23/11/2024
I. "No hay lugar para el debate entre el shock y el gradualismo" dijo Javier Milei en su discurso de asunción. En realidad, la sanción final sobre el debate había sido dada por la elección, cuando el 56% de la sociedad votó una política de transformación violenta, en sus contenidos y sus formas, de las relaciones sociales, del rol del Estado burgués y del reparto de la riqueza entre clases. El pueblo cargaba un hartazgo acumulado, buscando a tientas una salida sin alternativas. En el instante último eligió la opción más brutal y recibió en gracia un garrotazo en el cráneo. La altísima inflación precedente que destruía los ingresos de las clases trabajadoras fue exacerbada violentamente por todas las medidas anunciadas. El solo aumento del dólar en un 118% basta para licuar los ingresos y ahorros de las mayorías y hacer escalar una espiral de precios que ningún economista se atreve a afirmar que parezca tener término. El temor de esas masas a verse empujadas rápidamente a la pobreza –o a una pobreza mucho mayor– cunde, entonces, como reguero de pólvora. Se dispersa la noción real de qué cuestan las mercancías, desaparece toda referencia de cuánto se necesita para vivir, el tiempo de la vida cotidiana se acelera junto con las crisis y hasta el futuro más próximo de disuelve. El shock no es solamente una transferencia violenta de ganancias hasta el gran capital y la aniquilación de la vida asalariada, es el ingreso en un tiempo de excepcionalidad, una zona de zozobras y de dudas y un aplastamiento de la subjetividad que se vuelve toda presente, que queda adherida a los asuntos más urgentes y convierte toda cáscara de nuez en un universo infinito.
Luego del anuncio de las medidas económicas, el decreto de necesidad y urgencia instaura el inicio de una reconfiguración de las relaciones sociales en el marco del Estado capitalista argentino. Eliminación de derechos laborales, la supresión del derecho de huelga, la supresión de las últimas protecciones a inquilinos, el debilitamiento del Poder Judicial frente a los “acuerdos entre partes”, la habilitación a la venta indiscriminada de tierras a poderes económicos extranjeros, la eliminación de las promociones industriales, etc. La estrategia de shock supone un terremoto que echa abajo el Estado tal como lo conocimos hasta entonces. ¿Qué quedará? Hay que preguntárselo al proyecto de “ley ómnibus” que introduce más libertades al gran capital, criminaliza toda forma de protesta y hace tabula rasa con toda protección de la propiedad estatal, los bienes comunes y brinda facultades ilimitadas al Poder Ejecutivo para hacer y deshacer a su antojo las reglas que rigen la vida en sociedad. ¿Y entonces? Entonces el Estado burgués se va desnudando capa a capa, se quita sus algodones, sus ropajes aterciopelados y coloridos y deja al desnudo, finalmente, la esencia de clase del poder (la única que siempre tuvo). Se pretende que el poder económico mande sin límites, sin redes que puedan aguantar sus golpes, sin tejido social que amortigüe ni sostenga. Es el poder del capital completamente libre, a imagen de su prepotencia.
Las masas comienzan a actuar frente al shock. El aplastamiento de la subjetividad producido por el shock irracionaliza. Se desatan pulsiones sociales de las más regresivas, porque en la temporalidad del shock se condensan los rasgos más esenciales de la sociedad burguesa. Correr a comprar y acaparar alimentos y víveres antes de que todo aumente de precio, una fantasía que dura un instante y luego se desvanece. La pulsión de suspender toda venta a la espera de precios, la estridencia de la angustia.
El shock infantiliza, porque instaura una sensación de desamparo sin tiempo donde todo parece ser posible. “No hay nada que hacer”, “han ganado la batalla cultural”, “nos derrotaron”, “nadie los para”. El niño carece de experiencia de mundo y solamente en el largo andar de la existencia descubre su cuerpo, los aspectos de su alma, descubre su propia historia. En estado de shock, las masas son ese niño que no sabe cómo defenderse, que se siente arrojado a una marea de sensaciones sin rumbo, olvida su propia historia y ni siquiera reconoce quién es. Cuando se produce un golpe tan fuerte en una extremidad del cuerpo uno puede olvidar, incluso, que tenga un cuerpo, porque solamente puede ver y sentir la extremidad herida.
También por esto el shock hipersensibiliza y al mismo tiempo desensilibiliza. Mucho más en tiempos en que la comunicación, en términos sociales, se ha reducido, para una gran parte, a la observación de la televisión o el consumo indiscriminado, acrítico y mudo de las redes sociales. El shock agudiza al individuo aislado del mundo, lo convierte en una mónada sin puerta de acceso a otra realidad que no sea la mediada por el embrutecimiento de la angustia y la mansalva infinita de datos y frases en redes sociales. De este modo, se olvida todo lo que hay de colectivo, de social, de solidario y comunitario, lo cual no es simplemente un efecto objetivo de las condiciones descriptas, sino también algo deseado y buscado para el desarme moral y cultural del pueblo trabajador.
En tiempos de lucha contra el fascismo, hace casi cien años, Walter Benjamin sostuvo que la humanidad se había convertido en espectáculo de sí misma y que “su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”. El modo en que las masas se vinculan con sus propias vicisitudes, mediadas por el estado de shock y los medios masivos de comunicación y las redes sociales instaura un goce estético de su propia vida. No es casual el rol que estas formas de propaganda de masas –en condiciones económicas y políticas muy puntuales– han cumplido en la campaña que llevó a Javier Milei a la victoria. El individuo solo y desamparado ante la pantalla ya no reconoce el universo social en que vive, sino que además es despojado de su propio cuerpo y de los afectos sociales elementales que hacen vínculo: la compasión, la vergüenza, el amor. Ni siquiera el odio es un auténtico odio, sino una pasión agresiva y violenta sin límites ni bordes. El esfuerzo psíquico de amar u odiar se pierde en un océano indiviso de agresión infantil y violencia saturada de palabras mudas, que no dicen nada, más que la pobreza subjetiva y agonizante del individuo mismo. La referencia a Benjamin no es azarosa como tampoco la conexión con su contexto: el individuo al que estamos arribando es un nuevo tipo de fascista, en acto o en potencia, pero fascista al fin. Desea ver la destrucción del mundo, aun cuando se éste se derrumbe sobre él.
II. Existe el error de creer que hay una parte del pueblo a salvo de las miserias de la nueva subjetividad que representa La Libertad Avanza. Aquí cabe el reproche bíblico de Jesús: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”.
El primer error cometido por, a grandes trazos, el amplio espectro progresista, fue menospreciar el fenómeno. Primero, como un hecho mediático, sin repercusión electoral. Cuando se demostró la repercusión electoral, se lo redujo a un fenómeno pasajero. También se ha afirmado su impericia en el conocimiento de los resortes estatales; la debilidad de su estructura política, plena de advenedizos; así como la débil estructura psíquica de Milei y de un sector importante de las figuras que lo rodean y de su electorado. Se quiso creer que estábamos un conglomerado caótico de endebles mentales, místicos improvisados, terraplanistas, gurúes de las finanzas, sujetos mutilados de sus múltiples dimensiones y devenidos en meros perfiles vociferantes de las redes sociales. Un espantajo humano. Eso, en parte, es cierto. Como también es cierto que quizá eso representaba mucho más a una parte del pueblo que el –así llamado– progresismo.
Es necesario insistir en las causas: las desigualdades irresueltas por la democracia burguesa, la vida precarizada y empobrecida, el fracaso político y las desilusiones de una década, la disolución de todo horizonte colectivo y el cultivo lento pero sostenido de un resentimiento en las porciones más humilladas y ofendidas de nuestro pueblo. La paradoja es que mientras el peronismo reciente se constituyó a sí mismo bajo la autopercepción de la ampliación de derechos y de una sociedad más igualitaria; ocultó, relegó y marginó a amplios segmentos de la sociedad: los más pobres, los más precarizados, lo más olvidados. El peronismo, en particular, en el último periodo, habló demasiado en nombre de las clases populares, pero sin hacer nada para cambiar su vida. Así, faltó a su promesa y, junto con ella, se vino abajo no sólo su caudal de votos, sino –y más importante– todos los justos valores que pretendió defender. El precio por la estatura moral que se asumió ahora es demasiado alto y pone en jaque todos los avances alcanzados. A la prepotencia y superioridad moral que se ostentó, se impone ahora la superioridad moral de los "argentinos de bien". A la sed de justicia de las mujeres y la comunidad LGTBIQ+ se impone ahora la revancha del patriarcado. A la élite biempensante, políticamente correcta e ineficaz se impone ahora la revancha plebeya de todo lo reprimido, relegado. Las masas trabajadoras no sólo no vivieron su liberación, sino que bajo la promesa de bienestar, vieron desmejorar sus vidas. Ahora exigen que se rinda cuentas y la elaboración simbólica de esa crisis es contra las banderas de la igualdad que no fueron más que espejismos. Se vuelven contra quienes decían encarnar los valores de la igualdad y el sofisma de que “la patria es el otro”. Contra ese símbolo se agita una marea que demandó libertad, aunque corra hacia un abismo de cadenas.
III. Milei es el asalto al poder de una fuerza política que viene a realizar, en todos sus aspectos, las tendencias objetivas de la sociedad capitalista posmoderna. Es la pulsión inconsciente de un sistema social que busca convertir en mercancía cada fibra humana, cada relación social, cada afecto y encarcelar la sustancia humana en el debe y el haber. La plena realización de sus tendencias, las cuales se aceleran cada vez más, es el camino que apura la civilización capitalista hacia su cataclismo de barbarie. Son tendencias que arrasan vidas humanas y no humanas, paisajes, vínculos, amores, goces, duelos, alegrías; el tiempo de las vidas encadenado a la medida necesaria de venta de la fuerza de trabajo para asegurar la subsistencia; todo esto y más. Milei quiere ser la realización de esa fantasía. O de esa alucinación. Para ello existe el shock que destruye la subjetividad del pueblo y lo pone de rodillas. Pero existe también, junto a la masa, el pueblo.
¿Cuándo nace un pueblo? La noche en que se anunció por cadena nacional, sin mayores explicaciones más que la reiteración de un discurso de campaña, el decreto de necesidad y urgencia, una porción de la sociedad salió el hechizo, buscó su cacerola y una cuchara y se asomó a la ventana. Fue el primer cacerolazo, espontáneo, hecho de la sustancia histórica del pueblo. No hay fuerzas sociales, humanas, que sean omnipotentes. La estrategia del shock tampoco lo es. Lo único imposible de eludir es el conflicto, la lucha inherente entre las clases sociales por su porción de la ganancia, lo cual es, en suma, la porción de vida que se conquista para vivir. Las cacerolas sonaron y luego, hubo quienes salimos a las esquinas, buscando a otros y otras con cacerola en mano. Entonces hubo encuentro cuerpo a cuerpo. Hubo voces reunidas en un canto. Hubo caminar hacia el Congreso, hubo protegerse colectivamente de los vehículos, lo cual implicó el diálogo, la búsqueda y apelación al otro. Hubo encuentro y conversación entre vecinos que apenas se compartían el saludo en la vida cotidiana. Así se nace en el terreno de la historia. Existe la excepcionalidad del shock, pero también existe el tiempo excepcional de la movilización del pueblo, en el cual este se descubre a sí mismo como sujeto y se descubre actuando, en tiempo presente. Se trata, sin embargo, de un presente rico en contenidos, matices, conflictos. Es un presente vivo, con historia.
La calle se contrapuso a la red social; la palabra suplantó a la frase hecha, no porque no hubiera consignas, sino porque eran palabras llenas de cuerpo y que significaban un vínculo concreto. La emergencia de símbolos como el cacerolazo y los cánticos trajeron al presente una memoria histórica que no desaparece ni se borra, solamente se adormece y espera ser conjurada en el momento de la crisis o, volviendo a Benjamin, “en el instante del peligro”. La acción callejera ha continuado en los días sucesivos y no cesará en lo inmediato, antes bien, todo hace suponer que crecerá y que se hará más explosiva y violenta. Una porción de quienes todavía sostienen expectativas en este ensayo de sumisión de a la clase trabajadora, siendo trabajadores ellos, entrarán en crisis con sus propias ideas. También quienes aún no reaccionan, como consecuencia de los efectos del shock ininterrumpido, sabrán responder.
El final es incierto. El pueblo tiene algunas herramientas ideológicas y tiene experiencia para resistir y derrotar la ofensiva en marcha. Otras herramientas deberá forjarlas en el calor de la lucha. El pueblo también puede ser derrotado. Todo escenario es posible, pero también es transitorio. La historia es movimiento y es transformación y, como sabía Sancho, es cosa ordinaria que “el que es vencido hoy ser vencedor mañana".