Retórica y realidad del nuevo desorden mundial
La caída del Muro de Berlín en 1989, la Guerra del Golfo Pérsico a comienzos de 1991 y la disolución de la URSS en agosto de ese mismo año fueron presentadas en su momento como el comienzo de un nuevo orden mundial, según lo anunció triunfalmente George Bush, presidente de los Estados Unidos, al recibir a las tropas victoriosas de su país tras la masacre de 300 mil soldados y habitantes iraquíes. En todo el mundo, políticos, economistas e intelectuales empezaron a hablar, sin ningún rubor, del nuevo orden mundial que supuestamente se había configurado tras el fracaso del comunismo soviético y luego de la aplastante derrota de Sadam Hussein, el “nuevo Hitler” –según lo llamó el poeta ex radical Hanz Magnus Enzemberguer–. La verborrea triunfalista inundó los medios de comunicación, las revistas de análisis social y se convirtió en el programa retórico del neoliberalismo y de la globalización, presentados como fuerzas de gravedad sociales a las que toca sujetarse o perecer. Como resultado se consolidó una
vulgata globalística, hoy en boca de las Naciones Unidas, los Estados Unidos, las instituciones financieras internacionales, las ONG, los políticos y los economistas.
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Entre las características de esa vulgata, para los propósitos de este análisis nos interesa mencionar las siguientes: se postula la libertad absoluta de movimientos por parte del capital y de todos los “factores productivos” como parte esencial de la “economía de mercado”; se exalta la libertad del mercado como sinónimo de libertad humana, todos los seres humanos están sujetos a las irreversibles leyes mercantiles y deben dejarse guiar por la “mano invisible”; esa libertad de mercado debe operar tanto dentro como fuera de los países, siendo la condición indispensable para la expansión del comercio mundial que, sin distinción de clase, beneficiará a todos por igual; se plantea el fin de las fronteras y de los estados nacionales, supuestamente superados por la acción de las multinacionales; se resaltan los supuestos beneficios de la globalización que favorecerían a todo el mundo y darían oportunidad a todos los seres humanos de avanzar en el irreversible camino del “progreso” y la “modernización”; se erige un culto fetichista a la ciencia y a la técnica, como mecanismos globales y “neutrales” que permitirán romper las distancias entre pobres y ricos y entre países desarrollados y países de “desarrollo emergente” (como ahora en forma eufemística se nos llama). En síntesis, se nos anuncia que como resultado de la globalización desaparecerán la pobreza y la miseria en el mundo y todos los países alcanzarán el grado de desarrollo y de consumo que caracteriza a los centros opulentos del Norte. Lo único que debe hacerse para que el sistema global funcione armoniosamente es dejarse llevar por los vientos globalizadores, y todos, por obra y gracia de la “mano invisible” del mercado, saldremos ganando.
Como punto de partida, hay que distinguir, por un lado, la movilidad del capital, de las mercancías y de los servicios y, por el otro, de la fuerza de trabajo. En cuanto al capital, hoy reina su movilidad absoluta, expresada con más fuerza en el ámbito financiero debido a los desarrollos tecnológicos que permiten su desplazamiento instantáneo a través de las pantallas de las computadoras de una plaza financiera a otra, de un continente a otro. Pero también se mueve el capital productivo. Esto ha sido posible por la reducción de las restricciones fronterizas, la eliminación de impuestos y aranceles y las desregulación comercial en casi todo el mundo. La deslocalización se ha generalizado, y ahora las multinacionales se desplazan rápidamente hacia cualquier punto del planeta donde exista abundancia –y bajos costos– de fuerza de trabajo, materias primas y facilidades para su implantación. En una palabra, el capital se mueve sin restricciones de un lado al otro del planeta, dependiendo del monto de las ganancias que le proporcionen las inversiones en éste o en aquel país.
Con las mercancías y servicios sucede otro tanto. Hay un aumento del flujo internacional de mercancías hacia los nuevos nichos de mercado, cada vez más reducidos y conspicuos, abiertos a las empresas transnacionales en el este de Europa, en América Latina y en otros lugares del globo.
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En la última década el capitalismo ha logrado eliminar todos los obstáculos y limitaciones a la libre movilidad de capital y mercancías, y esto es lo que la vulgata globalística exalta como expresión de libertad, confort y prosperidad. Pero cuando se considera el caso de los seres humanos, las cosas cambian de manera sustancial. No hay en este plano nada que se asemeje a la libre movilidad de capital y mercancías. De manera aparentemente paradójica, cuando de las personas se trata y, sobre todo, de los trabajadores y de los pobres, desaparece la retórica sobre la globalización, la libertad y la democracia.
Hay que recordar que no siempre la historia del capitalismo se ha caracterizado porque el capital vaya a los sitios donde hay reservas de fuerza de trabajo. Este es un hecho nuevo, ya que durante la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII en Inglaterra, el capitalismo forzaba a la población a migrar del campo hacia los recién creados espacios urbanos. Luego, durante los siglos XIX y XX, las migraciones ya no sólo fueron internas sino que adquirieron dimensiones transcontinentales. De esta forma se poblaron los Estados Unidos, Australia y la Argentina. En todos estos casos puede decirse con plena seguridad que el trabajo iba en busca del capital. Países enteros se transformaron demográfica, social y culturalmente tanto por la cantidad de personas que arribaron como por las que partieron. Mientras ciertos lugares del mundo eran ocupados por “pueblos trasplantados”, otros eran prácticamente desocupados por la huida de su población.
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La movilidad del trabajo fue tan importante para el capital internacional durante el período 1870-1914, que las migraciones voluntarias nunca han vuelto a tener la misma importancia de entonces, ni siquiera hoy con toda la parafernalia globalística y el sofisma de la ciudadanía mundial. Desde luego, en términos absolutos es mucho mayor la cifra de los tiempos actuales, pero en términos relativos su proporción es insignificante. Por ejemplo, en 1998 las migraciones voluntarias que sumaban unos 100 millones de personas solamente representaban el 1,5% del total de la población existente y la mayoría de los trabajadores permanecían en sus lugares de origen. En cambio, los 60 millones de personas que se desplazaron en el mundo en el siglo posterior a la derrota de Napoleón hasta comienzos de la Primera Guerra Mundial, estaban constituidos básicamente por trabajadores y representaban un significativo porcentaje del total de la población mundial de ese período.
[4] Eran los tiempos en que las personas que quisieran migrar simplemente tenían que conseguir parte del dinero del pasaje en barco para irse de su territorio sin que lo impidieran ni pasaportes, ni controles fronterizos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el proceso de reconstrucción de Europa se basó en la fuerza de trabajo de los migrantes, procedentes principalmente de África. Muchos eran trasladados por los capitalistas europeos desde sus lugares de origen durante ciertas temporadas del año, constituyéndose en los “trabajadores golondrinas” tan necesarios en la época de los “Treinta Gloriosos”.
Solamente durante los últimos 25 años han cambiado las tendencias, pues ahora es el capital el que busca las fuentes de fuerza de trabajo, lo cual se expresa en la deslocalización de empresas de Europa occidental, de Japón o de Estados Unidos a otros lugares del mundo, en la generalización de la industria de maquilas en ciertos territorios y las zonas francas en grandes puertos y ciudades de los países del Sur, etcétera. Ahora, los capitalistas del mundo tienen la iniciativa y proclaman como un “derecho natural” la movilidad absoluta del capital, pero, al mismo tiempo, exigen la inmovilidad de los trabajadores y de los pobres residentes en los países periféricos. Teniendo una gran oferta de trabajo en todos los continentes, en razón principalmente de los planes de ajuste, el capital va en busca de los peores salarios, de trabajadores desorganizados o sometidos al terror, de los brazos de mujeres y niños que se cotizan a más bajo precio, etcétera. Al trabajo se lo ha querido enclavar en los respectivos territorios del mundo pobre, hacia donde fluye ahora el capital de las multinacionales. En Europa el capital huye del trabajo “caro” para buscar el trabajo barato o casi regalado que es típico de países como la India, México, Brasil, o Pakistán.
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Como resultado de la política de inmovilidad del trabajo y a pesar de las apariencias, las migraciones internacionales no tienen la magnitud que se les atribuye, pues en términos de la población mundial las personas que se desplazan de los países del Sur a los del Norte representan una proporción insignificante. En realidad, los grandes desplazamientos de población quedan circunscritos a las fronteras interiores de los países y, en menor grado, supone éxodo entre países del Sur, en donde se refugian la mayor cantidad de seres humanos forzados a emigrar por guerras, hambre, sequías, pérdida de cosechas, etcétera.
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Pero esto no quiere decir que los migrantes como fuerza laboral no sigan siendo esenciales para el funcionamiento de las economías de Estados Unidos, la Unión Europea o Australia. Lo siguen siendo, en parte debido a la inversión de la pirámide demográfica en algunos de esos países (los europeos, principalmente) en los que el crecimiento poblacional se acerca a 0 (en algunos casos ya lo es), o por las necesidades de fuerza de trabajo para todo tipo de empleos como sucede en los Estados Unidos.
[7] El recurso a los migrantes sirve como chantaje que no sólo pretende desmejorar las condiciones laborales de los trabajadores nativos, sino aumentar su productividad mediante la intensificación de los ritmos de trabajo y la ampliación de la jornada laboral, pues los migrantes son más fáciles de explotar, debido a su poca organización, a sus necesidades inmediatas de supervivencia, a la urgencia de aceptar el tipo de trabajo que se les ofrezca, a su carácter de ilegales en la mayor parte de los casos, etcétera. Por estas razones, es difícil contabilizar su aporte al PIB de esos países, pero de seguro es significativo, así su labor aparezca como invisible y no se registre en las cuentas nacionales.
Planes de ajuste estructural: una guerra contra los pobres del mundo
Cuando se habla del exilio se suele considerar solamente el que directamente está relacionado con la guerra o con la persecución política por parte de los estados contra sus opositores, supuestos o reales. Y es indudable que la guerra juega un papel de primer orden en el desplazamiento forzado de poblaciones, pues en lugar de atenuarse, como se aseguraba, con el fin de la Guerra Fría, las guerras se han incrementado de manera notable. En la década de 1990, según el Instituto de Investigaciones para la Paz, de Oslo,se desencadenaron 98 conflictos bélicos en todos los confines del mundo.
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Sin embargo, pese al indudable papel que la guerra y los conflictos armados desempeñan como generadores de desplazamientos, desarraigo y exilio, el análisis no se puede reducir a este tipo de acciones. Existen otros aspectos, cada vez más importantes en el mundo contemporáneo, que causan tantas o más desgracias que la guerra y los conflictos armados (e incluso se constituyen en el fermento de los enfrentamientos militares). Nos referimos a las políticas económicas, conscientemente adoptadas por la mayor parte de los gobiernos del mundo en la última década, y que se conocen con la elegante denominación de “planes de ajuste estructural”
[9]. Esos planes de ajuste son la causa principal de migración forzada en todo el mundo.
Los planes de ajuste parten de un presupuesto básico: los países pobres deben responder a sus compromisos con la banca internacional, cueste lo que cueste, sin importar los sufrimientos que tenga que soportar la población pobre. Los países deben destinar una mayor porción de sus ingresos para pagar cumplidamente los prestamos, suprimiendo o reduciendo gastos internos. Para “ajustarse” a los requerimientos de los prestamistas, existen dos métodos terapéuticos complementarios, universalmente recetados por los médicos financieros del FMI: 1) reducir el déficit fiscal y 2) fortalecer el sector exportador.
Reducir el déficit fiscal
En cuanto a lo primero, es necesario reducir el gasto público social y aumentar los impuestos. La reducción del gasto público supone el cierre y privatización de las principales empresas públicas, que han pasado a ser vendidas al capital privado local y transnacional, de forma tal que su transferencia a bajo precio se ha constituido en el principal robo del siglo XX. Cierre de hospitales, centros de salud y recreación, escuelas y universidades públicas, disminución o erradicación de los subsidios a los pobres, mercantilización de todas las actividades (educación, salud, cultura, descanso, etc.) son la consecuencia más visible de los planes de ajuste. Son despedidos miles o millones de trabajadores públicos en diversos lugares del mundo, como forma complementaria de reducir los gastos del Estado.
En cuanto a la política impositiva, los planes de ajuste suponen la generalización de impuestos al consumo, tipo Impuesto al Valor Agregado, y la reducción de impuestos al capital y a la propiedad, con la consecuencia inmediata que resultan inequitativamente –en términos de lo que en teoría fiscal se llama justicia tributaria– gravados los sectores más pobres, que tienen que pagar impuestos cuando compran cualquier mercancía o servicio, de la misma forma y en igual cantidad a como lo hacen los grandes propietarios y los sectores más opulentos de cada sociedad nacional.
Producir para exportar...
El otro componente esencial de los planes de ajuste está constituido por el fomento a las exportaciones. En teoría se sostiene que con esto se fortalecerá la competitividad interna de las economías nacionales, y que el sector exportador generará ingresos suficientes para robustecer el mercado interno, aumentar el empleo, abaratar los precios de las mercancías importadas y favorecer al conjunto de la población que podrá disfrutar de todo tipo de bienes y servicios, tras de todo lo cual se generará empleo interno por la inversión de los ingresos provenientes de las exportaciones.
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Para sopesar el impacto negativo de los planes de ajuste, brevemente recordemos sus efectos, que en Colombia hemos podido experimentar en carne propia. En las ciudades se ha generalizado la quiebra de industrias y se han cerrado o privatizado las empresas públicas, lo que ha traído como consecuencia el aumento del desempleo, el subempleo y la economía informal. Asimismo, los mercados nacionales han sido inundados por baratijas de mala calidad o por bienes suntuarios provenientes de otros lugares del mundo, como resultado de aperturas irresponsables e indiscriminadas asumidas por los gobernantes de los países periféricos en los últimos quince años. Como efecto de los planes de ajuste, se observa una acelerada desindustrialización y el reforzamiento de la exportación tradicional de materias primas. En contra de lo que nos dice la
vulgata globalística, las políticas neoliberales en vez de conducir al desarrollo sostenible hacen más insostenible al subdesarrollo, y han reenviado a África, América Latina y parte de Asia a tiempos idos en los que solamente se exportaban materias primas a cambio de productos manufacturados. Este proceso se refleja en la destrucción de las economías nacionales por la acción de los países industrializados y las empresas multinacionales, los cuales se han apoderado de los principales activos y empresas públicas rentables de los países pobres.
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La estrategia de volcar a las economías campesinas a la producción exportadora ha traído como consecuencia inmediata la desaparición del abastecimiento interno de los productos alimentarios para los sectores pobres de cada país, lo que ha puesto en entredicho la seguridad alimentaria. El abandono de cultivos ancestrales a cambio de frutas o flores de exportación ha implicado la descomposición de las economías campesinas. Si a eso se le agrega que la producción agrícola de los pequeños campesinos y de las comunidades indígenas ha sido sometida súbitamente a una competencia total con la producción de los grandes capitalistas o con las multinacionales, tenemos que los procesos de apertura en el campo han significado el incremento de la migración hacia los centros urbanos, la pérdida de tierras, la concentración de la propiedad agraria, el fortalecimiento de los empresarios capitalistas y la reducción del abastecimiento alimentario por parte de las economías campesinas.
Flujo de capitales Sur-Norte
Los planes de ajuste han descompuesto el tejido social y económico en los países del Sur y del este, lo que se manifiesta en el aumento del desempleo, de la criminalidad, de la economía informal e ilegal, y de las migraciones internas y del éxodo fuera del país de origen. Si a esto se agrega que, durante la década de 1990, los ingresos por exportación de los países periféricos dependieron de la venta de materias primas tradicionales cuyo precio se deprimió como nunca, entre otras cosas por la desaparición de los convenios y acuerdos entre los productores (como sucedía con el café, el banano, el azúcar, etcétera), la resultante es una disminución de los ingresos en estos países que, además, son destinados en su mayor parte al pago de la deuda externa. Esto hace que, por primera vez en la historia del capitalismo, los países más pobres se han convertido en exportadores netos de capital, como resultado del endeudamiento externo que, aunque ya no es noticia como en la década de 1980, se sigue incrementando: de nuestros países sigue fluyendo capital a chorros hacia las instituciones financieras internacionales y los países centrales.
Decisiones transnacionales
Resulta muy significativo que en los análisis predominantes sobre las migraciones internacionales no se considere como una variable política importante a los planes de ajuste, y que pocas veces se mencione el impacto que tienen en las migraciones forzadas de amplios grupos de la población en el Sur del mundo. Y hay que recalcar que éste no es un aspecto relacionado únicamente con la economía, es un factor político de naturaleza transnacional, puesto que las decisiones son tomadas fuera de cada país, por los organismos financieros y los países capitalistas del centro.
[12] ¿Cómo puede entenderse que mientras en los países más pobres del mundo se imponen radicales políticas librecambistas y aperturistas para permitir el ingreso de los productos provenientes de los centros del capitalismo mundial, al mismo tiempo éstos aumenten los obstáculos y requerimientos para los productos de exportación que vienen de los países donde se han aplicado sin piedad los planes de ajuste? Las políticas económicas y sociales de los planes de ajuste aplicadas por doquier sin tener en cuenta las particularidades de cada país se han decidido con anticipación y en forma antidemocrática en los centros capitalistas.
Pero los organismos internacionales responsables de su adopción se niegan a asumir las consecuencias desastrosas que tienen para los pueblos de los países pobres.
[13] Aún más, una buena parte de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) se han convertido en instituciones encargadas de hacer presentables ante la opinión pública los planes de ajuste estructural, convirtiéndose en una correa de transmisión del Banco Mundial y de las instituciones financieras internacionales, buscando atemperar los costos sociales de esos planes. Así, ciertas ONG que canalizan recursos del Banco Mundial o de los países imperialistas, principales responsables de la generalización de los planes de ajuste y de la pobreza consecuente, se presentan como patrocinadoras de programas de alivio a la pobreza... que son financiados e impulsados por los principales generadores de pobreza en el mundo.
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Las políticas neoliberales de los planes de ajuste son responsables de la desestructuración de las sociedades locales, del aumento del desempleo, de la caída de los salarios reales, del empeoramiento en las condiciones laborales y de vida de los trabajadores, de la destrucción de las economías campesinas, del incremento en la migración del campo a las ciudades, del deterioro urbano, de la ampliación de la economía informal, del aumento de la deuda externa, en una palabra, de la miseria global.
Criminalización de los emigrantes
Pese a esta cruda realidad, en ningún país se considera que los migrantes económicos lo sean por razones políticas. En los países centrales se asiste al reforzamiento de los controles fronterizos, a la criminalización de los emigrantes y a la persecución de los extranjeros. Se levantan nuevos muros de la infamia, ante los cuales el Muro de Berlín puede recordarse como cosa de niños. El mejor ejemplo es la frontera entre México y Estados Unidos, en donde está en marcha laoperación “Río Grande”
,mediante lacual se ha dispuesto un estricto control militar con guardias apostados cada cien metros, equipados con mortíferas armas y asesorados por helicópteros, cámaras infrarrojas, sensores que detectan a la gente por el calor de su cuerpo, avionetas, perros amaestrados, globos aerostáticos, cámaras de televisión y reflectores, todo esto acompañado de las infaltables alambradas y de la construcción en algunos tramos de una barrera de piedra y cemento. Este es un muro bien real, no virtual, y muy fijo: no es la frontera porosa y móvil de la que nos hablan los teóricos de las culturas híbridas. Es un muro tan real que todos los días en el paso fronterizo mueren o son asesinados, perseguidos o detenidos decenas o cientos de migrantes pobres del Sur, que intentan traspasar el umbral que conduce hacia el sueño americano que, para la mayor parte de ellos, termina siendo una terrible pesadilla. La sofisticación técnica y militar en el control y vigilancia de la frontera permitió que durante 1999 fueran capturadas un millón y medio de personas y entre 1993 y este año se contabilizan un total de 872 muertos.
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Europa también se está convirtiendo en una poderosa fortaleza, en la que simultáneamente a la unión entre 15 países que ha supuesto la eliminación de trabas y trámites internos para la población radicada en esos territorios, se refuerza el control hacia los extranjeros provenientes del este de Europa y de ultramar, principalmente de África. Este proceso se reproduce a pequeña escala en cada uno de los países de la Unión Europea, acompañado del renacimiento de la xenofobia, el racismo y el chovinismo fascistas. En España ha cobrado fuerza el control para impedir la entrada de árabes, “sudacas” y africanos. En Francia, cada día aumentan los controles contra los extranjeros, se refuerzan las medidas represivas y se generaliza la delación y el señalamiento de los extranjeros pretextando que ese civilizado país no “puede acoger toda la miseria del mundo”.
[16] En la República Checa, el presidente Vaclav Havel, uno de los héroes pro-occidentales de la Guerra Fría, no tiene vergüenza al proponer la erección de un muro que separe a los checos de los indeseables gitanos, con el aval de las potencias occidentales que ayer nomás clamaban por la libertad de los pueblos aprisionados por el comunismo soviético.
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Como resultado de toda esta política represiva contra los emigrantes en Europa, han muerto 2.000 personas entre 1993 y este año, siendo uno de los hechos más dramáticos la muerte reciente de 50 chinos mientras eran trasladados en inhumanas condiciones de Bélgica a Inglaterra.
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El Estado fuerte
En síntesis, en lo que respecta a la población pobre no existe nada que se parezca a la fábula de la globalización que anuncia el libre movimiento de los seres humanos por el planeta sin obstáculos de ninguna clase. La movilidad para el capital y las mercancías es evidente, pero no lo es para los seres humanos, sobre todo si son pobres y provienen del Sur del mundo. En contra de la
vulgata globalística, el aumento y sofisticación de los controles a la emigración pone de presente sus falacias, pues en este campo el Estado se ha fortalecido, incrementándose el poder represivo, las cárceles, la vigilancia policial y la persecución. El caso más revelador es el de Estados Unidos, que se ha convertido en los últimos años en un auténtico estado prisión, en el que se confina a los pobres (negros en primer lugar) del propio país y a los extranjeros no-blancos provenientes del resto del mundo. En 1998, en Estados Unidos había casi 2 millones de personas en las cárceles y, con un crecimiento anual del 8%, se calcula que para 2005 habrá 3,5 millones de prisioneros. Y ese mismo año, contando los presos bajo custodia judicial y en libertad condicional, se llegará a la cifra de 7 millones de seres humanos, algo así como el 7% de la población adulta de Estados Unidos. Cada año hay entre 50 u 80 mil nuevos presos, y el sector carcelario se ha convertido en el área económica con mayor crecimiento en la tan aplaudida era Clinton.
[19] ¿Quién puede sostener seriamente que el Estado norteamericano se ha debilitado en materia de seguridad interior y exterior, de control de las fronteras, de política represiva y carcelaria, cuando lo que se observa a diario es un aumento del número de cárceles, prisioneros, ejecuciones, y expulsión de migrantes indeseables?
Esto contradice la fábula de la globalización sobre la desaparición de los estados nacionales. Si en algún sector de la política de los estados capitalistas existe autonomía es en el relacionado con el control de los “ilegales” en las fronteras. Otra cosa distinta es que dicha política de control sea ineficaz y no logre detener por completo la creciente masa de seres humanos que pugnan por llegar a los territorios del “capitalismo civilizado”, en la medida en que las fuerzas impulsoras del éxodo siguen actuando en cada uno de los países periféricos.
Lo dicho no implica creer que los movimientos de población sean un resultado mecánicamente directo de la pobreza, pues intervienen otra serie de factores para inducir a la gente a marchar hacia otro país, tales como vínculos familiares, corrientes migratorias ya establecidas y el grado de dependencia económica entre una potencia y cierto país periférico.
[20] En otros términos, las tendencias de la migración no están condicionadas de manera directa por un solo aspecto, sino que son resultado de una confluencia de circunstancias complejas que, entre otras cosas, determinan que no sean precisamente los más pobres los que puedan viajar fuera de su respectivo país. Pero se debe recalcar que los planes de ajuste estructural, por su impacto destructivo a largo plazo, generan tales condiciones de desarraigo y miseria, que obligan a la gente a desplazarse tanto dentro de su país como fuera de él, y ya ni siquiera con la perspectiva real de mejorar sus condiciones de vida sino sencillamente como cuestión de supervivencia. En este aspecto, los planes de ajuste estructural no se diferencian en nada de las guerras convencionales, son algo así como una permanente guerra de baja intensidad, económica y social, contra los pobres del mundo.
¿Ciudadanos del mundo?
Por otro lado, la política de derechos humanos sigue siendo esencialmente interna en cada Estado. Por definición, sólo son ciudadanos con igualdad de derechos y condiciones los habitantes (originarios y naturalizados) de un país determinado, porque los otros, los “extranjeros”, no tienen derecho a disfrutar de esos derechos. Aunque en la Unión Europea esos derechos se hayan extendido a todos los ciudadanos de cada uno de los países miembro, el asunto no cambia porque allí mismo se les niegan los derechos humanos más elementales a los emigrantes, incluso a los procedentes de regiones geográficas vecinas, como los países del Este. En materia de derechos humanos, los mecanismos estatales nacionales son más fuertes que nunca, pese a todo lo que se diga en contra. ¿En qué país del mundo se ha planteado, por ejemplo, la abolición del pasaporte y se ha adoptado el libre ingreso y salida de personas?
Entre otras cosas, la represiva política de los estados en materia de migración y de aplicación selectiva de los derechos humanos sólo para los “nacionales”, cuestiona la ficción de la “ciudadanía mundial” y de la “sociedad civil mundial”, tan en boga en estos días entre ciertos teóricos de la globalización. En realidad, para ser “ciudadano del mundo” en términos prácticos y no retóricos, para desplazarse libremente de un lugar a otro del planeta sin restricciones ni obstáculos, en estos momentos se necesitan dos condiciones: 1) poseer un pasaporte de Estados Unidos o de la Unión Europea (no casualmente los poderes hegemónicos de nuestro tiempo), y 2) tener elevados ingresos, que permitan viajar y desplazarse, puesto que no cualquiera se puede comprar un pasaje aéreo internacional cuando se le antoje, ni puede costearse un hotel de 5 estrellas en las mejores capitales del mundo, ni alimentarse con los más suculentos platos del gourmet internacional.
Sólo una exigua minoría efectivamente disfruta de la “ciudadanía mundial”: las burguesías y las elites dominantes en todos los países, los altos funcionarios de la burocracia internacional, cuadros de empresas multinacionales o de organismos internacionales de crédito, funcionarios de rango elevado de algunas ONG, futbolistas y deportistas prestigiosos, artistas y miembros del jet-set mundial, y uno que otro intelectual que vende su “mercancía simbólica” a cambio de muchos dólares. Porque la cotización de los tan mencionados “ciudadanos del mundo” se presenta en moneda dura, es decir en dólares, y su lenguaje universal es el inglés. Es revelador que este tipo de individuos se relacione exclusivamente entre sí, con sus pares (en los aeropuertos, en los hoteles, en los cócteles, en las conferencias humanitarias, en las reuniones del Fondo Monetario, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio), pero no tenga el más mínimo contacto con la verdadera y dramática realidad de sus países, ni con los seres anónimos y comunes que malviven en medio de las penurias. En otros términos, la tal “ciudadanía mundial” y la capacidad de desplazarse por el mundo de esa minoría privilegiada, en lugar de posibilitar una mejor aproximación, conocimiento y solución de los problemas generales de las diversas sociedades nacionales y del mundo, ha significado el alejamiento de esos problemas. Estas elites tecnocráticas se mantienen convenientemente separadas de los cientos de millones de pobres y desposeídos del mundo. Entre otras razones, eso ha sido posible por la configuración de un tecno-apartheid global, puesto que se habrá notado que los tecnócratas globales están muy digitalizados, no les puede faltar su microcomputadora, su teléfono celular y el último aparato microelectrónico de moda. Desde este punto de vista, no existen “ciudadanos del mundo”, sino una nueva clase planetaria, la
cosmocracia, configurada por diversas fracciones burguesas transnacionales de comienzos del siglo XXI.
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No se necesita ser un experto, ni mucho menos, para darse cuenta de que esa “ciudadanía mundial” es disfrutada por una ínfima minoría de los 6.000 millones de habitantes del planeta tierra. En gran parte del mundo, los humildes hombres y mujeres ni siquiera gozan de la “ciudadanía barrial”, ya que no tienen trabajo estable, están desempleados, sobreviven del rebusque diario, soportan la persecución y la brutalidad policial, no tienen acceso a la educación ni a la salud, y en todos los lados se les acusa y estigmatiza por el solo hecho de ser pobres. El mito de la “ciudadanía mundial” revela claramente la polarización que genera este apartheid posmoderno: tecnócratas globales y burguesía transnacional de un lado y pobres, desarraigados y “clases peligrosas” y estigmatizadas de otro.
Doble discurso
La cuestión de los emigrantes trasluce otro aspecto de la hipocresía de la vulgata globalística. Mientras que se difunde el discurso de la globalización, del libre movimiento de capitales y mercancías, de la unificación comercial del mundo, de la libertad de mercados y otros cuentos chinos parecidos, cuya aplicación acrítica en el Sur del mundo ha agravado el empobrecimiento y la miseria, en el Norte los mismos políticos y sus instituciones financieras que tanta responsabilidad tienen en la ampliación de esa miseria esgrimen un discurso que criminaliza a los emigrantes. Es decir, estos personajes tienen un doble discurso: uno de consumo interno y otro destinado al resto del mundo. El de consumo interno pretende responsabilizar de los males del país (desempleo, miseria, bajos ingresos) a los emigrantes, que vienen del mundo pobre como resultado de la aplicación práctica del discurso de consumo externo. En un caso se pretende conseguir apoyo y respaldo a la política xenófoba contra los que se ven obligados a dejar sus territorios de origen por culpa de los planes de ajuste, que hacen parte del programa internacional del neoliberalismo. En el otro se aplica impunemente un programa que descompone el tejido social y que beneficia directamente a los inversionistas del Norte, sin importar sus consecuencias nefastas ni las oleadas migratorias que genere.
Impacto ambiental
Finalmente, los planes de ajuste tienen un indudable impacto ambiental, al descomponer ecosistemas tradicionales, al promover el cultivo de especies extrañas a las economías campesinas, al impulsar la agricultura intensiva, que consume grandes cantidades de agua y requiere el uso de pesticidas, fertilizantes y semillas mejoradas que arrasan no sólo con los campesinos sino también con la tierra, con el aire y con el agua. Este hecho es causante de conflictos ambientales
[22], y de migración forzada de importantes fracciones de comunidades nativas y campesinas en distintos lugares del mundo, especialmente en África y en América Latina. Muchos fenómenos de lluvia, sequía, deforestación, catástrofes, aparentemente producidos por circunstancias naturales fortuitas y espontáneas, en realidad son resultado de acciones sociales que favorecen a minorías (por ejemplo, los grupos exportadores y las multinacionales), pero perjudican a las mayorías locales, que en muchos casos se ven obligados a dejar sus ancestrales territorios y ecosistemas, en los que ya es imposible producir, como única forma de sobrevivir.
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La sofisticada migración en el mundo actual: robo de cerebros, trata de blancas, turismo sexual y otras bellezas de la globalización
De manera complementaria a los flujos migratorios convencionales, existen otros también ligados a los planes de ajuste de los que poco se trata: nos referimos al robo de cerebros, a la trata de blancas y al comercio de niños.
El robo de cerebros se ha acentuado en los últimos años a medida que se prolonga la crisis económica, disminuyen los salarios reales y aumenta el desempleo. Se ha visto agravado por la crisis del sector educativo público, particularmente de la universidad. Como esta institución se ha convertido en uno de los objetivos del neoliberalismo, estamos asistiendo a la acelerada transformación de un espacio cultural, académico e intelectual más o menos amplio y abierto en un negocio mercantil, con cada vez menos presupuesto y más elitista. Además, la universidad pública es un bocado muy apetecido por las elites locales, primero para quitarle su tradicional radicalidad política y reivindicativa, y segundo para apropiarse a bajos costos de sus instalaciones, laboratorios, terrenos e infraestructura. Los salarios de las universidades estatales en algunos países de América Latina (Argentina, Perú, México, Ecuador, Colombia, etc.) se ha desvalorizado tanto que un profesor o investigador para poder sobrevivir debe desempeñar al mismo tiempo otros trabajos. Si a eso le sumamos las condiciones de inestabilidad (por el despido de personal investigativo, la reducción presupuestaria, el cierre de programas no rentables, la venta de servicios de la universidad como cualquier mercancía, su competencia con la universidad privada en la lógica inmediata del mercado), se vislumbra por qué las universidades públicas difícilmente pueden retener a su personal más calificado. Sus bajos salarios e inestables condiciones laborales representan poco frente a los sueldos de las multinacionales o de las universidades norteamericanas, que es el principal lugar hacia donde corren los científicos e investigadores.
Pero el robo de cerebros también tiene que ver con una estrategia de largo plazo de los países capitalistas centrales, consistente en generar incentivos para atraer científicos e investigadores hacia su territorio. Así, encontramos que tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea la migración deseada y acogida con honores corresponde a la de los profesionales altamente cualificados, a los que no se les coloca ningún problema en las fronteras, cuando llegan ya tienen trabajos estables y bien remunerados y rápidamente se relacionan con sus pares europeos o norteamericanos. Esta estrategia socava los pocos recursos de inversión científica e investigativa, de por sí paupérrimos, de los países del Sur. El intento planificado de destrucción de la universidad pública para convertirla en una sirvienta fiel de las empresas capitalistas nacionales y, sobre todo, de las transnacionales, persigue obstruir la principal fuente de investigadores, científicos, técnicos y artistas de alto nivel para que los países dependan por completo de la importación de técnicas y conocimientos de los centros educativos de los países altamente industrializados.
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Con esta lógica se llega a situaciones tan aberrantes como la de muchos países africanos que preparan médicos en sus pequeñas universidades, pero cuando éstos se han titulado se van a trabajar a los hospitales, clínicas, laboratorios y centros de investigación de Francia o Inglaterra o Estados Unidos, países que no han aportado ni un dólar en su preparación, dejando sumidos en la carencia de personal especializado a sus países de origen. De esta forma, en los últimos años África ha perdido un tercio de sus profesionales, 100 mil de los cuales trabajan en el Norte
[25].
No es de extrañar, entonces, que la mayor parte de científicos residentes en Estados Unidos haya nacido en el extranjero. Así, de los 12 millones de técnicos, científicos e investigadores que trabajan en Estados Unidos, el 72% proviene de los países pobres
[26] y un tercio de los ingenieros e investigadores del
Silicon Valley son originarios de Taiwán
[27]. En 1994, Estados Unidos incorporó a su fuerza de trabajo nacional a un 50% ciento de los ingenieros de sistemas graduados en las mejores universidades de la India
[28].
Económica, social y productivamente este hecho tiene un impacto estructural sobre las sociedades del Sur, en las que con un gran esfuerzo se prepara a un pequeño grupo de científicos, con una inversión que se pierde rápidamente pues los científicos ya formados huyen hacia el Norte, ante mejores condiciones laborales e investigativas. Hay países de América Latina en los que se ha visto de manera nítida la triple relación entre el neoliberalismo, la estrategia de los centros científicos del Norte y la migración de cerebros. El caso más notable es el de la Argentina, donde existía una tradición de investigación científica ligada a la universidad pública que se expresó por ejemplo en que en dos ocasiones científicos de ese país fueran galardonados con el Premio Nobel, en áreas distintas a la literatura. Esa tradición y esos esfuerzos acumulados durante varias generaciones fueron erradicados por la última dictadura militar, que transformó a sangre y fuego la universidad argentina, ya que asesinó o hizo huir a sus mejores científicos e investigadores. Desde entonces, la universidad argentina no se ha repuesto y, por el contrario, en los últimos años han aumentado las presiones neoliberales que entre otras cosas se expresan en los bajos salarios, pues en promedio un profesor universitario argentino devenga un sueldo mensual de unos 700 dólares.No es de extrañar, por consiguiente, que en la Argentina la fuga de cerebros haya sido masiva en los últimos 25 años, ya que unos 5.000 científicos e investigadores se encuentran fuera de su país
[29]. Eso mismo ha sucedido en la casi totalidad de países del Sur, lo que ha traído como consecuencia que estemos no en el umbral del “desarrollo sostenible” (otra de las manidas frases del
globalismo light), sino en el “subdesarrollo insostenible”.
Existen por otra parte formas de migración “forzada”, entre las que sobresalen la trata de blancas y el comercio de niños. Este tipo de actividades se ha generalizado en los últimos diez años, tras la disolución de la URSS y la universalización de los planes de ajuste. En torno a las mismas opera una auténtica globalización del crimen, que involucra redes mafiosas de Estados Unidos, Europa, la antigua URSS, Asia, África y América Latina
[30]. Es tal la importancia de la “industria del sexo” que ya en algunos países se está inventando la categoría de
Sector Sexual, para incorporarlo a sus cuentas nacionales, como sucede en el sudeste asiático (Tailandia, Camboya, Filipinas), donde genera entre el 2 y el 14% del Producto Interno Bruto
[31].
No es de extrañar que la prostitución y la trata de blancas se hayan incrementado en aquellos lugares afectados drásticamente por la pésima situación económica, ligada directamente a la adopción de los planes de ajuste, a la descomposición de las economías campesinas tradicionales, o al desmonte del Estado, como en Europa Oriental o algunos países del sudeste asiático. En Filipinas, por ejemplo, la Revolución Verde impulsada por el Banco Mundial desde la década de 1970, arrasando con los arrozales de los campesinos para implementar el uso de costosos y sofisticados paquetes tecnológicos, asoló los campos, destruyó las pequeñas propiedades y concentró las mejores tierras en manos de los grandes propietarios y de las multinacionales. No es casual entonces que en ese país se haya extendido la prostitución (así como tampoco es accidental que haya sido introducida por los soldados norteamericanos después de la Segunda Guerra Mundial). En Filipinas, la venta de niñas y mujeres jóvenes, principalmente a los países árabes, es el primer renglón exportador del país y provee la mayor parte de sus ingresos en divisas. Las niñas y jóvenes filipinas tienen que prostituirse en su propio país para satisfacer la apetencia sexual de los ciudadanos del Norte, o son vendidas para ser convertidas en objeto sexual y en sirvientas de las familias más ricas de Arabia Saudita o de los emiratos árabes
[32].
Algo similar ha ocurrido en Sudamérica y América Central, territorios privilegiados de los planes de ajuste y abastecedores de la “demanda mundial” de sexo. De nuestro continente sale un importante número de mujeres, hombres y niños que son sometidos violentamente, con el engaño y aprovechando la terrible situación económica, para ser utilizados en la prostitución en Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Los “mercados emergentes” de la prostitución satisfacen la demanda del Norte opulento, desde donde funcionan las redes de tráfico de mujeres y niños, en las que aparecen involucrados sectores de las clases dominantes.
[33] De un total de 4,3 millones de sitios de pornografía que se encuentran en Internet, 30 mil corresponden a sitios pedófilos
[34]. Como es obvio, se privilegian aquellos países en los cuales es mucho más fácil llevar a cabo sus repugnantes delitos, y esos países se encuentran en el Sur. Por eso no es de extrañar que desde Bélgica se coordinen los contactos y se suministre toda la información necesaria para que los pedófilos del capitalismo “civilizado” actúen a sus anchas y en la impunidad absoluta en el mundo pobre.
Otro mercado de la prostitución se ha abierto en Europa del Este, donde las mujeres y los niños están entre los sectores más perjudicados por el desmonte de las políticas sociales existentes hasta fines de la década de 1980. De la noche a la mañana, con el súbito y suicida desmonte del Estado y de los mecanismos reguladores del socialismo burocrático, se dio paso a un criminal modelo capitalista mafioso (llamado por los partidarios del “Consenso de Washington” como “transición a la economía de mercado”) que borró de un plumazo todas las conquistas sociales y económicas. En la Rusia actual existe tal polaridad social que el 10% de la población constituye la capa de los nuevos ricos y el 90% restante está en la miseria absoluta
[35]. Eso ha traído como consecuencia la extensión del crimen y la delincuencia, la reaparición del trabajo infantil y la prostitución, la compra y venta de órganos. No otra cosa podía esperarse del paso al capitalismo, con la eliminación de la protección social, el empleo estable, la salud y la educación públicas, que dejó en la calle a millones de personas, sin empleo, sin ingresos, sin techo ni alimentación. Razón tiene uno de los graffiti que se observa en las calles de Moscú en el que se dice, más o menos: “No todo lo que nos decían sobre el socialismo era verdad. Pero también nos mentían sobre el capitalismo: en realidad éste es mucho peor de lo que nos contaban”. Junto con el desempleo y la miseria han aumentado los intentos de inmigrar hacia Europa occidental. Las migraciones legales no son auspiciadas por los países occidentales que, por el contrario, han restringido el número de visas y autorizaciones a los ciudadanos comunes y corrientes del Este de Europa. Ahora, las personas no pueden salir de sus países pero, a diferencia de lo que sucedía en los tiempos de “la Cortina de Hierro” no es porque sus propios gobiernos se lo impidan y les nieguen el permiso y el pasaporte, sino porque aún teniéndolos no son acogidos ni en Europa occidental ni en Estados Unidos. Es decir, ahora que ya no existe la Unión Soviética, los habitantes de Europa oriental dejaron de ser esos “sufridos hombres y mujeres perseguidos por el comunismo”, los que “huían del frío”, a los cuales el mundo occidental acogía con los brazos abiertos multiplicando declaraciones de hipócrita solidaridad. La cruda realidad muestra que para el mundo occidental los habitantes de Europa oriental sólo interesaban como soporte de su propaganda anticomunista. Por eso hoy, los miembros de la Unión Europea dejan de lado la hipocresía de antaño, manifiestan su rechazo a que los empobrecidos habitantes del oriente de Europa se desplacen hacia Occidente y aumentan los controles legales y violentos para impedirlo. Nuevamente, vemos que quienes impulsaron las políticas neoliberales en Europa oriental ahora se niegan a recibir a los que huyen de la miseria generada por esas políticas. La fortaleza europea se cierra sobre sí misma para impedir la llegada de los “nuevos bárbaros” del Este de Europa.
En el mundo occidental sólo se han aceptado aquellas migraciones provenientes del Este que servían intereses propios. En primer lugar, los migrantes ruso-judíos que han sido aceptados por el estado de Israel, para fortalecerse demográfica, social y económicamente al incorporar a una población preparada intelectualmente (sin que ese Estado hubiera gastado un peso en su formación y capacitación), muy conservadora y proclive a los dictados del Estado de Israel de crecer para justificar sus conquistas territoriales y tener una mayor base de legitimación interna, contra las justas reivindicaciones de los palestinos, a cuyos varios millones de refugiados en diversos lugares del mundo no se les ha permitido regresar a su tierra natal, pese a la retórica ostentosa de los acuerdos de paz de Oslo (que en este momento ya se ha desvanecido)
[36]. En segundo lugar, también han sido muy bien acogidos los científicos, deportistas y artistas ex soviéticos en varios países del mundo occidental, como parte de ese proyecto de expropiación del saber a que ha sido sometido el antiguo bloque de Europa oriental en la última década. El caso de los científicos es muy revelador, pues la URSS era el primer país del mundo en cuanto a la relación entre el número de científicos respecto a la población total. Ese desmantelamiento neoliberal y occidental de la infraestructura técnica, científica y artística de la antigua URSS que se complementa con el robo de científicos e investigadores, no es otra cosa que un proceso deliberado de expropiación del saber acumulado durante varias generaciones, con la finalidad de dejar a esos pueblos sumidos en la más terrible miseria y dependencia, algo así como una especie de revancha contra todos aquellos que alguna vez osaron proponer un proyecto anticapitalista, a su vez que una forma de sumirlos en el atraso y la dependencia. Porque, en contra de los pronósticos esbozados a comienzos de la década de 1990 en plena retórica triunfalista del Nuevo Orden Mundial, el Este no se convirtió en el Norte sino en parte del Sur. Y la otra forma de migración, esta sí forzada, es la de las mujeres que son prostituidas y comercializadas por redes mafiosas hacia Europa occidental. Estas mujeres, junto con las latinoamericanas y asiáticas, se convierten en las principales víctimas del negocio de la prostitución en Europa, pues mujeres rumanas, búlgaras, rusas o húngaras abastecen los enclaves de prostitución localizados en Europa occidental. Recientemente se ha establecido, para completar, que la OTAN, Estados Unidos y el Ejército de Liberación de Kosovo tras la guerra declarada contra Yugoslavia, han desarrollado nuevas cadenas de trafico y prostitución de mujeres de los Balcanes con la finalidad de satisfacer a los soldados de la OTAN
[37].
A la hora de considerar la “industria del sexo”, se debe tener en cuenta otro factor ligado a las migraciones, pero que tiene un sentido particular y contrario a las tendencias predominantes y que tiende a acentuarse en los últimos años: el
turismo sexual. Este es un tipo de migración voluntaria, del Norte al Sur, estimulada por el mito del sexo seguro. Ante el incremento del SIDA en todo el mundo, incluyendo a Estados Unidos y a Europa, se ha originado la aberrante práctica de organizar excursiones de placer a ciertos lugares del Sur (Filipinas, Tailandia, Camboya, República Dominicana, etcétera) con la exclusiva finalidad de proporcionar sexo seguro a los exigentes turistas europeos. Esto supone la compra y venta de niños y niñas vírgenes para el “uso” exclusivo de los turistas. Este repugnante negocio de tipo transnacional es tan boyante que alrededor de él se mueven millones de dólares anuales, si se tiene en cuenta que, por ejemplo, medio millón de alemanes se desplaza anualmente hacia el Sur como turistas sexuales
[38]. Aprovechándose de la pobreza y la necesidad de conseguir cualquier moneda, las familias se ven obligadas a vender a sus hijos e hijas, en un medio en donde cunde el desempleo y la desesperación por la supervivencia diaria. En Filipinas hay 75 mil niños en la prostitución y en Tailandia unos 50 mil
[39]. Este es un negocio transnacional, pues están involucradas agencias de turismo, redes mafiosas, prestigiosos sectores de la elite europea y norteamericana, del jet-set y de la farándula mundial.
Apartheid tecno-social
Sin ninguna duda, el mito fundador de ese nuevo desorden mundial fue la caída del Muro de Berlín, a partir de lo cual se aseguró alegremente el fin de cualquier obstáculo que bloqueara la libre movilización por el mundo e implicaba la apertura de las fronteras. Más de una década después, en lugar del Muro de Berlín, en todo el mundo se han levantado nuevos muros de la infamia, construidos por el capitalismo para aprisionar a los pueblos del Sur y para impedir la movilización de hombres y mujeres hacia los “paraísos capitalistas” del Norte. Asimismo, aunque en Sudáfrica haya terminado el oprobioso régimen del apartheid, éste simplemente se ha trasladado y se ha universalizado bajo la forma de un sofisticado apartheid tecno-social global, como producto de la concentración de la riqueza y prosperidad en un polo minoritario y la generalización de la pobreza y la miseria para la mayoría de la población del planeta. Este tecno-apartheid simplemente pretende sostener los privilegios de esa minoría opulenta, manteniendo a raya a los parias y hambrientos que deja a su paso el Nuevo Desorden Mundial, para lo cual se han levantado nuevos muros en los cuatro puntos cardinales del planeta. Con respecto al apartheid “clásico” de Sudáfrica, el apartheid tecno-social del siglo XXI, además de la discriminación racial, universaliza la segregación social. El racismo ha cobrado nuevos bríos en diversos lugares del mundo, a nombre de la “pureza” y la “limpieza étnica”. El caso más conocido es el de Yugoslavia, pero también el de Israel, algunos de cuyos portavoces han planteado en estos días la expulsión de todos los habitantes árabes del territorio de Israel (un millón) a cambio del desmantelamiento de algunas colonias judías en el territorio ocupado de Cisjordania, con el argumento de que nadie “puede garantizar la perennidad, en el seno del Estado hebreo, de poblaciones árabes ganados al islamismo y a un ineluctable irredentismo palestino”, para proponer elevar un muro “entre dos civilizaciones diferentes” y lograr una “estricta separación” entre las poblaciones judío-israelita y palestina
[40]. Y eso sin considerar el hecho que, después de medio siglo, los refugiados palestinos alcanzan la cifra de cuatro millones, los cuales constituyen la población expatriada más grande del mundo y la que durante más tiempo se ha mantenido lejos de sus territorios ancestrales, ocupados a sangre y fuego por el criminal Estado de Israel, como se pone de presente por estos días
[41].
A pesar del resurgimiento de la segregación racial, el apartheid tecno-social que hoy se consolida en el mundo como uno de los productos más visibles de la globalización, está basado principalmente en la segregación social absoluta entre ricos y pobres, o lo que en la jerga neoliberal se llama “exitosos” y “ganadores” o “perdedores” e “ineficaces”. Más que nunca, hoy se puede aplicar al pie de la letra el célebre aforismo de Bertold Brecht según el cual “el peor crimen en el capitalismo es ser pobre”. La segregación social se presenta dentro de cada ciudad, dentro de cada país y se reproduce en el ámbito mundial. Es un apartheid tecno-social, porque las diferencias de riqueza y de poder generan diferentes posibilidades de acceso a la educación y a los instrumentos técnicos. Los dispositivos tecnológicos -como la computadora e Internet– en lugar de acortar las distancias entre pobres y ricos las amplían a niveles sin precedentes, generando también un “dualismo digital” a escala planetaria
[42]. Aunque “el ideal del capitalismo de estos días es el apartheid” (Toni Negri) y la “sudafricanización de las relaciones sociales” (Joachim Hirsch),
[43] el capitalismo no puede prescindir de los trabajadores. Por eso, el apartheid tecno-social necesariamente implica la incorporación de trabajadores en los procesos productivos, incluso de “bárbaros extranjeros”, por muy incómoda que resulte su presencia para las clases dominantes en cada país y a escala planetaria
[44].
[1] Pierre Bourdieu y Loic Wacquant, “La nouvelle vulgate planétaire, en
Manière de Voir, Nº 53, septiembre-octubre 2000, pág. 76 y sig.
[2] El destino final de estas mercancías son las elites yuppies en los cuatro puntos cardinales del planeta, así estas elites en términos demográficos sólo representen una ínfima parte de la población mundial.
[3] El caso más tristemente célebre es el de Irlanda, que perdió a buena parte de sus habitantes en la segunda mitad del siglo XIX, tras la espantosa mortandad de 1 millón de personas en pocos meses tras la pérdida de una cosecha de patatas en la década de 1840, el 90% de la cual migró hacia Estados Unidos... mientras la dejaron entrar, porque en las primeras décadas del siglo XX las leyes restrictivas, apoyadas en la eugenesia racista, impidieron que los irlandeses siguieran ingresando al territorio norteamericano. Ver Caroline Andreani, “Les migrations au XIX et au XX siècles: contribution à l'histoire du capitalisme”, en AA.VV.,
Le livre noir du capitalisme, Le Temps des Cerises, París, 1998, pág. 340.
[4] Paul Hirst y Graham Thompson,
Globalization in Question, Polity Press, Londres, 1996, págs. 22-26.
[5] La movilidad del capital en busca de trabajo barato, a su vez, se convierte en un chantaje contra los trabajadores de los países centrales, a los que ahora se amenaza con el traslado de las unidades productivas allí donde sean “mejores” las condiciones de oferta de trabajo.
[6] Mariano Aguirre,
Los días del futuro. La sociedad internacional en la era de la globalización, Ed. Icaria, Barcelona, 1995, pág. 143.
[7] Alain Morice, “De 'l'inmigration zéro' aux quotas”,
Le Monde Diplomatique, noviembre de 2000, pág. 6.
[8] Susan George,
Le rapport Lugano, Ed. Fayard, París, 2000, pág. 172. Sobresale el hecho que, después de medio siglo de paz en el territorio europeo y en la desaparecida URSS, hayan estallado conflictos en Yugoslavia, Rusia y otras antiguas repúblicas soviéticas. Además, continuaron conflictos que ya existían en tiempos de la Guerra Fría, el más conocido de los cuales es el de Afganistán, y surgieron otros nuevos tales como los de Rwanda y Argelia. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), como resultado de estas guerras, algunas declaradas y otras no, en 1996 existían unos 27 millones de desplazados en todo el mundo. Acnur,
Refugiados, Nº 92, 1996, pág. 30.
[9] El Instituto de Investigaciones para la Paz de Oslo ha enfatizado que los conflictos desencadenados entre 1990 y 1996 estuvieron directamente relacionados con los planes de ajuste estructural, ya que se dieron primordialmente en países agrarios y pobres, semidemocráticos y fuertemente endeudados y con predominio de exportaciones agrícolas cuyos precios cayeron drásticamente. Ver: S. George,
op. cit, págs. 172-173.
[10] Una breve descripción de los planes de ajuste se encuentra, entre otros, en W. Bello,
op. cit., págs. 51-71. El caso africano es estudiado en Michael Barratt Browm,
Africa's Choices. After Thirty Years of the World Bank, Penguin Books, Londres, 1995, págs. 65-82.
[11] Pedro Montes, “Globalización y Derechos Humanos”, en
Correo de Prensa de la IV Internacional, Boletín Electrónico, Nº 27, mayo 28 de 2000.
[12] A. Sivanandan, “La trahison des clercs” (La traición de los sabios), en R. Vega (Editor),
Marx y el siglo XXI. Una defensa de la historia y el socialismo, Segunda edición corregida y aumentada, Ediciones Pensamiento Crítico-Ediciones Antropos, Bogotá, 1999, págs. 316-317.
[13] Saskia Sassen, “Mais porquoi émigrent-ils?”,
Le Monde Diplomatique, noviembre de 2000, págs. 4-5.
[14] James Petras, “Imperialismo y Hongos en América Latina”, en
Imperialismo y barbarie global. El lenguaje imperial, los intelectuales y las estupideces globales, Ediciones Pensamiento Crítico, Bogotá, 2000.
[15] Hervé René Martin,
La mondialization racontée à ceux que la subissent, Climats, París, 1999, pág. 33; Janette Habel, “Zones franches et Rideau de Fer”,
Le Monde Diplomatique, diciembre de 1999, págs. 16-17; “México-Estados Unidos: del cruce al empleo. La guía del perfecto indocumentado”,
Rebelión, septiembre 16 de 2000; Angélica Enciso y Guadalupe Ríos, “La frontera entre México y Estados Unidos: un cementerio de inmigrantes”,
La Jornada, junio 12 de 2000.
[16] Ana Nuño, “Xenofobia y racismo a la francesa”, en
El Viejo Topo, Nº 90, noviembre de 1995, págs. 26-30.
[18] Philippe Rivière, “Emigrer et mourir”,
Le Monde Diplomatique, julio de 2000.
[19] Jorge Beinstein,
Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia, Ponencia presentada en el Segundo Encuentro sobre Globalización y Problemas de Desarrollo, La Habana, enero 24 al 29 de 2000; Dan Josefsson, “Bienvenidos al país de la libertad”,
ETC, Nº 4, diciembre-febrero 1999-2000, págs. 8-31; “Estados Unidos: el 75% de los condenados es negro o hispano”,
Rebelión, Periódico Electrónico de Información Alternativa (www.eurosur.org/rebelion), septiembre 27 de 2000.
[20] Saskia Sassen, “Why Migration? Tesis contra los modelos de explicación al uso”, en AA.VV.,
Extranjeros en el paraíso, Ed. Virus, Barcelona, 1994, págs. 53-62.
[21] Denis Duclos, “La cosmocratie, nouvelle clase planetaire”,
Le Monde Diplomatique, agosto de 1997.
[22] S. George,
op. cit., pág. 23.
[23] No es excepcional en este sentido el caso de Israel, que ejerce un control territorial violento y terrorista y mantiene en campos de concentración a los palestinos que malviven apiñados en Gaza y Cisjordania, buscando entre otras cosas preservar fuentes y reservas de agua potable. Ver: Ángela Núñez, “Una batalla desigual”,
La Insignia (www.lainsignia.org), octubre 14 de 2000.
[24] Heinz Dieterich, “Globalización, educación y democracia”, en Noam Chomsky y Heinz Dieterich,
La aldea global, Ed. Txalaparta, Tafalla, 1997, pág. 84 y sigs.; Guillermo Almeyra, “Agua, luz, universidad pública: el gran asalto”,
La Jornada, abril 16 de 2000.
[25] M. Aguirre,
op. cit., pág. 145; Mireya Castañeda, “El mercado de cerebros: ¿fuga o robo?”,
Granma Internacional Digital, Cuba, 28 de septiembre de 2000.
[26] M. Castañeda,.
op. cit.
[27] Sophie Boukhan, “Subasta de diplomados”,
El Correo de la Unesco, septiembre de 1998, pág. 33.
[28] Michel Raffoul, “Bangalore, Silicon Valley à l'indienne”,
Manière de Voir, septiembre de 1997, pág. 58.
[29] M. Castañeda,
op. cit.
[30] M. Aguirre,
op. cit., pág. 109 y sigs.
[31] OIT,
The Sex Sector: The Economic and Social Bases of Prostitution in Southeast Asia, Ginebra, 1998.
[32] El Espectador, 22 de junio de 1997; R. Vega,
El caos planetario, Ed. Antídoto, Buenos Aires, 1999, págs. 56-59; W. Bello,
op. cit., págs. 63-66; Linda Carty, “Imperialismo: ¿periodización histórica o fenómeno actual?”, en R. Vega (Editor),
Marx y el siglo XXI. Hacia un marxismo ecológico y crítico del progreso, Ediciones Pensamiento Crítico-Ediciones Antropos, Bogotá, 1998, págs. 288-289; J. Petras, “Filipinas: mundialización y resistencia”,
Ajoblanco, Nº 115, págs. 54-58.
[33] Esto se puso de presente a mediados de la década de 1990 en Bélgica, cuando tras el asesinato de varias niñas se confirmaron los vínculos entre sectores de la monarquía de ese país con el comercio mundial de niños para la pedofilia. En esa ocasión se pudo establecer que Bélgica es el centro mundial de pedofilia, en donde se establecen contactos, vía Internet, entre pedófilos globales que buscan información sobre países, hoteles, sitios y lugares en donde pueden acceder a niños y niñas para satisfacer sus aberraciones.
[34] Cynthia Guttman, “La cara oscura de la Red”,
Correo de la Unesco, septiembre de 1999, pág. 43.
[35] James Petras y Steve Vieux, “La morbilidad del capitalismo en el ex bloque soviético”, en
América Libre, Nº 7, 1995.
[36] Edward Said, “El Fin de Oslo”,
op. cit.
[37] James Petras, “Justicia en la Era de la Información”, en
Imperialismo y barbarie global, ob. cit.
[38] R. Vega,
El caos planetario, pág. 60.
[39] OIT, “The Sex Sector”,
ob. cit.
[40] Citado en “Apartheid”,
Le Monde Diplomatique, noviembre de 2000, pág. 12.
[41] Edward Said, “La muerte de Oslo”,
El País, octubre 14 de 2000.
[42] Ricardo Petrella, “Mundialización y Tecnología”,
El Mundo, agosto 29 de 2000.
[43] Citado en Werner Bonefeld,“Las políticas de la globalización. Ideología y crítica”,
Foro de Economía Política, Entidad adherida a la Red Vértice, www.red-vertice.com