a docenas de sus pobladores.[55] Este sangriento golpe final a las manifestaciones de la “primavera sunita” que habían conmovido a Irak Occidental durante meses presagiaba la polarización del movimiento entre quienes comenzaron a buscar soluciones armadas y quienes estaban preparados para llegar a compromisos con el gobierno de Nouri al-Maliki en Bagdad. El momento estaba maduro para la intervención del ISIS, que lanzó una serie de ataques sectarios, mientras las fuerzas gubernamentales iraquíes incursionaban en los barrios sunitas, llevando a cabo arrestos masivos durante las operaciones “antiterroristas” en las provincias de Anbar y Diyala.[56]
En esta etapa, el ISIS todavía era un grupo guerrillero que estaba resurgiendo, evitando a las áreas urbanas y manteniéndose distanciado de los campamentos de protesta. No es probable que haya habido combatientes del ISIS implicados en el enfrentamiento con el ejército iraquí en Hawija, pues las fuerzas militares que apoyaban más estrechamente a las demandas políticas que levantaban los manifestantes eran del neo-baathista Jaysh Rijal al-Tariqa al-Naqshbandiya (JRTN). [57] Ni el ISIS parecía en esta etapa haber recobrado suficiente credibilidad como para poder trabajar con grupos armados locales en la defensa de sus áreas. Esto iba a cambiar dramáticamente en unos pocos meses, cuando el ISIS comenzó a imponer un control formal sobre áreas urbanas en Irak y en Siria, y en algunos casos intentar construir o dirigir instituciones gubernamentales. Esta imposición del control formal no significa que el ISIS ingresara en las ciudades sólo para conquistarlas: la toma de Mosul por el grupo fue precedida por la penetración del ISIS en la ciudad durante varios años.[58]
En las ciudades iraquíes de Ramadi y Fallujah, los combatientes del ISIS aprovecharon la oportunidad que ofreció un nuevo levantamiento de protesta contra otro arresto provocativo de un importante político sunita, Ahmed al-Alwani, acusado de terrorismo por Nouri al-Maliki el 28 de diciembre de 2013. Los manifestantes se lanzaron a las calles en ambas ciudades. Los combatientes del ISIS aparecieron a su lado, plantando su bandera negra en los edificios municipales en Fallujah así como rodearon a Ramadi y tomaron una parte de la principal carretera a Bagdad.[59] En las dos ciudades recibieron diferentes respuestas por parte de las direcciones políticas y militares locales. Los líderes políticos de Ramadi, que en su mayor parte apoyaban al Partido Islámico Iraquí y se preparaban para cooperar con el gobierno en Bagdad, rechazaron al ISIS y convocaron a los residentes locales a trabajar con las fuerzas del gobierno iraquí para expulsarlos. En Fallujah, sin embargo, los líderes políticos y militares intentaron negociar una retirada del ISIS a través de la mediación con un consejo militar propio, recién establecido, en lugar de dejar que el ejército iraquí bombardeara e intentara recapturar la ciudad.[60]
El gobierno de Nouri al-Maliki no hizo nada para disipar los temores de los residentes de Fallujah de que se repitiera la historia de los asaltos sobre la ciudad en 2004. Con las elecciones en el horizonte, convocó a la unidad chiita tras el aplastamiento de la rebelión en Fallujah, como una campaña clave, mientras el ejército iraquí incrementaba su bombardeo de la ciudad sitiada. El consejo militar de la ciudad se vio entonces forzado a hacer un “pacto fáustico” con el ISIS, cooperando con ellos contra el ejército iraquí, pero intentando limitar su rol en el control de la ciudad, que había quedado casi vacía.[61]
La experiencia del ISIS en su gobierno de Raqqa comenzó cuando los grupos rebeldes tomaron la ciudad mientras el control del gobierno sirio colapsaba en marzo de 2013 y los líderes tribales claves cambiaban su antigua lealtad hacia el régimen de Assad.[62] Luego emergió victorioso el ISIS, después de una larga y sangrienta lucha de poderes con otros grupos yihadíes para afirmar su autoridad sobre la ciudad en enero de 2014. No hay indicios de que el ISIS haya concentrado su poder militar en Siria en la batalla por Raqqa para afianzar el control de la ciudad.[63] Hasta la captura de Mosul en junio de 2014, Raqqa representaba el intento más desarrollado del ISIS en construir o dirigir instituciones gubernamentales. En un detallado estudio, en el que utilizó mayormente fuentes mediáticas sociales, Gabriel Garroum Pla confecciona una lista con una variedad de diferentes instituciones estatales en Raqqa, a las que el ISI  reclamaba como instituciones de su nuevo estado, que incluía escuelas, panaderías, medios de información y tribunales. Los medios de información sociales del ISIS afirmaban que un oficial de “protección al consumidor” controla a las medicinas falsificadas, el Departamento Awqaf (Patrimonio Religioso), percibe impuestos y rentas de las tiendas y negocios, mientras la Oficina de Cobranza Unificada recibe los pagos por las facturas de electricidad, agua y teléfono. Estos servicios se ofrecían en un sistema de gobierno que también incluye despliegues espectaculares de violencia pública, como las ejecuciones públicas regulares  y la crucifixión  los cuerpos de las víctimas, la quema pública de materiales ilícitos como el alcohol y los cigarrillos, y la institución de puestos de control de la “Dignidad”, donde se interroga a los ciudadanos sobre su observación personal de la versión del ISIS sobre el ritual sunita.[64]
Los informes desde Mosul son escasos, pero entrevistas con residentes en octubre y noviembre de 2014 sugieren que el ISIS está intentando implementar un sistema de gobierno similar al que instituyó en Raqqa. “Mays”, una maestra, habla de cambios en el currículo, con decretos del ISIS que prohíben temas como el arte y la educación física, e imponiendo códigos estrictos de vestimenta para los alumnos. “Faisal” describe la severa escasez de agua y de energía eléctrica, mientras “Nizar” relata cómo habían sido entregadas a los miembros del ISIS las casas que habían pertenecido a la población cristiana de la ciudad.[65] Otros informes anónimos a través de los medios sociales pintan un panorama similar de aguda escasez de agua  en una ciudad superpoblada con refugiados de otras partes de Irak, con precios siderales de los combustibles, y el temor enorme y generalizado a las represalias del ISIS contra los disidentes.[66]                    
El giro de dirigir operaciones guerrilleras a gobernar la vida cotidiana en grandes ciudades abre la posibilidad de abrir enormes contradicciones para el ISIS. Raqqa es la sexta mayor ciudad de Siria y tenía una población de 220.000 habitantes en 2004, mientas que Mosul es la segunda ciudad más grande en Irak, con una población de entre 1 millón y medio y dos millones de habitantes. A cierto nivel, la intensificación de las contradicciones en las ciudades bajo su control confrontará al ISIS con los mismos dilemas que encara cualquier gobernante: cómo equilibrar la coerción y el consenso para impedir que quienes son gobernados descubran su poder para derrocar al sistema que los oprime. Aquí es donde la brutalidad que es la marca de fábrica del ISIS puede ser tanto una desventaja como una ventaja: el temor y el horror tienen su utilidad en el corto plazo, pero son difíciles de mantener indefinidamente.
A un nivel militar, la apuesta del ISIS por su condición de estado plantea severos desafíos. La transición desde una red guerrillera clandestina a una fuerza armada más convencional, con territorio para perder, requiere crear nuevas estructuras de comando, suministrando diferentes armas y entrenamiento, y dominar diferentes tipos de tácticas. Hasta ahora ha parecido que los combatientes del ISIS pueden utilizar[67] los equipos estadounidenses capturados, pero los éxitos rápidos pueden igualmente disiparse en forma rápida, mientras las líneas de suministro se estiran y los combatientes tienen que desviar recursos para manejar a poblaciones agitadas. Sin embargo, no es nada seguro que el gobierno del ISIS implosione bajo el peso de sus propias contradicciones, como sucedió en Irak en 2006. Pueden aparecer otros factores en juego, donde aquí incluimos el impacto de la intervención occidental. Junto a las noticias sobre el descontento y la miseria en los territorios bajo su dominio, también hay frecuentes informes sobre cómo los bombardeos estadounidenses empujan a otros grupos armados a aliarse con el ISIS para autoprotegerse. Hay informes sobre los combatientes del Ejército Sirio Libre  y facciones islamistas en Siria buscando alianzas con el ISIS a fines de noviembre del año pasado, mientras se intensificaban los bombardeos estadounidenses.[68]         
 
La contrarrevolución y la crisis del islamismo reformista
 
El contexto final para el surgimiento del ISIS es la crisis del islamismo reformista como consecuencia de las revoluciones de 2011 y las contrarrevoluciones que las siguieron. Los levantamientos populares que atravesaron la región a comienzos de 2011 estaban cargados de promesas y peligros para las principales organizaciones islamistas, tales como Ennahda en Túnez y la Hermandad Musulmana en Egipto y Siria. El éxito de las manifestaciones callejeras y las huelgas en sacudir las estructuras del poder parecieron ofrecer una oportunidad histórica para sus dirigentes, para negociar nuevas aperturas para ellos mismos en los respectivos estados, excediendo en mucho las modestas conquistas que habían logrado a lo largo de años de un paciente trabajo electoral. Pero las mayores organizaciones islámicas reformistas[69] que ganaron elecciones y formaron gobiernos, en particular la Hermandad Musulmana en Egipto, quedaron atrapadas entre el movimiento que todavía se movilizaba desde abajo por un lado, y las estructuras que resurgían del viejo régimen por el otro. Incapaces  de contener a las continuas manifestaciones sociales y políticas, y restaurar la “normalidad” que anhelaban los inversores potenciales y grandes franjas de la clase media, e igualmente ineficaces para confrontar al centro de la “máquina militar-burocrática” del estado, cayeron del triunfo a la tragedia en el término de un año. Al derrocamiento del presidente de la Hermandad Musulmana, Mohamed Mursi, por los militares egipcios el 3 de julio de 2013, le siguió el asesinato en masa de sus seguidores en las protestas en El Cairo y en Giza y una ofensiva contrarrevolucionaria para borrar todas las huellas de la revolución de 2011. Por lo tanto, esta ofensiva no estaba dirigida solamente contra la Hermandad, sino también a toda la amplia coalición de hecho de las fuerzas que se habían unido en el levantamiento contra Mubarak: activistas de izquierda y liberales,  trabajadores en huelga, e islamistas por fuera de la Hermandad que se identificaban con las demandas básicas de la revolución: pan, libertad y justicia social.
A nivel regional, el principal respaldo para la contrarrevolución de Abdel-Fattah el-Sisi llegó de los estados que representan a los capitales del Golfo. Estos capitales optaron por reinstaurar el viejo orden de Mubarak en lugar de operar a través de los reformistas islámicos como la Hermandad Musulmana. Aquí, la desigualdad en el desarrollo regional operó para intensificar la contrarrevolución. Sin la confianza en que los masivos recursos financieros de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos (y más recientemente Qatar) estaban tras él, ¿habría tenido Sisi la audacia de cometer crímenes de esa magnitud? Notemos aquí que los gobernantes wahabitas de Arabia Saudita tomaron decisiones basados estrictamente en su juicio sobre quién sería el actor más seguro para restaurar las condiciones para el  rendimiento de sus inversiones, no en su presunta afinidad ideológica con las corrientes islamistas.[70] En Siria, la contrarrevolución llegó desde dos direcciones: desde un régimen autoritario “secular” que en realidad estaba llevando a cabo una guerra civil sectaria como su estrategia básica de supervivencia, y luego desde el gradual resurgimiento del propio ISIS que superó a otras facciones opuestas a Assad para imponer su dominio sobre las áreas controladas por los rebeldes, como ya hemos descrito anteriormente.
Siempre existió la posibilidad de que la derrota de las corrientes islamistas reformistas por parte de los regímenes autoritarios restablecidos, o su eclipse por otras fuerzas, condujera a un resurgimiento de alternativas, particularmente las de los yihadíes. La historia del islamismo egipcio está llena de ejemplos de este movimiento pendular. Sayyid Qutb, cuyas ideas sobre la permisibilidad de la rebelión contra la tiranía han inspirado a generaciones de yihadistas, fue un reformista desilusionado que se volcó hacia el terrorismo vanguardista cuando la consolidación del dominio de Gamal Abdel Nasser en Egipto lo convenció de que no podía confiarse ni en el estado existente ni en un movimiento popular desde abajo para proporcionar el tipo de sociedad que él quería ver.
La derrota catastrófica de los movimientos islamistas reformistas a una escala regional se ha cruzado con la dinámica de los acontecimientos específicos en la sociedad iraquí, proyectando al ISIS para llegar a una audiencia más amplia, y permitiéndole rivalizar con la dirección histórica de Al Qaeda por la lealtad de quienes buscan organizaciones poderosas y triunfantes que parecen poder desafiar al imperialismo y a las dictaduras. El ISIS también es atractivo en el contexto de esa derrota porque ofrece falsas explicaciones y construye nuevas narrativas de la victimización, proporcionando otros blancos para su ira y decepción: chiitas, cristianos, “mujeres impúdicas”. Muy probablemente hay otras dinámicas de frustración y alienación que están operando sobre los reclutas del ISIS provenientes de Europa: la ira ante los crecientes niveles de racismo e islamofobia en el contexto de las interminables intervenciones imperiales en el Medio Oriente.
Sin embargo, esto no significa que podemos esperar ver espectáculos del estilo del ISIS a lo largo del Medio Oriente. Como hemos bosquejado en este artículo, la dinámica específica de Irak desde 2003 ha interactuado con la derrota de la revolución siria para crear una zona de intensa competencia entre las potencias regionales, y nuevos actores políticos y militares, como el propio ISIS, en la región de al-Jazira [“la isla”, nombre histórico que tomó la región de tierras altas y planicies de la alta Mesopotamia, luego de la conquista árabe-islámica en el siglo VII. N. del T.], que se encuentra entre Irak, Siria, Turquía y el Kurdistán. Estas condiciones no se presentan en la mayor parte de la región, y lo que es más importante, gran parte del resto de la región tiene una experiencia mucho más rica del tipo de luchas desde abajo que son la verdadera alternativa al ISIS.
Es por eso que también es crucial captar la importancia del año 2011 como una ruptura con el pasado. La crisis revolucionaria fue al mismo tiempo la detonación de las tensiones acumuladas entre los aspectos sociales y políticos de la transición desde el capitalismo de estado hacia el neoliberalismo (si podemos usar estos términos abreviados para una realidad confusa y compleja) y la negación potencial de todo el proceso. Es importante distinguir aquí entre la idea de que el año 2011 creaba la posibilidad de una reversión del neoliberalismo, en otras palabras, la restauración de los regímenes capitalistas de estado que anhela la izquierda nacionalista y estalinista de la región, y la idea de que creaba el potencial para abrir un camino hacia una clase completamente diferente de sociedad.
Por supuesto, aún en las alturas vertiginosas de la ola revolucionaria, mientras los regímenes a lo largo de la región estaban conmovidos bajo el impacto de los más grandes levantamientos populares que el mundo ha visto en décadas, todavía habría habido un muy largo camino a recorrer antes de que lo potencial se hiciera realidad. Pero el tema clave aquí es que las revoluciones de 2011 hicieron posibles a otros futuros, además del neoliberalismo. Más aún, y esto es sobre todo la razón por la que las revoluciones negaron potencialmente la trayectoria de las décadas previas, fue la acción de millones de personas comunes y ordinarias la que detonó la crisis revolucionaria en primer lugar. Marcharon por las calles, hicieron huelgas, ocuparon sus lugares de trabajo, organizaron comités populares, forzaron la apertura de las cámaras de torturas de los regímenes, y tomaron las armas en una escala que pocos habían imaginado que fuera posible. Acerca de la explosión de la revolución en 2011, no había nada inevitable. Esta ruptura no fue simplemente una consecuencia natural del desplazamiento de las placas tectónicas ni la realineación de las estrellas: fue creada por la lucha desde abajo.
Y no es casual que dichas luchas fueran, desde el inicio, profundamente antisectarias, en la forma y en el contenido. Las banderas, lemas y cantos antisectarios, dominaron la plaza Tahrir en Egipto durante el levantamiento contra Mubarak, y fueron las consignas de las primeras etapas de los levantamientos en Bahréin y en Siria. La ola revolucionaria también desató un movimiento masivo contra el sectarismo en El Líbano por primera vez en décadas. Esta no fue una aberración temporaria, sino una expresión del contenido de clase de las revoluciones: los verdaderos clivajes horizontales que unen a los trabajadores y los pobres a lo largo de la región, frente al neoliberalismo y el imperialismo. 
 
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Artículo cedido gentilmente por la autora para su traducción y publicación en Herramienta. Ha sido publicado el 5 de enero de 2015 por International Socialism, a quien agradecemos también el permiso otorgado para incluirlo en nuestra revista.
 
Traducción por Francisco T. Sobrino.
 
 
[1] Sameh Naguib, Phil Marfleet, John Rose y Alex Callinicos me han ayudado con fructíferos comentarios al borrador de este artículo. También agradezco especialmente a todos los participantes en la reunión educativa del SWP sobre “Análisis del EI” el 22 de noviembre de 2014, pues el artículo fue reescrito a la luz de la intensa y fecunda discusión que tuvo lugar allí.
[2] Chulov, 2014; Human Rights Watch, 2014a; Human Rights Watch, 2014b.
[3] Cockburn, 2014, págs. 28-29.
[4] El debilitamiento del estado baathista en los años noventa, permitió que surgiera un pequeño estado kurdo en las provincias norteñas de Irak, y la incapacidad de la ocupación estadounidense para reforzar la autoridad de Bagdad sobre la región creó las condiciones para que se consolidara el mismo.
[5] Ver los capítulos 1 y 2 de Alexander y Bassiouny, 2014, para una discusión más detallada sobre el desarrollo del neoliberalismo en Egipto, y Achcar, 2013, y Hanieh, 2013, para las perspectivas regionales sobre dicho proceso.
[6] Naguib, 2011, pág. 5.
[7] Haddad, 2011.
[8] Harman, 1994.
[9] Para ver más sobre esta cuestión ver Alexander y Bassiouny, 2014, capítulo 2.
[10] León Trotsky, en su análisis de la economía rusa a comienzos del siglo XX, afirmaba que la naturaleza desigual y combinada de ese desarrollo creó una “amalgama explosiva” de relaciones sociales y políticas contradictorias que cuando se encendieron por las chispas de las protestas y las huelgas, desataron un proceso revolucionario mucho más profundo que el que nadie había previsto (Trotsky, 1992). El argumento de Trotsky se centraba en la combinación de relaciones sociales y políticas a través de dos modos distintos de producción: el feudalismo y el capitalismo. Cuando usamos el término aquí, nos referimos a la combinación de relaciones sociales y políticas de diferentes fases de capitalismo. Choonara, 2011.
[11] Maunder, 2012.
[12] Para más detalles sobre la pobreza rural en Siria antes de la revolución, acceder a www.ruralpovertyportal.org/country/home/tags/syria.
[13] Hanieh, 2013.
[14] Cordesman y Khazai, 2014, pág. 227.
[15] Burleigh, 2014; Conant, 2014.
[16] Crooke, 2014. Para una apreciación global del rol jugado por el Wahabismo en el proceso de la formación del estado en Arabia, ver Al-Rasheed, 2010, págs. 13-68.
[17] Harman, 1986, pág. 11.
[18] Batatu, 2004; Zangana y Ramadani, 2006, pág. 60.
[19] Harman, 1994; Naguib, 2006.
[20] Para más materiales sobre las novedades recientes sobre Hamas y Hezbollah, ver artículos por Philip Marfleet y Bassem Chit en esta revista, y para más antecedentes, Assaf, 2013b, y Harman, 2006. 
[21] Callinicos, 2014a; Callinicos, 2014b, pág. 19; Callinicos, 2009.
[22] Zangana y Ramadani, 2006.
[23] Alexander, 2003, y Batatu, 2004.
[24] Alexander y Assaf, 2005a.
[25] International Crisis Group, 2013, pág. 4.
[26] Alexander y Assaf, 2005 a, y Zangana y Ramadani, 2006.
[27] Dodge, 2010: pág. 217.
[28] Ver Dodge, 2010; Herring y Rangwala, 2006, págs. 222-236, para más detalles sobre este proceso.
[29] Ver Herring y Rangwala, 2006, págs. 236-241, para más detalles sobre el rol de las corporaciones transnacionales estadounidense en la “reconstrucción” iraquí, y Dodge, 2014, para su impacto posterior.
[30] No hay espacio en este artículo para analizar apropiadamente la influencia de la cuestión kurda sobre Irak. Para una perspectiva histórica sobre la cuestión kurda ver Macdowall, 2003, y para el rol de los partidos kurdos en los acontecimientos posteriores a 2003 ver Herring y Rangwala, 2006.
[31] Alexander y Assaf, 2005 a, pág. 27.
[32] Ibíd.
[33] Alexander y Assaf, 2005b.
[34] Alexander y Assaf, 2005 a.
[35] Buncombe y Cockburn, 2006.
[36] Damluji, 2010, págs. 75-76.
[37] Montgomery y McWilliams, 2009.
[38] Al-Jabouri y Jensen, 2011.
[39] International Crisis Group, 2014.
[40] Ibíd, pág. 9.
[41] Ibíd.
[42] Montgomery y MacWilliams, 2009, pág. 43.
[43] Dermer, 2014.
[44] Petraeus, 2013.
[45] Sullivan, 2013.
[46] Dodge, 2014; Sullivan, 2013.
[47] International Crisis Group, 2013; Assaf, 2013 a.
[48] Cockburn, 2014.
[49] Chulov, Hawramy y Ackerman, 2014.
[50] Lewis, 2013.
[51] Pla, 2014, pág. 27.
[52] Lewis, 2013, pág. 7.
[53] Ibídem, pág. 9.
[54] Atassi, 2013.
[55] Human Rights Watch, 2013.
[56] International Crisis Group, 2013, pág. 1; Lewis, 2013, pág. 21.
[57] Lewis, 2013, pág. 19.
[58] Abbas, 2014.
[59] International Crisis Group, 2014, pág. 6.
[60] Al-Jazeera Arabic, 2014.
[61] International Crisis Group, 2014; Al-Hayat, 2014.
[62] Holliday, 2013.
[63] Lewis, 2013, pág. 17.
[64] Pla, 2014, pág. 35 y págs. 27-28.
[65] BBC News Online, 2014.
[66] Beauchamp, 2014.
[67] Chulov y Lewis, 2014.
[68] Mahmood, 2014.
[69] Aquí usamos el término “reformista” para indicar el lugar de estas organizaciones en el ancho espectro de respuestas al estado por parte de las corrientes islámicas, que van desde la guerra de guerrillas para derrocar al régimen existente al aislamiento social para fundar una utopía conservadora, y esto no significa implicar que estas organizaciones islámicas puedan ser igualadas con organizaciones socialdemócratas. Para más elementos sobre este tema, ver Alexander y Bassiouny, 2014, capítulo 1.
[70] Sobre este tema, ver mi reseña de los libros recientes de Gilbert Achcar y Adam Hanieh (Alexander, 2014).

 

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