China. La Larga Marcha. De la revolución a la restauración, por Virginia Marconi. Editorial Antídoto, Colección Herramienta, Buenos Aires, 1999.
“Larga noche en nuestros cielos tan lentos en alumbrarse.
Un siglo de demonios tan ligeros en bailar;
Quinientos millones de hombres carentes de unidad”.
Poema de Mao Tse Tung, 1961
Virginia Marconi ha realizado una investigación sobre la naturaleza, historia y desarrollo de la Revolución China –en realidad de las diversas revoluciones chinas de este siglo-, tratando de comprender, tras una paciente búsqueda documental de varios años, el significado del maoísmo y del comunismo en esa nación-continente asiática.
No ha sido fácil la faena pero la autora ha resuelto muchos de los problemas en cuanto a fuentes e información de manera conveniente. No se trata de un libro de erudición estéril sino de una interpretación a la luz del marxismo de uno de los acontecimientos político-sociales más significativos del siglo XX: el surgimiento del gigante asiático y el triunfo del Partido Comunista Chino en 1949.
De la pasión maoísta que gran parte de la izquierda mundial enarboló junto al Libro Rojo de Mao en los años sesenta, poco ha quedado. La actual coyuntura mundial, la reconversión capitalista e imperialista, la caída de la Unión Soviética y la crisis de los denominados socialismos reales junto con la de la socialdemocracia occidental y del populismo de signo nacionalista revolucionario, permiten nuevos y renovados balances.
En el libro desfilan los hechos, avalados por reconstrucciones de época, sucesos y concepciones político-culturales y, fundamentalmente, socioeconómicas. La autora ha sido objetiva en esas recostrucciones e inserta diversas interpretaciones y opiniones sujetas al debate que es, me parece, la mayor pretensión de este libro.
De eso se trata. Debatir sobre la naturaleza de la Revolución China, sin dogmas ni apologías, para tratar de extraer algunas lecciones de la historia. Para ello la autora aborda inteligentemente temas como El Movimiento del Cuatro de Mayo (1919), el Kuomintang del doctor Sun Yat Sen y el derechista de Chiang Kai Shek, la compleja formación del PCCh, la masacre de Shanghai (1927), el soviet de Cantón, el Ejército Rojo, la actividad de la Comintern, el estalinismo, el Gran Salto Adelante (1958-1960), el fracaso de la colectivización forzosa, la tragedia de la Revolución Cultural (1966-1976), la personalidad paradigmática de Mao Tse Tung, la masacre de Tiananmen, la sociedad china, la década de Deng Xiao Ping y la restauración capitalista actual en tanto y en cuanto haya sido comunista el modo de producción y la sociedad que se desarrolló entre 1949-1977.
Partido obrero y revolución campesina
Hay un tema central que plantea la autora y que trasciende, incluso, al tema del libro. El problema de la democracia socialista. Mientras la socialdemocracia occidental siempre se amoldó al sistema capitalista, el comunismo en Rusia, China y en otras regiones, planteó la cuestión del poder político y lo tomó efectivamente aunque nunca pudo resolver la cuestión de la democracia, talón de Aquiles que terminó con muchas experiencias en estos finales del siglo XX. El comunismo, el maoísmo, el trotskismo y otras expresiones concretas o doctrinarias, fueron insuficientes a la hora de la construcción de una nueva democracia sobre los restos de la sociedad burguesa o semifeudal anteriores.
Pero hay algo más en este libro que nos plantea interrogantes y dudas sobre la tesis de la autora. Si el triunfo comunista chino en 1949, fue el de una revolución antiimperialista y antiburguesa y no una revolución obrera y socialista. Si fue o no una revolución proletaria, si existía la posibilidad de una supuesta revolución obrera industrial en una nación eminentemente campesina y si la tesis maoísta del repliegue al campo contribuyó o no a construcción de un partido revolucionario marxista-leninista o, como cree la autora, ese repliegue producido después de grandes derrotas y masacres reaccionarias lo que generó fue la formación de un partido-ejército que “finalmente tomó el poder a la cabeza de las masas campesinas”.
Virginia Marconi expone la teoría clásica de León Trotsky, o mejor dicho, de algunas corrientes del trotskismo, sobre el partido obrero anticapitalista y se basa en la posición que sostuvo el mártir de Coyoacán que aconsejó, luego de los fracasos estratégicos y tácticos de la Comintern, que indicaba replegarse con la clase obrera en las ciudades y no elegir la vía campesina.
En nuestra opinión fue imposible ese repliegue en las ciudades porque las fuerzas militares represivas del Kuomintang y de los intereses imperialistas, tanto occidentales como luego japoneses, habían aniquilado la resistencia obrero-sindical comunista y doblegado a la incipiente como heroica labor de la militancia revolucionaria. En un informe de 1931, Hon Sin, que se difundió en Buenos Aires, explicaba las dificultades tremendas del desarrollo de las fuerzas proletarias comunistas en las ciudades bajo el implacable terror blanco (VII.- El movimiento obrero, en ¡Por China Soviética! El movimiento soviético en China y las tareas del Partido Comunista chino, publicación del Bureau Sudamericano de la Internacional Comunista, en Archivo de la Fundación Juan B. Justo).
Pero hay algo más. ¿Era posible un partido obrero puro en una nación campesina que conservaba, mucho más que la Rusia de 1917, formas semifeudales de producción en diversas regiones del país? No era posible, no fue posible. Entonces ¿la Revolución China desde la Larga Marcha fue una caricatura de revolución comunista, tuvo solo aspectos antiimperialistas y una utópica visión antiburguesa? La cuestión está en debate y en nuestra opinión la autora parece simplificar aspectos del inmenso movimiento de la revolución comunista asiática, que con sus luces y con sus sombras, con sus triunfos y sus derrotas condujo la revolución comunista triunfante.
Desde luego que también está en debate si las experiencias comunistas revolucionarias y las socialdemócratas han sido, como decía la italiana Rossana Rosanda, formas presocialistas, pero lo cierto es que todas esas prácticas sociales, realizaciones y experiencias, constituyen una base para la construcción del socialismo y del comunismo en el nuevo siglo. Habrá que aprender de los errores y de los aciertos, pero el legado existe. No se comienza de la nada como en 1905 y 1917.
Hay que agregar que el triunfo chino de 1949 no fue solo a partir del cerco de las ciudades por el campo. La revolución eminentemente campesina no hubiera podido imponerse y consolidarse ante las fuerzas de Chian Kai Shek, sin la rebelión en las ciudades y esa insurrección fue protagonizada por el proletariado urbano industrial, los empleados y la población general.
Con más de mil millones de habitantes que pueblan hoy los nueve millones y medio de kilómetros cuadrados de su territorio, la República Popular China se ha transformado en una potencia mundial de insoslayable importancia de cara al siglo XXI. Desde luego que la reconversión capitalista de los últimos veinte años se explica, entre otras razones, por el modelo anterior de capitalismo de estado y las formas deficientes de colectivización: Porque hubo intentos de colectivización, especialmente en el campo y en algunas industrias, aunque, es cierto, la autogestión, el control popular y la democracia estuvieron ausentes.
Liu Shao Chi y Mao Tse Tung
La autora no ha analizado totalmente, es probable que lo realice en una nueva edición aumentada, el enfrentamiento entre los dos líderes fundadores del PCCh, Liu Shao Chi y Mao Tse Tung. No fue solo una pugna personal, lo que Carl Smith denominaría “en la trastiendad del poder”. Hubo un enfrentamiento político-ideológico y considero que Liu constituyó, en el período que presidió la república popular, una alternativa de comunismo democratizador ante la concepción de Mao, quien parece que nunca pudo superar totalmente sus ideas anarquistas juveniles en torno al voluntarismo y al espontaneísmo, particularmente en el período de la Revolución Cultural. Lo de Liu se parece mucho a lo que pasó en Rusia con la NEP (Nueva Política Económica) de Lenin y Nicolás Bujarin frente al estalinismo.
El encuentro entre Asia y el marxismo fue tan conflictivo como el que se produjo en América latina. El clasismo abstracto fue el que se utilizó en 1929, durante la Primera Conferencia de Partidos Comunistas de América latina, realizada en Buenos Aires, en donde se condenó nada menos que al eminente marxista peruano José Carlos Mariátegui. El eurocentrismo chocó con las realidades de las regiones periféricas. En China no llegó a establecerse una socialdemocracia de corte occidental como la que fundó en Rusia Jorge Plejanov. Fracasaron varios pequeños partidos socialistas y socialdemócratas a fines de siglo y principios del actual, especialmente el Partido Socialista-Nacional de Zhang Jia-sen y Zhang Dong-sun (nacido en 1886) y lo mismo ocurrió con el Partido Demócrata-Socialista de 1946 diluído después en el frentismo que hegemonizó el PCCh. Fueron experiencias urbanas de base clasista que ignoraron al campesinado y su decisivo implante en la estructura socioeconómica.
También había fracasado la alterativa populista de un “Kuomintagn de izquierda”, inspirado por el propio doctor Sun Yat Sen (un socialismo no marxista). Muerto el fundador del nacionalismo, en el Kuomintang derechista de Chian Kai Shek el único “socialismo” que prosperó fueron intentos corporativistas a la manera fascista o del hitlerismo en boga en esos años. La aristocracia obrera fue muy reducida en aquellos años, y la única alternativa socialista a la sociedad capitalista fue la ideología, organización y lucha del PCCh.
Pero si la clase obrera era débil respecto de las grandes masas campesinas explotadas hubo, sin embargo, movimientos proletarios importantes, como la huelga antibritánica en Hong Kong (1925). En 1927, Shanghai antes de la gran represión y masacre, una insurrección obrera había dominado la ciudad a lo que se sumó Wuhan y las zonas campesinas, especialmente en Cantón y en Hunan. Hubo otras insurrecciones obreras, algunas autónomas, otras inspiradas por la política obrerista de la Comintern (“clase contra clase”, “tercer período”) que condujeron a los cuadros militantes obreros y a las masas a masacres tremendas.
Fue en ese período que surgió la teoría maoísta de repliegue al campo. Pero no significó que se rechazara la organización obrera urbana. Liu Shao Chi fue el encargado desde 1922 en organizar los sindicatos proletarios comunistas y esa tarea, desde la clandestinidad, se extendió hasta 1932 en que pasó a la base revolucionaria de Kiangsi donde tomó a su cargo el movimiento obrero de las Zonas Rojas.
El maoísmo no fue la única vía china
Años después, en 1959, cuando el fracaso de la colectivización forzosa en el campo (el Gran Salto Adelante) se hizo evidente, Liu pasó a ocupar la presidencia de la República Popular sosteniendo que era necesario abandonar la centralización de las comunas agrarias reemplazándolas por formas cooperativistas donde los campesinos no se sintieran ajenos a la tierra. También impulsó la política nuclear y la necesidad de una reforma económica que permitiera acceder a las nuevas tecnologías para poder equiparar a los Estados Unidos y la Unión Soviética en una confrontación que se evidenciaba cada día más. Liu fue defenestrado del poder, encarcelado y confinado, falleciendo en medio de grandes sufrimientos ya que se le negó toda asistencia médica para enfrentar un cáncer que lo devoró.
En julio de 1939, había sostenido durante los cursos a trabajadores y campesinos comunistas que dictó en el Instituto de Marxismo-Leninismo de Yenan: “El Partido Comunista es el partido político que representa al proletariado. Fuera de los intereses de la emancipación del proletariado, el partido no tiene otros intereses ni aspiraciones propias. Sin embargo, la emancipación del proletariado, al final, debe ser necesariamente, la emancipación total de la humanidad, puesto que el proletariado no puede liberarse a sí mismo si al mismo tiempo no libera a la humanidad en su conjunto. De ahí que el proletariado debe ayudar y guiar lealmente a toda la clase trabajadora y a todas las naciones y pueblos oprimidos, en la lucha por su emancipación por la elevación de su standard de vida y su nivel cultural y político. Por lo tanto, los intereses de la emancipación de toda la humanidad y de todas las naciones oprimidas. En consecuencia los intereses del Partido Comunista son idénticos a los intereses de la emancipación del proletariado y de la humanidad en su conjunto”.