1. Anécdota
Camino por el recorrido provinciano y nocturno de siempre. La “Casa del Radioarmador” proyecta sus chorros de luz a la vereda. Un muchacho lisiado, apoyado en dos muletas, patea con su única pierna a un chico del barrio que hace de arquero.
El muchacho pertenece a uno de esos lugares castigados por la reconversión periférica, Tucumán, entre otros con los índices de más alta proporción de inválidos (el 8% más que la tendencia mundial; es un detalle). Como después de una guerra, o peor, como si se estuviese en guerra. (Por algo la población convocó para el gobierno a un militar, como también lo hicieron los bolivianos). La globalización no como acuerdo entre partes, sino como invasión de los duros, los mercenarios universales. Salvadores y masacrados. Traumas físicos bajando por el tobogán de la pobreza a la exclusión.
Era de noche y las persianas también bajaban. El muchacho de las muletas concluía un día más de trabajo. Pero antes entraba a un sueño. Maradona. Sólo que el arquero no era de la selección sino un chico, al que por gordo sus amigos desalojaran del equipo, consiguiendo en el desamparo a este otro que le pateara un penal. (Ninguno de ellos sueña con ser escritor. La palabra es ahora imagen, y la imagen proyecta a futbolistas y modelos).
Los spots iluminan esa vereda a la manera de una cancha de fútbol, y de las vidrieras desborda una cucaña de televisores. (Como el volcán napolitano chorreando festivo quesos y salchichones.) La cucaña cultural de la globalización. Posibilidad de salida desde la desintegración social hacia la integración mediática. (Libros que no muerden, lamen).
Antes de los automóviles, los niños jugaban en las calles. Ello sucedió hasta que los desalojados por los privatizadores cambiaron la indemnización por taxis y remises. Las calles ahora atestadas, y los conductores que no saben tampoco hacia dónde y para qué conducen. Allí -en el tránsito- está la antigua clase media desaparecida. Por eso la Argentina pasó a uno de los primeros países de accidentes de automóviles del mundo. Una cuota de ellos son literalmente suicidios.
Lo cierto es que en estas condiciones los chicos debieron subir con la pelota a la vereda de la “Casa del Radioarmador”, que está “lisita” e iluminada como una cancha de fútbol, y de la vidriera chorrean los propios sueños que vende la globalización. El comercio empezó -tal cual- vendiendo repuestos nacionales para radios. Hoy, cuando los productos se tiran al inodoro con la pequeña y mediana industria, el negocio se deslizó a la importación. Del radioarmador quedó el nombre. En veinte años, arqueología. Por eso la casa creció con numerosas sucursales, y se extendió a Buenos Aires.
Así pues ya tenemos al lisiado futbolista que juega con el niño de clase media segregado, en una vereda mini escenario del neoliberalismo maduro. Existen mil razones para jugar al fútbol en esa vereda, pero el muchacho lisiado tiene una más profunda: ser mirado, es decir un famoso que como todos los ricos esté salvado. Salvarse individualmente es el valor ético esencial de la globalidad.
El lisiado lo sabe, pero el gordito todavía no.
Una cámara de circuito cerrado filma a los que circulan por la vereda; uno puede verse en colores. La gente se detiene y ríe, como si en verdad fuesen mirados por millones de telespectadores. En la televisión hay que sonreír, porque ahí la vida es otra, distinta, inversa. La gente pasa y ensaya en la inversión. Pueden venir agobiados, pero frente a la cámara ríen. Es un paso de un mundo real a otro estúpido real. El futbolista lisiado se apoya en las muletas y mientras se ve televisado en la vidriera, shotea hacia el arco olímpico con el gordito agazapado. Está frente a la cámara como Maradona ante millones y patea. Pero un solo televisor en el mundo está prendido para él, aunque para él es suficiente. Se ve con las dos piernas intactas y deportivas como Dustin Hoffman en Midnight cowboy. La era actúa en sus sueños como una globalización igualitaria y justiciera. Recordemos en aparte que para Milton Friedman la igualdad sólo existe ante Dios. Pero, Dios fue suspendido por el show. Si yo voy ahora y le digo al muchacho que el prototipo le ha cortado la pierna por miseria, hospitales quebrados, abortos caseros en una región donde la Iglesia y el Estado prohiben la práctica bajo condiciones necesarias de salubridad, no me va a creer. Si le digo que la Casa del Radioarmador es apenas una correa de la gran guillotina global de su pierna, tampoco me va a creer. Sería casi ridículo decírselo. El está allí instalado en medio de las luces, televisado y es suficiente. Patea. El modelo le ha quitado la pierna pero le entrega tantas quimeras como nadie y ningún otro sistema. En este instante cualquier libro es para él infinitamente más idiota que la televisión.
El podría soñar con una pierna ortopédica donada por los servicios de salud. Pero ese sueño está obturado y escapa por lo pronto a la línea de lo que ocurre. Lo espectacular es la cara anversa de la realidad. El tiene que soñar con el otro mundo sin cambiar un sólo segmento del suyo. Por otra parte el mensaje oficial es claro: a quien le falte una pierna no podrá cambiar el mundo.
En estos días una transnacional holandesa del comercio de electrónica abrió en la provincia. (Compró una galería céntrica entera abandonada por las últimas clases medias que intentaban una salida al estilo de la Argentina de los ‘60, es decir del pequeño comercio luego arrastrado por las topadoras de los hipermercados.) Hay una posibilidad: que la Casa del Radioarmador no pueda competir con la corporación y cierre también sus puertas. Se apagarán entonces las luces y la cámara de circuito cerrado para las glorias futboleras. Un click a la inversión contrautópica del mundo. Lo que se apagará en tal caso no es la fiesta utópica sino la fiesta virtual. Un jolgorio sin nadie a mi alrededor, tan individualmente extremista que en efecto no existe sino como circuitos electrónicos puros. Es la inversión de la sociedad.
¿Qué quedará en la vereda? El gordito y el muchacho lisiado mirándose en la calle de los automóviles que pasan hacia ninguna parte. Y alguien que tiene la idea del escritor del XIX también pasa. Son los últimos protagonistas simbólicos del relato de las catástrofes del colonialismo tardío. De ellos depende el curso de la historia.
1. País
Voy a considerar apenas un símbolo y sus cambios. País, del latín “pagus”, pago, aldea. Donde viven el muchacho, el gordito y el escritor. En el último siglo, país unido eslabonadamente a la categoría de nación y globalidad.
En la segunda mitad del XIX el país era un territorio para la acumulación capitalista, mirado desde un centro que estaba siempre por fuera de la figura. Nacía allí el clásico argentinismo de “este país” (en vez de “mi país”). Se lo elaboraba desde la extrañeza, es decir desde el descentramiento y por lo mismo en la fatalidad. El giro corresponde al estado espiritual de la clase oligárquica que extravía el timón hacia 1916, y pasa ello como un empaste a las clases medias cuando a su turno fracasan en 1930. La intelectualidad modernista llegaba a veces a este acerto progresivo: la unión de país con nación acabaría con lo negativo de ambos. Mas ello sucedía en un esfuerzo congregacional inestable. Así, para Sarmiento, nación (o lo que él llamaba “república”) era la gran “expresión de la inteligencia humana”, mientras país resultaba su personal animosidad por lo que sale “del interior de los bosques, de las provincias lejanas de la Capital, del rancho del negro o del espíritu de insubordinación de algún caudillo de jinetes”. Claro. País era el desierto, nación el puerto. Barbarie de un lado, dársena del otro.
La nación se constituye pues enfrentada al país y no en unión a éste. Nación como proyecto de burguesía servil al imperio británico, por lo mismo un territorio donde la naturaleza era la moneda de cambio. En tanto este proyecto beneficiara a parte de las clases subalternas, la idea de nación -y su cultura- se hacían extensivas. La cultura expresaba esta tensión encubriendo las fracturas. Victoria Ocampo. ¿Borges?
El peronismo “nacionalizó” por única vez al país, aunque sin arrebatar la ideología de la praxis militar, presentada por la oligarquía como plato “nacionalista”. El poder sindical peronista -para el cual la “nacionalización” en parte se había hecho- derivó confusamente a poder estatal burocrático primero y empresarial burocrático luego. La nueva burguesía para quien asimismo se habían ejecutado las nacionalizaciones- no supo entender la estrategia, no se atrevió a ser económicamente audaz, ni comprendió sino tardíamente a las formas burocráticas y se tornó radicalmente antiperonista. Los destiempos, inseguridades, inmadurez general de clases en el cuadro, abortaron tempranamente la nacionalización. Lo militar -con terrorismo estatal y neoliberalismo- ahogó la inmadurez nacional por el cuello.
El país se quedó sin nación, la nación sin país; las nacionalizaciones de los ‘40 sin nación, privatizándose la vida (o sea todo) en “unos días”. Vale decir privándose al grueso de la sociedad de la nación, del país, y de las propias ventajas de la producción de mundialización. Asís pasó a embajador itinerante de la cultura de los asesinatos después de las fiestas. Guionista de Sofovich.
Sobre este campo y estas ruinas y el viento arrastrando la última capa fértil, la clase hegemónica nacida del parto impuso la shoppignización. El pagus global. Un consumo de mundo sin producirlo. Un territorio pasado a zona franca. La misma capital simbólica corriéndose hacia el paradigma del puerto. (Se llama Puerto Madero). El ex país, la ex nación abortada, quedó como un territorio sin palabras nativas. Se importó pues la palabra shop. Con ella se puede arrancar y excluir, incluir y encapsular, posmodernizar lo que no había sido jamás moderno y premodernizar lo que había sido en efecto moderno (seguridad social, derechos laborales). Para esto fue preciso crear una cultura primitiva. Y poner a algunos escritores en vidrieras. Largar una fiesta sin sociedad. Abstracción de un territorio virtual, canales de transimágenes, marcas y multiformidad acabada. Para ser shop, hay que ser global, es decir no ser. Esta es la violencia argumental. El genio argentino pasó entonces a llamarse Menem. Una aventura ejemplar del espíritu global de la época. Una concepción tarada del pathos histórico nacido en la dictadura de 1976. Desaparecidos, mercado y mediocres. El siglo de los ferrocarriles que transmite la posta al siglo de los correos violetas.
“Lo argentino” en los ‘90 tiene inexcusablemente el semblante, el gesto y la ética del Presidente. Pero la frustración doble de país y de nación no alcanza sin embargo a la pureza de lo globalitario. Este resulta casi perfecto en su sentido íntimo, como autoridad ilimitada del grupo de clases cuyos recursos hegemonizan el final del milenio, es decir como barrido (del país-nación) y puesta en escena de un territorio desterritorializado, sin fronteras, apto para el mercado de los que todavía no son invisibles.
La burguesía productora de nación dejó de existir. El nuevo grupo hegemónico entre yabranesco y todmanizado lo sabe. Ya no habla por ello de nación sino de globalidad. Pero por su espíritu, ésta reproduce los gestos, la opresión y la barbarie colonial. La globalidad argentina es pues colonialismo tardío. Su cultura nació de la fertilización asistida con dos espermatozoides: banca y virtualidad mediática.
El propio suelo ya no es el propio cuerpo. Bernardo Canal Feijoo lo llamó imposesión. Lo que en los 70 era la “imposesión” argentina se convertiría en la posesión global de los 90. La proyección patética del desarraigo cultural. Un nuevo “internacionalismo”, que remite a otro suelo: donde nace el mercado. Este es el proceder simbólico de las poblaciones desterritorializadas de un sitio llamado Argentina. Allí sueñan el muchacho que sueña con Maradona y el gordito que sueña que le patea Maradona. El resobado lugar común de un mundo que ya no es frío, sino pretendidamente neutro. El mundo nunca estuvo quieto, sólo que ahora -para el grupo que hegemoniza la dictadura globalitaria- no acontece con la certidumbre de un ir hacia adelante, sino al costado (como para escapar de las propias huellas de basurales que se dejan atrás). La esperanza mística desciende a las capas que bordean la invisibilidad, aferrándose -como en el año cero-, a unas doctrinas de salvación dos mil años tardías. Un software de escenarios celestiales. Buscar al ser argentino en este episodio no es distinto de buscarlo en Afganistán o Bombay.
2. La religiosidad rebelde
María Soledad fue una muchachita violada y asesinada por los jóvenes del poder político neoliberal en una provincia argentina.
Se necesitaron 8 años de proceso judicial, 60 marchas populares de silencio, 2 juicios, un gran acto en el obelisco de Buenos Aires, el apoyo de la ciudadanía del país, de la prensa, la televisación nacional en directo de uno de los juicios, una película, para que una joven pobre muerta recibiera justicia.
Se necesitó desbaratar los contactos por riqueza de un clan oficial, sus relaciones con jueces, policías y testigos pagados, para quebrar la impunidad del prototipo de los “ricos y famosos”.
Se necesitó que millones de personas viesen por televisión a uno de los jueces haciendo el guiño al otro, que la gente volviera a recordar lo que había querido olvidar, que testigos se presentaran espontáneamente asolados por la culpa, que la gente debatiera en los bares el caso, que se encontrasen señas aún en un cadáver lavado por los bomberos para borrar toda huella, para que el poder político convertido en mafia pudiese ser impugnado.
Se necesitó que hubiese una monja con la tradición teológica de Medellín. Y, antes de todo, se necesitaron jóvenes: las chicas compañeras de la asesinada, como esa materia prima de la primera rebelión.
La delincuencia organizada es el estadio actual del capitalismo latinoamericano.
En el lugar donde se encontró el cadáver de la muchacha las poblaciones colocaron una virgen y llevan flores y velas. Pero el lugar no pasó a producción simbólica de milagros, sino a una religiosidad enteramente nueva. La gente llega a orar por sus derechos sociales perdidos, por sus libertades violadas, por su trabajo desaparecido en democracia. La gente llega a rezar contra los abusos de los que tienen el poder de la no alternativa, aunque muchos de los que están rezando después votarán la misma potestad que los saquea.
De hecho el sistema funciona así. Lo electoral no es una expresión de la democracia sino de la habilidad para hacer que los golpeados voten a los golpeadores. De allí también una suerte de religiosidad rebelde, todavía constreñida. Es una furia hacia adentro del individuo que puede expresarse hacia afuera, en su forma política, como humillación abierta y pública de sí mismo. La posmodernidad colonial se sostiene con esta alienación democrática: el individuo enfurecido que vota por seguir perdiendo sus derechos a cambio de la zapatilla derecha. (La izquierda será entregada después del acto electoral). Lo rebelde está aquí encabezado por muertos. María Soledad o Cabezas, un fotógrafo asesinado también por el nuevo bloque de dominación.
Esta religiosidad rebelde por ahora no tiene dirección. Una cosa es el grito de la pobreza de los años 70 y otra el grito de la exclusión de los 90. La clase de los exitosos, por su parte, proyecta histéricamente otro apostolado entre las multitudes subgóticas: si Cristo pobre viviera hoy -dice- y fuera asesinado a balazos por la policía en una villa, el efecto no duraría dos mil años sino tres minutos en el noticiero de la tarde. Judas Iscariote fue un buen Ministro de Economía, porque es quien pensaba en la inversión más rentable del dinero. Lo que es imposible para nosotros los ricos, es imposible para Dios.
La riqueza ya no se declara objetivamente conflictiva con el Evangelio, es el Evangelio. El que maximice beneficios será liberado. Aproximación a un posracismo. La misericordia de Dios no se hace visible en el miserable redimido, sino en el miserable desaparecido. El privilegio del pobre en desaparecer físicamente es un destello del amor gratuito del Mercado. El amor del Mercado -ese nuevo Padre- ni es gracia ni es misericordia, es poder. La vieja pobreza de Jesús y la solidaridad se presentan como cine bizarro o show cómico. Insisten: colaborar en la promoción de los ricos es la forma actual de la lucha universal contra la pobreza. Dios se revela en el Mercado libre.
La conquista colocó en Latinoamérica la conciencia fortísima de que “Cristo es Dios”, alejando al pueblo de su humanidad y de los valores encarnativos del Hijo de Dios. (Esto se decía en la Conferencia de Medellín, hace justo treinta años). Se produjo entonces un Cristo confundido con Dios Padre, disminuyendo en el pueblo la conciencia de su humanidad mediadora. Este catolicismo latinoamericano sin el Hombre, dejó un vacío gigantesco entre Dios y el pueblo. El vacío de la humanidad de Jesús fue ocupado por la Virgen María y la devoción a los santos. De manera que la imagen de Jesús fue arrebatada por las sectas pentecostales. La Virgen o los cultos marianos carecen hoy de imaginación y fuerza para arrebatarle el lugar al Mercado. Una virgen ni siquiera puede competir, por eso Lady Di ocupó naturalmente el lugar de María debilitada, como la santa del Mercedes Benz a la salida del hotel Ritz.
Inconscientemente, sin embargo, millones de jóvenes el año 97 buscaron el lugar de Jesús desaparecido entre Dios y las multitudes, con la imagen hallada del Che. Los chicos ni siquiera sabían quién era el Che, pero se tatuaban en los brazos su imagen como si se tratara del Hombre resurrecto. El cristocentrismo católico, rebelde y casi ignorante, reencarnaba en el Che.
Ese territorio de la remodelación del capitalismo llamado Argentina, después de la condena a los asesinos de María Soledad no quería ser el mismo de la del encubrimiento de 1990. El cadáver de la muchacha estaba destinado a ser otro ignoto más de la fiesta orgiástica de reconversión neoliberal. Y resultó que no quiso serlo, empecinadamente, desde una de esas provincias donde si algo parecía seguro era que nada iba a cambiar. Y cambió, pese a todo. Fue el cadáver de un nuevo indio hembra, provinciano, violado por delante y por detrás, es decir señalizado con el poder natural del macho, drogado es decir estigmatizado con el vicio, pobre tan luego sospechoso, el que cambió el curso del destino que tenía para sí mismo. Se autorreprodujo y se invirtió. Se hizo autojusticia y se derramó. Se volvió ermita, espacio de fe y socialismo.
Se necesitaron todos estos acontecimientos y algunos más durante ocho años, para que las poblaciones volvieran a pronunciar la palabra descreída, impugnada: justicia. (Es sólo la palabra que instala una predisposición a algo más grande). Fue un levantamiento político-religioso en la era de la posmodernidad colonial. Compañeras de curso y una monja fueron las primeras protagonistas organizantes. Por lo mismo la Iglesia oficial condenó a la monja a dejar su lugar, arrinconándola en otro todavía más oscuro, tanto, que el lugar se cubrió de agua en las recientes inundaciones provocadas por el Niño y un viejo asolamiento del ecosistema. Y, por lo mismo, logró volver a escena denunciando que la solidaridad material que todo el país enviaba a los inundados, se las robaban los políticos del prototipo, guardándose en sus casas los alimentos, los colchones y la ropa para los sin nada. Fue la paradoja que demostró por televisión que el modelo precisamente circula en dirección contraria a Dios.
4. Continente de un contenido
Resulta claro que lo peor que pudo suceder es quedarnos casi sin indios. Sin un lugar desde donde ofrecer una resistencia de resistencia mítica. Un lugar de obsesiva testarudez al sometimiento. En esto, la generación de 1880 realizó con el etnocidio una obra descomunal, perfecta.
El plan de la vida argentina no vuelve a ser -como hace un siglo y medio- constitucional, y tal es así que la reforma a la Constitución practicada en los 90 dio como resultado la misma que en 1853. O si cambió, para nosotros sigue siendo igual. Por ahora el plan de este grupo no está en ser parte de la globalidad, ni siquiera en discutir las violaciones de lo globalitario, sino en ser globalidad entera, un nada específico. (Un barrido de los mundos diferentes a nombre de las mercancías desiguales). La cara del Presidente. A lo sumo la casaca de fútbol, pero con una sonrisa.
Amor al circuito acelerado del capital financiero improductivo como novísima pasión patriótica. ¿Acaso la modernidad no hablaba de lo universal? Dicho de otra forma: ¿Qué es lo que diferencia ese universalismo de lo globalitario? Que allí estaba la nación como proyecto contradictorio y aquí está el mercado como realidad en envoltorios coloridos. Hola Susana por el 9 de Julio. Otras heroínas y otros héroes. La Nannis que le prohibió a Caniggia le dé “piquitos” en la boca a Maradona. Otros relatos que divierten al muchacho sin pierna. La orgía carnavalesca sustituida por la experiencia digital masturbatoria. El amor de a uno como protoplasma.
Tal vez por ello, reverdeció apenas la literatura vinculada a la ficción histórica. Fuga del presente fashion y la mediocridad. Se lee con una cierta rareza cómo el constituyente aspiraba a “hacer patria”, así como ahora los ricos y famosos aspiran al modelaje perpetuo; como los niños de la calle aspiran pegamento; como los desalojados del trabajo aspiran la quimera del olor al aceite de las máquinas.
La clase virreinal que dirige el proyecto de colonialismo tardío (capitalismo financiero más poder mediático), despegada de la tara substractal de país y de nación, planea hacia el mercado libre ecuménico cual un ente telúrico. El patrón folclórico del tercer milenio. Asolamiento del pasado, entendido como interferencias absurdas a la desigualdad filosófica propulsora de la acumulación material privatista, privatizadora, privada, privilegiada, privativa, privadora, privacionante en su ontología más abarcadora, como una acción legítima del despojo, de la supresión del bien público, de la facultad para impedir los derechos generales. El deseo de unos pocos que nunca ha sido cabalmente satisfecho. Una clase subjetiva y psicológicamente tan primaria, irresponsable y egoísta, que todavía no tiene nombre y ella misma se ve con ese único apelativo: rica y famosa. El mercado es su objetivo “patriótico” y político. Ningún acto declamatorio. El parto de una democracia visual. Se puede obtener todo con la vista, a un tiempo de ser desposeído en el cuerpo, en los sentimientos y en la razón de todo.
El despertar agitado del País-Nación argentino de 1973 fue ahogado en sangre. La sangre desbordó a las Bolsas. De allí que el pensamiento argentino pasa en los ‘90 por el periodismo. Es decir la develación/presentación en secuencias, de la podredumbre, la sepsis de elite, la manipulación y mafiovinculación entre la clase política convertida en rica y la clase financiera repasada a famosa. Todos del brazo de Naomi Campbell (que es negra), Valeria Massa (que es rubia) y Versace (que fue asesinado). Y aplaudiendo. ¡Bravo! ¡bravo! “Bases y puntos de partida...” Alberdi riéndose a carcajadas. Después de todo, él también amaba la buena ropa y componía música de salón. Sólo que tenía dignidad.
Alberdi, en efecto. Advertía en 1870 que habría que marchar a la soberanía del pueblo mundo como garante de la soberanía nacional. Se ha realizado, sólo que al revés. La globalización (pueblo mundo) es colonialismo tardío. Un salto en retroceso a un tiempo anterior a la existencia de país. Un paseo virtual a la colonia, una voltereta lateral hacia adelante, a un tiempo con tecnología de avanzada sin producción ninguna. Tecnología para pocos: virreyes y cabildantes.
Nuevos indios (los jóvenes) y nuevos mestizajes culturales. El episodio no se observa como revolución, ni siquiera como contrarrevolución, sino como un reality show. Demolición cultural transmitida en directo por la tele.
Y va a seguir siendo así hasta tanto el muchacho lisiado y el gordito dejen de mirarse reflejados en la vidriera del shop, para verse en la vereda uno delante del otro y preferentemente con todas las luces. (Y el escritor no pase, se quede en la vereda). Como para que cada quien recobre cada uno de los daños del otro. No harán falta entonces país, nación o presunta aldea global. Puede leerse como el retorno a lo conformador, elemental del homo sapiens en el plano superior de sus propios logros técnicos: la sociedad. Y el derecho a la existencia de los mundos diferentes.
Con sociedad el lisiado es un hombre, y el niño un proyecto.
Así como en el siglo XIX hubo una etapa de revoluciones latinoamericanas contra el colonialismo moderno, no hay otra alternativa para el siglo XXI latinoamericano, que éste vuelva a ser continente de otro contenido. Una larga etapa de confrontaciones masivas contra el colonialismo posmoderno. Una larga etapa de confrontaciones masivas por la justicia. Una larga reestructuración del socialismo. Sartre dice que la historia te sorprende siempre donde naces. De lo que se trata ahora, es de la predisposición subjetiva a que te sorprenda el nacer allí donde se está haciendo la historia.