26/12/2024
Elisabeth Dmitrieff, Comunera, aristócrata e incendiaria
Sylvie Braibant
Prefacio de Gilles Perrault
Traducción de Marita Yulita. Presentación a la edición castellana del libro por Néstor Augusto López.
Buenos Aires, Ediciones Herramienta, 2021, 272 págs.
Sylvie Braibant ha sido reportera para la televisión pública francesa ha colaborado en las revistas internacionales Le Monde Diplomatique y Cosmopolitiques. También participó en la redacción de la biografía de Henri Curiel, fundador del Partido Comunista Egipcio. Le apasiona estudiar la vida de las mujeres revolucionarias rusas del siglo XIX, a las que dedicó en 1991 un trabajo universitario de historia social: “Las heroínas revolucionarias rusas del siglo XIX, ¿imágenes, estereotipos, mitos, para qué historias?”. Entre 1989 y 1993 estudió y escribió la biografía de Elisabeth Dmitrieff, “porque con su trayectoria contradictoria, encarnó la importancia de las mujeres durante la Comuna de París”.
Desde hace un siglo y medio, la Comuna de París ha inspirado movimientos revolucionarios en todo el mundo. Quizás debido a su corta duración, pues fue ahogada en sangre por el ejército francés después de 72 días de duros enfrentamientos, para la autora, “la Comuna no tuvo tiempo de ser pervertida o dañada”, y por ello perdura en la memoria colectiva universal.
Durante ese breve tiempo la Comuna promulgó una serie de medidas socialistas y autogestionarias. Este movimiento no había surgido de un plan premeditado, sino que fue el resultado de una serie imprevista de graves circunstancias en Europa, comenzando con la guerra franco-prusiana, desatada por motivos dinásticos y políticos. Siguió con la derrota y el derrumbe del Imperio de Luis Napoleón. París había sido sitiada por los prusianos, pero el pueblo parisino no aceptaba la rendición, se sublevó y tomó el poder de la ciudad, para no entregarla a los vencedores. Mientras, en la vecina Versalles se constituyó nuevamente la República Francesa, presidida por el político burgués Adolphe Thiers. Luego de varias batallas sangrientas, el ejército, en nombre de la nueva república, derrotó a la Comuna y recuperó el poder en la capital de Francia.
Aunque había surgido de los sectores más explotados del pueblo parisiense, para la prensa mundial la Comuna era la obra de la “Asociación Internacional de los Trabajadores”, que estaba compuesta por anarquistas y socialistas, y participaba como un sector minoritario de los comuneros. Esa misma prensa afirmaba que la Internacional, dirigida por el “siniestro prusiano” Carlos Marx, era un peligro real, que había sido capaz de asaltar a una ciudad tan importante como París, nada menos que un símbolo de la moderna civilización burguesa.
Braibant narra la infancia y adolescencia de Elisabeth en un hogar aristocrático, y su formación intelectual, cuando comenzaba a conocer las corrientes más avanzadas del pensamiento europeo, sus lecturas y discusiones políticas en el contexto de la atrasada sociedad rusa. El régimen zarista era considerado como la vanguardia de la contrarrevolución europea. Pero en ese imperio también comenzaban a darse los primeros pasos de un movimiento revolucionario. La joven Elisabeth, independizada de su familia, viajó a Europa. Primero se estableció en la ciudad de Ginebra, donde conoció las luchas de la clase obrera, y las primeras organizaciones revolucionarias, y se vinculó a la Internacional. De ahí viajó a Londres, para entrevistar al propio Marx.
En esa época, el autor de El capital, gracias a lo que se ha descubierto en muchos de sus archivos (que hasta mediados del siglo XX no fueron seriamente analizados ni estudiados), ahora se sabe que había comenzado a estudiar críticamente muchas otras contradicciones de la sociedad capitalista, que iban más allá del clásico conflicto entre el capital y el trabajo. Hay numerosos cuadernos con los borradores de sus estudios sobre las sociedades no europeas y el papel destructivo del colonialismo en las periferias del mundo. También incluyen no pocas reflexiones históricas sobre la ecología, y los problemas de género, el estudio de las formas de propiedad colectivas no controladas por el Estado, y la centralidad de la libertad en el terreno económico y político. Todas estas son cuestiones fundamentales en la actualidad. Ese era el último período de su elaboración teórica, el llamado período del “último Marx”, hasta su fallecimiento en 1883.
Para algunos investigadores, en sus borradores, sin abandonar su permanente crítica al sistema capitalista, es posible que estuviera madurando una concepción más abierta para un nuevo abordaje al socialismo, distinto al que había concebido años antes.
Como ejemplo de su pensamiento, podemos citar a su compañero Engels, cuando testimonia en su libro El origen de la familia, la propiedad y el Estado (1884), que según él, era la “ejecución de un testamento” y “un modesto sustituto” de lo que Marx no había podido terminar: “La primera opresión de clases apareció con la del sexo femenino por parte del masculino. La monogamia es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad [capitalista]”.
Marx también había comenzado a estudiar la estructura social de Rusia, con las luchas de los campesinos y las críticas de los intelectuales urbanos contra el régimen zarista. Y escuchando a Elisabeth pudo entonces conocer de primera mano los particulares rasgos sociales del gran imperio. Suponemos que también escucharía su opinión sobre las polémicas entre los círculos clandestinos sobre el papel de las obstschinas, (comunas campesinas rusas) en un posible proceso revolucionario. Indudablemente esas discusiones pudieron haber influido 10 años después en la respuesta de Marx, en ocasión del intercambio de cartas con la revolucionaria Vera Zasulich (sobre dichas polémicas) y en un prólogo al Manifiesto Comunista: “Si la revolución rusa es la señal de una revolución proletaria en Occidente, (…) la actual propiedad común de la tierra en Rusia puede servir de punto de partida para una evolución comunista”.
En medio de esas jornadas de discusión, llegaron las noticias sobre el levantamiento de la Comuna de Paris. Marx le pidió entonces a la “joven dama rusa” que viajara a la capital de Francia como corresponsal de la Internacional. Se puede presumir que no la estaba invitando a hacer una tarea secundaria, pues él había llegado a la conclusión de que la Comuna era nada menos que “la fórmula al fin descubierta” para que los explotados pudieran destruir la maquinaria burocrática-militar del Estado capitalista y que “la revolución comunal era la representante de todas las clases de la sociedad que no viven del trabajo ajeno”.
Por consiguiente, Elisabeth viajó, pero no se limitó a sus tareas de corresponsal; se sumó como una comunera más, y lo hizo colocándose en la primera fila de la batalla, al frente de las mujeres que participaron de esa lucha. Braibant describe en su libro a esa epopeya.
Tras la caída de la Comuna, y las matanzas que le siguieron, Elisabeth pudo sortear la persecución del gobierno francés y del resto de la reacción europea. Se fue primero a Ginebra, y finalmente a Rusia. “El cansancio, la desesperanza y el desánimo”, nos dice la autora, la impulsaron a recluirse en el retiro familiar. En el libro se refleja el infinito respeto con que trata Braibant a Elisabeth. Décadas después, luego de la Revolución de Octubre en 1917, su figura fue rescatada y reverenciada. Pero tomando las palabras de Gilles Perrault en su prefacio, tras la implosión soviética, “se encuentra hoy envuelta en el descrédito que se les profesa a quien hicieron del sueño revolucionario una pesadilla”.
Esta historia de una “joven dama rusa”, aparentemente tan lejana en el tiempo y en el espacio, también tiene su miga para nuestra época. Seguramente, si tenemos en cuenta las actuales luchas masivas de las mujeres por sus reivindicaciones, y sus conquistas, que se multiplican desde hace años en “Nuestramérica” y que también surgiendo en otros continentes, quienes participan de estas luchas, al leer este libro, afirmarán: “definitivamente, es una de las nuestras”.
Artículo enviado especialmente para este número de Herramienta web 34.
Francisco Sobrino es integrante del Consejo de Redacción de revista Herramienta.