Cuando comencé a trabajar sobre las “opciones de ocupación”, aproximadamente en 1969, nadie me dijo cuál era el modo para aproximarse a esta temática exitosamente. Los especialistas europeos se remitían a Marx, Durkheim y Weber como tres pensadores de igual importancia y significación (una actitud que, a la luz de la fuerte oposición de los dos últimos contra el primero, resulta inquietante). Los sociólogos norteamericanos, considerados “maestros” de la investigación empírica, sólo rinden tributo a Weber y a Durkheim e ignoran totalmente a Marx (debí darme cuenta de que este conspicuo silencio era un signo seguro de algo interesante).
Comencé, por lo tanto, a leer la inmensa literatura acerca de la movilidad social (95% era de Estados Unidos) aunque tuve problemas para entender sobre qué hablaba y cómo la conectaban con las sociedades reales, supuse que yo no la comprendía. Esos años también vieron el revival de los movimientos estudiantiles y de trabajadores en Francia y Europa y de otros movimientos en el resto del mundo. Fue como intelectual, no especialmente como sociólogo, que seguí esos movimientos y me conecté con alguno de ellos. Me trajeron nuevamente hacia el principio básico del pensamiento sociológico: class todo fenómeno social es fundamentalmente producto de algún tipo de relación de clase y que, para explicar o entender un fenómeno social dado, hay que alcanzar su centro clasista, su relación con la lucha de clases permanente en todos los niveles; una tarea que no siempre es tan simple como parece.
Dejé finalmente de leer las inteligentes irrelevancias de Leo Goodman y me adentré en la cuestión de clase. Mi idea era alcanzar un entendimiento claro de esta cuestión, extraer de ella un análisis del fenómeno de la estratificación y de la familia -dos temas claves para la movilidad social que han sido ignorados por el marxismo moderno- y para fundamentar mis estudios teóricos con investigaciones empíricas. Luego estaría en posición para tratar seriamente con la cuestión de la “opción de ocupación”.
La primera parte de este artículo se refiere a la noción de estructura de clases. Presentaré algunos conceptos que resultan relevantes para el estudio de las clases, aunque se opongan a algunas ideas ampliamente aceptadas.
En la segunda parte desarrollo un concepto anterior
[1], el de proceso de producción, distribución y consumo de las personas. Este concepto se orienta hacia una aproximación de base materialista del análisis sociológico de la familia y la distribución de las personas.
Aunque poco puede decirse de la movilidad o inmovilidad social per se, creo que lo que se diga puede ayudar para sentar bases para un estudio posterior de este fenómeno -bases que estuvieron olvidadas por demasiado tiempo-.
1. Estructura de clases, aparatos de disciplinamiento [appareils d'encadrement] y la apropiación de las relaciones sociales
“(...) Es siempre la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos la que revela el más profundo secreto, las bases íntimas del edificio social y, por lo tanto, también la forma política de la relación entre soberanía y dependencia, en forma abreviada, de la particular forma de Estado (...)”, escribió Marx hacia el final de su vida.
[2] Dado lo que sé acerca del mundo contemporáneo esta es una presunción correcta y debe ser tomada seriamente.
En los llamados países occidentales, la relación fundamental es la relación entre capital y trabajo. Esta dio origen a las dos clases principales del modo de producción capitalista: la burguesía y el proletariado.
[3]
Dada la connotación de burguesía y proletariado en el siglo XIX, hoy muchos escritores prefieren usar los conceptos de clase dirigente y clase trabajadora, los que, por supuesto, son bastante correctos. Sin embargo, creo que estos últimos conllevan una presunción completamente falsa, extremadamente dañina para la construcción de la teoría de clases: es la presunción que la clase dirigente y la clase trabajadora son entidades de naturaleza semejante, sólo diferentes en sus posiciones relativas, algo así como dos maderas de distinto color, una puesta sobre la otra.
Una cosa sí existe: las relaciones de clase. Si la sociología es el estudio de las relaciones sociales, entonces el estudio de las relaciones de clase cabe en su centro. Esta es, al menos, la visión que los sociólogos tienen en Francia: tanto los marxistas -como Poulantzas y Castells- como los no marxistas -como Alain Touraine y Pierre Bourdieu- utilizan el concepto de relaciones de clase como eje de sus teorías.
Una relación de clase (de explotación y dominación) constituye una relación contradictoria entre un polo dominante y un polo dominado. Esta relación, por su característica fundamental, determina entidades (clases) totalmente diferentes en cada polo.
Examinemos la relación entre capital y clase trabajadora. Porque se encuentran en el polo dominante de la relación de clases, los miembros de la burguesía pueden impulsar organizaciones interclases muy desarrolladas, multiplicando y diversificando los contactos entre ellos para comprometerse en una práctica común contra la gente dominada (“Es un mundo pequeño” es una típica frase burguesa y una declaración de hecho); por otro lado, porque está dominada, la gente ubicada en el otro polo de la relación de clase, está normalmente imposibilitada para comunicarse, crear y desarrollar relaciones entre ellos, una ideología, una organización y una práctica en común no pueden ser menos que un intento por recuperar el control del movimiento histórico que los puso en situación de dominados, es decir, un intento por abolir las relaciones de clase; en otras palabras, donde las relaciones de clase (de explotación y dominación) existen, la clase dirigente existe por sí misma mientras que la clase dominada no, es sólo latente, potencial. Definir ambas entidades con el mismo concepto de “clase” comporta el riesgo de caer en una red de confusiones.
Las relaciones de producción determinan posiciones (los propietarios del capital, por una parte, y los productores directos, por la otra) que son la base del fenómeno de clases. Pero cincuenta mil posiciones de burgueses no hacen a la burguesía más que siete millones de lugares hacen a la clase obrera. Lo que hace a la burguesía es la red de relaciones que existe en su interior o, para ponerlo en un marco más adecuado, es la práctica común en la lucha de clases la que permite la organización de la clase y, posteriormente, la refuerza. Siete millones de trabajadores también pueden constituirse en clase merced a una red de relaciones entre ellos, surgida de la práctica común, una organización basada en el refuerzo de la lucha en común. Cuando los sociólogos observan los niveles de conciencia de los trabajadores individuales, realizando un promedio aritmético de aquélla para determinar el grado alcanzado por la conciencia colectiva y concluyendo así que la clase obrera ya no es revolucionaria, pierden la clave del fenómeno de clases como social y no como fenómeno psicológico. Si fuera verdad (pero nunca lo ha sido) que en un país dado no hubiera ningún sindicato ni partido político proletario y que los trabajadores hubiesen adoptado mayoritariamente la ideología burguesa (valores de clase media), entonces en lugar de decir que la clase obrera ya no es revolucionaria sería más correcto decir que los trabajadores no son revolucionarios y que la clase obrera como tal no existe: millones de individuos aislados no constituyen una clase.
Ahora, ¿qué es exactamente la organización de clase de la clase dirigente? ¿Es, como podría ser para la clase dominada, un partido político? Hay siempre varios partidos políticos burgueses, pero éstos no son mucho más que “extras” en la escena de la política. Es el Estado el que realmente constituye la organización de clase de la clase dirigente. El Estado como el instrumento para la lucha de clases fue forjado durante luchas pasadas que auguraban otras futuras. A través del Estado la burguesía actúa colectivamente y ejerce el poder.
El Estado, por lo tanto, no es un sujeto y ningún sociólogo debería usar jamás esa palabra como sujeto o escribir frases como: “El Estado hace esto”, “decide aquello”, “protege a éstos”, “reprime a aquéllos”. Por otra parte, concebir al Estado como mero instrumento de represión en las poderosas manos de la burguesía puede ser engañoso. Ni totalmente sujeto ni totalmente objeto, ¿qué es entonces el Estado?
Sería, por supuesto, absurdo pretender postular una teoría del Estado. Mi interés es metodológico y se centra en las formas y métodos para construir esa teoría. Quisiera sugerir aquí que resulta útil comenzar desde “la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos”, esto es, la relación entre capital y trabajo en la fábrica y la organización social que surgió históricamente a partir de esta relación en el lugar de trabajo -en lugar de comenzar por la altamente diferenciada red de relaciones sociales que es denominada Estado-.
Somos afortunados al tener a nuestra disposición un análisis histórico clasista de las formas de organización social que la relación entre capital y trabajo ha producido antes de 1860: puede encontrarse en la famosa sección IV del libro I de El Capital de Carlos Marx. No abordaré aquí esta cuestión. Es suficiente mencionar que el proceso histórico descripto por Marx es un proceso no de construcción de una burocracia empresarial destinada a reprimir y/o manipular a los trabajadores (un aparato de represión ideológica) sino de progresiva expropiación a los trabajadores, a través de la dinámica del capital, del control que inicialmente tenían de sus herramientas. Este proceso es también un proceso de apropiación por parte del capital del control sobre el proceso de trabajo, comienza por el control del trabajo en general, continúa por el control de los talleres y finalmente alcanza el control del proceso individual.
Compuesto inicialmente por un conjunto de artesanos, el “colectivo de trabajadores” se dividía entre dos entidades contradictorias: por un lado, un grupo de trabajadores no calificados que hacían trabajo manual, lo que en la práctica significaba que hacían la mayor parte de lo que debía hacerse (transformación y transporte) pero habían perdido el control sobre lo que producían; por otro lado, el nivel gerencial que personificaba la denominada tarea intelectual del trabajo, es decir, las actividades de planificación, dirección, control y sanción de todo el proceso. Una vez que los “jefes” tuvieron este aparato, pudieron usarlo para reprimir y manipular; por ejemplo, una vez que pudieron contratar personal, a través de los departamentos correspondientes, también pudieron despedirlo. Si los departamentos de personal y las oficinas de planificación (que determinan la organización y ritmo del trabajo) son de hecho la columna vertebral de la represión en la fábrica, sería reduccionista pensarlos como meros aparatos de represión cumpliendo funciones represivas: por la naturaleza clasista de la relación entre capital y trabajo, cualquier tarea de organización que es encarada desde el punto de vista del capital, ya que escapa al control de los trabajadores, es represiva.
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Otro modo de enfocar lo mismo es observar que el jefe (sea el dueño o el gerente, que representa la misma lógica de maximización de ganancias) no sólo explota a los trabajadores sino que también dirige todo el proceso de producción (una dirección que podría ser ejercida por el colectivo de trabajadores si no estuviera institucionalizada la relación entre capital y trabajo). Así, necesitamos un concepto que exprese la doble naturaleza de la relación social entre el jefe y el trabajador, una relación, al mismo tiempo, de explotación y dirección (liderazgo): yo propongo el uso del término disciplinamiento [encadrement] .
La palabra cadre (cuadro) se usó en un comienzo para designar los roles en el ejército de la Primera República (Francia): es en 1796, siete años después de que la burguesía francesa se apoderara del poder estatal, que, de acuerdo con el diccionario Robert, se encuentra el término cadre usado para designar al “conjunto de oficiales y suboficiales que conducen a un grupo de soldados”. Esto es muy interesante considerando que la relación entre oficiales y soldados es doble: no sólo es una relación de liderazgo sino también de control apoyado en la sanción máxima: la muerte.
En la actualidad, el término
cadre es usado por la burguesía y por todo el mundo para designar al cuadro gerencial, desde los más altos ejecutivos hasta los capataces. De acuerdo con el diccionario
Robert[5], este uso del término apareció en 1931. Si la burguesía se demoró en la conceptualización de su propia práctica, aún así se encuentra por delante de los sociólogos, quienes todavía se refieren a estos roles como las clases medias como si fueran una clase y se encontraran en cierto terreno intermedio.
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Encuentro iluminadora la aplicación de esta concepción al conjunto de la sociedad. La hipótesis es que el Estado se posiciona en la misma relación frente a los trabajadores (y, hablando en general, el pueblo) por una parte y, por la otra, frente a la clase dirigente, como el aparato de disciplinamiento de la empresa capitalista frente a los trabajadores de esa empresa y como su jefe. Esta es una relación de progresiva expropiación/apropiación.
En el nivel de la sociedad, los burgueses no son sólo la clase dirigente sino también la clase líder, como lo han señalado, por ejemplo, Antonio Gramsci y Alain Touraine. La escisión del “colectivo de trabajadores” en dos partes contradictorias: a) la decisional que juega el juego de acuerdo con las órdenes de la burguesía, es una característica saliente de las sociedades capitalistas del siglo veinte (el denominado crecimiento de las clases medias) y b) la atomización de los trabajadores no calificados, o mejor dicho descalificados, en la fábrica se corresponde con la del pueblo en la llamada sociedad de masas. Y así sucesivamente.
Mi argumento sería, por supuesto, más convincente si pudiera citar estudios históricos con perspectiva clasista; pero, lamentablemente, el estado en que se encuentra la historia contemporánea es casi tan triste como el de la sociología. Es, principalmente, en la obra de Michel Foucault que el análisis histórico adquiere una visión clasista en la formación de las instituciones contemporáneas (psiquiátricas, judiciales y penal en Francia y Gran Bretaña).
[7] E.P. Thompson también sugiere un proceso como el hipotetizado aquí.
[8] Más aún, la desaparición de una cultura genuina de la clase obrera y su reemplazo por la llamada cultura de masas distribuida desde arriba
[9] puede ser entendida mediante los conceptos de expropiación, apropiación y disciplinamiento: los medios masivos no son aparatos ideológicos forzosamente manipuladores de las masas, éstos satisfacen una “necesidad”, o mejor dicho, dan la ilusión de satisfacer la necesidad de sociabilidad que la vida de la clase trabajadora satisfacía anteriormente. Las instituciones de la burguesía son fuertes no sólo porque son represivas sino también porque, dada la atomización de la gente que éstas previenen de actuar, son necesarias.
[10]
Colateralmente esta visión nos permite comprender ambos procesos sociales: el que libera a la clase obrera, así como también al pueblo en general, y el que institucionaliza las relaciones que este proceso establece entre los productores: “reapropiación” es el concepto clave y significa la expropiación a los expropiadores no sólo de los medios de producción sino también de todo proceso social cuya dirección haya sido apropiada por aquéllos. Aunque esta conceptualización necesita de un desarrollo posterior, parte de su definición histórica y sociológica ha sido ya mejor definida que la enunciación de la frase “transformación radical (destruir) los aparatos de Estado burgueses y reemplazarlos por aparatos de Estados proletarios” que nunca lo ha sido.
II. El concepto general de “proceso antroponómico” y su forma peculiar en la estructura de clases capitalista
La concepción clasista de estructura social, es decir, su concepción como estructura de clases, prepara el camino para una aproximación sociológica significativa de la movilidad social, pero no es suficiente. Al menos se necesita un concepto más: el del proceso de distribución de la gente en posiciones sociales definidas por las relaciones sociales institucionalizadas.
La idea del proceso de asignación de personas en posiciones sociales o económicas ha aparecido y desaparecido de la literatura sociológica y han sido los sociólogos y economistas más conservadores quienes la habían propuesto a pesar de que no encaja en la ideología liberal, individualista y orientada hacia logros de la mayoría de los sociólogos norteamericanos o de los economistas marginalistas.
El concepto que propongo aquí, sin embargo, lo supera reformulando meramente el “proceso de asignación”. En lugar de considerar a las personas y las posiciones como dadas (sólo enfocando su asignación), incluyo no sólo la distribución sino también la producción y el “consumo” de las personas en sus posiciones (“consumo” de las personas significa, en este caso, consumo de su energía vital, por ejemplo en el capitalismo, la energía bajo la forma de fuerza de trabajo). Desde este punto de vista, la distribución aparece como un proceso mediador entre la producción y el consumo; el concepto de producción-distribución-consumo de las personas surge, por lo tanto, como un proceso completo. Propongo llamar a este proceso antroponómico: Antroponomia (por analogía con el proceso económico de producción, distribución y consumo de bienes y servicios).
Resulta sorprendente que este concepto no forme parte aún del centro intelectual de las ciencias sociales. Hace tiempo, Engels sugirió:
(...) De acuerdo con la concepción materialista, el factor determinante en la historia es, en última instancia, la producción y reproducción de la vida inmediata. Esto, de nuevo, es de carácter doble: por una parte, la producción de los medios de existencia, comida, ropa y vivienda y las herramientas necesarias para producirlos; por la otra, la producción de seres humanos, la propagación de la especie(...)
[11]
Esta idea, entonces, había sido enunciada pero permanecía sin desarrollar. Dos razones explican esta omisión teórica. La primera es que no fue hasta hace poco tiempo que el control de la natalidad (mediante métodos anticonceptivos) fue posible. La reproducción biológica era un fenómeno perfectamente natural. La segunda es que la categoría particular de personas que son las productoras directas de todo este proceso, es decir, las mujeres, no tenían medios para expresarse públicamente y, por lo tanto, para desarrollar y elaborar una imagen de sí mismas, una conciencia grupal ni para organizarse. Su trabajo era definido como algo natural, inherente a su condición de mujeres. Cuando el movimiento feminista reapareció a fines de 1960, la conexión con las viejas ideas de Lewis Morgan y Engels fue rápidamente hecha.
[12] Existe, yo creo, un vínculo cercano entre las dos razones aquí propuestas, éste es que no fue producto del azar que el movimiento feminista apareciera en el momento y el lugar donde hubiera disponibilidad de métodos anticonceptivos efectivos.
Continuando con mi trabajo teórico, llegué al concepto de “producción de seres humanos”. Habiendo redefinido a la movilidad social como la distribución de seres humanos en la estructura social, desarrollé la idea antes enunciada cuando releí la famosa
Introducción metodológica de la
Crítica de la Economía Política de Marx y apliqué su tratamiento de la relación de producción, distribución y consumo de mercancías a la relación de producción, distribución y consumo de seres humanos.
[13]
¿Es la Antroponomia sólo otro barbarismo de las ciencias sociales? ¿Puede la sociología evitar este concepto? Al contrario, éste nos permite concentrar y relacionar varios conceptos previos. En la actualidad, los diversos momentos del proceso antroponómico son designados por términos como natalidad, fertilidad, reproducción, socialización, educación, capacitación, mercado laboral, movilidad, trabajo, consumo y otros; todos tendientes a dispersar la atención. Debido a que estos conceptos han sido confinados a diferentes campos teóricos, es imposible pensar al proceso como un todo.
Los demógrafos, por ejemplo, estudian la producción de gente en sus inicios (natalidad, fertilidad y reproducción). La sociología se interesa en estos agentes sociales como tales, pasando por alto el hecho de que estos agentes son muchas veces “causados” por razones sociales y no por razones naturales o biológicas.
La producción de un nuevo ser humano hace uso de procesos biológicos, pero reducirla a esto es tan absurdo como reducir el consumo a la digestión o reducir el trabajo a lo fisiológico (esfuerzo, fatiga, etc.), en los tres casos relaciones sociales ponen en funcionamiento el proceso que les da sus características y significado. Mientras que las bases de estas prácticas son ciertamente materiales -material significa aquí, entre otras cosas, fisiológicas- sus características y significados son siempre sociales. La idea, por cierto, no es nueva, puede encontrarse en La Ideología Alemana (Marx y Engels):
(...) La producción de la vida, tanto de la propia mediante el trabajo como de nueva vida mediante la procreación, aparece de inmediato como una relación doble por una parte, como natural y, por la otra, como una relación social(...)
La psicología infantil, el psicoanálisis, la sociología de la familia, todas empiezan donde la demografía termina y ellas son continuadas por la sociología de la educación, la pedagogía, la psicología del adolescente, y así sucesivamente. Más alejadas encontramos a la economía de la fuerza de trabajo (llamada economía humana), los estudios sobre el mercado de trabajo, la sociología de la movilidad social, la psicología social (adaptación, identidad, etc.) y así sucesivamente.
Cada una de estas “ciencias sociales” enfatiza el lado práctico del “cómo facilitar a las personas la adaptación (o cómo las adaptan) a las instituciones”; uno puede decir que este énfasis es lo que tienen en común estas disciplinas tan distintas.
Lo que se necesita, entonces, es una perspectiva que unifique los procesos que transforman a los seres humanos en seres sociales. La unificación no es necesaria porque los procesos actúan sobre el mismo objeto -el ser viviente-, es necesaria porque todos estos procesos provienen de la misma fuente -atravesando variadas mediaciones-, ésta es la estructura de clases históricamente determinada. Esta es la razón por la que se necesita una perspectiva unificada y por la que también debe ser positiva, científica y completamente crítica: es un hecho que las cosas pueden ser diferentes y como tal constituye una parte integrante de la realidad.
[14]
II.1 La producción de seres humanos
El proceso completo de producción de seres humanos puede ser pensado como conteniendo dos aspectos: el material y el no material. El aspecto no material es aquel al que comúnmente se hace referencia mediante los conceptos de psicología, cultura o ideología.
[15]
La literatura acerca del aspecto no material es mucho más abundante que la referida al material. La generalmente pobre calidad de esta literatura es resultado de, creo yo, su perspectiva unilateral. Aquí, sin embargo, me restringiré a la otra perspectiva unilateral, la referida al aspecto material de la producción de seres humanos, dejando la síntesis para más adelante.
Pareciera que deben distinguirse dos fases en el aspecto material del proceso de producción de seres humanos o “antropoproducción”. Una es la fase inicial, que es el proceso por el cual un nuevo ser humano es producido (la concepción y embarazo). Esta fase interesa a demógrafos en cuanto al número implicado de embriones viables.
La segunda fase, desde el nacimiento hasta la muerte, ha sido fragmentada dentro de disciplinas separadas de las ciencias sociales. Curiosamente, mientras que la aproximación demográfica es muy materialista, la de las ciencias sociales es extremadamente idealista. Se presta muy poca atención a los procesos reales a través de los cuales la vida de un niño es producida y reproducida (comer, beber, dormir, jugar, pelear, hacer cosas, vivir), aquí el psicoanálisis y la psicología poseen la hegemonía total.
Cuando el ser humano va al trabajo, sin embargo, algunos conceptos que permiten formular en términos materialistas la producción de la vida reaparecen en la literatura: el concepto de consumo, por ejemplo. Un concepto más apropiado sería el de reproducción de la fuerza de trabajo de Marx, que es, sin embargo, un concepto económico y debe ser tomado con algunas reservas.
Dado el estado de estos asuntos, me limitaré aquí a un análisis del proceso de reproducción de la fuerza de trabajo de los trabajadores individuales y de la clase obrera. Este punto de vista es de alguna manera restringido, pero argumentaré que es crucial; en su intento de control completo, la clase dirigente estableció una institución, la familia, que en su momento determina la producción de vida en todos los estratos sociales.
[16]
II.2 Las familias como unidades de antropoproducción
Hasta aquí, hemos conceptualizado a los fenómenos usualmente conocidos como natalidad, educación y consumo como momentos de un proceso completo de antropoproducción. Este término, reitero, se refiere tanto a la producción inicial de un ser humano como al proceso continuo de reproducción cultural y material y a la transformación en el tiempo, esto es, a través de la práctica socio-histórica.
Gran parte de este proceso tiene lugar en el interior de una institución en particular, la familia. Esto significa que las mediaciones entre el proceso de antropoproducción como fenómeno socialmente determinado, por una parte y su resultado final (las relaciones de clase), por la otra, se encuentran en su mayoría en la familia, la institución mediante la cual la sociedad determina la vida de los niños.
Dos puntos, que son en alguna medida extraños a la sociología de la familia, deben ser acentuados. Primero, al contrario de las apariencias, la familia es una unidad estructuralmente constante, no existen entrecruzamientos más allá de los límites de clase.
[17] Lo que observamos son los efectos sobre diferentes ambientes de clase de una sola institución, la institución familiar como históricamente creada por la clase dirigente. Pero esta institución produce efectos diversos (por ej. distintos tipos de familias) en diferentes ambientes de clase (clases sociales distintas).
En segundo lugar, para comprender la génesis y estructura de las relaciones formalizadas que constituyen la institución familiar resulta fructífero concebirlas como relaciones de producción, es decir, relaciones sociales institucionalizadas que organizan un tipo peculiar de producción: la producción de seres humanos.
Estas observaciones abren la puerta para un nuevo análisis de la institución familiar desde un punto de vista clasista. Baudelot y Establet remarcan que las familias en diversas clases sociales, no obstante las apariencias en común (padre, madre e hijos) constituyen sistemas contrastantes y diferentes de relaciones sociales.
[18]
Para comenzar, mientras que cada familia burguesa retira sus recursos de un fondo común, por ejemplo, una cuenta corriente; cada familia obrera depende del empleo cotidiano del padre. Este hecho básico determina toda la red de relaciones familiares.
La relación entre un padre e hijo burgueses propietarios de capital, está fundamentalmente basada en la herencia: el hijo es identificado personal y socialmente como el futuro heredero y constituye para su padre el significado y la justificación (ideológicas) para la acumulación de capital (insignificante para él). Los hijos de los trabajadores, por otra parte, no están, ciertamente, en la misma relación con sus padres.
La relación de la esposa con su esposo es, sin duda, también diferente: en la clase obrera está determinada como relación de producción directa; el trabajo hogareño cotidiano de la mujer es crucial para la reproducción de la fuerza de trabajo, esto es, la vida del hombre. Esto no es tan así en el interior de la burguesía.
Estas hipótesis, una vez desarrolladas, revolucionaron a la sociología de la familia. Por ejemplo, proyectan dudas acerca de la validez de los enunciados sociológicos que en la actualidad se aplican a todas las familias, lo que es un cambio drástico por sí mismo. Uno debería desarrollar al menos cuatro tipos diferentes de familias que se correspondan con cuatro ambientes de clase diferentes y, por lo tanto, con cuatro estilos de vida distintos. El tipo familia burguesa podría estar basada en la acumulación y transmisión de capital. El tipo familia de clase obrera podría estar basado en la demanda del capital de reproducción de la fuerza de trabajo (diaria y generacional), por un lado, y sobre la orientación de los trabajadores hacia la reconquista de alguna porción de poder sobre sus propias vidas, por la otra. El tipo familia de pequeña explotación familiar (campesinos, artesanos y tenderos) podría basarse en relaciones de producción precapitalistas que no separan capital y trabajo ni la acumulación de capital y la reproducción de la fuerza de trabajo (la denominación “producción familiar” dice mucho más de lo que aparenta a primera vista). El tipo familia de estrato medio podría basarse en un proyecto de carrera, es decir, en la proyección propia y de los hijos de un lento progreso a través de los puestos organizacionales de carrera, institucionalizados por el aparato general de disciplinamiento.
[19]
Esta aproximación es más prometedora que la conceptualización de la familia (error inicial) como aparato ideológico del Estado.
[20] No cabe duda de que la institución familiar contribuye enormemente en el mantenimiento y fortalecimiento del orden ideológico, no sólo a través de la ideología familiar sino también a través de las prácticas que impone a todo el mundo, prácticas que no pueden generar más que ideas conservadoras.
[21] La institución familiar, sin embargo, difiere ampliamente de otros aparatos ideológicos como la escuela, la iglesia, los medios, todos éstos conformados, como los aparatos estatales propiamente dichos, por un ejército de miembros plenos, representantes de la burguesía, jerárquicamente organizados y dirigidos por la clase dirigente. No obstante, no es así para la familia porque todos somos oficiales. La institución no tiene personal especializado, ni burocracia ni una sola cabeza; está, de alguna manera, implantada en los fundamentos de la sociedad, mientras que los aparatos ideológicos forman parte de la superestructura. La notable diferencia entre la familia y los otros aparatos se disipa cuando se asume un punto de vista materialista: la institución familiar es creada por la clase dirigente para institucionalizar relaciones sociales particulares a través de las que puede controlar el proceso de antropoproducción, que tiene lugar al nivel de las personas sin la mediación de herramientas de producción y que, por lo tanto, no puede ser totalmente expropiado.
La idea de cuatro tipos de familia queda para ser desarrollada en forma concomitante y será decisiva si la enorme cantidad de datos disponibles pueden ser reinterpretados de acuerdo con ella. Pero esta idea también genera nuevas preguntas. Por ejemplo, ¿cómo puede la clase dirigente (la burguesía), quien pretende crear instituciones universales, promulgar una legislación universal válida que promueve en distintas clases, y, a través de variadas consecuencias, sus intereses particulares? Al analizar el conjunto de leyes y normas que definen históricamente a la institución familiar, encontramos subconjuntos de reglas definidas por la herencia que son relevantes para la burguesía y secundariamente, para los pequeñoburgueses propietarios y subconjuntos que definen las responsabilidades de las esposas para con sus maridos, de los padres hacia sus hijos, que con posterioridad se refieren implícitamente a la clase obrera. Pero entonces, dadas las reglas (están en realidad impuestas) una multitud de problemas aparecen cuando se las aplica a aquellas clases para las que no han sido escritas.
[22]
Arribamos, así al segundo punto: la conceptualización de la institución familiar como definidora -para todas las clases- de la relación de producción para el proceso de producción de seres humanos. No intentaré estudiar las leyes de la antropoproducción en general ni en las sociedades capitalistas en particular. Me limitaré a investigar cual debe ser el primer escalón en el análisis del proceso.
Comenzando nuevamente con la relación capital-trabajo, vemos que el trabajo es el elemento crucial en la reproducción ampliada del capital; la producción de trabajo es un elemento crucial en el proceso capitalista. Por lo tanto, desde el punto de vista del capital, es una necesidad el control de la producción de fuerza de trabajo. Cuando el capital está al mando de una formación social dada, este punto de vista se manifiesta en instituciones. La institución familiar se convierte en la herramienta central para el control de la producción de fuerza de trabajo. Las relaciones de producción de personas instituidas están destinadas para ser aplicadas en la clase obrera: ellas son las herramientas principales de la política de mano de obra del capital. Es, por lo tanto, por la clase obrera donde debemos comenzar nuestro estudio de la producción de seres humanos.
II.3 El proceso de antropoproducción en la clase obrera. Las familias y la opresión universal de las mujeres
Cuando tomamos conciencia de que las relaciones sociales, las que la institución familiar crea e impone en la clase obrera, son relaciones de producción (producción de seres humanos), vemos los roles que esta relación define en cuanto proceso de producción, no como roles en un juego sino como roles que fuerzan a la gente a comportarse y a pensar de sí mismos como agentes del proceso productivo. Un punto importante emerge de esta aproximación: ya sea para la producción inicial de seres humanos, para la reproducción de los chicos o, para la reproducción de la fuerza de trabajo de los adultos, la institución familiar siempre designa el mismo tipo de personas para llevar la carga de la tarea de producción: mujeres.
Hasta la explosión de los movimientos feministas, sus actividades en la casa no eran reconocidas como trabajo; por el contrario, se asumía que satisfacían la “naturaleza femenina”. Esta naturaleza era pensada, por supuesto, no en términos sociales sino en términos biológicos. En realidad, nada “natural” fuerza a las mujeres, tanto como grupo o individuos, a ser exclusivamente responsables del cuidado de los bebés, de la crianza de los niños y de cocinar, limpiar, remendar para ellos hasta que crezcan; como trabajo de tiempo completo, no de 8 horas sino de 24 horas al día.
[23] No es natural que las mujeres deban hacer todas las tareas del hogar (cocinar, hacer las compras, limpiar, lavar, arreglar, etc.) necesarias para producir la fuerza de trabajo de sus esposos. Si las mujeres se encuentran ahora con la responsabilidad de este tipo de tareas, no es por su naturaleza biológica sino por las relaciones sociales que definen su posición. Es, solamente, durante los nueve meses del embarazo y, en algunos casos, durante el primer año de vida del bebé, que la naturaleza de las mujeres las hace jefas de producción; pero, si su constitución biológica es la que les da el monopolio de la producción, es la sociedad la que decide -o intenta decidir- si van o producir o no. La clase dirigente, que es tan aficionada a proclamar la santidad de la naturaleza, en la práctica la amolda a intereses de clase no naturales. Sólo debe observarse la batalla en proceso entre distintas facciones de la clase dirigente acerca del control de las “panzas” de las mujeres (es decir, de las de las mujeres de clase obrera) para entender por qué la burguesía no está totalmente preocupada por interferir con la naturaleza.
[24]
Por lo tanto, si las mujeres se encuentran restringidas a hacer la mayor parte del trabajo de la producción de humanos, no es por naturaleza o por la opresión del hombre sobre la mujer (esta opresión como la de los capataces sobre los trabajadores resulta por sí misma otra relación social fundamental que es la mediación): el históricamente determinado, resistente, institucionalizado y, por ello, desinstitucionalizable, sistema de relaciones sociales llamado familia -como instrumento del capital para restringir a las mujeres de la clase obrera a la producción de seres humanos- es responsable de la situación de todas las mujeres.
Porque esto no ha sido claramente comprendido en Occidente, ha sido posible argumentar que la posición desfavorable de las esposas de los trabajadores era debido a la denominada ideología reaccionaria de sus esposos respecto del tema sexual. Mientras que hay un gran número de observaciones inmediatas que apoyan este punto de vista (aquellos que pueden contradecirlos no se enfatizan en ese tipo de estudios), son interpretados en el limitado marco del hogar, esto es, sin considerar lo que le pasa a los esposos trabajadores en las fábricas.
Cuando se toma en cuenta esto, las interpretaciones cambian. Supongamos que el capital quiere toda la energía posible de los trabajadores (una hipótesis no tan irrelevante). En este caso, los trabajadores volverían a sus hogares, desde la fábrica, completamente exhaustos y alguna organización social debería existir para permitirles descansar para reproducir su fuerza de trabajo; sin embargo, acarrea más trabajo hacer las compras, cocinar y demás. Si los obreros trabajan 45 horas semanales en la fábrica y si preparar la comida y demás implica otras 15 horas más; podría decirse que cada trabajador utilizaría 60 horas de fuerza de trabajo para hacer todo su trabajo.
Ahora, ¿Se corresponde el salario del trabajador con los bienes y servicios que él necesita para reproducir su propia fuerza de trabajo? Esto querría decir que él debería ganar suficiente dinero para comer en restaurantes, pagar a alguien para que limpie la casa y demás; en París a mediados de 1970, por ejemplo, esto hubiera tomado como mínimo unos cientos de dólares por semana, mientras que el salario promedio era solamente de sesenta dólares.
¿Cómo puede entonces el capital manejarse con el pago del salario a la mitad de su valor? Es precisamente no compensando a los trabajadores por el trabajo extra hecho en la casa, esto es, pagando por los bienes y servicios que son necesarios para que los trabajadores reproduzcan su fuerza de trabajo. La solución del capital es
la familia: una organización social mediante la cual las esposas de los trabajadores proveen todos los
servicios (tareas del hogar) mencionados
supra para sus maridos y para ellas -aproximadamente 25 horas semanales para una pareja sin hijos- mientras que la reproducción de su propia fuerza de trabajo es reducida al mínimo: la vivienda ya está garantizada, no hay gastos en transporte, sólo la comida y la ropa deben ser compradas para la esposa; cuyos costos deberán ser balanceados por un cambio en el modo de vida de sus esposos: no beber en el bar, no ir al cine o al bowling, de hecho, no más vida social. Sesenta dólares es todo lo que conlleva y, por otra parte, el trabajador posee una
unidad de reproducción lista para comenzar a producir futuros trabajadores.
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La suposición aquí es que es absolutamente necesario que los esposos actúen de acuerdo con el proyecto: la mujer debe cumplimentar diariamente las tareas del hogar, el hombre debe traer al hogar todo el salario. El truco es que no se necesita ningún capataz que imponga estas normas, cada uno actúa como capataz del otro porque es necesario para su supervivencia. Es difícil imaginar una situación más alienante.
La situación, sin embargo, no es simétrica: es la fuerza de trabajo del hombre la meta final del capital, la institución familiar y la ideología dan poder al hombre para facilitarle el “tener el trabajo hecho”. Por lo tanto, arribamos al llamado carácter autoritario de los trabajadores hacia sus esposas, que parece muy desagradable visto con ojos de clase media. El resultado del proceso histórico social antes mencionado es referido habitualmente como “la familia nuclear”.
Para avanzar con nuestro ejemplo: los hijos vienen solos. Porque 60 dólares no son suficientes para mantenerlos, el hombre trabaja tiempo extra en la fábrica, lo que posteriormente lo agota; así, la carga del cuidado de los hijos recae enteramente en la energía de la mujer. Por lo tanto, cada vez más, los niños de la clase obrera están alienados de sus padres: no pueden compartir con ellos su experiencia de clase obrera.
En otros tiempos, los hijos eran habitualmente educados por sus padres aprendiendo de ellos la caza, pesca, cultivo o el trabajo de artesano; mientras que las madres transmitían a sus hijas las habilidades y cultura de amas de casa. Esto aseguraba la reproducción de la cultura familiar del grupo social durante generaciones. Pero, con la división introducida por la familia nuclear (familia determinada por el capital) ninguna cultura de clase obrera puede ser transmitida en forma espontánea a través de una práctica en común, del padre al hijo, de la madre a la hija; debe ser nuevamente experimentada y reinventada por cada generación.
Hay aquí otro punto importante: la forma familia nuclear concentra todos los tipos de relaciones interpersonales en un pequeño grupo de personas: sus miembros. No sólo hace más dificultosa la vida conyugal (debido a la superposición de muchos tipos de relaciones) más importante aún, atomiza a la clase obrera en millones de unidades aisladas. La solidaridad se desvanece: la privatización se hace cargo. Así, no es sólo la ideología dominante que hace a los trabajadores contemporáneos menos revolucionarios, ni tampoco es debido sólo al estándar de vida que el imperialismo puede proporcionar para el estrato de trabajadores calificados. Sumada a la propaganda burguesa y las mejoras monetarias, la específica organización de relaciones sociales que resultan de la familia nuclear en la clase obrera favorecen la atomización de la clase, la desaparición (no reproducción) de aquellas relaciones que, obligando al matrimonio de trabajadores y a sus hijos, los transforma en miembros de un grupo social vivo.
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Para finalizar esta sección, es interesante observar qué contradicciones secundarias aparecerían si la familia nuclear fuera impuesta en cada clase y en todos los estratos.
En cada estrato social cuando el hombre no está en el trabajo, está en la casa; la mujer hace todas las tareas del hogar y cuida a los niños sin ayuda; los hijos son producidos casi exclusivamente por sus madres y los hombres tienen la fuerza para imponer este tipo de organización familiar sobre sus esposas. Pero sólo en la clase obrera esto aparece como la normal (aunque deplorable) forma de vida; por fuera de una genuina solución proletaria, es decir, solidaridad entre familias y reapropiación de las instituciones locales, no hay otro modo de reorganizar las relaciones marido-esposa-hijos.
Pero en otros estratos sociales, este tipo de organización familiar podría generar una sensación de absurdo, de restricción innecesaria. La burguesía, por supuesto, será la primera en tener comodidad en su casa: personal doméstico que alivia el trabajo de la esposa dejándole sólo la supervisión; y las múltiples tareas de la organización y de la lucha de clases (burguesa) proveen al marido superabundancia de excusas para permanecer fuera del hogar. Para los hijos, sin embargo, la situación contradictoria genera procesos muy interesantes que no describiré aquí. La primera generación de estrato medio, que mira a la burguesía como su grupo de referencia, interioriza la profesada moral burguesa y trata, esforzadamente, de vivir según ella (“estrato medio” es la definición corriente para los que en realidad son los agentes de los aparatos de disciplinamiento).
Es para las nuevas generaciones del estrato medio en crecimiento que algo diferente ocurre: porque la dominación del hombre sobre la mujer no es necesaria para la reproducción de la vida en este estrato, las condiciones son el resultado de los movimientos de liberación femenina. Ahora bien, los movimientos de mujeres contienen un potencial revolucionario, pero uno puede confiar en los instintos de la clase dirigente para reprimir este potencial y para enfatizar, enérgicamente, los componentes reformistas (en los medios, en la nueva legislación concedida). Parece bastante verosímil que una de las raíces de los movimientos feministas es la frustración de las mujeres del estrato medio que se ven a sí mismas atrapadas en una institución, la familia nuclear, que las restringe innecesariamente. Es obvio que en este estrato los hombres no están tan cansados como para no asumir la mitad de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos, por tanto, liberar a las mujeres de la aburrida vida hogareña y permitirles asumir algunos de los roles profesionales les provee, al menos, la ilusión de la realización personal.
Las reformas son valiosas cuando se inician desde abajo y ésta es una importante, porque suprime una contradicción secundaria entre hombres y mujeres en el estrato medio. El cambio de las normas sociales sobre la relación entre el hombre y la mujer en la familia del estrato medio, induce a un cambio en las normas para los hombres y mujeres solteros, por ejemplo, los jóvenes. Además, si el movimiento es suficientemente fuerte, puede forzar cambios en la legislación que, porque se supone aplicable a todos los ciudadanos, podría ayudar a las mujeres de clase obrera (por ejemplo: las nuevas leyes sobre aborto; es típico que las políticas burguesas sobre aborto en varios países hayan sido acompañada por la creación de “comisiones” que deciden si la mujer puede realizar el aborto: la sola existencia de estas comisiones es un impedimento para las mujeres de clase obrera). Pero uno no debe sorprenderse de que las mujeres de clase obrera no compartan siempre con las del estrato medio su entusiasmo por la “lucha en contra de los hombres” o aún en contra del chauvinismo: su situación real es diferente.
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Mucho trabajo queda por hacer sobre estas cuestiones. Lo importante, sin embargo, es que comenzamos en la dirección correcta. Me parece que las conceptualizaciones sobre la producción de seres humanos, sobre las familias como sus unidades de producción, sobre las relaciones familiares como relaciones de producción, conforman un buen comienzo.
La producción de hombres y mujeres está organizada por la sociedad (es decir, por la clase dirigente) teniendo a la vista el consumo. Por lo tanto, el próximo paso sería estudiar los diversos patrones de consumo. Esto debe ser hecho incluso antes de tratar de comprender el proceso de distribución, ni mencionar a la movilidad e inmovilidad social y sus consecuencias sociales. La transmisión hereditaria del capital, no la educación, es el proceso clave: la transmisión hereditaria del capital, que es la relación principal de distribución de seres humanos, es una relación de producción en tanto es la relación que distribuye los medios de producción para algunas personas, proyectando al resto de las personas hacia posiciones de clase proletarias (ya sean empleados u obreros).
[1] Daniel Bertaux, Nouvelles perspectives sur la mobilité sociale en France. Actas del 7º Congreso Mundial de Sociología, 1970.
[2] Karl Marx.
El Capital. Libro Tercero, hay varias ediciones en castellano.
[3] No hay tres clases principales como Marx escribió en el inconcluso manuscrito:
Las clases. Sobre este punto, ver Pierre-Philippe Rey
Les alliances de Classes, París, Maspero, 1973. Primera Parte.
[4] Se ha discutido que el verdadero objetivo de la división del trabajo, la taylorización del proceso de producción, era dividir a los trabajadores. Véase el excelente ensayo de Stephen Marglin
What Do Bosses Do? Origins and Functions of Hierarchy in Capitalist Production Departamento de Economía, Universidad de Harvard (mimeo), 1970 y André Gorz y otros
Critique de la Division du Travail, París, Editions du Seuil, 1973. La idea clave de estos ensayos es que la verdadera meta de la reorganización del proceso colectivo de producción es la desorganización del “colectivo de productores”.
[5] Se refiere a un diccionario similar al de la Real Academia Española para el castellano (
N. del T.).
[6] Sin embargo, ellos no están ahí parados, personifican (a veces con reticencias o celos) una práctica de clase que no es la de ellos. Pueden ser pensados como medios que la clase dirigente construye para su propia práctica; ellos están en el medio como el látigo lo está entre el cochero y el caballo, no deberían llamarse clases medias sino cuchetas del medio (
couches-moyens).
[7] Michel Foucault
Surveiller et Punir, París, Gallimard, 1975. (Hay traducción al castellano:
Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI, 1977).
[8] E.P. Thompson
The making of the English Working Class, Londres, Victor Golancz, 1963 (Hay traducción al castellano:
La formación de la clase obrera en Inglaterra. Barcelona, Crítica, 1989)
[9] Véase para una descripción vívida de este proceso en Gran Bretaña: Richard Hoggart
The uses of Literacy, Londres, Chatto and Windus, 1959.
[10] Acerca de la expropiación progresiva: pude observar a través de los años el proceso mediante el cual, en un pueblo en particular de los Pirineos, el poder para construir sus caminos fue expropiado. Hace treinta años ellos mantenían sus caminos y/o abrían nuevos; ahora, pagan impuestos (que antes no pagaban) para que los especialistas en París -alejados 500 millas- decidan que caminos deben ser construidos y para tener un aparato especial de técnicos y trabajadores que vayan hasta allí y los construyan. Por supuesto, los caminos son mejores: pero no pasan por los lugares por donde los campesinos desearían que pasaran. En lugar de ir hacia el campo, se dirigen hacia las atracciones turísticas.
[11] Friedrich Engels
Origins of The Family, the Property and the State (1884) Prefacio. (Hay varias traducciones al castellano
Los orígenes de la familia, la propiedad y el Estado)
[12] Ibíd. Véase la Introducción escrita por Elizabeth B. Leacock en la reimpresión de
International Publishers, New York, 1972.
[13] El resultado en bruto fue incluido en un ensayo enviado al 7º Congreso Mundial de Sociología. Hace poco tiempo encontré varios estudios feministas recientes, particularmente el de María Rosa Della Costa y Selma James
The Power of Women and the Subversion of the Community, Nottingham: Falling Wall Press, 1972; que habían desarrollado casi la misma idea agregándole la dimensión política nacida de sus experiencias personales y de praxis social.
[14] Conozco un intento de reconstrucción de todo el proceso de producción de un ser humano, incluyendo los trabajos hechos por mí, el monumental estudio de Jean Paul Sartre sobre Flaubert
L'Idiot de la Familie, París, Gallimard, 1973. El interés metodológico de este estudio excede ampliamente el caso de Flaubert.
[15] Todo proceso social debe ser pensado como un todo, no como compuesto por dos partes: la material y la no material. Observamos diferentes aspectos cuando miramos al mismo proceso real desde diferentes puntos de vista. Porque no podemos obtener más que una visión en particular de cualquier objeto real al mismo tiempo, el idealismo concluye que hay tantos objetos reales como puntos de vista. Por otra parte, el materialismo mecanicista acentúa un punto de vista en particular como verdadero; yo trato de evitar ambas “trampas”.
[16] La demografía occidental ha ignorado (coherentemente) el pensamiento marxista mientras que, los marxistas occidentales han ignorado (coherentemente) las cuestiones demográficas. Considérese, por ejemplo, la confusión introducida por el concepto de reproducción tal como es usado en la actualidad. Los demógrafos lo usan para designar lo que es de hecho la producción de nuevos seres humanos. Este particular proceso de producción es, como vimos, al mismo tiempo social y biológico, socialmente es un proceso de producción pero biológicamente es un proceso de reproducción (de las especies). Por lo tanto, el uso del término reproducción acentúa el componente biológico e induce implícitamente a pensar todo el proceso en términos biológicos.
Hablando acerca del proceso de reproducción (cotidiano) de la fuerza de trabajo, los economistas usan el término “consumo». Pero, mientras que en una aproximación desde la economía política crítica los dos términos son sinónimos, el uso del término consumo en lugar de reproducción no es casual, se orienta hacia la cuestión del consumo diferencial (por clase social) como si todo el mundo que debe reproducir la fuerza de trabajo de la misma manera lo hubiera hecho de modo similar. El paso siguiente es, entonces, hacer una diferenciación simbólica del consumo, con el resultado que el aspecto material del consumo es rápidamente olvidado y que el aspecto simbólico es unilateral, aunque a veces llamativamente acentuado. Las personas cuyas vidas están estructuradas por el hecho de trabajar en fábricas, minas, construcciones no son observadas en su contexto laboral sino en sus hogares, donde nada los distingue del resto de los ciudadanos, excepto por la etiqueta de “trabajadores”.
[17] Este punto se basa en algunos señalamientos hechos por Christian Baudelot y Roger Establet en su notorio estudio acerca del sistema escolar en Francia
L'Ecole capitaliste en France, París: Maspero, 1971, págs. 231-263 (Hay traducción al castellano:
La escuela capitalista. Siglo XXI)
[19] Estas ideas han sido desarrolladas en: Daniel Bertaux
Destins personnels et rapports de classe, París, Presses Universitaires de France, 1977.
[20] Louis Althusser
Idéologie et appareils ideologiques d'état, La Pensée, Nº 157 (junio 1971) (Hay traducción castellana
Ideología y aparatos ideológicos del estado, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1984); Nicos Poulantzas
Fascisme et Dictadure, Paris: Maspero, 1972, (Hay traducción al castellano:
Fascismo y dictadura, México, Siglo XXI, 1986, 17a. edic.) y
Les Classes sociales dans le capitalisme d'aujourd'hui, París: Editions du Seuil, 1974 (Hay traducción al castellano:
Las clases sociales en el capitalismo actual, México, Siglo XXI, 1986).
[21] Daniel Bertaux
Two and a Half Models of Social Structure, en
Social Stratification and Career Mobility, ed. K.U. Mayer y Walter Muller, Paris: Mouton, 1972.
[22] Quizás una explicación para el doble estándar de las normas morales puede hallarse aquí: las normas promulgadas por la burguesía tienen están orientadas para ser aplicadas a otros grupos sociales y no para ella misma. Otro fenómeno, que es la rebelión de las mujeres de clase media en contra de la institución que consideran opresiva, puede también ser entendida desde este enfoque, como veremos más adelante.
[23] Véanse los estudios etnográficos acerca de las llamadas sociedades primitivas y los estudios históricos como el de Philippe Ariès
L'Enfant e la vie familie sous l'ancien régime, París: Plon, 1960. acerca de la edad media europea. Federico Engels
Los orígenes de la familia…, continúa siendo una excelente introducción para esta cuestión; su estudio está basado en el trabajo del antropólogo norteamericano Lewis Morgan. Elizabeth B. Leacock ha reseñado evidencias recientes a favor y en contra de las hipótesis de Engels, como se presentan en la etnografía contemporánea. Della Costa y James
The Power of Women, describe los intentos del movimiento feminista italiano para resocializar las tareas de cuidado de los bebés en actividades comunitarias.
[24] Es interesante mostrar qué facciones de la clase dirigente son natalistas y cuáles son malthusianas; la historia muestra que depende del tiempo y el lugar. La hipótesis es que las políticas de ocupación se esconden detrás de dogmas estrictos pero contradictorios. También alguna facción puede ser natalista para algunas categorías -incluida ella misma- y malthusiana para otras; este es el caso del pequeño grupo que está dirigiendo los asuntos del imperialismo norteamericano.
[25] Permítanme enfatizar nuevamente, son 60 dólares por 70 horas de trabajo, no por 45 horas. Este es el error inicial de muchos análisis marxistas del salario y el punto ciego responsable de la concepción de las amas de casa como personas que no trabajan; este error es equivalente al adoptar el punto de vista del capital -o, mejor dicho, la ideología explícita del capital, no el punto de vista práctico y no dicho, que considera a las esposas de los trabajadores como altamente productivas, como lo indicado por las leyes que las restringen y protegen en contra de la depresión.
[26] Ninguna evidencia empírica, es decir histórica, se ofrece aquí para sustentar esta suposición. Sin embargo, variados estudios sobre la clase obrera europea en el siglo XIX, tanto publicados como en elaboración, podrían ser usados para completar este esqueleto teórico.
[27] Este punto ha sido pasado por alto por algunas escritoras feministas, habitualmente en el movimiento norteamericano, pero ha sido visto claramente por otras mujeres, entre ellas Marlene Dixon, Della Costa y James
The Power of Women. El hecho que este punto de vista no haya prevalecido en los movimientos feministas no es imputable, en primera instancia, a esos movimientos sino al contexto clasista dentro del que se han desarrollado y del que tienden a tomar prestada su estructura ideológica profunda.