21/11/2024
La sociedad y las clases trabajadoras necesitamos un nuevo proyecto que nos ilusione para avanzar hacia una sociedad más justa y sostenible. Ese proyecto no se hace en un laboratorio, sino en lucha, en la cooperación y coordinación de las personas que resisten pese a todo tipo de contingencias.
Hoy por hoy no hay ningún dato que apunte a que las élites gubernamentales o económicas estén pensando poner fin a las políticas que vienen aplicando en las últimas décadas. No albergamos ninguna esperanza en que se esté produciendo un supuesto abandono de los “dogmas neoliberales” para volver a políticas “keynesianas”. Es evidente que la pandemia ha obligado a los Gobiernos y Bancos Centrales a girar “ciento ochenta grados” disparando el gasto público, pero esto es algo puntual, es para evitar una hecatombe económica y social de enormes proporciones. Pasada la emergencia todo apunta a que pretenden imponer un nuevo período de recortes sociales espoleados por Bruselas, que prevé volver en 2023, a la “regla de gasto” fijada en el Pacto de estabilidad y crecimiento.
Queremos empezar con esta afirmación, pues son numerosos los y las activistas que, desde la izquierda, albergan la esperanza de que estemos en un cambio de rumbo, alentados por la existencia de los Fondos europeos y la presencia de Podemos en el Gobierno Central. Nosotros no somos de esa opinión. Creemos que el problema de fondo reside en la correlación de fuerzas entre las clases, tanto a nivel nacional como europeo y, por lo tanto, el cambio de rumbo político, económico y social solo puede darse a través de un proceso continuado de movilización social.
El objetivo de este artículo no es acabar con cualquier esperanza, al revés, es alentar a los activistas sociales a organizarse y seguir luchando por una sociedad más justa, sostenible y fraternal, pues solo así podremos hacer frente a los nuevos recortes sociales.
La crisis del 2020, con una caída del PIB del 10,8%, es mucho más profunda que la del 2009 (3,8 del PIB). Sus causas son diferentes, y aunque no sea el objetivo de este artículo, diremos que aquella sobrevino por un proceso interno al sistema económico capitalista, y esta, ha llegado a través de una causa externa (la pandemia), que ha desatado el resto de los factores de la crisis. Para encontrar precedentes a la caída del PIB es necesario remontarse a la guerra civil.
En general, los y las trabajadoras tenemos una percepción parcial de la crisis; las medidas de apoyo a las empresas, adoptadas por el Gobierno del PSOE-UP, mediante los ERTE y los créditos ICO, han evitado el crecimiento descontrolado del desempleo, los impagos y las quiebras, al menos de momento, esta vez la respuesta adoptada por la administración ha sido más inteligente que en 2009. Eso sí, en los próximos años deberemos afrontar el pago de un gasto ingente que ha catapultado la deuda pública de un 95% al 120% en un solo año; es decir, la salvación de empresas y negocios se está haciendo con fondos públicos, como ocurrió en 2009 con la Banca; y eso hay que pagarlo. El dinero no surge de la nada. Ninguna varita mágica crea billetes y nada más, si esto fuera así, ¡Qué fácil sería salir de todas las crisis! Pero la realidad es otra, el dinero forma parte de una riqueza social real o futura (créditos), pero en ningún caso inventado.
En España, según un informe de la OIT, las rentas del capital se apropian del 39% del PIB, sin embargo, solo aportarían un 12% a los ingresos del Estado
Según reconoce la Comisión Europea, “el 50% de los ingresos fiscales de los 27 socios procede de los impuestos sobre el trabajo, incluidas las contribuciones sociales. La otra mitad de la cesta está compuesta por el IVA (15%), tasas medioambientales (6%), e impuestos sobre la propiedad (5%), y sobre los beneficios empresariales (7%)”.
En España, según un informe de la OIT, las rentas del capital se apropian del 39% del PIB, sin embargo, solo aportarían un 12% a los ingresos del Estado. Es decir, los gobiernos se endeudan para salvar empresas, bancos, negocios privados, etc. y es el conjunto de la sociedad y las clases trabajadoras en particular, las que debemos pagar dicha deuda mediante impuestos al trabajo y el IVA.
Si observamos la crisis del 2009, veremos que esta supuso un empeoramiento cualitativo de las condiciones laborales de millones de trabajadores, provocando la caída de 5 puntos en las rentas del trabajo; es decir, hemos perdido poder adquisitivo en beneficio del Capital. Pero, además, el Estado tuvo que soportar una mayor deuda, lo que se tradujo en un recorte en prestaciones sociales y demás conceptos (servicios públicos como la sanidad) para poder pagar la creciente deuda pública.
Para hacernos una idea de la magnitud del incremento de la deuda pública, nos detendremos en la ratio “per cápita”; es decir, cuanto debe cada ciudadano. Si en el 2008 era de 9.529 euros, en el 2020 la deuda por persona asciende a 28.428. A esto deberíamos sumar en los próximos años el 50% de los Fondos Europeos de Recuperación y Resiliencia.
De cara al futuro, la necesidad de más ingresos por parte del Estado es evidente y la situación de injusticia fiscal es tan grande, que se ha abierto un debate sobre la necesidad de que las empresas multinacionales, paguen sus impuestos en el lugar donde realizan su actividad económica
De cara al futuro, la necesidad de más ingresos por parte del Estado es evidente y la situación de injusticia fiscal es tan grande, que se ha abierto un debate sobre la necesidad de que las empresas multinacionales, paguen sus impuestos en el lugar donde realizan su actividad económica, y no en “paraísos fiscales” como Irlanda, Luxemburgo o los Países Bajos. Este debate es interesante en cuanto ayuda a poner de manifiesto “el atraco” fiscal al que nos vemos sometidos los trabajadores, pero incluso con esa medida, estaríamos muy lejos de contar con un sistema fiscal justo y solidario.
Al margen de este debate, que hoy es más retórico que otra cosa, las vías para afrontar el pago de la deuda son limitadas; o crece la economía muy por encima de los valores de 2019; o se reducen los gastos sociales o se suben los impuestos (o todo a la vez).
De la escasa información que trasciende sobre las negociaciones entre Bruselas y Madrid, sabemos que pretenden ajustar el gasto social, especialmente en el apartado de las pensiones, y se planea la posibilidad de un incremento de los impuestos. A este futuro paquete hay que agregarle la repercusión que puedan tener -sobre los servicios públicos- los recortes sociales impulsados por un nuevo movimiento hacia la “ortodoxia” en el déficit público.
Los fondos europeos no son ninguna bicoca para la clase trabajadora, van a ir a parar a manos del gran capital y tienen como objetivo la “reconversión” de la economía y todos sabemos lo que esto puede suponer para muchos trabajadores
El Fondo Europeo de Recuperación y Resiliencia se empezó a concebir en el 2018, y respondía a dos inquietudes: 1) abordar la crisis climática y la enorme reconversión que es precisa acometer en el sector energético, transporte, etc.; 2) reforzar las empresas multinacionales europeas que pierden competitividad respecto a las corporaciones norteamericanas y chinas; la irrupción de la pandemia en 2020 se convirtió en un tercer objetivo al tiempo que aceleró el proceso de aprobación de los Fondos.
Los 140.000 millones de euros que recibiría el estado español, se destinarían fundamentalmente a la reconversión de la economía, particularmente en el sector energético, la transformación digital y a otros sectores afectados por la crisis. Esas cantidades se distribuirían en varios años y tendrían como destinatario directo o indirecto a las grandes corporaciones españolas; y provendrían de créditos respaldados por el estado (70.000 millones); o sea, más deuda pública. Y los otros 70.000 millones serían transferencias comunitarias que se sumarían al presupuesto plurianual de la UE (siendo compensadas con la subida de impuestos o la creación de otros nuevos).
Los fondos europeos no son ninguna bicoca para la clase trabajadora, van a ir a parar a manos del gran capital y tienen como objetivo la “reconversión” de la economía y todos sabemos lo que esto puede suponer para muchos trabajadores. En Euskadi, de la mano del PNV, empresas como Petronor, Tubacex o PCB- ITP ya se ven inmersos en procesos de restructuración que solo se pueden entender en el marco de esa gran reconversión de la economía que anuncian los fondos europeos.
También necesitamos construir a más largo plazo. No se trata de estar siempre pendiente del grito ¡Que viene el lobo (VOX)! Un miedo que a veces nos paraliza y que nos impide ver más allá de escenarios electoralistas
Este artículo lo escribimos tras la victoria de las derechas en Madrid, el ascenso del “trumpismo” de Isabel Ayuso y la desmoralización de una parte de la izquierda política. Percibimos una cierta parálisis en algunos sectores y cierto temor. Como casi siempre, surgen voces que dicen “no se puede atacar al gobierno de coalición porque hacéis el juego a las derechas”.
La duda es legítima, pero no la compartimos. Los auténticos responsables del ascenso de las derechas no somos quienes señalamos un camino de resistencia a medidas antisociales, sino aquellos que las ponen en marcha como ya ocurriera con el Gobierno de Zapatero en el 2010: después de subir la edad de jubilación, reformar la Constitución en el artículo 135, y abrir el melón de la reforma laboral, provocó que el PP de Rajoy ganara las elecciones generales con mayoría absoluta. El incumplimiento de las promesas electorales en la izquierda siempre ha sido muy bien aprovechado por las derechas; estas, por el contrario, cuando gobiernan no tienen complejos, saben a qué clase social se deben y a qué clase social pertenecen (que nos lo pregunten en Madrid después de 26 años de gobiernos del PP).
La salida social a esta crisis no está decidida de antemano. Si los y las trabajadoras, a través de sus luchas y sus organizaciones, fuéramos capaces de plantar cara, se podría revertir el proceso o minimizar sus efectos. Aun así, nada está garantizado, pero la experiencia nos demuestra aquí y en otros países (Chile), que el enemigo tiene un punto muy vulnerable: la movilización de la sociedad y en particular de las clases trabajadoras.
Por el contrario, el punto de apoyo de las políticas capitalistas es la colaboración que muchas veces encuentra en los partidos de izquierda y las organizaciones sindicales. Se trata por lo tanto de no esperar a lo que hagan “por arriba”, sino a movernos “los de abajo”. Como lo están haciendo miles de trabajadores de las numerosas empresas que están en crisis y se ven abocados al despido, o como lo hacemos otros exigiendo una sanidad pública... Esta es, en nuestra opinión la única salida.
La batalla abierta decidirá quién pagará la crisis. Renunciar a darla en aras de no perjudicar al Gobierno de coalición es de una enorme ingenuidad. La movilización social y la auto organización como hacen los pensionistas en Euskal Herria es el camino y su objetivo es sencillo: “Queremos salarios, pensiones y vidas dignas, para todos y todas”. Las derechas pueden o no ganar las próximas elecciones, pero nunca será por culpa de los que luchamos contra ellos y contra unas medidas que solo favorecen a los más ricos.
También necesitamos construir a más largo plazo. No se trata de estar siempre pendiente del grito ¡Que viene el lobo (VOX)! Un miedo que a veces nos paraliza y que nos impide ver más allá de escenarios electoralistas. La sociedad y las clases trabajadoras necesitamos un nuevo proyecto que nos ilusione para avanzar hacia una sociedad más justa y sostenible. Ese proyecto no se hace en un laboratorio, sino en lucha, en la cooperación y coordinación de las personas que resisten pese a todo tipo de contingencias.
Publicado por El Salto el 6/6/2021