25/04/2024

Elisabeth Dmitrieff. Comunera, aristócrata e incendiaria

Celebrando la reciente aparición de un nuevo título de Editorial Herramienta, compartimos el texto de contratapa de Elisabeth Dmitrieff Comunera, aristócrata e incendiaria, algunos datos biográficos de su autora Sylvie Braibant, el prólogo de Gilles Perrault y la presentación a la edición castellana del libro, por Néstor Augusto López.

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Contratapa

A la joven de 20 años, Elisabeth Dmitrieff, Marx la llamaba The Russian Lady. Había ido a Londres a discutir con él sobre el rol de las comunas campesinas en la revolución rusa. Allí la sorprendió la formación de la Comuna de París, en una ciudad con dos millones de habitantes. Marx le pidió que fuera como corresponsal. Ella desbordó ese rol y se transformó en comunera. Fundó la sección femenina más importante de la Iª Internacional. Organizó cooperativas de trabajo, impulsó la defensa de París con brigadas femeninas armadas de bombas incendiarias y armas de fuego en las barricadas. A pesar de todo esto su historia ha sido ignorada y continúa desaparecida incluso en Rusia. ¿Por qué? La autora de este libro, Sylvie Braibant, nos incita a pensar la respuesta.

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Autopresentación de Sylvie Braibant

Como periodista, trabajé durante mucho tiempo como reportera para la televisión pública francesa, incluyendo 25 años en el canal francófono TV5MONDE, y colaboré en dos revistas internacionales editadas en Francia, Le Monde diplomatique y Cosmopolitiques. Antes de escribir el libro sobre Elisabeth Dmitrieff, participé en la redacción de otra biografía, la de Henri Curiel, fundador del Partido Comunista Egipcio, luego activista internacionalista al frente de "Solidaridad", una red de ayuda a los combatientes revolucionarios del mundo entero (entre ellos, argentinos, chilenos, brasileños, nicaragüenses…). Más allá de Elisabeth Dmitrieff, me apasionan las mujeres revolucionarias rusas del siglo XIX, a las que dediqué, en 1991, un trabajo universitario de historia social: "Las heroínas revolucionarias rusas del siglo XIX, ¿imágenes, estereotipos, mitos, para qué historias? ". Mi próximo libro cuenta la historia de mis padres, mi madre polaca y mi padre egipcio, que se conocieron en París después de la Segunda Guerra Mundial, en el Partido Comunista.

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Prólogo de Gilles Perrault

Esto es justo lo contrario de una biografía a la norteamericana. En este libro no encontraremos la descripción del papel de la pared de la habitación en que nació la protagonista ni el inventario razonado de sus listas de lavandería. Aunque así lo hubiera querido la biógrafa, habría fracasado, ya que Elisabeth Dmitrieff, cuyo rastro furtivo permanece en la Historia, pasó por la vida con el paso vivo y ligero que apenas deja huellas. El logro de la autora se debe a esta sorprendente constatación del lector: raras veces ha acabado la lectura de una obra con el sentimiento de conocer tan bien a un personaje del que sabemos tan pocas cosas.

La emoción que nos causa esta lectura surge en parte de la cronología. Con dieciséis años, Elisabeth Dmitrieff abraza con pasión una esperanza revolucionaria tan joven como ella. Cuando Sylvie Braibant, un siglo después, penetra en los infinitos siberianos tras las huellas de su protagonista, el tren avanza por los carriles que conducían al Gulag, la URSS se dispone a publicar su propia esquela mortuoria y la esperanza quebrada de cuatro generaciones yace en las lágrimas, el lodo y la sangre. En nuestro caótico y crepuscular fin de siglo, ¿cómo no sentir nostalgia y encontrar consuelo en esta peregrinación al sugestivo comienzo de las grandes esperanzas?

No obstante, Elisabeth no tardó en salir del estereotipo reductor de la hermosa aristócrata rusa que sacrifica su estatus social y su riqueza por amor al pueblo. Ciertamente idealista, su recorrido la mantiene alejada de las banalidades. Al sumergirse en el núcleo revolucionario a una edad tan temprana que hoy creemos que hay que rodearla de todos los caparazones protectores; al dilapidar su suculenta fortuna por la buena causa (lo que, en los tiempos en que vivimos, equivale más o menos al sacrificio de una vida), manifiesta de inmediato una rara aptitud para insertarse en el meollo de la acción. No desvelaremos aquí las peripecias de una existencia que el lector se apresta a seguir en todo su curso; pero está claro que Karl Marx, estrictamente enclaustrado por la exigencia de la obra que escribía, no habría abierto su puerta a una joven que sólo contara con su belleza y buenos sentimientos como únicas llaves maestras. Sin duda, Elisabeth llegó a Londres con un mensaje político y, una vez entregado, el maestro no la habría recibido cotidianamente, o casi, durante tres meses, si no hubiera descubierto en ella a una interlocutora digna de él. Por lo demás, Sylvie Braibant nos enseña que, en la Rusia aún hermética al pensamiento de Marx, la adolescente Elisabeth conseguía encontrar las obras de Marx y sacarles provecho.

Así, esta mujer singular se desplaza constantemente en las bisagras entre varios mundos. Nace al pensamiento y a la acción en una Rusia en que la utopía generosa se encarna en jóvenes que sueñan con emancipar al pueblo, eventualmente con el puñal y la bomba. Se adecúa tanto al estereotipo de aristócrata revolucionaria de esos tiempos que uno cree poder encasillarla bajo esta etiqueta; pero ahora está en Londres, en casa de Marx, que maquina una revolución de otra manera y la convierte en uno de esos “viajantes de comercio” que serán más tarde la leyenda del Komintern. Organizadora de la Comuna, combate empuñando un fusil en una de las últimas barricadas y, una vez más, elude el acartonamiento propio del que posa para la posteridad. De regreso en Rusia, se consagra a un marido lamentable, estafador reconocido, probable asesino, al que seguirá en su ostracismo siberiano, ofreciendo la réplica degradada de aquellas esposas de decembristas cuyo heroico sacrificio había hechizado su adolescencia: último avatar que afligió a los biógrafos soviéticos, a los que tanto les hubiera gustado esculpirla hasta el último detalle como mujer marmórea… Un ser en perpetuo movimiento, para lo mejor y para lo peor. En esa época no faltaban rebeldes, pero ¿cuántos hombres y mujeres, en todos los tiempos, impulsaron el espíritu de la rebelión hasta destruir su propia estatua? “Es agradable existir en el pensamiento de los otros” escribió Sartre. Elisabeth traspasó las peripecias con una autodeterminación admirable, sin quejas ni murmullos, y nunca sometió su vida a la más poderosa de las dictaduras: la mirada del otro.

Una existencia como la suya, horadada por vastas zonas sombrías (ni siquiera sabemos dónde y cuándo murió…), despierta la tentación de la biografía novelada. Sylvie Braibant tuvo razón al rechazarla. Las preguntas son tan interesantes como las respuestas. Además, conviene sospechar tanto de las biografías perentorias, como de aquellas en las que el autor sumerge a su sujeto en las repugnantes invasiones de su propio ego. Nada de eso en este caso. El recorrido de Sylvie Braibant procede constantemente de un infinito respeto hacia Elisabeth y no afirma nada que no esté demostrado con exactitud. Eso no significa que la autora esté ausente, sino que avanza a cara descubierta; y uno de los atractivos de este hermoso libro es que nos hace entrever los procedimientos de una joven en busca de otra por la que siente una fascinación evidente; es que nos da a entender este extraño diálogo en que las respuestas de la muerta acerca del pasado suscitan el cuestionamiento de la viva sobre el presente. Lejos de ser –como tantos otros biógrafos– el juez de instrucción de un destino, Sylvie Braibant, con una intuición rara, supo ser su compañera de ruta. Su libro sumamente sensible también nos habla de los aromas del bosque ruso, de la perfecta geometría petersburguesa, de los cielos siberianos, de los vestidos negros de Elisabeth, sobre los cuales tanto se destacaba su bufanda roja con franjas doradas.

La autora nos dice que, en Rusia, Elisabeth Dmitrieff, durante largo tiempo reverenciada, se encuentra hoy envuelta en el descrédito que se les profesa a los hombrecillos grises que hicieron del sueño revolucionario una pesadilla. Sin duda, su libro llega demasiado temprano para una rehabilitación. Pero, al cerrar su apasionante y emotiva biografía, sabemos que esta mujer, considerada indigna a los ojos de quienes fueron sucesivamente los suyos, definitivamente es una de las nuestras.

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Presentación a la edición castellana del libro, por Néstor Augusto López

Elisabeth Dmitrieff fue prácticamente ignorada por la historiografía republicana francesa y también desaparecida para la “soviética”.

Para unos, porque siendo rusa tuvo una destacada actuación en la Comuna de París, sumando esfuerzos por llevar adelante una revolución internacionalista, antiestatal y anticapitalista. ¿Pero…? ¿Por qué Dmitrieff fue ignorada por el gobierno que surge de la revolución rusa? Es uno de los interrogantes que se destaca del libro de Sylvie Braibant.

Otro interrogante es ¿qué discutía con Marx?

Y en medio de una pandemia que conmueve al mundo; de una brutal crisis del capitalismo que está llevando a cabo un verdadero genocidio por hambre y miseria a millares de seres humanos y hasta la destrucción del planeta tierra, cabe preguntarse, ¿por qué tiene sentido volver a dar a luz un libro sobre Elisabeth Dmitrieff, ahora traducido al español?

Una búsqueda ardua

No existe, en Rusia, ninguna calle, ninguna placa, ningún libro o artículo que mencione el nombre de Elisabeth. Sólo Riazánov, director del Instituto Marx-Engels de Moscú, intentó a fines de 1926 iniciar una investigación. Publicó avisos en diarios para que se presentaran testigos. Nadie respondió. Cuatro años después fue detenido por la GPU, despedido, sometido a la farsa de los juicios de Moscú y finalmente fusilado en 1937. Otros intentos de rescatar a Elisabeth también fracasaron.

La autora del presente libro, Sylvie Braibant, debió realizar un trabajo de investigación profunda superando fronteras, buscando fuentes en Francia y Rusia, llegando hasta la lejana aldea de Vólok, donde descubrió que, por iniciativa de los vecinos, hay un pequeño museo dedicado a Elisabeth. Desde allí, Sylvie corre el velo que tapaba la enorme labor revolucionaria que Elisabeth Dmitrieff llevó a cabo en La Comuna de París. Sorteó el muro del silencio buscando recuerdos y testimonios orales, de viejos pobladores de la aldea natal. Así dio a luz hace 24 años este libro en Francia.

Marx y Dmitrieff

Sola, con veinte impulsivos años, Dmitrieff llegó a Londres desde Ginebra, donde llevaba viviendo dos años y participando en las reuniones y actos de revolucionarios, como también de la Primera Internacional, en esa época orientada por Marx.

Se dirigió directamente a la casa de Marx, llevando una carta de presentación escrita por Nikolái Outine. Marx, que estaba estudiando las particularidades de Rusia, se encontró con la oportunidad de tener una interlocutora directa conocedora del proceso de lucha de intelectuales y campesinos contra el zarismo. Se inició una relación diaria de coincidencias, admiración y diferencias. Un diálogo que duró tres meses. A veces se sumaba Engels.

¿Cuál era el motivo de estas conversaciones? El misterio se revela mediante una carta transcripta por Braibant que Elisabeth le escribe a Marx por las desavenencias acerca del rol de las comunas campesinas rusas en un futuro proceso revolucionario. Fue a Londres a discutir con Marx comisionada por Chernishevsky, socialista ruso de San Petersburgo famoso por haber escrito un libro llamado ¿Qué hacer? que fuera ampliamente aceptado por la juventud rusa, aunque admirador de las ideas económicas y sociales de Marx, no coincidía en que la revolución debería ser obrera y en la que deberían tener un papel secundario los campesinos y sus comunas. Esta discusión se interrumpió después de tres meses por la irrupción, el 18 de marzo de 1871 de la Comuna de París. Marx le pidió a Elisabeth que viajara a Francia como corresponsal de la Internacional. Ella partió y excedió ese rol, se sumó a las comuneras como una más.

La discusión sobre las comunas campesinas rusas con Marx se saldaría 11 años después con la respuesta que éste hizo a Vera Zasúlich, donde dice: “me ha convencido de que esta comuna es el punto de apoyo de la regeneración social en Rusia”. Esto significaba una crítica al materialismo histórico determinista, además lo hizo público en la introducción de una reedición del Manifiesto Comunista,[1] fechada el 21 de enero de 1882, donde Marx escribe:

"La única respuesta hoy posible a esta pregunta [sobre el rol de las comunas campesinas] es la siguiente: si la revolución rusa es la señal de una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen entre sí, entonces la actual propiedad común de la tierra en Rusia puede servir de punto de partida para una evolución Comunista".[2]

La noche en que Lenin patinó sobre el Neva congelado

El 18 de enero de 1918, a las 12 de la noche, se abrió el portón principal del Palacio de Invierno y apareció un hombre de baja estatura, con sobretodo negro. Llevaba en la cabeza el ushanka –el típico gorro de piel ruso– y los pies calzados con patines para el hielo. Comenzó a deslizarse sobre la explanada y luego se desplazó sobre el río Neva. Los guardias atónitos lo seguían para protegerlo y no podían explicarse aquella conducta. Luego regresó sano y salvo al Palacio sin dar razones.

Nos cuenta Sylvie Braibant que:

"Vladímir Ilich Uliánov llamado Lenin dijo: “¡Hoy 18 de enero, nuestra revolución ha durado un día más que La Comuna de París!”. Este hombre siente que ese día, número 74 de la Revolución Bolchevique le provoca una alegría infantil. Una versión menos romántica (y más probable) de la anécdota muestra al mismo Lenin rebosante de determinación en la galería del Palacio Tauride en Petrogrado:

“¡Camaradas! en nombre del Consejo de Comisarios del Pueblo, debo presentarles nuestro informe de actividad después de dos meses y quince días desde el establecimiento en Rusia del gobierno de los sóviets... Tres días más de existencia que el poder anterior de los trabajadores... Después de dos meses y doce días, la Comuna de París instalada por el proletariado parisino cayó bajo el fuego del ejército francés. Las condiciones en las que nos encontramos hoy son mucho más favorables.”[3]

Y Sylvie agrega:

“Los bolcheviques y parte de sus herederos tuvieron no setenta y cuatro días, sino setenta y cuatro años. En marzo de 1991, el aniversario de la Comuna (ciento veinte) se celebró en Rusia una vez más (discretamente), y probablemente por última vez”.[4]

Lenin está exponiendo una comparación por cantidad de tiempo, cuando lo importante es comparar por la orientación y preguntarse: ¿La Comuna y la Revolución iban en la misma dirección? Como todo proceso humano en el capitalismo donde el antagonismo es parte constitutiva, las revoluciones, las insurrecciones, la propia Comuna, se desenvuelven teniendo en su seno situaciones autoantagónicas, y pueden tomar caminos y direcciones opuestas, por sobre las palabras que se les designen.

La Comuna de París en los hechos fue una revolución. Una búsqueda y un hacer desde el objetivo a lograr la [auto]determinación y la dignidad humana,[5] como afirmaba Marx en El trabajo alienado, un inicio de democracia directa que, al ser profundamente anticapitalista, antiestatal, e internacionalista se contraponía a toda la burocracia estatal así como al monopolio de las armas como institución.

La Comuna disolvió el ejército y la policía estatal. La Guardia Nacional durante la Comuna devino en una milicia ciudadana donde participaban tanto hombres como mujeres, por eso fue la brigada femenina la que defendió a mano armada la última barricada.

La Comuna se negaba a ser la capital de una república. Tenía en su horizonte la organización de federaciones de comunas autónomas sin fronteras nacionales, sin nacionalismos y puso en práctica aquello de “somos ciudadanos del mundo”, por eso no hubo distinción entre comuneros, ya fueran rusos, húngaros, italianos, franceses, etc., se consideraban ciudadanos del mundo. Todo se consultaba en la base, mediante asambleas de barrio, y todo funcionario podía ser destituido por ese mismo medio. Fue una orientación en dirección opuesta a la que tomó la Revolución rusa.

La revolución rusa no fue ajena a la existencia de procesos autoantagónicos. Las formas a veces indican la dirección que un proceso tomará en el futuro. Por ejemplo, desde el vamos designan un gobierno sin asamblea alguna de los soviets, integrado sólo por miembros del partido bolchevique nombrados en el Palacio Smolny, sede del partido bolchevique, alejado 5 km de donde funcionaba el sóviet en Petrogrado. Trotsky así nos lo informa:

"Estamos reunidos unos cuantos miembros del Comité central, Una sesión fugaz en el rincón de una sala.

–¿Y cómo vamos a llamarlo? [al gobierno]–exclamó Lenin, reflexionando en voz alta–. Todo menos ministros, que es un nombre repugnante y gastado.

–¿Por qué no comisarios? –intervine yo–, Lo malo es que hay ya demasiado comisarios.[6] Pero podríamos poner ‘altos comisarios’. Aunque no: eso de ‘altos’ suena mal. Digamos ‘comisarios del pueblo’.

–¿Comisarios del pueblo? Sí, no está mal –asintió Lenin–. ¿Y al gobierno, en conjunto?

–Sóviet, naturalmente, sóviet..., El “sóviet de los comisarios del pueblo” me parece que queda bien.

–Sí –repitió Lenin–: el “Sóviet de los comisarios del pueblo”. ¡Magnífico! ¡Esto huele formidablemente a revolución...!”

Esta acción significaba borrar con el codo aquella consigna que venía levantando el propio partido bolchevique desde abril de 1917: “Todo el poder a los sóviets”.[7]

Semanas sangrientas en París y en Kronstadt

París llevaba cinco meses cercada por el ejército alemán que había derrotado a las tropas francesas del Emperador Napoleón III. Thiers, el gobernante republicano huye a Versalles. Abandona a París. Allí se reúne con Bismarck, comandante de las tropas prusianas y pactaron reconquistar París y terminar con la Comuna. Para ello Bismarck le devolvió todos los prisioneros de guerra, casi 100.000, con las armas, cañones, ametralladoras, etcétera. Con esta fuerza, más el reclutamiento de algunos campesinos, y ahora con la alianza del ejército alemán, se inició la campaña más sangrienta que se conozca de la era republicana, en la cual el ejército masacra a los comuneros.

Elisabeth Dmitrieff impulsa la actividad de las comuneras en la defensa de París. Las incendiarias cumplen un rol muy importante al combatir con fuego al ejército invasor y además se suman con armas en mano al frente de batalla en las barricadas. Elisabeth es vista al frente de un destacamento en la barricada con su típico vestido negro, un sombrero con cintas rojas como sus pañuelos y bandoleras, a la cintura lleva dos revólveres, el destacamento íntegramente formado por mujeres se suma a la lucha hasta que son aniquiladas, muy pocas sobreviven.

Unos 40.000 hombres, mujeres y niños fueron fusilados; otros, encarcelados y otros deportados a Nueva Caledonia. Una semana llamada Semana Sangrienta, coronó la “hazaña” de dos ejércitos, el republicano de “la igualdad, fraternidad y libertad” y el alemán a la retaguardia, masacraron con saña al pueblo.

Exactamente cincuenta años después, en febrero de 1921, otra masacre enlutó a toda la humanidad. El ejército bolchevique, que comandaba Trotsky con Lenin en el gobierno, ante un movimiento insumiso, que exigía entre otras cosas el funcionamiento del sóviet de la isla de Kronstadt, base de marineros y pueblo revolucionario, inició una represión que terminó con el saldo de 10.000 muertos, heridos, exiliados en Finlandia.

La más fructífera revolución

El libro de Braibant nos sugiere algunas preguntas importantes para la teoría del cambio social y, tal vez sin proponérselo, nos da claves para abordarlas, investigarlas y desarrollarlas. ¿Por qué podemos decir que la Comuna fue una verdadera revolución anticapitalista?

En La Comuna había unos pocos que se reconocían partidarios y amigos personales de Marx. Uno de ellos, Léo Frankel, le escribió a Marx una carta el 30 de marzo de 1871 en la que decía:

"Si pudiéramos provocar un cambio radical en las relaciones sociales, la revolución del 18 de marzo sería la más fructífera de las revoluciones que la historia haya registrado hasta ahora…"[8]

Obviamente, tanto Marx como Frankel consideraban que la revolución es un cambio de relaciones sociales, que instala la propiedad colectiva de los medios de producción, que desarrolla la autodeterminación social, la dignidad humana, la producción sin trabajo alienado que produzca mercancías y que tenga el objetivo de cubrir necesidades humanas, sin buscar enriquecer constantemente a la burguesía. Fundamentalmente, ansiaba basarse en la autogobernación, en la autoorganización, sin instituciones jerárquicas, construyendo una democracia directa en horizontalidad. En la Comuna, estas líneas estaban en el horizonte.

No quiere decir que, en el propio proceso revolucionario, no hubiera tensiones, actitudes jerárquicas, heredadas de la práctica anterior e inclusive del estado de guerra, ya que las fuerzas de defensa eran milicias. Pero la orientación era la construcción de relaciones sociales de reconocimiento mutuo, sin la opresión propia del trabajo alienado.

En Rusia, el poder estuvo desde el comienzo en manos del partido bolchevique, que orientándose en un camino opuesto, fue desarrollando un capitalismo de Estado en el que se producía a través del trabajo alienado, mediante la explotación al trabajador, profundizando las jerarquías en la producción, con salarios diferenciados para los técnicos que venían a aplicar el taylorismo-fordismo. El poder fortaleció al Estado y terminó en la más feroz dictadura. No sólo masacró en Kronstand, sino que terminó con las comunas campesinas que, según Marx, la “propiedad común de la tierra en Rusia puede servir de punto de partida para una evolución Comunista”.

La Comuna hoy

El libro rescata la figura de Elisabeth Dmitrieff y además se pregunta por la proyección de la Comuna hoy.

Después de casi 100 años de vigencia de la teoría Estado Céntrica de las revoluciones, que señala que el único camino correcto para triunfar es el de la toma del poder estatal por el partido, constatamos que por este camino no se triunfó, no se llegó a la desaparición del capitalismo, es más devino del estatal al privado.

Por otro lado, vemos que toda lucha insumisa que, como un fantasma, recorre el mundo con todas las diferencias que en cada particularidad adopte, hay líneas generales comunes del camino comunal, de la autoorganización, de la horizontalidad en un proceso también autocontradictorio, pero antijerárquico. Los zapatistas en Chiapas con 27 años de existencia, y el movimiento kurdo de la zona de Rojava, son las experiencias vivas. Pero hay rasgos de destellos de comunalidad en cada lucha. Hay un renacer de continuidad con la experiencia de la Comuna de París con el ejemplo de sus mujeres destacadas como Louise Michel, André Leo, Elisabeth Dmitrieff, pero y fundamentalmente de miles y miles de mujeres anónimas y de niños masacrados sin piedad alguna, con saña y odio de clase en la Semana Sangrienta. La rebelión femenina era imperdonable para los republicanos.

Sylvie Braibant seguramente ha logrado el objetivo de destacar el rol femenino, central en la Comuna de París.

Nada queda ni se reproduce en el Estado ruso, ni del chino, ni del heroico Vietnam, ni de la Cuba revolucionaria, etc. Sus fracasos sólo generan una añoranza deprimente.

Las resistencias insumisas no se detienen

Pero la necesidad de la revolución social internacional orientada hacia lograr un eterno fluir de relaciones sociales de cooperación, de autodeterminación, de dignidad, es más necesaria y urgente que nunca para evitar la destrucción de la humanidad y del planeta a la que nos está llevando el capitalismo. Y la destacamos en todos los movimientos insumisos desde el mayo del 68, pasando por el Ni una menos; el Que se vayan todos de los movimientos piqueteros y las asambleas populares del 2001 argentino, las rebeliones del 2011, la Comuna de Oaxaca; el Quiero respirar de Georg en EE.UU., hasta los chalecos amarillos, etc., etc.

 

 

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Elisabeth Dmitrieff Comunera, aristócrata e incendiaria

Sylvie Braibant

Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2021, 272 páginas

ISBN: 978-987-1505-71-5

$ 1600

 

Elisabeth Dmitrieff aristocrate & pétroleuse

Sylvie Braibant

© 1993 Belfond

 


[1] Marx, Karl: El Manifiesto Comunista, nueva traducción, de Miguel Vedda, págs. 78/79. Ediciones Herramienta 2008, Buenos Aires

[2] Ibid., p. 90. Las bastardillas son mías.

[3]  Cf. infra, pp. 133 y s.

[4]  Ibíd., p. 134.

[5] Marx, Karl, Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Traducción y notas: Fernanda Aren, Silvina Rotemberg y Miguel Vedda. Colihue Clásica, pág.118. Buenos aires 2008.

[6]  La palabra “comisarios” está mal traducida, en realidad significaba “comisionados”. Hay que preguntarse quién los comisionaba.

[7] (Trotsky, León, Mi Vida. Buenos Aires, Ediciones del Siglo, 1972, 351 y ss.; cf. también Bogotá, Ediciones Antídoto/precursora,1979 (impreso en Argentina), pp. 261 y s.

[8]  Cf. infra, p. 151. Las bastardillas son mías

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