¿Quién hizo sonar nuevamente
el viejo tambor destemplado?
¿Quién fue que arrimó los barriles
que aguantan el nuevo tablado?
Rascá
la cáscara.
Jorge Lazaroff, Baile de máscaras
En Uruguay es usual hablar del “carnaval electoral” para referirse al espectáculo mediático e incluso al ritual que regularmente aparece y moviliza las energías de la sociedad. Desganada, escéptica, incluso indignada ante tanta mentira descarada... pero la moviliza, captura su atención, logra renovar por un tiempo más el crédito que la sociedad concede al sistema político metiendo de nuevo en el paquete, refinanciando, las promesas incumplidas, aceptando ridículas excusas para justificar los incumplimientos. En El país de la cola paja (1960) Mario Benedetti señala que el humor irónico y cínico característico del uruguayo es una forma de mostrar y mostrarse a sí mismo que no ha sido engañado, mientras acepta ser engañado. De alguna forma el carnaval electoral renueva el mito del “como si” del régimen político democrático burgués. Como si se discutiesen los problemas del país, como si los integrantes de cada comparsa realmente creyesen en la letra que recitan, como si hubiese habido un cambio desde el carnaval pasado o si nos esperase otra cosa en el futuro que no sea un nuevo desfile de carnaval. La competencia por la mejor forma de la representación desplaza a la disputa sobre contenidos, porque al fin de cuentas todos sabemos que no hay verdadero contenido.
Representantes/representación. Como apunta George Balandier en El poder en escenas, la representación del poder evidencia el poder de la representación, exorciza la carga del conflicto social, la evanece y trasfiere al escenario periódico murguero la rebeldía permitida y la protesta social para que haga su catarsis. Luego todo podrá seguir igual un tiempo más, pero nos habremos burlado de quienes se burlan de nosotros porque como decía Machado: “cuando dos gitanos hablan / se mienten pero no se engañan”.
Es posible, si le creemos a Carlos Real de Azúa (ver por ejemplo Uruguay, ¿una sociedad amortiguadora?, 1973), que la causa última de la “democracia uruguaya” que tanto asombra al mundo sea la debilidad estructural de base de los actores sociales, no más civilizados que sus similares en la Latinoamérica convulsionada, pero que no les da el cuero para otra cosa. Ninguno de los dos polos (burguesía/proletariado) tiene en Uruguay fuerza suficiente como para un ataque frontal contra el otro: La “coexistencia pacífica” democrática viene a ser un “plan B” dictado por esa debilidad que deriva de la particular de la implantación del modo de producción capitalista (“capitalismo sin sector I”) en esta formación social que nace ya como “estado tapón”.
Estas de 2009 son las elecciones al final del primer período de gobierno de una fuerza de izquierda en toda la historia uruguaya: o sea, ha llegado la hora de rendir dos cuentas diferentes. Del gobierno del Frente Amplio ante la ciudadanía, y de la izquierda uruguaya ante sí misma.
“Hermano, no te vayas. Ha nacido una esperanza”, fue una de las consignas del Frente Amplio en su fundación en 1971. El Uruguay es un país de emigración. La débil implantación capitalista y su condición de periferia de periferia ha encontrado también esa forma autodestructiva de amortizar el conflicto social, motivando a salir además a los elementos más activos, mejor preparados, e incluso más peligrosos de la clase trabajadora. El Frente Amplio del 71 quería ofrecer una alternativa de esperanza para ese pueblo sin esperanzas. La esperanza en un “cambio de estructuras” -según el lenguaje de los ’60- que permitiese atender a las necesidades más urgentes de los sectores populares y abriese el camino hacia la construcción de una sociedad de justicia e igualdad.
Era un Frente que nacía con muchísimos defectos. Su conducción mayoritaria se inclinaba a la conciliación de clases, su estrategia buscaba un desarrollo capitalista que significase alguna mejora para los explotados por medio de una alianza con una supuesta e inexistente “burguesía nacional”, su táctica se centraba en la acumulación electoral, ofrecer al pueblo una opción institucional que lo apartase de la tentación del levantamiento violento. Pero pese a todo ello, estaba muy permeado por el medio en que crecía, la combatividad de la militancia social, el espíritu de la época de la Revolución Cubana y el Mayo Francés, la radicalización de los sectores populares. De modo que su programa recogía medidas avanzadas que cuestionaban al orden social imperante, y tenía una política antiimperialista.
¿Qué ha quedado de esa esperanza fundacional? La salida de la dictadura vio una izquierda en que la derrota había calado internamente, y que se plantea abiertamente jugar el papel de co-gestor del capitalismo. La transición no fue instantánea, duró aproximadamente dos décadas, y el viraje se completó en el 2002 cuando se precipita la crisis financiero-bancaria. La izquierda había crecido mucho en términos institucionales (40% del Parlamento, Intendencia de Montevideo), y había rebajado más y más su programa político. En ese momento la conducción frentista aprovecha para ofrecer garantías al poder burgués conteniendo al movimiento popular y avalando la política del gobierno. Sobrevino entonces el relevo y el gobierno de Tabaré Vázquez, que veremos más detenidamente. ¿Y hoy?
Nuestra tesis es también que la parodia necesaria para la renovación de los créditos políticos cobra hoy la forma de la representación de un conflicto aparente entre “dos izquierdas” dentro del Frente Amplio, como si hubiese una evolución interna de la izquierda en el poder. También aquí podríamos traer a colación una imagen de otro cantautor uruguayo.
“Y todo así, siempre sucesivamente
Cada sueño habría las puertas del siguiente
Como un espejo que refleja otro espejo…”
Leo Masliah, Balada del Pocho Martínez
Esa Balada termina con una “tragedia graciosa”, el Pocho Martínez demora tanto en despertar de sus sucesivos sueños que cuando al final despierta del todo entra en el “sueño definitivo”.
Por último, resulta especialmente doloroso hablar hoy desde un país que en su momento tuvo un pensamiento social rico y creativo, y que hoy muestra un panorama tan desolador en ese rubro. Es otra de las cosas que han resultado de la sucesión dictadura militar –> neoliberalismo “democrático” –> izquierda en el gobierno.
El pensamiento miserable
La escena política tiene hoy la virtud de desnudar la involución ideológica y cultural de las últimas décadas, no solo en el ambiente político, también en el pensamiento popular y en los “cientistas sociales”. Esto puede verse si tratamos de abordar ese problema teórico que se conoce en el marxismo como “el papel del individuo en la Historia”.
Decíamos hace diez años en Alfaguara Nº 22 (“Mejores caciques eran los indios”):
Los partidos de izquierda histórica de este país se denominaron a sí mismos “partidos de ideas” diferenciándose de los partidos tradicionales que han sido en su fundación -y siguen siendo- partidos de caudillos. Hemos rechazado siempre la esencia y estilo de organizar una corriente política a partir de un liderazgo personal, reivindicando por el contrario que las corrientes políticas son primero corrientes de ideas y acciones colectivas, y los liderazgos son secundarios, incluso prescindibles. Dentro de las tradiciones políticas y culturales ha sido siempre el pensamiento conservador y reaccionario el que ha sobredimensionado el papel de los líderes, el verticalismo, la disciplina, la unidad monolítica, el acatamiento. Y el pensamiento progresista en su acepción más amplia, es el que ha privilegiado la igualdad, los vínculos horizontales, la libertad de disenso, el respeto a las minorías, la pluralidad. Quienes en la vida política hacen pasar todo por caciques, conflicto entre caciques, elección de caciques, son los reaccionarios. Los progresistas siempre estuvimos con los indios,
Nada más lejos de eso que esta “izquierda” y esta “ciencia social” de hoy que solo piensa en caciques. El marco conceptual implícito en todos los seguimientos de la campaña electoral y en toda la conducta partidaria es el pensamiento social reaccionario que además se ha naturalizado, se lo da por evidente. No hay nada más que la disputa entre los candidatos en tanto tales.
Para los “analistas políticos” ya no hay por qués ni para qués, en vez de análisis y relación causal hay tautología y descripción. Ya no emulan al comentarista deportivo, ni siquiera al relator, sino al panel electrónico del Estadio: se limitan a anunciar los tantos, y que los tantos se expliquen por sí mismos. Miseria de la filosofía señaló Marx una vez. Hoy podemos agregar varias “ías” de pensamiento miserable.
Pero en esta mente en blanco hay un pensamiento implícito, la vuelta a la interpretación carlyliana de la historia (Thomas Carlyle, Los héroes) como sucesión de “grandes hombres”, o peor, a la historia palaciega, sucesión de reyes, y si hay guerras es porque varios quieren ser rey al mismo tiempo.
Pero lo que realmente importa es que esta forma de pensar es manifestación de una involución política y cultural, síntoma a su vez de la decadencia y el colapso intelectual y moral de la vieja izquierda. Porque la izquierda de los sesenta-setenta, que supo tener un proyecto histórico explícito, vino acompañada de un pensamiento social muy diferente.
Esta decadencia conceptual abarca a muchos. Veamos por ejemplo Raúl Zibechi en “La mimetización de la izquierda” (La Jornada, 19/12/08), cuando acababa de ocurrir el Congreso del Frente Amplio (diciembre de 2008) que proclamó la candidatura del ex–guerrillero José Mujica dejando en tercer lugar al ex–ministro de Economía del gobierno de Tabaré Vázquez, Danilo Astori, que supuestamente debería ser el delfín designado por el dedo presidencial.
... se trata de dos concepciones opuestas que dividen a la izquierda. Quienes defienden una fuerza integrada por militantes y comités de base... básicamente tupamaros y comunistas, [y... ] quienes apuestan al votante anónimo como sujeto de la política... Los primeros se sitúan más a la izquierda, representan a los sectores populares y a los trabajadores manuales... El sector más socialdemócrata recluta sus seguidores entre las clases medias y los empresarios.... Hasta ahora, ambas culturas pudieron convivir en gran medida gracias al carisma de Vázquez...
Esto es lo más que podemos encontrar en materia de análisis político hoy día. Y llama la atención cuando recordamos que Raúl Zibechi es un verdadero investigador social que analizó el papel del Partido Comunista Uruguayo no como “representante” de los trabajadores sino como su regimentador político dentro del marco capitalista. Este fue un planteo muy marcado en su producción anterior (por ejemplo La mirada horizontal). También es cierto que hay allí sí una continuidad en su pensamiento al ver a la concepción organizacional como madre y no hija de la política concreta; en este caso parecería ser que la contradicción básica es entre dos formas partidarias distintas. Sin embargo también en eso las cosas han cambiado. Antes para Zibechi la revolución social partía de una concepción organizacional autonomista inspirada en el Zapatismo (Los arroyos cuando bajan). Pero como nada de eso hay ya en escena él también debe tomar un Plan B, y lo que era su bestia negra, el verticalismo de corte estalinista que reproduce el poder burgués, aparece allí siendo hoy lo menos malo frente a lo peor, la izquierda tecnocrática asimilada.
Pero sigue sin haber una explicación de por qué pasó esto. Hemos traído a cuento este pasaje porque como dijimos, queda allí aún un resabio de análisis, y además para empezar por la perla de ese texto: “el carisma de Tabaré Vázquez”. Es un ejemplo de pensamiento escénico o impresionista, tomar lo aparente por real. Aún si fuese cierto, ¿por qué ese “carisma” ya no existe y Tabaré es hoy un muerto político?
Vamos a ver el misterio de la “magia” de la corta monarquía del cacique Tabaré partiendo de su base material: la teta del Estado y la administración de su ordeñe. Porque, como dice Le Corbusier: “Hay que decir siempre lo que se ve. Pero sobre todo siempre hay que (y eso ya es más difícil) ver lo que se ve”.
Tabaré Vázquez y la burocracia frentista
Hablemos entonces de ese tema que no existe: el carisma de Tabaré Vázquez. Hace algún tiempo se publicaron unos cuantos libros sobre él, pero todos sabemos que Tabaré Vázquez no existe. Lo que queremos decir es que en general no existen los dirigentes políticos, menos en Uruguay hoy, en el sentido de que no son el deus ex machina de la política. Las cabezas políticas visibles son casi siempre fabricadas por las agencias de maquillaje y escenografía de la política, redactores de discursos, asesores de imagen, directores de campaña y recaudadores. Y todo ese dispositivo depende de fuentes de financiación, centros de decisión, negociación, intermediación y usinas de ideas, que remiten siempre a un lugar social: la lucha de clases. Lo que importa entonces es mirar esa “fábrica de dirigentes”. Los dirigentes son la forma antropomórfica en que se presentan los sectores sociales en disputa en la escena política, donde, como decía El Principito, “lo esencial es invisible a los ojos”. Tabaré no existe, fue inventado.
¿A qué sector social responde? Nuestro planteo es que Tabaré Vázquez es una figura puesta allí por la burocracia política frentista, que es una versión actualizada de la burocracia político-estatal de este país, que nunca fue un estamento social autónomo y autodefinido, una clase social en sentido estricto, sino un estamento de gestión del poder por cuenta de otro sector social, un dispositivo funcional diferenciado en la lucha de clases porque y en cuanto ha sido necesario disponer de un actor de presentación –”frente” también en sentido de fachada- y administración. Les ha sido necesario. A las clases sociales dominantes.
Vamos a desarrollar este concepto. Pero primero prestemos atención al Frente Amplio como fenómeno social. Demos un vistazo a los Comités de Base de la periferia de Montevideo. Comenzando por aclarar algo acerca de eso. Cuando el Frente Amplio nació a principios de los setenta, nacieron casi espontáneamente los Comités de Base. El Frente siempre fue algo más que un simple frente político entre distintos partidos al estilo de los frentes populares, se aproximó más a aquello que la Tercera Internacional de los primeros congresos llamó frente único por la base. Los comités de base fueron organismos de base comunes a toda la coalición política, que además de “mezclar” las bases de sus distintos partidos constitutivos incluía además a una gran masa, incluso mayoritaria en muchos momentos, de militantes no sectorizados que no pertenecían a ninguno de ellos, los llamados “independientes” o “frenteamplistas de a pie”. Esa particularidad dio al Frente Amplio una riqueza política singular que permitió retener abajo una parte del poder de decisión, no mucha. Pues bien, ese fenómeno ya no existe. Cuando Zibechi se refiere a esa red de comités de base como parte de un modelo organizativo específico (en pugna con otro), está hablando en todo caso del pasado, de un tipo organizativo que ha sido desplazado por otro, una pugna ya resuelta. Porque hoy los comités se han reducido, secado y perdido toda autonomía y poder de decisión que, aún parcial, alguna vez tuvieron.
Pese a lo cual, sirve visitarlos hoy tal como existen, de la misma forma en que se analiza un fósil para comprender al organismo vivo. Veremos allí una población de pobrerío. Trabajadores humildes, amas de casa, jubilados, cuentapropistas. Los cargos son ocupados por gente un poco más estable, empleados públicos o estudiantes. En la Coordinadora encima del Comité encontramos algún pequeño comerciante, profesionales, funcionarios de carrera. A medida que subamos por el aparato subiremos también en la escala social hacia los sectores medios, que están imbricados con el estado. En un país de pobre desarrollo capitalista toda la actividad económica importante y los servicios giran en torno al Estado, dependen o son ejercidos directamente por éste.
El Frente Amplio es un fenómeno clasista complejo, tiene dos bases sociales. Su base social electoral y de referencia es el pobrerío del país, los trabajadores asalariados, trabajadores independientes, desocupados. Pero la base social de su aparato político son los sectores medios que tienen su centro en una articulación entre la pequeño-burguesía y la burocracia estatal, fenómeno corriente en el capitalismo moderno pero que en Uruguay es primordial por esa forma particular de implantación del capitalismo en nuestra formación social a la que hicimos referencia, que determina el papel tutelar del estado.
No siempre fue así. En sus orígenes el Frente no tuvo amplio predicamento en el pobrerío. Lo tenía sí entre los trabajadores organizados (una parte de los trabajadores, ya que en Uruguay el nivel de sindicalización es bajo), los modernos sectores medios y la intelectualidad. La transformación del Frente en un fenómeno popular es reciente (unos quince años) y va acompañada de una transformación interna de reflejo: el populismo. Estamos hablando de “populismo” en un sentido muy lavado y tenue si lo hacemos en términos de América Latina, donde ese término tiene una historia muy fuerte: Pero con eso alcanza para aterrorizar al pensamiento liberal burgués, que también es el pensamiento de la misma izquierda socialdemócrata frenteamplista. Por eso la interna frentista vive el populismo con una relación amor-odio.
Veremos ahora el tema de la burocracia político-estatal de gestión. En nuestra historia ha habido tres estamentos sucesivos de gestión político-estatal capitalista, tres versiones de “clase política”. En el Siglo XIX fue el “patriciado”, que era un estamento derivado de sectores pobres de terratenientes que se diferencia para la administración política y cultural del país. En el Siglo XX fue la burocracia batllista (constituida en el ciclo de José Batlle y Ordóñez), un sector que imbrica burocracia estatal, profesionales, intelectuales, sectores de burguesía media y agentes del capital. El batllismo formó un “colchón” de sectores medios y un aparato estatal hipertrofiado para compensar la debilidad de la burguesía uruguaya. Ese conglomerado social dio una impronta ideológica y cultural al país y tuvo su expresión político-partidaria en un partido monopólico clientelístico (el Partido Colorado, que venía de antes pero fue fuertemente modificado por Batlle y Ordóñez) que desarrolla “punteros” políticos hacia los sectores populares (el “Club Político” de Batlle y Ordóñez). Ahora, el Siglo XXI ve nacer un nuevo formato de clase política. Al comenzar el siglo termina de colapsar el centro del sistema batllista por la crisis de la política neoliberal que lo arrastra: En ese momento son los punteros socialdemócratas quienes heredan la función de sus precedentes batllistas, y reproducen de afuera hacia adentro un aparato político similar. La burocracia político-partidaria previa de la izquierda, la burocracia sindical, la burocracia cultural, la pequeño-burguesía de las profesiones liberales y los negocios para-estatales, las ONGs, los funcionarios de medios de comunicación, todo un magma burocrático y pequeño-burgués (que cumplía la función de sostener una política reformista de base popular que actuase dentro de los marcos del “estado de bienestar” de tipo batllista) , se ha visto a partir de la crisis del 2002 como el mayordomo que debe administrar la casa del amo mientras éste está enfermo. Por supuesto que no se inclinó en esa emergencia por alentar la rebeldía popular, por contrario se ocupó de contenerla y dar pruebas de su “responsabilidad” ante las clases dominantes, en ese momento en que el aparato político de representación tradicional de esas clases (los partidos burgueses tradicionales Colorado y Nacional) podía quedar desbordado. Así se propició el relevo pacífico de 2004 que llevó al gobierno de Tabaré Vázquez.
Esa es la burocracia frentista en sentido histórico, producto de la llegada del Frente al gobierno, y también en sentido funcional, porque es frente o fachada del poder burgués ante la sociedad y sectores populares.
En la dualidad social frenteamplista señalada hay dos conglomerados sociales con necesidades programáticas divergentes. Si queremos entender al Frente debemos entender esa realidad.
Para los sectores populares la necesidad es subvertir y superar el modo capitalista de producción.
Para los sectores medios importa el aprovechamiento de los espacios de intermediación y pequeña gestión que puedan desarrollarse dentro del propio sistema en tanto tenga continuidad y no colapse.
Un interés revolucionario de los que no tienen nada para perder, y un interés contrarrevolucionario de los que tienen todo para perder. Cómo se imbricaron la derrota de unos y el oportunismo de otros, y cómo se montó en esa coyuntura el proyecto de gobierno frentista y Tabaré como vocero de ese sector social es algo que analizaremos recurriendo a ese pensamiento social que una vez tuvo tener este país. La figura intelectual a la que nos referimos más arriba, Carlos Real de Azúa, nos aportará parte de ese marco conceptual.
El aparato del estado como botín político
Nos hemos ocupado de presentar este tema complejo, donde la pérdida de hábitos de cultura política nos obliga a muchas explicaciones de conceptos. El significado político-social del primer gobierno frenteamplista y la era de Tabaré, la burocracia frentista y sus relaciones sociales externas e internas. Entremos a detallar su contenido.
Situémonos en la víspera de la llegada del Frente al gobierno, al completarse la transición del partido de la alternativa al partido de la alternancia. Tabaré fue el instrumento del proyecto político de un estamento social, una versión actualizada de la burocracia político-estatal de administración y presentación (front-end) del poder burgués. Esa versión se vehiculiza y se termina de construir a partir de ese proyecto político de gobierno. Para ello necesitó vender y que le comprasen tres productos políticos que formaban un paquete:
1. A los sectores populares subalternos, imponer la idea de que es preferible abandonar los proyectos de transformación radical en favor del cambio mínimo (ni siquiera el cambio “posible” sino absolutamente mínimo) que no “desestabilice” el sistema capitalista, y de que si se intentase otra cosa serían ellos, los sectores populares subalternos, los que llevarían las de perder.
2. Al bloque dominante, ofrecer una forma de control social más efectiva y eficiente que el modelo puramente represor y confrontativo del estilo político burgués tradicional: hay momentos delicados de la lucha de clases en que eso hubiese sido como querer apagar un incendio con nafta. Entonces, mejor controlar a la tribu desde adentro que seguir barriendo indios.
3. Y hacia adentro, hacia todo ese conglomerado burocrático y pequeño-burgués al que hicimos referencia, un disciplinamiento mínimo que supere las disputas internas y los problemas de “hambre atrasada”. Un padre de familia que reparta y ponga orden.
Era necesario además que tales productos fuesen comprados por esos tres clientes y los tres a la vez, para que la operación fuese posible. Comencemos por el último punto.
En un país de pobre desarrollo capitalista hay pocas posibilidades de empleo en la actividad privada para profesionales, técnicos, administradores; menos aún con recesión. Para esos sectores, apoderarse de la plantilla del estado es cuestión de vida o muerte. Sus intereses tienen un cierto grado de contradicción con la burguesía, que siempre quiere menos impuestos, abatir el gasto público, y más espacio para la empresa privada. Otro punto de fricción es su necesidad de construir una estructura asistencialista como aparato de control político y clientelístico sobre los sectores subalternos. Es por ello que la política frenteamplista, haciendo hincapié en esa fricción, presentó una apariencia socialdemócrata tenue, o social-liberal, que le permitió distinguirse del proyecto político crudamente neoliberal precedente de los partidos Colorado y Nacional. Pero además se necesitaba un control monopólico de la canilla presupuestal para contener las luchas internas. El gran jefe Tabaré y su brujo Danilo fueron el precio que la burocracia frentista estuvo dispuesta a bancar… por algún tiempo. Esa necesidad de una jefatura bonapartista explica el fenómeno de un “culto a la personalidad sin personalidad” hacia una persona tan mediocre y deslucida como Tabaré Vázquez, que para algunos es “carisma”. La clave de la jefatura autoritaria de Tabaré es simple: alguien tenía que tener la llave de la caja. Esa autoridad era muy importante para llegar, una vez arriba ya no lo es tanto y se puede abrir el juego. Costó un tiempo liberarse de ella, no por la gran habilidad política de Tabaré sino por lo contrario: su estrechez mental, su avaricia de poder y ser el primer creyente del culto a él. Pero el tiempo institucional le dio el tiro de gracia. Durante el primer tiempo de su gobierno Tabaré logró retener un control muy firme. Incluso hubo un intento de proclamar su reelección, pero en las condiciones de Uruguay eso era totalmente imposible. Cuando la necesidad de la sucesión se avizora, todo el aparato frentista le da la espalda. Esto es lo que tenemos para decir sobre el “carisma” de Tabaré y su agotamiento en el escenario interno del Frente Amplio.
Veamos ahora el afuera, su relación con los sectores populares subalternos. Para poder montar sobre la derrota sufrida por estos sectores una rendición disfrazada de triunfo (que es la realidad del gobierno de Frente Amplio) era necesario teñir el discurso reformista socialdemócrata de la izquierda con un matiz populista, al mismo tiempo que se lo desteñía más aún de contenido reformista. Como no se podía levantar un proyecto de transformación como mito movilizador, se optó por otra cosa. Se invistió a Tabaré con el rol de líder mágico, único capaz de conseguir el milagro del triunfo de la izquierda. El acceso al gobierno de la izquierda ya asimilada al poder fue un simple acto de recambio mecánico del staff superior de la administración manteniendo las mismas políticas, pero fue vestido de dramatismo representando un conflicto aparente, como si fuese un “hito” de nuestra historia. Lo fue, pero en el sentido de representación dramática de lo que “podría haber sido” y no en el sentido de realidad. Y como toda ilusión, puede ser vendida porque alguien desea comprarla. El deseo de los sectores populares tuvo aquí una satisfacción simbólica en vez de la satisfacción real. Esto fue posible porque la derrota de nuestra clase obrera ha sido muy profunda y extendida. De la misma forma en que se habían vaciado los comités frenteamplistas, también estaba en retroceso el grado de sindicalización, y más aún el de participación efectiva en los sindicatos. Y junto con esto hubo una serie de derrotas sucesivas, se profundizó el desmantelamiento industrial por la entrada de Uruguay en el Mercosur, etc. Es sobre esta derrota que se justificó el cambio mínimo, y se le dio el dramatismo de la representación de un cambio trascendental.
Cumplida la tarea, el hombre a cargo pagará el costo. Olvidarlo, votarle todo en contra, humillar al sucesor que quiso imponer (“cuándo manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar…”). Dado que Tabaré se hizo cargo, porque para eso estaba, del abandono desfachatado de todo el contenido transformador del programa de la izquierda histórica, no podía esperar otra cosa.
La clave para del ciclo de Tabaré es también la clave de su sucesión. No será la continuidad del gran jefe ni su recambio por el brujo, sino por el bufón de la corte, el que cumplía el rol de la rebeldía permitida dentro de la misma escena. Este es el papel que cumplió José Mujica durante toda la primer parte del gobierno de Tabaré, hasta que se lo llama a cumplir otro rol.
El populismo pasa de matiz a tono dominante, para seguir cumpliendo la misma función de catarsis de la rebeldía de los sectores populares. Llamaremos a esto populismo simbólico, para diferenciarlo de los populismos reales de la historia de América Latina, porque aquí, con tan poco pan para dar, no queda otra que dar más circo. Un estilo político que privilegia el reparto de bienes simbólicos, a diferencia de las políticas socialdemócratas o keynesianas que se ocuparon del reparto de bienes reales.
Pero antes de desarrollar este tema, debemos concluir con el balance de este primer período de gobierno del Frente Amplio.
El espejo electoral
El 28 de junio ocurrieron las elecciones internas simultáneas para elección de candidatos en todos los partidos políticos. A diferencia de las elecciones generales de octubre / noviembre, estas son de voto voluntario.
Hagamos un resumen de las cifras electorales agrupadas en “familias ideológicas”.
Frente Amplio 40.4%
Derecha tradicional (P. Nacional, Colorado e Independiente) 57.2%
Izquierda extra-frentista (Asamblea Popular, P. Trabadores, Comuna) 0.4%
Voto en blanco + anulado 1.9%
En realidad debemos agrupar estas dos últimas en una única de posible “voto alternativo” que agrupa por lo tanto un 2.3%. El voto voluntario es de un 44.5% del padrón electoral, o sea hubo abstención del 55.5%. Debemos destacar que ese pequeño voto en blanco y anulado de 2% del total de los votos voluntarios emitidos, apenas un 1% del padrón electoral, es en este caso un voto militante.
Comparemos con las encuestas previas de intención de voto. Evaluar los pronósticos con el diario del lunes en la mano es complicado pero pueden señalarse dos cosas gruesas.
A) Todas las encuestas sucesivas en los meses previos preveían una votación superior al 50%. Pero sea respecto de esta previsión o de las elecciones internas precedentes de hace 5 y 10 años, hay una retracción del voto.
B) Si agrupamos también las cifras de las encuestas en “familias ideológicas, mostraron durante meses una oscilación en la que el FA superaba al conjunto de la oposición, o era superado por ella, en un punto o dos. Esta situación se mantuvo con gran estabilidad. Asumamos que el electorado nacional se parte en dos mitades más o menos iguales, el posible electorado frenteamplista, el posible electorado de la derecha burguesa tradicional, 50 y 50. Los elementos marginales existen pero no alteran esa distribución gruesa. Si comparamos las cifras esperables con las cifras efectivas resultantes vemos que no hay una “retracción” en general, lo que hay es una retracción del voto frenteamplista. Y es muy grande, del orden del 30% del voto frenteamplista esperable.
Si la gente se hubiese comportado como decían las encuestas, más o menos medio país se quedaría en su casa, el otro medio iría a votar y se repartiría en dos mitades entre derechistas y frenteamplistas. Si todos los derechistas fueron a votar, al FA le faltaron para igualar a la derecha algo parecido a la votación de Astori, estamos hablando de algo grande. (El FA presenta tres posibles candidatos que quedan ordenados así: Mujica, Astori, Carámbula).
En las cifras de las encuestas previas el FA conserva el 50% del electorado que alcanzó en 2004, lo que vemos en el voto efectivo en las internas es que se debilita la adhesión. No es razonable pensar que este voto se haya perdido definitivamente porque no se percibe la contrapartida de un verdadero fortalecimiento de los partidos de la derecha tradicional burguesa ni en presencia política ni en cifras que son similares a la interna de 2004.
Los “politólogos” uruguayos lo explican por falta de interés en una interna ya decidida. ¿Por qué entonces en internas que estaban mucho más claramente decididas, en 1999 y 2004, tuvo el FA una votación mayor? Es porque era un voto militante, en aquel momento se sentía la necesidad de expresar aquello de “Soy del Frente”. Hoy ya no.
¿Qué ha pasado, entonces? Dice Luis Eduardo González: “El gobierno del Frente rompió una esperanza… en el cambio de 2004… la gente tenía … muchas esperanzas. Se rompió la imagen de que había una diferencia cualitativa profunda” entre el Frente y el y los viejos partidos de la derecha tradicional (El País, 05/07, subrayado por nosotros). González señala que pese a que Tabaré hablaba de que no se esperasen cambios rápidos, esa cosa puntual en medio de una campaña no podía revertir el discurso tradicional frenteamplista de 30 años de que los cambios profundos son posibles, que la traba principal es política, que el responsable de ella son los partidos tradicionales, y que el mecanismo hábil para removerla es el voto. La retracción frenteamplista es, en primer lugar, resultado de una falta de motivación, de un desencanto. Porque ese discurso o no era cierto (en todo o en parte), o lo era y fue traicionado.
Partido de votantes, aparato de funcionarios. Los politólogos no han señalado el otro factor. Como ya dijimos, las dos formas organizativas de las que habla Zibechi no son formas enfrentadas en el presente sino estados sucesivos. Para poder llevar adelante su viraje programático y político la cúpula frenteamplista hizo un desmantelamiento sistemático, paso a paso y durante años, de la estructura militante, los Comités de Base, para escapar a su control y tener las manos libres. El Frente, de organización de activistas políticos que opinaban (aunque con capacidad de decisión acotada) y participaban e influían desde abajo en la formación de la opinión pasó a ser una masa de votantes pasivos con un pequeño casco de militantes aparato, dirigido por una cúpula, y con comunicación puramente mediática. Al adoptar la metodología de cualquier partido burgués, la merma del voto frenteamplista refleja la destrucción de su capacidad política, un crimen con premeditación y alevosía cometido desde arriba contra la vanguardia de nuestra clase trabajadora porque la desarma frente a la nueva embestida reaccionaria, la desmoviliza y desmoraliza.
En los números, y coherentes con nuestra hipótesis, supondremos que el Frente se recuperará de aquí a octubre-noviembre. El peligro del retorno de la derecha tradicional burguesa (que además no es un rival tan difícil porque no ha logrado renovarse y difícilmente lo haga a corto plazo por la debilidad estructural de su base social) hará que esa vanguardia de nuestra clase trabajadora, aún desmovilizada y desmoralizada, aún sabiéndose traicionada, prefiera no cobrarse todavía esa cuenta con tal de impedir el mal mayor.
Eso profundizará y consolidará el viraje reaccionario de la cúpula frenteamplista y la transformación del Frente en un partido de estilo burgués. Aunque no compartamos el premiar con el voto a los responsables de esta destrucción, en los números no es esperable otra cosa. No es el tema de este trabajo y no nos detendremos ni en las expresiones electorales de la izquierda extra frenteamplista ni en el voto en blanco y/o anulado, pero el lector puede ver claramente que no van a incidir en este proceso electoral. Además vemos que la izquierda que concurre a elecciones es apenas la sexta parte del voto “alternativo”. Un fracaso muy claro.
El populismo simbólico y lo que se nos viene
En la historia de América Latina el populismo es un fenómeno que expresa conflictos llevados adelante por los sectores populares y que logran ser mantenidos dentro del marco capitalista en virtud de: a) una política redistributiva relativamente amplia; b) una movilización controlada de esos sectores a partir del aparato estatal y en forma vertical. Lo que aquí llamamos “populismo simbólico” es un estilo político populista pero sin el contenido distributivo del viejo populismo, sin movilización social.
No hay hoy en Uruguay un proyecto burgués nacional expansivo sino un proyecto burgués exangüe y agotado, al que este populismo simbólico está ayudando a sobrevivir. Una de las características señaladas como invariables de la historia uruguaya por Real de Azúa es la de una clase dominante relativamente débil, junto con los rasgos de lo que generalmente se llama “estado tapón”. Es esa condición la que hizo necesaria la hipertrofia del aparato estatal del batllismo. Si esto era así en las coyunturas de relativa debilidad de las estructuras de dependencia (capacidad de maniobra para el país y magro botín para el imperialismo) mayor debilidad relativa tiene hoy nuestra burguesía en las condiciones actuales de reforzamiento de la dependencia y mayor rapacidad imperialista. Ya no hay margen redistributivo posible, la participación de los trabajadores en el producto es del 23%, mucho más bajo que en los países vecinos, en contraste con aquella situación histórica del “estado de bienestar de enclave periférico” que tuvo Uruguay. En cuanto al nivel de movilización y participación popular, como ya lo explicamos, ha sido desmantelado.
La candidatura de este supuesto ex-guerrillero (aún aceptando el exceso de lenguaje de llamar guerrilla a la incipiente lucha armada en el Uruguay de los sesenta, también en términos comparativos con los países vecinos), este candidato “desprolijo” y mal entrazado, representa la apariencia del conflicto social. Es una redistribución de bienes simbólicos en vez de bienes reales, una ilusión de “vuelco a la izquierda”, montaje de un aparente “segundo período más a la izquierda” para el Frente Amplio (comparado con el gobierno claramente continuista de Tabaré-Astori). Es solo aparente, pero cumple su función de control y es una forma novedosa de la “amortización del conflicto social” de que habla Real de Azúa.
No por ello deja de expresar una polarización social frente a su competidor netamente neoliberal y conservador Lacalle. Pero no por los personajes en sí mismos, sino por el agravamiento real de la penuria de nuestro pueblo.
Y además por la crisis que se avizora. El gobierno de Tabaré-Astori ha tirado para adelante la pelota de la deuda externa con la colocación de bonos que comprometen al país por 30 años. El nuevo auge agro-exportador ha sido por precios favorables coyunturales y no por crecimiento productivo. El descenso de la edad de faena siguiendo servilmente la demanda del mercado mundial de carne ha mermado peligrosamente la cantidad de vientres con un peligro para la exportación futura. También podemos mencionar las graves consecuencias del modelo forestal, etc. El país se ha hecho más débil y vulnerable en términos de economía material y estratégica por más que Astori señale “fortalezas” en términos financieros muy inmediatistas, que ya sabemos que tan poco aguantan cuando las papas pelan.
A esta polarización social real se suma el ajedrez de la política. La debilidad coyuntural de los sectores burgueses encima de su debilidad estructural no ha permitido la recuperación política de sus expresiones orgánicas más clásicas, los partidos de la derecha tradicional. Tal vez la burguesía esté más expuesta en un gobierno de Lacalle que en uno de Mujica.
Es probable, entonces, que el Frente tenga un segundo período, que lejos de ser un gobierno “tipo Chávez” será un nuevo y mayor deschave. Pero el voto desencantado de la gente, el voto instrumental y meramente táctico, muy parecido a nuestro propio voto crítico en elecciones anteriores, difícilmente venga con el disciplinamiento y el crédito que cimentó la “primavera” de Tabaré Vázquez. Sin embargo, con eso solo no alcanza.
No podemos dejar de mencionar en este cuadro, aunque sea un tema en el que no podemos entrar aquí, a la situación de la llamada “izquierda radical” y su decadencia continua en todo este período. A medida que el Frente Amplio tradicional (alternativa ambigua al régimen burgués) se reconvierte a sí mismo y pasa a ser sin ambigüedad un gestor del capitalismo, el sector político de “intención revolucionaria” tanto dentro y fuera del FA deja prácticamente de existir como alternativa política. Podríamos señalar muchos factores para ello, pero hay uno que tiene que ver directamente con lo expuesto. El levantamiento de una alternativa aparentemente “de izquierda” dentro del FA y además ahora como opción hegemónica, reduce drásticamente el espacio político de esa izquierda de pretensión revolucionaria. Porque además, y este es el gran tema, gran parte de ella no rompió a tiempo sus lazos ideológicos con el populismo, no se preparó en nada para lo que venía.
Lo que se ve en el horizonte es un posible nuevo ciclo de ofensiva reaccionaria fuerte en América Latina. Uruguay está muy mal preparado para eso.
Porque como dice Leo Masliah: “y mientras tanto corrían las estaciones”.