¡Qué hacemos?
Me pregunto en primera persona del plural porque la participación en los comicios es una forma de acción colectiva. Y pregunto porque frente a ellos desde 1762 ronda la sombra de la sentencia de Rousseau: "El pueblo inglés cree ser libre, y se engaña mucho: no lo es sino durante la elección de los miembros del parlamento; desde el momentos en que éstos son elegidos, el pueblo ya es esclavo, no es nada"
[1].
Algunos movimientos sociales y estudiantiles universitarios, que probablemente constituyan la mejor herencia de los procesos crítico-prácticos de la política fundada en lo que ha quedado de la otrora democracia representativa electoral, constituye lo que llamamos izquierda independiente. Abarca distintos espacios y diversos objetivos pero quizá un elemento característico sea la asunción de un carácter horizontal, anti-jerárquico, ideológicamente plural y proyectado en una tendencia autogestionaria y anti-capitalista.
Ello significó y significa una marcada toma de distancia con las instituciones clásicas de la política reducida al campo de lo estatal o del poder del Estado, del que se cuestiona fundamentalmente su título de representante del pueblo. De allí cierta repulsa a la intervención en la política partidaria y la participación electoral.
En los últimos tiempos algunos miembros de esos movimientos parecen considerar que existe un techo que agota las posibilidades de crecimiento, cierto aislamiento social y un peligro de enclaustramiento limitante para otros objetivos mayores. Todo eso en un panorama de fraccionamiento a veces localista, con superposición de esfuerzos y dificultades de coordinación.
Desde ese parecer, no sin dudas, algunos partícipes de esos movimientos, quizá por experiencia exitosas en el campo universitario, pero no sin razones teóricas han planteado la necesidad de abrir el horizonte hacia alguna experiencia de participación electoral.
Herramienta, felizmente ligada a esos movimientos, de forma directa en algunos casos a través de miembros militantes de ellos, reflejó ese parecer en las dos últimas ediciones web.
Desde los años noventa vengo conjeturando sobre la probabilidad de desarrollos sociales auto-normados como aspecto necesario de una profunda transformación social al menos no capitalista. Procesos asentados en las estructuras que habitan los desposeídos y dominados proclives a la cooperación (léase las estructuras de la exclusión y la pobreza).
Desde esa perspectiva pretendo sobre todo sumar algunas reflexiones, más que analizar taxativamente los argumentos de Aldo Casas y Miguel Mazzeo, aunque ellos son los que suscitaron esta pretensión.
Me parece que el hecho de que aflore esta problemática muestra ante todo que la pasión política felizmente no ha muerto. Porque si bien es cierto que la política, la gran política no se reduce a lo que gira alrededor de lo que entendemos por Estado -el campo político diría Bourdieu-, ésta, la pequeña política existe y está comprendida por la otra.
No se la puede ignorar. Si el Estado, como decía Marx en La Ideología, es una ilusión de comunidad, esa ilusión no es ilusoria. Opera, es eficaz y efectiva, tanto o más que cualquier ilusión mítica, la nación por ejemplo, o religiosa.
Ignorarla nos puede hacer feliz un rato, como mirar los lirios del campo estando con hambre y desnudos. Por este lado vienen los peligros de cierto purismo tipo Holloway que recuerda a Mateo
[2].
Pero también puede significar la tentación del atajo frente a la dificultades, en una coyuntura en que ciertas incoherencias del discurso y de la acción del kirchnerismo y la impotencia de una oposición que nada opone hacen entrever alguna probabilidad para nuevas expresiones electorales. Por este lado, me parece, vienen los peligros del oportunismo.
Es una ecuación difícil de la que, creo, surgen todas las dudas y prevenciones que expresa Mazzeo. Ecuación que Casas salda con la legítima apelación a otra política.
En sus trabajos que, creo, funcionan como buenos disparadores para una discusión necesaria, los dos compañeros apuntan a lo que, a mi parecer es, sino la única al menos una privilegiada clave del asunto: el Estado.
Mi preocupación no gira tanto sobre una definición teórica sobre el Estado, se intente o no desde los textos clásicos del marxismo o desde una renovación de los mismos, sino sobre su funcionamiento actual. Ello naturalmente significa trascender lo que podríamos llamar el campo de lo político-estatal o político-institucional o político-jurídico, aunque todo ello tenga su lugar en el funcionamiento de la dominación social.
Es verdad que la intervención de sectores obreros y populares en la actividad estatal no arribó a una revolución que aboliera las relaciones de apropiación capitalista del trabajo, la explotación del hombre por el hombre. Pero me parece innegable que esa intervención efectiva o simbólica revolucionó muchas relaciones sociales de todo tipo.
Intervenciones, electorales o no, en una actividad estatal privilegiada no sólo por el monopolio de la violencia física nada desdeñable, sino, y quizá sobre todo, por su potencialidad ideológica, precisamente de ilusión de comunidad. Si se quiere, siguiendo a Bourdieu otra vez, el monopolio de la violencia simbólica.
Ilusión de comunidad en la que el papel relevante, creo, residió en la educación y el derecho, la ley, como factores de cohesión de las relaciones sociales. Disciplinamiento y territorio necesarios para el desenvolvimiento del capitalismo industrial.
No es necesario reducir todo el universo de las relaciones sociales a la economía para señalar su lugar privilegiado, el que ilumina con su luz una época, diría Marx, de condicionamiento y determinación de ese universo: relaciones de familia, de género de organización del trabajo, expresiones culturales, científicas, religiosas, morales. Interindividuales y, por supuesto, políticas.
El estado de los Estados.
Si admitimos cierta determinación y condicionamiento del campo económico sobe el campo político o, al menos, ciertos nexos fuertes entre la esfera de actividad económica y la esfera de actividad política, entonces podemos comenzar con un interrogante: si el capitalismo industrial ha cedido su hegemonía al capitalismo financiero ¿el papel del Estado sigue siendo el mismo?
Creo que aunque nos estemos refiriendo al Estado político moderno su papel no ha sido siempre el mismo. Desde las comunas italianas al Welfare State
[3]. Y tampoco ha sido siempre igual su relación con el desarrollo de la economía ni, en particular, con el capitalismo y sus fases
[4].
El Estado ¿es actualmente el lugar privilegiado de disputa de tensión entre clases y sectores como lo describía Marx?
La fragmentación de la clase obrera, el debilitamiento de la fracción industrial, el crecimiento de los servicios, la atomización generada por las múltiples formas de tercerización y la labor ideológica de la competencia interindividual, debilitaron el papel que algunas organizaciones tenían en aquellas disputas.
Las instituciones políticas, en particular los parlamentos reflejan ese estado, de allí que sea a veces muy difícil distinguir un partido de otro, para no hablar de los programas ya casi inexistentes.
¿Juega la Ley, inseparable del Estado, hoy el mismo papel de disciplinamiento y educación?
Me parece difícil afirmarlo. En las grandes decisiones la ley ni siquiera cumple el papel de cohesión y coordinación entre los sectores dominantes. Allí no llega ya el poder del Estado. Se negocian normas para cada caso y su vigencia no pasa de allí. Ello explica la profusión legiferante y los continuos cambios de las leyes fundamentales.
El debilitamiento del monopolio de la fuerza que sostiene las leyes se hace ostensible en todos los aparatos de seguridad privada, la autonomía de órganos como la CIA, el FBI, entre los más conocidos, los ejércitos irregulares de las mafias narcotraficantes, por ejemplo.
Más que disciplinamiento para la producción, los estados parecen disciplinar la exclusión, entre otros medios a través del enclaustramiento o el asistencialismo con obligación de trabajo, es decir trabajo forzado, como señala Wacquant
[5].
¿Es el Estado hoy el lugar de las tomas de decisión política, es decir que afectan las conductas de grandes masas?
Por el lado de lo que llamamos público los organismos supranacionales y supraestatales condicionan de hecho y de derecho la pretendida soberanía estatal. Conocemos al Banco Mundial, al FMI y a todos los organismos de Bruselas. Hace mucho tiempo que los estados vienen declinando la jurisdicción judicial, sobre todo en materia financiera.
Pero también por el lado que llamamos privado los acuerdos de los grandes grupos empresarios y financieros, a través de fusiones y absorciones, a través de las huelgas de capitales, del manejo de los futuros de la moneda, de las especulaciones bursátiles, erosionan permanentemente la mentada soberanía. Baste recordar que hizo Soros con la libra esterlina, nada menos
[6].
Ello significa que todas esas decisiones son políticas y no están originadas en el Estado.
Es verdad que este Estado, reducido a su función fiscal de recaudador de los pagos de las deudas públicas y privadas de los no-excluidos, penal de represión y asistencial de control de los excluidos, mantiene su carácter simbólico y a él se dirigen las demandas.
El carácter simbólico se sustenta en el discurso anfibológico, ambiguo, de prometer el interés común al tiempo que oculta su función de gestor del interés privado.
Las demandas no son sino el pedido del cumplimiento de la promesa comunitaria. Pero ese discurso se asienta en el mecanismo de la representación que otorga al Estado la ilusión de comunidad de hombres libres. En la modernidad el Estado refleja los anhelos y esperanzas de los dominados como la Iglesia los reflejaba en la Edad Media. Es la alienación política.
Es ese mecanismo que torturaba a Rousseau, pero ¿qué ha quedado de él cuando el Estado ya no es el lugar privilegiado de las decisiones políticas ni conserva el monopolio legítimo de la fuerza o la violencia simbólica? ¿qué queda cuándo la Ley, que aparecía como expresión de la voluntad general a través de los representantes, no sólo no puede ser garantizada, sino que ha perdido su carácter de norma general, es decir pública, para todos igual?
Por supuesto que las funciones todavía no se agotan. Lucen, junto a las que vemos en algunos lugares las del vouyeurismo de Estado, la producción de la muerte, el traslado forzado de campesinos, los domicilios legales del lavado, en otros el papel de porteros sin librea para capitales chinos y norteamericanos (si es que se pueden distinguir). Pero es de suponer que no son esas funciones las que nos interesan.
La representación.
La representación, como forma política nace con los estados modernos unificados con un centro de decisión. Este arbitrio es el medio que tienen los centros rurales para participar a pesar de las distancias espaciales. La representación es un medio y una mediación.
No lo es el voto, como no lo es en ninguna asamblea. El número sólo hace manifiesta directamente la cantidad de voluntades en algún sentido, como si el resultado conformara una voluntad común, que de esa manera se personifica. Este es un presupuesto de las democracias modernas.
Pero el arbitrio de la representación supone la existencia
previa de una persona, la nación, el pueblo. La persona, que en la idea de la democracia directa del contractualismo
[7] era un resultado, en la democracia representativa electoral, aparece como un presupuesto supuesto, una ilusión de comunidad.
Comunidad de individuos libres, es decir que manifiestan y, a través del sufragio, ejercen su voluntad, e iguales ya que cada individuos equivale a un voto.
El individuo libre e igual es el individuo que contrata, que intercambia, cuyo modelo es el comerciante en el mercado. La matriz mercantil soporta al individuo libre e igual. Y la matriz mercantil es la matriz del capitalismo. El supuesto del salario es la libertad y la igualdad en el mercado del trabajo.
La incorporación a la producción a través del salario genera individuos ideológicamente libres e iguales, ciudadanos modernos. Como tales demandan sufragar. La primer gran lucha política en la modernidad consolidada quizá haya sido el sufragio. El capitalismo industrial generó ciudadanos, a pesar suyo, para incluirlos como productores a través del salario. El ciudadano siervo
[8].
Pero ciudadanos mediados por la representación, no fundada ahora en la distancia sino en la imposibilidad de la deliberación del gran número
[9]. De la sociedad de masas originada en el capitalismo industrial.
La participación significó, significa, la aceptación del supuesto de la pertenencia común al Estado, es decir a la forma en que se organiza un mercado, sobre bases geográficas e históricas, como una unidad. El Estado es el garante de ese mercado a través del monopolio legitimado de la violencia, sea física o simbólica. Es decir del cumplimiento de los contratos, de los intercambios en que la producción se realiza como mercancía y, con ella, la ganancia.
Esta es la forma de legitimación por excelencia del Estado y de los gobiernos.
¿Qué sucede cuando el modo de apropiación del trabajo por medio del salario, el modo de producción capitalista industrial no es ya hegemónico?
¿Qué sucede con la ciudadanía, el Estado, la legitimación?
Para comenzar. La exclusión de grandes masas desposeídas a través de las migraciones genera no-ciudadanos, sin-papeles. No venden su fuerza de trabajo, no compran sus condiciones de vida, no votan.
El ciudadano no interesa como trabajador sino como cliente, como comprador. El lugar de nacimiento o la sangre fueron los presupuestos de la nacionalidad clásicos. La pertenencia a una nación como Estado. Desde hace tiempo para obtener la residencia -en Argentina en algún momento con migrantes asiáticos- fue necesario acreditar ya no la existencia de algún trabajo sino la tenencia de una suma de dinero. El dinero sirve para comprar. Ya en algunos países como España, México y Grecia, la compra de algún inmueble más o menos valioso otorga la residencia para obtener la nacionalidad. Para Estados Unidos la ciudadanía es una cuestión de mercado, los talentos de los inmigrantes son más baratos que los nacionales
[10].
Estamos frente a algo así como el ciudadano-cliente que sustituye al ciudadano-siervo.
De este modo la nacionalidad como historia, tradición, lengua, que es el presupuesto de pertenencia a una comunidad del Estado moderno, pierde su sustento ideológico. El Estado va perdiendo su ilusión de comunidad para transformar a sus habitantes en una clientela. Y la misma nación se convierte en una marca de mercado
[11].
Con lo cual el Estado va perdiendo su carácter de persona trascendente a la que se atribuye una voluntad general o común. El Estado no aparece más que como una organización administrativa y los gobiernos como sus gerentes, sus gestores. Gestores de la acción del gobierno, ya no mandatarios del pueblo.
Con ello se diluye la representación como legitimación. La legitimación apunta para el lado de la eficacia y eficiencia en la gestión, parámetros puestos por el Banco Mundial como indicadores de gobernabilidad. Experiencia y halo de idoneidad son propuestos como capacidades de liderazgo antes que de representación. De allí la preeminencia de los ejecutivos sobre los legislativos.
El distanciamiento de los llamados representantes de sus representados no es sólo la denominada crisis de representatividad, sino que la representación no es ya legitimadora.
Si la representación significaba la mediación necesaria para la apariencia de democracia, su debilitamiento erosiona la credibilidad en la propia democracia. Decrece la participación electoral donde el voto ya no es obligatorio, pero aun también donde lo es
[12].
La prescindibilidad de la representación como legitimación acentúa el carácter de la personalidad de los candidatos, sus atributos reales o imaginarios, su imagen. Lo que convierte a los candidatos en tránsfugas partidarios y a los partidos en simples empresas de publicidad.
El electorado pasa a ser así, sin la ilusión de la representación de sus intereses y demandas, el elector de una marca, de un logo. Una imagen, una evocación difusa que no alcanza a ser siquiera un mito de los orígenes. Cumpliendo la función aun necesaria del trámite jurídico electoral, allí donde no ha sido suplido por un mero concurso
[13].
El voto, sin la mediación ideológica de la representación, queda reducido a su simple función numérica, como una abstracción.
La mediación de la representación es lo que da sentido al sintagma democracia-representativa-electoral, su sentido legitimador del Estado-nación como unidad ideal de los nacionales. Su deterioro ha desarticulado sus términos. Por ello es que el discurso democrático apela sólo al número y el número parece legitimar cualquier decisión.
La representación legitimaba la Ley como expresión de la voluntad general y la Ley, el derecho, no sólo cohesionaba el mercado como ideología orgánica del sistema, sino además, como lo sostuvo Bourdieu, tenía un papel pedagógico, educativo, formador de conductas , en otras palabras normativo. De normatividad heterónoma y, en virtud de la representación, con apariencia autónoma.
Erosionadas la Ley, el Estado y la representación, la función educativa-normativa la cumple la publicidad. La ideología no se juega tanto hoy en la ley y el sistema educativo como en los medios. Como generadores de normas de conductas, también heterónomas y con apariencia de autónomas. La fidelización no sólo a una marca, a un logo, sino a un líder que funciona como marca o logo, portador de saberes de gestión eficaces
[14].
Estas transformaciones no responden directamente a la hegemonía del capital financiero sobre el industrial. La sustitución del paradigma productivo ha cedido a la del paradigma del consumo. Porque, me parece, que es hoy a través del consumo - de los que pueden consumir - que se efectúa la apropiación del trabajo ajeno. Vale decir, a través de la deuda que el consumo genera
[15]. Y el consumo, real o virtual, es la base de sustentación de toda la ingeniería financiera. Y los Estados no pueden ya, funcionar tampoco sin deudas.
Creo que este es el terreno que estamos pisando.
Panorama desde abajo.
El mismo hecho de que la política se genere por fuera del Estado desde los sectores dominantes nos revela que es probable también generarla desde los sectores dominados. Pero me parece que esto depende de las relaciones de fuerza.
Reconocer la presencia del Estado y la permanencia de su discurso representativo obliga a seguir dirigiendo a él las demandas. Pero una cosa es dirigir las demandas y otra cosa participar en sus mecanismos como probables representantes en una función casi perimida.
Podría argüirse que sufragar es también participar en la maquinaria. Sin embargo el sufragio universal e igualitario es un derecho conquistado (desvirtuado por la representación) necesario aun para tomar una decisión democrática en un colectivo, aun para delegar funciones revocables.
De todos modos también la participación o abstención creo que está sujeta a las relaciones de fuerza. Es decir a la coyuntura.
Digo coyuntura y relaciones de fuerza porque ante la probabilidad de alguna intervención mínimamente eficaz, a través de lo subsistente de la democracia representativa electoral, no me parece suficiente dictaminar un código de normas precautorias de comportamiento.
Porque creo que en última instancia, si es otro el lugar de acumulación o como se quiera llamar en el hacer contra-hegemónico, allí sería donde parece conveniente insistir. Quizá revisando objetivos, quizá puliendo los localismos y sectorización. Tanto sea como para participar en un eventual acto electoral o no, pero como una fuerte fuerza social.
Las decisiones audaces y valerosas del tipo de la de Lenin ante la coyuntura creo que son para otros tiempos y, como dijo Gramsci, en un lugar donde el Estado era todo.
Hemos buscado jugar la hegemonía en los aparatos ideológicos del Estado ¿dónde están ahora, cuando los Estados declinan la educación cercenando presupuestos?
Si la hegemonía no se juega ya en el campo de la Ley sino en el campo de la publicidad, la difusión, la comunicación, la información, ya que tanto hablamos de discursos y subjetividades ¿no es posible meter fuerza allí como factor de cohesión para generar la fuerza necesaria?
Me parece que nadie está dispuesto a creer que existe una nueva fuerza con nuevas formas si no se demuestra antes.
Es verdad que hay medios alternativos, creo que no alcanzan para difundir la cantidad y calidad de luchas e iniciativas que existen. En mi opinión son muy insuficientes. ¿Se lograría más con un eventual concejal en la legislatura?
Creatividad creo que hay de sobra, faltan medios ¿es más barato pagar una campaña electoral?
Es verdad que los actores han cambiado, que se han dormido y debilitado los que eran combativos e imprescindibles con el modo de producción fordista y se han despertado algunos que parecían dormidos y aparecido otros nuevos. Me parece que, por eso precisamente, invocar una mística nacional y popular y su soberanía, para aglutinar la fuerza de un nuevo sujeto, es envolver un fenómeno complejo en una personificación pretendidamente trascendente. Apostar a algo ya asimilado por el marketing de la revolución conservadora. Tan abstracto y genérico como las multitudes de Negri.
Porque si lo que dije antes respecto al Estado y la representación tiene cierta cordura la pregunta es ¿qué queremos decir con nacional o con popular?
Creo que nuestro problema sigue siendo el de las generalidades. De ellas no se escapa buscando un sujeto aunque se lo conciba múltiple y diverso.
Marx concibió como sujeto revolucionario a la clase obrera y no se equivocó, aunque la revolución social terminara gatopardista, pasiva, tanto en el Este como en el Oeste. Pero concibió ese sujeto en el mecanismo de las contradicciones del capitalismo industrial, cuyo eje fue la producción. De allí el paradigma productivista.
Pero me parece que hoy el paradigma es el consumo. El consumo como pivote de la renta financiera. Basta leer los informes de la FAO: la crisis alimentaria como parte del negocio de los commodities agrícolas y no al revés
[16].
Puede ser que esté completamente equivocado, pero los dos grandes problemas actuales y globales son hoy el hambre y la destrucción del planeta. La clave de ambos está en el consumo y ambos están directamente vinculados.
El hambre y la destrucción del planeta tiene que ver con la soja, con el maíz y el trigo. Cosas que se consumen. La soja, la colza y el maíz tienen que ver con los biocombustibles y éstos con los automóviles, que se usan. Uso y consumo son el final de la cadena. Pienso que es necesario indagar sobre ello, sobre la forma en que los movimientos se relacionan con ello. De qué modo aparecen en sus demandas y reivindicaciones. Porque si no estoy completamente errado ellos son, o podrían ser, un hilo unificador.
No es para banalizar, sino para pensar. El detonante de Taksim fue el uso de un espacio, otro fue el de las restricciones al consumo de alcohol. Es verdad que Solano no es Taksim, ni la Puerta del Sol es González Catán. Pero, a pesar de un origen histórico distinto, me parece que deberíamos indagar qué es lo que tienen de común. Quizá por allí encontremos los usos y consumos.
Los usos, el consumo es un uso que agota la cosa. Un uso: uso del software libre, uso de la tierra, uso de la ciudad, uso de la semilla, uso del cuerpo, uso del transporte, de la televisión, de la escuela. Uso del dinero. Donde miremos, Brasil, España, Grecia, Turquía, Chile, Nueva York, Formosa y Neuquén.
Las indignaciones no son arbitrarias ni producto de un espíritu santo de rebelión innato. Las libertades son siempre concretas, la esencia del hombre queda para la teología. Como dijo Bloch en algún reportaje, para no desilusionarse no hay que ilusionarse, soñar pero con los ojos abiertos. Porque no ignoro que la indignación tiene un fuerte tono ético, ético-político, como suele recalcar el italiano Giuseppe Prestipino. La desigualdad creciente, la corrupción, la humillación, las frustraciones. El valor de la solidaridad y la cooperación, el altruismo. Lugares en que se funda la esperanza.
La esperanza es algo más que una virtud teologal, pero no garantiza ningún milagro.
Coyuntura no es un término ajeno a relaciones de fuerza. La fuerza no reside en las prefiguraciones teleológicas que sólo señalan caminos probables, lógicamente probables.
La hegemonía se construye desde los lugares probables.
Nadie tiene derecho a decirle a los movimientos sociales que es lo que tienen que hacer. Pero un deber de quienes tienen mayor acceso a la información es difundir lo que conocen y opinar. Esto también quizá sea militancia de socialización. Y no se trata de la arrogancia del ilustrado sino de quien comparte lo que tiene, algún conocimiento que otro no pudo tener para que éste lo aproveche y haga con él lo que le parezca. No vanguardia sino retaguardia, reserva.
Pero es al menos probable que esa información sea un punto que ayude a unificar los esfuerzos dispersos si se aprecia la conexión de los distintos problemas. No hace falta bajar consignas, surgirían de abajo. Y las consignas cohesionan y movilizan. Constituyen una fuerza, una fuerza social. De allí resultará el sujeto, no de nuestra cabeza, no de las generalidades nacionales y populares, ni del mito de la clase trabajadora, homogénea y uniforme y predestinada. Me parece.
Por supuesto que esto que vengo diciendo no es más que un esquema en forma de conjetura. No se me escapa que hay fenómenos sociales, culturales, religiosos y políticos que no pueden ser resueltos directamente por este esquema. Pero creo que no es arbitrario como punto de vista para apreciar las transformaciones de los mecanismos político-institucionales de dominación. Sobre todo a la hora de decidir colectivamente conductas... colectivas. Porque acá estamos hablando de elecciones.
junio 2013.
[1] ROUSSEAU, Jean-Jacques.
El contrato social. Buenos Aires, 1965, Aguilar, pág. 176.
[2] 6:26 Mirad las aves del cielo, que
no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. 6:28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen:
no trabajan ni hilan; 6:31 No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? 6:32 Porque
los gentiles buscan todas estas cosas.
[3] Sobre los antecedentes del Estado moderno en las comunas italianas en el siglo XIII, BIDET, Jacques,
L´État-monde. París, 2011, PUF, Pág. 192 y ss..
[4] Harvey señala, por ejemplo, que el nexo Estado-finanzas se remonta a fines de la Edad Media, pero es desde la década de los setenta que ha sufrido renovaciones radicales. HARVEY, David,
El enigma del capital y las crisis del capitalismo. Madrid, 2012, Akal, págs. 47, 77.
[5]WACQUANT, Loïc,
Las dos caras de un gueto. Buenos Aires, 2010, Siglo veintiuno.
[6] Le bastaron 10.000 millones de dólares al Quantum Fund de Soros para hacer devaluar la Libra un 15% en un sólo día, el 16 de setiembre de 1992. En 2012 las reservas del Banco Central de la República Oriental del Uruguay alcanzaron los 11.000 millones de dólares.
[7] Los que establecen el pacto que crea el cuerpo político.
[8] Las revoluciones burguesas generaron "un modo de explotación diferente que permitía considerar
propietario al explotado (pues algo tenía que vender)". CAPELLA, Juan Ramón.
Los ciudadanos siervos. Madrid, 1993. Trotta, pág. 137.
[9] "No se puede imaginar que el pueblo permanezca continuamente reunido en asamblea para vacar los asuntos públicos...". ROUSSEAU, J.J., Op.cit. pág. 136.
[11] España está en una campaña llamada
Marca España. Trata de imponer el jamón ibérico y otros productos. El rey Juan Carlos, de la dinastía borbónica sale de gira para venderla.
[12] En las últimas elecciones italianas, con participación obligatoria, en Roma votó sólo el 45% del electorado. En América Latina la regla, aunque bastante lábil, es la obligatoriedad del voto. En Colombia, Guatemala, México y El Salvador el abstencionismo es desde un 30% a un 56%.
[13] La preeminencia de los Ejecutivos sobre el Parlamento está reforzada por un movimiento de separación de la política de la administración. De este modo se crea la figura del Alto Directivo Público. Tiene su origen en Nueva Zelandia y funciona allí y en Australia. Se trata de la selección por concursos de funcionarios de nivel ministerial, como si sus decisiones no fuesen políticas. En América Latina ha sido adoptado por Chile y en Uruguay fue propuesto por Tabaré. Para otros niveles de decisión ha sido adoptado por algunos países de la OCDE. En Nueva Zelandia ni siquiera es necesaria la nacionalidad para ocupar el cargo. Su gestión es libre, es decir no sujeta a decisiones políticas, como el mandato libre de los representantes pero sin representación. No existen restricciones para ser reclutados entre los gerentes de empresas.