26/12/2024
La historia de Occidente es, en el fondo, la historia del colonialismo: sin la conquista de América, las potencias europeas no se habrían convertido en potencias. Recordemos que en 1492, cuando Colón arriba a América, los turcos se aprestaban a sitiar Viena, prácticamente el centro geográfico de Europa. Es verdad que los españoles expulsaron, en ese mismo año, a los árabes de la península ibérica, pero la amenaza árabe de un retorno se encontraba en el orden del día. En suma, Europa estaba sitiada y gran parte de la población europea padecía cotidianamente el problema del hambre. La conquista de América llevó a Europa una enorme cantidad de metales preciosos, de alimentos, de materia prima que desencadenaron el proceso de producción capitalista, de modo tal que Europa rompió el sitio y se convirtió en el centro del mundo, haciendo del resto del mundo su periferia colonial.
La lectura del interesante libro de Pier Luigi D’Eredità (Lo sviluppo económico autodistruttivo. 1873-1914[El desarrollo económico autodestructivo. 1873-1914]. Milán, Udine: Mimesis, 2018) induce a plantearse la pregunta por si el colonialismo habrá representado una ventaja para Europa. D’Eredità no reproduce el ya rancio cliché historiográfico eurocéntrico según el cual Europa ha extraído enormes ventajas de la explotación de las colonias extra-europeas. D’Eredità tiene un conocimiento profundo y seguro de la historia económica, ya expresada en su voluminoso libro precedente sobre la historia económica del Medioevo (Storia del lo sviluppo económico medievale[Historia del desarrollo económico medieval]. Milán, Udine: Mimesis, 2014), pero se halla también dotado de un notable conocimiento filosófico y quizás por esto subvierte los cánones de la historiografía académica y se pregunta cómo habría sido la historia de Europa sin las colonias. Naturalmente, en el contexto de la conquista de América, las ventajas existieron, y fueron notables. Europa, sobre todo la septentrional, padecía hambre, como la padece hoy África, y las papas, el maíz, el tomate resolvieron este problema secular, como sabemos aún hoy a partir de nuestras dietas. Luego de la llegada de los metales preciosos, se inició el proceso de acumulación originaria del capital, que se consolidó posteriormente con la introducción del gold standard por parte de Isaac Newton en Inglaterra. Obviamente, pocos se presentaron ante las puertas del Banco de Inglaterra para preguntar si sus notas bancarias podrían ser cambiadas por oro; y así fue que Newton, que era el director del Banco de Inglaterra, pudo hacer que se emitiera más dinero que el que correspondía según el oro atesorado, y en la práctica aumentó la riqueza de Inglaterra; riqueza que, en parte, estaba representada por una simple nota impresa. Pero ¿quién se habría atrevido a poner en discusión la riqueza y la potencia inglesas? Al final de su expansión colonial, Inglaterra controlaba directamente un cuarto de la superficie de la Tierra y un quinto de la población mundial.
Pero, con el correr del tiempo, sobre todo en el período de su máximo esplendor, el hecho de poseer toda esta potencia colonial, ¿ha ayudado al desarrollo económico y social inglés? D’Eredità formula dudas, pero sobre la base, no solo de hipótesis, sino de hechos concretos:
La excesiva insistencia de la industria británica en el mantenimiento de líneas de producción típicas de la primera revolución industrial, el así llamado overcommitment, habría tenido un papel central en lo que se habría denominado, precisamente, el “Climaterio británico”. Se trataba de una opción cómoda, estimulada por las buenas posibilidades de absorción, por la producción industrial, de parte de los territorios coloniales. A causa de este enfoque, el vínculo, ya sea con las colonias, ya con los dominions […] habría hecho que no solo se destinaran al exterior capitales que debían/podían ser utilizados más bien para la renovación tecnológica interna, sino también que se produjera un fenómeno de inmovilidad productiva debido a la salida de la producción metropolitana hacia mercados poco exigentes y, por ende, inadecuados para imponer una constante mejora cualitativa (p. 143).
La comparación con el desarrollo industrial alemán contemporáneo hace surgir con claridad que Inglaterra no se desarrolló todo lo que podía de cara al futuro.
Alemania, al no tener colonias de grandes dimensiones como India, debió concentrar su desarrollo en la buena calidad de sus productos a fin de conquistar mercados, mientras que Inglaterra se contentaba con venderle a la incipiente burguesía india, que era numéricamente similar a la propia. Esta restricción de los medios se reencuentra en el hecho de que Inglaterra no mostró una tendencia a exportar su civilización, de modo que tomó mucho de las colonias propias. Esto se destaca en la comparación con el expansionismo imperial estadounidense, que impone masivamente moda, cocina, música, cine, que son mercancías propias. Inglaterra se dirigió, a lo sumo, a las clases dirigentes locales, y no a la masa de los pueblos colonizados, como modelo de civilización. Alemania demostró desarrollar un propio modelo de civilización, pero en el plano cultural, con su música y su filosofía, y su escalada colonialista fue solo consecuencia de las tendencias nacionalistas (cf. p. 85), es decir, no económicas, que terminaron arruinando el propio proyecto de desarrollo económico y social.
Sin duda, Inglaterra consiguió, en un primer momento, resistir y, luego, derrotar la tentativa imperialista de Alemania, ya que
aprovechó a pleno toda la relación con las administraciones de los territorios que formaban los dominions británicos, que estaban obligados […] a comprar mercancías a la madre patria Gran Bretaña. En segundo lugar, quedan cargados en su cuenta los acuerdos comerciales con los gobiernos de América Latina, que en ciertos casos garantizaban casi el monopolio de importantísimas materias primas y productos agrícolas (p. 151).
Pero, a diferencia de Alemania, no tuvo interés en desarrollar la calidad de los productos de la propia industria en la misma medida en que la desarrolló Alemania, ni intensificó la investigación científica en la misma medida en que la desarrolló Alemania. Inglaterra desarrolló más bien el propio capitalismo financiero y no encontró para ello prácticamente ningún obstáculo ni competidor. El capitalismo financiero, como enseñó Marx, es la forma más desarrollada de la explotación capitalista, pero no es progresivo. A un siglo de distancia, uno puede arriesgarse a decir que el desarrollo económico, social y cultural de Inglaterra estaba contenido en el propio colonialismo.
Paradójicamente, lo mismo puede decirse de Alemania, aunque esta no tuvo un colonialismo desarrollado como el inglés; pero fue precisamente este sentimiento de inferioridad el que indujo a Alemania a seguir el modelo de desarrollo inglés y que la llevó a la completa ruina, con la desastrosa derrota en dos guerras mundiales. Pero Alemania se vio constreñida a tener una forma progresiva de capitalismo, solo que su progreso fue sacrificado con vistas a poseer colonias. En el fondo, Alemania destruyó su desarrollo económico por razones, no económicas, sino más bien políticas. Solo ahora, cuando ha dejado de lado toda veleidad de ser potencia política, Alemania está gozando de un bienestar económico notable y envidiable, lo que demuestra que el pacifismo es la forma más concreta de desarrollo económico, social y cultural.
Si nos atenemos a nuestra perspectiva nacional, podemos notar que el modelo de unificación nacional fue de carácter colonial. El reino de Cerdeña fue anexándose regiones igualmente desarrolladas, como Lombardía, el Nordeste y la Emilia y la Toscana; pero la unificación del resto de Italia central-meridional se produjo de manera prácticamente colonial. Una vez terminado el proceso de unificación nacional, se demandaron colonias. Al no tener la fuerza para arrebatarles colonias a las grandes potencias coloniales, como pretendió hacer Alemania, Italia se contentó con territorios sin valor económico alguno, como Eritrea y Somalía, y luego Libia y Etiopía. Libia habría sido una colonia ventajosa, pero Italia –muy débil en su desarrollo científico e industrial– fue incapaz de sacar provecho de la conquista. Solo luego de que las compañías petrolíferas inglesas se establecieron en Libia, fue posible extraer petróleo, gracias a la tecnología extractiva inglesa, que era más avanzada. Todo lo que dedica D’Eredità al análisis del capitalismo inglés puede valer con mayor razón aún para el capitalismo italiano:
La política industrial británica había preferido la posibilidad de absorción de los propios productos por parte de los mercados coloniales deseados y casi programados desde Londres para consumir mercancías británicas. Según esta perspectiva, entonces, en el largo período, el mantenimiento y la existencia misma de un imperio colonial ya no habría incitado, sino constreñido al sistema económico británico a destinar a las colonias aquellos capitales que podían ser, en cambio, utilizados en importantes procesos de renovación tecnológica interna e infraestructura con una alta capacidad de eficiencia industrial (p. 83).
Italia disponía de pocos capitales y de pocos no invertidos en las colonias, pero estos escasos capitales eran sustraídos de las regiones del centro-sur de Italia, que habrían necesitado mucho más de capitales para equilibrar el desarrollo económico del país. El desarrollo retrasado de las regiones centro-meridionales fue ofrecido por la emigración y la masa de capitales que los emigrados devolvían a Italia para mantener a las familias que habían permanecido en el país, aunque se trataba de pequeños ahorros, acumulados en los países de inmigración, desde los cuales retornaban al país de origen. En la práctica, una buena parte del desarrollo económico y social de Italia provino directamente del “trabajo vivo” de los emigrados italianos y, también en el caso de Italia, aunque pequeño, el colonialismo fue más un perjuicio que una ventaja.
Otra nación eligió una forma de desarrollo no colonial en la primera parte de su historia: los Estados Unidos. Desde su nacimiento, al menos durante un siglo, los Estados Unidos se concentraron en la explotación del enorme territorio que estaba sobre las espaldas de las trece colonias originarias. Esta explotación fue violenta y salvaje, ni más ni menos que la española o la portuguesa en América Latina. Pero, a diferencia de estas, los Estados Unidos construyeron una economía potente. Gracias al control económico de América latina, los Estados Unidos se constituyeron como primera potencia económica y militar del planeta, y devinieron en una potencia neocolonial, es decir: desarrollaron una forma nueva de colonialismo, ya no directo, sino económico, sometiendo a las naciones del Tercer Mundo de manera aún más complicada que lo que habían hecho los ingleses. Los Estados Unidos impusieron una forma de civilización, ya sea como instrumento de control, ya sea como mercancías a vender a las naciones del Tercer Mundo, que, de hecho, llaman a todas las puertas del “gigante del Norte”. Son, en su gran mayoría, latinos los que quieren ingresar a los Estados Unidos, pero lo hicieron también, comprensiblemente, africanos y asiáticos, justamente en función del modelo civilizador impuesto en su madre patria.
Los países de la periferia confunden este modelo civilizador estadounidense con el modelo absoluto de civilización, así como estaban habituados a hacerlo con el viejo colonialismo. En realidad, las madres patrias coloniales europeas hoy no quieren abrir sus fronteras para recibir a los descendientes de aquellos que fueron habituados a pensar que Europa era el Centro de la civilización humana. Europa no está en condiciones de recibir a ninguno, ya que está viviendo las consecuencias históricas de aquel modelo de desarrollo colonial que adoptó hace aproximadamente un siglo y medio. Quizás si los capitales invertidos en las colonias hubieran sido invertidos en el continente, la historia de Europa podría ser hoy diferente. Antes podía distribuir riqueza entre sus ciudadanos gracias al control de las colonias (Francia e Inglaterra), o a la fuerza de la propia economía en desarrollo progresivo (Alemania, Países Bajos, Escandinavia). Hoy, aquella fuente está agotada y es imposible mantener a una población tan numerosa, de más de 500 millones de seres humanos, con un altísimo nivel de vida. La crisis desencadenada por la pandemia del COVID-19 está manifestando claramente estas contradicciones y además las está agravando.
En conclusión, puedo afirmar que el capitalismo es un sistema de producción de riqueza que posee un carácter dialéctico, en el sentido de que se afirma a través de formas que luego se convierten en su contrario: el colonialismo, violentísimo en el inicio de su realización histórica, ha devenido, en el curso del tiempo, más en un obstáculo que en un estímulo para el crecimiento económico, social y civil de las naciones que lo adoptaron. Las razones por las cuales el colonialismo se ha convertido, en el último siglo de su existencia, en una forma de presunto desarrollo del capitalismo eran, en realidad, no económicas; así, las naciones colonialistas han sobrevivido a las propias contradicciones, siempre y cuando las razones económicas hayan prevalecido sobre las políticas y nacionalistas, y aquella forma de capitalismo colonial fue abandonada a favor de un neocolonialismo que posee una razón fundamental económica.
·Il colonialismo è stato vantaggioso? Enviado por el autor para su publicación en Herramienta. Trad. del italiano de Miguel Vedda.
··Antonino Infranca es Filósofo italiano. Doctor en Filosofía por la Academia Húngara de Ciencias y por la Univ. de Buenos Aires. Realizó investigaciones en el Archivo Lukács, de Budapest. En 1989, recibió el Premio Lukács. Es autor, entre otros libros, de Tecnécrates (1998; Herramienta, 2004), El otro occidente (2000; trad. al francés: 2004), Trabajo, individuo, historia. El concepto de trabajo en Lukács (Herramienta, 2005), Los filósofos y las mujeres (2006) y Apocalisse. L’inizio e la fine dellamodernità (2021). Coeditor de G. Lukács Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía (Herramienta, 2003), G. Lukács, Ontología del ser social: El trabajo (Herramienta, 2004) y G. Lukács, Táctica y Ética. Escritos políticos (1919-1929) (Herramienta, 2014) y de numerosas ediciones en italiano. Ha publicado numerosos artículos sobre Lukács, Bloch, Gramsci, Kerényi, Croce, Heidegger; ha traducido al italiano los ensayos de Dussel sobre Marx. Es miembro del Consejo Asesor de Herramienta.