El Caballito Editores, México, 1999, 191 págs.
Adrián Sotelo
[1] nos presenta una problemática que supera la lógica de un estudio formal sobre
la precarización, aprehendida ésta como una realidad meramente estática y coyuntural, como usualmente observamos en los análisis de la sociología del trabajo contemporánea.
La relación capital-trabajo será el hilo conductor que recorrerá la obra, donde un estudio de la estructura económica del capitalismo actual se combina con el análisis de la lucha de clases, desde la perspectiva de un teórico “moderno” de la dependencia. En su investigación el autor complementará varias de las compartimentadas “ramas” de las ciencias sociales, a fin de responder a un cuestionamiento central: ¿Significa la reorganización de las nuevas condiciones de valorización y reproducción del capital de la actual fase de mundialización, la pérdida de centralidad del trabajo en la economía global como afirman ciertas doctrinas en boga?
Inscripto en el debate que plantearan autores como A. Gorz, A. Schaff, C. Offe, J. Habermas, J. Rifkin, A. Turaine, etc., al igual que R. Antunes, no trasladará mecánicamente las categorías y explicaciones planteadas en el centro hacia América Latina. Sin embargo, el autor realiza un estudio desde la economía política que lo lleva a apropiarse del tema desde todos sus ángulos. Comienza con el análisis de la economía mundial en la fase actual y combina dos teorizaciones: la teoría del ciclo largo y la de la dependencia, para ubicar los conceptos “patrón de acumulación de capital” y “automatización flexible”, soportes de su concepción global sobre los procesos de mundialización.
Para el autor la problemática contemporánea del capitalismo sigue siendo la persecución de la generación de valor y de plusvalía, como condición imprescindible para elevar la productividad del trabajo. Así, los dos primeros capítulos concluyen con la siguiente tesis: que la reestructuración del capital y la crisis coexisten y se alternan conforme a la lógica de la acumulación y la ganancia. Desde la moderna teoría de la dependencia, Sotelo plantea una amplia discusión donde encontraremos entre sus interlocutores a neoestructuralistas, neokeynesianos, posindustriales y posmodernos, entre otros; en este sentido, cabe mencionar que el intento de apropiarse de la materia desde casi todas las perspectivas pudiera confundir al lector, ya que en ocasiones se ignoran cuáles son los nudos problemáticos cardinales para el autor, sobre todo en lo que a la primera sección se refiere.
En nuestra opinión, el debate más relevante es el que se expone en el capítulo tercero, donde su punto de partida será la concepción del “mundo del trabajo” a través de su estructura económica, entendida como relación social y base de específicas relaciones políticas de dominación; donde el “patrón de acumulación de capital” será el reflejo de las profundas transformaciones en el contexto de las contradicciones en el ámbito global. En esta dirección, nos resulta especialmente enriquecedora la polémica planteada con los llamados teóricos posindustriales, que defienden la tesis según la cual, debido a las transformaciones producidas gracias a la reestructuración mundial, habríamos arribado al “fin de la sociedad del trabajo”, argumentando que, gracias a las herramientas brindadas al capital por la revolución tecnológica y el avance del conocimiento, estaríamos ante el declive del trabajo industrial, el cual habría sido desplazado estructuralmente.Para el autor, en contraposición a esta conclusión, si bien el aumento de la productividad del trabajo, efectivamente, viene reduciendo la cantidad de trabajadores en la industria; paralelamente, continúa aumentando el número de trabajadores en las esferas de la circulación y de la distribución. (...)Por esto, más que extinguirse, la ley del valor ahora se mundializa y entra a regular a cada vez más sectores y fuerzas productivas que antes permanecían fuera de su influencia y determinación, entre otras razones, debido a las políticas y prácticas del Estado benefactor.
Si bien queda claro que a partir de la mundialización de la ley del valor, el antes “obrero industrial” se ha metamorfoseado, deviniendo en la ahora denominada “clase que vive del trabajo”; sería menester que en una próxima publicación, el autor desarrollase más detenidamente el punto en cuestión, ya que es sumamente relevante una argumentación consistente y clara de esta hipótesis, –cuya originalidad reside en la óptica desde la cual se observa el proceso que el mismo analiza.
En otra dimensión del análisis y como introducción al comentario del cuarto y quinto capítulo, nos interesa realizar algunas apreciaciones respecto a cómo y desde dónde se estudia el Estado y la lucha de clases. Siendo que la globalización y el posfordismo han organizado las investigaciones económico-políticas de los últimos diez años, debemos cuestionarnos si la obra se plantea como certeramente crítica, y si lo es, en qué consiste su cuestionamiento radical.
Observamos como A. Sotelo percibe a la mundialización como la estrategia defensiva del sector dominante de la burguesía –neoliberal–, que necesita superar la crisis del fordismo. Aquí lo relevante no es la contradicción que se plantea entre acumulación financiera y productiva, la crisis capitalista es sólo un momento funcional donde las fracciones dominantes del capital pujan por alcanzar la dominación. Pero, ¿Qué significado tiene para el autor la crisis del fordismo? ¿Es una crisis de clases, o una crisis causada por las contradicciones estructurales? Para respondernos, observemos en primera instancia, la derivación del Estado que asume en su análisis el autor: Su hipótesis central es que, mientras en el pasado, bajo el Estado de Bienestar, capital y trabajo convivían bajo una cobertura institucional –un régimen de acumulación ford-taylorista de producción y consumo, combinado con mercados de trabajo–; hoy, por el contrario, nos enfrentamos a un patrón ohnista-polivalente, cuya cobertura es el Estado neoliberal, con la precariedad y la exclusión social, como corolarios del modelo dominante.
Convengamos que la noción de una cobertura dista mucho de ser una conceptualización sensible a las fuertes luchas que entendemos llevaron a la profunda crisis que vivió el capitalismo a fines de los sesenta. Pareciera entonces, que el autor, al igual que Hirsch, observara las crisis estructurales como determinantes substanciales en la historia de la relación capital-trabajo. Pero, aunque no queda claro en el texto cuál sería la relación del Estado con el mundo del trabajo, en cuanto Sujeto de la Historia llamado a realizar la transformación social, se percibe una conclusión por entero contrapuesta a la de Hirsch, quien sostiene que como consecuencia de la globalización nos encontramos ante la desaparición del movimiento obrero como actor histórico; por el contrario, Sotelo, dejará en manos de los trabajadores las perspectivas de cambio, la mundialización es en su interpretación un proceso cuyos únicos protagonistas no se encuentran en las ligas de las fracciones del capital dominante.
En el capítulo cuarto, discute los efectos de la automatización flexible en el mundo del trabajo, introduciendo una discusión fundamental, ¿será el mismo paradigma el que rija el mundo laboral en la periferia?
En el último apartado, citando el ejemplo chileno, el autor demuestra cómo el modelo de desarrollo neoliberal periférico, mantiene un carácter estructural dependiente: todavía existe una relación inversa entre crecimiento económico y distribución del ingreso.
Otra característica apuntada es la tendencia a la concentración del ingreso en las sociedades subdesarrolladas, donde Argentina ofrecerá un ominoso ejemplo de este proceso durante la aplicación del modelo neoliberal.
Para el autor, al igual que otros paradigmas, el toyotista, constituye un instrumento para elevar la productividad y la cuota de ganancia y reorganizar el proceso de trabajo sobre otras bases, a partir de la descomposición del obrero masa. (…) Y más que en la productividad, vía desarrollo tecnológico, esta estrategia ha reposado en la desreglamentación laboral y en la flexibilidad del trabajo en los segmentos y áreas del proceso productivo donde estos métodos se han traducido en notables disminuciones de los costos de producción y en efectivos incrementos de los beneficios empresariales. En contrapartida, América Latina y los países dependientes en general adoptan este paradigma, sin haber conseguido participar en los beneficios, siquiera en una mínima escala, del despliegue de la innovación tecnológica y su aplicación a los procesos productivos, (…) sino que incluso, se frustraron las posibilidades de su intervención debido al agotamiento de la industrialización sustitutiva de importaciones y a las consecuencias de la crisis de los ochenta.
Por todo esto, el paradigma toyotista ha significado para la periferia desindustrialización y un aumento relativo de la heterogeneidad estructural; a través de la centralización y monopolización económica, del endeudamiento externo de las economías dependientes: la superexplotación
[2] del trabajo ha significado el recurso más eficaz para el capital local; aún más que vía aumento de la productividad. En síntesis, polémico y audaz, el autor enfrenta esta problemática y nos ofrece herramientas desde un análisis agudo y crítico a la vez.
[2] Que consiste en la obtención de plusvalía, resultado combinado de los métodos de explotación.