21/11/2024
Por , , Harvey David
¿Marca esta crisis el final del neoliberalismo? Yo creo que depende de lo que se entienda por neoliberalismo. En mi interpretación, el neoliberalismo ha sido un proyecto de clase camuflado bajo una proteica retórica sobre la libertad individual, el albedrío, la responsabilidad personal, la privatización y el libre mercado. Pero esa retórica no era sino un medio para la restauración y consolidación del poder de clase, y en este sentido, el proyecto neoliberal ha sido todo un éxito.
Uno de los principios básicos que quedaron sentados en los años setenta fue que el poder del Estado tenía que proteger a las instituciones financieras, costara lo que costara. Ese principio fue puesto por obra en la crisis de Nueva York de mediados de los setenta, y fue internacionalmente definido por vez primera cuando se cernía sobre México el espectro de la bancarrota, en 1982. Eso habría destruido los bancos de inversión neoyorquinos, de modo que el Tesoro estadounidense y el FMI actuaron de consuno en rescate de México. Mas, al hacerlo, impusieron un programa de austeridad a la población mexicana. En otras palabras, protegieron a los bancos y destruyeron al pueblo; no otra ha sido la práctica regular del FMI desde entonces. El presente rescate es el mismo viejo cuento, una vez más, sólo que a una escala ciclópea.
Lo que pasó en los EE.UU. fue que ocho hombres nos dieron un documento de tres páginas a modo de pistola que nos apuntaba a todos: “dadnos 700 mil millones de dólares, y no se hable más”. Para mí eso fue una suerte de golpe financiero contra el Estado y contra la población norteamericanos. Lo que significa que no se saldrá de esta crisis con una crisis de la clase capitalista; se saldrá de ella con una consolidación todavía mayor de esa clase. Terminará habiendo cuatro o cinco grandes entidades financieras en los EE.UU., no más. Muchos en Wall Street están ya medrando ahora mismo. Lazard’s, a causa de su especialización en fusiones y adquisiciones, está ganando dinero a espuertas. Algunos no escaparán a la quema, pero habrá por doquiera una consolidación del poder financiero. Andrew Mellon –banquero norteamericano, secretario del Tesoro en 1921-32— dejó estupendamente dicho que en una crisis los activos terminan siempre por regresar a sus legítimos propietarios. Una crisis financiera es un modo de racionalizar lo que es irracional: por ejemplo, el inmenso crac asiático de 1997-8 resultó en un nuevo modelo de desarrollo capitalista. Las grandes alteraciones llevan a una reconfiguración, a una nueva forma de poder de clase. Podría ir mal, políticamente hablando. El rescate bancario ha sido resistido en el Senado y en otras partes, de manera que es posible que la clase política no se alinee tan fácilmente: pueden poner estorbos en el camino, pero, hasta ahora, han tragado y no han nacionalizado los bancos. Sin embargo, esto podría llevar a una lucha política de mayor calado: se percibe una vigorosa resistencia a dar más poder a quienes nos metieron en este lío. La elección de equipo económico de Obama está siendo cuestionada; por ejemplo, la de Larry Summers, que era Secretario del Tesoro en el momento clave en que muchas cosas empezaron a ir realmente mal, al final de la administración Clinton. ¿Por qué dar cargos a tantas gentes favorables a Wall Street, al capital financiero, que reintrodujeron el predominio del capital financiero? Eso no quiere decir que no vayan a rediseñar la arquitectura financiera, porque saben que su rediseño es ineludible, pero la cuestión es: ¿para quién la rediseñarán? La gente está verdaderamente descontenta con el equipo económico de Obama; también el grueso de la prensa.
Se precisa una nueva forma de arquitectura financiera. Yo no creo que deban abolirse todas las instituciones existentes; no, desde luego, el Banco Internacional de Pagos [BIS, por sus siglas en inglés], ni siquiera el FMI. Yo creo que necesitamos esas instituciones, pero que tienen que transformarse radicalmente. La gran cuestión es: quién las controlará y cuál será su arquitectura. Necesitaremos gente, expertos con alguna inteligencia del modo en que esas instituciones funcionan y pueden funcionar. Y eso es muy peligroso, porque, como podemos ver ya ahora mismo, cuando el Estado busca a alguien que entienda lo que está pasando, suele mirar a Wall Street.
Un movimiento obrero inerme: hasta aquí hemos llegado
Que podamos salir de esta crisis por alguna otra vía depende, y por mucho, de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Depende de hasta qué punto el conjunto de la población diga: “¡hasta aquí hemos llegado; hay que cambiar el sistema!”. Ahora mismo, cuando se observa retrospectivamente lo que les ha pasado a los trabajadores en los últimos 50 años, se ve que no han conseguido prácticamente nada de este sistema. Pero no se han rebelado. En los EE.UU., en los últimos siete u ocho años, se ha deteriorado en general la condición de las clases trabajadoras, y no se ha dado un movimiento masivo de resistencia. El capitalismo financiero puede sobrevivir a la crisis, pero eso depende por completo de que se produzca una rebelión popular contra lo que está pasando, y de que haya una verdadera embestida tendente a reconfigurar el modo de funcionamiento de la economía.
Uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la acumulación continuada de capital fue, en los sesenta y comienzos de los setenta, el factor trabajo. Había escasez de trabajo, tanto en Europa como en los EE.UU., y el mundo del trabajo estaba bien organizado, con influencia política. De modo, pues, que una de las grandes cuestiones para la acumulación de capital en ese período era: ¿cómo puede lograr el capital tener acceso a suministros de trabajo más baratos y más dóciles? Había varias respuestas. Una pasaba por estimular la inmigración. En los EE.UU. se revisaron en serio las leyes migratorias en 1965, lo que les permitió el acceso a la población mundial excedente (antes de eso, sólo se favorecía migratoriamente a caucásicos y europeos). A fines de los sesenta, el gobierno francés subsidiaba la importación de mano de obra magrebí, los alemanes traían a turcos, los suecos importaban yugoslavos y los británicos tiraban de su imperio. Así que apareció una política proinmigración, que era una forma de lidiar con el problema.
Otra vía fue el cambio tecnológico rápido, que echa a la gente del trabajo, y si eso fallaba, ahí estaban gentes como Reagan, Thatcher y Pinochet para aplastar al movimiento obrero organizado. Finalmente, y por la vía de la deslocalización, el capital se desplaza hacia dónde hay mano de obra excedente. Eso fue facilitado por dos cosas. Primero, la reorganización técnica de los sistemas de transporte: una de las mayores revoluciones ocurridas durante ese período fue la de los containers, que permitieron fabricar partes de automóviles en Brasil y embarcarlas a bajo coste hacia Detroit, o hacia dónde fuera. En segundo lugar, los nuevos sistemas de comunicación permitieron una organización más ajustada en el tiempo de la producción en cadena de mercancías a través del espacio global.
Todas estas vías se encaminaban a resolver para el capital el problema de la escasez de trabajo, de modo que hacia 1985 el capital había dejado de tener problemas al respecto. Podía tener problemas específicos en zonas particulares, pero, globalmente, tenía a su disposición abundante trabajo; el súbito colapso de la Unión Soviética y la transformación de buena parte de China vinieron a añadir a cerca de 2 mil millones de personas al proletariado global en el pequeño espacio de 20 años. Así pues, la disponibilidad de trabajo no representa hoy problema ninguno, y el resultado de eso es que el mundo del trabajo ha ido quedando en situación de indefensión en los últimos 30 años. Pero cuando el trabajo está inerme, recibe salarios bajos, y si te empeñas en represar los salarios, eso limitará los mercados. De modo que el capital comenzó a tener problemas con sus mercados. Y ocurrieron dos cosas.
La primera: el creciente hiato entre los ingresos del trabajo y lo que los trabajadores gastaban comenzó a salvarse mediante el auge de la industria de las tarjetas de crédito y mediante el creciente endeudamiento de los hogares. Así, en los EE.UU. de 1980, nos encontramos con que la deuda media de los hogares rondaba los 40.000 dólares [constantes], mientras que ahora es de unos 130.000 dólares [constantes] por hogar, incluyendo las hipotecas. La deuda de los hogares se disparó, y eso nos lleva a la financiarización, que tiene que ver con unas instituciones financieras lanzadas a sostener las deudas de los hogares de gente trabajadora, cuyos ingresos han dejado de crecer. Y empiezas por la respetable clase trabajadora, pero más o menos hacia 2000 te empiezas a encontrar ya con hipotecas subprime en circulación. Buscas crear un mercado. De modo que las entidades financieras se lanzan a sostener el financiamiento por deuda de gente prácticamente sin ingresos. Mas, de no hacerlo, ¿qué ocurriría con los promotores inmobiliarios que construían vivienda? Así pues, se hizo, y se buscó estabilizar el mercado financiando el endeudamiento.
Las crisis de los valores de los activos
Lo segundo que ocurrió fue que, desde 1980, los ricos se fueron haciendo cada vez más ricos a causa de la represión salarial. La historia que se nos contó es que invertirían en nuevas actividades, pero no lo hicieron; el grueso de los ricos empezó a invertir en activos, es decir, pusieron su dinero en la bolsa. Así se generaron las burbujas en los mercados de valores. Es un sistema análogo al esquema de Ponzi, pero sin necesidad de que lo organice un Madoff. Los ricos pujan por valores de activos, incluyendo acciones, propiedades inmobiliarias y propiedades de ocio, así como en el mercado de arte. Esas inversiones traen consigo financiarización. Pero, a medida que pujan por valores de activos, eso repercute en el conjunto de la economía, de modo que vivir en Manhattan llegó a ser de todo punto imposible, a menos que te endeudaras increíblemente, y todo el mundo se ve envuelto en esta inflación de los valores de los activos, incluidas las clases trabajadoras, cuyos ingresos no crecen. Y lo que tenemos ahora es un colapso de los valores de los activos; el mercado inmobiliario se ha desplomado, el mercado de valores se ha desplomado.
Siempre ha habido el problema de la relación entre representación y realidad. La deuda tiene que ver con el valor futuro que se les supone a bienes y servicios, de modo que supone que la economía seguirá creciendo en los próximos 20 o 30 años. Entraña siempre un pálpito, una conjetura tácita, que luego se refleja en la tasa de interés, descontada a futuro. Este crecimiento del área financiera luego de los setenta tiene mucho que ver con lo que yo creo es el problema clave: lo que yo llamaría el problema de absorción del excedente capitalista. Como nos enseña la teoría del excedente, los capitalistas producen un excedente del que luego tienen que hacerse con una parte, recapitalizarla y reinvertirla en expansión. Lo que significa que siempre tienen que encontrar algo en lo que expandirse.
En un artículo que escribí para New Left Review, “El derecho a la ciudad”, señalaba yo que en los últimos treinta años un inmenso volumen de excedente de capital ha sido absorbido por la urbanización: por la reestructuración, la expansión y la especulación urbanas. Todas y cada una de las ciudades que he visitado constituyen enormes emplazamientos de construcción aptos para la absorción de excedente capitalista. Ahora, ni que decir tiene, muchos de esos proyectos han quedado a medio hacer.
Ese modo de absorber excedentes de capital se ha ido haciendo más y más problemático con el tiempo. En 1750, el valor del total de bienes y servicios producidos rondaba los 135 mil millones de dólares (constantes). Hacia 1950, era de 4 billones de dólares. En 2000, se acercaba a los 40 billones. Ahora ronda los 50 billones. Y si no yerra Gordon Brown, se doblará en los próximos veinte años, hasta alcanzar los 100 billones en 2030.
A lo largo de la historia del capitalismo, la tasa general media de crecimiento ha rondado el 2,5% anual acumulativo. Eso significaría que en 2030 habría que encontrar salidas rentables para 2,5 billones de dólares. Es un orden de magnitud muy elevado. Yo creo que ha habido un serio problema, particularmente desde 1970, con el modo de absorber volúmenes cada vez más grandes de excedente en la producción real. Sólo una parte cada vez más pequeña va a parar a la producción real, y una parte cada vez más grande se destina a la especulación con valores de activos, lo que explica la frecuencia y la profundidad crecientes de las crisis financieras que estamos viendo desde 1975, más o menos. Son todas crisis de valores de activos.
Yo diría que, si saliéramos de esta crisis ahora mismo, y si se diera una acumulación de capital con una tasa de un 3% de crecimiento anual, nos encontraríamos con un montón de problemas endemoniados. El capitalismo se enfrenta a serias limitaciones medioambientales, así como a limitaciones de mercado y de rentabilidad. El reciente giro hacia la financiarización es un giro forzado por la necesidad de lidiar con un problema de absorción de excedente; un problema, empero, que no se puede abordar sin exponerse a devaluaciones periódicas. Es lo que está ocurriendo ahora mismo, con pérdidas de varios billones de dólares de valores de activos.
El término “rescate nacional” es, por lo tanto, inapropiado, porque no están salvando al conjunto del sistema financiero existente; están salvando a los bancos, a la clase capitalista, perdonándoles deudas y transgresiones. Y sólo los están salvando a ellos. El dinero fluye a los bancos, pero no a las familias que sufren la ejecución de sus hipotecas, lo que está comenzado a provocar cólera. Y los bancos están usando ese dinero, no para prestarlo, sino para comprar otros bancos. Están consolidando su poder de clase.
El colapso del crédito
El colapso del crédito para la clase trabajadora pone fin a la financiarización como solución de la crisis del mercado. Por consecuencia, veremos una importante crisis de desempleo, así como el colapso de muchas industrias, a menos que se emprenda una acción efectiva para cambiar el curso de las cosas. Y en este punto es donde se desarrolla ahora la discusión sobre el regreso a un modelo económico keynesiano. El programa económico de Obama consiste en invertir masivamente en grandes obras públicas y en tecnologías verdes, regresando en cierto sentido al tipo de solución del New Deal. Yo soy escéptico respecto de su capacidad para lograrlo.
Para entender la presente situación, necesitamos ir más allá de lo que ocurre en el proceso de trabajo y en la producción, necesitamos entrar en el complejo de relaciones en torno al Estado y las finanzas. Necesitamos comprender el modo en que la deuda nacional y el sistema de crédito han sido, desde el comienzo, vehículos fundamentales para la acumulación primitiva, o para lo que yo llamo acumulación por desposesión (según puede verse en el sector de la construcción). En “El derecho a la ciudad” observaba yo la manera en que había sido revitalizado el capitalismo en el París del Segundo Imperio: el Estado, de consuno con los banqueros, puso por obra un nuevo vínculo Estado-capital financiero, a fin de reconstruir París. Eso generó pleno empleo y los bulevares, los sistemas de suministro de agua corriente y los sistemas de canalización de residuos, así como nuevos sistemas de transporte; gracias a ese tipo de mecanismos se construyó también el Canal de Suez. Una buena parte de todo eso se financió con deuda. Ahora, ese vínculo Estado-finanzas viene experimentando una enorme transformación desde 1970: se ha hecho más internacional, se ha abierto a todo tipo de innovaciones financieras, incluidos los mercados de derivados y los mercados especulativos, etcétera. Se ha creado una nueva arquitectura financiera.
Lo que yo creo que está pasando ahora mismo es que están buscando una nueva forma de esquema financiero que pueda resolver el problema, no para el pueblo trabajador, sino para la clase capitalista. En mi opinión, están en vías de hallar una solución para la clase capitalista, y si el resto de nosotros sufre las consecuencias, pues ¡qué se le va a hacer! La única cosa que les preocupa de nosotros es que nos alcemos en rebelión. Y mientras esperamos a rebelarnos, ellos tratan de diseñar un sistema acorde con sus propios intereses de clase. Desconozco cómo será esa nueva arquitectura financiera.
Si se mira con atención lo que pasó durante la crisis fiscal en Nueva York, se verá que los banqueros y los financieros no tenían la menor idea de qué hacer; lo que terminaron haciendo fue una especie de bricolaje a tientas, una pieza aquí, un pieza allí; luego juntaron los fragmentos de un modo nuevo, y terminaron con una construcción de la nueva planta. Mas, cualquiera sea la solución a la que lleguen, les vendrá a su medida, a menos que nosotros nos plantemos y comencemos a decir que queremos algo a nuestra medida. Las gentes como nosotros podemos desempeñar un papel crucial a la hora de plantear cuestiones y de desafiar la legitimidad de las decisiones que se están tomando ahora mismo. También, claro está, a la hora de realizar análisis muy claros de la verdadera naturaleza del problema y de las posibles salidas ofrecidas al mismo.
Alternativas
Necesitamos empezar a ejercer de hecho nuestro derecho a la ciudad. Tenemos que preguntar qué es más importante, el valor de los bancos o el valor de la humanidad. El sistema bancario debería servir a la gente, no vivir a costa de la gente. Y la única manera en que seremos capaces de ejercer el derecho a la ciudad es tomando las riendas del problema de la absorción del excedente capitalista. Tenemos que socializar el excedente de capital, y escapar para siempre al problema del 3% de acumulación. Nos hallamos ahora en un punto en el que seguir indefinidamente con una tasa de crecimiento del 3% llegará a generar unos costes ambientales tan tremendos, y una presión sobre las situaciones sociales tan tremenda, que estaremos abocados a una crisis financiera tras otra.
El problema central es cómo se pueden absorber los excedentes capitalistas de un modo productivo y rentable. En mi opinión, los movimientos sociales tienen que coaligarse en torno a la idea de lograr un mayor control sobre el producto excedente. Y aunque yo no apoyo una vuelta al modelo keynesiano del tipo que teníamos en los sesenta, me parece fuera de duda que entonces había un control social y político mucho mayor sobre la producción, la utilización y la distribución del excedente. El excedente circulante se derivaba hacia la construcción de escuelas, hospitales e infraestructura. Eso es lo que sacó de sus casillas a la clase dominante y causó un contramovimiento a fines de los sesenta: no tenían control suficiente sobre el excedente. Sin embargo, si se atiende a los datos disponibles, se ve que la proporción de excedente absorbido por el Estado no ha variado mucho desde 1970; lo que hizo, así pues, la clase capitalista fue frenar una ulterior socialización del excedente. También lograron transformar la palabra “gobierno” en la palabra “gobernanza”, haciendo porosas las actividades gubernamentales y empresariales, lo que permite situaciones como la que tenemos en Irak, en donde contratistas privados aprovecharon implacablemente las ubres del beneficio fácil.
Creo que estamos aproximándonos a una crisis de legitimación. En los pasados treinta años, se ha repetido una y otra vez la ocurrencia de Margaret Thatcher, según la cual “no hay alternativa” a un mercado libre neoliberal, a un mundo privatizado, y si no tenemos éxito en ese mundo, es por culpa nuestra. Yo creo que es muy difícil decir que, enfrentados a una crisis de ejecuciones hipotecarias y desahucios inmobiliarios, se ayuda a los bancos pero no a las personas que pierden su vivienda. Puedes acusar a los desahuciados de irresponsabilidad, y en los EE.UU. no deja de haber un componente fuertemente racista en esa acusación. Cuando la primera ola de ejecuciones hipotecarias golpeó zonas como Cleveland y Ohio, resultó devastadora para las comunidades negras, pero la reacción de algunos fue poco más o menos ésta: “¿pues qué esperabais? Los negros son gente irresponsable”.
Las explicaciones de la crisis preferidas por la derecha son en términos de codicia personal, tanto en lo que hace a Wall Street, como en lo que hace a la gente que pidió prestado para comprarse una vivienda. Lo que tratan es de cargar la culpa de la crisis sobre sus víctimas. Una de nuestras tareas consiste en decir: “no, no se puede hacer eso en absoluto”, y tratar luego de ofrecer una explicación coherente de esta crisis como un fenómeno de clase: una determinada estructura de explotación se fue a pique y está en vías de ser desplazada por otra estructura aún más profunda de explotación. Es muy importante que esta explicación alternativa de la crisis sea presentada y discutida públicamente.
Una de las grandes configuraciones ideológicas que está en vías de formarse tiene que ver con el papel que habrá de desempeñar en el futuro la propiedad de la vivienda, una vez que comencemos a decir cosas como que hay que socializar buena parte del parque de viviendas, puesto que desde los años treinta hemos tenido enormes presiones a favor de la vivienda individualizada como forma de asegurar los derechos y la posición de la gente. Tenemos que socializar y recapitalizar la educación y la asistencia sanitaria públicas, además de la provisión de vivienda. Esos sectores de la economía tienen que ser socializados, de consuno con la banca.
Una política radical, más allá de las divisiones de clase
Hay otro punto que debemos reconsiderar: el trabajo y, particularmente, el trabajo organizado es sólo una pequeña pieza de este conjunto de problemas, y sólo juega un papel parcial en lo que está ocurriendo. Y eso por una razón muy sencilla, que se remonta a las limitaciones de Marx a la hora de plantear la cuestión. Si decimos que la formación del complejo Estado-finanzas es absolutamente crucial para la dinámica del capitalismo (y, obviamente, lo es), y si nos preguntamos qué fuerzas sociales actúan en punto a contrarrestar o promover esas formaciones institucionales, hay que reconocer que el trabajo nunca ha estado en primera línea de esta lucha. El trabajo ha estado en primera línea en el mercado de trabajo y en el proceso de trabajo, y ambos son momentos vitales del proceso de circulación, pero el grueso de las luchas que se han desarrollado en torno al vínculo Estado-finanzas han sido luchas populistas, en las que el trabajo sólo ha estado presente en forma parcial.
Por ejemplo, en los EE.UU. de los años treinta hubo un montón de populistas que apoyaban a los atracadores de bancos Bonnie y Clyde. Y actualmente, muchas de las luchas en curso en América Latina tienen una dirección más populista que obrera. El trabajo siempre ha tenido un papel muy importante para jugar, pero no creo yo que ahora mismo estemos en una situación en la que la visión convencional del proletariado como vanguardia de la lucha sea de mucha ayuda, cuando la cuestión fundamental es la arquitectura del vínculo Estado-finanzas (el sistema nervioso central de la acumulación de capital). Puede haber épocas y lugares en los que los movimientos proletarios resulten de gran importancia, por ejemplo, en China, en donde yo les auguro un papel críticamente decisivo que, en cambio, no veo en nuestro país.
Lo interesante es que los trabajadores del automóvil y las compañías automovilísticas son ahora mismo aliados frente al nexo Estado-finanzas, de modo que la gran división de clase que siempre hubo en Detroit no se da ya, o no se da del mismo modo. Lo que ahora está en curso es un nuevo tipo, completamente distinto, de política de clase, y algunas de las formas marxistas convencionales de ver estas cosas se atraviesan en el camino de una política verdaderamente radical.
También es un gran problema para la izquierda el que muchos piensen que la conquista del poder del Estado no debe jugar ningún papel en las transformaciones políticas. Yo creo que están locos. En el Estado radica un poder increíble, y no se puede prescindir de él como si careciera de importancia. Soy profundamente escéptico respecto de la creencia, según la cual las ONGs y las organizaciones de la sociedad civil están en vías de transformar el mundo; no porque las ONGs no puedan hacer nada, sino porque se requiere otro tipo de concepción y de movimiento políticos, si queremos hacer algo ante la crisis principal que está en curso. En los EE.UU., el instinto político es muy anarquista, y aunque yo simpatizo mucho con bastantes puntos de vista anarquistas, sus inveteradas protestas contra el Estado y su negativa a hacerse con el control del mismo constituyen otro obstáculo atravesado en el camino.
No creo que estemos en una posición que nos permita determinar quiénes serán los agentes del cambio en la presente coyuntura, y es ostensible que serán distintos en las distintas partes del mundo. Ahora mismo, en los EE.UU. hay signos de que la clase de los ejecutivos y gestores empresariales, que han vivido de los ingresos procedentes del capital financiero todos estos años, están enojados y pueden radicalizarse un poco. Mucha gente ha sido despedida de los servicios financieros y, en algunos casos, han llegado a ver ejecutadas sus hipotecas. Los productores culturales están tomando conciencia de la naturaleza de los problemas que enfrentamos, y de la misma manera que en los años sesenta las escuelas de arte se convirtieron en centros de radicalismo político, no hay que descartar la reaparición de algo análogo. Podríamos ver el auge de organizaciones transfronterizas, a medida que las reducciones en las remesas de dinero enviadas extiendan la crisis a lugares como el México rural o Kerala.
Los movimientos sociales tienen que definir qué estrategias y políticas quieren desarrollar. Nosotros, los académicos, no deberíamos vernos jamás en el papel de misioneros en los movimientos sociales; lo que deberíamos hacer es entrar en conversación y charlar sobre cómo vemos la naturaleza del problema.
Dicho esto, me gustaría proponer algunas ideas. Una idea interesante en los EE.UU. ahora mismo es que los gobiernos municipales aprueben ordenanzas contra los desalojos. Creo que hay muchos sitios en Francia donde han hecho eso. Entonces podríamos montar una empresa municipal de vivienda que asumiera las hipotecas y devolviera al banco el principal de la deuda, renegociando los intereses, porque los bancos han recibido un montón de dinero, supuestamente, para lidiar con eso, aunque no lo hacen.
Otra cuestión clave es la de la ciudadanía y los derechos. Yo creo que los derechos a la ciudad deberían garantizarse por residencia, independientemente de la ciudadanía o de la nacionalidad. Actualmente, se está negando a la gente todo derecho político a la ciudad, a menos que tengan la ciudadanía. Si se es inmigrante, se carece de derechos. Creo que hay que lanzar luchas en torno a los derechos a la ciudad. En la Constitución brasileña tienen una cláusula de “derechos a la ciudad” que versa sobre los derechos de consulta, participación y procedimientos presupuestarios. Creo que de todo eso podría resultar una política.
Reconfiguración de la urbanización
Hay en los EE.UU. posibilidades de actuación a escala local, con una larga tradición en cuestiones medioambientales, y en los últimos quince o veinte años los gobiernos municipales han sido a menudo más progresistas que el gobierno federal. Hay ahora mismo una crisis en las finanzas municipales, y verosímilmente habrá protestas y presiones sobre Obama para que ayude a recapitalizar a los gobiernos municipales (lo que figura ya en el paquete de estímulos). Obama ha dicho que ésta es una de las cosas que más le preocupan, especialmente porque mucho de lo que está pasando se desarrolla a nivel local; por ejemplo, la crisis hipotecaria subprime. Como vengo sosteniendo, las ejecuciones hipotecarias y los desalojos han de entenderse como crisis urbana, no como crisis financiera: es una crisis financiera de la urbanización.
Otra cuestión importante es pensar políticamente sobre la forma de convertir en un componente estratégico algún tipo de alianza entre la economía social y el mundo del trabajo y los movimientos municipales como el del derecho a la ciudad. Eso tiene que ver con la cuestión del desarrollo tecnológico. Por ejemplo: yo no veo razón para no tener un sistema municipal de apoyo al desarrollo de sistemas productivos como la energía solar, a fin de crear aparatos y posibilidades más descentralizados de empleo.
Si yo tuviera que desarrollar ahora mismo un sistema ideal, diría que en los EE.UU. deberíamos crear un banco nacional de redesarrollo y, de los 700 mil millones que aprobaron, destinar 500 mil para que ese banco trabaje con los municipios para ayudar a los vecinos golpeados por la ola de desalojos. Porque éstos han sido una especie de Katrina financiero en muchos aspectos: han arrasado comunidades enteras, normalmente comunidades pobres negras o hispánicas. Pues bien; se entras a esos vecindarios y se los devuelve a la gente que vivía allí y se la reubica sobre otro tipo de base, con derechos de residencia, y con un tipo distinto de financiación. Y hay que hacer verdes esos barrios, creando allí oportunidades de empleo local.
Puedo, pues, imaginar una reconfiguración de la urbanización. Para hacer algo en materia de calentamiento global, necesitamos reconfigurar totalmente el funcionamiento de las ciudades norteamericanas; pensar en pautas completamente nuevas de urbanización, en nuevas formas de vivir y de trabajar. Hay un montón de posibilidades a las que la izquierda debería prestar atención; tenemos oportunidades reales. Y aquí es donde tengo un verdadero problema con algunos marxistas que parecen pensar: “¡Sí, señor! Es una crisis, ¡y las contradicciones del capitalismo terminarán por resolverse ahora, de uno u otro modo!”. No es éste momento de triunfalismos, es momento de hacerse preguntas y plantearse problemas. Por lo pronto, yo creo que el modo en que Marx planteó las cosas no está exento de dificultades. Los marxistas no comprenden muy bien el complejo Estado-finanzas de la urbanización, son terriblemente torpes a la hora de entender eso. Pero ahora tenemos que repensar nuestra posición teórica y nuestras posibilidades políticas.
Así que, tanto como la acción práctica, se precisa volver a pensar teóricamente muchas cosas.
Kate Ferguson y Mary Livingstone transcribieron y editaron esta conferencia para su publicación en Counterpunch, 15 marzo 2009. Traducción para sinpermiso.info: Minima Estrella. Revisada por Andrés Méndez.