22/12/2024
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19/06/2009
Por Antunes Ricardo , ,
Otoño de 2003
Acabamos de presenciar una significativa victoria política de Lula en las elecciones del Brasil. Después del importante triunfo en el primer turno electoral, en el segundo de finales de octubre de 2002, Lula, el Partido de los Trabajadores (PT) y las izquierdas reafirman la victoria política y electoral, después de derrotar varias alternativas que fueron armadas por el gobierno de Fernando Enrique Cardoso (FHC), estrepitosamente derrotado en las elecciones. Con todas sus limitaciones –que son grandes– se trata de un acontecimiento auspicioso, que puede alterar parcialmente la historia reciente de nuestra América Latina.
Desde luego, es preciso decir que la victoria del PT de Lula es al mismo tiempo una estruendosa derrota política del neoliberalismo, que ha venido destruyendo al entero continente, desde mediados del decenio de los ochenta aproximadamente. En el Brasil, el neoliberalismo comenzó con Collor en 1990, pero fue sólo bajo el gobierno FHC que logró su consolidación. Ello provocó profundas mutaciones que llevaron al país a la catástrofe, aumentando enormemente las calamidades sociales. Como en casi todo el continente, el desempleo, la precarización del trabajo, la exclusión social y la barbarie han proliferado.
De Collor a Cardoso
La realidad del Brasil de FHC no fue para nada diferente. Victorioso en 1994, después del desastre de la etapa Collor, FHC consiguió posteriormente, en 1998, su reelección. Si se hubiese conformado con terminar su primer gobierno, tal vez no hubiera entrado en la historia como un gobierno tan desastroso. Pero su reelección tenía objetivos más ambiciosos, intentando reagrupar las necesidades sociales y de reproducción del capital con las ambiciones subjetivas de los partidarios del Partido Social Democrático Brasileño (PSDB), el reagrupamiento de FHC. Fue entonces reelecto y ahora termina melancólicamente su trágico (mal)gobierno.
¿Qué pasó en ese período? Debemos comenzar remarcando que la infraestructura productiva brasileña fue enormemente desarticulada y que literalmente se dio lugar a la liquidación del plan energético, la desindustrialización en diferentes sectores y la integración al “orden mundial” por la vía de la desintegración social.
La corrupción se había extendido a casi todos los espacios del gobierno, desde la compra de votos para las reelecciones hasta las privatizaciones que destruyeron innumerables sectores productivos que habían estado bajo control estatal. El espionaje y la represión política se mantuvieron activas y en sus manifestaciones más brutales no hubo distingos entre el activismo del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) y las actividades delincuenciales del narcotráfico.
La desintegración del trabajo y de las clases trabajadoras se acrecienta a pasos agigantados. El desempleo se transforma en explosivo y las privatizaciones destruyen numerosos sectores productivos que estaban en la esfera estatal. La dependencia externa se ha acrecentado y el país se ha vuelto más indefenso. La más reciente crisis económica, hacia finales de 2002, así como las oscilaciones del dólar con una cotización en constante aumento, demuestran que el Brasil se ha subordinado férreamente a los dictados del FMI y del imperio norteamericano, tornándose cada vez más vulnerable a las crisis financieras internacionales. A tal punto que cada vez más existe la sensación de que el desmantelamiento del país provocado por el gobierno FHC ha sido de dimensiones tan inconmensurables que al mismo tiempo se podrían considerar como irrecuperables.
Ha debido ser una lectura muy particular la que FHC ha realizado del lema de Juscelino Kubitscheck (JK), presidente del Brasil en el decenio de los cincuenta, cuando éste se refería al desarrollo brasileño con la siguiente expresión habitual: “Cincuenta años en cinco”. FHC, mirándose en el espejo de JK, realizó ese lema de modo invertido: la destrucción en un poco más de cinco años de lo construido en cincuenta.
En los momentos en que el escenario internacional es el más sombrío de los últimos decenios, con el mundo completamente subordinado a la razón instrumental, con los Estados Unidos y su poderío destructivo comandado por George W. Bush ejercitando una política imperial agresiva, unilateral, neocolonialista e imperialista, la dependencia brasileña a los vaivenes de la crisis internacional demuestra lo que fue capaz de provocar en nuestras tierras un gobierno esquilmador como el de FHC y su PSDB.
Lo que había sido planificado como la vía de integración del Brasil al mundo exterior fue, en realidad, el camino hacia su completa desintegración interna. Hoy se puede visualizar el estado en que ha quedado reducido el país después del gobierno FHC; en realidad, es otro país, fragilizado, desacreditado, en ruinas, vilipendiado. Es en este contexto que debemos analizar el significado de la victoria electoral de Lula y del PT tanto para el Brasil como también para la entera América Latina.
Debemos comenzar recordando que, en pleno auge electoral, a pocos meses de las elecciones, en un Brasil sin tradición democrática, las reglas del juego fueron alteradas y adaptadas a los intereses del aparato gubernamental que tuvo mucho que ver con las modificaciones de la ley electoral que alteró las posibilidades de alianzas partidarias, cambiando significativamente el procedimiento eleccionario a fin de favorecer la candidatura oficial. Esto nos recuerda nuestra historia teñida de prusianismo; es decir, que cuando las clases propietarias hablan de cambios es cuando más fuertes son sus intenciones de conservación y preservación. Cuanto mayores son los riesgos de alternancia, más se plantea que las cosas continúen como están. Éste es, por lo tanto, una característica constitutiva de nuestra formación social, cuyos cuadros políticos dirigentes hacen de sus compromisos al más alto nivel un elemento decisivo de la construcción de su proyecto político y de la mecánica de su sistema de dominación, que es lo que han pretendido realizar en este período. Con la diferencia de que esta vez estos proyectos no concluyen con los mismos resultados beneficiosos para los partidos del orden.
Si el intento había sido beneficiar la candidatura del PSDB, es evidente que el tiro les salió por la culata. La ruptura entre el PSDB y el PFL arrojó por la borda la unidad entre los dos partidos que fueron el sustento del esquema de FHC. Las consecuencias de esa escisión fueron bastante significativas para los resultados electorales y para la decisiva victoria de Lula.
A pesar de los poderosos intereses en torno a la candidatura de Serra, ella naufragó junto con el neoliberalismo (llamado de forma grotesca social-liberalismo) de FHC, quien, como ya sabemos, flirteaba con la alegre y sepulta Tercera vía de Tony Blair. Sin haber conseguido que la candidatura de Serra tomase altura, el gobierno no pudo impedir el avance electoral de Lula, el PT y las izquierdas brasileñas.
Impacto del resultado electoral
Aquí intervienen el PT y la candidatura de Lula. Desde 1989 nunca el marco social había sido tan favorable a una victoria de la izquierda en el Brasil, después de un decenio de destrucción social, política y económica en el país y del fracaso evidente del neoliberalismo brasileño en la era FHC.
Es preciso decir que en su política electoral el PT ha realizado muchas concesiones, inclusive se llegan a realizar una alianza con el Partido Liberal (PL), un pequeño y casi insignificante partido. Dicha alianza ha provocado un enorme malestar en la militancia de base, de los trabajadores y trabajadoras, en los movimientos sociales, el sindicalismo de clase y el combativo MST. Esta política, dictada por los sectores mayoritarios del PT, fue presentada como inevitable para que se concretase la victoria política y electoral.
Contra los propios valores que defendió a lo largo de su historia, la tendencia mayoritaria que controla el PT impuso esa política llamada realista, aliándose con antiguos enemigos del PT y de las clases trabajadoras.
Pero, paralelamente a esa política presentada como realista pero de hecho conciliadora, nunca la fuerza electoral de Lula fue tan significativa y cuando se imaginó que Lula sería derrotado por la cuarta vez, esa fuerza electoral y política se amplio sumando a sectores populares que hasta ese momento no se alineaban electoralmente junto al PT y las izquierdas.
Como el Brasil es un país dotado de un conservadorismo enorme, elitista e insensible, que siempre se moviliza para impedir los cambios que son indispensables para rescatar la dignidad de nuestro pueblo, tan humillado y vilipendiado, la victoria de Lula tiene un significado real y simbólico que trasciendo significativamente su política de alianzas. Bastaría decir que se trata por la primera vez de una candidatura de origen obrero, tal vez la más importante de toda la historia social del Brasil, que llega al poder.
Victoriosa en el embate electoral, la candidatura del PT y de las izquierdas brasileñas tendrá, entre tanto, que rehacer y rediseñar su opción al llegar al poder y, de ese modo, también por primera vez en nuestra historia, tendrá que buscar efectivamente representar las aspiraciones populares, a la clase-que-vive-de-su-trabajo, en todos sus segmentos, incluyendo tanto a los empleados como los tercerizados y desempleados, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, blancos y de color, etcétera. En fin, la totalidad de los que desean ardientemente cambios sustantivos y reales, como el MST y otros movimientos sociales, el sindicalismo de izquierda presente en la CUT, que no tienen recelos de identificarse con la izquierda.
Ubicarse bajo en encanto de una burguesía transnacional que ya no esconde más su desfachatez de clase no daría al PT ni a Lula el arraigo necesario para los cambios que son inevitables y que no se concretarán sin el impulso de las fuerzas populares.
Relanzamiento de las luchas sociales
Ese nuevo cuadro posibilita visualizar, para los próximos años, el relanzamiento y el avance de las luchas sociales en el Brasil a un nivel superior a la actual situación. Al mismo tiempo, es muy importante elaborar –no olvidando la centralidad de los movimientos sociales y partidos políticos de izquierda–, una alternativa contra el orden, con claros contornos que se contraponen a la lógica destructiva que hasta ahora siguió rigurosamente el nefasto programa y recetarios del FMI.
El mayor desafío será construir un programa alternativo y opuesto al modelo actual, formulado bajo la óptica central del mundo del trabajo, capaz de responder a sus reivindicaciones inmediatas y al mismo tiempo sepa visualizar un horizonte de sociedad socialista despojado de ilusiones en cuanto al carácter destructivo de la lógica del capital hoy predominante. El claro que ese avance sólo será posible si se apoya en un vasto abanico de fuerzas sociales procedentes del mundo del trabajo y, por lo tanto, de los excluidos por la lógica destructiva del capital.
Como parte de la rediscusión de una nueva política económica y social, se deberá iniciar un combate fundamental para lograr la eliminación de la superexplotación del trabajo que caracteriza al capitalismo brasileño (y también al latinoamericano), partícipe de una división internacional del trabajo y del capital que penaliza a los pueblos del llamado Tercer Mundo y cuyos salarios mínimos tienen niveles degradantes, a pesar de la fuerza e importancia de su capacidad productiva, como es el caso brasileño. Ese proyecto deberá, en sus delimitaciones básicas, iniciar un desmontaje del régimen de acumulación capitalista vigente, a través de un conjunto de medidas que se oponga a la globalización y a la integración destructiva impuesta por la lógica del capital mundializado y transnacional, que lleva a la integración con el exterior y a la desintegración interna.
Deberá realizar una reforma agraria amplia y radical, contemplando los varios intereses solidarios y colectivos de los trabajadores y desposeídos de la tierra, que en el Brasil han sido justamente liderados por el MST, el más importante movimiento social y político de este país.
El gobierno de Lula en el Brasil deberá intentar impulsar el desarrollo tecnológico brasileño sobre bases reales, con ciencias y tecnologías de punta desarrolladas localmente, buscando la cooperación de otros países con similares situaciones y cuyo eje de desarrollo tecnológico y científico sea orientado prioritariamente hacia el enfrentamiento de las carencias más profundas de la población trabajadora.
Deberá, por lo tanto, contraponerse al predominio del capital financiero y limitar las formas de expansión y especulación del capital dinero, incentivando, por el contrario, las formas de producción orientadas hacia las necesidades sociales de la población trabajadora, para la producción de elementos socialmente útiles, es decir, que estén despojadas de todo mercantilismo. Las propiedades rurales y asentamientos colectivos, organizados por el MST, son ejemplos importantes a ser seguidos y profundizados en todo el país, tomando en cuenta la importancia decisiva del universo agrario nacional y sus potencialidades.
En esta fase de enorme rebeldía y de profundas potencialidades en toda América Latina (como se puede ver en la Argentina, con la creciente y crucial rebelión de “los de abajo”, los desempleados y precarizados, y como también podríamos poner los ejemplos del Ecuador, Colombia, el Uruguay, Venezuela y México, entre tantas otras experiencias en curso), los desafíos del gobierno Lula tendrán un impacto decisivo.
Nuestro mayor desafío –que, repetimos, a nuestro entender sólo será posible si se inserta en un significativo movimiento social y político de masas– será dar los primeros pasos en una sociedad que vaya más allá del capital, pero ofreciendo, desde luego, claras respuestas frente a la barbarie que asola la vida cotidiana del ser social que trabaja. Eso sólo será posible a través de la articulación de acciones que tengan como punto de partida dimensiones concretas en la vida cotidiana, pero concebidas como valores más universalizantes, capaces de posibilitar la visualización de una vida auténtica, dotada de sentido, dentro y fuera del trabajo.
Nuestro horizonte debe ser cada vez más la búsqueda de metabolismo social, como decía Marx, orientado hacia la producción de cosas útiles, valores de uso y no valores de cambio. Sabemos que la humanidad que trabaja podría reproducirse socialmente, a escala global, eliminado las producciones destructivas y orientando centralmente la producción de bienes socialmente útiles. Por lo tanto, si bien estamos aparentemente lejos de ese cuadro social, podemos afirmar que nuestra América Latina se ha levantado y dicho, para todos aquellos que quieran oírlo, que no acepta más tanta destrucción, tanta negación de la humanidad y tanta barbarie. Por lo tanto, aquella bandera portadora de un nuevo proyecto de sociedad, alternativo y socialista, renovado y radical, no está tan distante. Ése es el más importante mandato que trasciende de las urnas de la victoria electoral de Lula. Por cierto, esto tendrá un enorme impacto en toda América Latina, en la que a partir de ahora el Brasil se convierte en un significativo laboratorio social y político. Por eso, la actual batalla que se desarrolla en este país es parte integrante y constitutiva de las luchas sociales y políticas de todo el pueblo latinoamericano. Por el rescate de su dignidad y por la construcción de una humanidad que deviene verdaderamente social.
* Artículo enviado por su autor. Subtitulados de los editores. Traducción del portugués a cargo de Carlos Cuéllar.