Los debates históricos acerca del legado de Hugo Chávez han comenzado. Tal vez algún día me sume a esos debates. Pero no ahora. Los ataques a Chávez “el dictador” o Chávez el carismático “oponente” de los Estados Unidos exigirán una fogosa defensa de la izquierda. Quizás me una a tales esfuerzos en los meses y años por venir. Pero no ahora. En este breve espacio, quiero hablar de Hugo Chávez como el líder que inspiró a una generación a creer en que una alternativa al capitalismo puede ser modelada desde la reinvención del Estado por las mayorías populares.
La popularidad de Chávez tiene un alcance mundial histórico y no sería equivocado analizar su carismático liderazgo en el contexto de un culto a la personalidad como los de Fidel, el Che o el subcomandante Marcos, por ejemplo. Esto no disminuye la importancia de su papel como una figura capaz de inspirar a millones en la izquierda y promover la fe en la posibilidad de una alternativa más humana al capitalismo, una vez ganada la batalla contra el imperialismo de los EE.UU. Chávez, cuyo padre era descendiente de indígenas y su madre de ascendencia africana, fue objeto frecuente de burlas raciales por parte de la élite blanca de la clase dominante, que no oculta su discriminación racial hacia el resto del pueblo venezolano, cuyas cuatro quintas partes pueden ser descriptas como indígenas, mestizos, mulatos o africanos. Recuerdo que un día, luego de una marcha particularmente larga por las calles de Caracas en apoyo al Presidente Chávez, fui de negocio en negocio tratando de comprar como souvenir un popular muñeco de Chávez. Pero no lograba encontrar ni un solo muñeco. Me comentaron que podría encontrar alguno en Altamira, un próspero barrio de la parte Este de Caracas. Me sorprendí. Un camarada se rió ante mi expresión y me dijo que la élite blanca dominante, los llamados “escuálidos”, tenían muchos muñecos de Chávez a su disposición en todos lados: refiriéndose a Chávez como “ese mono”, ataban los muñecos a los paragolpes de sus autos y los arrastraban por las calles.
Metiéndose en nuestras vidas cotidianas como una ideología, pero también como una serie de prácticas de acumulación y procesos de producción, el capitalismo neoliberal pretende ser el trono de la construcción democrática, pero en realidad ha apresurado su defunción. El capitalismo tiene una coqueta, humilde e inmaculada apariencia de consistencia atemporal, siempre inalterable, pero esa apariencia no es más permanente que el lápiz labial en un espejo, los éxitos de Barry Manilow tocados con vibráfono en los centros comerciales o una de las famosas borracheras de cerveza de Charles Bukowski. Lo que hace que el capitalismo parezca indeleble e inmutable es el hecho de que hace muy rica a alguna gente; y estos exponentes de la clase capitalista son lo que los aparatos del Estado exhiben en sus estridentes medios de comunicación: estrellas de cine, magnates corporativos, marcadores de tendencia, celebridades y agentes culturales. Mientras las noticias acerca de la celulitis de las celebridades nos sacuden, para mantenernos despiertos en un estado de lucidez anfetamínica, los aristócratas del chisme de Hollywood, equipados con la más profunda y electrizante lucidez disponible nos informan qué estrella tiene el mejor cuerpo en biquini. Al mismo tiempo, permanecemos emocionalmente insensibles al dolor y el sufrimiento de la gente que lucha y se esfuerza contra la pérdida de poder adquisitivo, el desempleo, la falta de comida y de atención médica. Y muy raramente dirigimos nuestras miradas al sur de la frontera.
Hugo Chávez subió la apuesta para los norteamericanos. Nos mostró que un Presidente podía ser reelegido muchas veces y aun así dirigir la mayor parte de sus esfuerzos a ayudar para que los pobres y los desprotegidos se ayuden a sí mismos. Nos hizo conscientes de que el confort que disfrutábamos en los Estados Unidos era un resultado directo de la forzada dependencia que los EE.UU. crearon con las Américas. Mostró al mundo que la lucha de clases ya no está delimitada como un enfrentamiento entre hombres vestidos de mameluco o pantalones ferroviarios y dueños de fábricas con sombrero de copa, corbatas continentales y sacos cruzados. O por la lucha entre los sans-culottes y los trajes de las clases dominantes. O los financistas con capa y bastón con mango de plata, que explotan la fuerza de trabajo de zafreros, zapateros y mineros del cobre, quienes acarrean sus viandas de sueños perdidos. La lucha, como nos lo diría en su programa televisivo semanal, Aló Presidente, es la lucha de la clase transnacional capitalista contra todos aquellos que dependen del salario que reciben por su trabajo. Nos hizo ver que necesitamos culturas contestatarias de alcance transnacional para poner fin a la explotación capitalista.
Los Círculos Bolivarianos de Chávez (llamados así por Simón Bolívar), actúan como grupos de vigilancia modelados según los Comités de Defensa de la Revolución en Cuba, funcionan como enlace entre los barrios y el gobierno y fomentan el apoyo a Chávez. Fueron importantes en el combate contra los líderes empresariales y los generales del ejército disidentes, quienes, con apoyo de los EE.UU. intentaron derrocar el gobierno de Chávez. Los miembros de los Círculos Bolivarianos pudieron tomar los abandonados polos eléctricos, enfrentar la movilización de la oposición y movilizar a los simpatizantes a través de la ciudad desde los barrios de la clase trabajadora. Fueron un ejemplo de autodeterminación por la soberanía como lo evidencia la declaración bolivariana: “Nuestra América: una Sola Patria”, que rechaza la lealtad ideológica a “América” en tanto una América definida por el sistema capitalista con una carga de valores que favorecen al imperialismo y la explotación para obtener mayores márgenes de rentabilidad. Chávez creó una infraestructura para los consejos comunales, la autogestión de fábricas y cooperativas y la participación en programas sociales. Este fue un logro extraordinario, pues nunca antes la gente que vive en los barrios había tenido alguna posibilidad real de participar en el gobierno. Que un líder asuma la postura de trabajar con una opción preferencial por los pobres y desprotegidos, sea reelecto más veces que cualquier otro líder en el hemisferio occidental (en el mismo tiempo), y sobreviva al golpe de Estado apoyado por los EE.UU. en 2002 y a las huelgas petroleras que deterioraron la economía es toda una proeza. Incluso Jimmy Carter elogió el proceso electoral en Venezuela como uno de los más transparentes que haya podido observar.
Las políticas de Chávez apuntan a la importancia del “desarrollo desde abajo”, que podía lograrse a través de la democratización de los lugares de trabajo por medio de consejos de trabajadores y un cambio substancial en la propiedad de la producción, el comercio y el crédito, con el objetivo de expandir la producción de comida y de bienes destinados a satisfacer las necesidades básicas de los pobres, que conformaban el “mercado interno”. Una vez que el presidente Chávez fue capaz de controlar la industria petrolera, su gobierno pudo reducir la pobreza a la mitad y la extrema pobreza en un 70 %. Chávez ayudó a que Venezuela pasara de ser uno de los países más desiguales de Latinoamérica a ser el más equilibrado (después de Cuba) en término de ingresos.
El capitalismo funciona a través de un proceso de intercambio de valores, mientras que Chávez estaba más interesado en un proceso de intercambio comunal. Esto es, por citar solo un ejemplo, intercambiar petróleo por atención médica mediante un programa con Cuba según el cual doctores cubanos fueron enviados a Venezuela y se establecieron en muchos barrios. Recuerdo una vez que estaba muy enfermo, con la fiebre por las nubes y tuve que llamar al doctor, pero antes de que el doctor llegara luché vanamente para ponerme una remera del Che sobre mí empapado cuerpo para obtener algo de solidaridad con este gringo enfermo. Chávez seguía el principio del “buen vivir” que podría ser traducido al inglés como “
to live well”. Pero la expresión que tiene raíces indígenas es muy diferente al dicho norteamericano “
the good life”.
[1] El buen vivir requiere que los individuos, en sus diversas comunidades, tengan real posesión de sus derechos y sean capaces de ejercer sus responsabilidades en un contexto de respeto por la diversidad y los ecosistemas. Se trata de riqueza social, no de riqueza material.
Recuerdo cuánto disfruté enseñando en la Universidad Bolivariana de Venezuela –como parte de la Misión Sucre, que brinda educación superior gratuita a los pobres independientemente de sus calificaciones académicas, educación previa o nacionalidad–, ubicada cerca de la Universidad Central de Venezuela, en las oficinas ultralujosas de los antiguos ejecutivos petroleros de PDVSA, a quienes Chávez despidió a causa de sus intentos de derrocar al gobierno. La matrícula universitaria se duplicó bajo el gobierno de Chávez. Los proyectos estudiantiles fueron enlazados de manera indisoluble con la mejora de la comunidad local. En una ceremonia de graduación en los primeros años de la universidad, Chávez pronunció la famosa frase: “El capitalismo es machista y en gran medida excluye a la mujer, por eso, con el nuevo socialismo, ustedes, señoritas, pueden volar libres”.
Chávez implementó una estructura para ofrecer empleo a los graduados de la UBV a través de una Comisión Presidencial que permitía, a los nuevos graduados, instalarse en diversos puntos del país en proyectos de desarrollo. Los graduados recibirían una beca ligeramente superior al salario mínimo. Algunos de estos proyectos involucraban a la Misión Árbol, para recuperar el medio ambiente dañado por el capitalismo, como el río Guaire. Cuando fui invitado por primera vez a Venezuela por el gobierno, para ayudar a apoyar la revolución bolivariana, recuerdo haber hablado en la Universidad Central de Venezuela. Los estudiantes que asistían a esta universidad eran en su mayoría hijos de la
élite dominante. No muchos eran chavistas, o en todo caso no lo eran cuando hablé allí. Después de anunciar a los estudiantes presentes que yo era chavista: “Soy Chavista!”,
[2] me contaron que algunos de ellos en represalia habían arrancado mi foto de un mural de teóricos críticos que los estudiantes habían creado. Pero en los años siguientes tuve la posibilidad de mantener muy buenas conversaciones con algunos de los estudiantes de allí.
Tuve el privilegio de ser invitado varias veces a Aló Presidente; en una de ellas, estuve sentado al lado de Ernesto Cardenal. Vi a Ernesto hablar elocuentemente sobre Chávez y su sueño de unir a la humanidad mediante un profundo espíritu de amor. Participé en reuniones de las Misiones: programas sociales de salud, educación, trabajo y vivienda, instalados por Chávez cuando llegó al cargo en 1999, para ayudar a los pobres en su alfabetización, terminar la secundaria, organizar sus comunidades y conseguir atención médica.
En 2005, cuando el Presidente Chávez ofreció a los residentes del Bronx un nuevo programa para calefaccionar sus viviendas, fue ridiculizado por los medios de EE.UU. presentándolo como un barato ardid publicitario. Chávez estaba usando las ganancias provenientes de las ricas reservas petroleras de su nación para promulgar programas sociales, y ofrecía a los residentes del Bronx el mismo trato, lo que implicaba proveer petróleo con grandes descuentos (a través de Citgo) para calefaccionar los hogares de residentes con apremios económicos, siempre que los ahorros obtenidos fuesen reinvertidos en programas que beneficiaran a los pobres. Desde entonces, el veterano congresista José Serrano ha manifestado su gratitud a Chávez por instituir este programa en su distrito.
Si bien me encontré con el Presidente Chávez una media docena de veces, solo conversé con él una vez. Agradeció mi trabajo en pedagogía crítica y mi disposición para compartir mi trabajo con la gente de la revolución bolivariana. Pero me recordó que yo tenía mucho que aprender del pueblo venezolano y que debía mantener esa actitud en mi trabajo. Y tenía razón.
Hugo Chávez Frías montó el Ángel de la Historia como un potro salvaje a través del fogoso firmamento de la revolución, descorriendo la cortina de la “estrategia para el Sur” del imperialismo y promoviendo la causa del socialismo del siglo veintiuno. Era esencialmente un soldado; uno con la suficiente humanidad para mirar fija y directamente al corazón del capitalismo y advertirnos que latía con derrames de petróleo confiscado y que su preocupación por el “cap and trade” estaba regulada por el mercado. Hugo Chávez fue coronado por la historia con una boina roja y nos dejó el orgullo de ser guerreros de la justicia social, marchando hacia un nuevo futuro.
Artículo enviado por el autor el 7 de marzo de 2013. Traducido del inglés por Hugo Casas.
El gobierno de Venezuela honró recientemente al profesor McLaren con el Premio Internacional en Pedagogía Crítica.
[1] N. del T.: La buena vida.
[2] N. del T.: En español, en el original.