23/11/2024
La pandemia mundial de coronavirus ha puesto de relieve muchos fracasos de los Estados capitalistas contemporáneos en todo el mundo. Estos incluyen la falta de garantía de justicia social y económica y de brindar protecciones básicas para las personas y comunidades más vulnerables, desde refugiados hasta personas sin hogar. En consecuencia, también ha dejado en claro la necesidad de que los movimientos sociales no solo resistan la violencia del Estado y su facilitación del capitalismo global, sino que construyan simultánea y activamente una política prefigurativa hacia una sociedad alternativa. La creación de espacios autónomos para la ayuda mutua y la política radical es más importante que nunca.
Entre la multitud de formas en que los movimientos se involucran en la política prefigurativa, las luchas por la ocupación de la tierra han sido centrales durante mucho tiempo, desde las históricas comunidades cimarronas formadas por esclavos fugitivos en toda América Latina, los campamentos de larga data del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra en Brasil hasta los de corta duración como la Zona Autónoma de Capitol Hill en Seattle surgida como consecuencia de las movilizaciones en respuesta al asesinato de George Floyd en los Estados Unidos.
Uno de esos movimientos, relativamente desconocido fuera de Europa, es la Zone à Défendre (Zona a defender), la ZAD, en el oeste de Francia. Situada en la comuna de Notre-Dame-des-Landes, en las afueras de la ciudad de Nantes, esta ZAD es la más grande de docenas de zonas de ocupación en Francia. Se originó como un proyecto anti-desarrollo que se oponía a la construcción de un aeropuerto internacional y sobrevive hasta el día de hoy a pesar de los repetidos esfuerzos del Estado francés para aplastarla.
Las luchas de la ZAD ilustra tanto el potencial como los muchos desafíos que enfrentan los movimientos radicales de ocupación de hoy. La historia muestra que cuando los movimientos radicales empujan los límites de la hegemonía capitalista global, los estados responderán con una represión brutal. Los ejemplos, entre muchos, incluyen la Semana Sangrienta que puso fin a la Comuna de París de 1871, los ataques militares de Turquía contra ciudades autónomas kurdas y las repetidas masacres de activistas del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra por parte de la policía o milicias privadas en Brasil.
Sin embargo, además del uso de la fuerza total, los Estados contemporáneos también han recurrido cada vez más a otras tácticas. A medida que la opinión pública y los regímenes de derechos humanos presionan a los Estados para que utilicen medios “legítimos y proporcionales”, utilizan la represión legal-burocrática e ideológica para seducir, manipular e incorporar por la fuerza los movimientos al sistema.
Hemos visto esto en funcionamiento contra los ocupantes ilegales urbanos y las ocupaciones de tierras rurales en todo el mundo, donde los estados emplean un amplio repertorio de tácticas, desde la cooptación de líderes hasta la promoción de la gentrificación. En última instancia, sin embargo, es la amenaza de la violencia lo que hace viables estas estrategias legal-burocráticas. La historia de la ZAD repite muchos de estos patrones.
La ZAD también plantea preguntas sobre el papel de la unidad en la lucha radical, así como la eficacia de estrategias específicas de ocupación de tierras. ¿Es suficiente compartir un enemigo común, en este caso un proyecto de desarrollo de un aeropuerto, o los miembros deben compartir la misma visión de la política prefigurativa? Mientras el estado francés intenta incorporar los restos de la ZAD en una visión de desarrollo capitalista rural, como siempre, con el respaldo de la violencia policial, ¿Cómo continúan los miembros su lucha? ¿Dónde están las grietas dentro del represivo sistema capitalista de estado que los activistas radicales pueden usar para su beneficio y para su supervivencia?
Para buscar algunas respuestas a estas preguntas, hicimos varias visitas a la ZAD durante algunos años, la última a principios de 2020. Como sociólogos y activistas con un largo interés en la resistencia y la política prefigurativa, compartimos simpatías con el movimiento y desarrollamos una comprensión más íntima de la lucha al hablar con los residentes y observar más de cerca el terreno. De hecho, lo que vimos difería de la narrativa dominante, que había declarado el fin y la derrota de la ZAD.
Una coalición exitosa
Hace casi cincuenta años, surgió la oposición local a un plan para un importante aeropuerto internacional en Notre-Dame-des-Landes, que sería propiedad en parte de capital privado fuertemente subsidiado por el estado. La oposición comenzó con la formación de asociaciones, la organización de reuniones, la publicación de artículos y la discusión del proyecto con los funcionarios electos. Durante las décadas siguientes, se convirtió en una coalición única de agricultores y activistas ambientales y anti-corporativos, movilizados en la lucha contra el aeropuerto y gradualmente volviéndose más radicales en su rechazo al proyecto.
En el verano de 2009, después de un Campamento de Acción Climática de una semana que se llevó a cabo en el lugar, los activistas iniciaron la ocupación de la tierra en solidaridad con los pocos agricultores que se negaban a mudarse. En su apogeo en 2012, el movimiento atrajo a más de cuarenta mil manifestantes de todo el país contra “el aeropuerto y su mundo” y en defensa del territorio como un proyecto comunal. Durante la última década, los pocos cientos de ocupantes de la ZAD, tanto agricultores residentes como ocupantes ilegales, defendieron el territorio de 1.650 hectáreas como una zona autónoma colectiva, al tiempo que construyeron una política prefigurativa, practicando la libertad y la resistencia en su vida cotidiana.
En el territorio ocupado, finalmente surgió una nueva sociedad utópica basada enteramente en la participación compartida y un sentido colectivo de propiedad. Incluía decenas de colectivos de viviendas compuestos por viviendas provisionales, una panadería, una fábrica de queso, cooperativas agrícolas, un estudio de música hip-hop, una biblioteca, la estación de radio local Klaxon, el periódico local de la ZAD, así como lugares para reuniones sociales que han atraído a activistas políticos de todo el mundo.
Los residentes organizaron el trabajo como voluntarios y a través de cooperativas, ya sea en el aserradero o en los estudios de arte. Mapearon la fauna de la zona y formaron un grupo para gestionar los conflictos internos. Organizaron sus planes en una Asamblea General, tomando decisiones de la manera más unánime posible, mientras mejoraban su red de apoyo, que incluía varias ONG en toda Francia.
La ZAD es un experimento de vida socialista autoorganizada, con el objetivo de limitar la relación de sus participantes con el capitalismo.
Desde el inicio de la ocupación territorial, los residentes han vivido con la amenaza casi constante de desalojos violentos. Bajo la Operación César en 2012, mil policías antidisturbios demolieron su infraestructura y jardines e intentaron desalojos. Pero el Estado finalmente renunció a esta estrategia debido a la presión combinada de un movimiento de resistencia masivo de miles de activistas por un lado, y una crítica nacional de la violencia policial, por el otro. Como tal, el ataque de la policía solo envalentonó el movimiento, lo que llevó a la reconstrucción colectiva de estructuras y a un verdadero florecimiento de la vida comunitaria. Para 2018, con la creciente crítica nacional al proyecto del aeropuerto y sus posibles consecuencias ecológicas, el estado aceptó la derrota y anunció la cancelación del desarrollo. En lugar de presenciar un matrimonio entre el Estado y el capital, los ZADistas y sus seguidores celebraron, por fin con alegría, la victoria de la lucha de un pueblo.
Hegemonía a través de la burocracia
Sin embargo, la victoria pronto resultó ser agridulce, ya que la cancelación del proyecto fue acompañada de órdenes de expulsión contra los ZADistas. La operación de desalojo de abril de 2018 fue una de las operaciones nacionales más importantes de Francia desde mayo del ’68. Aproximadamente dos mil quinientos gendarmes recibieron la orden de desalojar a los trescientos residentes, disparando once mil granadas e hiriendo a doscientos setenta personas, entre ellos residentes y simpatizantes. Esta operación, que destruyó la mitad de todos los edificios y, por supuesto, traumatizó a muchos residentes, llevó a algunos a abandonar la ZAD, mientras que otros resolvieron reconstruir sus hogares nuevamente, incluso si ello significaba trabajar dentro y alrededor de los términos y condiciones del Estado.
Las luchas de ocupación anticapitalistas como la ZAD tienen cada una su propia dinámica, ya que se enfrentan a la represión policial y los desalojos, por un lado, y por otro, tratan de dar vida a principios radicales que rechazan el capitalismo mientras existen dentro de él. En algún momento, todos luchan con la cuestión de cómo realizar sus ambiciones revolucionarias mientras enfrentan la necesidad de comprometerse con el Estado y su burocracia.
El filósofo y militante marxista italiano Antonio Gramsci argumentó que los estados capitalistas occidentales ejercen la dominación a través de la hegemonía, o una combinación de fuerza y consentimiento. El consentimiento al sistema se organiza a través de las estructuras de la sociedad civil, que a su vez se convierten en el escenario de la lucha ideológica. En Francia, como en muchos otros lugares hoy en día, el Estado no solo puede depender del «puño de hierro» de los gendarmes, sino que también debe generar consentimiento a la ideología capitalista dentro de la sociedad en general, logrando así el éxito en su lucha por contener o erosionar la visión de un mundo diferente impulsado por la ZAD. Generar consentimiento es aún más importante en este caso, donde un movimiento de resistencia sostenido a lo largo del tiempo llevó al público en general a mostrarse indiferente hacia el aeropuerto, así como hacia el uso de la violencia policial.
Con la amenaza de la fuerza aún al acecho, la burocracia se convirtió en el arma principal de un gobierno regional orientado a generar consentimiento. A fines de la primavera de 2018, en medio de violentos desalojos, el Estado ofreció negociar con los ZADistas. Les permitiría quedarse, con la condición de que arriendan parcelas de tierra con el propósito de proyectos «económicamente viables». Estos serían solo agrícolas, desde la cría de ovejas hasta la cría de caracoles, y estarían orientados a la producción de mercado. Los residentes tendrían que pasar por el largo proceso de obtener la aprobación de la agencia del gobierno regional.
Desde la perspectiva del Estado, estas son concesiones que no «tocan lo esencial», en términos de Gramsci. Es decir, evitan distribuir la tierra gratuitamente o permitir la existencia de una comuna. Es importante destacar que también son técnicas que facilitan el poder legal-burocrático del Estado.
Esto marcaría el comienzo de cambios significativos a los que los ZADistas intentaron resistir. Antes de los desalojos, los residentes reunieron recursos, distribuyeron alimentos gratis, establecieron un intercambio «no comercial» y realizaron asambleas semanales. Con un conocimiento íntimo de la tierra misma, habían desafiado con éxito las concepciones capitalistas tanto del tiempo como del espacio y habían encontrado formas alternativas de existir en relación con la naturaleza y entre sí. Apuntaban, como hacen muchos proyectos utópicos, a la armonía de lo individual y colectivo.
Instituir un sistema de arrendamiento individual y mercantilización podría alterar y corromper profundamente la visión de la ZAD de un colectivo anticapitalista y socavar las diversas formas de vida que constituyen su política prefigurativa. Los nuevos requisitos legales obligarían a las personas a trabajar todo el día en un campo agrícola especializado bajo la jerarquía de un solo propietario, socavando el ocio y la libertad que valoran y su rechazo de principio a la especialización. Los códigos burocráticos que requieren una construcción «adecuada» para las casas obstruirían las ingeniosas cabañas y yurtas que los ocupantes habían construido con amor, y reconstruido, durante años. Sobre todo, el concepto de arrendamiento individual chocaba con todo lo que había representado la ZAD. Reforzar el principio del individualismo es posiblemente la clave de la hegemonía del Estado.
Además de socavar las estructuras cotidianas de la vida y los valores anticapitalistas, la imposición por parte del Estado de estos requisitos legales-burocráticos jugó su papel en la división entre los residentes, así como dentro del movimiento más amplio que había apoyado a la ZAD. Los ocupantes nunca habían estado realmente unificados por una visión política o un estilo de vida singular. Más bien, compartieron un enemigo común en la forma del aeropuerto planificado. Algunos procedían de entornos profesionales, mientras que otros habían formado parte de comunidades urbanas de ocupantes anarquistas. El veganismo y la relación con los animales, ya sea en la dieta o en términos de propiedad, fue otra de las divisiones que atravesaron la ZAD.
Cuando la abrumadora violencia de 2018 los obligó a tomar decisiones sobre si había que negociar con el Estado para quedarse, estas divisiones internas salieron a la luz. A través de la Asamblea General, los ZADistas intentaron formar una estrategia colectiva para lidiar con el Estado. Pero la presión para actuar con rapidez, las amenazas de nuevos desalojos, la demolición de sus edificios y las fuertes diferencias de principios dificultaban la unificación.
Finalmente, el proceso de toma de decisiones se rompió: las diferencias, desde el compromiso con el Estado hasta las prácticas de cría de animales, demostraron ser demasiado para el colectivo en ese momento. Algunos decidieron abandonar la comuna por completo, mientras que otros intentaron sabotear los proyectos agrícolas negociados. Max, un hombre de treinta años que había vivido en la ZAD durante ocho años y que se estaba refugiando en una granja de ovejas, sintió que los planes individuales de los ZADistas para legalizar sus parcelas traicionaban la promesa del colectivo. Para él, fue «el final de un sueño».
La erección de requisitos legales en torno a la propiedad privada y la agricultura también debilitó indirectamente las alianzas externas que alguna vez sostuvieron a la ZAD y atrajeron a miles de partidarios. Estos partidarios se habían unido en el movimiento de masas contra el aeropuerto, pero con la cancelación del proyecto, la base de la legitimidad de la ZAD se volvió ambigua a los ojos del movimiento en general. El Estado podría aprovechar este momento, utilizando una estrategia represiva y divisoria que ha sido probada en el enfoque hacia los movimientos de okupas en todas partes. Ahora, solo los residentes de la zona que aceptaran las condiciones del Estado serían considerados aceptables. Aquellos que rechazan ideológicamente al Estado -o aquellos que se negaran a participar en el juego legal-burocrático- serían tildados de anarquistas criminales. Según Max, las ONG y los activistas ecológicos que se habían opuesto al aeropuerto apoyarían alegremente la agricultura campesina, convirtiéndose así en legítima a los ojos del Estado. ¿Por qué, preguntó, continuarían apoyando la política prefigurativa anticapitalista más amplia y su asociación con los anarquistas?
La combinación de concesiones del Estado después de un brutal desalojo de «criminales» fue claramente un movimiento astuto en la lucha por la hegemonía, aunque no ajeno a los movimientos de ocupación de tierras que van desde el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil hasta Freetown Christiana, en la capital danesa, Copenhague.
Una estrategia dual de resistencia
¿Cómo han respondido los ZADistas? ¿Qué estrategias están utilizando para defender sus visiones políticas? Para ser claros, después de los desalojos no tuvieron más remedio que aceptar concesiones: siete de las setenta estructuras de vivienda que se negaron a firmar acuerdos con el Estado fueron demolidas en unas semanas.
A la luz de esto, los ZADistas transformaron su resistencia en una estrategia dual de confrontación ocasional, por un lado, y elusión y manipulación de la ley, la burocracia y la lógica individualista del capitalismo, por el otro. Por lo tanto, combinan formas disfrazadas de resistencia con continuos actos de desobediencia civil y manifestaciones públicas de protesta. Esta estrategia dual representa un cambio: de enfatizar la construcción de barricadas y el enfrentamiento abierto con la policía hacia formas nuevas y sutiles en el dominio de la resistencia cotidiana que exigen creatividad y flexibilidad, buscando potencial en los espacios entre la fuerza y el consentimiento en el arsenal burocrático del Estado.
Un ejemplo de esto se puede ver en cómo buscan aferrarse a su sueño de un bien común, a través de una hábil manipulación legal. Dado que la visión de los ZADistas de la vida económica siempre se basó en una economía solidaria de cooperativas, una de las estrategias en consideración es firmar contratos de propiedad individuales según lo exigido por el Estado, pero luego donarlos a una dotación colectiva que los residentes gestionarían democráticamente. Esto es similar a lo que ocurrió en Freetown Christiania. Una colección masiva de donaciones de tierras transformaría la ZAD en un bien común, una vez más. En otras palabras, los residentes participarían superficialmente en la sagrada institución capitalista de los derechos de propiedad, solo para abolirla dentro de su propio territorio.
Pero junto a la firma obediente de formularios y contratos está la táctica de confrontación ocasional: en 2019, algunos residentes ocuparon una carretera de la ciudad, exigiendo que la comisión gubernamental encargada de determinar la zonificación regional los incluya en sus discusiones. En otras ocasiones, se involucran menos en acciones de confrontación de desobediencia civil, sino en manifestaciones simbólicas que enmarcan su lucha colectiva. En enero de 2020, aproximadamente veinticinco miembros realizaron un evento público de su presentación formal de solicitudes de proyectos agrícolas para su aprobación en la oficina del alcalde de Notre-Dame-des-Landes. Mientras iban juntos en bicicleta desde la ZAD a la oficina del alcalde, fue significativo que actuaran colectivamente, incluso mientras presentaban solicitudes individuales. Los medios locales cubrieron el pequeño pero importante evento, llamando la atención sobre el tema y presionando suavemente a la oficina del gobierno para que aprobara sus solicitudes.
Quizás tan importante como su «navegación inteligente» por el sistema legal-burocrático es un programa vibrante de educación política y la creación de vínculos con las luchas anticapitalistas en todo el mundo. Compartimos numerosas conversaciones con los residentes sobre el peligro de que la ZAD se sumerja tanto en el mundo de la ecología y la agricultura que pierda de vista su imaginación política radical. Protegerse de esto requiere mantener conscientemente las acciones de solidaridad que adoptaron durante los muchos años de los proyectos. Esto incluye la donación de comidas a los trabajadores migrantes y los que están en huelga y la bienvenida a los refugiados y a los que se les niega el asilo, un acto que prefigura una sociedad basada en la solidaridad y desafía las leyes de ciudadanía y fronteras.
Su construcción colectiva de l’Ambazada, un espacio de reunión bellamente diseñado, apoya el objetivo de la educación política y la formación de coaliciones internacionales entre activistas. En los últimos años han acogido a compañeros zapatistas, del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra y los independentistas vascos.
La educación política como medio de resistencia está muy lejos de construir barricadas. Sin embargo, también sirve para objetivos radicales, en este caso, el aprendizaje mutuo y el apoyo entre movimientos revolucionarios. En palabras de un antiguo ZADista, “Mientras los objetivos sigan siendo radicales, usted usa las herramientas que tiene, incluso si son las herramientas del maestro. Podemos firmar contratos y hacer uso de la ley, como hacen las personas en todo el mundo. Y luego resistimos de otras formas «.
Hacia una convergencia de luchas
Aunque los miembros de la ZAD han practicado una política prefigurativa basada en la ayuda mutua, el reparto horizontal del poder, la libertad y la solidaridad, queda mucho por desarrollar y reevaluar. En su ensayo reciente sobre la ZAD, la investigadora y cineasta francesa Amandine Gay escribe sobre la «crisis de una utopía blanca», señalando las formas en que los movimientos izquierdistas franceses han permanecido ciegos a la dinámica de la dominación racial, sin importar cuán profundas sean sus políticas. Basándose en su historia con los espacios del movimiento ecológico de izquierda y en su propia visita a la ZAD, nota la falta de vínculos con las comunidades de color en los pueblos aledaños, así como la falta de atención dentro de la ZAD a los trabajadores agrícolas negros de Martinica y Guadalupe o a las luchas indígenas por la tierra en la Guayana Francesa. El resultado es la reproducción de una “violencia ancestral difusa”.
Como nos confió un joven ZADista del norte de África, sintió los efectos del racismo incluso entre sus compañeros residentes: «Por la forma en que nos miran, nos tienen miedo. No entienden su privilegio blanco». Aún así, permanece en la ZAD «¡Para resistir! Estamos preparados», dijo. «Hemos estado luchando contra la policía toda nuestra vida».
Sin duda, los ZADistas se esfuerzan y expresan su apoyo a diversas luchas, desde Rojava hasta Palestina, y abrazan a los inmigrantes indocumentados del norte y el África subsahariana. Pero en nuestra propia evaluación, hay mucho trabajo por hacer en términos de socavar activamente el privilegio blanco de manera más amplia.
En las pocas conversaciones que mantuvimos sobre estos temas, los residentes ciertamente eran conscientes de que la realidad de la violencia policial, por ejemplo, solo era condenada popularmente cuando ellos, activistas blancos (de la ZAD o del movimiento de los Chalecos Amarillos), eran los objetivos. Admitieron que las décadas de violencia policial contra los jóvenes de color de la clase trabajadora apenas despertaron la preocupación de las personas. Pero estaba menos claro cuán centrales eran estas preocupaciones para su activismo político, por no hablar de otros temas como el estigma y la creciente persecución de los musulmanes en Francia. Este tipo de racismo daltónico y “ciego a la religión”, originado en el Estado, de hecho permea los movimientos sociales y las organizaciones políticas francesas, ya sea el Partido Comunista o los Chalecos Amarillos.
Nuestra esperanza está en la generación más joven de activistas de color que están cambiando el eje de discusión en Francia, de modo que con una mayor conciencia sobre la injusticia y la dominación racial, los movimientos de ocupación predominantemente blancos puedan expandir su visión de la justicia a una que lidia más directamente con las cuestiones raciales, la diferencia cultural y la perspectiva descolonial.
La renovación de la ZAD
En enero de 2019, los residentes celebraron el primer aniversario de la cancelación del aeropuerto, en una fiesta campestre que disfrutaron unas quinientas personas. Cuarenta participantes ayudaron a animar una marioneta en movimiento de un tritón gigantesco, un tipo de salamandra, que eligieron como su símbolo. Artistas y amigos de la ZAD con talento arquitectónico lo habían diseñado y fabricado el año anterior. Un tritón, como explicó Camille, uno de los ZADistas que participó en su construcción, tiene la capacidad milagrosa de regenerar un corazón dañado casi por completo. Menos de un año después de sufrir pérdidas y heridas devastadoras, el tritón era un símbolo apropiado para adornar su fiesta de celebración.
El público en general parece creer que la experiencia de la ZAD ha terminado. Pero lo que vimos pintó un cuadro muy diferente. Y hay razones para tener esperanzas en la renovación de las ambiciones revolucionarias de la ZAD.
La ZAD ha sufrido un duro golpe con los desalojos forzosos y la destrucción de la mitad de su nueva comunidad. Sin embargo, los que quedan han resurgido con nuevas tácticas y una nueva conciencia, mostrando la resistencia de la ZAD. Desde hace varios años han mostrado la posibilidad de crear una sociedad diferente a nivel local y, a través de una amplia alianza de apoyo, resistir a la represión de la policía militarizada. Ahora, viajan por un nuevo camino, tratando de mantener el núcleo de su visión radical mediante la adopción de otras tácticas.
La lucha en la ZAD está lejos de terminar. Solo el tiempo revelará hasta qué punto su estrategia actual de resistencia cotidiana y manipulación legal funcionará y permitirá que la ZAD sea algo diferente a lo que el Estado tiene en mente. Esto dependerá de la capacidad del movimiento para crear y expandir las grietas existentes dentro del sistema represivo capitalista del Estado. Sin embargo, algunas cosas parecen claras y hay lecciones que podemos extraer para luchas futuras.
Cualquier comunidad radical que tome la forma de un proyecto prefigurativo y que también se resista a la dominación debe, mientras prevalezca el orden mundial actual, enfrentar el imperativo de cambiar sus tácticas. Las grandes movilizaciones habilitadas por un enemigo común pueden de hecho ser poderosas, pero dependen del potencial de movilización o de una debilidad temporal del Estado. Lo que unió a la movilización más amplia en torno a la ZAD no fue el «capitalismo» o el «Estado», sino el aeropuerto, como un megaproyecto de desarrollo que destruiría la ecología y el tejido social de una sociedad local. Así, los miles que se movilizaron en defensa de la ZAD -antes de la cancelación del proyecto aeroportuario- no necesariamente compartían la misma visión radical de los ZADistas que inspiró un nuevo mundo en el territorio. El enemigo común en este caso se limitó a cierto tipo de proyecto dentro del sistema capitalista de Estado. No permitió una coalición más amplia de grupos y activistas que continuarían la lucha más allá de la cancelación del aeropuerto.
Sin la movilización de una amplia coalición social, el Estado francés puede no sentir la presión para parecer «razonable y proporcional» en sus tratos con la ZAD. Y el temor subyacente de cualquier Estado, de que una lucha inspiraría una extensión de rebeliones, podría desaparecer. Por lo tanto, argumentamos, en circunstancias cambiantes, los períodos de movilización masiva y enfrentamiento con las fuerzas represivas terminarán en algún momento, dando paso a una forma mucho más sutil de combate entre los activistas y el Estado. Esto no es de extrañar: si miramos la historia de otros movimientos prefigurativos radicales, es tanto más pertinente que los radicales se preparen de antemano para una situación que obliga a algún tipo de coexistencia con el Estado y el capitalismo.
Esto no significa que las iniciativas autónomas utópicas o radicales carezcan de valor de ninguna manera. De hecho, pueden ser el elemento vital de una movilización masiva que prosiga para lograr importantes victorias y acumule suficiente poder popular para tener una posición sólida en las negociaciones con el Estado cuando llegue el momento. Incluso cuando parecen fracasar, las movilizaciones masivas pueden inspirar la propagación de rebeliones similares, para gran temor del Estado. Y si el desarrollo prefigurativo de nuevas formas de vivir y relacionarse es robusto e inspirador, tienen el potencial de conectarse con intentos similares en otros lugares, convirtiéndose en parte de una alianza global contracultural y prefigurativa de comunidades radicales.
Pero, en última instancia, cualquier lucha prefigurativa radical debe trascender el objetivo de luchar contra un enemigo común. Si bien un enemigo común conduce a alianzas que a veces son necesarias y útiles, también corre el riesgo de eclipsar la visión prefigurativa. Con un firme anclaje en la política prefigurativa, las luchas radicales deben revisar, nutrir y expandir continuamente su visión compartida de una sociedad diferente. Quienes somos solidarios con las rebeliones prefigurativas radicales contra el orden mundial imperialista contemporáneo esperamos que la ZAD sea una de las muchas que amplíe y asegure su visión y continúe mostrándonos un camino a seguir.
(Originalmente publicado en Comunizar)