Estos breves apuntes sólo pretenden resaltar la necesidad de una reflexión más amplia y se centrarán en la relación con el dinero y el trabajo
[3] (otras cuestiones no podrán abordarse, por ejemplo la del tiempo, siendo fundamental subrayar que la temporalidad en los territorios zapatistas escapa claramente al dominio del tiempo abstracto capitalista). Trataré de sugerir que, si bien los zapatistas saben perfectamente que aún no pueden huir del todo de la realidad sistémica dominante, luchan día a día para defender y profundizar formas de vida que, en lo esencial,
no son determinadas por las categorías capitalistas fundamentales.
Lo que se piensa y se dice sobre el dinero y el trabajo
En los comunicados zapatistas, resulta omnipresente la crítica del
mundo del dinero y el culto que se le rinde al Dios Dinero. De manera más concreta, durante una de las cesiones de la
Escuelita zapatista[4], en agosto de 2013, una
maestra se paró en medio de su explicación y presentó dos bolsas, una con monedas, otra con maíz. La conclusión de la lección fue que el maíz es vida y el dinero muerte.
Al mismo tiempo, los zapatistas tienen claro lo que falta para que los territorios rebeldes puedan considerarse un mundo plenamente liberado de la barbarie capitalista. Esta los rodea, los agrede y trata por todos los medios posibles de acabar con su dinámica antisistémica. De esto, Maximiliano, el Votán que me acompaño durante la Escuelita tenía una conciencia lúcida, al mismo tiempo que resaltaba todo lo que se ha logrado construir en la autonomía: “¿Podemos decir que estamos fuera del sistema? Eso no. Ahora, estamos viviendo adentro del sistema; por eso necesitamos del dinero, todavía”. De hecho, el dinero sigue siendo indispensable para conseguir las mercancías capitalistas que nuestro hacer no tiene la capacidad de producir (es decir, hay una parte de los medios de producción capitalistas que no es solamente superflua y destructiva, y que, por ahora, está en manos de ELLOS). Pero es de resaltar, en el comentario de mi Votán, el “todavía” que traza el rumbo hacia un mundo en el cual el dinero, como equivalente general, habrá dejado de ser necesario.
En cuanto al trabajo, existe, como veremos, un rechazo práctico a sus formas capitalistas, pero no parece emerger una crítica explícita de la categoría-trabajo, comparable a la denuncia reiterada del dinero. Al contrario, es omnipresente la palabra “trabajo” en el hablar de las bases de apoyo zapatistas, no sólo para referirse al trabajo en el mundo capitalista (y, sobre todo, en las fincas en las cuales sus padres y abuelos fueron explotados tan duramente), ni tampoco solamente a las tareas en el campo y en la milpa. Al leer el reciente libro de Paulina Fernández (2014),
Justicia autónoma zapatista, podemos observar que se usa para casi cualquier tipo de actividad, trátese de los cargos en los gobiernos autónomos (por ejemplo, el “trabajo como miembro de una Junta de buen gobierno”) o de los “trabajos de la organización” (las reuniones y demás tareas organizativas en el EZLN).
[5] Hasta el conjunto de la lucha por la autonomía puede designarse como “ese trabajo que estamos haciendo”. La palabra abarca casi todo el hacer, en cualquier ámbito de la vida, de tal suerte que se llega a concluir: “¡los zapatistas trabajan mucho más que los no zapatistas!”.
Entender la omnipresencia de esta palabra rebasa el formato de la presente nota e implicaría, entre otras cosas, oír a las bases de apoyo en sus lenguas maternas, mayas, y no en castellano. Quizás no daríamos cuenta de que, detrás de “trabajo”, está la palabra tsotsil a'mtel, que se refiere principalmente a los cargos, sobre todo tradicionales, a lo que se considera un servicio a la comunidad o, posiblemente, a otros tipos de actividades no remuneradas (ver Martínez González, 2015: 249). Habría que entender esta palabra “trabajo” con más precisión y en contraste con otras, pero puede suponerse que su omnipresencia resulta de una especie de colonialismo lingüístico y conceptual que contamina la percepción de la realidad con términos y valores importados del mundo dominante. De cualquier manera, lo que los zapatistas designan como trabajo poco tiene que ver con el significado de esta palabra en la sociedad capitalista. Si bien puede incluir una connotación de esfuerzo y hasta de sufrimiento, no se refiere, por lo general, al trabajo asalariado, explotado, enajenado, heterónomo, separado tanto de los medios de su realización como de su fin, sino al contrario a una actividad autónoma, un hacer propio o, mejor, un co-hacer en pro del buen vivir comunitario.
La tierra y la reapropiación de los medios del hacer
La tierra es la base de la autonomía zapatista. Una parte esencial se cultiva según el sistema tradicional de producción familiar para el autoconsumo (principalmente en tierras comunales o ejidales, conforme al legado de la Constitución de 1917, en su artículo 27). Defender este modelo implica una doble confrontación con la lógica del capitalismo neoliberal, el cual promueve: a) la eliminación de la propiedad ejidal y su transformación en propiedad privada (reforma al artículo 27 y subsecuentes programas de “certificación”, PROCEDE y demás); b) el aniquilamiento del campesinado mexicano como consecuencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la conversión a una agricultura de mercado basada en opciones de monocultivo (palma africana u otros). Resistir a esta maquinaria de destrucción es un enorme reto que las comunidades zapatistas comparten con otras comunidades del país, indígenas o no, y al cual se agrega la firme oposición a los mega-proyectos productivos o de infraestructuras (minería, represas, autopistas, centros turísticos, etc.). Defender a sus territorios, en el marco de las luchas del Congreso Nacional Indígena, significa resistir de manera concreta y decidida a la absorción por el mundo del dinero y los circuitos de la mercancía, a la sumisión al trabajo dependiente y la heteronomía capitalista.
Pero los zapatistas no sólo defienden una forma de producción tradicional, basada en el hacer para sí mismo y para la comunidad, sino que buscan revitalizarla, profundizarla, ampliarla. A raíz del levantamiento armado del 1º de enero de 1994, decenas de miles de hectáreas de tierra fueron recuperadas por los miembros del EZLN: se consideran el suelo que ha hecho posible los avances de la autonomía.
[6] En estas tierras, no se reproduce el modelo de la propiedad ejidal sino que se experimentan formas de
uso colectivo de la tierra. Algunas de esas tierras se convirtieron en sustento de nuevos núcleos de población, mientras otras hacen posible lo que llaman “trabajos colectivos” (cultivos o ganadería). Estos son lo que permiten sostener la autonomía y en especial cubrir los gastos que derivan del funcionamiento de los consejos municipales y las Juntas de buen gobierno, o también los del sistema de salud, así como otras necesidades colectivas (por ejemplo, los gastos ocasionados por las movilizaciones e iniciativas políticas del EZLN).
[7]
Los cargos en la autonomía, un servicio que se da
Quienes son electos y asumen durante dos o tres años un cargo
[8] en las instancias autónomas (a nivel de la comunidad, en los consejos municipales o en las Juntas de buen gobierno) no reciben salario ni otro tipo de beneficio material (creando así un abismo de diferencia con el sistema constitucional mexicano en el cual los presidentes municipales, incluso en zonas rurales, perciben sueldos de hasta más de 200,000 pesos mensuales, algo como cien veces el salario mínimo). De las autoridades autónomas, los zapatistas subrayan que “no trabajan con dinero, simplemente trabajan por conciencia” (Fernández, 2014: 114). La autonomía política funciona sin tener que recurrir a la forma-salario, y muy poco al dinero. No podría ser más claro el contraste con los costos colosales que genera el aparato administrativo y el sistema político mexicanos, por ejemplo para la organización de las elecciones.
¿Cómo puede ser eso posible? a) La razón más general es que las instancias autónomas se han alejado radicalmente de la forma-Estado. En los consejos y las Juntas, la gente misma se hace gobierno, realizando sus tareas con la más extrema sencillez y sin necesidad de apoyarse en un cuerpo de burócratas profesionales. Esto sólo es posible en la medida en que se rechaza la absurda complejidad de un mundo dominado par las abstracciones del valor y el Estado y se regresa a la escala moderada de los problemas que tienen que ver realmente con la organización de la vida colectiva. b) Es posible hacer funcionar la autonomía sin la forma-salario y sin dinero porque la autonomía implica una radical des-especialización de la política. Rechaza la idea de la política como actividad monopolizada por una casta de (supuestos) expertos y plantea que “todos tenemos que ser gobierno”, incluso si creemos que no sabemos cómo hacerlo. En los territorios zapatistas, se dice que todos y todas “van a pasar como gobierno” y quienes asumen cargos durante un tiempo limitado no por esto suspenden sus actividades productivas habituales. En el caso de las Juntas de buen gobierno, ubicadas en los caracoles zapatistasque pueden encontrarse bastante lejos de los pueblos en donde viven sus integrantes, estos conforman equipos que se turnan por periodos de 10 a 15 días para así poder regresar frecuentemente a sus comunidades, cuidar a sus familias y encargarse de sus tierras. Esta no-especialización es una condición para que puedan seguir sosteniéndose por sí mismos, sin necesidad de dedicar recursos colectivos a su mantenimiento personal o familiar. Además, este sistema tiene la función de impedir que se abra una separación entre el mundo de vida de quienes asumen un papel especial en la elaboración de las decisiones colectivas y el universo común de los demás, lo que podría ser el germen para que se reproduzca una separación entre gobernantes y gobernados. c) Existen, sin embargo, gastos generados por la actividad de los consejos municipales y las Juntas de buen gobierno. Los que mencionan con más frecuencia son de transporte (de sus comunidades a la sede de la instancia autónoma o bien para llegar a donde tienen que analizar una situación o un proyecto). Son gastos mínimos –irrisorios en comparación con los presupuestos de los gobiernos constitucionales–, pero en la humilde escala de los recursos de las comunidades indígenas, son pesados e imposibles de asumir de forma personal. Es por esto que una de las funciones de los trabajos colectivos antes mencionados es la de poder cubrir las necesidades generadas por el hacer de las autoridades autónomas.
Impartir otra justicia, sin dinero
Entre los haceres que las autoridades autónomas realizan sin percibir salario ni otro tipo de remuneración, tiene una particular relevancia la impartición de justicia, tanto a nivel de la comunidad, del municipio como de la zona. Una de las características más sobresaliente de la justicia autónoma –y más contrastante con la justicia oficial– es, tal como los mismos zapatistas lo remarcan, que funciona absolutamente sin dinero (Fernández, 2014). Se imparte sin costarle un centavo a quienes acuden a ella, pues no tienen que pagar abogados, trámites y menos sobornos a jueces o policías corruptos. Hasta las actas de matrimonio se emiten sin los gastos que cobran las administraciones municipales oficiales. La justicia autónoma está abierta incluso a los no zapatistas que deciden recurrir a sus instancias; y se sorprenden mucho cuando, al pedir cuánto les van a cobrar, reciben como respuesta: “Nada, ni un peso, es por razón” (Fernández, 2014, cap. II, 4).
También la justicia zapatista ha eliminado de sus sentencias las multas en dinero. En esta justicia que no pretende castigar en base a las normas de un Derecho abstracto, sino mediar entre las partes para buscar soluciones concretas y permitir, en la medida de lo posible, una reconciliación, se privilegia la restitución de lo robado o la entrega de un bien útil, como por ejemplo una tierra que permita a la familia de la víctima hacer frente a sus necesidades. Muy a menudo, la sentencia incluye días de trabajo en beneficio de la familia de la víctima o de la comunidad. A veces, este trabajo comunitario viene calificado como “castigo”, pero en realidad habría que considerarlo más bien como una forma de reparación, que prepara la reconciliación con la comunidad. Cuando los zapatistas explican que la justicia autónoma sustituye las multas en dinero con días de trabajo, habría que entender que la eliminación de las primeras responde a la preocupación de evitar lo más posible entrar en los circuitos monetarios (trabajar o vender para conseguir dinero). Incluso si lo llaman a veces “castigo”, la sentencia en “trabajo” moviliza la capacidad de hacer proprio y, para la persona, no implica más dependencia que la de cumplir con un deber hacia la comunidad. A través de los cientos de casos resueltos por sus instancias, los zapatistas manifiestan que siempre hay una solución mejor que la que pasa por el dinero; lo expresan abierta y acertadamente al decir que, en la justicia autónoma, se trata de resolver “no económicamente” (Fernández, 2014: 211).
Educación y salud, sin la forma-salario
Los zapatistas han creado, de la nada y sin ningún apoyo institucional, un verdadero sistema educativo: han concebido su proyecto pedagógico, construido cientos de escuelas y formado los promotores que ahí atienden a los niños y jóvenes de las comunidades. Los cuadernos de la
Escuelita mencionan –tan sólo para la región de los Altos, una de las cinco zonas zapatistas– 157 escuelas primarias autónomas en donde 496 promotores atienden a 4,886 alumnos. Los promotores de educación no reciben salarios; cuentan con el compromiso de cada comunidad de garantizarles lo necesario para su alimentación y demás necesidades básicas. Las soluciones pueden ser diversas en función de cada situación. Por ejemplo, si el promotor tiene su propia parcela de milpa, los miembros de la comunidad asumirán el compromiso de cultivarla mientras él se dedica a la enseñanza con sus hijos e hijas. Un sistema similar funciona en el caso de los promotores de salud, si bien para los que realizan sus misiones en las clínicas de zona, la situación es diferente y, más bien, son los trabajos colectivos los que permiten apoyarles en sus distintos gastos.
[9]
En síntesis
La autonomía zapatista, en lo que se refiere a la educación, la salud, la justicia y las instancias de gobierno, ha logrado avances impresionantes sin recurrir a la forma-salario y de manera ampliamente desmonetizada. No significa que las comunidades zapatistas no necesiten dinero ni que no topen –en las actuales condiciones de dominación sistémica capitalista– con fuertes límites, principalmente por falta de recursos monetarios. Pero significa que han sabido encontrar en la potencia del hacer propio de mujeres y hombres rebeldes su recurso principal, en pro de las formas de vida asumidas y defendidas colectivamente. Otra dimensión no menos fundamental es la defensa de un modo de vida basada en la agricultura campesina y la firme negativa a permitir que venga destruida y sustituida por una agricultura comercial que significaría el más brutal sometimiento a los circuitos de la mercancía.
Esto contrasta tremendamente con la situación de los campesinos, indígenas o no, que aceptan los programas de gobierno, en especial los programas que, con fines contrainsurreccionales, promueven un asistencialismo centrado en formas dinerarias. Basta señalar que una parte considerable de los apoyos entregados en el marco de programas como “Oportunidades” terminan en compra de productos como alimentación chatarra o teléfonos celulares (de tal forma que contribuyen a hacer aún más rico a uno de los hombres más ricos del planeta). De cualquier manera, son escuelas de consumo que crean una dependencia hacia el dinero, que ya no puede satisfacerse en el marco de la agricultura tradicional, fomentando así tanto el paso a una agricultura comercial como la migración en busca de trabajo asalariado. Son varias las razones por las cuáles la autonomía zapatista se caracteriza por el estricto rechazo a los programas y “apoyos” gubernamentales.
Si bien son conscientes de los límites que la realidad sistémica capitalista impone hoy en día a la autonomía, los zapatistas han avanzado notablemente en la construcción de un mundo en el cual las relaciones sociales dejen de pasar, en lo esencial, por el dinero. Y si bien usan continuamente la palabra “trabajo”, lo que esta designa poco o nada tiene que ver con el trabajo heterónomo y dominado por la lógica abstracta del valor; más bien, se trata de un hacer propio que es parte de la construcción de formas de vida colectivamente asumidas, al margen de los circuitos del dinero y la mercancía.
Esta intensa batalla moviliza a la vez energías muy concretas y capacidades de esperanza; implica, por parte de los forjadores de la autonomía zapatista, cierta forma de heroísmo cotidiano. Se da en una tensión fuerte entre la parte de la vida colectiva que el fortalecimiento del hacer de las comunidades les permite definir autónomamente y la que aún se les escapa (por la parte de los medios de producción que siguen controlados por el mundo del capital, obligando a vender productos para poder adquirir ciertas mercancías). Se trata de un proceso, un arduo caminar fuera del mundo del dinero, cuyo rumbo está sin embargo claramente dibujado.
Bibliografía
Baschet, Jérôme, Adiós al capitalismo. Autonomía, sociedad del buen vivir y multiplicidad de mundos. Buenos Aires: Futuro Anterior, 2014.
Holloway, John, Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo. Buenos Aires: Herramienta, 2011.
Fernández, Paulina, Justicia autónoma zapatista. Zona Selva Tzeltal, San Cristóbal de Las Casas, Universidad de la Tierra, cideci-unitierra, 2014.
Jappe, Anselm, Crédito a muerte. La descomposición del capitalismo y sus críticos. Logroño: Pepitas de calabaza, 2012.
Martínez González, Rocío Noemi, K'in tajimol. Danse, musique, gestes et parole comme mémoire rituelle. Une analyse du carnaval maya-tsotsil à San Pedro Chenalhó et Polhó (Chiapas, Mexique). Tesis doctoral. París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 2013.
Postone, Moishe, Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría de Marx. Madrid: Marcial Pons, 2006.
Artículo enviado especialmente para su publicación en Herramienta.
[1]. Una autopresentación de la autonomía zapatista en voz de sus forjadores puede encontrarse en EZLN,
Cuadernos de texto de primer grado del curso de “La libertad según l@s zapatistas” 4 (2013).
[2]. Para una presentación más completa, remito a mi libro: Baschet (2014).
[3]. Sobre la crítica a la noción de trabajo, véanse Postone (2006); Holloway (2011); Grupo Krisis; Jappe (2012).
[4]. Sobre esta experiencia, véase el libro colectivo,
La Escuelita zapatista, Guadalajara, Grietas editores, 2014.
[5]. Ibíd., por ejemplo págs. 116-117, 124, 126, 128-129, 183-184, 196, 202, 204, 376. En un párrafo de 18 renglones, las explicaciones de los compañeros zapatistas sobre los cargos en las instancias autónomas recurren 15 veces a la palabra “trabajo” (págs. 187-188).
[7]. Cf.
Resistencia autónoma, 2014: 8-9.
[8]. La noción de “cargo”, entendida como “servicio a la comunidad”, tiene una fuerte raíz en las prácticas tradicionales de los pueblos indígenas, sobre la cual no puedo insistir aquí.
[9]. Cf.
Resistencia autónoma,2014: 8.