08/12/2024
Ya es un movimiento: se articula con la ultraderecha global, promueve el caos y va más allá del liderazgo de Bolsonaro. Aplicar la Constitución para desmantelarla no es “revanchismo”, sino defender la democracia de hordas criminales.
La diferencia de 1,8 puntos porcentuales a favor de Lula que le dio la victoria sobre Bolsonaro, aunque estadísticamente pequeña, en realidad expresa una gigantesca victoria de Lula y de la izquierda; pero, sobre todo, una extraordinaria victoria de las fuerzas democráticas del país sobre el neofascismo. Como todos saben, esta no fue simplemente una elección más en la historia de Brasil.
Las fuerzas democráticas derrotaron a Bolsonaro, a su familia y a sus milicias digitales y físicas atrincheradas en las redes sociales y presentes en algunos lugares del país que actuaron difundiendo miles de mensajes absurdamente mentirosos, avergonzando físicamente a los votantes y promoviendo todo tipo de violencia física y simbólica, inclusive asesinatos.
Las fuerzas democráticas derrotaron al Estado brasileño, explotado descaradamente por la campaña de Bolsonaro: cambios en la Constitución (con la compra de votos de los parlamentarios a través del “presupuesto secreto”) en un año electoral (ilegal), para permitir los gastos astronómicos que se hicieron en la víspera de la elección; uso delictivo de la Policía Federal de Caminos el día de las elecciones para dificultar e impedir que los votantes lleguen a los lugares de votación (especialmente en el noreste); Alcaldías pro-Bolsonaro que reúnen a personas de Auxilio Brasil para extorsionarlos y amenazarlos con no poder acceder al beneficio si no votaban en el 22, como sucedió en el municipio de Coronel Sapucaia, en Mato Grosso do Sul, demostraron in loco (con imágenes y testimonios) para un reportaje realizado por el reportero Caco Barcellos (amenazado mientras trabajaba).
Las fuerzas democráticas derrotaron el uso político generalizado de la religión por parte, sobre todo, de las principales iglesias neo-pentecostales, transformadas en verdaderos partidos políticos fascistas. Comandados por reconocidos pastores bolsonaristas y con fuertes intereses económicos y políticos, practicaban abiertamente el acoso religioso: distanciamiento de los disidentes de la Iglesia, demonización de Lula y amenazas de fuego infernal a sus votantes, uso del púlpito como plataforma política, distribución de panfletos mentirosos, etc.
Por eso, la victoria de Lula, de la izquierda y de todas las fuerzas políticas democráticas fue gigantesca e inapelable. Sin embargo, desde la decisión del Tribunal Superior Electoral (STE) de la victoria de Lula, asistimos a acciones antidemocráticas de no reconocimiento de los resultados de las urnas - claramente estimuladas por la conducta del todavía Presidente de la República: silencio total por casi 48 horas después del anuncio de la victoria de Lula y, luego, un mediocre discurso de dos minutos dirigido a sus votantes – en el que no reconoció explícitamente su derrota y la honestidad de las máquinas de votación electrónica.
Organizadas y políticamente dirigidas, desde un centro aún no identificable (aunque previsible), estas manifestaciones (tranques, estimulados y financiados por empresas, y aglomeraciones frente a unidades militares que pedían un golpe de Estado) contaron con la indulgencia de la Policía Federal de Carreteras (incluso con escenas de confraternización entre bolsonaristas y las fuerzas de seguridad). Y, posteriormente, se desdoblaron explícitamente en apología del nazifascismo, cuyas células políticas organizadas se encuentran, sobre todo, en el sur del país. Para centrarme en sólo dos ejemplos:
Primera escena: una masa del pueblo bolsonarista, reunida en São Miguel do Oeste, ciudad de Santa Catarina, cantó el himno nacional con el brazo derecho extendido hacia adelante durante toda su interpretación, un saludo político característico del nazismo, como ocurría en la Alemania de Hitler.
Segunda escena: estudiantes de una escuela privada en la ciudad de Valinhos (interior del estado de São Paulo), reunidos en un grupo de WhatsApp, publican mensajes nazis con el saludo característico ya mencionado, elogian a Hitler con fotos y ataques racistas a los nordestinos.
De una vez por todas, tenemos que reconocer que el fenómeno que estamos presenciando en Brasil, al menos desde 2013, y especialmente después de la elección de Bolsonaro en 2018, no es simplemente un “populismo de derecha” que, supuestamente, se opondría a un “populismo de izquierda”. El nombre hay que dárselo a los “bueyes”: es un movimiento social de masas neofascista organizado, que no debe confundirse con la mayoría de los votantes de Bolsonaro, pero que ha logrado penetrar en la sociedad brasileña, y que va mucho más allá Jair Bolsonaro. Más que implantar una dictadura, su objetivo es implantar un régimen fascista, en el que se controle la totalidad de la vida del ciudadano, en sus diversas dimensiones: política, social, cultural y religiosa.
En su último discurso, este candidato a Mussolini tropical, pidió explícitamente a sus seguidores que levantaran los cortes para que no perdieran “legitimidad” -en vista de los daños y dificultades que estaban imponiendo a la sociedad. La reacción, ejemplar, de uno de los líderes que se adelantó inmediatamente a las manifestaciones en Santa Catarina fue negar el liderazgo de Bolsonaro y continuar con las manifestaciones y cuestionar los resultados de las elecciones. Según él: “Tenemos que ser conscientes de una cosa: ya no tenemos presidente, ya no queremos a Jair Messias Bolsonaro como presidente. Nosotros sí queremos una intervención militar, queremos que venga el Ejército (sic) a poner orden en nuestro país”.
En definitiva, el movimiento neofascista muestra que tiene una dinámica propia, que va mucho más allá del liderazgo momentáneo de Bolsonaro; tiene dirección propia, además de Bolsonaro, se articula internacionalmente con las diversas facciones de extrema derecha (en el poder o no) existentes en el mundo actual. Incluida la financiación internacional. Este estado de cosas ya no puede aceptarse, con la normalización de un supuesto “derecho de expresión”, que se utiliza para destruir la democracia y desmoralizar las instituciones democráticas.
La respuesta a estos hechos debe ser, por parte de las instituciones de justicia, la criminalización inmediata de estos actos y manifestaciones, tal como lo prescribe la Constitución y las leyes del país -según el comunicado del Presidente del TSE. No se puede ser indulgente y "revolver la cabeza", como si fueran meros arranques emocionales pasajeros o bromas inmaduras. Y, más que eso, las células neonazis deben ser desmanteladas e ilegalizadas, con sus miembros incriminados, acusados y castigados por la ley. No puede considerarse amnistía de ningún tipo. Esto es urgente; el próximo gobierno no puede objetar esto: ya no se trata de la existencia del “huevo de serpiente”, sino de la serpiente misma, que creció y se fortaleció en los últimos cuatro años del gobierno de Bolsonaro. Para ello es fundamental la movilización permanente de la izquierda y otras fuerzas democráticas; esto es lo que expresará la voluntad innegociable de la sociedad de no reconciliarse con los crímenes de la extrema derecha neofascista.
A mediano y largo plazo, es imperativo abordar el problema a través de la educación, que forme a los jóvenes que dirigirán el país en el futuro. El fenómeno nazi-fascista que azotó al mundo en la primera mitad del siglo XX debe ser abordado con competencia y absoluta claridad, para que sea posible aprender de esta tragedia, cuya repetición es siempre una posibilidad presente en las sociedades capitalistas - potencializado en las últimas cuatro décadas, por las consecuencias sociales y económicas derivadas de la forma que toma el capitalismo financiarizado contemporáneo. Adicionalmente, existe una necesidad urgente de ampliar la presencia organizada de las fuerzas democráticas en las zonas populares que tienen una fuerte presencia de milicias e iglesias (neo)pentecostales.
Finalmente, se hace cada vez más evidente que este intento de promover un golpe de estado nació derrotado; para el 3 de noviembre, cuarto día después del inicio de los movimientos antidemocráticos, ya se habían levantado casi todos los bloqueos de carreteras, varias personas fueron detenidas, 2.000 conductores fueron imputados y multados por obstrucciones viales que alcanzaron el valor de R$ 18 millones. Sin embargo, el movimiento neofascista seguirá existiendo y tratará sistemáticamente de quebrantar el orden democrático, pero con persistencia, valentía y dentro de la ley será derrotado por las fuerzas políticas democráticas y la gran mayoría de la sociedad brasileña.
Por todas las razones aquí enumeradas, y por la actuación de Bolsonaro y sus milicias en los últimos cuatro años, el futuro gobierno de Lula no podrá negociar ni aceptar ningún acuerdo que implique amnistía para sus crímenes y sus cómplices: actualmente hay 58 denuncias de delitos comunes en su contra en el Supremo Tribunal Federal – que deben ser remitidas a la 1ª instancia. La consigna “no debe haber revanchismo”, siempre utilizada en la historia política brasileña para justificar el indulto de los criminales, no será aceptada por quienes derrotaron al fascismo en Brasil en estas elecciones, con gran sacrificio. Vale la pena recordar las nefastas consecuencias políticas de la amnistía otorgada a torturadores y otros delincuentes bajo la Dictadura Militar.
El nuevo gobierno, inexorablemente, será nominado el 19 de diciembre y tomará posesión el 1 de enero de 2023. Este será un día muy especial de conmemoración de la democracia y que deberá estar marcado por una gran celebración cívica, nunca antes vista, a lo largo de todo el país y principalmente en la capital de la República.
*Publicado por Outras Palavras y reproducido por Herramienta gracias a la gentileza de sus autores. Traducción de Raúl Perea.