22/12/2024
Por Vedda Miguel , ,
Múnich, Beck, 2007, 320 páginas.
El nuevo libro de Bollenbeck se refiere a un tema tan relevante como complejo y evanescente. Sus complicaciones se revelan ya al considerar la fórmula empleada para designar un objeto que -como señala el autor- antecede ampliamente a los términos acuñados para designarlo. La expresión alemana, tal como apunta Bollenbeck, no puede ser traducida al inglés o al francés sin equívocos; tampoco al castellano, en la medida en que, al hablar de "crítica cultural", el adjetivo parece referirse, entre nosotros, menos al objeto de la crítica que a la modalidad asumida por esta. En la tradición alemana, la Kulturkritik constituye una crítica radical a la cultura, realizada desde una perspectiva normativa; a diferencia de la "crítica de época" [Zeitkritik], une el cuestionamiento del presente con la afirmación de un pasado idealizado; en contraposición con el "pesimismo cultural" [kultureller Pessimismus], no impugna la civilización en bloque, sino tan solo sus estados (actuales) de decadencia. A su vez, la crítica cultural puede ser entendida en tres sentidos diversos; de acuerdo con un concepto amplio, abarca todos los comentarios, protestas y acusaciones dirigidos en contra de las circunstancias vigentes, y alberga expresiones que van desde Hesíodo, Diógenes o Séneca, pasando por la crítica cortesana del medioevo, hasta la crítica de los mass media desarrolladas en la actualidad.
En sentido estricto, alude a una modalidad que surge en la Ilustración y que despliega una crítica de la modernidad afirmando tanto la depravación de esta en comparación con el pasado, como el carácter completamente irreversible de la evolución histórica. Por último, en un sentido específicamente alemán, que encuentra su origen en Nietzsche, la crítica cultural une la invectiva en contra de la modernidad occidental con una invectiva en contra de la Ilustración. Sobre la base de estas delimitaciones, Bollenbeck propone una definición precisa y clara, pero flexible, de la crítica cultural; una definición capaz de hacer justicia a las múltiples ambigüedades y mutaciones del objeto: la crítica cultural es un "pensamiento osmótico" que aspira a proporcionar una interpretación del mundo in toto; que se nutre del espíritu de la época, aunque se dirija en contra de esta; que está impregnada de elementos filosóficos, aunque sus representantes se aparten de la filosofía sistemática. Los críticos culturales, a su vez, se distinguen por ser public intellectuals, que ignoran los límites entre disciplinas y se dirigen a un público relativamente amplio; suelen interesarse menos en otros libros que en las peculiaridades de la propia época.
Punto de partida del análisis histórico es la crítica de la modernidad impulsada por Rousseau; desgarrado y oscilante, el autor del Discurso sobre las ciencias y las artes (1750) y del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad (1755) experimenta vivamente las contradicciones propias de quien cuestiona toda la civilización y, a la vez, acepta entrar en el círculo de la opinión y la moda; de quien está en contra del gran público y, a la vez, apoya un ideal liberal de esfera pública en cuanto lugar de formación de opinión; de quien rechaza las ciencias, pero fundamenta su argumentación al nivel de las ciencias más avanzadas de su tiempo. Con su postulación normativa del buen salvaje, Rousseau procura fundar una crítica orientada menos en contra del feudalismo que de la sociedad burguesa naciente; de ahí su construcción de una amplia fenomenología del capitalismo, que cuestiona el trabajo sin ver en él sus posibilidades de realización humana. Estas perspectivas constituyen el fundamento de la crítica cultural de Friedrich Schiller, que constituye la inmediata continuación de las propuestas rousseaunianas, en cuanto crítica ilustrada de la Ilustración. Convencido del "desamparo trascendental" (Lukács) del hombre moderno, Schiller propone el ideal del "hombre entero" [ganzer Mensch] como alternativa utópica frente al sujeto mutilado de la alienada modernidad.
El Romanticismo, al margen de sus significativos aportes en otros planos, no introdujo cambios relevantes en la evolución de la crítica cultural; esta encuentra algunas innovaciones interesantes a partir de pensadores victorianos tales como Thomas Carlyle, John Ruskin y Matthew Arnold, con sus exhaustivas críticas a la sociedad industrial incipiente y a su emblema más significativo: la máquina. Pero el viraje fundamental es el que introduce Friedrich Nietzsche. En el capítulo dedicado a este pensador se encuentra, en nuestra opinión, uno de los puntos más altos del libro; apartándose tanto de las celebraciones acríticas como de las impugnaciones moralizantes de que ha sido objeto el autor de Más allá del bien y del mal, aquí se analiza a este de un modo parecido a como Marx había estudiado a los economistas políticos ingleses o a Hegel: moviéndose dentro de sus ideas y revelando sus contradicciones, motivadas en parte por el desarrollo social y por las actitudes asumidas por Nietzsche frente a él. Bollenbeck proporciona argumentos, no epítetos encomiásticos o denigratorios. De tal forma puede caracterizar a Nietzsche, no como un filósofo -al menos, en el sentido clásico- o un filólogo, sino como un intelectual orientado por (y hacia) la crítica cultural, en quien coinciden la crítica de los efectos mutiladores del capitalismo desarrollado con una justificación de la explotación socioeconómica: el futuro que saludará amigablemente al nuevo hombre será "un futuro para unos pocos hombres excepcionales" (193). Hay en el autor alemán un interés puesto en la crítica social -en la medida en que se cuestiona el "dominio de las máquinas", el "trabajo de esclavo" y la "indigna premura" del modo de producción capitalista-, pero Nietzsche "no piensa de manera analítica a través de categorías vinculadas con el análisis de la estructura social, sino de manera fenomenológica" (194). Con este último rasgo se vincula la proclividad nietzscheana a formular sus ideas en forma aforística, en vista de que "Nietzsche es un filósofo-poeta que no quiere someterse a la primacía de la lógica argumentativa" (195); su éxito se funda "no en el diseño general de una filosofía sistemática, sino antes bien en una obra que puede ser leída como literaria, y cuyas ambigüedades permiten diferentes lecturas" (196). De ahí que se hallen en Nietzsche observaciones de una sutil profundidad y anticipaciones del imperialismo venidero, pero no un sobrio y sólido conocimiento de las estructuras sociales y los procesos históricos como los que ofrecen las obras de Hegel o Marx.
Si la "filosofía a martillazos" presentaba una ambigüedad y una oscilación permanentes, los epígonos de Nietzsche prefirieron afirmarse en esquemas abstractos y dogmáticos: es lo que se percibe en Langbehn y Lagarde, en Spengler y Jünger. Un revival del pensamiento crítico-cultural tiene lugar en Ludwig Klages -con todo su énfasis en los efectos destructores del dominio total de la naturaleza- y Günther Anders -con sus reflexiones sobre la superfluidad del hombre en la era de las guerras nucleares-. Un lugar aparte se concede a pensadores que, inspirados por motivos de la crítica cultural, siguen siendo sin embargo pensadores rigurosos, como Ferdinand Tönnies y Max Weber. Las páginas finales de Eine Geschichte der Kulturkritik están dedicadas a considerar las obras del joven Lukács -desde El alma y las formas a Historia y conciencia de clase- y de los exponentes de la Escuela de Frankfurt como exponentes de filosofía alentada por motivos centrales de la crítica cultural. Un tratamiento diferenciado recibe Lukács, por cuanto su obra madura y tardía -como señala Bollenbeck: desde las Tesis de Blum a Democratización hoy y mañana- muestra un empeño en asimilar seria, sistemáticamente el marxismo.
Imposible hacer justicia en una breve reseña a la riqueza del libro de Georg Bollenbeck; sí podemos, en cambio, subrayar la relevancia del esquema histórico propuesto, la originalidad de los análisis particulares y la claridad y sutileza de la exposición.