10/12/2024
Por Casas Aldo Andrés , ,
Una estrategia de Estado
La invasión a Irak, más allá de los inesperados inconvenientes con que tropezaron las fuerzas de ocupación, no debe ser juzgada como un acontecimiento más o menos imprevisto, desatado intempestivamente por Bush y su entorno ultraderechista (aunque su rol sea muy importante, como más adelante señalaremos). Es un eslabón de la política que despliegan los Estados Unidos desde hace más de una década tendiente a imponer su hegemonía o dominación planetaria. Política que, lejos de consistir en una serie de iniciativas más o menos improvisadas, expresa una verdadera estrategia de Estado, que opera interna y externamente, en lo político, lo social, lo económico y lo militar: los Estados Unidos, mucho más (y más efectivamente) que cualquier otra potencia imperialista, borraron hace ya mucho las fronteras entre el estado de paz y el estado de guerra.
"Cuando se dice estrategia se quiere decir coordinación de acciones y operaciones previstas a mediano y largo plazo (el corto plazo se reserva a la táctica, pero puede provocar una modificación del conjunto estratégico) [...] La secuencia de acciones tiene en vista un objetivo (resultado) y supone recursos que pueden irse agotándose o renovándose."[1] La estrategia estadounidense, cabe recordarlo, conquistó sistemáticamente posiciones durante un largo período. Es verdad que no todo salió como hubieran querido (baste recordar las poco gloriosas retiradas de Somalia o el Líbano), pero la "normalización" de Centroamérica, la primera guerra del Golfo, la intervención en Yugoslavia, la agresión a Afganistán y, ahora, la invasión de Irak, para citar sólo algunos, son jalones de una ofensiva externa que tiene expresión muy concreta en el despliegue de tropas y bases para la intervención militar directa en todo el mundo y en una escala sin precedentes, así como también en la consolidación e incremento de una apabullante superioridad tecnológico-militar con respecto a cualquier otro Estado.
Ahora bien, si comenzamos llamando la atención sobre la estrategia estadounidense y sus logros relativos, es para subrayar de inmediato que "quien dice estrategia dice también: posibilidades múltiples, ganancias y pérdidas, y por tanto riesgos [...] Toda estrategia –verdad banal desde Clausewitz–puede fracasar. Su examen exige distinguir lo que se pone en juego (ganancias y pérdidas según el desenlace sea favorable o sea una derrota), y los objetivos (las metas perseguidas por la voluntad política que concibe la secuencia operativa). [...] Concepto dinámico, la estrategia no implica un ‘estado de cosas’ estable y fijo".[2] De hecho, mientras la "contrarrevolución conservadora" de Reagan, el "Nuevo Orden" proclamado por Bush padre y la soberbia imperial que también la administración Clinton cultivó elevaron la supremacía norteamericana a niveles jamás vistos, simultáneamente, con la mundialización del capital se ponía de manifiesto que (para decirlo con palabras de Mészáros) el momento de la más completa imposición del orden del capital marcaba también el inicio sin precedentes de su crisis estructural y, como parte de la misma, la crisis del sistema mundial de estados.[3] Por ello escribimos hace ya algunos años que la mundialización del capital permitía por un lado maximizar beneficios para una fracción del capital, acumulando por el otro inocultables elementos de caos planetario y barbarie, y conducía a confrontaciones de inaudita violencia y magnitud.[4] Señalamos también que los imperialistas en general, y los yanquis en particular, parecían inclinados a retomar verdaderas políticas de recolonización bajo formas diversas.
Durante el período de los años 1980 y 1990, los Estados Unidos ejercieron su supremacía combinando la dirección-hegemonía con respecto a los estados aliados, en primer lugar los países más importantes de la Unión Europea y Japón, y la dominación-coerción orientada a someter o liquidar los considerados "estados paria" (en la terminología bushiana: los ejes del mal). En una zona gris, los estados poscomunistas, en especial Rusia y China, eran considerados aliados inseguros o enemigos potenciales a los que se trataba de "asociar" económica y políticamente, al mismo tiempo que se reforzaba una orientación militar de "contención".[5] Las sanciones y agresiones contra Irak, que vienen desde la guerra del Golfo, fueron una expresión de esta estrategia general, que fue respaldada más o menos activamente por todos los gobiernos imperialistas, por Rusia, China y las Naciones Unidas.
Nuevos elementos
Hoy se hace evidente que G.W. Bush y su equipo de fundamentalistas ultraderechistas introducen cambios que modifican tanto lo que se pone en juego como los objetivos. Un año después del atentado del 11 de septiembre de 2001, con la "Guerra al terrorismo" y el ensayo general de Afganistán a cuestas, se anuncia una nueva doctrina de seguridad cuyo eje es afirmar el objetivo de que los Estados Unidos aseguren la dominación del planeta por medio de una superioridad militar absoluta e incontestable. Se sistematiza en este documento la decisión de actuar unilateralmente, en particular contra el "eje del mal" (que puede ser extendido a voluntad: Bin Laden y los Talibanes, primero; Irán, Irak y Corea del Norte luego, y aún Libia, Siria, Cuba...), y se reemplazan las viejas ideas de disuasión y contención por la doctrina de "la acción preventiva".[6] La invasión a Irak prueba que no se trata de retórica, sino de una apuesta estratégica que busca dar una lección al resto del mundo y reorganizar de una punta a la otra el Medio Oriente...
No me he detenido en los rasgos aventureros que tiñen la empresa de Bush y su equipo, que sin duda existen y deben ser tomados en consideración, porque en este momento interesa destacar que, antes que la "racionalidad" de la banda ultra reaccionaria instalada en la Casa Blanca, lo que cuenta es la relación de fuerzas que se construye en la lucha misma. Y, consecuentemente, es de vida o muerte reconocer en todo momento que el enemigo tiene una estrategia que no caerá por sus inconsistencias o contradicciones internas, sino por la capacidad de construir y orientar una fuerza capaz de derrotarla. También importa advertir que aumentando la apuesta, Bush multiplicó también los riesgos. Esto es lo que, cargando un poco las tintas, escribe Immanuel Wallerstein: "Para resumir, si gana Bush, se enfrentará a un statu quo geopolítico que está muy lejos de lo que él quiere. Y si pierde, realmente pierde"[7]. En cualquier caso, sin aventurar pronósticos, la invasión de Bush (y Blair) enfrenta ya mismo serias dificultades, y esto a varios niveles.
En primer lugar, instaló una verdadera crisis política e institucional en la ONU, en las relaciones con Europa y los gobiernos que luego del 11 de septiembre con gusto se habían sumado a la "alianza mundial contra el terrorismo", e incluso en el seno de la clase dominante estadounidense.
En segundo lugar, la suerte político-militar de la guerra en curso y de un eventual gobierno de ocupación es más que dudosa, vista la resistencia militar iraquí y el respaldo que en este terreno puede llegar de los pueblos de la región (a despecho, en principio, del cipayismo de sus gobiernos).
Finalmente, la movilización mundial contra la guerra parece constituirse en una fuerza efectiva basada en la acción de masas y, lo que es igualmente importante, constituirse en un terreno de concientización y debates donde trabajar para desarrollar una genuina estrategia contra la guerra imperialista y el capitalismo que la engendra.
Numerosos autores han estudiado y expuesto documentadamente la estrecha relación existente entre la mundialización del capital y la supremacía sin precedentes que logró el imperialismo norteamericano sobre sus aliados-competidores europeos y japoneses, así como también sobre el desarrollo del "complejo militar y de seguridad" y su rol en la extraordinaria concentración y centralización del capital estadounidense, con la consecuente capacidad para "arrastrar" hacia el centro imperial la plusvalía arrancada en todo el mundo.[8] Sobre esta base, creo sensato adelantar la opinión que posiblemente hemos llegado al punto en que el predominio norteamericano, desde hace largas décadas pivote de la configuración jerarquizada de las relaciones imperialistas, planteará nuevas y mayores exigencias para enfrentar las dificultades económicas y geopolíticas sistémicas. Esto, y los eventuales efectos recesivos del conflicto, harán que el conjunto de la situación mundial sea en el futuro inmediato más inestable y explosiva.
Entre la crisis de la ONU y el espejismo del "Estado mundial"
Las divisiones en el Consejo de Seguridad y el despectivo trato de Bush y sus funcionarios hacia las reticencias o críticas de Francia y Alemania no se resuelven "mirando hacia delante", como gustan decir Chirac o Schroeder. Es cierto que incluso los gobiernos más críticos del "unilateralismo" yanqui fueron indecentemente contemplativos ante el genocidio en curso, llegando al extremo de sostener que dado que no se había podido impedir la guerra, cabía esperar que... ¡las tropas de ocupación anglo-norteamericanas la ganaran rápidamente! Pero subsiste el hecho que la circunspección de los gobiernos europeos, inspirada en el deseo de achicar diferencias, de no perder más posiciones y de jugar algún rol en la "normalización" posbélica de Irak, no afectó la decisión norteamericana de que serán ellos y nadie más quienes regirán los destinos de Irak y establecerán la agenda para toda la región.
Se trata sin dudas de una situación inédita. Por un lado parece evidente que las burguesías europeas son las últimas en querer romper definitivamente los marcos formales e informales del bloque interimperialista que les garantiza, aunque sea en la inconfortable posición de socios de segunda, mantenerse entre los amos del mundo, y son por el momento impensables conflagraciones por el reparto del mundo como en anteriores fases del imperialismo. Por otro lado, las divergencias de intereses son reales y las brechas pueden aún incrementarse hasta extremos que están por verse.
Una consideración especial merecen las Naciones Unidas (y otras instituciones transnacionales) que pueden ser vistas por los actuales ocupantes de la Casa Blanca y sus ideólogos como formalismos costosos e inútiles, cuando no peligrosos para el ejercicio del nuevo "derecho internacional" basado en la fuerza militar norteamericana: "No existen las Naciones Unidas. Existe una comunidad internacional que puede ser dirigida por la única potencia verdadera que queda en el mundo, que son los Estados Unidos, cuando conviene a nuestros intereses y cuando podemos conseguir que otros nos sigan."[9]. En realidad, la disconformidad de los círculos dominantes estadounidenses con la ONU hunde sus raíces en una contradicción estructural: el orden del capital nunca pudo prescindir del Estado moderno, al punto que esta estructura política de mando es parte de la materialidad del sistema capitalista. Pero debido a esta materialidad histórica, cuando la lógica expansiva del sistema lleva a la conformación de un capital global, las mismas características constitutivas de dicho orden impiden la existencia de un Estado mundial. Naturalmente, las pretensiones de que los Estados Unidos jueguen de hecho o de derecho el rol de Estado mundial del capital solo pueden tener funestas consecuencias, pero sería completamente inútil pretender conjurar semejante peligro embelleciendo o capitulando a las ilusiones en la "cueva de bandidos" que es la ONU...
Contra la guerra imperialista y la recolonización de América Latina
Las divisiones o fisuras a nivel del sistema mundial de estados y los diversos gobiernos pueden alentar o facilitar las luchas de los trabajadores y sectores populares contra la guerra imperialista y, más en general, por sus reivindicaciones sociales, aunque es de prever que los gobernantes razonarán exactamente al revés: ante la crisis, los peligros e incertidumbres, más austeridad, más flexibilización, más disciplina...
En Latinoamérica, el rechazo a la guerra introdujo en la mayoría de los países un factor adicional de movilización y de radicalización, que se fusiona con el combate contra la política de recolonización impulsada por los Estados Unidos en la región. El rechazo a la guerra planteado por el grueso de los pueblos en términos explícitamente antiimperialistas colocó a las burguesías y gobiernos cipayos de la región en una posición completamente inconfortable. En la Argentina, por ejemplo, el "alineamiento automático con Washington" proclamado y aplicado por los gobiernos de Menem y de la Alianza tuvo que ser dejado de lado y, aunque no faltaron gestos de sumisión a los amos del norte, Duhalde debió pronunciarse verbalmente contra la guerra.
Aunque no se ha constituido hasta el momento una coalición o coordinación consistente, es de prever y alentar que la movilización contra la guerra se masifique y organice nacional e internacionalmente, y se enlace con un nuevo embate para liquidar el ALCA, derrotar definitivamente las bases del golpismo de la burguesía venezolana, enfrentar y contener las bases e intervención militar gringa en Colombia, Bolivia y otros países del continente, profundizar y radicalizar políticamente las movilizaciones sociales en la Argentina y Brasil, etcétera.
En un contexto marcado por el rechazo airado contra las agresiones imperialistas, una importante participación juvenil y la avidez por comprender las razones y alcances de la guerra imperialista, la lucha y la construcción de las diversas organizaciones de la clase trabajadora deben integrar en cada país y continentalmente esta dimensión: el combate antiimperialista y anticapitalista se fecundan y refuerzas mutuamente, en condiciones que posibilitan y exigen, en el marco más general de las movilizaciones contra la globalización y la guerra, una firme batalla de la izquierda revolucionaria para coordinar esfuerzos y aportar a la elaboración una estrategia revolucionaria continental y mundial.
4 de abril de 2003
Una primer versión de este trabajo fue publicada en la revista A l'encontre N° 12, mayo de 2003 y en Carré rouge N° 25, abril de 2003.
[1] Henri Lefebvre, Lo Stato. 1. Lo stato nel mondo moderno. Dédalo Libri, Bari, 1976.
[2] Idem.
[3] István Mészáros, Más allá del Capital. Hacia una teoría de la transición. Vadell hermanos editores, Valencia-Caracas, 2001.
[4] Hernán Camarero, Jorge Dutra, Andrés Méndez y Aldo A. Romero, "Problemas de la Revolución y el Socialismo", en Construir otro futuro. Por el relanzamiento de la revolución y el socialismo. Editorial Antídoto, Buenos Aires, 2000.
[5] Gilbert Achcar, "De un siglo americano al otro: entre hegemonía y dominación", en Marx 2000. La hegemonía norteamericana, Actuel Marx-K&ai Ediciones, Buenos Aires, 2000.
[6] The National Security Strategy of the United States of America. Septiembre de 2002.
[7] Immanuel Wallerstein, "Bush va a perder o a lo sumo empatar", en Página 12, 22 de marzo de 2003.
[8] Ver en particular los diversos artículos de Francois Chesnais, Claude Serfati o Charles-André Udry publicados en Herramienta.
[9] John Bolton, citado por Alex Callinicos en "La estrategia general del imperio norteamericano", International Socialist, diciembre de 2002.