23/11/2024
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14/07/2018
María Paula García**
Una marea feminista recorre el mundo. El último 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, fue una expresión de ello: en el segundo Paro Internacional de Mujeres hubo movilizaciones en más de 70 países y 150 ciudades del mundo, en todos los continentes. “Madrid será la tumba del machismo”, exclamaron las españolas. “El lugar de la mujer es la resistencia. No prestaremos obediencia”, gritaron las turcas desafiando el estado de sitio. “Time’s Up”,[1] expresaron las norteamericanas. “Aborto Legal ya / Basta de ajuste y despidos”, fue la consigna de la bandera que encabezó en la Ciudad de Buenos Aires la movilización más grande de los últimos años.
Este fenómeno mundial, que muchas feministas reconocen como la cuarta ola del feminismo, no se da en el vacío, sino en un contexto concreto de crisis global. Efectivamente, el mundo en el que vivimos se ha convertido en un territorio cada vez más peligroso y complejo. Y lejos de tratarse de simples cambios, las aceleradas transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales se vinculan en realidad con la crisis del capitalismo heteropatriarcal en su versión neoliberal. En menos de tres décadas, la globalización neoliberal, con sus promesas de gran aldea global, bienestar económico y prosperidad social expresa su rotundo fracaso: el neoliberalismo no ha sido capaz de generar respuestas satisfactorias, ni siquiera ante las necesidades básicas de las grandes mayorías sociales. De hecho, una diversidad de intelectuales hablan de elementos de crisis civilizatoria, como agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social, con sus respectivas expresiones en los ámbitos ideológico, simbólico y cultural. Como afirmó Álvaro García Linera (2016), hoy no existe nada mundial que articule expectativas comunes: lo que se tiene es un repliegue atemorizado al interior de las fronteras y el retorno a un tipo de tribalismo político, alimentado por la era xenófoba, ante un mundo que no es el mundo de nadie.
Atravesar una crisis, no es de por sí una buena noticia. Lo estamos viendo: las desigualdades sociales aumentan; la riqueza se concentra aún más en unos pocos poderosos; los Estados se cierran, ajustan, recortan políticas sociales y van contra los derechos conquistados; se persigue a migrantes; las derechas son gobierno y avanzan, criminalizando a los sectores populares y a cualquier proyecto político que intente construir una alternativa. En palabras de Chomsky (2007), un predador se vuelve más peligroso y menos predecible cuando está herido. Sin embargo, en medio de todo ello, una ola feminista avanza. Nace, crece y retrocede para ganar nuevo impulso, como las mareas, agitando y estremeciéndolo todo. ¿Puede radicalizarse un movimiento como el feminista en medio de una crisis civilizatoria con fuertes embates de las derechas conservadoras? Sí. Y no es una novedad histórica.
A lo largo de sus tres siglos de existencia, los diversos feminismos fueron capaces de señalar los límites de los diferentes regímenes políticos presentados como novedosos, identificando los nudos de las opresiones persistentes y luchando para demolerlas. En el siglo XVIII, las primeras feministas emergieron como punzantes interpeladoras de los privilegios masculinos: reclamaban ser consideradas sujetos racionales y la igualdad de derechos que los varones. Con estas reivindicaciones, las mujeres evidenciaron, al mismo tiempo, la parcialidad de esa razón iluminista, pretendidamente universal. En el siglo XIX, irían por más al exigir el estatus de sujetas políticas, al articular la lucha en base al derecho al sufragio femenino y al señalar los límites de una democracia que no podía ser tal sin contemplar a las mujeres. Ya en la segunda mitad del siglo XX, en plena radicalización estudiantil, antibélica y antirracista, los feminismos volverían a emerger con más potencia que nunca. “Lo personal es político” fue la consigna que puso sobre el tapete a la dominación patriarcal en todos los ámbitos de la vida, como una de las enormes opresiones a combatir, subrayando el carácter político de todo aquello que las corrientes de pensamiento hasta ese momento habían considerado como privado (la sexualidad, la maternidad y los cánones de belleza, entre otras cuestiones).
Y es en la actualidad, en pleno siglo XXI y en medio de una crisis civilizatoria global, que vuelve a irrumpir el feminismo. En este caso, a partir de un grito desesperado: ¡paren de violarnos y de matarnos! Imposible de concebir, pero real. La crisis neoliberal es también una poderosa reacción patriarcal sin precedentes, que no sólo no puede garantizar la vida de amplios sectores sociales, sino que directamente asesina a buena parte de ellos por el simple hecho de ser mujeres o de asumir identidades sexuales disidentes.
La nueva ola feminista es la más internacional de todas. A diferencia de las anteriores, con epicentro en Estados Unidos y en algunos países europeos, se manifiesta masivamente en diversos puntos del planeta. Desde las masivas movilizaciones de las estadounidenses contra la misoginia de Trump, pasando por la reacción popular contra la sentencia del “caso de La Manada” en España, hasta llegar al segundo paro de mujeres, lesbianas y trans en la Argentina de Macri, la cuarta ola es la voz que empezó a gritar lo que otros movimientos no salieron masivamente aún a decir y a alzarse contra los atropellos de los poderosos. Si bien con características y reclamos propios en cada país, los reclamos tienen denominadores comunes: el cuestionamiento de las desigualdades entre mujeres y varones; la denuncia de la violencia de género y los femicidios; la necesidad de no callarse más frente a las violencias; y la identificación de que son justamente las políticas neoliberales las causantes del empeoramiento de las condiciones de vida que golpean a las mujeres y a las disidencias sexuales especialmente, pareciendo querer devolverlas a los códigos medievales.
Como afirma Rosa Cobo (2011), el feminismo como movimiento dio un salto de calidad en el siglo XXI: pudo identificar la política patriarcal del neoliberalismo; entendió que el capitalismo neoliberal, en estrecha alianza con los diversos patriarcados, es el que está privando de los derechos conquistados a las mujeres y obstaculizando los aún necesarios; y además reconoció la articulación de nuevos espacios de subordinación, que incrementan la explotación y feminizan la pobreza.
De esta manera, la globalización neoliberal como hecho social y político más significativo de las últimas décadas del siglo XX, parió un movimiento no deseado, impensado, que se planta internacionalmente contra tres de sus pilares básicos a partir de los cuales crece una identificación colectiva: la explotación económica y la brecha salarial, la servidumbre social que implican las tareas de cuidado no remuneradas y la violencia sexual. “Ni una menos”, “Vivas nos queremos”, “Yo sí te creo hermana”, “No nos callamos más”, “Somos tu manada” son las consignas de nuestro tiempo. Parafraseando a la protagonista de “El cuento de la criada” de Margaret Atwood (1985): “Si no querían un ejército, no nos hubieran dado uniformes”.
Sería un error pensar a la cuarta ola feminista únicamente como un grito defensivo. El feminismo como movimiento amplio, heterogéneo y transversal puede ser pensado también como un movimiento contrahegemónico, de resistencia al neoliberalismo decadente. En este sentido, señala un camino alternativo, puntas para salir de la crisis planetaria, porque discursos antineoliberales hay muchos y variados, hasta el Papa Francisco lo tiene; pero las movilizaciones que atraviesan todos los continentes están diciendo que no se sale sin un proyecto en el cual entremos todos y todas. No se sale, si todos los seres humanos no somos iguales en condición y en posibilidades; no se sale, si no tenemos todas y todos los mismos derechos; no se sale con racismo, pero tampoco con transfobia, lesbofobia y homofobia; no se sale, si los Estados continúan ajustando y recortando beneficios sociales y políticas públicas; no se sale, si continúan las mismas políticas de pobreza, desempleo y exclusión, y mucho menos si no se transforma el entramado social y económico que hace posible los femicidios y las violaciones masivas; no se sale a través la cultura de la autosuperación, del logro individual y de la meritocracia que buscan inficionar las nuevas derechas, sino con empoderamiento colectivo, en manada organizada. Y, definitivamente, no se sale, si se le sigue negando a las mujeres y a las identidades sexuales disidentes el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos y a gozar libremente de sus sexualidades.
Tal como están las cosas en la actualidad, la civilización capitalista heteropatriarcal no puede continuar; y tal vez, de manera renovada, haya llegado el momento de interrogarnos seriamente si es hoy un feminismo antineoliberal uno de los elementos que puedan evitarnos caer aún más en la barbarie.
Argentina es punto de referencia mundial de esta cuarta oleada. Y no casualmente. Que el grito de “Ni una menos”, en este momento histórico, haya emergido desde América Latina, generando un potente movimiento, es el resultado de una trama compleja que remite a la historia del movimiento de mujeres y a las luchas de los movimientos sociales y políticos en nuestro país.
Argentina, pueblo feminista
Sí. Hubo una región en el mundo donde las pretensiones de hegemonía neoliberal de los ’90 fueron resistidas y enfrentadas fuertemente en nuestro continente. No solo surgieron potentes movimientos sociales y políticos, sino también un período de gobiernos progresistas y de avance popular que generaron importantes transformaciones materiales y subjetivas en la vida de nuestros pueblos. En ese contexto, al calor de las luchas de resistencia contra el neoliberalismo de los años ’90 y principios del siglo XXI, también emergieron los feminismos populares, extendidos hacia las mujeres y apropiados por ellas. En las fábricas recuperadas, los piquetes, las asambleas populares, las organizaciones de desocupados/as, colectivos ambientalistas, las mujeres, en tanto protagonistas de las luchas de resistencia, fueron problematizando progresivamente sus experiencias y el feminismo les proveyó marcos interpretativos que les dieron sentido a la realidad que atravesaban (Di Marco, 2011).
Los feminismos populares nacen contra las políticas neoliberales, produciendo un fenómeno nuevo: la feminización de la resistencia. En otras palabras, los feminismos populares son una expresión política, que nacieron enfrentándose al neoliberalismo y demandando reivindicaciones a los Estados. A su vez, estos movimientos buscan transformar los propios espacios mixtos de participación política –que, en algunos casos, son ciegos y, en otros, directamente prejuiciosos y refractarios a la perspectiva de género–, sumamente desiguales y atravesados por diferentes tipos de machismos y micromachismos.
La disputa continuó durante el ciclo de los gobiernos progresistas latinoamericanos, dando la discusión de que sin asumir la lucha antipatriarcal y la existencia de un sujeto múltiple, no sólo entendido en tanto clase, cualquier política transformadora tenía límites por más socialista del siglo XXI o del socialismo comunitario que se proclamara.
En medio de ese proceso, se da un primer encuentro entre los movimientos sociales, las nuevas izquierdas latinoamericanas y el feminismo. Mejor dicho, con el feminismo autónomo latinoamericano, ese feminismo que no había sido cooptado por el proceso de “onegenización” de los años ‘80 y ‘90. Y ese encuentro, en Argentina, tuvo una escuela: tres décadas ininterrumpidas de Encuentros Nacionales de Mujeres. Es por ello que tantas veces se afirma que el “Ni una menos” no fue parido por el twitter ni fue un golpe de suerte, sino producto de una larga maduración (Alcaraz, 2015).
Lo cierto es que el fenómeno que irrumpió el 3 de junio de 2015 se dio justamente en un cambio de etapa. El año finalizaría con la asunción al gobierno de la alianza PRO-Cambiemos (una coalición política de derecha, conservadora y liberal), hecho que representó un cambio profundo respecto del período anterior. Este acontecimiento político, al mismo tiempo, abrió una etapa de nuevos desafíos para los movimientos de mujeres, feministas y de diversidad sexual. En palabras de Florencia Minici (2018), los feminismos populares hoy pueden definirse como aquellos capaces de colarse en las grietas entre los restos de las políticas de la década anterior -signada por importantes avances legislativos en materia de género, avances sociales y en el reparto de la renta- y las reformas y reestructuraciones antipopulares. Lejos de ser una moda pasajera, aunque con altos y bajos, el proceso se extendió y radicalizó rápidamente. En menos de tres años, pasó de sostener una agenda sólo centrada en la violencia de género a colocar el cuestionamiento sobre las desigualdades estructurales del sistema patriarcal y del modelo neoliberal. Además, estos movimientos extendieron los alcances del reclamo por el derecho al aborto legal: hoy ha dejado de ser minoritario y es uno de los principales.
El movimiento feminista es un nuevo actor político en Argentina, el más dinámico, unitario, potente, con llegada a los medios y a las redes, capaz de interpelar a amplios sectores de la sociedad y de elevar los pisos de politización a través de la instalación de debates como el machismo, el derecho al aborto, la sexualidad, las políticas públicas, etc. Quizá uno de los elementos más disruptivos sea la existencia en su interior de un enorme activismo juvenil, que se apropia y recrea los planteos y exigencias del feminismo y realiza cuestionamientos profundos a las instituciones y espacios de convivencia. Todo, en su conjunto, redunda en un movimiento capaz de marcarle la agenda a un gobierno que, más allá de sus oportunismos y políticas contrarias a mejorar la vida de las mujeres, no puede mirar para otro lado. De hecho, este movimiento tiene un fuerte carácter opositor tanto hacia los poderes Legislativo y Judicial como hacia el Ejecutivo, que, en estos últimos dos años y medio, ha sido promotor de políticas que vacían programas de salud sexual y reproductiva y programas que combaten la violencia de género; además de que ha sido el actor principal en el aumento del desempleo, la precarización y la inflación, que afectan en primer lugar a las mujeres.
Si la resistencia al neoliberalismo de los ’90 provocó un primer encuentro entre el feminismo y los movimientos sociales; la oleada feminista actual terminó por concretar un nuevo encuentro en un país con una voluminosa tradición de lucha social, política, sindical y de derechos humanos. Dicho encuentro, entre el conjunto del campo popular –principalmente sectores fundamentales de la política argentina, como el nacionalismo popular, el sindicalismo y los derechos humanos– y el feminismo, sacó precisamente al feminismo de la marginalidad confinada a ciertos sectores de la militancia y lo convirtió en un movimiento de masas. El país del “Luche y vuelve”, del “Nunca más” y del “Que se vayan todos” es también el del “Ni una menos”. Es posible, entonces, comenzar a hablar de un pueblo feminista, el cual, entre otras cosas, ofrece la posibilidad de pensar y construir, por primera vez en nuestra historia, un nuevo feminismo, no sólo popular, sino también nacional.
Una revolución sin vuelta atrás, pero con grandes desafíos
La cuarta ola feminista está provocando cambios profundos en la cultura de nuestra sociedad. No sabemos hasta dónde llegará, pero podemos empezar a vislumbrar también, sin lugar a dudas, una transformación política. Hasta ahora, el feminismo, en toda su diversidad de teorías y corrientes, formaba parte de las discusiones y exigencias de diversos espacios sociales y políticos. Sin embargo, con respecto al conjunto de la sociedad y de las organizaciones del campo popular, sus planteos eran en realidad marginales. Hoy, en cambio, estamos en condiciones de afirmar que el feminismo ha comenzado a ser parte de las tradiciones de lucha de los movimientos y organizaciones en Argentina, no sin contradicciones y obstáculos. En este derrotero, es lógico que los prejuicios; los posicionamientos políticos, que continúan ubicándolo como algo secundario; y, más que nada, la resistencia de los varones a democratizar el poder y abandonar sus privilegios sigan estando presentes. Pero el proceso de cambio está en marcha y no tiene vuelta atrás. La ola avanza proponiendo nuevas formas de concebir y ejercitar la política, la democracia y la ciudadanía.
En sus orígenes, los feminismos populares fueron una identidad que remitió a una estrategia política. Hoy, en una nueva etapa política -ciertamente defensiva, y donde el feminismo es popular en tanto movimiento amplio y transversal-, esa estrategia debe ser reformulada en base a los grandes desafíos por delante.
En un contexto en el cual las clases dominantes intentan restaurar la hegemonía neoliberal en todo el continente, el movimiento feminista actualmente existente -diverso, múltiple y conflictivo en su interior- sufre múltiples tensiones; porque, a pesar del grado de unidad, hay, como no puede ser de otra manera, debates que lo atraviesan.
¿Puede ser el feminismo un actor político o debe ponerse al servicio de otros movimientos, como el movimiento obrero por ejemplo, para tener perspectiva transformadora? ¿Debe el feminismo jugar de alguna manera en las elecciones o debe buscar otras formas de hacer política sin subordinarse a las reglas de la democracia formal? ¿Se pueden generar transformaciones institucionales únicamente por desborde de los procesos asamblearios y de movilización o pueden impulsarse transformaciones desde el Estado? En definitiva, siendo el feminismo un movimiento social de masas, ¿debe dotarse de una estrategia de poder?
Sin anular la necesidad de profundizar la discusión, este artículo plantea que el movimiento feminista actual no sólo debe tener una estrategia de poder, sino que puede ser uno de los actores más importantes para derrotar el proyecto de las clases dominantes. Con el movimiento feminista no alcanza, ciertamente; pero sin el movimiento feminista no se puede.
El combate contra las pretensiones hegemónicas de la nueva derecha que encarna la alianza Cambiemos, que gana elecciones y consigue apoyo hasta en sectores perjudicados por sus propias políticas, requiere de un grupo social capaz de subvertir ese sentido común y formular propuestas para las mayorías políticas, es decir, un grupo social con la voluntad y la capacidad de conectar con amplios segmentos de la sociedad (Errejón / Mouffe, 2015).
¿Sería posible construir un proyecto político alternativo de mayorías capaz de enfrentar al macrismo y su programa de restauración neoliberal prescindiendo de la agenda, las exigencias y las referencias del feminismo? Absolutamente no, porque significaría no contener en ese proyecto a amplios sectores sociales y a sus demandas. Asimismo, expresaría una falta de inteligencia política y un gran riesgo, ya que se dejaría librado el espacio para que el actual gobierno dé respuestas a las demandas feministas del pueblo, a través de su línea feminista liberal.
El movimiento feminista será efectivamente popular en esta etapa, en la medida en que sea capaz de tener, entre sus prioridades, la disputa de poder para derrotar la ofensiva neoliberal de las clases dominantes. Así, y con su democratización radical constitutiva, podrá incorporarse como uno de los elementos centrales de una nueva política en la Argentina. Además, ello supone no sólo que las mujeres y las disidencias sexuales tengan un lugar, sino también que ocupen y conduzcan los puestos de toma de decisiones.
De este modo, cualquier proyecto político alternativo será capaz de construir una nueva mayoría popular, en tanto pueda incorporar realmente a este nuevo movimiento en las agendas de unidad para enfrentar a Cambiemos. En esta etapa, cualquier avance en los próximos años requiere de la capacidad de incluir organizaciones estables, fuertes y nutridas de las mejores experiencias de nuestro pueblo, que puedan expresar los nuevos fenómenos que hay y habrá en la Argentina. Una vez más: con el feminismo no alcanza, pero sin el feminismo no se puede.
Bibliografía
Alcaraz, María Florencia, “A ‘Ni una menos’ no la parió tuiter” ( 2015). En: https://notasperiodismopopular.com.ar/2015/05/28/ni-una-menos-donde-surge/> (último acceso: 15/05/2018).
Atwood, Margaret, El cuento de la criada. Madrid: Salamandra, 1985.
Chomsky, Noam, “Un depredador herido, es todavía más peligroso”, 2007. En: http://www.sinpermiso.info/textos/un-depredador-herido-es-todava-ms-peligroso> (último acceso: 15/05/2018).
Cobo, Rosa, Hacia una nueva política sexual. Las mujeres ante la reacción patriarcal. Madrid: Catarata, 2011.
Di Marco, Graciela, El pueblo feminista: movimientos sociales y lucha de las mujeres en torno a la ciudadanía. Buenos Aires: Biblos, 2011.
Errejón, Iñigo / Mouffe, Chantal, Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia. Madrid: Icaria, 2015.
García Linera, Álvaro, “La globalización ha muerto”, 2016. En: https://www.pagina12.com.ar/11761-la-globalizacion-ha-muerto> (último acceso: 15/05/2018).
Minici, Florencia, “Resistencia permanente”. En: Los feminismos ante el neoliberalismo. Adrogué: La Cebra, 2018.
* Artículo enviado por la autora para ser publicado en este número de Herramienta.
** Docente de nivel medio. Militante feminista. Fundadora de la Colectiva Feminista Mala Junta en Patria Grande. Editora de la sección Cuarta Ola de Oleada Revista Digital.
[1]. (Inglés): Se acabó el tiempo.