23/12/2024

El proyecto, las nuevas alianzas y el desierto. Por Guillermo Cieza y Nora Tamagno.

El gobierno ha definido un rumbo que privilegia el modelo agropecuario industrial y el aumento de exportaciones. Esa decisión tendrá consecuencias ambientales, promoviendo entre otros daños la desertificación de los suelos, y comprometiendo la producción de alimentos para las próximas generaciones.

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Cuando el gobierno de Alberto Fernández presentó el Proyecto de Ley de Fomento al Desarrollo Agroindustrial, hubo un consenso mayoritario de los empresarios del agronegocio en apoyar la iniciativa, aunque no faltaron algunas voces disonantes que criticaron que faltaba una eliminación progresiva de las retenciones agrícolas. El origen del consenso favorable se basó en que ese proyecto, en realidad, fue redactado por el Consejo Agroindustrial Argentino, entidad que agrupa a las empresas multinacionales del rubro y a las principales cámaras de las cadenas agropecuarias. En consecuencia, es un proyecto que ratifica el rumbo estratégico de los sectores capitalistas más concentrados, con respecto al modelo productivo agropecuario a desarrollar en el país. Las voces disonantes que mencionamos expresan en los casos más extremos a quienes obteniéndolo todo, quieren más. Ese tipo de disonancia no tiene límites, siempre el poder puede ser más opresor, más salvaje, más destructivo e inhumano. Puestos a pedir, también pueden exigir la reimplantación del derecho de pernada, de los tribunales de la Inquisición, o de la esclavitud. Oponerse a esas propuestas, que hoy en política expresan personajes como Javier Milei, no significa disputar proyectos de país diferentes, apenas poner límites al descenso a los infiernos, al regreso a los momentos más tenebrosos de la humanidad. Nos parece importante esta distinción porque lo que hoy define el avance hacia un proyecto sustentable en términos civilizatorios, no es derrotar a lo que agitan estos espantajos, sino poner en cuestión proyectos como el que armaron las multinacionales en la Argentina y fue presentado por el Gobierno Nacional.

El Proyecto de Ley de Fomento al Desarrollo Agroindustrial, presentado el 30 de setiembre de 2021 por el Presidente y el Ministro Julián Dominguez, propone un aumento de 50 millones de toneladas en la producción total de granos. Este objetivo sólo puede alcanzarse extendiendo fronteras agrícolas, desplazando otras actividades agrícolo-ganaderas o avanzando sobre suelos no agrícolas (campos naturales, bosques nativos, humedales).  

Quienes han propuesto este plan han explicitado que el crecimiento de las exportaciones agrícolas es la única forma conseguir las divisas necesarias para  afrontar los vencimientos de la deuda externa y promover políticas de inclusión social. La decisión de pagar una deuda ilegal y odiosa, tiene su correlato con estas iniciativas que profundizan el modelo de agriculturización, sin considerar  sus consecuencias.
Gracias al trabajo y la denuncia realizada por comunidades, científicxs y activistas en defensa del medio ambiente, hoy reconocemos el valor de nuestros bosques nativos y de nuestros humedales. Pero no se trata solamente de defender estos reservorios de humedad y biodiversidad, sino también de advertir el impacto que tiene el modelo de agriculturización, sobre tierras que han sido destinadas tradicionalmente a la producción agropecuaria en nuestro país. Debemos animarnos además, a vincular los efectos de la agricultura sobre el calentamiento global y los procesos de desertificación.


Agricultura y calentamiento global
Desde hace años sabemos que el uso de combustibles fósiles, como el carbón y los derivados del petróleo, contribuyen al cambio climático. A esta lista se ha agregado en los últimos años la ganadería, por los gases que emiten las vacas y otros herbívoros al rumiar. Se evita mencionar a la agricultura que durante siglos ha sido la actividad humana que más impacto ha tenido en el calentamiento global. Estas consecuencias negativas se han agravado en las últimas décadas por el modelo de agricultura industrial, que es dominante en países como la Argentina. La agricultura global es responsable de casi un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero, causante del calentamiento global. La agriculturización, que es el uso creciente y contínuo de las tierras para cultivos agrícolas, desplazando otros modos de producción como son los planteos ganaderos o mixtos, requiere del uso cada vez mayor de aportes externos (energía, agua y fertilizantes) para la producción de alimentos.

Durante siglos, la agricultura ha generado liberación de carbono a la atmósfera, reduciendo las capacidades productivas y de conservación de agua de los suelos. La pérdida de cobertura del suelo que genera la agricultura, incluidos los tradicionales "barbechos" (tiempos entre cultivos), es la puerta de entrada para los procesos de erosión hídrica y eólica, que conducen a la disminución de materia orgánica y de fertilidad. Es la materia orgánica de los suelos sanos la que acumula carbono y permite conservar el agua. Cuando se dañan los suelos se evapora el agua y se libera carbono acumulado, que vuelve a la atmósfera.

Identificadas las consecuencias de la erosión hídrica y eólica, el viejo arado terminó en el banquillo de los acusados y fue reemplazado por la siembra directa. Es cierto que el arado traía consecuencias negativas, contribuyendo a la erosión por romper la estructura de los suelos. Pero, con su desaparición y las nuevas técnicas de siembra directa (sin remover el suelo), aumentó el problema de las malezas, y la solución que se propuso fue usar mayores cantidades de herbicidas químicos, que fueron creciendo en toxicidad y agresividad, con la consecuencia de matar a insectos y microorganismos que aportan a los procesos biológicos y conservan el suelo. El control mecánico de las malezas fue remplazado por el control químico, con un aumento exponencial del daño sobre la biodiversidad y la salud de los suelos y las personas.

Por otro lado, el uso creciente de fertilizantes, si bien mejora los rendimientos inmediatos de los cultivos, genera contaminación y dependencia, porque no resuelven el problema de la pérdida de nutrientes y la capacidad productiva de los suelos.

Pero además, el  modelo agroindustrial planteó una nueva perspectiva de relación entre los cultivos y el ecosistema, proponiéndose modificar ese ambiente, y  el  suelo en particular, para que esos cultivos pudieran expresar todo su potencial genético. Esa modificación se expresó en las grandes superficies de monocultivo, la utilización de maquinarias y procedimientos dependientes del petróleo y la industria agroquímica, con las consecuencias conocidas de agotar nutrientes, contaminar y empobrecen la biodiversidad.  Para este modo productivo, los cultivos se transforman en instrumentos del saqueo que alimenta el extractivismo de agua y nutrientes.

Además, la agriculturizacion generó un desplazamiento de la ganadería, que dejó de articularse con la agricultura, en planteos mixtos o silvopastoriles, con la función de capturar carbono y aportar a la construcción y la conservación de los suelos.  En relación con esto, se comienza a desarrollar un nuevo modelo de ganadería industrial, caracterizada por la producción en confinamiento (feed-lot), y por su frecuente utilización como avanzada en procesos de desmonte con el objetivo de ganar tierras para la agricultura.

No hay plan posible de reducir el calentamiento global, manteniendo esos modelos productivos. Por el contrario, es imprescindible avanzar hacia modelos productivos que privilegien la conservación del ecosistema en general y de los suelos en particular y permitan un balance positivo de la captura de carbono.

 

Agricultura y desertificación.
Las causas principales de la desertificación son la agriculturalización, la deforestación y el sobrepastoreo.

Un buen ejemplo de los daños de la agriculturización surge de un repaso de lo ocurrido con las primeras civilizaciones agrícolas. Quien ha transitado la escuela secundaria se enteró de la existencia de las primeras civilizaciones en Mesopotamia y Egipto, que crecieron y se desarrollaron a partir de comunidades asentadas en los márgenes de ríos que practicaron la agricultura. La civilización egipcia se construyó a lo largo de 1.200 km en los márgenes del Rio Nilo, basta repasar dónde están ubicados sus grandes monumentos. ¿Cuál era la lógica de construir esos magníficos edificios en el desierto? Y la respuesta es: hace miles de años lo que existía allí eran campos de cultivo, agricultura intensiva para alimentar a la población de esas ciudades.

La idea que después de la agricultura intensiva viene el desierto, no es desconocida por quienes promueven este modelo, pero relativizan sus efectos y atribuyen a los avances tecnológicos la posibilidad de revertir esta sentencia. Como mencionábamos anteriormente el reemplazo de la práctica de un laboreo intensivo de la tierra por la siembra directa, los controles químicos de malezas y los fertilizantes trajeron nuevos problemas.

La explicación que las grandes sequías, se deben a que llueve cada vez menos, desconoce cómo funciona la carga de humedad en las nubes que generan precipitaciones. El 60% del agua de lluvia procede de los océanos, pero hay un 40% que proviene de pequeños ciclos de agua que se generan en el continente. Donde hay cubierta vegetal, plantas vivas, se produce transpiración y el ciclo de reposición de humedad hacia las nubes se desarrolla normalmente. Pero el modelo productivo agropecuario dominante modifica estos ciclos, porque altera la estructura del suelo en forma desfavorable para la infiltración de agua, promoviendo el escurrimiento superficial hacia los ríos. Además, la destrucción de la cubierta vegetal deja suelos desnudos, desde cuya superficie se produce la evaporación de agua a la atmósfera. De este modo, el modelo agrícola industrial es responsable de afectar la carga de humedad en el continente y modifica el régimen de lluvias. 

Y esto tiene importancia global, porque según la FAO la agricultura es la gran consumidora de agua en el planeta. Esta actividad usa el 70% del agua disponible a nivel mundial, con el agravante que más de 330 millones de hectáreas cuentan con instalaciones de riego. La superficie de regadío representa el 20 % del total cultivada y aporta el 40 % de la producción total de alimentos en todo el mundo. A nivel regional, cuando se piensa en cómo mejorar la situación de zonas con stress hídrico, se prevé una reasignación del agua de riego. Planteado el tema de la carencia de agua como una cuestión global y el avance de procesos de desertificación, la solución que proponen las empresas multinacionales del agro hoy, son las variedades genéticamente modificadas tolerantes o de buen comportamiento ante la sequía.

Un suelo sano acumula agua y carbono, pero un suelo enfermo pierde materia orgánica y vida, y llega a convertirse en polvo, en desierto. Hoy, casi dos tercios de nuestro planeta está desertificado. Todos los años se pierden millones de hectáreas que dejan de ser aptas para agricultura e incluso quedan comprometida para ser reconvertidas para desarrollar otras actividades.  Un informe de Naciones Unidas advierte que las posibilidades de hacer agricultura en el planeta no son infinitas. Por el contrario, señalan que de no mediar cambios urgentes para el uso de la tierra agrícola, el límite es de 60 años. El suelo no se considera más un recurso renovable.

Nuestro país no es una excepción, en lo que hace al avance de la desertificación. Según Walter Pengue, en la Argentina “un 37,5 % del territorio (unos 105 millones de ha), está afectado por erosión hídrica y eólica, que moviliza a su vez millones de toneladas de nutrientes. En el último cuarto de siglo fue la erosión hídrica lo que más creció, pasando de 30 a 64,4 millones de ha, lo que significa por otra parte, que la erosión eólica está alcanzando los 41 millones de ha. Ambos procesos son disparados especialmente por cuestiones antrópicas”[1]

Todo esto ocurre en un país que tiene un 75% de tierras áridas y semiáridas. En estas regiones, el 70 % está en un proceso de desertificación entre moderada y grave. El ejemplo más evidente de las consecuencias de la acción humana son los campos abandonados en el norte del país, después de que sus suelos frágiles y muy vulnerables, algunos de ellos deforestados, fueran sometidos a la producción sojera.

 

Agricultura y extractivismo.

La correcta definición que el modelo agropecuario en Argentina es extractivista del mismo modo que la megaminería, y que nuestro país exporta anualmente millones de toneladas de nutrientes, no debería hacernos caer en la confusión de que la agricultura como actividad humana sea necesariamente extractivista.

En la producción agrícola hay ganancia de materia orgánica, porque los cultivos, como la mayoría de las especies vegetales, a través de la fotosíntesis, mediante energía solar y agua, fijan el carbono atmosférico (CO2) que pasa a formar azúcares (materia orgánica). A partir de ellos se formarán los diferentes tejidos de las plantas. Pero, para este crecimiento también son necesarios elementos minerales llamados macronutrientes (nitrógeno fósforo, potasio) y micronutrientes (que se requieren en menor cantidad), que aportan los suelos.

La pérdida nutrientes del suelo se relaciona con la necesidad de cada cultivo (cantidad que se lleva en la cosecha). En el modelo dominante, se estima que la cantidad de nutrientes perdidos equivalen al 25% del valor de cada cosecha.  Pero estos nutrientes se pueden reponer, desde una perspectiva agroecológica, a partir de prácticas que promuevan procesos biológicos de acumulación de materia orgánica y con ello aumenten la fertilidad del suelo. Esas prácticas son: los intercultivos, abonos verdes, cultivos de cobertura, rotaciones de cultivos y agrícola-ganaderas, técnicas agroforestales y silvopastoriles, etc.

Por lo tanto será el modelo productivo el que determine la sustentabilidad biológica y la salud del suelo.

Concluyendo, lo que define el carácter extractivista de la agricultura, no es la actividad productiva en sí, sino el modelo productivo con la que se desarrolla. . Con un modelo de producción agroecológica, sustentable en todas sus dimensiones, incluida la social, que supone garantizar la soberanía alimentaria para abastecer a nuestro pueblo de alimentos suficientes y saludables,  podremos ser capaces de generar saldos exportables de alimentos al mundo, aún de aquellos considerados commodities.


Es viable otro modelo productivo?
Las herramientas para una producción alternativa al modelo dominante de agricultura industrial están disponibles. En realidad, el desafío es abandonar un modelo obsoleto e insustentable, basado en tecnologías de insumos con recetas aportadas por las multinacionales, para adoptar un nuevo modelo agropecuario que se asiente en tecnologías de procesos, con estrategias construidas a partir de conocimientos elaborados durante siglos por las y los  propios campesinos y productores familiares, y que cuentan con los aportes más valiosos de la ciencia. Esa alternativa es la agroecología. Esto supone en primer lugar hacerse cargo del reconocimiento del ecosistema donde se desarrollan las producciones agropecuarias y de una valoración del suelo como un ente vivo, y no sólo un soporte utilizado para cultivar o hacer pastar a los animales.  En ese nuevo paradigma son los cultivos, los animales y las tecnologías aplicadas las que deben adaptarse al ecosistema y a los suelos, posibilitando que el ambiente exprese el máximo potencial de producción, con efectos regenerativos y el menor disturbio posible. Para producir con esta perspectiva es central el saber de las y los productores, porque la fuente de las decisiones tiene que basarse en un conocimiento profundo de los procesos biológicos y productivos en cada situación. Por el contrario, el modelo del agronegocio propone una agricultura sin agricultores, para la cual no hace falta el saber, porque sólo basta copiar recetas.

En el caso de la ganadería hay trabajos muy interesantes como el del ecólogo simbabuense Allan Savory, que demuestran que el sobrepastoreo destruye los suelos y que por el contrario, un pastoreo racional regenerativo se convierte en una herramienta formidable para recuperar suelos en proceso de desertificación[2].

La agroecología no es algo teórico escindido de la práctica. Está basada en el estudio de los sistemas productivos reales que funcionan desde hace muchísimo tiempo. En nuestro país, en los últimos años, ha crecido el número de productores hortícolas que trabajan con una orientación de producción de alimentos saludables. En ganadería, a contrapelo del asesoramiento de los vendedores de insumos químicos, se han extendido prácticas de pastoreo racional y revalorización de los pastizales naturales, que han sido promovidos entre los productores más por la conveniencia económica, que por la conciencia ecológica. Estas experiencias en ganadería, que incluso se hacen en grandes extensiones, rompen el mito que la agroecología no es rentable y sólo sirve para pequeñas experiencias de subsistencia. Es importante destacar que la Red de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología (RENAMA) da cuenta de más de 180 productores mixtos y 90.000 hectáreas asociadas.  En todos los casos mencionados, los buenos resultados obtenidos demuestran que la producción agroecológica es sustentable en sus dimensiones biológico-productiva, económica y social.


Las perspectivas de Argentina como gran productor de alimentos.
El aumento del precio mundial de los alimentos, está originado en diversos factores que hacen a la distribución, la posición monopólica de las grandes empresas productoras y comercializadoras, la especulación financiera que ejercen los fondos de inversión, los desvíos de la producción primaria para agrocombustibles, etc. Además de estos factores, hay un crecimiento de la población y una reducción de la capacidad productiva como consecuencia del modelo dominante.

Las perspectivas de nuestro país se inscriben en un mundo donde los daños de la agricultura al medio ambiente, que hicieron desaparecer 20 civilizaciones en el pasado, se empiecen a expresar a escala global. Ahora no hay tierras nuevas que conquistar (como sucedió con la expansión de los imperios), y los otros planetas, donde no está probada la posibilidad de una vida como la que conocemos, quedan muy lejos. En ese mundo que ha ido agotando sus bienes naturales, la destrucción del ambiente no sólo genera más inundaciones y sequías. Las tierras pobres también generan migraciones masivas a ciudades y a otros países.

La Argentina tiene enormes posibilidades de alimentar a su población y tambien de proveer alimentos saludables al mundo, con una producción agropecuaria sustentable, que privilegie la conservación de los suelos y otros bienes comunes. La discusión sobre el modelo productivo en nuestro país excede lo local, porque incide sobre la salud de los suelos considerados los mejores del mundo por su calidad y estabilidad productiva. La idea de Argentina como “canasta de alimentos del mundo” no es una idea incorrecta y puede ser una idea sustancial de nuestro proyecto de país. Lo que es incorrecto es proponernos aportar a alimentar al mundo promoviendo un modelo extractivista que no sólo agota y destruye nuestros bienes naturales, sino que es generador de daños en la salud, desplazamiento de productores y comunidades, migraciones y pobreza interna. Políticas públicas que le pongan freno al agronegocio y apunten a fortalecer una transición agroecológica, promoviendo el asentamiento de más familias en el campo, contribuirán a bajar los índices de pobreza, que sirven de argumento para profundizar el modelo extractivista.

A contrapelo de lo que indicaría un proyecto sensato de país, y de las numerosas experiencias de producción agreocológica en desarrollo, el gobierno nacional sigue empeñado en promover el modelo agroindustrial. Va a subsidiar la compra de fertilizantes y venenos, va a profundizar la agriculturización, sin valorar los grandes daños que venimos mencionando. Ha elegido un rumbo y al sujeto que va a acompañarlo: los sectores más concentrados de las cadenas agropecuarias, las multinacionales vendedoras de insumos, los exportadores, los frigoríficos que trabajan para el exterior, los feed-lots, y las cámaras comerciales.  Si el gobierno de Macri aumentó en forma descarada el endeudamiento externo, el gobierno actual ha elegido pagar esa deuda ilegítima comprometiendo la salud de la población, la sustentabilidad de los suelos y la producción de alimentos para las próximas generaciones.  Apoyar o enfrentar esta postura debería partir aguas en términos políticos, lo que permitirá recrear nuevas alianzas populares. Los modelos no son compatibles y no tienen posibilidades de convivencia pacífica, El  agronegocio disputa en el territorio por los bienes comunes, desplaza comunidades y productores familiares, operando contra sus saberes y tradiciones culturales, reduciendo a su mínima expresión a los sujetos que pueden empujar cambios.

En Argentina las políticas públicas de los gobiernos de distinto signo político no han sido neutrales, por lo contrario en las últimas décadas han hecho un aporte sustancial para el avance del modelo agropecuario industrial. Para un proyecto popular no hay alianza posible con las multinacionales agrícolas, ni con personeros de esos intereses como Gustavo Grobocopatel. En esa disyuntiva las organizaciones campesinas y populares tendrán que oponerse a un gobierno del que reciben recursos, pero que se ubica en la vereda del agronegocio. En caso contrario, quedarán reducidas a recibir y repartir curitas mientras nuestro pueblo afronta el bombardeo.

La Plata, 31 de octubre de 2021.

(Artículo enviado especialmente por lxs autorxs para su publicación en Revista Herramienta Web 35)

 

 

[1] Walter Pengue (2017) El vaciamiento de las pampas. Link para descargar el libro: https://cl.boell.org/sites/default/files/libro-el-vaciamiento-de-las-pampas.pdf

[2] Video de la conferencia de Allan Savory: Cómo reverdecer los desiertos del mundo y revertir el cambio climático (https://www.youtube.com/watch?v=LNX48I8oO_s)

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