21/11/2024
Gobierno y representación
Estas reflexiones se encuadran en un camino que inicié hace varios años tratando de demostrarme que la crisis del Estado moderno es la crisis de la representación como ideología y como mecanismo de dominación.
Debo aclarar que aquí aparecerá como un a priori (pues no es aquí el lugar de demostrarlo) la hipótesis que mantengo: lo que denominamos Estado no es más que el gobierno (no comparto la diferenciación de esos conceptos sino sólo desde el punto de vista jurídico, pero no en el político-social) y el gobierno es una verdadera clase social, expropiadora de las condiciones de capacidad de optar entre decisiones que tienen eficacia general, es decir política.
Así, entonces, estoy cercano a Robert Dahl, en el sentido de que gobernar es la capacidad de tomar decisiones de carácter general, sólo que agrego la posibilidad de optar.
La capacidad de optar por decisiones que afectan a grupos más o menos grandes de personas (potencias) está distribuida en grupos sociales con mayor o menor alcance. La relación entre esas potencias es lo que denominamos relaciones de poder, el poder es la resultante de esa relación, la capacidad de dominación. En el caso del poder político es la capacidad de imponer decisiones de alcance general, público y, por lo tanto, políticas.
La democracia representativa moderna, a través del proceso transformador de ideologías en leyes y los mecanismos de funcionamiento electoral, distribuye las capacidades existentes de forma monopólica a favor de los representantes. La ley fundamental establece que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”. Se trata de una prohibición legal y no de una cuestión de legitimidad. Nada obstaría a que la norma dijese que el pueblo delibera y gobierna sin representantes o los representantes ni deliberan ni gobiernan. Ninguna de ambas normas sería ilegítima, aunque en la democracia representativa establecida en las constituciones modernas es ilegal. Si los ciudadanos no deliberan ni gobiernan, entonces, obedecen; con lo cual se establece una relación de dominación cuasi personal, de no libertad (en el sentido moderno) que es lo que la modernidad vino a abolir.
Si lo que acabo de enunciar es así, entonces podríamos decir:
A mayor representación, mayor gobierno.
A menor representación, menor gobierno.
Aquí debe agregarse que la representación se condimenta con otro elemento: el mandato libre o no-imperativo. La representación no es de los ciudadanos sino en cuanto “cuerpo político”, es decir el Pueblo. El Pueblo es una generalidad: o existe en cuanto conjunto personificado de los ciudadanos o es una multitud de individuos diversos. Si el pueblo es ese cuerpo político, y sólo así puede ser representado, naturalmente el mandato no puede consistir en instrucciones precisas, por lo tanto el mandato debe ser libre. Si el pueblo es una multitud de individualidades, entonces, el mandato imperativo se trataría de una multitud de instrucciones, lo que haría imposible tomar decisiones generales, haría imposible gobernar. Es decir, no se pueden representar directamente las voluntades individuales, como sucedería con el mandato imperativo. Esto dice la teoría política y es efectivamente cierto.
Si esto es así (y lo es) entonces, la teoría política sustituye las voluntades individuales por la “voluntad general”, es decir una generalidad abstracta. La teoría política no contempla lo que sí contempla la sociología: las acciones colectivas.
¿Qué quiere decir entonces “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”? Que sólo esa generalidad puede ser representada y no los individuos de carne y hueso y que, por eso, el mandato nunca puede ser imperativo. Esto quiere decir que lo expresado por el representante siempre debe ser tenido como si fuese la voluntad de los ciudadanos. Lo que, a su vez, significa la negación de los resultados de las acciones colectivas, pues la única alternativa es individuos/Pueblo. La alternativa se resuelve en sujetos en los que se supone una voluntad. Pero la cuestión es que las decisiones generales eficaces no tienen como “sujeto” a los individuos singulares empíricos (de carne y hueso) ni a la abstracción genérica ideal (construcción ideológica) Pueblo. Las decisiones de carácter general eficaces (la imposición de conductas a mayores o menores grupos) son siempre resultados de acciones colectivas. La representación implica el mandato libre y la negación de acciones colectivas, este es el nudo (la estructura) de la teoría de la representación.
Esta es la razón por la cual se puede afirmar con certeza lo ya enunciado: a mayor representación mayor gobierno, porque mayor libertad para gobernar. En la medida que la estructura de la representación implica mandato libre esto significa mayor libertad para tomar decisiones que afecten (que se impongan) a la población, mayor libertad de los representantes y menor probabilidad de libertades para los gobernados. Por esto es que se puede agregar, a la definición de gobierno como capacidad de imponer conductas con carácter general, la facultad de optar que yo agrego. Es decir la libertad para gobernar.
Participación
Es común adicionar la palabra participativa a la democracia como superadora de la democracia sólo electoral. En este sentido la participación no se contradice con la representación.
Entiendo la participación como acción colectiva y no sólo como mecanismos legales-constitucionales, es decir como actividad político-social, esté o no reglada.
En este sentido la actividad electoral (representativa o no) es participación: el voto es una forma de participación en una acción colectiva. El proceso electoral es, también, una acción colectiva. En este caso la mayor participación aumenta la representatividad y, por lo tanto refuerza el gobierno y el monopolio de las decisiones con eficacia general. Lo que suele llamarse poder.
Por el contrario una fuerte abstención electoral también es una acción colectiva, sin embargo merma la representación y, por lo tanto debilita el monopolio de la capacidad de tomar decisiones con eficacia general. El mismo hecho de la abstención es una decisión que tiene eficacia general, aunque ésta no sea una norma legal. La abstención está diciendo que una parte de la población gobierna sin representantes o que los representantes no gobiernan plenamente. Lo que, ya dijimos, no es ilegítimo en una democracia, aunque puede llegar a ser ilegal cuando la abstención está sancionada por la obligatoriedad del sufragio.
Es decir, una acción colectiva de abstención electoral (acción colectiva de omisión como la “rebeldía fiscal”, o la no participación en la producción) mella el proceso representativo y, por lo tanto, debilita al gobierno: cambia las relaciones de poder.
El cambio de las relaciones de poder significa el debilitamiento del monopolio de la capacidad de optar por decisiones con eficacia general. La nueva distribución de esa potencia significa la existencia de otros “centros” de generación de decisiones de alcance general, más o menos extendidas y no necesariamente legal ni legítima y, a veces, ni deseable (mafias, corporaciones). Sin embargo en la promoción de la acción colectiva es probable que la decisión se adopte por medio del voto pero no necesariamente de elección representativa. También se puede votar para elegir quién realice una comisión: un “comisionado” o un “comisario”. No hay representación pero sí elección. El voto como expresión de la voluntad en la opción de una decisión es algo distinto del voto como expresión de fe en el representante, en quién actuará en “su nombre y representación”. El mandato no tiene por qué ser necesariamente representativo. Voto y elección es una cosa y representación es otra.
La toma de decisiones no monopólicas puede tener una eficacia más o menos extendida, pero general (para todos) dentro de su extensión. Es decir, genera un nuevo orden de relaciones culturales, ideológicas, sociales, políticas y económicas. Generan un nuevo orden dentro del viejo. Los viejos materiales se reciclan depurándolos y re-funcionalizándolos. Viejos elementos pueden cumplir nuevas funciones en otra estructura o sistema. Esto dependerá de acciones colectivas, no necesariamente deliberadas, orientadas a ese fin.
Acción colectiva
Las acciones colectivas pueden ser dirigidas frente (o contra) el gobierno, pero también pueden desarrollarse a pesar de aquél. Pero para actuar contra o frente al Estado es necesario actuar previamente a pesar de él, para generar la acción colectiva. Es decir generar un subsistema de relaciones sociales en sentido amplio (culturales, ideológicas, etc.) que otorguen consistencia, masa crítica capaz de oponer o imponer sus demandas a la clase estatal. Pero también el contenido de esas demandas, en alguna medida, puede ser satisfecho en virtud de su propia organización, a pesar del Estado, así como éste puede seguir existiendo a pesar del nuevo orden generado. La creación de un probable nuevo orden no se realiza fuera del conflicto de clases sino como parte suya.
La colectividad que puede actuar de esa manera puede ser una comunidad de base histórica territorial o étnica, de tipo ético-religioso (comunidades pre-modernas) o de base productiva moderna o ideológica-contractual (asociaciones). En el primer caso la indiferenciación entre individuo y comunidad (su pertenencia) es la causa de la imputabilidad de un acto de cualquier individuo al grupo y del grupo a cualquiera de sus miembros. La participación del individuo es altamente probable dada su escasa diferenciación del grupo. En el segundo caso la pertenencia supone la diferenciación del individuo con el grupo, lo que hace necesaria su adhesión sobre una base de tipo contractual o asociativa, lo que nos pone en el problema de en qué condiciones es probable esa adhesión. En el caso de participación en la producción moderna la probabilidad de participación dependerá de una opción, aunque cada vez más acotada a medida que aumente el costo de la adhesión y disminuya el grado de beneficio de la adhesión. Es decir el menú de opciones de participación se empobrece si el individuo no tiene otra alternativa sino entre adherir al grupo productivo o no satisfacer las necesidades de sobrevivencia. Aun así se trata de una opción.
Ya en el sistema productivo moderno aparecen cuestiones de probabilidad de participación en acciones colectivas por las condiciones de la producción. Es el caso de la huelga que nos coloca frente a una acción colectiva que puede tener éxito o no conforme al grado y forma de participación. La opción por la participación en ella puede provenir de una acción altruista: aunque no tenga necesidad o no me interese un aumento de salarios, participo por solidaridad con mis compañeros. Puede provenir de una preferencia ética: aunque no me siento solidario con mis compañeros tengo como norma participar en toda acción reivindicatoria de los más débiles o menos favorecidos. Puede provenir de una amenaza: si no participo puedo tener una sanción física o moral (disyuntiva del crumiro). En este caso ya aparece el cálculo de costos y beneficios, es decir el cálculo de un individuo egoísta: el costo de la sanción física o moral es mayor que el beneficio de mantener el empleo. Es decir, nos encontramos frente a las condiciones que pueden hacer que un individuo opte por participar en una acción colectiva. Esto, así simplificado, puede complicarse con otros problemas: aun no habiendo amenazas un individuo puede optar por no participar sabiendo que de cualquier modo recibirá el beneficio (dilema del que va de gorra, o gorrón –según la traducción española de free rider, garronero diríamos). La disposición a participar puede depender también del grado de información de que otros también participarán, es decir de cierto grado seguridad que disminuya el costo del riesgo de perder el empleo. Intervienen también otras variantes como una cultura o una tradición de participación, la recurrencia de fenómenos de acción colectiva, su frecuencia temporal, que influye sobre el umbral de decisión participativa, la información sobre la existencia contemporánea de acciones del mismo tipo, etc.[i] Todo esto y más es lo que constituye el problema del cálculo racional, lo que supone la existencia de un individuo egoísta que, para participar en una acción colectiva mide los costos y el beneficio. Esta opción racional es el sustrato de la racionalidad moderna, es decir de la ideología dominante.
El caso de la acción cooperativa es un caso particular de acción colectiva.
Aquí nos podemos encontrar con las acciones cooperativas de sobrevivencia o de mejores condiciones de vida. Estas últimas no nos enfrenta al caso del estado de necesidad como puede ser el del primero, aunque ambos se inscriban generalmente dentro del empeoramiento de la calidad de vida, es decir por demandas insatisfechas. De modo que en ambos casos nos encontramos con el problema de las condiciones de probabilidad de que un individuo participe en una acción cooperativa, con todas las variantes ya señaladas.
El caso límite es el del estado de necesidad. En él el individuo no tiene nada que perder, la disyuntiva es participar o morir. La participación no implica costo, es todo beneficio, porque el mínimo beneficio es su vida, salvo que en el orden de sus preferencias por cualquier otra razón (y no necesariamente la locura) privilegie la muerte. No es común que el suicidio encabece el orden de preferencias.
Si esto es así, es probable (aunque no necesario) que quienes no posean bienes opten por cooperar participando en acciones colectivas frente al estado o a pesar del estado.
También si esto es así, es probable que al menos algunos orienten sus acciones (deliberadamente o no) hacia la cooperación, es decir hacia la generación de tipo de relaciones que, originadas aun en las condiciones de la ideología dominante, reciclen o refuncionalicen vínculos sociales, culturales, ideológicos, jurídicos, institucionales, en fin, políticos sobre otras bases éticas. Refuncionalicen también los mecanismos democráticos no necesariamente representativos, pero dentro de otro orden de relaciones.
Orden nuevo
Si es verdad que pueden generarse nuevos ordenes de relaciones a pesar del Estado y si es verdad que la participación en decisiones de alcance general, es decir políticas, en virtud de que son probables las acciones colectivas, entonces podríamos cambiar algo las fórmulas enunciadas al comienzo:
A mayor representación, mayor gobierno y menor participación de los dominados en las decisiones políticas,
A mayor participación en acciones colectivas, menor representación y menor gobierno de los dominantes.
Si esto es así, entonces nos hallamos frente al problema del funcionamiento organizativo de las acciones colectivas o de la cooperación. Ya dijimos que su probabilidad estará dada por la existencia de diversas variables. Muchas de esas variables se darán también en el funcionamiento de la acción cooperativa sobre la que se basa el nuevo orden de relaciones, pero otras serán distintas porque distinta es la base en que se apoyan. Así, por ejemplo, si sobre la base de la idea de medios adecuados a fines (racionalidad instrumental) la concepción del taylor-fordismo reduce un hombre a una tarea (trabajo parcelado y repetitivo), a fines de simplificar en la lógica de menor costo para mayor beneficio del propietario privado de los medios de producción, si la propiedad es cooperativa, es decir común, es decir no-propietario privado de medios de producción, entonces, no necesariamente se aplicaría la racionalidad simplificadora y del costo/beneficio. Puede pensarse en muchas tareas por muchos hombres. Es decir, una acción colectiva compleja, no simple, sino diversificada.
Estas complejidades ya aparecen en algunas innovaciones en la producción post-fordista, sólo que bajo el dominio del propietario privado de los medios de producción.
Así, por ejemplo, se da el caso de un hombre y muchas tareas, pero no necesariamente diversas: caso de superexplotación de un individuo para varias máquinas. Pero también aparece la acción coordinada de muchos o varios hombres en diversas tareas rotativas. Este es uno de los varios significados de la flexibilidad laboral[ii], el más conocido es el que se refiere al mercado laboral. (Este último no necesariamente está vinculado al cambio en las formas productivas, donde la palabra es simplemente un eufemismo para llamar a los despidos cualquiera sea la forma de producción, es decir que haya o no incorporado innovaciones tecnológicas).
La acción coordinada de muchos o varios hombres en diversas tareas rotativas y los equipos de trabajo con una visión más completa del proceso total del trabajo es adoptada, no porque los directivos de las empresas deseen una humanización del trabajo, sino para satisfacer una cuota de ganancia competitiva.
Tenemos aquí, por un lado, la rigidez del principio de mayor costo para mayor beneficio y, por otro, una superación que flexibiliza la simplificación de un hombre=una tarea. Es decir una lógica, una racionalidad simplificadora y reductiva al número de la relación costo/beneficio, y medios adecuados al fin de la ganancia, que aún prevalece sobre otra racionalidad compleja no reductiva, más totalizadora, donde los incentivos para la producción no se reducen a los materiales, sino acudiendo a la responsabilidad del productor y del grupo, que induce a una conducta cooperativa (en beneficio de otros, claro). Esto requiere aspectos de autocontrol horizontal, no sólo vertical, entre los grupos y equipos productivos que, a veces, se realiza entre empresas de un mismo grupo para racionalizar los stocks. Por supuesto que esto nunca significa la desaparición de la autoridad impuesta por el propietario de los medios de producción, pero es cierto que la producción se traduce en una acción colectiva compleja. Así como en la historia del proceso productivo capitalista hemos pasado por diversas etapas de cooperación en la producción, desde la manufactura a la gran industria y al fordismo, y esas etapas han servido de experiencia a los productores para su organización fuera del ámbito productivo, así también esta podría adecuarse a ese fin. Las organizaciones sindicales y políticas han tenido siempre la impronta del paradigma productivo, a su vez, dominado por el paradigma cultural. Si hoy existen innovaciones en el paradigma productivo, con la impronta, a su vez, del pasaje hacia una racionalidad compleja en la producción científica y técnica, es probable, entonces, que las acciones colectivas-cooperativas las puedan adoptar. Es decir ¿qué pasaría en una acción cooperativa si se adoptaran las formas complejas de autogestión y autocontrol difundidas por las innovaciones productivas? La acción colectiva de las empresas medianas y pequeñas de Italia lo hacen en la gestión, la misma organización administrativa de los grupos económicos de los Estado Unidos también lo hacen en los controles. En ambos casos, no obstante que lo dominante sigue siendo la racionalidad instrumental de la ganancia (y por eso da lugar a fraudes y zancadillas), se trata de la adopción de una racionalidad totalizadora compleja. A esta complejidad corresponde una verticalidad en las decisiones impuesta desde afuera de los sistemas de gestión y control, una decisión desde arriba pero exterior. La verticalidad y la jerarquía no es ínsita a ese sistema de gestión y de control, por el contrario, esos sistemas apuntan a la horizontalidad de las decisiones y a su colectividad, precisamente porque son acciones colectivas-cooperativas.
Si en la producción se puede transitar de la simplificación de “un hombre igual una tarea” a muchos hombres en muchas tareas, ¿por qué sería imposible concebir un paso similar en la política? De “un hombre igual un voto” a muchos hombres colectivamente en muchas decisiones. Esto sería mucho más que la horizontalidad entre individuos para una sola tarea o, en términos políticos, para diversidad de opciones para decisiones de alcance general, es decir públicas, es decir, políticas. Capacidades de decisión que pueden tener límites precisos de gestión ejecutiva pero de deliberación y control complejos y totalizadores.
Organizar políticamente la cooperación.
La consigna pertenece al último Lenin. Era la forma para evitar la burocratización en ciernes. Allí sostiene Lenin que socialismo es sinónimo de cooperación: cooperación es socialismo[iii].
Podríamos traducir de esta forma: el socialismo es cooperación políticamente organizada. Cooperación políticamente organizada es capacidad colectiva de organización compleja de optar por decisiones de alcance general efectivo, es decir políticas. Podría pensarse, quizá, en equipos flexibles diversificados, intercontrolados en la toma de decisiones operativas, sobre la base de matrices constituyentes no cristalizadas, ejecutadas por mandatarios no representantes sino comisionados.
Como siempre la última palabra será la práctica, esto es sólo algo para reflexionar con un poco de audacia, imaginación y generosidad.
Notas
[i] Otros elementos que pueden entrar en el análisis son el grado de consistencia tradicional o concentración de una comunidad y la cercanía o lejanía entre comunidades. Esto último tiene relación con la posibilidad de noticia o comunicación de la existencia de otras acciones colectivas, repitiendo el cálculo individual de que supone menor riesgo para actuar el saber que otros lo están haciendo, pero también el cálculo de que si otros lo están haciendo y tienen probabilidades de éxito no sería necesario participar porque de todos modos se beneficiaran sin costos.
Un caso interesante es el que plantea Taylor en su análisis de la participación de los campesinos en las revoluciones francesa, rusa y china hecha por Skocpol. En el caso de la revolución francesa las comunidades que por su forma productiva y de intercambios tenían un carácter concentrado y consistente (“comunidades fuertes”) la participación política fue espontánea y autoorganizada, en las comunidades chinas, bastante dispersas con pocos vínculos productivos (“comunidades débiles”), por el contrario, hizo necesario que fueran organizadas por “emprendedores políticos” enviados por el Partido Comunista chino. También es interesante ver que la actividad de estos militantes comenzaba por organizar la resolución de las necesidades inmediatas de las comunidades más que su participación directamente política en la revolución.
Taylor, Michael. “Racionalidad y acción colectiva revolucionaria”. Intereses individuales y acción colectiva, compilación de Fernando Aguiar, Edit. Pablo Iglesias, Madrid, 1991, p. 103.
[ii] Turchetto, María. “Flesibilità, organizzazione, divisione del lavoro”. Alternative, Bologna, 1995 p. 65.
[iii] En esas “condiciones la cooperación casi siempre coincide con el socialismo”. Lenin, V. “Sobre el cooperativismo” en “Testamento Político”, Edit. Anteo, Bs.As., 1987, p. 57. Sobre el tema puede verse mi trabajo “Lenin y el pan. El paradigma de acción política en la moderna estructura de la pobreza.” Revista Doxa, 11/12, Buenos Aires, 1994, p.10.