Milán: Punto Rosso, 2011, 550 págs.
Mi intención era hacer una reseña del, nunca último, libro del filósofo italiano Giuseppe Prestipino:
Diario di viaggio nelle città gramsciana.[1] Pero confieso que es, para mí, una tarea demasiado difícil. No puedo reseñar un universo en movimiento. Un universo cultural, como lo es el de esas ciudades gramscianas en la geografía de la herencia social del humanismo, permanentemente cultivado por un hombre de noventa años. Muy poco más de lo que dura su viaje militante de comunista gramsciano. Porque su filosofía, fiel a Gramsci y a Marx, es política. Como política ha sido y es su vida, hombre de la
polis polifacético, con el paradigma de un Leonardo ya imposible si no es colectivo, como anhelaba Marx. Estudioso de la estética, no ha rehuido al derecho; su amor por el Dante o Leopardi no opaca su valoración crítica de Kelsen. Ni las abstracciones de sus síntesis dialécticas le impiden reflexionar sobre la xenofobia que humilla y mata a miles de migrantes. Mirada ácida que no hesita en acudir a nuestro oriental Galeano para condenar el crimen colonial, también italiano. Su longeva experiencia no escapa a alguna anécdota ni a su visión antropológica de la mafia de su Sicilia natal, de cuya Asamblea Regional fue diputado. Sesgo antropológico con el que trata de entender el ritmo repetitivo y ensordecedor de la música que muchos jóvenes consumen en los boliches. Son todas esas y muchas más sus ciudades gramscianas.
Sus ciudades revisitadas no son anónimas, son lugares de la memoria histórica en los que las categorías fungen de modelo de todo lo posible y de lo imposible. Como imposible fue, para el autor, el socialismo del siglo XX. Y ético-político puede ser el posible comunismo que, sostiene, no se puede dejar de perseguir. Pese a todo, precisamente porque la actual barbarie pesa, aflige, destruye.
Los asuntos gramscianos tienen historia, es decir procesos, nombres y apellidos. Y derrotas, efectivas y simbólicas. La del socialismo simbólico de la URSS, la del real partido comunista democrático de masas de Togliatti. Y revoluciones pasivas, conservadoras. De las que el gatopardismo no es sino una consecuencia, un gambito vergonzante de muchos políticos e intelectuales de profesión. Alguna vez de izquierdas.
Precisamente, de las ciudades gramscianas la más visitada en el libro posiblemente sea la de la revolución pasiva, o su traducción, como acostumbra a llamar el autor a la reelaboración de las categorías en la situación y desde la óptica contemporánea.
Traducción, efectivamente, desde nuestro mundo complejo. Insistiendo siempre con aquella figura cara a Marx, de que la anatomía del hombre es la clave de la anatomía del simio. En otras palabras, desde lo más complejo y desarrollado a lo más simple e indiferenciado, reconstruyendo así la historia de la que ni la filosofía ni las ciencias del hombre pueden prescindir.
Para lo cual, una vez más, Prestipino acude a sus modelos lógico históricos, cuya dinámica intenta describir y explicar con una dialéctica, también como modelo, de transformación y movimiento. Dialéctica de diferentes y opuestos, de opuestos antagónicos y no antagónicos, de continuidad de discontinuidades, de absorciones y hegemonías, de condicionamientos y determinaciones, de preponderancias (dominancias) y subordinaciones en la superación de las oposiciones.
En suma, una dialéctica que no se resuelve en una sola síntesis que retorna a la tesis, sino abierta tanto a ella como a la antítesis, siendo ésta la síntesis transformadora si prevalece sobre aquélla. De este modo la síntesis transformadora conservará elementos de la tesis (lo viejo) subordinados, pero también existe siempre la otra posibilidad, que la síntesis conservadora absorba, asuma, asimile elementos de lo nuevo dominándolos, superando las crisis. Sin embargo también eso es una revolución, porque es una nueva síntesis, aunque prevalezca lo viejo. Una revolución pasiva, conservadora, que no da lugar a un nuevo bloque histórico. Así, toda la revolución que implican las ciencias en la producción sigue sujeta al cálculo de la racionalidad instrumental, la ganancia sigue siendo la medida del dominio. Y el dominio del cálculo costo-beneficio como un fin autónomo en la cultura, en las ciencias, en el arte. Autonomía, en suma, del capital llevado a su expresión más abstracta y más universal, merced a las ciencias y las técnicas que quedan despojadas de toda la normatividad ética que distingue al hombre de cualquier animal. Que eso es la barbarie. La ética que estaba presente en las religiones y las leyes, relegados hoy al fanatismo y a la excepción permanente, armados por una sofisticada tecnología letal. Vaciando y sustituyendo así al Estado y a las normas democráticas, allí donde los había, de todo contenido social y ciudadano.
Prestipino, dije, ha sido legislador, en un partido que, en Italia, fue fundador de la República democrática, constituyente de uno de los más avanzados textos y gobierno nacional y de muchas regiones. Difícil es que admitiera críticas livianas a la democracia representativa, al Estado y a los partidos. Un nuevo bloque histórico no puede prescindir de la hegemonía de la formación social político-institucional, lugar de lo ético-político. No ha cambiado su mirada: se ha agudizado. Su vista se desliza de la demo-cracia a la demo-nomia, “no ya como un gobierno-fuerza sino actividad auto-normativa popular”. Y el Estado un Estado que, gramscianamente, no sea abolido sino asumido, absorbido, por la sociedad: la “sociedad auto-regulada”. Prestipino ha estado atento a las manifestaciones autogestionarias, de alguna de las cuales se declara “adherente heterodoxo”. No desdeña las herejías, pero si las sectas. Su dialéctica no puede caer en la disyuntiva Estado/no Estado. Las luchas se dan en todos los terrenos, sin ilusiones, en esa relación entre la realidad de Lukács y la utopía de Bloch, en la que el centro es la ética. Manera de superar el estadio corporativo que denunciaba Gramsci. Si lo que ha triunfado, en esta revolución pasiva conservadora, ha sido el individualismo de todos contra todos, lo ético-político se impone para darle universalidad a las luchas. Porque esa es la batalla cultural que ha ganado la racionalidad instrumental de las ciencias bajo la hegemonía del capital financiero, capital para el capital, instrumentación de los hombres y la naturaleza. Con crisis económicas que se van capeando sobre el fondo de una crisis civilizatoria que sólo puede resolver una ética de lo común. Una normatividad sin violencia, autónoma, siempre provisoria porque sujeta a ensayo.
Esa actitud abierta al ensayo, a las nuevas experiencias, lo induce a mirar con expectativa benevolente los procesos latinoamericanos, conjeturando las posibilidades de los liderazgos como “cesarismo progresivo”. Tratando, además, de explicarse las probables razones que inducirían a las estrategias económicas, no sólo de líderes latinoamericanos, sino también chinos, con una intención ulteriormente socialista. Todo esto como un gran interrogante. Como Montaigne, siempre un “quizás”, un “a mí me parece”. Aun con aquéllos con quienes polemiza o con quienes acuerda en lo fundamental.
Una vez publicado este libro, Prestipino se propuso escribir un collage de breves lamentaciones como manifestación de disconformidad y a modo de la Minima moralia de Adorno: Frammenti di vita ingiusta. Su publicación le fue ofrendada, en cien copias numeradas, por discípulos, amigos y compañeros con motivo de su nonagésimo cumpleaños. Dice en su prólogo:
El deseo recóndito sería encontrar un lector en desacuerdo, por estar animado de una visión y de propósitos optimistas sobre la vida humana y, especialmente, sobre su mañana. Quizá sería preferible, en cambio, no encontrar ningún lector. Si fuese un lector, precisamente, confiado en el “sol del porvenir”, la lectura de estos fragmentos podría hacer vacilar su confianza. No querría que si hubiese en él, o en ella, la más tímida esperanza de salvación, debiera perderla. Uno de los fragmentos tiene en su título la palabra redención. ¿Podrá redimirse una humanidad sobre la cual, me parece, se cierne un merecido destino de eterna condena?
Pesimismo de la razón, entonces.
El último de sus fragmentos trata “De la amistad”. En la última jornada del Decamerón.
La amistad quiere, generalmente, la comunidad de los bienes: el amigo “todos sus tesoros y posesiones hace común” con el amigo. En la novela novena, la “amistad” es entre un cristiano y Saladino, a pesar de las guerras entre los cruzados y los “infieles”. ¿Amistad y valor pertenecen solamente a los nobles y los reyes? La novela décima nos avisa que “en las casas de los pobres habitan no raramente espíritus selectos, así como en las reales aquellos que serían más dignos de cuidar cerdos que de tener señorío sobre los hombres.”
El optimismo resta en la voluntad de los pobres de compartir los bienes, sin guerras ni fronteras, en el respeto de las diferencias. Casi un franciscano laico este veterano comunista que, de los cien ejemplares, me ha obsequiado el número trece. Sabe que no soy supersticioso, mi amigo. Quizá el último dialéctico humanista vivo.
Una copia estará disponible en el Fondo Giuseppe Prestipino del CEDINCI.