22/12/2024
Por Antunes Ricardo
Desde hace algunas décadas, el capitalismo, bajo la dirección financiera, se ha desarrollado de tal manera que la productividad del capital se valoriza siempre en un abrir y cerrar de ojos. Al proceder de esta manera, las corporaciones globales aumentan sus ganancias y exasperan la competitividad entre ellas, introduciendo cada vez más una maquinaria informacional-digital muy avanzada, capaz de potenciar exponencialmente el aprovechamiento de la fuerza laboral.
Para las grandes corporaciones, la expansión e intensificación de los tiempos de trabajo que generan ganancias y plusvalía se han vuelto aún más vitales frente a la intensa competencia que mantienen entre sí para ampliar su dominio en el mercado, tanto en la industria, la agricultura y los servicios, como en sus interconexiones conocidas (agroindustria, servicios industriales e industria de servicios) y presentes en las nuevas cadenas productivas de valor.
Un elemento central de esta reorganización del capital fue la importante expansión del sector de servicios, cada vez más subordinado a la forma/mercancía. Esta configuración, además de derribar el mito de que la “sociedad de servicios postindustrial” eliminaría a la clase trabajadora, desencadenó una expansión significativa del nuevo proletariado de servicios en la era digital. Tal proceso, contrariamente a lo que se ha defendido en las últimas décadas, no condujo a la pérdida de la relevancia de la teoría del valor, sino a la expansión de nuevas formas que generan plusvalía, aunque a menudo asumiendo la apariencia de no valor.
Y el capitalismo ha demostrado una enorme capacidad para articular las actividades materiales, muy prevalentes en la industria de transformación y en la agroindustria, aquellas en las que también se están expandiendo las actividades inmateriales, como las que se desarrollan en la industria de servicios y en las grandes plataformas digitales. Estos procesos nos ayudan a comprender mejor el papel vital que comienza a asumir la información, que convertida en una nueva mercancía, comienza a asumir en el proceso de valorización y generación de plusvalía, y es imperioso agregar, se encuentra bajo el mando del capital financiero, quien es el responsable de impulsar y dirigir económica, política e ideológicamente toda la producción y reproducción del valor[1].
Con la expansión del universo digital, a través de las tecnologías de la información y la comunicación cada vez más presentes en la producción (en sentido amplio), encontramos nuevos componentes que merecen un análisis cuidadoso, con el fin de captar mejor el papel que estas tecnologías han venido desempeñando en formas de acumulación presentes en el capitalismo financiero actual[2]. Esto se debe a que estos nuevos espacios productivos, cada vez más conectados con las plataformas digitales y el mundo de los algoritmos, vienen jugando un papel enorme en la generación de ganancias y plusvalía, obligándonos a comprender mejor cómo las grandes plataformas digitales –que de hecho son verdaderas corporaciones globales– han estado participando en lo que Srnicek llamó “Capitalismo de plataforma”[3]. Se trata de empresas que, además de poseer información, son cada vez más propietarias de las infraestructuras de la sociedad, con un fuerte potencial monopolista y de concentración en la economía global en su conjunto.
Aunque sabemos que la conceptualización del capitalismo de plataforma puede y debe ser problematizada, aquí la usamos más en un sentido descriptivo, es decir, en referencia a una fase informacional-digital-financiera del capitalismo en la que el sistema depende cada vez más del uso intensificado de plataformas digitales. Siempre reiterando que las plataformas, como instrumentos tecno-digitales, son cada vez más utilizadas por una amplia gama de empresas y corporaciones que tienen propósitos muy distintos, teniendo en común, sin embargo, la recurrencia de este artefacto informativo.
Fue en este contexto que el capitalismo de plataformas pudo expandirse hasta tal punto que hoy las corporaciones tecnológicas se encuentran entre las empresas más valoradas del mundo, desplazando a las que ocupaban la cima del capital en el periodo previo a la explosión informacional-digital.
Pero también es importante señalar que la digitalización del trabajo no fue una “revolución sorprendente. De hecho, la digitalización del trabajo introdujo (o favoreció) múltiples, profundos y rápidos cambios en las estructuras y procesos productivos; en la organización del trabajo y el mercado laboral”.
Estos cambios resultaron “en una fuerte fragmentación del proceso productivo; una aceleración igualmente fuerte del ciclo de valoración de las materias primas (en producción, gestión de la cadena de suministro, ventas); una importante descomposición de la fuerza laboral (reduciendo su concentración física); una intensa individualización de las relaciones y contratos de trabajo”. Y esta gran transformación de la economía “se basó en un alto grado de informatización, automatización y robotización, bajo el amparo de las tecnologías digitales”[4].
Si en los años 1980/90 asistimos a la informatización y automatización del sector industrial, a través de la subcontratación de actividades en países del Sur del mundo, en las dos primeras décadas del siglo XXI asistimos al “advenimiento de la conectividad total, del trabajo en la nube, la digitalización de la Industria 4.0, de los servicios y sectores de aspectos específicos como el cuidado”. Y así fue como el trabajo digital, que hoy se expande por gran parte del mundo, encontró un gran impulso en el contexto de la pandemia.
Como consecuencia de lo indicado anteriormente, presentaremos las tres tesis críticas que tal vez podrían ayudarnos a comprender el tamaño, significado, riesgos y profundidad de las metamorfosis en curso en el mundo del trabajo.
Los nuevos laboratorios de experimentación del trabajo
La primera tesis –los nuevos laboratorios de experimentación del trabajo– se puede resumir de la siguiente manera: durante la pandemia se desarrollaron nuevos laboratorios de experimentación laboral, de los cuales el trabajo vinculado y subordinado a las plataformas de servicios, el home office y el teletrabajo (con sus similitudes y diferenciaciones) son ejemplares. Si estas prácticas ya se utilizaban antes de la crisis pandémica, durante su vigencia se ampliaron aún más significativamente.
Fruto de un complejo movimiento, cuyos orígenes se remontan a la crisis estructural del capital, las grandes corporaciones han venido utilizando simultáneamente una enorme masa de desempleados que empiezan a trabajar bajo el mando de las tecnologías digitales y sus algoritmos. Esta simbiosis también permite mitigar el incentivo para la individualización del trabajo (“emprendimiento”, “autonomía” y mistificaciones similares) y al hacerlo, logran eludir la legislación de protección laboral, una tendencia que tiene un enorme potencial de expansión a un conjunto de actividades que tienen lugar en la industria de servicios, es decir, en los servicios comodotizados o mercantilizados.
Los resultados son visibles: jornadas de trabajo agotadoras, a menudo sin días libres semanales; salarios reducidos; despidos sumarios y sin ninguna explicación; costear la compra o alquiler de vehículos, motos, bicicletas, celulares, internet, entre muchas otras aberraciones, que componen el trabajo uberizado, en el que explotación/expoliación/expropiación se mezclan y se intensifican. No es otro el motivo por el que, además de la pandemia de COVID-19, estamos también viviendo la pandemia de la uberización[5].
Así, la receta empresarial para la fase de la pos-pandemia ya está diseñada y perfilada: más flexibilidad, más informalidad, ampliación de formas de la subcontratación, con la consiguiente explosión de trabajo intermitente y uberizado, todo ello bajo el mando de los algoritmos con su sólo aparente neutralidad.
Así, en plena pandemia de coronavirus, las plataformas corporativas globales han creado, con un ingenio aparentemente ilimitado, nuevos laboratorios de experimentación del capital, ampliando e intensificando el mundo del trabajo, involucrándolo en una nueva realidad caracterizada por la pandemia de uberización. Por eso, en todos los espacios, particularmente en los servicios privatizados, hay un impulso creciente hacia un “nuevo” tipo de trabajo en el que el empleo asalariado se transfigura y adquiere la apariencia de “emprendimiento” y “autonomía”.
Este proceso, que tiene sus raíces afincadas en un otro proceso estructural de crisis, se acentuó especialmente después de 2008/2009. Es en este contexto que, por sus singulares repercusiones socioeconómicas, la pandemia se convirtió en un momento que impulsó nuevos laboratorios de experimentación del capital, aparentemente contingentes, pero que afectó a las más distintas actividades, ya sean productivas o reproductivas, allanando el camino para un aumento significativo del trabajo precario en el período pos-pandemia. La única manera de detenerlo dependerá de la capacidad de resistencia de la clase trabajadora, imponiendo límites a la explotación laboral y exigiendo nuevos derechos.
Así, los “nuevos” rasgos que caracterizan el trabajo uberizado son muy evidentes: ya no hay más límites ni de tiempo ni de jornada laboral; está desapareciendo la separación entre el tiempo de trabajo y el tiempo de vida; las prácticas laborales están cada vez más desreguladas; los derechos laborales sufren un proceso de corrosión diaria y la justicia laboral, cuando acierta, se ve obstaculizada por decisiones supremas. La intensidad y los ritmos del trabajo se ejercitan al límite, y las mistificaciones que subyacen en el trabajo que ya no es trabajo, el salario que milagrosamente se convierte en “emprendimiento”, en “autonomía”, son demasiado evidentes.
A medida que la expansión del trabajo uberizado encuentre suelo fértil en una gama casi ilimitada de actividades de servicios, sería un verdadero milagro que tal orden destructivo no produzca más accidentes, enfermedades y dolencias en el trabajo, con énfasis en las enfermedades psíquicas, más subjetivas, más interiorizadas.
Burnout, depresión, suplicio y suicidio, todo esto se convierte más en la regla que en la excepción. Impulsado por el nefasto “sistema de objetivos” que se ha convertido en el nuevo cronómetro en la era de la acumulación flexible, sistemática que se ha convertido en una poderosa creación de capital, en su esfuerzo por la deconstrucción del trabajo. Luego, en los laboratorios de experimentación del trabajo, se intensificó la era de la devastación del trabajo. Un escenario que, provocativamente, nos lleva a la segunda tesis: el capitalismo de plataforma parece tener algo en común con la proto-forma del capitalismo.
El capitalismo de plataforma y la proto-forma del capitalismo
Indicamos que el capitalismo de plataforma, moldeado por las relaciones sociales del capital, termina subsumiendo el arsenal informativo-digital principalmente a sus necesidades de auto-expansión y valorización. Y, al hacerlo, recurre cada vez más a formas pretéritas de explotación, expropiación y expoliación del trabajo que el siglo XX ya se había encargado, hasta cierto punto, de eliminar, o al menos restringir, al menos en algunas partes del mundo.
Sabemos que la proto-forma del capitalismo estuvo marcada por la enorme explotación del trabajo, en los primeros días del universo fabril de Manchester, cuna de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, cuyas horas de trabajo para hombres, mujeres y niños excedían 12, 14, 16 horas diarias, además de recurrir al putting–out system y al outsourcing, formas de externalización del trabajo basadas a menudo en el pago a destajo. Por lo tanto, nuestra tesis indica un extravagante (pero no paradójico) acercamiento entre estas distintas fases históricas del capitalismo, pasadas y presente.
Esto ocurre porque, en la era digital, se intensifican los métodos de succionar el excedente de trabajo (intelectual y manual) en todos los espacios donde el capital se reproduce, exactamente en el período en el que, dados los enormes avances tecnológicos, la jornada laboral podría reducirse significativamente. La competencia ininterrumpida entre corporaciones globales convierte la devastación y corrosión del trabajo en un imperativo indiscutible para el capital.
Por eso asistimos a una variante de acumulación que es a la vez muy digital y abusivamente primitiva. Un capitalismo de plataforma que parece tener algo en común con la proto-forma del capitalismo. Esto se debe a que, una vez más, el sistema de metabolismo antisocial del capital[6] impone su curso, articulando lo moderno, que se encuentra, por ejemplo, en la inteligencia artificial, con lo arcaico, intensificando el binomio explotación y expoliación.
Y, además de las formas de explotación laboral, también se están expandiendo las formas de expropiación y expoliación, ya que, además de proporcionar su mano de obra, las trabajadoras y trabajadores son responsables de los costos de compra o asignación de vehículos, teléfonos celulares, equipos (como mochilas repartidoras), aumentando su dependencia financiera para pagar las herramientas de trabajo que deberían ser proporcionadas por las empresas. Así, para que este proceso se lleve a cabo, también fue necesario expropiar a la clase trabajadora que, una vez privada de instrumentos de trabajo y endeudada, no tiene más remedio que aceptar “cualquier” trabajo.
Por eso el trabajo que se expande en la “base productiva” de Amazon (y Amazon Mechanical Turk), Uber (y Uber Eats), 99, Cabify, Lyft, Ifood, Rappi, Glovo, Deliveroo, Airbnb, Workana, GetNinjas, entre muchos otros ejemplos, se parecen cada vez más a un tipo de trabajo que, a pesar de sus muchas diferencias, se le puede llamar trabajo uberizado.
En un período histórico en el que la uberización del trabajo y la Industria 4.0 tienen una enorme dimensión destructiva en relación con la fuerza laboral, nuestra tercera tesis finaliza con un dibujo crítico de gran intensidad y profundidad.
Una nueva era de desantropomorfización del trabajo
Es dentro de este proceso capitalista que, simultáneamente con el crecimiento del trabajo uberizado, vemos la expansión global de la Industria 4.0, una propuesta que nació en Alemania y fue diseñada para brindar un nuevo salto tecnológico en el mundo productivo (en un sentido amplio)) basado en la expansión de la robótica y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Su implementación ha supuesto una intensificación aún mayor de los procesos productivos automatizados en toda la cadena de producción de valor, de modo que toda la producción y la logística empresarial se controla y controlan cada vez más digitalmente[7].
Es en este contexto que surge nuestra tercera tesis: además de la intensificación de la precariedad que ha dado forma al trabajo uberizado, en el otro extremo de este mismo proceso, donde se expande la Industria 4.0, asistimos a una importante expansión del trabajo muerto, con la maquinaria digital como dominante y motor de todo el proceso productivo, con la consiguiente reducción del trabajo vivo, mediante la sustitución de actividades que se vuelven superfluas, por cuenta de la entrada de nuevas máquinas automatizadas y robóticas, bajo el mando de los algoritmos
Más robots y máquinas digitales invaden la producción, lo que nos lleva a indicar que estamos entrando en una nueva fase cualitativamente superior de subsunción real del trabajo al capital. Ahora, con la presencia del Internet de las cosas (IoT, inteligencia artificial, nube, big data, impresión 3D, Internet 5G, teléfonos móviles, tabletas, teléfonos inteligentes y similares), el mundo digital-informativo ha llegado a controlar, supervisar y comandar esta nueva fase de la ciber-industria del siglo 21.
Es a causa de estos elementos socialmente destructivos que estamos en vísperas de un nuevo proceso de desantropomorfización del trabajo (recordemos Lukács[8]), ya que la tendencia a la eliminación (y/o sometimiento) de nuestros contingentes de trabajo vivo y su sustitución (y/o subordinación) por trabajo muerto, resultante de este nuevo emprendimiento empresarial que pretende consolidar la nueva fábrica digital, en las más diversas ramas y sectores económicos.
Entramos, entonces, en un nuevo nivel de subsunción real del trabajo, que profundiza su condición de apéndice de la máquina informacional, digital y algorítmica, ampliando la deantropomorfización de grandes contingentes de trabajo vivo, en una dimensión aún más profunda que la que ocurrió con la introducción de la maquinaria durante la Primera Revolución Industrial.
Esto se debe a que, si durante el ciclo artesanal y de manufactura el trabajo tenía el mando y control de los instrumentos de trabajo (herramientas) y sus movimientos (siendo así una parte activa y propulsora de un mecanismo vivo), en la gran industria se produjo una inversión completa: el mando se transfirió a un mecanismo muerto, independiente del trabajo vivo, que se convierte así en un apéndice de la máquina. Se convirtió, como señaló Marx, en un autómata, dada la subsunción real del trabajo vivo al capital, al trabajo muerto[9].
Así, al definir la desantropomorfización del trabajo, aludimos no sólo a una dimensión cuantitativa, sino también a la pérdida cualitativa del trabajo vivo y su subsunción en el trabajo muerto. En el capitalismo actual, comandado por el capital financiero, bajo la niebla de los algoritmos, la inteligencia artificial e Internet de las cosas, con su apariencia de neutralidad, nuestra tesis es que la subsunción real que se forja en la ciber-industria, en permanente reestructuración productiva, se vuelve aún más compleja y profunda, tanto en el universo de la objetividad como de la subjetividad de la clase trabajadora.
Aún más cosificados y fetichizados, sin controlar ni siquiera mínimamente los movimientos de la nueva maquinaria informacional-digital, el trabajo vivo, cuando no desapareciese por el desempleo, se subsume aún más intensamente al capital, ya que ni siquiera conoce los engranajes que están en marcha en la nueva fábrica digital al mando de los algoritmos, la internet de las cosas, la inteligencia artificial, etc.
Una nueva era de revueltas
Fue en este escenario de precariedad estructural del trabajo presente en el trabajo uberizado el que los días 1 y 25 de julio de 2020, en plena pandemia, Brasil enfrentó dos huelgas importantes –llamadas #brequedosapps– que señalaron un nuevo escenario de luchas y resistencia de los trabajadores - repartidores de plataforma digital, un movimiento que se ha expandido a varios países de América Latina y en varias partes del mundo, como lo demuestra la experiencia británica y la de otros países europeos.
Junto con innumerables huelgas que siguieron en Brasil, América Latina y en varias partes del mundo, sumadas a muchas otras huelgas de trabajadores, han expresado un mosaico y una multiplicidad de formas de acción y resistencia desencadenadas por el nuevo proletariado de servicios, segmento que continúa expandiéndose, lo que indica claros signos de descontento que deberían aumentar en esta era de abandono y erosión de derechos de la clase trabajadora en la era informacional-digital[10].
Por ello, los invitamos a leer los 28 capítulos del libro Icebergs a la deriva.
Traducción del portugués Raúl Perea.
Referencias:
Ricardo Antunes (org.). Icebergs à deriva: O Trabalho nas Plataformas digitais. São Paulo, Boitempo, 2023, 552 páginas (https://amzn.to/3KH2VuN).
Notas
[1] François Chesnais, A mundialização do capital (San Pablo, Xamã, 1996) (https://amzn.to/3YEz3om).
[2] Para una visión amplia y crítica de estas tendencias, que abarca varios países, véase Ricardo Antunes, Fabio Perocco y Pietro Basso, (eds.), Il lavoro digitale: Maggiore Autonomy o nuovo asservimento del lavoro, en Socios capes International Journal of Societies, Politics and Culturas II, (Número especial, Italia, 2021) (https://amzn.to/3E2ZSt6).
[3] Nick Srnicek, Platform capitalism (Cambridge, Polity, 2017). PAG. 86 (https://amzn.to/3OJDfik)
[4] Ricardo Antunes, Fabio Perocco y Pietro Basso (org.), Il lavoro digitale, cit., p. 10-11.
[5] Ver Ricardo Antunes, Capitalismo pandémico (São Paulo, Boitempo, 2022) (https://amzn.to/3OJGqqf)
[6] István Mészáros, Para Além do Capital (São Paulo, Boitempo, 2020) (https://amzn.to/3OJjGGG).
[7] Ver, en relación al avance de la Industria 4.0 en Brasil: Geraldo Augusto Pinto, Industria 4.0 en la cadena automotriz. En: Ricardo Antunes (Org.). Uberización, Trabajo Digital e Industria 4.0 (São Paulo, Boitempo, 2020) (https://amzn.to/3OImTGt).
[8] György Lukács, Para Uma Ontologia do Ser Social, Livro II, (São Paulo, Boitempo, 2013) (https:// amzn. to/ 3KLfULQ).
[9] Karl Marx, O capital, livro I (São Paulo, Boitempo, 2013), p. 494-95 ( https:// amzn. to/ 3qCU4Du ).
[10] Este artículo resume algunas ideas centrales presentes en el capítulo 1 del libro que organizamos, titulado, Icebergs à deriva: O Trabalho nas Plataformas digitais, que reúne las investigaciones realizadas por el Grupo El Mundo del Trabajo y sus Metamorfosis, de IFCH/UNICAMP, y cuenta con la participación de autores del país y también del extranjero (Italia, Inglaterra y Portugal).