26/12/2024
Por Aguilar Castro Vladimir , ,
En un artículo publicado en la revista Herramienta, "La tortuosa configuración hegemónica en Venezuela"[1], señalamos que la crisis venezolana era la expresión de la dificultad de constituirse una nueva hegemonía. Advertíamos que el actual proceso al no haber sido resultado de un pacto como otrora lo fuera el de Punto Fijo[2], llevaría en su seno un conjunto de contradicciones determinadas por el carácter de las alianzas que se estaban constituyendo; por la aparición de nuevos actores en la escena política nacional y por el contenido de los cambios que se manifestaban como consecuencia de una ruptura institucional con el pasado.
La conformación del nuevo sistema político a raíz de los cambios políticos y jurídicos del año 1999, aun habiéndose realizado por la vía electoral y en el marco de las reglas del juego democrático, traería a la par la configuración de una hegemonía que iría a adquirir las más diversas formas y expresiones al intentar consolidarse, por no ser la expresión de un acuerdo político. Aun cuando la asamblea nacional constituyente con la promulgación de una nueva constitución pretendía echar las bases de un nuevo régimen político, la carta magna finalmente aprobada no significaría el punto de llegada de la larga exigencia de cambios que la sociedad venezolana venía planteando desde hace tiempo atrás.
La pretensión de este artículo es la de contextualizar lo que entendemos por hegemonía, categoría que en nuestra opinión permite la comprensión de lo que acontece en el país más allá de falsos maquineísmos y de la banalización en que ha caído el debate político actual. En este sentido, tan sólo insistiremos en tres aspectos que nos parecen importantes destacar:
a) El contexto mundial de la ofensiva del capital y sus incidencias en la situación política nacional.
b) La hegemonía como categoría de análisis marxista aplicable al estudio y comprensión del momento político actual.
c) Las zonas grises de la crisis actual en el marco de las dos condiciones señaladas anteriormente.
Estos tres aspectos intentarán sentar las bases en torno a uno de los capítulos más complejos de la historia política del país, pues el carácter sui generis de los fenómenos que se presentan, las peculiaridades de los nuevos agentes del poder y el contenido de las alianzas que se dan tanto en el ámbito de la oposición como en el seno del propio gobierno, no permite ver de manera clara lo que se está develando lo cual explica la tortuosidad de un proceso que seguramente seguirá en crisis a lo largo de los próximos tiempos.
1. El contexto mundial de la ofensiva del capital y sus incidencias en la situación política nacional[3]
Ha sido Peter Gowan en su extraordinaria obra The Global Gamble[4], quien ha puesto de relieve el contexto dentro del cual se da la nueva recomposición del capitalismo, fundamentalmente, del capitalismo financiero. En efecto, dice el autor que el capital especulativo ha logrado obtener mejores condiciones de acción, luego de la contra reforma liberal iniciada en los años noventa bajo las administraciones de Ronald Reagan en los Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Gran Bretaña. Dicha política, que tenía por objetivo ofrecer garantías de inversión, movimiento y de especulación al capital financiero sería la consecuencia lógica del proceso de recesión que padecía la economía mundial luego de los años setenta.
Como hipótesis de trabajo partimos de la afirmación que los cambios operados en la administración americana con la llegada de George W. Bush a la Casa Blanca, constituyen la expresión política de una nueva ofensiva del capital similar a la contra reforma liberal de los años noventa.[5] Es así como las nuevas realidades del mundo con la llegada de un presidente republicano al gobierno de los Estados Unidos, quien finalmente habría triunfado luego de un largo periplo de imprecisiones domésticas en cuanto a sus resultados electorales, necesitaba de condiciones que objetiva y subjetivamente le permitieran legitimarse ante un electorado interno y un público externo, quienes comenzaba a ver con desconfianza los supuestos fundamentos del sistema democrático americano. Pero no era sólo eso, se trataba de darle un poco de sentido y coherencia al programa político de la nueva administración. ¿Cuál podría ser el elemento unificador de una política? ¿Qué le podría permitir a la nueva dirigencia la justificación de su programa antibalístico y de su declarado aislacionismo del resto del sistema internacional? ¿Cómo favorecer al lobby de la guerra que presionaba por poner piezas claves dentro de la nueva administración de Washington? ¿Qué acción podía justificar una u otra cosa?
No es pretensión de este escrito responder a estas interrogantes. Se trata más bien de poner de manifiesto lo que consideramos es la principal ofensiva del capital financiero en esta etapa, luego de los profundos momentos de recesión de los años setenta por la crisis del régimen de acumulación que se puso en marcha posterior a la posguerra, con el Plan Marshall como corolario, y de lo que algunos autores han denominado la ofensiva de la llamada contrarreforma liberal de los años ochenta y noventa.[6] El capitalismo, que adquirió un nuevo impulso en la época de posguerra tuvo como principal tendencia la de afianzar la transnacionalización del capital. Aquí se pueden encontrar las primeras manifestaciones de la contra reforma liberal la cual adquiriría su máxima expresión años más tarde. La nueva ofensiva financiera haría que el poder político dejara de constituir un freno a las fuerzas económicas.
En el marco de la posguerra, Peter Gowan[7] insiste en señalar que el régimen de acumulación internacional derivado de la guerra constituyó la respuesta de la clase dominante americana al desafío del movimiento obrero y de los países comunistas. A este respecto estipula que se trataba de impulsar:
a) La reorientación de las economías nacionales hacia el crecimiento industrial, la organización de un sistema monetario y de un sistema financiero internacional fundado en la paridad fija entre el dólar y oro.
b) La garantía que los Estados nacionales dispusieran de un vasto mercado interior que garantizara las exportaciones americanas y las inversiones directas de las firmas americanas.
c) La garantía para los Estados de acuerdos que les permitiera financiar una base productiva nacional así como la constitución de largos sectores públicos protegidos con el fin de reactivar la demanda en Europa y el Japón, asegurando la apertura de estas economías a la economía americana.
d) La asistencia del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional a los estados con problemas. Igualmente importante sería la disposición de los Estados Unidos de abrir su enorme mercado a las importaciones a cambio de una apertura recíproca de sus contrapartes aliadas.
e) La constitución de un importante subsistema por vía de la integración europea occidental desde finales de los años cuarenta, con la perspectiva de consolidar Alemania Occidental frente a Alemania Oriental, haciendo frente al bloque comunista desde Francia e Italia.
Lo anterior iría a la par de una estrategia de control del petróleo mediante la garantía de su posesión y suministro aunado al papel de guardián del capitalismo mundial que comenzaría a tener los Estados Unidos. A su vez, la estrategia de concentración y centralización del capital en áreas como la agroalimentaria crearía las condiciones para el relanzamiento de toda una maquinaria de conquista, ya no sólo del planeta tierra, sino del propio sistema solar.[8]
Lo que venimos de exponer constituye el principal hilo conductor de lo que aquí pretendemos mostrar. Luego del 11 de septiembre estamos en presencia de una nueva ofensiva, expresión más bárbara, diabólica y perversa que la de Reagan y Thatcher, así como de la consagración supremacionista[9] de la principal superpotencia del momento: los Estados Unidos.
En el contexto de América Latina, la contrarreforma liberal de los años ochenta y noventa tuvo efectos nocivos para las economías de los países del Sur e indiscutiblemente enormes repercusiones para América Latina. Daniel Bensaid[10] nos muestra algunas cifras elocuentes de esta ofensiva del capital, de la cual los países latinoamericanos serían algunos de sus principales víctimas. La crisis mejicana, brasileña y recientemente argentina, por nombrar sólo la de las economías más importantes del continente, así lo evidencian. Es así como América Latina, que para 1950 contribuía con el producto interno bruto (PIB) mundial en un 14 por ciento, para 1998 con el Brasil incluido, representaba apenas el 8,8 por ciento. De igual manera, mientras en 1950 contribuía con el 12 por ciento del comercio mundial, en 1998 lo hacía con el 3,5 por ciento. Por si esto fuera poco, la deuda exterior explotó de 79.000 millones de dólares en 1975 a 370.000 millones en 1982, para llegar a 750.000 millones en 1999. Finalmente, mientras que entre 1990 y 1996 las importaciones aumentaban en un 127 por ciento, para la misma época, las exportaciones lo harían en un 76 por ciento.[11] Aunado a esto, los efectos de los ajustes estructurales exigidos por los organismos prestamistas como el Fondo Monetario Internacional (FMI), con su cortejo de privatizaciones y desregulaciones, profundizaba los lazos de dependencia de nuestros países en el marco de la economía mundial.[12]
En el ámbito de América Latina se requería recomponer las fuerzas sociales que hicieran efectiva la política de creación de condiciones del capital financiero. En este sentido, cualquier ensayo de régimen político podía ser bienvenido vista la descomposición de las elites gobernantes tradicionales, tal como ocurrió con Menem en la Argentina y Fujimori en el Perú. Es así como el capital tendía a diferenciar entre una burguesía para quien el mercado nacional seguía siendo determinante, y el neopopulismo burgués con una burocracia transnacionalizada, vinculada cada vez más a las nuevas exigencias de la economía global de mercado. El instrumento político e institucional de lo anterior sería la llamada global governance[13], que comenzaría a ser condición de todos los programas de empréstitos ofrecidos por los organismos financistas del desarrollo. Los estados nacionales debían tan sólo crearle garantías de inversión al capital transnacional mediante regímenes de propiedad, de comunicación y de intercambio adecuados, así como a través de óptimas condiciones de producción y reproducción.
Pero eso no era todo. Tal como lo expresa de nuevo Peter Gowan[14], cuando las relaciones de clase son juzgadas inadecuadas por las clases dominantes en cuanto a sus vínculos con el capital transnacional y financiero, ellas pueden o bien transformar la estructura de clase a lo interno, o bien redefinir el ambiente internacional, o bien ambas.
Este es el drama de la crisis actual latinoamericana cuyo desarrollo se ha visto determinado por el proceso de acumulación capitalista. A su vez, es la principal expresión del contexto mundial de la ofensiva del capital y de su incidencia en la situación política nacional venezolana.
Asistimos en estos principios de siglo a una de las ofensivas más nefastas (ciertamente no la última) del capital financiero. Esto podría explicar los recientes diseños políticos que se intentan desde la llegada de la administración republicana a la Casa Blanca y que justifican el nuevo presupuesto de guerra de los Estados Unidos.[15] La contrarreforma liberal de los años noventa requiere así de un nuevo corolario.
2. La hegemonía como categoría de análisis marxista aplicable al estudio y comprensión del momento político actual
Tal como lo expresa Nicos Poulantzas en su obra Hegemonía y dominación en el Estado moderno[16], el concepto de hegemonía ha sido elaborado por Antonio Gramsci, pero ya previamente había sido utilizado por Plejanov y por el propio Marx en su obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Insiste Poulantzas que el concepto de hegemonía adquiere estatus científico propio pues se aplica al Estado (capitalista) y a las clases a cuyos intereses corresponde. Es así como dicha categoría permite poner de manifiesto las características históricas particulares relacionadas con un modo de producción históricamente determinado[17].
En el ámbito de un Estado específico dentro del cual se conjugan diversas formaciones económicas y sociales, la hegemonía como categoría permite poner de relieve las relaciones entre las estructuras del Estado capitalista y la constitución política de sus clases dominantes, evidenciando fundamentalmente las relaciones entre base y superestructura. En el ámbito concreto de Venezuela, esta conformación de clases dominantes luego de los cambios políticos operados en 1999 no ha sido homogénea ni unidireccional pues ha estado determinada por sistemas de alianzas que intentando desalojar del poder a viejos actores para darle paso a nuevos, privilegiando el acuerdo con los sectores económicos inscritos dentro que la ofensiva mundial del capital. De igual manera, el tipo de alianzas ha estado determinado por circunstancias sociales concretas lo que ha hecho que las coaliciones y acuerdos varíen en función de la coyuntura política.
La nueva hegemonía en Venezuela que aún no termina de consolidarse es el resultado del intento de configuración de una especificidad de dominio político y estatal en una formación económico-social históricamente determinada. Pero, a su vez, es la expresión de nuevos actores que buscan aferrarse al poder sobre la base de negociaciones políticas (incluidas con los viejos actores), de privilegios económicos, de acumulación de riqueza vía corrupción, amparándose en la condición de casta y burocracia emergente que le concede el hecho de usurpar el nuevo poder político y de formar parte del entorno presidencial.[18] Si bien es difícil afirmar que el Estado venezolano en las actuales circunstancias corresponde a los intereses de una clase dominante en particular, por el propio proceso de transición que se está viviendo y, precisamente por lo tortuoso que está siendo esa configuración hegemónica, en el desarrollo concreto de una formación económico-social, el Estado puede responder a los intereses de una fracción de clase o de una casta, que sin ser clase, busca hacerse del poder en una coyuntura determinada.
De acuerdo a autores como Ernest Mandel[19], aunque un Estado en una etapa de configuración de una nueva hegemonía no siempre se erige necesariamente como el producto de una clase en particular, pues no llega a poseer una realidad objetiva propia, se constituye a partir del mismo campo en el que se sitúa la lucha de clases y las relaciones de explotación y dominación.[20] Sin embargo, la base del Estado siempre estará determinada por las relaciones de producción y de clase existentes en una sociedad.[21].A partir de aquí, vale la pena preguntarse en el caso de la Venezuela actual: ¿cuál es el carácter de las mismas?
El Estado traduce así en el ámbito político la relación de los intereses de las clases dominantes o de sus facciones, con los de las clases dominadas. Dicho de otra forma, el Estado es la expresión política de los intereses de una clase dominante o de su facción en su relación política con la clase dominada. De manera que la configuración hegemónica en una coyuntura política determinada (mundial o doméstica), estaría caracterizada no por una clase sino por un conjunto de alianzas entre partes de ella, de facciones, castas y burocracias y por la obtención de privilegios y prebendas a partir del ejercicio y la usurpación ilimitada del poder, hasta el dominio concreto de éste por una clase en particular. El Estado tendría así una caracterización transitoria al momento en que la nueva hegemonía no termina de configurarse, y una caracterización definitiva al momento en que es conquistado y su control es ejercido de manera perenne por una clase específica. Por supuesto, lo anterior estaría determinado por el grado de desarrollo (desigual y combinado) de la formación económico-social existente en un país.
3. Las "zonas grises" de la crisis venezolana actual en el marco de las dos condiciones señaladas anteriormente
Lo anterior nos permite ubicar algunas de las zonas grises[22] de la crisis venezolana actual, toda vez que como resultado de la propia tortuosidad de la configuración hegemónica, el desenlace del proceso político estará determinado por diversas variantes que vislumbran posibles escenarios de conflicto. De antemano debemos señalar que la caracterización transitoria y definitiva (ver supra), es lo que ayuda a diferenciar que una determinada clase tenga hegemonía o supremacía, y puedan a su vez constituirse híbridos entre una y otra.
Primera "zona gris": la misma caracterización transitoria y definitiva es la que hace que un determinado régimen político pueda transitar entre formas de personalismo político, cesarismo, bonapartismo, Estado Termidor y mesianismo[23]
En el ámbito de lo que significa el pasaje de una situación transitoria a otra definitiva, en el contexto de una determinada configuración hegemónica (y en el caso específico de Venezuela), Cesar Henríquez[24] nos dice lo siguiente:
Antonio Gramsci pone de relieve dos aspectos claves en relación con la solución cesarista: el contexto en el cual se origina y sus posibles vías de evolución. En cuanto a lo primero, trátase de un fenómeno vinculado a situaciones de crisis particularmente agudas. De un modo amplio podemos referirnos en ese orden a varios tipos de crisis: están en primer lugar las de carácter económico, que tienen un alcance cíclico o coyuntural, y se expresan en una interrupción temporal del crecimiento; al lado de ellas hablamos de la crisis estructural, cuando nos encontramos ante una crisis económica que afecta a la esencia misma del modelo de desarrollo y en tercer lugar identificamos la crisis orgánica, cuando a la crisis estructural se asocia la de dirección política (o de hegemonía), con lo que tiene lugar un alto grado de disgregación social que se expresa en la ruptura de lazos históricos entre elites y pueblo, la renuencia de éste a dejarse gobernar y el dilema de aquellos para ensayar nuevas formas de consenso o apelar a la represión para conservar el poder. Es en el marco de la crisis orgánica que el viejo sistema crea las condiciones para la salida cesarista (después que fracasan las alternativas iniciales provenientes del sistema mismo, como lo fue en Venezuela, por ejemplo, Rafael Caldera), con el ascenso al gobierno por vías que pueden resultar diversas, de una personalidad fuerte, comúnmente proveniente del seno del Estado en crisis (como sucedió con Chávez, que brota del mundo de las elites, en particular del mundo militar). Para Gramsci puede hablarse de un cesarismo progresivo o regresivo. En el primer caso, el líder cesarista impulsa la creación de una nueva forma de Estado (la democracia participativa, puede ser el ejemplo de hoy día), lo que constituye una revolución, en cuanto se redefinen a fondo las jerarquías sociales y unos grupos, estratos o clases desplazan parcial o totalmente a otros en las posiciones de poder, alterándose radicalmente la influencia social de esos distintos factores, cristalizando todo ello en una nueva correlación de fuerzas cuya duración es variable, aunque estable durante un cierto periodo. El cesarismo por el contrario es regresivo, cuando tiene lugar una prolongación de la forma estatal (el espacio de la dominación) anteriormente existente, lo que puede derivar si la crisis se mantiene hacia una restauración, donde con un nuevo Proyecto (el neoliberalismo puede ser el ejemplo, para el caso venezolano), las viejas elites, bajo un cierto esquema de rotación y de cambio, intentan restablecer sus posiciones, manteniendo la ubicación tradicional de los sectores populares en tanto que clases subordinadas. Cuando la solución cesarista fracasa, puede sobrevenir el fascismo, la alternativa extrema del bloque conservador para superar la crisis que, con respaldo militar y encontrando en los sectores medios la base para la movilización de masas, se propone la interrupción abrupta de la opción cesarista progresiva, lo que para imponerse requiere la presencia de un cuadro represivo muy claro. En lugar del fascismo, puede ocurrir no obstante la radicalización de las clases subordinadas en dirección a una revolución, esta vez de naturaleza violenta e insurreccional, fuera de toda posibilidad de control para el liderazgo cesarista del proceso, el cual procede -como se ha dicho- del mundo de las elites.
Lo que se viene de exponer indica que el proceso político venezolano transita entre una y otra forma de ejercicio del poder, fundamentado principalmente en el carácter de las alianzas, en la dificultad de erigirse una nueva hegemonía y en los procesos de recomposición de fuerzas en el seno del bloque de poder.
Dicho proceso de recomposición ha estado determinado por varios momentos: a) (1998-2000), durante la constituyente, donde antiguos aliados están hoy en la oposición; b) (2000-2002), durante el proceso de apropiación de la empresa petrolera, donde hasta el momento en que estalla el paro petrolero habían transitado por la presidencia de la corporación alrededor de cinco personajes (entre civiles y militares), cuatro de ellos actualmente en las filas de la oposición; c) el proceso (aun no culminado) de perdida de la hegemonía parlamentaria por parte del partido de gobierno, haciendo descansar su liderazgo en una mayoría pírrica y circunstancial; y d) finalmente, el cuarto momento lo podemos ubicar durante el golpe de estado del 11 de abril del 2002, en el cual antiguos aliados militares del presidente que primero conspiraron contra él y que luego, ante la arremetida de los sectores fascistas (principalmente económicos y del ejercito) lo vuelven a reubicar en el poder, están hoy absolutamente todos en la oposición, con excepción de quien dijera que el presidente Chávez había renunciado: el hoy ministro del Interior y Justicia Lucas Rincón.[25]
Segunda "zona gris": la cuestión petrolera continúa constituyendo el centro del debate político en Venezuela y por ende de la acción gubernamental luego del fallido paro petrolero
Como lo hemos venido reiterando a lo largo de este y otros artículos, la disputa por configurar una nueva hegemonía constituyó el eje central de la pugna por liderar la asamblea nacional constituyente y la actual asamblea nacional. Pero también se ha convertido en el aspecto más importante del debate parlamentario, del discurso presidencial y de las principales maniobras de los sectores que se encuentran a la "sombra" de las decisiones políticas y económicas trascendentales.
La concreción de un bloque hegemónico es la condición necesaria para el establecimiento de un nuevo pacto, que dando al traste con los "viejos" actores, pretende darle paso a otros que se han rodeado de los mismos sectores económicos que han influenciado y se han beneficiado de la política económica nacional en los últimos años.
Luego de tres años de intento de "conciliación" entre los intereses de la nueva casta que busca consolidarse en el seno del Estado, con aquella conformada en el ámbito de la empresa petrolera; de desencuentros entre una y otra en el manejo del negocio petrolero y de tensiones en la relación con los intereses foráneos que han venido sugiriendo una salida de Venezuela de la OPEP y una privatización de Petróleos de Venezuela (PDVSA), en el marco del pasado paro petrolero estallaron las contradicciones entre lo viejo y lo nuevo. La militarización de PDVSA como nueva ofensiva de la casta burocrática cívico-militar enquistada en el gobierno, pretende echarle mano a uno de los últimos y más importantes reductos de poder que aún no controlaba totalmente. El actual conflicto venezolano es el reflejo de la pugna por sustituir una burocracia petrolera transnacionalizada por otra no necesariamente más nacionalista, sino un "agente" de la nueva hegemonía que tarda en configurarse.
Tercera "zona gris": la configuración hegemónica seguirá siendo un enigma por los nuevos escenarios electorales que se avecinan, incluyendo (si se da) el referendo revocatorio
Es inevitable señalar que los próximos procesos electorales van a imprimirle un nuevo contenido al carácter de las alianzas, toda vez que éstas serán necesarias para la preservación de las cuotas de poder en el ámbito local, regional y nacional, pero fundamentalmente, por el posible resquebrajamiento que se vislumbra en el seno del bloque de poder. Esta última circunstancia es la que permitiría desenredar el juego político en el país y crear nuevos escenarios en el proceso de configuración de una nueva hegemonía.
El referendo revocatorio como mecanismo de beligerancia y de disenso democrático, se encuentra en una suerte de fase de "secuestro político" por parte de los dos principales actores (oficialismo y coordinadora democrática) que mantienen polarizado el debate nacional. De darse, el gobierno cuenta aún con suficientes artimañas para dar al traste con los eventuales resultados que el mismo pudiera arrojar. Ello haría que dicho mecanismo en vez de constituirse en una herramienta de medición democrática, pueda mas bien convertirse en un nuevo elemento de discordia política al pretender uno u otro sector desconocer los resultados del mismo.
En todo caso, el referendo ya se ha erigido en un elemento de distracción que seguramente dictará la pauta de la acción política, en uno u otro sector, para los próximos meses del año que transcurre.
Partiendo de lo que venimos de esbozar, el carácter del régimen, la dificultad de la hegemonía de acabar de constituirse plenamente y la vuelta (ofensiva) de los actores viejos que se niegan a morir, marcan el pulso de la situación actual. Por otra parte, aunque los "ruidos de sables" hayan sido utilizados en más de una oportunidad como una posibilidad política real para paliar la crisis en el país (en esta etapa del capitalismo es una posibilidad real en cualquier parte del mundo), su salida como "opción política" a la crisis nacional está cada vez más agotada. Su escaso respaldo, el poco eco en ciertos miembros de las fuerzas armadas y en algunos sectores civiles que disienten del actual régimen así lo evidencia. No obstante lo anterior, ante la ausencia de otras alternativas políticas (por parte del gobierno y de la oposición), hace que ella quede como posibilidad en el escenario nacional, dándole respiro en cualquier momento a una aventura de esta naturaleza.
Cuarta "zona gris": la política exterior venezolana es la expresión de un discurso y no de una acción sostenida por los agentes encargados de su formulación y ejecución[26]
Venezuela no ha quedado al margen del proceso mundial y el conjunto de cambios que en el ámbito doméstico se han operado a partir de 1999, en una u otra medida tocan y están influenciados por la dinámica internacional. En el contexto de lo que venimos de exponer, la política exterior venezolana y por ende la inserción de Venezuela en el mundo, estaría determinada por tres elementos importantes:
a) Por los aspectos nuevos contenidos en la constitución de la República Bolivariana de Venezuela en su preámbulo, en los artículos 1, 2, 3, y fundamentalmente, en la sección quinta del capitulo i del titulo iv.[27]
b) Por el discurso espontaneísta presidencial en contra de la "globalización salvaje", el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA)[28], el FMI y la Organización Mundial de Comercio (OMC) entre otros, que no es expresión de la política que Venezuela realiza en el seno de cada una de esas instancias y de los agentes que la representan.
c) Por la garantía que la actual administración ha dado en materia petrolera al capital internacional y a los centros de poder, al confesar y asegurar que el petróleo no sería utilizado (al igual que antes) como "arma política". De allí que probablemente Irak haya sido bombardeado con combustible venezolano.
Lo antes expuesto, muestra la disonancia entre el discurso presidencial, la acción de la cancillería venezolana para adecuarse a los deseos del presidente y el rol de Venezuela en el ámbito de los organismos internacionales.[29] Vale la pena señalar que el mundo en Venezuela se ve reflejado por las consecuencias de esa "otra" globalización, es decir, la globalización de la exclusión no sólo social y económica sino también política, con las expresiones de intolerancia que a diario se observan en nuestro país. En otras latitudes esa misma intolerancia política se ha traducido en procesos de exclusión étnica y racial y en persecuciones de tipo tribal, que muestran el carácter de lo que el filósofo alemán Ernst Bloch denominó la "no-contemporaneidad de los cambios".
Como se esbozara en un artículo anterior[30], en el caso de Venezuela el debate maniqueo, la polarización de las posiciones, los puntos de desencuentro cada vez más irracionales entre los principales actores políticos del país, la "radicalización del proceso" (como lo han llamado algunos), la invocación de ideologías sin contenido programático alguno, el llamado a una suerte de "vuelta al pasado" hacia realidades de la Venezuela del siglo xix, y las persecuciones desatadas por el gobierno de transición durante las pocas horas de usurpación del poder en abril del año 2002, se inserta -en nuestra opinión- en el marco de la especificidad de la contradicción no contemporánea. Con Bloch, dicha especificidad se expresa en el hecho que ellas (las contradicciones no contemporáneas) no aparecen sino en la periferia de los antagonismos sociales reales, las cuales representan en esos antagonismos una aberración fortuita y circunstancial. En el país, la base material de esa especificidad seguiría siendo la mentalidad rentista que ha girado en torno al petróleo, la sensación, el mito y la simbología de que dicho recurso todo lo puede resolver, como forma de solapamiento, de amortiguamiento y de sustitución de las contradicciones esenciales de la sociedad venezolana.
El caso de Venezuela ha sido sintomático del cruce de estas formas de conciencia no contemporánea. La misma ha estado alojada en los discursos presidenciales y en los planes de la "revolución bolivariana" así como en las acciones de la oposición, con mayor efecto, como ya lo dijimos, durante las horas en que el gobierno de transición estuvo al frente del ejercicio del poder del Estado. Pero no sólo en lo anterior. La propia sociedad en general se encuentra inmersa en una suerte de atavismo entre las nostalgias por y del pasado y un futuro incierto pero abierto.
Esa es la gran paradoja del momento presente en donde se impone la "racionalización de lo irracional". Ninguna sociedad en las horas actuales está exenta a derivas catastróficas que la humanidad ha padecido en tiempos pasados.
Para no concluir
El gobierno no puede seguir desconociendo el creciente descontento y la crisis de gobernabilidad que tiende a generar la actual situación política. Su actitud no puede continuar siendo de autismo y de profundización de la polarización social y política existente. Los aspectos más significativos de la ingobernabilidad son la parálisis del poder legislativo (Asamblea Nacional) y del poder judicial (Tribunal Supremo de Justicia), instituciones que no han sido capaces de jugar ningún rol de mediadores en los sucesivos conflictos. La actual crisis nos lleva a una suerte de "distraccionismo y banalización de lo político" ante la situación económica existente por la aplicación de medidas (neoliberales[31] incluso), a las cuales el gobierno ha tenido que echar mano, sin que haya habido tiempo para la protesta contra ellas.
La crisis en lo político poco a poco se convierte en la expresión de una crisis económica cuya principal tendencia es a agudizarse. Asimismo, la crisis hegemónica en Venezuela es la expresión de una crisis política, de una "nueva" clase dirigente que no termina de configurarse, pero fundamentalmente, de una crisis económica sustituida y atemperada por un debate político cargado de un enorme componente atávico.
Artículo enviado especialmente por el autor para su publicación en nuestra revista.
Notas:
[1] Vladimir Aguilar Castro, "La tortuosa configuración hegemónica en Venezuela", revista Herramienta, Buenos Aires, 2002-2003 (primavera-verano), número 21, año VII, págs. 41-55.
[2] "El 23 de enero de 1958 cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez como consecuencia del entrelazamiento del descontento en los cuarteles y del repudio al gobierno en amplios sectores de la sociedad venezolana, galvanizada por la acción clandestina de los partidos políticos [...] Desde este punto de vista el evento más importante lo constituyó el "Pacto de Punto Fijo" acordado por representantes de Acción Democrática (AD), Unión Republicana Democrática (URD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI) [el cual significó el] evento fundacional de la historia política contemporánea de Venezuela [...] El término puntofijismo ha sido convertido por los oradores chavistas en sinónimo de partidocracia, cogollocracia (dominio político de las cúpulas), corrupción, menosprecio al pueblo, sumisión al capital extranjero y algunas cosas más". Medófilo Medina, El elegido presidente Chávez. Un nuevo sistema político, Bogotá, Ediciones Aurora, 2001, págs. 50-52.
[3] Extractos de un artículo de nuestra autoría: "Latinoamérica en el marco de la contraofensiva capitalista mundial", Ginebra, 2002 (inédito). De igual manera, dicho artículo es un resumen del trabajo inédito de nuestra autoría "Los nuevos tiempos del capital".
[4] Peter Gowan, The Global Gamble, Londres, Verso, 1999.
[5] La economía americana asistía a un proceso de recesión similar antes de los hechos del 11 de septiembre del 2001. La nueva ofensiva traería consigo la aparición del lobby y actores fundamentalmente armamentistas y petroleros, quienes a la par del capital financiero, definirían la alianza principal de las próximas ofensivas militares traducidas en la guerra del Afganistán y en la guerra contra el Iraq. Esta última es la excusa y justificación de todos los planes guerreristas de la nueva administración americana ante la imposibilidad de encontrar otros contrincantes de mayor talla bélica.
[6] Entre los principales autores tenemos: Peter Gowan, The Global Gamble, Londres, Verso, 2000. Ver también su excelente artículo traducido al francés "Cosmopolitisme libéral et ‘gouvernance globale’", en revista ContreTemps, París, Textuel (numéro 2), 2001, págs. 97-110. También ver Daniel Bensaïd, "Le nouveau désordre impérial", en revista ContreTemps, París, Textuel (num. 2), 2001, págs. 9-20; Giovanni Arrighi, The Long Twentieth Century, Londres, Verso, 2000; y Christophe Aguiton, Le monde nous appartient, Francia, Plon, 2001.
[7] Peter Gowan, "Cosmopolitisme libéral et ‘gouvernance globale’" op. cit., pág. 101.
[8] Al respecto vale mencionar los planes de la administración Reagan de la llamada Guerra de las Galaxias, y de la actual administración Bush de conquista del planeta Marte y de crear condiciones atmosféricas para garantizar la vida humana en el mismo.
[9] El término corresponde a Peter Gowan y lo tomamos prestado para fundamentar la hipótesis central de este artículo. El autor en mención hace una excelente diferenciación entre "hegemonismo" y "supremacionismo" de la potencia americana. Lo segundo sería consecuencia lógica de lo primero.
[10] Daniel Bensaïd, "Le nouveau désordre impérial", en op. cit., págs. 9-20.
[11] Ibíd. pág. 14.
[12] Ibíd.
[13] Independientemente de los múltiples significados que pueda tener el concepto nos inclinamos por la que inicialmente había sido concebida por los organismos financieros internacionales: un nuevo mecanismo de regulación internacional en el marco de la crisis de la soberanía de los Estados (del Sur), y como un nuevo modelo político a imponer a los países deudores. Cf. Ministère de L’Amenagement du Territoire et de L’Environnement, Glossaire des outils économiques de l’environnement, Francia, Agora 21, 2000.
[14] Cf. Peter Gowan, "Cosmopolitisme libéral et ‘gouvernance globale’", op. cit.
[15]15 El nuevo presupuesto de defensa de los Estados Unidos es superior al total de los quince países con mayor gasto militar, incluyendo a China y Rusia y a los aliados de la OTAN. Cf. El País, 10/02/2002.
[16] Nicos Poulantzas, Hegemonía y dominación en el Estado moderno, Argentina, Ediciones Pasado y Presente, número 48, 3era. edición, 1975, 161 págs.
[17] Op.cit. pág. 44.
[18] Hemos dicho que "en esta casta confluyen los nepman (nuevos ricos) que como nuevo estrato comienzan a configurarse en el país. Hacemos aquí una analogía con la época en que en la ex Unión Soviética, al iniciarse el proceso de degeneración burocrática, comenzó a establecerse no una nueva clase sino una nueva casta parasitaria. La misma tendría como principal fuente de ganancia la apropiación de los dineros públicos, resultado de la posición que la mayoría de los funcionarios públicos ocupaban dentro del aparato del Estado y del partido". Vladimir Aguilar Castro, "La tortuosa configuración hegemónica en Venezuela", op. cit.
[19] Ernest Mandel, Trotsky: teoría y práctica de la revolución permanente. Introducción, notas y compilación, México, Siglo xxi editores, 1983, pág. 221.
[20] Nicos Poulantzas, Hegemonía y dominación en el Estado moderno, op.cit. pág. 50.
[21] Ibíd.
[22] Hemos utilizado el término de "zona gris" para rebatir el maniqueísmo de algunos análisis en torno a la situación política venezolana, que intentan dar cuenta de lo acontecido en el ámbito nacional como el resultado del choque exclusivo de dos sectores que se contraponen y se niegan. El proceso es mucho más complejo lo que lo hace bastante sui generis, pues está determinado por hechos y circunstancias que se encuentran presentes en uno y otro sector (chavismo y antichavismo).
[23] Para una diferenciación de cada una de estas formas de poder ver el excelente trabajo de César Henriquez, El chavismo. Balance crítico de una experiencia política, Caracas, 2002, 36 págs.
[24] Op. cit. págs. 4 y 5.
[25] Como expresión de lo que venimos de afirmar, vale la pena recordar que hasta antes del 11 de abril del 2002, estos y otros militares (aún conspirando) al igual que Luis Miquelena (ex-ministro de Interior y Justicia y ex-constituyentista del chavismo), formaban parte del gobierno de turno. Argumentar que la salida de estos exfuncionarios del gobierno depuró la "revolución", parece un simplismo más cercano a las explicaciones reduccionistas sobre la situación actual del país que a un análisis de fondo sobre sus causas y fundamentalmente, de sus tendencias y peligros de deriva. Pero hay más. Los generales Raúl Baduel, Julio García Montoya, Luis Acevedo, Fernando Camejo, Pedro Torres Finol y Alí Uzcátegui, quienes participaron en el "rescate" del presidente la madrugada del 13 de abril, en el manifiesto "Operación Rescate de la Dignidad Nacional", proponían la convocatoria de un referendo consultivo como medio más idóneo para dirimir la crisis política profundizada desde entonces en el país. Hoy en día estos generales forman parte del entorno más intimo del presidente. ¿Por cuánto tiempo más?
[26] Disertación presentada en el marco del xiii Congreso Nacional de Estudiantes y Graduados en Ciencia Política y Carreras Afines (ALEGCIPOL-Venezuela), celebrado entre el 21 al 24 de octubre de 2003, en la ciudad de Mérida, Venezuela.
[27] El artículo 152 de la constitución señala que (sic): "las relaciones internacionales de la República responden a los fines del Estado en función del ejercicio de la soberanía y de los intereses del pueblo; ellas se rigen por los principios de independencia, igualdad entre los estados, libre determinación y no-intervención en sus asuntos internos, solución pacífica de los conflictos internacionales, cooperación, respeto a los derechos humanos y solidaridad entre los pueblos en la lucha por su emancipación y el bienestar de la humanidad. La República mantendrá la más firme y decidida defensa de estos principios y de la práctica democrática en todos los organismos e instituciones internacionales".
[28] En el caso de la reciente cumbre sobre el ALCA celebrada en Monterrey, México, Venezuela hizo reservas a la declaración final. Las mismas se refieren al contenido del acuerdo pero fundamentalmente a los plazos establecidos. No obstante, no hubo desacuerdo en cuanto a la necesidad de conformar un bloque regional de integración comercial. Aunque el discurso del presidente en dicha cumbre fue algo encendido, sus manifestaciones siguen siendo más antiimperialistas que anticapitalistas. En la presente fase del actual modo de producción capitalista: ¿Qué es más importante? Como nos lo dice John Holloway, "la integración de (cualquier) Estado en las relaciones sociales capitalistas significa que siempre forma parte de la agresión del capital contra la humanidad". Cf. John Holloway, Keynesianismo una peligrosa ilusión. Un aporte al debate de la teoría del cambio social, Buenos Aires, Ediciones Herramienta, 2003, pág.13.
[29] Sobre el supuesto rol protagónico del presidente y no de Venezuela, en el seno de los movimientos sociales y libertarios de América Latina, volveremos en otra oportunidad. No es objeto de este artículo hacer un análisis al respecto. Como adelanto, basta señalar que el movimiento progresista mundial pasa por una crisis de referentes que provoca adhesiones a los más disímiles personajes y tendencias políticas.
[30] Vladimir Aguilar Castro, "La tortuosa configuración hegemónica en Venezuela", op. cit.
[31] En consonancia con el resto del sistema capitalista, el sector más favorecido, privilegiado y "amamantado" en Venezuela ha sido el financiero, es decir, la banca. Ver al respecto las declaraciones ("El sistema bancario es un activo para el país") hechas por el presidente de la Asociación Bancaria Venezolana, Oscar Carvallo, en el periódico Venezuela Analítica (29/10/2002). A la par de lo anterior, habría que agregar los enormes negocios oscuros que la empresa petrolera estatal viene desarrollando con el capital transnacional de entrega de las principales reservas de gas y de petróleo del país.