Artículo publicado en Critique Communiste Nº 146, 1996
(revista de la Liga Comunista Revolucionaria de Francia).
Zbigniew M. Kowalewski es un marxista revolucionario polaco.
Fue destacado activista y dirigente intermedio de Solidaridad
en 1980, como uno de los delegados de la ciudad industrial de
Lodz. En ese mismo período adhirió al trotskismo e ingresó a la
corriente liderada por Ernest Mandel. Mientras integraba una delegación
de Solidaridad que recorría Europa explicando y reclamando apoyo
para la lucha de los obreros polacos, se produjo el golpe militar
de Jaruzelsky, por lo que debió permanecer largos años en el exilio,
durante el cual fue marginado por la dirección derechista del Sindicato.
Autor del libro ¡Devuélvannos las fábricas! Solidaridad en el
combate por la autogestión obrera, escribió numerosos artículos sobre
Polonia y otros países del Este, entre los cuales se destacan los
referidos a la cuestión nacional en la URSS y en particular a Ucrania.
Ha abordado también otros temas, y cabe mencionar un libro sobreMalcolm X
y el nacionalismo negro en Estados Unidos de Norteamérica.
La traducción desde el original en francés fue hecha por Silvia Vul y
revista por Aldo Andrés Romero.
¿Ya se restauró el capitalismo –por una vía esencialmente pacífica– como modo de producción dominante en las formaciones sociales de Europa del Este y de la ex Unión Soviética? Por supuesto, la pregunta no se les plantea a las corrientes marxistas que atribuyen a los regímenes estalinistas una naturaleza capitalista-estatal. Pero es, en cambio, una cuestión candente para el marxismo revolucionario en la línea de León Trotsky y de Ernest Mandel que caracteriza esas formaciones como “Estados obreros burocráticamente degenerados o deformados”. De la respuesta a esta pregunta depende en gran medida la evaluación de la relación de fuerzas entre las clases, no sólo en esas formaciones sociales, sino a escala mundial. Sin embargo, incluso la mayoría de los que antes eran conocidos como especialistas en los debates referidos a la naturaleza social de los regímenes estalinistas, hoy permanecen callados. Los estudios de la restauración capitalista exigen que se elaboren y clarifiquen sus bases teóricas. Estas no están “dadas”, tanto más que se trata de un proceso histórico completamente nuevo. Esto explica el carácter de este artículo: más que un estudio de la restauración capitalista en un país, en este caso Polonia, es una sumaria exposición –desde mi punto de vista– de las bases que a nivel teórico deben fundamentar su estudio. El marco esencial se apoya en la tesis de que el proceso de pasaje de la dominación de un modo de producción (y/o de un modo de explotación, agregamos), a la de otro modo en el seno de una formación social “no es más que el proceso de articulación de esos dos modos de producción, proceso en el cual lo que está en juego es la inversión del dominante”. 1 Cualquier estudio de este proceso debe considerar que siempre se desarrolla, no solamente en el terreno de una formación social, sino también en el marco de un sistema mundial (o “sistema mundo”) del que la formación social es parte. El mismo ejerce una influencia importante tanto en la reproducción del modo de producción y/o de explotación dominante, como en el paso hacia la dominación de otro mundo. 2
Modo de producción y modo de explotación
Cada modo de producción se distingue en primer lugar por la forma general de las relaciones sociales. Está constituido por una relación social (relación de sumisión al Estado en el modo de producción tributaria, relación de dependencia personal en el feudalismo, relación mercantil en el capitalismo, etc.) que es el modelo común de diversos tipos de relaciones sociales; existe independientemente de la relación de producción y la precede lógica e históricamente. Se trata de una forma que “no solamente es la condición necesaria de la relación de producción, sino que aparece como necesaria para el análisis de la misma relación de producción”.3 El modo de producción se caracteriza, esencialmente, por la naturaleza de la relación de producción fundamental, y luego, de manera derivada, por la naturaleza de las fuerzas productivas que están combinadas en los procesos de trabajo y “por las transformaciones tendenciales que experimentan las fuerzas productivas existentes bajo el efecto de relaciones de producción determinadas”.4 En la unidad específica de fuerzas productivas y relaciones de producción que constituyen un modo de producción, son las relaciones de producción las que juegan un papel determinante, sobre la base y en los límites objetivos fijados por las fuerzas productivas existentes.5 El concepto de modo de producción es inseparable, en primer lugar, del concepto de determinación de las fuerzas productivas por las relaciones de producción y en segundo lugar, del concepto de sumisión real de las fuerzas productivas a las relaciones de producción. Esta sumisión es la que asegura la unidad de relaciones de producción y fuerzas productivas constituyentes del modo de producción, así como de la unidad de relaciones de producción y procesos de trabajo constituyentes del proceso de producción. Ella “revoluciona progresivamente la técnica del trabajo y el modo de existencia real del conjunto del proceso de trabajo al mismo tiempo que las relaciones entre los diversos agentes de la producción”.6 Pierre-Philippe Rey y Alain Testart han demostrado que el concepto de sumisión real de las fuerzas productivas se aplica no sólo al capitalismo sino a todos los modos de producción . Y esto, pese a que en relación con los modos precapitalistas la sumisión real de las fuerzas productivas al capital posee un rasgo muy específico: solamente en el capitalismo la revolución en las fuerzas productivas es ininterrumpida. La tesis de la primacía de las relaciones de producción se opone a la tesis de la primacía de las fuerzas productivas forjadas por el “marxismo ortodoxo” de la II Internacional, codificado por Stalin y desgraciadamente apoyada, o al menos legitimada por la mayoría de los marxistas revolucionarios. De ella se desprende que el motor de la historia no es el desarrollo de las fuerzas productivas sino la lucha de clases, que las fuerzas productivas no son “neutras” sino que están siempre moldeadas por las relaciones de producción que ellas mismas concretan y que el socialismo no es la tendencia a la socialización de las fuerzas productivas por la reproducción del capital sino la tendencia de la socialización de la fuerza del trabajo por la resistencia de la clase obrera a la explotación.7 Los diferentes modos de producción no se distinguen sino por la forma económica específica en la cual el sobre-producto es o no es arrebatado a los productores directos (y en el cual el producto es o no es apropiado por los productores directos).8 En todo modo de producción en el que el sobre-producto es arrebatado, vale decir donde se oponen clases antagónicas, la relación de producción fundamental es una relación de explotación. La misma “comprende dos aspectos articulados: la extracción propiamente dicha y su forma económica específica, la relación específica de dominación de la clase dominante sobre la clase dominada; ésta determina las otras relaciones de producción (las relaciones de cooperación entre los productores directos) y los procesos de trabajo, y está determinado por la relación de extracción”.9 Tal modo de producción “no es otra cosa que un modo de explotación”, mientras que “la explotación misma no es otra cosa que la forma histórica fundamental de la lucha de las clases”.10 Pero no todo modo de explotación es un modo de producción, así como no toda relación de explotación es una relación de producción y no todo proceso de explotación es un proceso de producción. Las formas específicas de extracción del sobre-producto –la renta-impuesto en el modo tributario, la renta de la persona o el suelo en el modo feudal, el sobrevalor11 en el modo capitalista, etc.– son las relaciones de explotación, pero no necesariamente son las relaciones de producción. Sin sumisión real de las fuerzas productivas, no hay modo de producción, de relación de producción y de proceso de producción. Sólo hay el modo, la relación y el proceso de explotación. Pero incluso los marxistas que consideran que el concepto de sumisión real es uno de los conceptos clave de la problemática de los modos de producción, lo separan de hecho del concepto de modo de producción, y en consecuencia identifican erróneamente todo modo de explotación con el modo de producción. En el marco de un modo de producción que enfrenta clases antagónicas, hay sumisión real cuando se cumplen tres condiciones: la primera que se extraiga sobre-producto a los productores directos, la segunda que esa extracción estructure las relaciones de cooperación entre los productores directos a través de la división del trabajo, y la tercera que toda mutación técnica de los procesos de trabajo esté determinada por la relación de explotación y sólo puede desarrollarse si la refuerza.12 Si no se cumple la tercera condición, no se trata del modo de producción más que en una especie de anticipación, en la medida que el modo de explotación sea potencialmente capaz de subsumir realmente las fuerzas productivas. El proceso de constitución de todo modo de producción específico pasa en primer lugar por la sumisión formal de las fuerzas productivas. La relación de explotación adapta y estructura entonces las relaciones de cooperación, pero utiliza las fuerzas productivas y los procesos de trabajo heredados de los modos de producción anteriores sin adueñarse de sus características técnicas. Puede haber un aumento del sobre-producto pero sólo o fundamentalmente del sobre-producto absoluto: su crecimiento es debido al alargamiento del tiempo o la intensificación del (sobre) trabajo. Para aumentar el sobre-producto relativo, es decir sacar más con la misma duración e intensidad del (sobre) trabajo hay que modificar cualitativamente o, como decía Marx, revolucionar las fuerzas productivas y los procesos de trabajo. He aquí por qué Marx decía en relación al capitalismo que “si la producción del sobrevalor absoluto corresponde a la sumisión formal del trabajo al capital, el del sobrevalor relativo corresponde a la sumisión real” y que “con la producción del sobrevalor relativo, toda la forma real del modo de producción se modifica, de manera que nos encontramos con el modo de producción específicamente capitalista (del punto de vista tecnológico también).13 En el mismo sentido podemos decir que si todo modo de producción específico corresponde a la sumisión real de las fuerzas productivas a la relación de explotación propia de ese modo, entonces a la sumisión formal corresponde un modo de explotación que no es todavía un modo de producción. Pero hay también modos de explotación orgánicamente incapaces de someter realmente a las fuerzas productivas y en consecuencia incapaces de ser modos de producción ni siquiera “por anticipación”. El hecho de que esos modos de explotación no desemboquen nunca en la sumisión real cuestiona también que sometan formalmente las fuerzas productivas. El empleo del concepto de sumisión formal sólo tiene sentido en la medida en que las secuencias históricas nos permitan mostrar que tal sumisión formal desemboca en la sumisión real”.14 “Hay sumisión formal por dos razones posibles: o porque que las fuerzas productivas no tuvieron tiempo de desarrollarse, o porque ese desarrollo fue bloqueado” por causas exteriores al modo de explotación.15 Los modos de explotación incapaces de ser modos de producción tienen un potencial mucho más limitado de desarrollo de las fuerzas productivas que los modos de producción y lo agotan más rápidamente. Los explotadores en esos modos de explotación no constituyen clases dominantes a igual título que los explotadores en los modos de producción. Constituyen clases dominantes sólo en la medida en que aquellos a quienes explotan no son una clase históricamente independiente, es decir capaz de establecer (o de asegurar la transición a) otro modo de producción o de explotación dominante. Es por esta razón que en los modos de explotación precapitalista, los explotadores de los campesinos constituían las clases dominantes aunque fueran incapaces de someter realmente a las fuerzas productivas. Es también por esa razón que es erróneo ver una similitud o una analogía cualquiera entre la moderna burocracia estalinista y la antigua burocracia “asiática”16: ésta era una clase dominante en el pleno sentido de la palabra puesto que, en condiciones naturales favorables, el modo de producción tributario sometía realmente los procesos de trabajos estratégicos mediante las revoluciones hidráulicas. La burocracia y la relación de explotación Según la teoría que afirma que el motor de la historia son las fuerzas productivas, es el desarrollo de éstas, desencadenado por el capitalismo, pero a partir de determinado nivel obstaculizado por él, el que será luego del derrocamiento del capitalismo la base de la construcción del socialismo. Es un mito ante el cual no cesan de sucumbir los marxistas. Si bien es verdad que las relaciones sociales transicionales no pueden sino apoyarse en las fuerzas productivas y los procesos de trabajo forjados por el capitalismo, no es cierto que puedan concretarse nuevas relaciones de producción sin explotación con las mismas fuerzas productivas y procesos de trabajo propios de la relación de explotación capitalista. Cuanto mejor se adapten a esa relación, más obstaculizarán el desarrollo de una relación de no explotación, y más fundamental será su necesaria reestructuración para que se sometan realmente a la nueva relación.17 Los Estados obreros surgieron en la periferia próxima y lejana del sistema capitalista mundial, en formaciones sociales atrasadas en el cumplimiento de tareas históricas de la revolución democrática burguesa y de la revolución industrial. Esto exige un desarrollo extensivo de las fuerzas productivas legadas por el capitalismo o tomadas a él. El Estado obrero burocráticamente degenerado o deformado es una forma social que reviste una doble contradicción: por una parte, entre el derrocamiento de la dominación del capitalismo en el seno de la formación social y el mantenimiento de esta dominación en el seno del sistema mundial; por otra parte, entre la supresión de la relación de explotación capitalista y el desarrollo de las fuerzas productivas fundidas en el crisol de esa relación. Si, como afirmaba Trotsky, la dominación política de la burocracia en el Estado obrero no se basa en un modo de producción específico, ¿engendra un modo de explotación? Esta cuestión siempre fue el talón de Aquiles de la “ortodoxia trotskista”. Ahora bien, su solución es crucial para definir de manera materialista la naturaleza y la tendencia de las luchas de los trabajadores bajo el poder burocrático. En 1980-1981, durante la revolución polaca, adopté el punto de vista de Pierre Philippe Rey que, en Las Alianzas de clases, postulaba que podía identificarse la relación de explotación estudiando las luchas de los explotados y estando en relación directa con ellas. Militando en el sindicato independiente Solidaridad en una ciudad industrial, utilicé la teoría del sobrevalor de Marx y del análisis de la burocracia estalinista hecho por Trotsky para estudiar las relaciones sociales entre la burocracia y la clase obrera en el proceso de producción. Como consecuencia de mis investigaciones llegué a la conclusión de que la burocracia no mantiene relación de producción con la clase obrera, lo que confirma la justeza de la tesis de León Trotsky de que no era una clase sino una capa parasitaria. Al mismo tiempo, comprobé que sí extraía a los trabajadores un sobreproducto y disponía del mismo: bajo su poder hay una clara relación de explotación.18 La idea, a primera vista “heterodoxa”, de que la burocracia sin ser una verdadera clase social explota a los trabajadores, no lo es si se admite que las relaciones de producción y las relaciones de explotación no son necesariamente idénticas: si se hace la distinción entre modo de producción y modo de explotación. Contrariamente a lo que ocurre en el capitalismo, bajo el poder burocrático las fuerzas productivas no están realmente sometidas a ninguna relación de producción. Esta es la clave de la explicación de la naturaleza de los regímenes burocráticos, un hecho esencial ignorado por todos los marxistas que ven en la burocracia estalinista una clase dominante, sea del capitalismo de Estado, sea del colectivismo burocrático, sea de alguna “nueva sociedad de clases”. Ellos son incapaces de explicar cómo las relaciones de producción propias de esa supuesta dominación de clase están concretadas en la sumisión y el desarrollo de las fuerzas productivas. La relación de dominación política de la burocracia es la forma general de las relaciones sociales del Estado obrero burocráticamente degenerado o deformado. Apoderándose de las relaciones de cooperación entre los trabajadores, funda una relación de explotación. La división del trabajo determinado por esa relación de explotación divide, atomiza y heterogeniza la clase obrera y las colectividades de trabajadores concentrados, unidos y homogeneizados por la gran industria. La burocracia está más obligada a contrarrestar la tendencia a la socialización de la fuerza del trabajo justamente porque no es una clase. Lo hace aplicando en forma generalizada la organización taylorista del trabajo (bajo una forma achacosa) y el salario individual por piezas. Pero la burocracia no puede ir más lejos en ese terreno, porque es incapaz de someter las fuerzas productivas y los procesos de trabajo que utiliza.
La burocracia y las fuerzas productivas
La dominación de la burocracia se torna necesariamente una traba relativa, tendiendo a convertirse cada vez más en una traba absoluta, al desarrollo de las fuerzas productivas. Es incapaz incluso a largo plazo de crear nuevas fuerzas productivas y de utilizar aquellas de las cuales dispone con una racionalidad de clase. Sus únicas grandes tentativas de transformar los procesos de trabajo fueron “la emulación socialista” y el stajanovismo; basándose exclusivamente en la extracción del sobre-producto absoluto, terminaron en un fracaso. De todas las formas de organización del trabajo que el capital impuso a los trabajadores a través de las sucesivas revoluciones tecnológicas, la burocracia no logró utilizar más que la organización taylorista. Pero no fue capaz de aplicarla sino bajo una forma muy desnaturalizada, la de un “taylorismo arrítmico”. El término fue forjado por el equipo de investigadores dirigidos por Wladimir Andreff para describir las contradicciones que destrozan los procesos de trabajo bajo el poder burocrático.19 Incluso en el marco de la sumisión real de las fuerzas productivas al capital, los movimientos de la división del trabajo, de los procesos de trabajo y de sus bases técnicas, no son determinados única y unilateralmente por la necesidad de extraer el sobrevalor relativo –vale decir, por la lucha del capital–, sino también por la lucha de los trabajadores. “El motor es la lucha de clases; en tanto que la lucha de la clase dominada no culmine con el derrocamiento de la clase dominante, tales evoluciones se producirán de todos modos en un sentido cada vez más coherente con la relación de extracción; pero en definitiva es a nivel de la relación entre las clases donde hay sumisión formal o real”.20 Y mucho más que en el capitalismo, bajo el poder burocrático los procesos de trabajo están moldeados por la resistencia de los trabajadores a la extracción del sobre-producto, fundamentalmente absoluto, y sus evoluciones son incoherentes con la relación de explotación. En condiciones de una continua sobredemanda de fuerza de trabajo por las empresas, característica del régimen burocrático, la utilización por los trabajadores de la movilidad individual (del turn-over) entre empresas es una de las formas más generalizadas de esta resistencia. La otra forma es el ejercicio de cierto control en los procesos de trabajo. Por supuesto, se trata de un control atomizado, pero es más generalizado y más fuerte que en el capitalismo donde está limitado por la sumisión real y periódicamente roto por mutaciones técnicas de una envergadura inaccesible a la burocracia. En gran medida ese control reside en la manera en que el trabajador individual o un colectivo obrero más o menos reducido se apropia de una parte del tiempo de trabajo, evita aplicar las racionalizaciones y las innovaciones, se hace pagar un salario por tiempo en lugar del salario por piezas, determina la velocidad de su trabajo, y el cumplimiento de las tareas cuantitativas planificadas, de las normas tecnológicas, de las normas de rendimiento y calidad y de otros aspectos del proceso del trabajo. Don Filtzer ha mostrado la extraordinaria rapidez y alcances con que la nueva clase obrera, recién formada con la industrialización, había dominado esos medios de control que Bob Arnot denominó “el control obrero negativo”.21 La tendencia a la des-socialización de la fuerza de trabajo en una relación de explotación, es al mismo tiempo la tendencia a la desocialización de las fuerzas productivas en la medida en la que éstas no están sometidas realmente en esa relación. Hillel Ticktin ironizaba que a la sección I (que produce los medios de producción) y a la sección II (que produce los medios de consumo), la economía política del “socialismo real” le agregó una sección III en expansión vertiginosa: la de reparación de los medios de producción. Pero una mecanización del trabajo en la que se reduce el número de trabajadores que operan las máquinas mientras crece el número de trabajadores que las reparan, se transforma en su contrario. “Cuando la economía se torna cada vez más compleja y experimenta lo que los manuales soviéticos llaman la revolución científica y técnica, la contradicción entre las exigencias de la socialización de las fuerzas productivas y la atomización que predomina en los procesos del trabajo se revela casi insuperable”.22 Ticktin exagera diciendo que bajo los regímenes estalinistas ha desaparecido el trabajo abstracto –sería más exacto decir el carácter social del trabajo–. Pero es un hecho la fuerte tendencia a su descomposición, corolario de la tendencia a la des-socialización de las fuerzas productivas. La producción masiva de medios de consumo y de producción con valor de uso muy bajo o nulo y que no eran una concreción del carácter social del trabajo era una de sus expresiones. Otra era la penuria global de las fuerzas, los medios y los objetos de trabajo y su superabundancia en las empresas que los “stockeaban”, los subutilizaban o los dejaban “en reserva” durante los “tiempos muertos” a la espera de los “tiempos fuertes” de trabajo en la fase final de ejecución del plan. El uso de las tarimas ilustra bien la tendencia a la des-socialización de las fuerzas productivas, inherente a la dominación de la burocracia. “Hechas con algunas tablas y clavos y como complemento indispensable del contenedor, la tarima introdujo una verdadera revolución técnica en el transporte, en las obras, en los puertos y depósitos –lo hizo en todas partes, excepto en Polonia–”, escribía en 1979 un periodista disidente especializado en economía. Después de 15 años de esfuerzos de seis comisiones gubernamentales sucesivas encargadas de introducir la tarima en la economía, el transporte de ladrillos seguía siendo el siguiente: en vez de ponerlos sobre las tarimas al inicio de la cadena, al salir de la fábrica de ladrillos se los cargaba a mano en los vagones, se los descargaba en la estación de destino, se los cargaba manualmente en los camiones, se los descargaba en la obra y sólo al final, cuando la continuidad del trabajo manual tropezaba con un obstáculo técnico infranqueable, se los cargaba en las tarimas para que la grúas los subiera al decimoctavo piso del rascacielos en construcción.23
Las causas de la restauración capitalista
La naturaleza híbrida de los Estados obreros bajo poder burocrático materializaba la correlación de fuerzas entre las clases en el seno del sistema mundial dominado por el capitalismo. Trotsky no preveía el derrocamiento del régimen burocrático mediante una revolución política únicamente sobre la base de acumulación interna de las fuerzas sociales y políticas de la clase obrera. Insistía en el hecho de que para ser victoriosa, esta revolución debería ser impulsada por la revolución socialista en los países imperialistas y en los países coloniales y dependientes, vale decir por un cambio sustancial en la correlación de fuerzas mundial. Sin embargo, el ascenso de la revolución polaca en 1980-1981 se produjo teniendo como telón de fondo el paso del movimiento obrero de los países imperialistas a posiciones defensivas cada vez más pronunciadas. En cuanto a la revolución colonial, inmediatamente después de su gran victoria sobre el imperialismo norteamericano en Indochina, entró en una decadencia tan marcada como su anterior grandeza. La trágica suerte de la revolución del Khmer Rojo (Camboya) selló su decadencia. El movimiento obrero polaco sufrió una derrota mucho más seria de lo que se advirtió entonces. Es verdad que desgastó y agotó al régimen burocrático haciendo imposible su recuperación y que volviera a lograr una relativa estabilidad. Pero, después de la derrota, ese movimiento perdió gran parte de sus fuerzas y toda su independencia política. Cayó bajo el firme control de una pequeña burguesía que aprovechó la derrota de los trabajadores para ligarse políticamente al imperialismo mundial. El proyecto de la restauración capitalista, implícito en el llamado acuerdo de la “Mesa Redonda”, establecido en 1989, era compartido por la dirección de la oposición y la dirección de la burocracia. En el marco de la relación de fuerzas a escala mundial, la caída de los regímenes estalinistas, en Polonia como en otros lados, difícilmente podía conducir a otra cosa que a la instalación de gobiernos abiertamente restauracionistas que se apoyaban en el capitalismo mundial. También jugó un papel importante otro factor: el desmoronamiento de las bases sobre las cuales los trabajadores polacos desplegaron una dinámica autogestionaria durante los levantamientos contra el régimen burocrático. Como lo demostró Jean Robelin, la clave de la democracia de los Consejos (que combinaba el control de la producción con la lucha contra el poder estatal), reside en la resistencia de la clase obrera al modo de explotación concretado en la sumisión real de la fuerza de trabajo. Es precisamente esta resistencia la que socializa la fuerza de trabajo. La tendencia a la democracia de los Consejos se desprende del movimiento mismo de una relación de producción que revoluciona incesantemente las bases materiales de su modo de explotación.24 En Polonia, la dinámica de la autogestión obrera no se apoyaba en la resistencia a la sumisión real sino en la naturaleza social del Estado, en la potencia social de la clase obrera, en la expansión y el desarrollo extensivo de la revolución industrial y en el control relativo de los trabajadores sobre los procesos de trabajo. El agotamiento de las potencialidades del desarrollo extensivo y el bloqueo –por la naturaleza misma del poder burocrático– del pasaje al desarrollo intensivo, dieron gran impulso a la tendencia a la des-socialización y descomposición de las fuerzas productivas. Afectó duramente incluso las condiciones de socialización de la fuerza de trabajo. Así, cortó por la base la tendencia a la democracia de los Consejos y a la formación de un partido de trabajadores.
La articulación de modos de explotación
Una cosa es que los gobiernos practiquen una política restauracionista y otra es la restauración del capitalismo como modo de producción dominante. El proceso de restauración capitalista es un proceso de articulación o de combinación del modo de explotación nacido del poder burocrático y del modo de producción capitalista, “proceso en el que lo que está en juego es la inversión del dominante”. La restauración del capitalismo en los Estados obreros bajo el poder burocrático deriva de una “necesidad interna” de su modo de explotación: la necesidad de la burocracia de romper los límites muy estrechos del aumento del sobre-producto que extrae y estabilizar su dominación convirtiéndose en una verdadera clase social. Tal modo de explotación no es, por su naturaleza misma, un modo de transición del capitalismo al socialismo. Es el modo de restauración del capitalismo: en el espejo del Estado obrero, refleja la dominación capitalista en el seno del sistema mundial. De todos los procesos históricos de transición al capitalismo, la restauración se distingue por el hecho de que, en el modo de explotación existente bajo el poder burocrático, los productores directos son separados en gran escala de los medios de producción y que las fuerzas productivas son las del capitalismo. Entonces, en principio, están preparados para la sumisión al capital. Pero a la sumisión real se opone la larga experiencia de la clase obrera en el ejercicio del control “negativo” sobre los procesos de trabajo y las características que ese control les imprime. En estas condiciones, una sumisión real generalizada no es posible sin mutaciones técnicas en los procesos de trabajo. Por supuesto, esto exige grandes inversiones productivas. Además, la restauración capitalista tiene necesidad de productores directos separados de los medios de producción. La forma general de las relaciones sociales capitalistas es la relación mercantil, y la condición fundamental de la producción capitalista es la existencia de la mercancía fuerza de trabajo. Pero bajo el poder burocrático, la fuerza de trabajo sólo es mercancía de una manera muy incompleta. En Polonia, la reforma liberal produjo el cierre de gran número de empresas (en 1990-1992 se despedía un promedio de 3.000 personas por día, el equivalente al personal de una gran empresa), instauró una desocupación masiva (cuya tasa en 1993 llegó globalmente al 16% y en las ciudades al 25%), y un vasto desmantelamiento de la protección social y otros logros de la clase obrera. La reforma reforzó el carácter mercantil de la fuerza de trabajo y creó las condiciones de su sumisión formal al capital. Las privatizaciones de los medios de producción abrieron paso a la acumulación de capitales. Sin embargo, el mercado de trabajo y el de capital sólo fueron restaurados parcialmente. Al mismo tiempo, el desarrollo de un importante sector capitalista, la reestructuración de la industria estatal con criterios de rentabilidad capitalista y ajustados a la división internacional del trabajo, la considerable ampliación de la circulación mercantil de los bienes, entre ellos los medios de producción producidos en el sector estatal, la supresión de los “excedentes” de fuerza de trabajo y otros recursos en las empresas, han inyectado una racionalidad capitalista parcial en el mismo modo de explotación nacido del régimen burocrático. La tasa de explotación del trabajo ha aumentado, los trabajadores están obligados a gastar más fuerza de trabajo por un salario real igual o más bajo, mientras que el personal directivo de los aparatos estatales económicos y aún políticos se ha enriquecido mucho más allá de lo que era posible bajo el régimen estalinista.
El carácter parcial de la restauración capitalista
Es evidente que las privatizaciones favorecen la restauración capitalista. Pero para que los medios de producción estatales lleguen a ser capital, no basta con que jurídicamente se conviertan en propiedad privada. En Polonia, si hacemos caso omiso de las pequeñas empresas, el sector que desde el punto de vista jurídico es privado emplea actualmente alrededor de 1/3 de la fuerza del trabajo del país. Desde el punto de vista de las relaciones de producción, ese sector está lejos de ser enteramente capitalista, aún en el sentido de la sumisión formal del trabajo al capital. Jurídicamente hablando, los holdings más poderosos que ocupan una posición monopolista en diversas ramas son híbridos: su propiedad es en parte estatal y en parte privada. Sin embargo, los aparatos económicos del Estado siguen siendo los que ejercen el control de hecho sobre ellos, así como sobre una parte importante de otras grandes empresas industriales y comerciales mayores y bancos que pertenecen formalmente al sector privado. Por el momento, las tentativas de establecer un sistema bancario capaz de proporcionar a la restauración del capitalismo una infraestructura financiera, no solamente fracasaron sino que terminaron en desastres. El control estatal sobre el sector privado es la contrapartida del papel del Estado en la enorme succión de recursos del sector público del que depende esencialmente la acumulación privada de los capitales. Ciertamente, ni ese control, ni tampoco la propiedad estatal son incompatibles con las relaciones de producción capitalistas. Pero el capitalismo es dominante en una formación social sólo cuando su proceso de circulación en el conjunto de ella asegura la reproducción de la relación de producción fundamental del capitalismo. En otras palabras, lo es cuando ese proceso de circulación se apodera de todas las relaciones de explotación existentes y las reproduce sobre la base del modo de producción capitalista o incluso reemplaza con la relación de explotación capitalista a otras relaciones de explotación. Sólo entonces la ley del valor es el regulador principal de la economía en su conjunto. No es todavía lo que ocurre en Polonia. La esfera de acción de la ley del valor se amplió enormemente, pero los principales instrumentos de regulación de conjunto siguen estando en manos de los aparatos económicos del Estado. La asignación de recursos es controlada en gran medida por esos aparatos que redistribuyen más de 80% del PNB. En la combinación del modo de explotación nacido del régimen burocrático y del capitalismo sigue dominando el primero, y es sobre esta base que se reproduce el segundo. La expansión del sector capitalista choca con la penuria de capitales agravada por su fuga al extranjero y por el desvío de los mismos por las mafias. Mientras tanto, el potencial de expansión del sector capitalista sobre la base de la succión de recursos del sector estatal parece agotarse. Un nuevo gran salto hacia adelante en el saqueo del sector estatal amenazaría con producir un hundimiento de la economía nacional. Además, exigiría un cambio esencial de la relación de fuerzas sociales que haría necesario desvalorizar masivamente, una vez más, la fuerza de trabajo. Como consecuencia de la reforma liberal el nivel de vida del 65% de la población ya ha caído y el porcentaje de familias de asalariados que viven debajo del umbral de pobreza ha aumentado del 12% en 1989 al 43% en 1992. Es poco probable que pudiera realizarse sin recurrir a la violencia política y sin un cambio del régimen político: supresión de los logros democráticos aportados por la caída del régimen estalinista y de la misma democracia parlamentaria. Es justamente hacia ese camino que empujan las tendencias a la instauración de un Estado confesional, las crisis políticas suscitadas por la derecha revanchista luego de sus derrotas electorales, o las movilizaciones del sindicato Solidaridad, controlado por esta derecha, bajo la bandera del anticomunismo. La otra manera de impulsar la restauración capitalista sería una gran afluencia de capitales de los países imperialistas hecha bajo la dominación más o menos directa del capital financiero internacional. La larga onda depresiva que vive el capitalismo mundial y los gastos muy elevados de la absorción de la ex RDA que experimenta el capitalismo alemán no lo hacen probable. Mientras busca la integración institucional de Polonia con la Europa capitalista y con la OTAN, la coalición de la Socialdemocracia ex estalinista y del Partido Campesino, en el gobierno desde 1993, parece resignarse a una restauración parcial del capitalismo y aspirar a la estabilización de una economía combinada. El hecho de que la significativa recuperación de estos últimos años del crecimiento económico se deba principalmente a la industria estatal, favorece esta tendencia de la política gubernamental. Se corresponde con los intereses de la burocracia estatal y de los capitales privados más ligados. Es evidente que tal combinación no puede ser sino muy frágil y que su estabilidad a largo plazo no es posible. La restauración capitalista está en curso pero no está terminada, y las tendencias que actúan en el sentido de su bloqueo son fuertes. Pero por sí mismas, no son capaces de hacer fracasar el proceso restauracionista. Para que fracase, tampoco basta con que la clase obrera pase de una resistencia pasiva a una resistencia mucho más activa. Es preciso que pase de una posición estratégica defensiva a la de una contraofensiva, y que eso se haga no sólo en el plano nacional, sino también en el internacional.
Notas
- P.-Ph. Rey, Les alliances de classes, París, Máspero, 1976, pág. 65, 69/92. Ver también a. Foster Carter “The modes of production controversy”, New Left Review, Nº 107, 1978 y A. Davidson “Modes of production: impasse or passé?”, Journal of Co
- Ver Ch. Chase-Dunn, “World-Systems and Modes of Productions: Toward the Comparative Study of Transformations”, Humboldt Journal of Social Relations, vol. 18, 1992, y también “Comparing World-Systems: Concepts and Working Hypotheses”, Social For
- E.Balibar, Cinq études du materialisme historique, París, P.U.F., 1995, pág.244/248.
- L. Althusser, Sur la reproduction, París, P.U.F. 1995, pág. 244/248. Ver también E. Balibar op. cit. pág. 177/188. La tesis de la primacía de las relaciones de producción ha sido elaborada igualmente y aplicada a los estudios de los diversos mo
- Ver C. Marx, Un chapitre inédit du Capital, París, Union Générale d’Editions, 1971, pág. 191-223.
- Idem.
- Según una crítica “ortodoxa” de esta tesis, presuntamente admitida “bajo la influencia de la Revolución Cultural China” (A. Callinicos, “Introduction au marxisme analytique”, Actuel Marx, Nº 7, 1990, pág. 20) “[quien] como los althuserianos, a
- A. Testart, op. cit. pág.53/55.
- P.-Ph. Rey “Introduction théorique”, en E. Le Bris, P.- Ph. Rey, M. Samuel, Capitalisme négrier: La marche des paysans vers le prolétariat, París, Maspero, 1976, pág. 60.
- E. Balibar, op. cit., pág. 118, 180. Ver también E.E. Ruyle, “Mode of Production and Mode of Exploitation: The Mechanical and the Dialectical”, Dialectical Anthropoloy, Nº 1, 1975.
- En la última versión francesa de El Capital el término sobrevalor reemplaza al tradicional pero aparentemente equívoco término de plusvalor.
- P.-Ph. Rey, Contradictions de classe dans les sociétés lignagères, pág. 128.
- C. Marx, op. cit. pág. 199/201.
- P.-Ph. Rey, op. cit., pág. 127.
- A. Testart, op. cit., pág. 178.
- Como la analogía hecha por E. Mandel, “Pour una analyse de la burocratie soviétique”, Critique Communiste, Nº 143, 1995, pág. 85-86.
- Entonces “es la naturaleza de las fuerzas productivas heredadas del capitalismo la que se trata de revolucionar, lo que incluye una modificación radical del proceso de trabajo y, sin duda, de la misma con el trabajo” (S. Joshua, “Dix thèses po
- Ver el artículo “L’explotation de la classe ouvrière dans le ‘socialisme réel’”, publicado en mi libro Rendez-nous nos usines! Solidarnosc dans le combat pour l’autogestion ouvrière, París, La Brèche, 1985, y en la obra colectiva Marx... ou pa
- Urgense, “Un Taylorisme arythmique dans les économies planifiées du centre”, Critiques de l’economie politique, Nº 19, 1982.
- P.-Ph. Rey, op. cit., pág. 130.
- D. Filtzer, Soviet Workers and Stalinist Industrialization: The Formation of Modern Soviet Production Relations, 1928-1941, London-Sydney-Dover, Pluto Press, 1986. B. Arnot, “Soviet Labour Productivity and de Failure of the Shchekino Experimen
- Ver H. Ticktin, “Toward a Political Economy of the USSR”, Critique Nº 1, 1973, e ídem, “The Contradictions of Soviet Society and Professor Bettelheim”, Critique Nº 6, 1976.
- J. Kusmierek, “O czym wiedzialem”, en Raport o stanie narodu i PRL, Paris, Intitut Literaire, 1980.
- J. Robelin, op. cit., pág.215-285.