21/11/2024

El chavismo y el socialismo autogestionado

 
 
 
 
 
 
“Una violenta alza de los salarios (dejando de lado todas las
otras dificultades; dejando de lado que, como una anomalía,
solo podría sostenerse por medios violentos), no sería, pues,
sino un mejor salario para los esclavos, y no habría
conquistado ni para el trabajador ni para el trabajo la [auto]
determinación y dignidad humanas.” Marx a Proudhom en
Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844
  
Hace diez años editamos en Herramienta una compilación de diferentes trabajos de John Holloway bajo el título “Keynesianismo: una peligrosa ilusión”. Entre esos trabajos se encontraba el titulado “Surgimiento y caída del keynesianismo: se abre el abismo”. Me correspondió escribir la presentación. Permítaseme citar unos renglones pertinentes al tema de estas líneas:
Los trabajos que hoy presentamos ayudarán a aportar elementos al debate en curso.
Sin embargo, hay otra razón muy importante que justifica nuestro empeño y es la situación económica, política y social que hoy se vive fundamentalmente en nuestros países latinoamericanos con la llegada al gobierno del presidentes como Hugo Chávez en Venezuela, Ignacio Lula da Silva en el Brasil, Néstor Kirchner en laArgentina, etcétera. En este último país, el fracaso estrepitoso de los gobiernos calificados "neoliberales", el de Menem y el de De la Rúa, echados el primero por la vía electoral y el segundo por una revuelta popular en 19 y20 de diciembre del 2001, ha llevado a levantar una ola esperanzada de ilusiones en el “neo-keynesianismo” al que se declara adherente el propio presidente argentino. Una especie de solución, dentro de los estrictos marcos del sistema del capital, a la desocupación, hambre, miseria, crisis de la salud, educación y bienestar social, como si el propio sistema de explotación del capital pudiera tener dos caras antagónicas: una perversa, y otra de “rostro humano”. Ha contribuido grandemente a esta ilusión la “idea” difundida con amplia publicidad de que la economía [determina] el destino inexorable a los hombres, [porque] es una ciencia autónoma de la vida misma.
Los trabajos que presentamos se sitúan en el polo opuesto de este enfoque, ven en la propia vida el origen detodo, pero la vida en la sociedad capitalista no es otra cosa que la lucha misma contra el capital, es lucha como crítica, es lucha como acción, es lucha como análisis crítico. En este enfoque ubicamos los trabajos analíticos y teóricos de John Holloway, son parte de la lucha contra el capital y en ese sentido son parte inseparable de la propia lucha y movilización que llevan adelante en todo el mundo los propios explotados, son ellos los que poseen y utilizan todas las palancas del cambio social.
 
Tanto aquel libro de John Holloway como estas pocas líneas citadas continúan teniendo plena vigencia. Hoy constatamos que las políticas económicas de estos gobiernos capitalistas que subyugan a nuestro continente están basadas en la explotación indiscriminada de los recursos naturales: la soja, que devasta los suelos naturales, el feetlot, que modifica la producción natural de carnes, la megaminería a cielo abierto, la extracción de gas y petróleo sin límites. Las puntuales renacionalizaciones que impulsan estos gobiernos y que incomodan a algunos sectores monopólicos no modifican la situación de fondo: continuamos bajo el látigo del sistema de explotación y dominación capitalista, cuyo núcleo principal es una relación social en la que, mediante el trabajo asalariado, el trabajo alienado, se extrae plusvalía a los trabajadores. Los ingresos obtenidos por esta forma de acumulación capitalista extractivista les permite a gobiernos como el de Venezuela o la Argentina mantener cierto equilibrio inestable entre las grandes ganancias capitalistas y una mejoría relativa para algunos sectores de la población.
Los criterios de explotación indiscriminada de la naturaleza y de consumismo desenfrenado de un sector privilegiado que está llevando a la destrucción del planeta, siguen siendo considerados como signos y modelos de progreso, de bienestar y de que “vamos bien”. Sin embargo aunque la aplicación de estos modelos no cambia en absoluto el hecho fundamental de que continúen existiendo explotados y explotadores, pobres y ricos, las clases dominantes exigen incrementar más la porción de su renta, aún a costa de poner en peligro el mantenimiento de ese equilibrio.
Las políticas llevadas a cabo por los gobiernos latinoamericanos a los que nos referimos han mostrado un relativo mejoramiento en los sectores más desfavorecidos de la sociedad, lo que se hace más evidente si se comparan con las políticas implementadas por gobiernos de años anteriores, de carácter abiertamente neoliberal, que impulsaron endeudamientos con la banca internacional y privatizaciones de las empresas públicas. En el campo de los derechos humanos, particularmente en la Argentina, fueron implementadas políticas de juicio y encarcelamiento a militares genocidas del Proceso Militar de los años setenta. Al mismo tiempo, sin embargo, un informe especializado[2] indica que en este país existían en el año 2012 más de cuatro mil casos de personas de sectores populares judicializadas y criminalizadas por diferentes protestas sociales. Por otro lado, hay que destacar el carácter antiimperialista que tuvo el enfrentamiento al ALCA, en la cumbre del Mar del Plata en el 2005, llevado a cabo con empeño por un puñado de presidentes latinoamericanos encolumnados detrás de Néstor Kirchner y de Hugo Chávez, infringiendo un golpe a las políticas económicas impulsadas por el presidente norteamericano George W. Bush y el presidente mexicano Vicente Fox. ¿Quién no recuerda sin alegría el momento en que Hugo Chávez, en la ONU, dijo sin tapujos, refiriéndose a G. Bush: “Ayer estuvo aquí el diablo, por eso huele a azufre”?
La explicación a estas políticas y declaraciones de estos gobiernos latinoamericanos hay que rastrearla, fundamentalmente, en las luchas impulsadas por los de abajo: en la rebeldía de diciembre del año 2001 en la Argentina, en la Guerra del Agua de los cochabambinos del año 2000, en el Caracazo del 27/28 de febrero de 1987 y los que le siguieron, que significó el fin para los gobiernos venezolanos títeres del imperialismo norteamericano; en las rebeliones de los campesinos ecuatorianos, en los movimientos sociales como los Sin Tierra de Brasil o el zapatismo mexicano, en la lucha de las mujeres en los movimientos sociales de todo el continente; en las protestas de los movimientos por la igualdad de género y en la sostenida acción de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo por la justicia, por la verdad y el juzgamiento de los militares genocidas y sus cómplices civiles durante la dictadura argentina. La mayor parte de estas luchas surgieron por el impulso, la iniciativa y la organización horizontal de los de abajo y constituyen los verdaderos motores y la fuerza que ha impulsado a los gobiernos, fundamentalmente al gobierno de Hugo Chávez, a enfrentar a Bush y sus políticas.
Si bien estas actitudes y acciones de los gobiernos como el de Hugo Chávez y, en menor medida, el de los Kirchner en la Argentina, aparecen como progresistas y hasta revolucionarios, al mismo tiempo desde el Estado se impulsa una política que, en lugar de desarrollar los embriones de autodeterminación de la población, de democracia directa, de autonomía y de apropiación por parte de los sectores populares de los resortes de la producción, tiende a invisibilizarlos, a congelarlos, a burocratizarlos y, finalmente a cooptarlos al aparato de Estado. La rebeldía y la autodeterminación son llevadas, finalmente, al embudo de la vía electoral, presentada ésta como la panacea para la continuidad de los modelos políticos y económicos nacionales o regionales.
 
Hoy, después de la muerte de Chávez
 
Somos parte de un continente rebelde desde hace ya más de quinientos años. Somos insumisos por nuestra reacción natural al dominio colonial, imperialista y al sistema capitalista que destruye los lazos de comunidad y solidaridad. Esa rebeldía se expresa en luchas, algunas triunfantes y otras no. En mártires y héroes conocidos y desconocidos. La inmensa mayoría de éstos permanecen anónimos: son los sufrientes de los caminos del hambre y del dolor. Hay algunos que trascienden al anonimato y saltan a la fama, devienen líderes, como el Che Guevara, o el presidente socialista chileno, Salvador Allende, por mencionar dos, entre unos cuantos.
Ellos han merecido y merecen nuestro respeto. Pero esto no debe impedirnos mostrar nuestras miradas diferentes. Respetarlos no es canonizarlos, ni endiosarlos. Respetamos a la persona, a sus luchas, no a su mito.
En los años sesenta gran parte de la izquierda revolucionaria expresaba su respeto y admiración por el Che. Algunos llevaron esta admiración a instancias mitológicas: entonces el Che dejó de ser un hombre revolucionario para ser casi un dios, a veces estampado en una remera o en la imagen en un póster pegado en una pared del dormitorio de un joven adolescente. Otros, en cambio, no hicimos de él un icono sagrado. Apoyamos su lucha antiimperialista pero al mismo tiempo manteníamos discrepancias con su teoría del cambio social basada en la teoría del foco guerrillero, teoría-práctica que había resultado exitosa para tomar el poder del Estado en Cuba, pero que no era posible generalizarla a todo el continente.
Igualmente apoyamos a Salvador Allende en su lucha contra el imperialismo yanqui a la vez que discrepábamos sobre la llamada “vía pacífica al socialismo”, que implicaba un alto grado de acatamiento y respeto a la institucionalidad burguesa. Criticábamos su confianza en las fuerzas armadas. Nos parecía mucho más revolucionario el proceso horizontal que se desarrollaba en la Coordinadora de los Cordones Obreros que tenía su epicentro en los de la avenida Vicuña MacKena. Eran verdaderos Consejos Obreros (Soviets), muy similares a las Asambleas Populares del 2001, aunque con una composición centrada en los trabajadores, más similares a las coordinadoras obreras de zona norte de Gran Buenos Aires de la década de los años setenta.
Es muy importante también hoy mantener un marco de debate público para desarrollar las diferencias políticas y teóricas. Esta costumbre nos ayuda a ver nuestros propios errores, a valorar los avances y a fijar desde abajo los objetivos. Es posible y necesario hacerlo en medio de la lucha contra el enemigo común. Un enemigo común que se presenta como imperialismo, pero que es mucho más que eso: nuestra lucha no puede detenerse con la denuncia y la oposición al imperialismo, la lucha es contra el capitalismo, en todas sus manifestaciones.
Las actitudes y expresiones antiimperialistas, las políticas democráticas y de mejoramiento social aparecen como el costado progresista de gobiernos a los que se podría denominar “neokeynesianos extractivistas”, y que son llevadas a cabo dentro del sistema y sin dar un paso más allá del capitalismo dominante, han encandilado a no pocos sectores que se reivindican de izquierda y revolucionarios, quienes parecen pensar que estos modelos, como el chavismo y el kirchnerismo, son positivos frente al neoliberalismo y al imperialismo y un camino a seguir que desembocará en el socialismo en un futuro impreciso. Hay quienes sostienen, incluso, que estos modelos son el poder popular hecho gobierno o, más aún, el socialismo hecho realidad, encarnado por un comandante socialista como Hugo Chávez y en sus legados. Así lo expresan diferentes analistas y referentes de corrientes intelectuales y políticas mediante artículos y escritos en la página web de la revista Herramienta, en el número 2 de la revista Marea, publicación de la agrupación Marea Popular o en el número 117 de la Revista Sudestada. Estas posiciones acríticas sobre el chavismo confunden los buenos deseos con la realidad. Dibujan un panorama triunfalista que acaba deslizándose, finalmente, hacia el plano electoral e institucional. En muchos de estos artículos no se advierte ni se alerta que tras el paso de los de gobiernos populistas, nacionalistas, neokeynesianistas extractivistas, con sus antiguos o nuevos modelos, no viene ningún socialismo a la carrera, sino más bien acecha lo contrario. Si la lucha social no se profundiza hasta cambiar las relaciones sociales de producción, si no se desarrollan relaciones sociales de igualdad, de dignidad y de solidaridad, si el Estado continúa siendo el guardián de la rebeldía social, lo que aguarda su tiempo, agazapado, es un capitalismo más reaccionario y criminal.
Apostar a seguir ciegamente al líder y a la construcción de una mitología del líder muerto no sólo hace recordar las pasadas y duras experiencias del culto a la personalidad en los países donde la burocracia de Estado gobernaba en nombre del socialismo sino que debilita la fuerza de lucha, desarma nuestras iniciativas autónomas, anula el pensar y la acción autodeterminada, entorpece todo progreso de nuevas formas de relación entre los  seres humanos y nos aleja la revolución social.
 
Socialismo del Siglo XXI
 
Sin embargo un amplio sector de trabajadores, estudiantes e intelectuales que provienen de la izquierda ven en esta política nacionalista y populista el regreso de la esperanza de lograr “el socialismo” mediante la accionar del Estado. Especialmente en Venezuela donde Chávez proclamó que estaba desarrollando la revolución bolivariana del Socialismo del siglo XXI, proceso que no se sabe bien en qué consiste.
La experiencia del llamado socialismo real del siglo XX en la Unión Soviética, China, Cuba, etcétera, demostró que no es posible lograr y mantener el socialismo sosteniendo al Estado y permaneciendo dentro de él: para lograr un mundo nuevo es necesario ir más-allá del Estado, disolverlo. La dura y dolorosa experiencia de los países que alguna vez fueron denominados como “comunistas”, demostró que desde el Estado no se garantiza el socialismo sino todo lo contrario. Esto es así, entre otras razones, porque el Estado no es una institución neutral sino que su función es precisamente la de mantener la relación social que produce y reproduce permanentemente la dominación social y la burocracia para llevarla adelante.
El Estado en la Unión Soviética suprimió la propiedad privada y planificó la producción durante setenta años pero eso no transitó ni profundizó al socialismo. La propia existencia del Estado mantuvo el trabajo alienado y asalariado, basamento de la propiedad privada y el capital. Cuando los estados llamados “comunistas” implosionaron no avanzaron hacia ningún tipo de democracia socialista sino que restituyeron el capitalismo más salvaje, que se había mantenido embozado en la explotación del trabajo asalariado.
Desde los inicios de la revolución rusa, el partido bolchevique, con Lenin y Trotsky a la cabeza, fue sustituyendo y congelando la autonomía de los Consejos Obreros, allí llamados Soviets, que eran los organismos horizontales de democracia directa que nucleaban a trabajadores campesinos y soldados que hicieron la revolución que venció al zarismo. Esta sustitución y vaciamiento de los soviets se hizo desde el Estado y, cuando fue necesario emplear la fuerza y la violencia para lograrlo, se impulsó la represión y el asesinato de obreros y trabajadores, como sucedió en Kronstand en 1921. Esta acción de sustitución de la autonomía por la burocracia del partido y del Estado, más allá de las buenas intenciones declaradas, o de la palabra socialismo, fomentó la formación de un Estado gigantesco, burocrático y genocida, como pocas veces apareció en el mundo. Un Estado que, en el camino de su desarrollo y del socialismo proclamado por sus gobernantes, acabó ajusticiando a muchos de los miembros del propio partido bolchevique y a millones y millones de luchadores, arrojados en los campos de concentración de Siberia. Un Estado que nos llena de vergüenza y de dolor a quienes luchamos por el socialismo.
Desde este Estado burocrático y criminal se proclamaba y anunciaba el socialismo todos los días. Pero en la base de la sociedad, en el corazón del proceso productivo, en las fábricas, en las minas y en el campo existía la misma opresión que en los países capitalistas, cuando no mayor. El partido en el poder del Estado desarrolló la Organización Científica de la Producción, que vino a ser la versión socialista de la disciplina en el trabajo y mando vertical en las organizaciones existente en las fábricas capitalistas impulsada por Frederick Taylor. Cambió el sujeto de mando, el patrón por el burócrata, pero no cambió la relación de mandar-obedecer y se mantuvo la vigencia del dinero como común denominador, como sintetizador de las relaciones sociales. Algunos autores han llamado a estas experiencias capitalismo de Estado, otros autores los denominan Estados Burocráticos. Lo que podemos afirmar, más allá de los nombres y denominaciones, es que estas sociedades poco tenían de socialismo, si por socialismo entendemos una sociedad basada en la autodeterminación, en la fraternidad, en la dignidad, en la autonomía y el control social de la producción.
 
“Todo lo sólido se disuelve en el aire”
 
Esta es una conocida y repetida frase del Manifiesto Comunista. Podemos entender que lo “sólido”, en la sociedad capitalista, son las relaciones sociales de disciplina, sumisión y poder de mando, que buscan y apelan a nuestra aceptación y que se naturalizan como sistema social donde algunos, los pocos, mandan y otros, la mayoría, obedecen. Esta relación “sólida” se disuelve en el aire si nos negamos a seguir girando sobre esas determinaciones naturalizadas. Es nuestra rebeldía, nuestra insumisión, nuestra lucha, la que disuelve las relaciones de producción. Es la pregunta: ¿por qué debo obedecer disciplinadamente estas relaciones sociales injustas, verticalistas y alienantes?
El paso del pensar críticamente a la resistencia y lucha a la opresión hace tambalear el edificio del Estado y abre el camino a la construcción de nuevas relaciones entre las personas, al trato de igual a igual, a la autonomía. Es el ácido que disuelve la aparente solidez del capitalismo.
El Estado “sólido” y el juego de sus normas políticas y jurídicas, con los procesos electorales en base a una apariencia de “igualdad” generan, en el mejor de los casos, sistemas de democracia delegativa donde participamos solamente votando cada cierto tiempo, sin ningún poder real de decisión. Mientras tanto, desde el Estado se hace lo que requiere el capital. Votamos a nuestro propio cancerbero. Votamos una conducción del Estado que se separa de nosotros, construyendo así un mundo políticamente mágico y ajeno, que se corresponde con una sociedad de relaciones fetichizadas. Así el Estado, en tanto “sólido”, resulta del congelamiento de nuestras luchas y de nuestra rebeldía.
Para lograr un mundo nuevo es necesario disolver lo sólido, es decir, el Estado y las relaciones sociales que lo producen y reproducen. Disolver la dimensión jerárquica y de obediencia que intenta solidificar nuestras luchas y congelarlas. Es la rebeldía horizontal, la que nace y vive por fuera de la estructura opresiva del Estado, la que huye de las tentaciones estatistas y electoralistas, la que puede generar otro tipo de relaciones sociales, de solidaridad, de horizontalidad. Por ello es que lo “sólido” no estaría ya en el Estado, que se disuelve, ni en las relaciones sociales de dominación, que también se disuelven, sino que lo sólido, ahora sin comillas, pasa a ser nuestra vida, la vida de todos.
¿Cómo desarrollar la disolución del Estado, es decir, la solidificación de la vida? Desarrollando, extendiendo y profundizando las formas de lucha, producción y relación que están latentes y embrionarias en la misma vida y que se despliegan, a veces sorpresivamente, como en diciembre de 2001 en la Argentina; otras veces sostenidamente, como la experiencia del zapatismo en Chiapas. Formas horizontales sin el mando del patrón o del Estado. Formas diversas de solidaridad que llevamos adelante en la cotidianidad de nuestra experiencia particular y que muchas veces se generalizan en momentos de crisis evidente. Formas horizontales latentes que aparecen y reaparecen cuando el Estado capitalista, en su sólida voracidad, busca imponer una mina a cielo abierto en una pequeña población de provincia, o cuando un barrio reclama justicia por la acción criminal de la policía. O frente a una catástrofe como la que sucedió hace poco tiempo en la Argentina, cuando la naturaleza agredida por el capitalismo y el afán de lucro, descargó su furia produciendo inundaciones terribles en las ciudades de La Plata y Buenos Aires, frente a la inoperancia e imprevisiblidad del Estado “sólido”. La respuesta a las inundaciones provino de la autoorganización de los barrios y fue la que permitió la primera ayuda fraterna frente a la indiferencia del Estado. La solidaridad espontánea recorrió todos los rincones de la Argentina impulsada por nosotros mismos. Formas de lucha, de relaciones sociales y de producción social que se despliegan como un reguero de pólvora. Movilizaciones y solidaridades horizontales, a veces limitadas a un pequeño espacio geográfico, otras veces que se extienden por todo un país superando, desbordando, disolviendo el Estado. No es la pasividad del que espera la ayuda del Estado que no vendrá, o que vendrá en cuentagotas, o que vendrá a cambio de favores, lo que construye un tejido social de autodeterminación y dignidad, sino el desarrollo de las iniciativas propias, autónomas, sin líderes salvadores o profetas del socialismo, sin comandantes que decidan por nosotros. Por ahí se empieza a transitar el camino del socialismo.
 
El socialismo autogestionado una tendencia real
 
¿Este Estado bolivariano que se autoproclama socialista y/o popular impulsa el camino de autodeterminación y la dignidad o busca nuestra cooptación para disciplinarnos a la reproducción del capitalismo que nos oprime desde hace siglos? ¿Se fomentan y desarrollan las prácticas horizontales desde el Estado o cada día es más gigantesco y monstruoso? ¿Va camino a su autoliquidación o de su preservación? Cierto es que la respuesta a estas preguntas, en el caso particular de la llamada “Revolución Bolivariana del Socialismo del Siglo XXI”, debemos esperarla de los propios trabajadores y del pueblo venezolano, pero también nos interroga a nosotros.
Estas preguntas incluyen una constante mirada crítica a nuestro hacer, a nuestra vida, a nuestra lucha. Implican huir de la admiración acrítica, del culto a la personalidad, del “vamos bien”, del “sigamos al líder que piensa por nosotros”.
Autodeterminación significa alejarnos del Estado. Autodeterminación implica el abandono de palabras y frases tales como “jefe”, “comandante”, “disciplina”, “obediencia a los mandos”, “acatar a los cuerpos orgánicos”. Autodeterminación requiere responder a las siguientes preguntas: ¿Por qué debo creer esto? ¿Por qué debo acatar y obedecer? ¿Por qué hay secreto comercial? ¿Por qué el patrón tiene el derecho de saber cuánto es el salario del obrero y éste no puede conocer ni las ganancias ni la contabilidad del capitalista? ¿Por qué el empresario tiene el derecho de aumentar los precios sin que se considere un delito contra la sociedad mientras nosotros ni siquiera podemos controlar los costos? ¿Por qué el Estado hace los planes de estudios y no los podemos elaborar entre todos los que conformamos la comunidad educativa? ¿Por qué los jueces son vitalicios y no se los puede controlar? ¿Por qué a los llamados “representantes” del pueblo, diputados y funcionarios no los pueden revocar quienes los eligen y se juzgan entre ellos mismos? ¿Por qué nuestra Constitución nos prohíbe deliberar directamente a los que somos afectados por un mismo problema? Podríamos seguir con miles de otras preguntas que hoy, según parece, tienen una sola respuesta: “porque así son las cosas”.
Pero hay algunas preguntas, pocas, que podríamos destacar entre todas las preguntas: ¿Necesitamos realmente al Estado para que nos guíe y nos controle, para que nos cuide y nos ayude? ¿Necesitamos de un líder carismático y popular que se ponga al frente de ese Estado para que gobierne y decida por nosotros? ¿Es posible desarrollar nuestra vida, plena, sin mandos y sin obediencias? ¿Es posible un socialismo así?
Es posible, en tanto entendamos al socialismo como una tendencia, un camino constante de lucha. No sólo contra la explotación capitalista, lo que implica la lucha contra el trabajo alienado y el fetichismo, sino también la pelea por la construcción de nuevas relaciones sociales fraternales. El socialismo como una marcha en comunidad construyendo nuestra autodeterminación y nuestra dignidad, una marcha que partiendo de nuestra bronca por la injusticia y contra los misterios alienantes del mando, avance hacia formas autogestivas de organización social, hacia el protagonismo creciente del nosotros. Por eso, más importante que la afirmación sobre si vamos transitando o no por los caminos del socialismo, llámese socialismo del Siglo XXI o socialismo real, es pensar si en cada día, en cada hora, en cada minuto avanzamos en estas relaciones de autodeterminación y dignidad o no lo hacemos. Interrogarnos si cada día que pasa somos más o menos autónomos.
El socialismo, entendido de esta manera, es caminar construyendo nuestro propio camino. Es pensar nuestro andar. Es una tensión de felicidad hacia la dignidad y no un programa de consignas que hace el partido como nos enseñaba el antiguo catecismo leninista y estalinista. El socialismo que llamo autogestionario, basado en la autodeterminación y en la autonomía no se restringe a la idea de una distribución más igualitaria de la riqueza o a la de planificación económica desde el Estado. Entendido así, el socialismo es mucho más que esa aspiración de justicia material: es nuestra libertad, nuestra iniciativa, nuestra felicidad, nuestra alegría, nuestra música. Es nuestro hacer libre. Es nuestro desarrollo como seres humanos sin agredir al otro ni a la naturaleza. Es pensar y es disfrutar de la vida y el tiempo. Es el otro que soy yo, es el nosotros concientemente activo en la permanente autodeterminación y dignidad.
 
Caminando preguntamos
 
La crítica ad hominem, hasta los huesos, el debate permanente, el constante ejercicio de autoreflexión colectiva, el caminando-preguntamos que han popularizado los zapatistas, son la teoría de la praxis social, la confrontación permanente de la teoría con la práctica concreta. Este caminar-pensando es central para hacer conciente el avance horizontal de las luchas anticapitalistas.
No hay certezas, ni líderes de la única línea correcta a los que haya que obedecer y seguir ciegamente. La crítica cobra vigor y es muy importante porque el exceso de alabanzas a un líder y la permanente referencia al mismo, oculta la participación como sujeto revolucionario del hombre común, del nosotros, y nos relega a una actitud de mero seguimiento, de disciplina, de reverencia, de ocultar no sólo las diferencias sino de autocensurar nuestras dudas anulando e impidiendo el pensar entre todos. Nos impide poder ir más allá de los límites de la institucionalidad, poder ir-más-allá del capital.
El verticalismo y el culto a la personalidad nos invisibiliza como sujetos y disimula nuestras fuerzas y debilidades y la potencialidad de nuestro pensamiento y nuestra lucha.
En muchos de los artículos acríticos que tratan de Hugo Chávez y la revolución bolivariana se esfuma el colosal hecho de que la autoorganización, la iniciativa, la movilización, la coordinación y la lucha de los de abajo fue la que produjo el caracazo y lo que explica la emergencia de Chávez y de todo el proceso bolivariano. También fue esta lucha autodeterminada la que lo rescató de la cárcel cuando el golpe de Estado lo depuso. Sergio Tischler me ha comentado que: “el concepto radical de la lucha de clases misma va más allá del propio Chávez. Un líder que se atenga a esta noción radical no puede sino hacer una política que niegue las condiciones que dan lugar a los liderazgos carismáticos y a la política vertical que le son propios. La grandeza de los líderes zapatistas es ir concientemente más allá de ellos, lo cual es el preguntando-caminamos, es el nosotros. No sé si Chávez tendría la intención de ir más allá de Chávez.” Yo tampoco lo sé. Lo claro es que los actuales chavistas con sus tormentas de alabanzas elevan a Chávez por sobre el ser humano real y lo ubican en el camino de la canonización.
El culto oculta. El culto al líder oculta doblemente: por un lado, las debilidades del régimen, y por el otro, las fortalezas de la lucha en la sociedad. La exaltación del líder y del Estado (obrero o bolivariano) acaba en un sinsentido, puesto que la revolución es la disolución de los liderazgos y del propio Estado.
Los pueblos latinoamericanos han sido históricamente pueblos insumisos e irreverentes. La reverencia y el disciplinamiento bajo mandatos e imperativos, como los que acostumbra a mencionar Nicolás Maduro, sucesor de Chávez, no impulsan el socialismo autodeterminado, sino que determinan un camino trazado por la fuerza de la autoridad y de la adoración. ¿Por qué no sugerir lo contrario, es decir que los de abajo desarrollen iniciativas de autoorganización y de movilización que fueron, en el fondo, las que generaron y dieron vida al chavismo?
No existe un camino correcto al socialismo en ningún lugar del mundo. Tampoco en Venezuela. Al final de los proyectos y modelos basados en el neokeynesianismo extractivista no nos espera un amanecer de socialismo sino que nos amenaza la oscuridad del abismo capitalista. Las alabanzas sin críticas al comandante, desde el propio título de comandante, es decir, mandante, fortalecen el ciego optimismo, una falsa versión del socialismo, que ni siquiera le es útil al propio chavismo. El socialismo es vida, pero el socialismo basado en la autoridad, en el mito y en la pompa niega la vida social activa. Como supo escribir el querido poeta Luis Franco, “toda pompa es fúnebre”.
 


Nota del autor: Utilizo el adjetivo “autogestionado” para distinguirlo del socialismo a secas, o del Socialismo Real identificado  con los crímenes estalinista, o el Socialismo Democrático del Estado de Bienestar europeo que mantiene complicidad con el capitalismo, y de los Socialismos de países del llamado Tercer Mundo que no van más allá de una política antiimperialista y en algunos casos con una mejor distribución del ingreso y de mejoramiento de las políticas sociales, todos estos socialismos se implementan desde el poder político del  Estado separando el ellos del nosotros, y generando relaciones verticales y de autoridad o sea alejándose de la autodeterminación social.

Este escrito recibió comentarios y aportes de compañeros con los que comparto pensamientos y acciones y que deseo destacar como parte de una elaboración colectiva: Marita Yulita, Sergio Tischler, John Holloway, Fernando Matamoros, Carlos Cuéllar, Daniel Contartese, Rodrigo Pascual, Alberto Maresca y Luis Menéndez quien me ayudó en la redacción final.
A todos mi agradecimiento. 
 
[2] Equipo Nizkor, Informe sobre la criminalización de la protesta en Argentina, http://www.derechos.org/nizkor/arg/doc/protesta.html.

 

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