21/11/2024

El MST y la completa destructividad del capital

"La basura resplandece cuando el sol puede brillar".

Goethe, Máximas y reflexiones.

En la actualidad del mundo regido por el capital, algunos consideran que vivimos en plena era cibernética, con el predominio de la ciencia y la tecnología, en la sociedad informática, pos-industrial, pos-moderna, de monumental producción de mercancías, que alcanzamos el apogeo glorioso de un mundo "sin desigualdades", "sin clases sociales", "sin trabajo", de un mundo en definitiva que anuncia -con fondo de trompetas- la "superfluidad de la ideología y de lucha de clases". Ante mundo tan promisorio, tan sintonizado con el sueño iluminista del progreso civilizatorio, causa extrañeza que pueda haber algún antagonista contra tanta "maravilla" junta y, más aún, que ese antagonista sea en muchos casos particularmente amenazador precisamente por plantear la contradicción más primitiva: la expropiación del expropiador por medio de nuevas formas de ocupación de la tierra. Es como si el capital, en el punto más alto de su evolución, con todas las contradicciones que eso implica, evocase su punto de partida. De un modo, sin embargo, significativamente modificado por la historia.[1]

Me refiero a la actualidad de la lucha por la tierra, de la lucha por la reforma agraria, que aún hoy constituye no solamente una de las más apremiantes necesidades sociales de Brasil, sino también y principalmente, su más antigua deuda histórica. Con un significado despreciado por la cultura de los reaccionarios de todo tipo y pelaje, esclavócratas de hecho y de alma, desde sus primeras manifestaciones en las insurrecciones del Imperio y las experiencias de Canudos y Contestado la lucha por la tierra ha sido una marca indeleble de nuestra especificidad histórica, de nuestra expresión colonial, de nuestro desarrollo periférico. Por eso mismo, la reforma agraria ha sido considerada a lo largo de los últimos dos siglos, el principal tema de lucha de los "enemigos internos", enemigos contra los cuales se justificó el uso de una violencia siempre desmedida, tanto sea por el aparato militar del Estado como por las incontables milicias paramilitares organizadas en todo el territorio brasileño. Más recientemente, y a pesar de todo el progreso, la historia reprodujo y en grado aún mayor el tradicional encarnizamiento en el tratamiento de la cuestión.

Sin embargo, desde 1964, con la promulgación del Estatuto de la Tierra por el recién auto-impuesto gobierno Castelo Branco, el Estado comenzó a asumir la función de promoverla, tratando obviamente de quitarle su contenido político-ideológico. El costo altísimo de la truculenta y decidida acción de la dictadura consistió en el desmantelamiento de los grandes movimientos de masas, representados principalmente por las Ligas Campesinas y por la acción del PCB [Partido Comunista de Brasil] en los sindicatos rurales, las ULTAB’S [Unión de los Trabajadores Agrícolas de Brasil]. Las consecuencias, como registra nuestra historia más reciente, fueron ciertamente muy dolorosas, pero no definitivas. A pesar de la violencia contra las organizaciones populares, los militares no sólo no consiguieron erradicar sino que, de hecho, ampliaron la gravedad de los problemas y la potencialidad contenida en el llamado a la Reforma Agraria.

Los mismos procedimientos fueron seguidos por los sucesivos gobiernos civiles, de manera que la cuestión trasciende, y con mucho, el carácter autoritario o democrático del Estado, distinción que además tiene en Brasil fronteras imprecisas. La gravedad del asunto tiene raíces en una elite cuya concepción de enriquecimiento inmediato y en muchos casos parasitario, està regida fundamentalmente por la renta especulativa de la tierra. Y más recientemente, esa práctica lejos de extinguirse, comparte la escena -según un antiguo truco prusiano- con la "racionalidad" altamente lucrativa del agro-negocio.

Así, en la balanza del Estado el fiel sigue y seguirá inclinado, independientemente de su fachada -truculenta, yuppie, ilustrada o conservadora-, hacia las necesidades contingentes del capital. En el caso brasileño, el espacio del latifundio y las viejas prácticas de exterminio está garantizado, en la medida que cuenta con un Estado absolutamente condescendiente y sin aspiraciónes que vayan más allá del apego a las expresiones meramente retóricas y los paliativos morales. Lo prueba el chocante cinismo con que se trata la cuestión. Sobre esto dice Plinio de Arruda Sampaio:

El gobierno federal creó, años atrás, un "kit" de disposiciones para manejar las crisis provocadas por las masacres de ocupantes, sin tierra, seringueiros e indígenas -que ocurren con frecuencia en el país profundo. El "kit masacre" incluye: declaraciones indignadas del Presidente y sus ministros, presencia de los ministros del área en el lugar de los incidentes (de ser posible asistiendo al entierro); promesa de castigo "implacable" a los criminales con encarcelamiento de tres o cuatro sospechosos (luego liberados por falta de pruebas); y el anuncio de "pseudo-hechos" destinados a dar ante la opinión pública la impresión de que el gobierno está actuando enérgicamente. La vida media de un "kit masacre" es de 15 a 20 días. Después de eso, el tema sale de las nobles páginas de los grandes diarios y, consecuentemente, el "kit" se guarda en el cajón hasta la siguiente masacre. El gobierno Lula heredó esa metodología y la está aplicando a fondo.[2]

Otra prueba es que hoy Brasil ostenta uno de los más altos índices de concentración y desperdicio de tierras en el planeta. Lo demuestran los datos: sumadas 35.083 propiedades, el 1% del total de los inmuebles catastrados, los latifundios ocupan 153 millones de hectáreas, casi la mitad del área de todas las propiedades rurales sumadas. Y más insensato aún es que esas pocas propiedades tienen un número mucho menor de dueños. Además, sólo se cultiva 14% del área cultivable, el 48% se destina a la crianza de ganado y lo que sobra se encuentra en absoluto estado de ociosidad. Datos de 1997 revelan que 4,5 millones de agricultores familiares, dueños de la cuarta parte de las tierras utilizadas para la agricultura, garantizan el sustento directo de 18 millones de personas, o sea casi el 12% de la población del país. Sin recursos ni tecnología, un buen número de pequeños productores rurales sobrevive en una economía de subsistencia, recogiendo poco más que lo necesario para que la familia no muera de inanición.

MST: una alternativa confrontativa

Para marcar un contrapunto, hacer visible y desafiar la tragedia de la desigualdad brasilera, nació en el año 1982 en Ronda Alta, Río Grande do Sul, lo que podría llamarse "embrión" del Movimiento de los trabajadores Sin Tierra (MST). Pero es en 1984 cuando surge no sólo una de las mayores y más disciplinadas organizaciones de Brasil, sino también la más ofensiva. En función de las acciones de su militancia, la lucha por la reforma agraria parecía finalmente imponer una forma de tratamiento muy diferente a la acostumbrada testarudez paternal y caritativa del Estado. En consonancia con un proyecto basado en el crecimiento económico y la distribución de la riqueza, despertaron temor y respeto por el planeamiento milimétrico de sucesivas ocupaciones de áreas improductivas, así como los asentamientos organizados. Se combinan acciones de naturaleza pragmática con una resocialización inspirada en los idearios zapatista y bolivariano, con fuerte influencia de la Teología de la Liberación.

No es sorprendente que desde el inicio el MST fuera tratado como un "caso de policía"; sin embargo, el espacio que en poco tiempo ocupó en el escenario nacional, desencadenando una serie de reacciones y confrontaciones, logró dividir a la opinión pública y presentar un horizonte imprevisto. En el plano legal, dividió al Congreso, en donde dos bancadas "ruralistas" se afirman defendiendo polos opuestos. Al mismo tiempo, la represión viene siendo reforzada por la violencia de tropas formadas y financiadas por los grandes propietarios y sus organizaciones, algunas descaradamente fascistas. Juntos, Estado y capitalistas privados continúan generando los hechos más sanguinarios de la historia brasileña: asesinatos recurrentes -aislados o en masa- de trabajadores sin tierra en ejercicio legítimo de sus reivindicaciones y de aquellos que aceptaron el desafío de defenderlos.[3]

Hasta ahora, ninguna medida de castigo o intimidatoria fue capaz de enfriar los ánimos de su militancia, dispuesta a continuar y perfeccionar los métodos de lucha. Así, la reforma agraria ganó con la osadía rebelde de las elecciones del MST su más concreta y oportuna expresión. Reforzando el compromiso político-ideológico que la causa requiere, muestra al país y al mundo que pueden existir puntos de partida alternativos para una efectiva transición socialista.

Esta es una opinión que, sin embargo, está lejos de ser unánime, incluso porque es muy difícil hacer afirmaciones categóricas con respecto a algo que está aún en pleno proceso de definición histórica. Sin embargo, más difícil es acordar con algunos de los más prestigiosos estudiosos del tema en Brasil, como es el caso de José de Souza Martins, quien se ha lanzado en una verdadera cruzada contra el MST. Recientemente, este reconocido profesor, interrogado sobre la autonomía político-partidaria del movimiento con respecto al Partido de los Trabajadores, respondió que "no" y agregó que lo considera una manifestación típica de

países en los que poblaciones retardatarias de la historia emergen en las brechas del sistema político y presentan, de forma ritualmente tradicionalista, sus demandas sociales aparentemente extemporáneas. Estamos enfrentados a la realidad política de poblaciones que intentan saldar cuentas con la historia. [4]

Efectivamente, es un ajuste de cuentas, que me parece por lo demás muy justo. Pero debo expresar mi desacuerdo con su concepción histórica. En primer lugar, no hay ningún indicio de que los militantes del MST y demás movimientos sociales brasileños sean fruto del atraso al que se refiere el profesor. En su inmensa mayoría, son individuos surgidos con el trágico y muy actual desempleo estructural, fenómeno contemporáneo, tanto en Brasil como en todo el mundo regido por el capital, incluso en el centro desde donde se irradian las más profundas contradicciones.

En segundo lugar, si la lucha por la tierra es antigua, de ninguna manera es extemporánea; su actualidad se encuentra en su fuerte desafío crítico e ideológico que, resistiendo al tiempo y a las descalificaciones, aún representa una poderosa fuerza de captación de masas alcanzadas no por el progreso o por el éxito del sistema de capital, sino por su fracaso en mantenerlas ("aunque sea") con el trabajo alienado, fetichizado.

Para ilustrar lo dicho es significativo el ejemplo de la Marcha nacional por la reforma agraria, "fruto de la solidaridad nacional e internacional", que el 2 de mayo del 2005 partió de Goiania hacia Brasilia para "protestar y llamar la atención de la sociedad brasileña ante la grave situación de pobreza y desigualdad en el campo". Durante 17 días, 12.000 trabajadores, mujeres, hombres, viejos y niños de los 23 estados del país recorrieron a pie los 200 Km. que separan las dos ciudades para representar a las 200.000 familias acampadas y a las 350.000 familias asentadas, y representar incluso, como lo afirmaba la convocatoria

a los desempleados, los pequeños agricultores, las mujeres campesinas, la juventud, los estudiantes, los profesores, los indígenas, los movimientos sociales y todos aquellos que claman por transformaciones y exigen cambios para mejorar la vida del pueblo brasileño.

El episodio llama la atención, entre otros aspectos: 1º) por la multiplicidad -positivamente diluida- de las categorías profesionales de trabajadores implicados en la marcha; 2º) por la centralidad de la lucha por la reforma agraria en cuanto elemento aglutinador del descontento y de las necesidades más inmediatas de la clase trabajadora brasileña; 3º) por la capacidad del MST de reunir organizadamente a todos los organismos sociales, sindicales y político-partidarios allí representados; 4º) por trascender el carácter campesino del movimiento, dado el evidente carácter clasista del abarcativo pliego de reivindicaciones entregado al presidente Luiz Inácio da Silva.

Esa amplia movilización liderada por el Movimiento de los trabajadores Sin Tierra constituye una buena base para el debate sobre el papel de los movimientos sociales de masa en la actualidad de la transición socialista. Y es bueno comenzar por recordar que el contexto de lucha más inmediata no corresponde precisamente a un mundo de armonías abstractas, sino a lo concreto de una actualidad profundamente problemática en lo que hace al funcionamiento del sistema socio-metabólico del capital.

Estamos ante el auge de una crisis estructural iniciada ya en la década de 1970, crisis que tira por tierra el más mínimo optimismo sobre los beneficios de la modernización, y menos aún a su supuesta universalización hacia las áreas no desarrolladas del planeta. Más aún, si el actual patrón de acumulación y consumo se mantuviese, no habría manera de vislumbrar ningún horizonte para la humanidad. Esa es la razón por la cual

[…] dada la forma en que se ha concretado -y continúa imponiéndose- la aberrante tendencia globalizadora del capital, sería suicida concebir la destructiva realidad del capital como la presuposición del tan necesario nuevo modo de reproducir las condiciones sustentables de existencia humana. Como se plantean hoy las cosas, no puede ser tarea del capital la "expansión del círculo del consumo", en beneficio de los "individuos sociales ricos" de que hablaba Marx, sino sólo expandir su propia reproducción ampliada a cualquier costo. Y puede ser asegurado esto último, de momento, mediante varias formas de destrucción.[5]

Esto significa que estamos ante un cuadro que plantea al MST el desafío (trans-histórico) de enfrentar los crónicos problemas del prusianismo brasileño -entre los cuales se destaca la fuerte concentración de la propiedad de la tierra (hábilmente transformada por el capital en la mina de oro del agro-negocio) y lidiar directamente con algunos de sus más graves síntomas actuales, que se personifican en su misma militancia alcanzada por el desempleo estructural. En esa medida, es posible que el MST, así como otros muchos movimientos sociales que estallan en América latina, vengar a saldar viejas deudas específicas de la constitución del capitalismo en este rincón del mundo, al mismo tiempo que tratan de responder a sus contradicciones más contemporáneas. El desafío está en la predisposición y en las condiciones potenciales para superarlas radicalmente.

Modificaciones en las formas de confrontación entre capital y trabajo

Para abordar la cuestión no veo mejor camino que seguir la huella de Marx y Engels que desde el Manifiesto Comunista ya llamaban la atención sobre los problemas derivados de la concentración de la propiedad privada y de la justa lucha contra ella:

Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes existe para vosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.[6]

Desde 1848 hasta hoy, la imperativa objetivación de esta tendencia estructural del capital se reveló con toda su potencialidad trágica. El hecho es que, actualmente, nos encontramos frente a un cuadro social de gravedad inigualable, cuadro compuesto por la festiva abundancia de un reducidísimo número de propietarios, inimaginablemente ricos, asentados sobre una franja cada vez mayor y más explosiva de la humanidad sometida a una rigurosa dieta de miserabilidad. El escenario, por lo tanto, es extremadamente problemático y constituye un desafío descomunal para los distintos campos teóricos, desde los más conservadores -si no reaccionarios -, pasando por los liberales moderados -si es que eso todavía existe- hasta los revolucionarios más radicales.

Es obvio que semejante forma societaria, fundada necesariamente en la desigualdad material -creciente y sustantiva-, sólo puede ser estructuralmente conflictiva. Su esencia contradictoria, cada tanto, hace impotentes, inútiles y vanos todos los mecanismos de control de la violencia latente que, desde la génesis,[7] emana de su causalidad más profunda, o sea, la subordinación estructural del trabajo al capital.

Ese es el presupuesto de todo el proceso que genera y sostiene la relación-capital y el significado más evidente de tal premisa es que la historia de la acumulación capitalista, desde su fase primitiva, viene siendo moldeada por

[…] sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres se ven despojadas repentina y violentamente de sus medios de producción para ser lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres, y privados de todo medio de vida. Sirve de base a todo éste proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas históricas diversas.[8]

De hecho, desde la acumulación primitiva hasta los días de hoy, la historia viene siendo escrita a través de las embestidas del capital sobre el trabajo y, a despecho de todos los esfuerzos ideológicos y coercitivos utilizados contra las insubordinaciones, son incontables y múltiples los momentos de confrontación entre sus personificaciones.

Muchas han sido las formas históricas de los sujetos -legatarios del potencial revolucionario-, y la más absoluta verdad es que las reales antípodas del sistema siguen siendo, hoy más que nunca, esas crecientes y peligrosas nueve décimas partes de la humanidad condenada a la indigencia -en el mundo regido por el capital- por la concentración de la propiedad privada, por el trabajo extrañado, fetichizado (teniéndolo, o no). Cambian las formas, cambia el contenido, cambian incluso las personificaciones, pero la esencia de clase estructural jerárquicamente subordinada al capital sigue siendo la misma.

Es importante recordar también que a cada nueva contradicción creada por el capital, en su permanente impulso hacia la expansión y la acumulación, puede decirse que igualmente se modifican las formas y el contexto de la confrontación y, con respecto a esto, la cuestión dependerá siempre y fundamentalmente de la relación entre la necesidad histórica y la conciencia de clase requerida, entre su ser y su existencia.

Más recientemente, en particular

[…] en las últimas décadas, la sociedad contemporánea viene presenciando profundas transformaciones, tanto en las formas de materialidad como en la esfera de la subjetividad, dadas las complejas relaciones entre esas formas de ser y de existir de la sociabilidad humana. La crisis experimentada por el capital, así como sus respuestas, de las cuales son expresiones el neoliberalismo y la reestructuración productiva de la era de la acumulación flexible, trajeron aparejadas, entre tantas otras consecuencias, profundas mutaciones en el interior del mundo del trabajo. Entre ellas podemos mencionar inicialmente el enorme desempleo estructural, un creciente contingente de trabajadores en condiciones precarizadas, además de una degradación creciente en la relación metabólica entre hombre y naturaleza, conducida por la lógica societal volcada prioritariamente a la producción de mercaderías y a la valorización del capital.[9]

Y para enfatizar la tendencia señalada, Mészáros afirma que los dramáticos desdoblamientos de esta crisis demostraron que

Alcanzamos una fase del desarrollo histórico del sistema capitalista en la que el desempleo es su característica dominante. En esta nueva configuración, el sistema capitalista está constituido por una red de interrelaciones y de interdeterminaciones, por medio de la cual es ahora imposible encontrar paliativos y soluciones parciales al desempleo en áreas limitadas, en agudo contraste con el período desarrollista de posguerra, cuando los políticos liberales de algunos países privilegiados sostenían la posibilidad del pleno empleo en una sociedad libre.[10]

En verdad, el desempleo estructural es la marca indeleble de la misma crisis estructural del sistema que llegó a todos los límites -relativos y absolutos- aún capaces de una justificación racional. De modo tal que el capital se obligado a deshacer

las concesiones pasadas, atacando sin piedad las mismas bases del Estado de bienestar, así como las salvaguardas legales de protección y defensa del obrero por medio de un conjunto de leyes autoritarias contra el movimiento sindical, todas aprobadas democráticamente, y el orden político establecido debió desentenderse de su legitimidad mostrando, al mismo tiempo, la inviabilidad de la postura defensiva del movimiento obrero.[11]

O sea, el desempleo estructural es la más nueva forma "en que grandes masas de hombres se ven despojadas repentina y violentamente de sus medios de producción para ser lanzadas al mercado de trabajo", sólo que esta vez sin ninguna perspectiva de empleabilidad. Así, se deshace el ejército industrial y agrícola de reserva no para emancipar a los individuos del trabajo subordinado al capital ni para decretar el fin de la sociedad del trabajo, sino para formar un ejército creciente de trabajadores-sin-trabajo.

Los datos no niegan, sino más bien confirman la actualidad histórica de la confrontación expuesta por Marx y Engels y el agravamiento de la situación que ellos describieron y fecunda su peculiar irreverencia revolucionaria que, desde hace más de 150 años, viene contrariando, irritando, enfureciendo, a los apologistas del sistema con su apócrifo deseo de abolir la realidad de la lucha de clases y el realismo de la transición socialista.

Así pues, la cuestión sigue siendo el carácter insurgente, movilizador, de aquellas palabras que se atrevieran a desafiar, por primera vez en la historia, el derecho "natural e incontestado" de la propiedad privada y sobre todo el derecho "natural e incontestado" de subordinar el trabajo al capital. Y si los límites defensivos de la lucha sindical y de la lucha partidaria indican que estas, aunque necesarias, se muestran insuficientes para enfrentar las consecuencias de la crisis estructural que se instala con tamaña agresividad sobre la clase trabajadora, pareciera que el socialismo está ante una "alteración histórica en la confrontación entre capital y trabajo", modificación esta que viene "acompañada por la necesidad de buscar un medio diferente de afirmar los intereses vitales de los productores asociados".[12]

MST: potencialidad y realidad

Una de las condiciones esenciales para el éxito de las revoluciones del siglo XVIII fue el llamado a la universalidad emancipatoria conducido por la burguesía -su signataria más poderosa. La idea universal de libertad atrajo la atención de los insurrectos -ricos y pobres- y conquistó la imprescindible adhesión de las masas, cuyo radicalismo jacobino dio vida a la causa revolucionaria. La historia se encargó de revelar que "una vez establecida la nueva formación social, los colosos antediluvianos desaparecieron".[13] Las necesidades pos-revolucionarias imponían, entonces, la formalización de una mística universal de los derechos humanos y de la ciudadanía a fin de materializar más libremente los intereses particulares de una clase en lucha por el poder y la dominación.

Por eso mismo es que, desde 1848, Marx advierte sobre la necesidad de "encontrar nuevamente el espíritu de la revolución" y de la emancipación universal que, manteniéndose como una promesa de la historia se constituía en condición revolucionaria esencial para el proletariado, única clase capaz de realizarla concreta y plenamente.

Teniendo en vista la crisis estructural del capital y la actualidad de la transición socialista, planteo tres cuestiones que me parecen particularmente importantes en el ámbito de esta discusión:

1) ¿Para el MST, la lucha por la tierra constituye un fin o una mediación, una continuidad o una ruptura con el orden establecido por el capital? O sea, ¿el MST, por la naturaleza de la lucha más inmediata que impulsa, está históricamente condenado a la regresividad o es un movimiento potencialmente revolucionario?

2) ¿En qué medida el MST, un movimiento social de masas centrado en la lucha por la tierra, con todo el lastre histórico reformista y específico del capitalismo brasileño que esta lucha carga, podría ser una alternativa más universal y concreta para las necesidades actuales de actuación política ofensiva de la clase trabajadora frente a la completa destructividad del capital?

3) ¿Hasta qué punto el MST, con su organización interna, estaría esbozando una sociabilidad capaz de provocar rupturas con la relación-capital?

En verdad, la intención es buscar de elementos para discutir el papel del MST, de sus dimensiones anticapitalistas no sólo en relación con la negación del orden, sino también y fundamentalmente en relación con su capacidad de construir la negación de la negación, o sea, la positivización de una alternativa verdaderamente socialista. Obviamente, como arriba se dijo, no es nada fácil responder esas preguntas de un modo directo y a quemarropa, incluso porque están referidas a un proceso que todavía debe mostrarse plenamente. Como máximo, es posible esbozar algunos puntos para el debate, ya que el MST da señales evidentes de un poder de confrontación potencialmente capaz de transformar la realidad existente. Lo que dependerá de sus formas de manejar los interrogantes

Podríamos comenzar pensando en el Movimiento de los trabajadores Sin Tierra como un fenómeno que, por su propia naturaleza, incorpora parte sustantiva de la clase trabajadora, pero cuyo funcionamiento interno torna inesencial y, por eso, diluye la sensorialidad/parcialidad característica de las organizaciones obreras. En la medida que el MST conserva el carácter clasista de su militancia, carácter afirmado hasta aquí como antagonista temido por el capital, el movimiento estaría aportando a un significado más universal del proletariado. En definitiva, el movimiento estaría dando un paso importante hacia la consolidación del proletariado "como una clase que es la disolución de todas las clases", una clase que se opone cada vez más conscientemente no sólo a la "particularidad burguesa, sino cualquier particularidad, inclusive aquella que acompaña necesariamente todas las formas de poder político propiamente dicho". Y a propósito de la "posibilidad positiva de emancipación" en Alemania, Marx dijo lo siguiente:

En la formación de una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa; de un estamento que es la disolución de todos los estamentos; de una esfera que posee carácter universal por sus sufrimientos universales y que no reclama para sí ningún derecho especial porque no se comete contra ella ningún desafuero especial sino el desafuero puro y simple; que no puede apelar ya a ningún título histórico, sino simplemente al título humano; que no se halla en ninguna índole de contraposición unilateral con las consecuencias, sino en una contraposición omnilateral con las premisas del Estado alemán; de una esfera, por último, que no puede emanciparse sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas ellas; que es, en una palabra, la pérdida total del hombre y que, por tanto, sólo puede ganarse a si misma mediante la recuperación total del hombre. Esta disolución de la sociedad como una clase especial es el proletariado.[14]

Si se considera que el MST podría, de hecho, ser el portador de la potencialidad emancipatoria universalizante, lo que desconcierta teniendo en vista la teoría de la revolución de Marx, es que el ideario que mueve sus acciones gira en torno a la lucha por la tierra y por la reforma agraria. Me atrevo, sin embargo, a reafirmar su actualidad revolucionaria en Brasil por el fuerte contenido crítico ideológico que, hace décadas, viene incitando a los más aguerridos ánimos contra la expoliación, la explotación, las desigualdades y las indecibles barbaridades cometidas en nombre del progreso nacional e internacional. Entonces, lo que podría constituir una debilidad -vale decir, la particularidad histórica de la lucha por la reforma agraria- puede ser uno de sus mayores triunfos. O sea, desde esta bandera que evoca viejas contradicciones nacionales no resueltas puede aflorar la conciencia sobre las más actuales formas que asumen la explotación de clase y la dominación imperialista. De esa reivindicación típicamente nacional y pequeño burguesa puede surgir una oposición radical al nacionalismo triunfalista, al chauvinismo, a la concepción de nación vuelta sobre sí misma. El nacionalismo anticapitalista debe ser abierto y apuntar a la internacionalización de lucha de los pueblos dominados. De allí puede derivar la actualidad y la legitimidad de las específicas manifestaciones latinoamericanas que cada vez más intensamente vienen reclamando por sus más antiguas deudas históricas. Que lo digan, entre muchos otros movimientos sociales, los zapatistas en México, los bolivarianos en Venezuela, las FARC en Colombia, los indios cocaleros en Bolivia, los piqueteros en Argentina, la Campaña (inter)nacional contra el ALCA.

El MST es un movimiento político, pero -como destacara Marx- no puede haber movimiento político que no sea al mismo tiempo social.[15] Entonces, es preciso afirmar que el carácter efectivamente político del MST no emana de compromisos incondicionales con la lucha partidaria, ni mucho menos se desarrolla a su sombra. El carácter político del MST se afirma en la centralidad del trabajo y, fundamentalmente, en los sujetos constituidos a través de su praxis que, en el plano más inmediato, desafían la "inviolabilidad" de la propiedad privada. Y, aunque al principio no actúe necesariamente en el sentido de negarla completamente, el movimiento puede hacer concreta esa dimensión anticapitalista, desde que reconozca su propia contemporaneidad, desde que reconozca que su marco no está dado por militantes que reclaman el estatus de un campesino resignado y añorante de un pasado jamás vivido en Brasil, y que su proyecto de nación no apunta a constituir una plétora de pequeñas propiedades.

La objetivación de su inclinación revolucionaria sólo puede hacerse realidad si ese proceso asentado en la lucha por la tierra fuese considerado una mediación, una transitoriedad para la superación del sistema de funcionamiento del capital, en el que el movimiento social aún se inserta y de alguna forma resulta controlado por sus imperativos

En estos más de 20 años de historia, como vimos, el MST viene enfrentando vigorosamente todo tipo de veleidades jurídicas y bárbaras violencias correspondiendo así a la expectativa de infinidad de hombres y mujeres trabajadoras que afluyen hacia él buscando un futuro cualitativamente diferente a las experiencias hasta entonces vividas. Con ellos -y solamente con ellos- el movimiento debe comprometerse, pues constituyen la razón más que suficiente para no dejarse abatir, perder el vigor y la responsabilidad histórica, precisamente frente a las palabras vanas de un gobierno que, siguiendo los moldes de 1789 y 1830, traicionó y frustró la expectativa popular.

La realidad actual no deja espacio para vacilaciones, porque se asiste a una peligrosa secuencia de medidas impulsadas por las "políticas sociales" de una nueva forma de Estado benefactor que legisla sobre los estertores de una democracia que, en definitiva, nos llegó a través de las manos del neoliberalismo. Con eso quiero decir que los movimientos sociales en general y en particular el MST, si sucumbieran a los llamados de la institucionalización, se comprometerían, perderían su movilizadora libertad crítica, se debilitarían de modo irreversible.

La única forma de impedir que eso ocurra es continuar reforzando las estrategias de confrontación ofensiva contra la propiedad privada -las ocupaciones-, declarar la independencia política ante las esferas del poder constituido, y posicionarse firmemente con la determinación de ofrecer una alternativa radical a los trabajadores y trabajadoras, del campo de la ciudad, formales e informales, con y sin calificación, empleados y desempleados, o sea, los verdaderos sujetos de la historia.


Versión original:

Margem Esquerda

. Trabajo presentado en el

Tercer Coloquio Internacional Teoría Crítica y Marxismo Occidental

, Buenos Aires, del 5 al 9 de noviembre de 2007. El artículo fue enviado por la autora y traducido para

Herramienta

por Aldo Casas.

[1] En este sentido se considera que "la historia es un proceso irreversible; por eso, parece obvio tomar como punto de partida, en la investigación sobre la historia, esa irreversibilidad del tiempo". Georg Lukács, "Os principios ontológicos fundamentales de Marx", en Ontologia do ser social. San Pablo, Editora de Ciencias Humanas, 1979, pág. 77.

[2] Folha de Sao Paulo, 23 de febrero de 2005.

[3] No es admisible olvidar, entre otros repugnantes ejemplos, la tragedia de Eldorado de Carajás, los asesinatos de Chico Mendes, de Dorothy Stang...

[4] Folha de Sao Paulo, 21-4-2005.

[5] István Mészáros, El Siglo XXI ¿socialismo o barbarie? Buenos Aires, Ediciones Herramienta, 2007, pág. 17.

[6] Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto comunista. Buenos Aires, Ediciones Pluma, 1974, pág. 83.

[7] Ver el capítulo XXIV, "La llamada acumulación originaria" (o "primitiva"), en Carlos Marx, El Capital. Volumen 1, México, FCE, 1973.

[8] Idem, pág. 609.

[9] Ricardo Antunes, Los sentidos del trabajo. Buenos Aires, Ediciones Herramienta - TEL, 2007, pág. 1.

[10] I. Mészáros, Unemployement and Causalisation: A Great Challenge to the Left (mimeografiado, s/f).

[11] I. Mészáros, Para além do capital. San Pablo, Boitempo Editorial, 2000, pág. 24.

[12] Idem, pág. 31

[13] Carlos Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires, Editorial Polémica, 1972, pág. 16.

[14] Idem, Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. En La sagrada familia. México, Grijalbo, 1984, pág. 14.

[15] Idem, Miseria de la filosofía. Buenos Aires, Cartago, 1987, pág.138

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