18/04/2024

El ecosocialismo como alternativa política, social y ecológica al capitalismo

Por Revista Herramienta

■ El ecosocialismo es una "corriente de pensamiento y de acción eco­lógica que hace suyos los principios fundamentales del marxismo al tiempo que los despoja de sus escorias productivistas. Para los eco- socialistas, la lógica del mercado y del beneficio [...] es incompatible con las necesidades de salvaguarda del entorno natural" (Lowy, 2012: 30). Una primera afirmación del ecosocialismo es que el capitalismo es incompatible con la ecología y la protección del ambiente porque la expansión del capital, a través del aumento de los beneficios, choca necesariamente contra el hecho de que los recursos de la naturaleza son limitados. La promesa de justicia basada en el crecimiento y en la acumulación infinita del capital ya no puede resistir a los desastres sociales y ambientales actuales.

Así pues, el ecosocialismo es una tentativa de respuesta teórica alter­nativa a las soluciones dominantes dentro de las discusiones internaciona­les sobre la lucha contra el calentamiento climático. El capitalismo verde no representa una verdadera solución, ya que no cuestiona los modos de producción y de consumo capitalistas, principales causas de los problemas climáticos que afronta el planeta, modos que solo pueden mantenerse acentuando el carácter depredador del sistema frente al ambiente.

En este artículo volveremos sobre la crítica del capitalismo en la que se basa el ecosocialismo. Esta crítica de la realidad actual es necesaria para pensar en una sociedad alternativa. Sin embargo, no podemos con­tentarnos solo con enumerar las razones de nuestra oposición al sistema dominante. Aquí proponemos un esbozo de esta sociedad a través de la caracterización de lo que podría ser una posible planificación necesaria para cambiar de paradigma de sociedad y de modos de vida para luchar contra las desigualdades sociales y ecológicas.

La crítica ecosocialista al capitalismo

La crisis financiera y económica que estalla en 2008 ha recordado que la historia del capitalismo está marcada por múltiples crisis de diversa magnitud. En efecto, las crisis son esenciales para que el capitalismo pue­da reproducirse, transformarse y adaptarse a las nuevas condiciones de su entorno. Sin embargo, estas dos crisis forman parte de un conjunto de crisis -ambiental, energética, alimentaria, hidráulica, climática, cultu­ral- que podríamos calificar de ruptura civilizatoria integral; es decir, el agotamiento de un modelo de organización de la sociedad que se expresa en los campos ideológico, simbólico y cultural.

Crítica al productivismo y a la sociedad de consumo

La crisis civilizatoria capitalista está vinculada con sus valores: una sed de acumular cada vez más yendo de la mano con un productivismo y un consumismo infinitos sin tomar en cuenta los límites físicos de la Tierra. El capitalismo es generador de necesidades ilusorias para rentabilizar sus inversiones y maximizar sus beneficios en detrimento de la naturaleza. Sus consecuencias se sienten fuertemente cada día a través del calenta­miento climático, el individualismo, el crecimiento de las desigualdades, una socialización cada vez más informatizada, etc. Lleva a la pérdida de biodiversidad. Frente a los anteriores hallazgos generados por las diferentes crisis, es imposible universalizar este modelo económico y social. Entonces debemos volver a la "simplicidad voluntaria frente al mito de la abundancia" (Aries, 2011). Según André Gorz (2010), el mejor medio de salir del todo-mercado pasa por "producir lo que consumimos y consumir lo que producimos".

En su crítica al productivismo, los teóricos ecosocialistas tampoco olvidan que el socialismo puede ser productivista también. Si el capi­talismo tiene como principios básicos la producción y el consumo para llegar a la felicidad, el socialismo se diferencia de él tomando en cuenta la distribución equitativa de estas riquezas. Sin embargo, los dos siste­mas siguen siendo dos ideologías productivistas integradas al ideal de la modernidad, de sumisión de la naturaleza al ser humano para producir infinitamente riquezas. Según los ecosocialistas, la crítica del modo de consumo debe acompañarse de la del modo de producción, sin limitarse a la lucha contra las desigualdades de repartición de las riquezas, res­petando la naturaleza y sus ciclos de reproducción.

Es necesario superar este productivismo preguntándose lo siguiente: ¿cómo y qué producir? Estas problemáticas son fundamentales para la sociedad: la relación entre las necesidades y las condiciones que hacen posible su satisfacción, es decir, la satisfacción de las necesidades hu­manas, debe corresponder a los recursos disponibles tomando en cuenta la vulnerabilidad del planeta y el hecho de que los recursos naturales son finitos.

Valor de uso y valor de cambio

En su crítica de la modernidad capitalista, Bolívar Echeverría, uno de los grandes intelectuales marxistas latinoamericanos, utiliza los conceptos marxistas de valor de uso y valor de cambio, dos dimensiones propias a toda producción humana: " [en] la base de la vida moderna actúa de manera incansablemente repetida un mecanismo que subordina sistemáticamente la lógica del valor de uso, el sentido espontáneo de la vida concreta, del trabajo y el disfrute humanos, de la producción y el consumo de los bienes terrenales, a la lógica abstracta del valor como sustancia ciega e indife­rente a toda concreción, y solo necesitada de validarse con un margen de ganancia en calidad de valor de cambio" (Echeverría, 2011: 160).

Todo producto que se encuentra en el mercado tiene un valor de uso y un valor de cambio. Sin embargo, "los valores de uso son infinitamente variados (incluso para el mismo artículo), mientras que el valor de cambio (en condiciones normales) es uniforme y cualitativamente idéntico (un dólar es un dólar, e incluso cuando es un euro tiene un tipo de cambio conocido con el dólar)" (Harvey, 2014: 31). Entonces, en el sistema ca­pitalista, es el valor de cambio el que da su valor a la mercancía y su valor de uso. El valor de cambio no tiene en cuenta los diferentes tipos de trabajo detrás de cada objeto; los diferentes trabajos se encuentran reducidos a una medida a través del tiempo, a la cual se le da también un valor de cambio. Del mismo modo el valor (o los valores) de uso de un objeto sirve(n) solo para aumentar su valor de cambio.

Uno de los aportes de la filosofía crítica marxista de Bolívar Echeverría es haber puesto la contradicción entre valor de uso y valor como la contra­dicción fundamental de la reproducción social capitalista que dará lugar a otros conflictos alrededor de ella y que está presente en la forma mer­cancía. Para este autor, el aná­lisis de la mercancía es central, ya que contiene los atributos esenciales del modo de produc­ción capitalista. Una mercancía comporta cuatro elementos que deben ser estudiados juntos: ser un objeto útil (valor de uso), ser intercambiable con otros objetos (valor de cambio), ser el resulta­do de la cristalización del tiempo de trabajo (valor) y ser el producto del trabajo humano (Echeverría, 1998: 11-12).

a contradicción ecologista del capitalismo

Existe un debate en el movimiento ecosocialista para saber si Marx y Engels habían desarrollado un análisis ecologista del mundo. John Bellamy Foster responde de manera afirmativa y habla de una ecología de Marx (Foster, 2004). Otros apuntarán sus críticas en el hecho de que el gran error de Marx es no haber hablado de ecología, no haber previsto el calentamiento climático. Estas dos posturas nos parecen exageradas y casi caerían en una visión ahistórica de Marx como icono que hubiera analizado todo o hubiera tenido que analizar todo.

En sus trabajos, James O'Connor adopta lo que llama un enfoque a partir de una categoría, la de las condiciones de producción, que, según Jérome Lamy, sería una "reconstitución teórica": "O'Connor forja él mismo un concepto a partir de nociones dispersas; es él quien inicia el trabajo de teorización juntando fragmentos de razonamiento. Se trata de ir buscando en el infratexto marxista los elementos de una conceptualización que no se da en la inmediatez de los escritos de Marx" (Lamy, 2006: 158). A partir de eso, añade una segunda contradicción a la primera contradic­ción del capitalismo desarrollada por Marx entre fuerzas productivas y relaciones de producción: se trata de la contradicción entre las fuerzas de producción y las condiciones de producción. Estas últimas están de­finidas como "todo lo que puede ser considerado como mercancía sin ser producido como tal de conformidad con la ley de la plusvalía o a la ley del mercado. Esta definición ampliada nos permite discutir de la fuerza de trabajo, de la tierra, de la naturaleza, del espacio urbano utilizando la misma categoría general" (O'Connor, 2001).

La primera contradicción del capitalismo es interna y se concentra en el poder político y social del capital sobre el trabajo: en la lógica de acumulación capitalista, el costo del trabajo debe ser lo más bajo posible para hacer aumentar la ganancia generada por este trabajo. La segunda contradicción es externa al sistema y concierne a los "costos de los ele­mentos naturales" que entran en el capital. "La causa fundamental de la segunda contradicción es la apropiación y el uso autodestructivos de la potencia del trabajo, del espacio, de la naturaleza y del entorno exter­nos". Según O'Connor, las diversas crisis actuales (salud, urbanización, educación, familia, ecología) son varios ejemplos de esta autodestrucción.

Jorge Riechmann nos habla de un conflicto de fondo entre el modo de organización socioeconómico que prevalece y las exigencias de protección ecológica y social en el sentido de que la carrera hacia los beneficios económicos es más importante que cualquier otra preocupación. Según él, "habría que buscar la causa fundamental de la crisis ecológica actual en el sometimiento de la naturaleza a los imperativos de valorización del capital" (Riechmann, 2006). Así, solo una transformación de esta organización socioeconómica, que ponga fin al capitalismo, puede detener la destrucción ecológica en curso, que es precisamente lo que propone el ecosocialismo.

Características generales del ecosocialismo

Si bien el ecosocialismo se posiciona como heredero de la larga tradición socialista, busca aprender de los errores del pasado y condena parti­cularmente lo que se ha llamado el socialismo real, es decir, el intento de aplicación de las tesis marxistas en la ex Unión Soviética. Hay una voluntad de refundar este socialismo tomando en cuenta la ecología y liberándolo así de sus escorias productivistas. La urgencia ecológica no puede dejar de lado las grandes desigualdades sociales y, al revés, las exigencias de equidad social no deben ser pensadas independientemente de los imperativos ecológicos. Entonces, se deben repensar a la vez las relaciones de los seres humanos con la naturaleza y transformar las relaciones de los seres humanos entre ellos: "El desafío global de este proceso de transformación radical en las relaciones de los humanos entre ellos y con la naturaleza es un cambio de paradigma civilizatorio, que concierne no solo el aparato productivo y los hábitos de consumo, sino también el hábitat, la cultura, los valores, el estilo de vida" (Lowy, 2009). Este programa ambicioso de cambio de sociedad no puede realizarse sin una planificación que debe ser a la vez ecológica, social y democrática. Esta planificación tiene como objetivo pensar simultáneamente el corto y el largo plazo, no oponerlos, para poner en marcha una transición que sea lo más corta y lo menos dolorosa posible.

Una planificación ecológica

La planificación ecológica debe abandonar la noción de "control humano de la naturaleza" (Tanuro, 2012) y reorganizar la producción en función de las necesidades sociales y de la protección de la naturaleza. Esto debe hacerse a través de la subordinación del valor de cambio al valor de uso. Se trata de encaminarse hacia la reorientación ecológica de la economía y del aparato productivo con un cambio radical de mentalidad que tendría como meta disminuir el consumo, lo que llevaría de manera simultánea a la disminución de la producción. Esta última es tanto más necesaria cuanto que la producción de nuevos objetos supone también la produc­ción de desechos ligados a estos objetos. Si los tecnocientistas sostienen que el problema del calentamiento global va a ser resuelto gracias a las nuevas tecnologías y la ciencia, el pico del petróleo nos demuestra que estas tecnologías no podrán reemplazar todo. Esto es aún más cierto cuando observamos que el pico del petróleo empieza a enredarse con la disminución de las reservas mundiales de metales (oro, plata, uranio, cobre, zinc, etc.) (Auzanneau, 2012).

Esta planificación debe pensar en la transición hacia una sociedad pospetróleo, una sociedad que ya no dependa de las energías fósiles, sin que ello signifique suspender completamente el uso de petróleo o de otro recurso natural no renovable. Parece necesario prepararse desde ahora para esta sociedad pospetróleo, más por los cambios climáticos drásti­cos -causados, en gran parte, por la utilización del petróleo- que por el inevitable agotamiento de las reservas de crudo. En otros términos, se trata desde ahora de dejar la mayor cantidad de reservas de petróleo bajo tierra en vez de explotarlas (Le Quang, 2013). Sin eso, la adaptación va a ser cada vez más cara y puede implicar mayores riesgos. De ahí que exista la necesidad de una planificación ecológica que prepare las condiciones para una transición no traumatizante.

La reducción cada vez más importante de las reservas de materias primas exige una reducción drástica no solo del consumo de energía, sino también del consumo de objetos materiales. El capitalismo se basa en la producción y el consumo de energías no renovables, y se ha desarrollado beneficiándose de un precio de explotación ínfimo, aunque este es cada vez más elevado, en el caso del petróleo y del gas. La reorientación de la producción energética hacia el desarrollo de las energías renovables, al reducir las emisiones de gases de efecto invernadero por encima del costo económico suplementario, debería valorar el aporte de las mismas para el ambiente y los seres humanos. Importante sería diversificar estas fuentes de energías renovables (eólica, solar, bioenergía, geotermia, biomasa, agua, etc., según los países) para no depender de los riesgos posibles relacionados solo con una de ellas y planificar bien su complementariedad. La imprevi- sibilidad y la variabilidad natural de estas fuentes llevan a la generación de electricidad fluctuante. También hay que considerar los impactos de estas energías sobre el ambiente, la agricultura, el agua, la producción, el empleo y la planificación urbana. Existe una interacción entre todos estos sectores en el momento de pensar la planificación energética. La descentralización de estos proyectos es un imperativo para no reproducir los grandes proyectos que a menudo son nocivos en términos ambientales.

Esta reorientación energética, que pasa también por la prohibición de las centrales nucleares (y, por lo tanto, la planificación del cierre de las centrales en funcionamiento en los países en cuestión), permitiría la descarbonización de la economía y los transportes. En efecto, estos dos sectores están basados en la utilización de las energías como el pe­tróleo, el carbón o el gas, emisoras de gas invernadero. A nivel de los transportes, además de disuadir de la utilización del coche individual en los desplazamientos cotidianos, la sociedad ecosocialista deberá pro­mover los transportes públicos de bajo costo o gratuitos. La gratuidad de estos transportes deberá ser producto de una decisión democrática de la población.

Una planificación social

La planificación social supone la propiedad colectiva de los medios de producción para obtener una igualdad social y el fin de las desigualda­des económicas. Las diferentes crisis actuales nos obligan a pensar en nuevas emancipaciones colectivas de los dominados que se articulen con las exigencias de protección del ambiente. Como lo constata Hervé Kempf (2014), "el sistema social que rige actualmente a la sociedad humana, el capitalismo, se resguarda de los cambios que es indispensable operar si se quiere conservar la existencia humana, su dignidad y su promesa". La lucha contra la oligarquía demuestra que las clases sociales, por lo tanto la lucha de clases, no han desaparecido.

La reapropiación de los medios de producción y la transformación de las relaciones sociales es uno de los comienzos para la emancipación colectiva. Las formas de propiedad pueden ser públicas, colectivas, coope­rativas e incluso privadas. No se puede caer en el error cometido por los socialismos reales que entendieron propiedad pública como estatización de ciertas empresas, la mayoría consideradas estratégicas, aunque el Estado también puede ser un potente instrumento de dominación.

Según Roger Rashi (2008), el ecosocialismo "debe buscar revolucio­nar las relaciones sociales así como las fuerzas productivas. En otros términos, debe cambiar la manera de trabajar y de vivir (lo que consti­tuye las relaciones sociales), así como la manera de producir y de influir en la naturaleza (dicho de otro modo, las fuerzas productivas)". Esta transformación de las relaciones sociales pasa necesariamente por un cambio radical de las fuerzas productivas que permita pasar del trabajo muerto, simbolizado por la mecanización de múltiples sectores como la agricultura, a un trabajo vivo que permita crear empleos y humanizar las relaciones de trabajo. El aparato productivo no es neutral: además de apuntar a la expansión ilimitada del mercado, intenta controlar la vida de las personas organizando su tiempo de trabajo y hasta su tiempo libre. La lucha contra el trabajo que domina la vida no significa el fin del trabajo, sino pensar en el trabajo solidario, en el trabajo libre con una voluntad de construir colectivamente las nuevas fuerzas de producción.

La transformación del trabajo muerto en trabajo vivo podría generar nuevas fuentes de empleo que deberán combinarse con una reducción del tiempo de trabajo, como posible respuesta al desempleo. Esta reducción del tiempo de trabajo tiene como corolario el aumento del tiempo libre. En una sociedad capitalista, la sociedad de consumo 1/ y el mercado se encargan del tiempo libre. Según Michael Lowy (2009), "el ecosocialis- mo está basado en una apuesta, que ya era la de Marx: el predominio, en una sociedad sin clases, del ser sobre el tener, es decir la realizaciónpersonal, a través de actividades culturales, lúdicas, eróticas, depor­tivas, artísticas, políticas, en vez del deseo de acumulación hasta el infinito de bienes y de productos".

Un indicador de riqueza alter­nativo del PIB y otros indicadores

económicos capitalistas podría ser la medida del tiempo. Según René Ramírez (2012), "quizá el termómetro más adecuado para medir el buen vivir de una sociedad sea el que nos permita conocer cuánto tiempo vive saludablemente su población haciendo lo que desea hacer; o cuánto tiempo del día se dedica para socializarse (estar con amigos y amigas, familiares, comunidad política), para contemplar arte, producirlo y deleitarse con él, para autoconocerse, para dar y recibir amor; o cuántos años de vida gana un territorio al evitarse la pérdida de bosque nativo o gracias a la reforestación de su entorno natural". Con la medida del tiempo libre, bien vivido o vivido en plenitud, se sale de la lógica económica capitalista en la cual la riqueza se mide a partir de la acumulación de bienes materiales o inmateriales, para estudiar más específicamente la "generación/disfrute de bienes relacionales".

La noción de bien relacional debe ser pensada fuera de la lógica capi­talista. Según Bolívar Echeverría (1998), un bien es un objeto práctico que se integra en un proceso social de producción y de consumo y de reproducción de un sujeto so­cial. Este objeto práctico puede ser "cualquier elemento de la naturaleza, sea físico, químico, vital, psíquico; cualquier hecho, sea material o espiritual, etc., cualquier parcela de realidad exterior o interior, cualquier trozo de materia, de cualquier materialidad que sea". El obje­tivo de un bien es satisfacer una necesidad, es un elemento de la riqueza objetiva de un sujeto social que posee un valor de uso para el consumo.

Los seres humanos y las sociedades tienen necesidades vitales que van más allá de las necesidades básicas (agua, alimentación, hábitat, salud, educación, etc.) y que se satisfacen dentro de las relaciones sociales. La reproducción de la vida pasa por la sociabilidad con los otros seres humanos, la participación política, la contemplación, los ocios gratuitos, etc. Así, los bienes relacionales son bienes cuyo acceso a su consumo no pasa necesariamente por la mediación del dinero. Retomar el control de su tiempo es también retomar el control de su vida y emanciparse de las relaciones mercantiles para participar en estas actividades no mercantiles.

Según René Ramírez (2012), los bienes relacionales son sobre todo bienes inmateriales cuya producción y consumo están supeditados a las condiciones materiales de la sociedad; es decir, cuando las necesidades materiales básicas están satisfechas (aunque su insatisfacción no impide la generación y disfrute de bienes relacionales en ciertos casos). Basándose en una ética aristotélica, Ramírez describe cuatro tipos de actividades para la producción y consumo de bienes relacionales: el trabajo emancipador, la contemplación (cultura, arte, recreación, deporte, lectura, la reflexión, la contemplación de la naturaleza, etc.), la creación de sociedad (las relaciones familiares, la amistad, el amor) y la vida pública (parti­cipación política, asociativa, sindical, actividad social, etc.). Así, el ser humano es un ser social que comparte su tiempo con los otros, lo que implica la generación de espacios de encuentro, debates, deliberación, la participación en acciones colectivas, la recuperación del espacio público. Estas actividades solo pueden radicalizar la democracia.

Una planificación democrática

La planificación ecológica y social solo se puede efectuar de manera democrática para obtener el apoyo de la gran mayoría de la población. Michael Lowy (2011) afirma que el ecosocialismo implica una ética demo­crática que no deje el futuro de la sociedad y las decisiones importantes en manos de la oligarquía y de tecnócratas. Estas decisiones democráticas deben tomarse a partir de los objetivos de la sociedad, las metas y las necesidades de la población, para salir del productivismo: "Las grandes decisiones que conciernen a la producción y la distribución no son toma­das por los mercados ni por un politburó, sino por la sociedad misma, después de un debate democrático y pluralista, en el cual se oponen propuestas y op­ciones diferentes".

Esta transformación impli­cará necesariamente un de­crecimiento del consumo y, en consecuencia, renunciar a un cierto número de bienes y costumbres anclados en la vida cotidiana de la población. Eso no se hará sin resistencia si estas necesidades creadas por el capitalismo no son reemplazadas por otros deseos. El concepto de "socialismo goloso" desarrollado por Paul Aries invita a una toma de conciencia de que la emancipación social y la transición hacia el socia­lismo no pueden efectuarse a menos que dejen de ser entendidas como sinónimo de carencia. Según él, "ya no se trata de llenar un vacío sino de desarrollar los vínculos sociales" a partir de un socialismo que quiere "cantar la vida en el presente" (Aries y Lecomte, 2012).

Un tema fundamental que merece reflexión es el de la gratuidad, en particular la de los servicios públicos básicos que constituyen necesidades sociales: agua, energía, salud, educación, etc. Según Paul Aries, pensar en la gratuidad alteraría las conciencias y llevaría a comportamientos antiproductivistas y anticonsumistas siempre y cuando la misma no se aplique más que para el buen uso de estos servicios; es decir, el que corres­ponde a las necesidades humanas. El mal uso o el sobreconsumo serían penalizados mediante un encarecimiento e incluso una prohibición de su uso, si el pueblo así lo decide democráticamente (Ariés, 2007). El ejemplo típico es la utilización del agua: si bien necesitamos agua para beber y para asegurar la higiene cotidiana, y este uso debería ser gratuito, no es así en cuanto al agua utilizada para llenar una piscina, siendo que esto último aparecería como un desperdicio. Este tema de la gratuidad, del encarecimiento o de la prohibición del mal uso debe ser objeto de un debate y de una toma de decisión democráticos.

En definitiva, la sociedad ecosocialista solo puede basarse en una ver­dadera democracia que vaya más allá de la democracia representativa. Para ello, es necesaria la instauración de una participación activa dentro de una verdadera democracia participativa y directa y la instauración de diferentes mecanismos para que quienes tienen un cargo público y político rindan cuentas a intervalos regulares, que la ciudadanía emancipada pueda participar en la elaboración de las leyes y proponer proyectos de ley y que estas leyes sean sometidas regularmente al voto a través del referéndum o consultas populares.

Conclusión

La planificación ecosocialista no debe caer en la trampa de la burocra- tización y del fortalecimiento de un capitalismo de Estado. La trans­formación de la sociedad actual no podrá hacerse sin una revolución de las mentalidades. Para esto, el concepto de hegemonía puede ser útil. La hegemonía ideológica neoliberal se expresa en una cierta vi­sión de la sociedad y del progreso. El neoliberalismo es más que una ideología económica. Organiza el conjunto de la sociedad y representa así una "forma de existencia" (Dardot y Laval, 2013) que se extiende a todas las esferas de la vida. Entonces, para el ecosocialismo, se trata de presentarse como un proyecto alternativo de sociedad y de atacarse al sentido común a partir del cual se construyen formas específicas de subjetividad.

Pero lo más importante es la construcción de una contrahegemo­nía cultural que permitiría modificar, principalmente, los modos de consumo y de cuestionar la organización actual de la producción. José Luis Acanda (2012) precisa que "la hegemonía concierne al proceso social en todos sus aspectos. Es decir, a toda la reproducción social global". Aquí hay que resaltar "la importancia crucial de las prácti­cas culturales y artísticas en la formación y la difusión del sentido común" y su "papel decisivo [...] en la reproducción o desarticulación de una determinada hegemonía" (Mouffe, 2014). Este cambio cultural tomará tiempo y por eso la transición ecosocial debe pasar por una planificación democrática.

Matthieu Le Quang es doctorando en Ciencia Política por la Universidad Paris 7 - Laboratoire de Changement Social et Politique (LCSP)

Este artículo se basa en parte en el segundo capítulo de Matthieu Le Quang y Tamia Vercoutere, 2013, Ecosocialismo y buen vivir. Diálogo entre dos alternativas al capitalismo, Quito, Editorial IAEN.

Referencias

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