Con posterioridad al derrumbe económico y social acaecido en la Argentina a fines de 2001 y como resultado de la rebelión popular que cuestionó severamente los principios neoliberales vigentes desde 1976, se abrió en el país una etapa política de nuevo tipo. La fracción política que se hizo cargo del estado en el 2003 trató de construir sobre las ruinas del capitalismo neoliberal, una identidad propia que llamó “capitalismo normal o serio”. Partió del intento de resucitar la mítica burguesía nacional, al tiempo que lograba disminuir la conflictividad social e incrementar la actividad económica a través del desarrollo del mercado interno. Garantizó la estabilidad que reclamaba el poder económico más concentrado y recompuso simultáneamente el proceso de acumulación.
La implementación del proyecto neodesarrollista y de integración regional, bajo una política de la conciliación de clases, estimuló el ascenso del capital productivo dando un importante impulso a la demanda agregada. Se expandió el empleo y se restauraron los ingresos de los trabajadores con un importante incremento del consumo, pero sin remover, en momento alguno, los elevados niveles estructurales de precarización laboral. Paralelamente se convocaba a construir un frente “transversal” que trataba de reunir a quienes tenían como Norte un desarrollo nacional con cierta equidad social.
Un elemento decisivo en este período fue la forma utilizada por el kirchnerismo para controlar las reivindicaciones de las clases asalariadas, la agitación de los sectores medios urbanos y las movilizaciones piqueteras. Esta situación fue canalizada a través de un proceso de mediación y cooptación de distintas organizaciones populares y sindicales. También fue decisiva la acción del Estado, que aglutinó a las masas a través de la aplicación de diversas concesiones económicas, asistenciales y culturales. Se destacaron los planes sociales y los subsidios, que mantuvieron bajos los costos de los servicios y el transporte en el área metropolitana. Además de la intensa reivindicación de los derechos humanos que incluyó a los marginados o excluidos por sus capacidades físicas o sus identidades sexuales. De esta forma, los movimientos sociales no provocaron una crisis política, ni las reivindicaciones salariales alcanzaron una magnitud significativa que pudieran convertirse en una amenaza para el proceso de acumulación capitalista.
Precisamente, en esta etapa del capitalismo mundial, en la que prima la internacionalización, la concentración y la centralización de los aparatos productivos, se constituyó en la Argentina un bloque de poder que dio origen a una estructura de dominación compleja, pero que no llegó a expresarse categóricamente como dominación social sobre el aparato del Estado, dado que se originó un cierto distanciamiento entre el poder político y el poder económico.
Se produjo de esta forma una diferenciación entre los sectores dominantes y la clase dirigente, que se reflejó en una asincronía entre el poder económico más concentrado y el Estado. Integran el bloque de poder diversos sectores económicos muy contradictorios entre sí, pero, al mismo tiempo, complementarios. Disputan intensamente por la hegemonía con todas las carencias, desigualdades y antagonismos que son inherentes a las clases dominantes, sin que ninguno de estos sectores detente el poder suficiente para imponer un proyecto propio de modo perdurable.
Una primera aproximación a este tema muestra la conflictividad que provoca la lucha por el excedente entre las grandes empresas oligopólicas, entre éstas y los sectores productivos menos concentrados y entre los sectores agroexportadores y la burguesía local. Este enfrentamiento se desarrolla en una economía que está operando con niveles elevados de empleo, pero donde las remuneraciones relativas muestran diferencias de gran magnitud. La constitución de este bloque de poder dio lugar a un entramado difuso, dentro del cual no ha sido posible saldar el conflicto distributivo debido a la ausencia de un sector plenamente hegemónico, donde los distintos actores muestran fuertes asimetrías. Sin embargo, se mantienen sumamente activos en la disputa por el excedente, sin que la intervención del Estado haya logrado conjurar este conflicto.
Se configuró entonces un bloque con integrantes antitéticos, en el cual la heterogeneidad de sus intereses dificulta la neta hegemonía de una de las fracciones sobre el conjunto del bloque; a pesar de la consolidación, por el proceso de transferencia de capitales producido desde mediados de los setenta, del capital transnacionalizado y de los grupos locales diversificados, los cuales ejercen una posición dominante en la estructura económica.
El predominio del capital oligopólico se materializó a través de la producción de bienes industriales con una elevada composición tecnológica, por la prestación de los servicios públicos privatizados, por el capital financiero y por el sector exportador de productos primarios. Sin embargo, no llegó a conjugarse, en el período posterior al 2001, una posición totalmente hegemónica dentro del bloque de poder por parte de alguna de estas fracciones más concentradas.
Resulta notoria la diferencia con los años noventa, cuando la hegemonía se encontraba en manos de una élite compuesta por el capital financiero y los grupos monopólicos más concentrados del capital local e internacional, los cuales ostentaban también la dirección política del Estado. De forma tal que el ejercicio de esa hegemonía les permitió asegurar el proceso de acumulación a través del endeudamiento externo, la caída de los salarios y el incremento significativo de la desocupación, lo cual, además, acentuó la subordinación de los intereses domésticos al capital transnacional. Pero ya desde 1997 surgieron en el menemismo dificultades para el ejercicio de la función hegemónica y se fueron recreando las condiciones para el inicio de nuevos conflictos entre los distintos factores que ejercían la dominación.
Se puede hablar, entonces, de una crisis de hegemonía, que es la pérdida del consenso o del consentimiento de algunos de los integrantes del bloque de poder, en el sentido de aceptar que los intereses de la clase dominante reflejen los intereses de la sociedad toda. La crisis puede tener su origen en la oposición entre las fracciones de clase dentro del bloque dominante o en el agotamiento del modelo de desarrollo económico, cuando éste ya no brinda los beneficios esperados para el conjunto del bloque de poder. De esta forma, los grandes capitalistas, los de menor tamaño, los sectores agroexportadores y aun la burguesía local pugnan internamente por el excedente, porque en ningún momento han desaparecido los intereses contradictorios dentro de la clase dominante y siempre preservan su ámbito de acumulación dentro del bloque de poder.
Es aquí donde debe comenzar a analizarse el tema de la hegemonía (en el sentido que le da Gramsci en Il Risorgimento y en Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el Estado moderno). La función hegemónica se puede definir como la potencialidad que adquiere una clase o una alianza de clases dentro de un sistema de dominación para fijar los límites a los roles asignados al Estado en la estructura social a través de elementos materiales y simbólicos. Por lo tanto, la superestructura y, fundamentalmente, la acción política tiene límites estrechos dados por la estructura; de modo que la autonomía del Estado se encuentra siempre limitada por los intereses de los sectores dominantes.
El Estado en el capitalismo es la clave en el sostén de la estrategia de acumulación y valorización de los capitales, lo cual refleja la alta complejidad existente en las relaciones económicas y la presencia de tendencias contrapuestas cuya resolución requiere de su capacidad para administrarlas y encauzarlas dentro de la legalidad del sistema, de manera que la disputa por el excedente, la puja distributiva, no derive en un incremento sostenido de precios o en graves conflictos institucionales.
El elevado grado de concentración que se verifica en la economía argentina no necesariamente debe traducirse en un incremento sostenido de los precios, sino que para ello es indispensable, además, que las fracciones altamente concentradas disputen intensamente entre sí y con las demás ramas, que conforman los distintos estratos de concentración, por la apropiación del excedente.En este sentido,las diferencias en la productividad del trabajo señalan los márgenes dentro de los cuales se aceleran las disputas entre los distintos sectores de la clase dominante. Asimismo, desde 2004, se pactan incrementos salariales a través de las comisiones paritarias que cubren aproximadamente al 70% de los trabajadores del sector formal, lo cual pone en riesgo el motor mismo del sistema capitalista: la tasa de ganancia. Ante esta situación, la respuesta inmediata de los capitalistas fue y es mantener sus ganancias extraordinarias mediante el aumento de los precios, ya que no realizan las inversiones necesarias que permitirían un incremento sostenido de la productividad.
Parece interesante señalar en este sentido, que
[…] la lucha […] se desata con mayor intensidad en las capas altas del espacio social, donde quienes poseen las distintas formas de capital (económico, jurídico, burocrático estatal, religioso, científico, artístico, etcétera) compiten por determinar su peso relativo y sus prerrogativas […]. Bourdieu sugiere que muchos de los conflictos que según creemos hacen que las categorías de dominado y dominante confronten entre si son, en realidad, batallas intestinas que enfrentan a distintos sectores del campo del poder (Wacquant, 2013) .
Se refuerza de este modo el enfrentamiento entre clases y fracciones de clase, ya que los incrementos salariales potencian aún más el aumento de los precios, que va adquiriendo una velocidad inercial. No obstante, mientras el alza de los precios se mantuvo en forma regular y fue acompañado por los incrementos salariales no se plantearon problemas graves. Ahora bien, cuando el incremento de los precios se aceleró, este panorama cambió totalmente: dejó de ser la consecuencia de una indexación precios-salarios y perdió su aspecto inercial. Se transformó, entonces, en uno de los factores que inciden decisivamente en el proceso inflacionario.
La economía argentina refleja, por otro lado, un alto grado de extranjerización y concentración. Esta situación se vio acentuada a partir de los años noventa, cuando una parte de las firmas manufactureras locales más importantes fue transferida a actores extranjeros: casi 7 de cada 10 de las 500 empresas más grandes del país son extranjeras (322 son de capital extranjero y 178 son de capitales nacionales). El poder de las fracciones empresarias oligopólicas es determinante, ya que su participación en el valor bruto de producción fue durante la convertibilidad del 17,6% para las empresas nacionales y del 56% para las extranjeras. En la posconvertibilidad (2002-2008), la participación para las extranjeras fue del 75,4%. Si se observa solamente a la industria, el grado de concentración pasó de 33,1% al 40,9%. (Aspiazu, 2010) En cuanto a las exportaciones, la participación de las grandes corporaciones pasó del 56% en 1993 al 77% en 2003 del total exportado. (INDEC). Además, las veinticinco empresas que más facturaron en el 2011, representaron el 53% del total de las exportaciones.
En el sector bancario, la presencia de la banca extranjera extendió su participación entre 1990 y 2001 del 10% al 61% del total de entidades. Este sector obtuvo ganancias en 2012 por
$ 19.497 millones, con una rentabilidad 32% más elevadas que en el 2011. El sector privado captó de esas utilidades $ 12.075 millones, un 34% más que en el 2011. En los cinco primeros meses de 2013, el sistema financiero tuvo utilidades por $ 9.369 millones, 33,70% más que en el mismo período de 2012. Los bancos privados ganaron en el mismo período un 15,5% más. (BCRA).
Por consiguiente, el nivel de extranjerización y concentración del sector productivo y financiero se ha profundizado desde la posconvertibilidad, alcanzando una posición decisiva en el seno de la clase dominante. Esta situación no ha variado, a pesar de la nacionalización de algunas de las empresas privatizadas en los noventa como Correo Argentino, Aguas y Saneamientos Argentinos, Aerolíneas Argentinas o Yacimientos Petrolíferos Fiscales. En la presente etapa del capitalismo mundializado, los conglomerados multinacionales organizan la producción a través de una red global de empresas interconectadas, y estas fracciones, por el volumen de su facturación, el nivel tecnológico y la ubicación estratégica dentro de la producción y las finanzas, obtienen enormes ventajas dentro del bloque de poder.
En determinados momentos, el Estado parece oscilar alternativamente entre el capital extranjero más concentrado, los grupos diversificados y la burguesía local. Al mismo tiempo, otorga mejoras a los asalariados formales, quienes han obtenido una moderada recuperación de las conquistas sociales, que habían disminuido severamente en los noventa. Es que este conflicto, que se desarrolla en el seno mismo de la clase dominante, no debe opacar la evolución de los enfrentamientos que oponen al capital y al trabajo dentro de la esfera productiva, así como la incidencia que ejerce la lucha de clases, sobre la estrategia de las distintas fracciones de la clase dominante.
Esta aparente fluctuación del estado kirchnerista por sobre las clases no es total ni permanente, ya que mientras el orden económico y social consista en un sistema de dominación conjunta entre fracciones de clase, el Estado, incluso en una coyuntura en la que emerge como políticamente autónomo al actuar por encima de las clases, continúa operando como sostén de este sistema de dominación. En consecuencia, sirve esencialmente a los intereses de las distintas fracciones de la clase dominante, aún cuando en determinadas oportunidades llegue a obligar a éstas a someterse a las normas estatales vigentes.
Dentro de este esquema de poder, la burguesía local ha perdido su vocación hegemónica y actúa cumpliendo una función secundaria o asociada con los representantes monopólicos del capital extranjero. Gran parte de esta burguesía vendió sus compañías en la década del 90 al capital extranjero y abandonó definitivamente su rol de actor social capaz de impulsar un proyecto de formación de un capitalismo nacional. Actúa en consecuencia, como un complemento específico del capital dominante.
Por otro lado, la última Encuesta Nacional de Grandes Empresas, señala que tomando las 500 empresas más grandes, que representan más del 32% del valor de producción del país,el capital concentrado incrementó sus utilidades entre 2010 y 2011 en un 48,6%. Lo cual demuestra que son las grandes compañías las que acrecientan en mayor medida sus ganancias, al beneficiarse con el proceso inflacionario, y que la mayor parte de las utilidades son remitidas a sus países de origen (unos US$ 80.000 millones hasta 2012). Esta fuga se financió con el superávit de la balanza comercial. Manzanelli y Shorr sostienen, además, que en el período 2002-2010, el volumen de los beneficios brutos apropiados por el conjunto de las empresas más grandes fue un 83% mayor que en los años noventa, pasando del 12% del total de los beneficios brutos en la convertibilidad hasta más del 21% del excedente bruto total durante la posconvertibilidad.
Entre los sectores con poder dominante se encuentran los productores de acero, aluminio, petroquímicos, energía y lácteos, que sumados a los oligopolios del sector automotriz, los pool de siembra y el sector extractivista (que amenaza a la sociedad y a la naturaleza) completan el cuadro de grandes compañías que cuentan con una influencia decisiva sobre el conjunto de la economía. Dominan la totalidad de la cadena productiva y de comercialización, situación que deriva en un manejo total de los precios, de forma tal que dejan al Estado inerme ante la posibilidad de controlar este proceso y van desgastando así su estrategia en beneficio de políticas más afines con las posiciones pro mercado.
Ante este estado de cosas, el kirchnerismo ha intentado dominar el proceso inflacionario, derivado de la crisis hegemónica, falta de inversiones y fuga de capitales, con medidas de corto plazo que han sido superadas históricamente, como la negociación formal con los eslabones más concentrados de la economía o el control de precios aplicado en el final de la cadena de comercialización.
La acción del Estado, entonces, no resulta eficaz en el control de la inflación, ya que la estructura oligopólica dominante registró una mejora sustantiva en sus ganancias en la fase inmediatamente posterior a la convertibilidad. Pero agotado el proceso inicial, donde utilizaron la enorme capacidad ociosa disponible, obtienen, desde 2007, utilidades extraordinarias a través de un incremento sostenido de los precios. Sin embargo, el sector más concentrado tampoco logra imponer el necesario equilibrio en la conquista de utilidades entre todas las fracciones del bloque de poder, lo cual origina importantes fricciones entre sus componentes por la apropiación del excedente.
Los enfrentamientos dentro del bloque dominante no niegan de manera alguna la razón de ser del sistema. La estructura de la sociedad capitalista argentina ha demostrado su permeabilidad y su flexibilidad para absorber las contradicciones económicas y sociales, redefiniéndose con el fin de preservar el motor del sistema: el de la acumulación y el aparato de dominación, que es en definitiva su sustento. Pero, las alianzas suelen ser más inestables, cuanto más agudas son las contradicciones entre los intereses objetivos de las clases o fracciones de clase que integran el compromiso. De aquí, deriva una relativa inestabilidad política que es característica de estos períodos de transición.
De cualquier modo, la fracción conformada por los sectores oligopólicos aparece en todos los casos como la clase o fracción de clase dominante. Si bien, ante la falta de un proceso hegemónico pleno, se perpetúan los enfrentamientos con las restantes fracciones de clases por la apropiación de la plusvalía y la realización de la misma, encubriendo el motivo central de su actuación: la lucha por el poder.
Se puede señalar en este sentido lo sostenido por Kalecki: “Las variaciones del grado de monopolio no sólo tienen importancia decisiva en la distribución del ingreso entre trabajadores y capitalistas, sino en ciertos casos también en la distribución del ingreso entre la propia clase capitalista.” (Manzanelli y Schorr, 2013)
Esta situación de competencia imperfecta (que, según Kalecki, se presenta cuando los precios se separan de los costos) daría lugar al elevado proceso inflacionario que prevalece en la Argentina desde 2007, si bien por la manipulación de los índices que el estado efectúa en el INDEC es imposible conocer su real magnitud.
Otro elemento que se puede considerar es la aparición del déficit fiscal. Un aumento del déficit fiscal, que fuera percibido por el sector empresario como creciente, implicaría a futuro un aumento de la carga tributaria, lo que llevaría preventivamente a un incremento adicional de los precios.
Asimismo, en oposición a lo sostenido por la teoría cuantitativa del dinero, la emisión monetaria no tiene consecuencias inflacionarias. Esta teoría, pone el acento sobre el rol decisivo que cumple la creación monetaria como secuela de la monetización del gasto público.
La tesis monetarista propone entonces que para disminuir el incremento de los precios se debe aminorar el gasto público, proponer metas de superávit fiscal, controlar la emisión monetaria, enfriar la demanda y elevar la tasa de interés; medidas que se están ejecutando y producirán una aguda disminución de la actividad económica, un aumento de la desocupación y una caída de los salarios reales.
En consecuencia, la lucha de clases y el enfrentamiento interburgués mantienen un carácter determinante en la estructura de la organización social, incrementando los niveles inflacionarios, mientras que la subsunción del trabajo al capital reproduce y profundiza la dominación que este ejerce sobre los trabajadores. Las formas que adquiere la explotación del capital sobre el trabajo, incluyen los elementos constitutivos de esa dominación y la antítesis capital/trabajo se desarrolla, en la sociedad capitalista, a través del antagonismo de clase, manteniendo el capital periférico su carácter desintegrado y dependiente.
Febrero de 2014
Bibliografía
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