23/12/2024
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20/04/2022
Introducción
En los estudios sobre las relaciones entre clase, género y raza/etnia, especialmente en las discusiones que se ocupan del capitalismo dependiente, observamos dos tensiones en el ámbito del pensamiento crítico. La primera está marcada por la tendencia a escindir la relación inseparable entre particularidad y totalidad, entre modo de producción y formación económico-social, entre el carácter estructural del heteropatriarcado y del racismo en el capitalismo, sugiriendo que estas relaciones serían una “herencia del pasado” o, como máximo, específicas a las formaciones dependientes. La segunda, a su vez, busca una respuesta a estas imbricaciones tomándolas como si fueran una esfera externa de las relaciones capitalistas, “más allá de la contradicción capital-trabajo”.
Estas dificultades tienen fundamento real: el hecho de que el capitalismo dependiente produzca nuevas tendencias y relaciones que le son particulares, como la superexplotación del trabajo, las escisiones en las fases del ciclo del capital y Estados subsoberanos,[1] induce a ciertas interpretaciones erróneas que producen una verdadera ruptura con la teoría del valor. No es éste el enfoque que buscamos desarrollar en este texto. Desde nuestro punto de vista, es necesario enfatizar que la particularidad es siempre una parte irreductible de la totalidad social jerarquizada y estructurada. Por lo tanto, la particularidad no niega la totalidad; por el contrario, la confirma ampliamente, aun cuando de manera contradictoria, ya que tiene el poder de revelar aspectos ocultos de la totalidad y expresa así un momento intermediario en las relaciones sociales, incluyendo sus determinaciones negativas como parte del movimiento de lo real. Así, es importante decir de entrada que las relaciones de superexplotación del trabajo, aunque revelen el núcleo teórico de las relaciones jerárquicas entre imperialismo y dependencia en el nivel de determinación del mercado mundial capitalista y se estructuren como una relación particular en este ámbito, integran la totalidad de los desdoblamientos de la ley del valor, confirmándola en su pleno movimiento. Y, más que eso, son su expresión agudizada, violenta y negativamente determinada.
Por otro lado, las dificultades teóricas mencionadas derivan de un desarrollo aún insuficiente de las categorías mediadoras que permitan una precisa articulación teórica entre las relaciones de género y étnico-raciales como estructurantes del modo de producción capitalista y, por lo tanto, de la propia ley del valor. Esto quiere decir que persisten limitaciones de carácter teórico para comprenderlas como relaciones que no se restringen a los procesos de acumulación originaria, o, en otras palabras, a las experiencias históricas del colonialismo (en su distinción con las relaciones imperialismo por dependencia), de la esclavitud (relación distinta de las imbricaciones entre superexplotación y racismo en el ámbito del mercado mundial desarrollado) y de la “caza de brujas” (distintamente de la posición social de la mujer[2] y de las relaciones de género[3] en el capitalismo pleno), aunque la acumulación originaria sea una condición sine qua non para su configuración histórica y concreta.
Con esto queremos argumentar que - si bien la herencia histórica de los procesos de expropiación y despojo característicos de la acumulación originaria de capital son ineludibles y fundamentales para comprender el modo de producción capitalista y la conformación de clases, así como la posición social de las mujeres, de las personas LGBTQIA+ y de las personas racializadas no blancas en general, al explicar sus orígenes sociohistóricos - la comprensión completa de las determinaciones e interrelaciones de clase, género y raza/etnia sólo puede lograrse mediante el estudio teórico de la subsunción de estas relaciones a la forma mercancía y, por lo tanto, como constituyentes de la relación de valor en su momento plenamente desarrollado.
En este sentido, analizamos los determinantes históricos y morales del valor de la fuerza de trabajo a partir de las indicaciones de Marx en su obra magna, El Capital. A partir de ahí, según lo que entendemos es la esencia del método marxiano, buscamos desarrollar una comprensión de la relación valor en un nivel de análisis más determinado, teniendo en cuenta las relaciones de género y étnico-raciales. Nuestro objetivo es contribuir al avance de la comprensión de la cuestión social bajo la crisis estructural, momento histórico en que el desarrollo de los movimientos de mujeres, LGBTQIA +, originarios y negros,[4] emergen una vez más exigiendo la articulación unitaria de estas relaciones en una estrategia anticapitalista. En este proceso, las categorías expropiación y enajenación se revelan, en el ámbito de la reflexión aquí desarrollada, como mediaciones fundamentales. Pensamos que esta clave de análisis permite comprender más profundamente las tendencias del mundo del trabajo hacia la feminización y la racialización, así como la cuestión social, en la crisis estructural, que el capital busca enfrentar a través de la igualación por debajo del valor de la fuerza del trabajo.[5] Clase, género y raza analizadas unitariamente consisten, de esta forma, en relaciones fundamentales para captar plenamente estas tendencias.
Acumulación originaria como expropiación de los medios de vida, cuerpos y saberes en la conformación del estado moderno
En los últimos cincuenta años aproximadamente,[6] el feminismo crítico, la historiografía sobre la esclavitud y las condiciones de vida y de trabajo de la población negra desarrollaron estudios que exigen ser apropiados por una teoría unitaria de las articulaciones estructurales de clase, género y raza/etnia para establecer una comprensión plena de las relaciones capitalistas y, en consecuencia, de la cuestión social en la actualidad. La crítica de la perspectiva liberal-conservadora de los estudios de clase, género y raza/etnia forma parte de este esfuerzo teórico. Sin embargo, esto es tan importante como la superación, en el campo crítico, de interpretaciones que insisten en el dualismo entre relaciones de explotación y opresión, donde la primera es estructural y estructurante y la segunda es una “particularidad” y “complementariedad”, “identitaria o identitarista”, de la lucha de clases. En esta sección nos ocuparemos de sugerir posibles líneas de investigación para un esfuerzo colectivo y más amplio de pesquisa en el sentido de la superación de este dualismo.
En primer lugar, queremos presentar al debate la hipótesis de que la “así llamada acumulación originaria”, en niveles de análisis más determinados, consiste en un amplio proceso histórico de expropiación violenta de medios de vida, cuerpos y saberes. El robo de los medios de vida de la inmensa mayoría de la población fue la vía por la cual la tierra y el trabajo fueron convertidos en mercancía y subsumidos a la relación capital. La tierra como mercancía será el fundamento de todos los medios de producción apropiados privadamente, que serán comprados como capital constante. El trabajo, convertido en mercancía fuerza de trabajo que será vendido en el mercado, a su vez, será comprado como capital variable. En este proceso, que tiene a la violencia estatal y privada como partera de la historia, el colonialismo configuró la esclavitud como el pedestal[7] para la extracción de sobretrabajo y la compresión de los salarios (especialmente en la transición de la manufactura a la empresa fabril), en el ámbito del mercado mundial. Y, a su vez, la expulsión de las mujeres de su posición de poder y control sobre la reproducción social (proceso que se denominó “caza de brujas”)[8] sirvió de cimiento y parte constitutiva y negativamente determinada del valor de la fuerza de trabajo. [9] En otras palabras, creó las condiciones para una expropiación sistemática del trabajo reproductivo. Todo este proceso también constituyó un tipo específico de Estado conforme a las necesidades del capital. Así, residen en la acumulación originaria los propios cimientos de la tendencia histórica de la acumulación capitalista y del Estado nacional.[10]
Como sabemos, en el caso clásico inglés, la acumulación originaria estuvo marcada por la expulsión de la población rural de la tierra a través de diversos mecanismos, por la centralización estatal que permitió llevar a cabo una estructura legal sangrienta, por el enriquecimiento simultáneo - en aquella coyuntura especial - del arrendatario rural, creando las condiciones para el surgimiento del capitalista industrial (en oposición al agrario) y del mercado interno. Sin embargo, lo que más nos interesa en el análisis de la acumulación originaria en este momento, es que el colonialismo dio origen al capitalista industrial en un sentido categórico (de aquel capital que recorre las tres fases del ciclo del capital) y estructuró el propio Estado nacional moderno. El nacimiento histórico de esta clase y Estado está umbilicalmente relacionado con la actividad usurera, los monopolios comerciales y el crédito por endeudamiento público – el cual tiene como complemento necesario no solo un sistema internacional de crédito, sino un sistema fiscal y tributario moldeado por los intereses del capital (después de todo, alguien tiene que pagar el dinero prestado por el fondo público a los grandes monopolistas y especuladores) y movían las compañías navales holandesas, inglesas, españolas, portuguesas, francesas al Nuevo Mundo y a las Indias Orientales. Este negocio especulaba con géneros alimenticios y bienes de consumo en general y saqueaba las minas de oro y plata en América que impulsaron el aumento de los intercambios a través de la expansión de la acuñación y circulación de monedas. Sin embargo, nada es más característico que su sistema de “robo de personas” (Marx, 1975: 940).
Un “robo de personas” que “al mismo tiempo que introducía la esclavitud infantil en Inglaterra, la industria algodonera daba el impulso para la transformación de la economía esclavista más o menos patriarcal de Estados Unidos en un sistema comercial de explotación” (Marx, 1975: 949). Aquí es necesario detenerse a remarcar lo que los historiadores de la Segunda Esclavitud han enfatizado.[11] Las relaciones de esclavitud colonial en los siglos XVI, XVII y hasta el último cuarto del XVIII son diferentes a las practicadas a fines del siglo XVIII hasta el fin de la primera mitad del XIX. Y no solamente en el volumen de viajes y el número de personas esclavizadas secuestradas en las rutas Atlánticas del tráfico,[12] que crecieron sustancialmente entre 1770 y 1850, sino en la naturaleza misma de la relación.
En este período, la esclavitud no alimentó apenas, de manera restringida, la acumulación originaria inglesa, sino que participó directamente de la propia revolución industrial, articulada a la acumulación originaria en las Américas.[13] Así, como parte de la acumulación originaria, la esclavitud se despliega como una relación que “adopta diversas tonalidades en distintos países y recorre en una sucesión diferente las diversas fases” (Marx, 1975: 895). Pues, al mismo tiempo que se verifica su declive en algunas regiones, hay una aceleración en su desarrollo en otras. Obedece, por lo tanto, a la ley del desarrollo desigual y combinado. Y en el centro de este desarrollo, la esclavitud y el capitalismo se vincularon históricamente no solo como un presupuesto el uno del otro, sino que se imbricaron estructuralmente. Se vinculó, en este proceso, la propia estructuración de las relaciones inseparables entre imperialismo y dependencia. En palabras de Tomich: “Esta segunda esclavitud se desarrolló no como una premisa histórica del capital productivo, sino presuponiendo su existencia como condición para su reproducción” (2011: 87).
Las relaciones de esclavitud, evidentemente, no se limitan a la privación del acceso directo a los medios de vida. Son relaciones de expropiación y dominación que avanzan brutalmente hasta alcanzar la dimensión de los cuerpos y saberes, en el intento límite de deshumanización de la persona, y que operan como “mutilador y estrangulador cultural” (Moura, 2014: 175) al imponer por la violencia de la tortura, de la violación y de la muerte patrones culturales y valores sociales ajenos. Se fortalece, por lo tanto, la expropiación de cuerpos y saberes como elemento constitutivo de las relaciones sociales. Y marca una “historia de la explotación, dominación y opresión de la población negra, un contexto complejo que requiere colocar el análisis de la cuestión social en el país bajo otras bases” (Eurico, 2017: 425). Más que eso, conlleva incorporar las relaciones raciales en la comprensión del conjunto del modo de producción capitalista.
De manera similar, las expropiaciones de cuerpos y saberes de las mujeres fueron una marca de la acumulación originaria (Cfr. Federici, 2010: 294 y 297).[14] La caza de brujas, entendida aquí como una verdadera guerra contra las mujeres, donde la tortura y la muerte jugaron un papel central en la búsqueda del objetivo de substraerlas del dominio que ejercían sobre la vida reproductiva, fue un proceso suficientemente amplio y violento que se puede caracterizar como una verdadera expropiación social. En el proceso de afirmación de un modo de producción que demanda fuerza de trabajo de forma constante y excedentaria como recurso fundamental de compresión de los salarios hacia abajo del valor, controlar la vida reproductiva no puede considerarse un asunto de segundo orden. De ahí las prohibiciones a las prácticas sociales de control de la natalidad, la estigmatización de las relaciones no heteronormativas y la desvalorización de la práctica de las relaciones sexuales en la denominada tercera edad. Asimismo, esta expropiación nos ayuda a comprender las raíces del housewifezation, proceso a través del cual la división del trabajo convirtió a las mujeres en “amas de casa” sobre quienes recae sobradamente la carga del trabajo doméstico y de cuidados, fundamentales para la reproducción de la sociedad capitalista (Mies, 2014).
De una manera distinta, el control de la vida reproductiva de las mujeres fue una preocupación acentuada en el ámbito de las relaciones de esclavitud y estaba basada en cálculos de costo-beneficio. Las mujeres esclavizadas podían ser privadas de la maternidad para mantenerse productivas durante todo el año, sin interrupciones. O, alternativamente, podían ser estimuladas a procrear como forma de reemplazo natural de brazos para el trabajo (Mies, 2014: 90). La práctica de la violación formaba parte de las estrategias de control de mujeres esclavizadas, negras o de las diferentes etnias originarias.
Todo este proceso contó con la participación activa del Estado absolutista en Europa y, en el siglo XIX latinoamericano, del Estado oligárquico o imperial, y contribuyó a la conformación del Estado nacional como institución del capital. Así, tanto la república como las monarquías occidentales modernas se desarrollaron como instituciones estatales racistas y patriarcales basadas no solo en un “Contrato Sexual” oculto dentro del “Contrato Social”, sino también en una forma política dedicada a perpetuar condiciones de subalternización de mujeres, personas racializadas y no heteronomativas (Pateman, 1995).[15] Este es el Estado que, hasta el día de hoy, enfrenta la cuestión social a partir de su estructura de reproducción de estas violencias.
Valor histórico y moral de la fuerza de trabajo, género y raza/etnia
Admitiendo que la acumulación originaria se constituyó en un proceso más amplio que la separación violenta de los productores directos de sus medios de vida, que implica también la expropiación de los cuerpos y saberes de las mujeres, mediante la guerra de la caza de brujas y de personas que fueron sometidas a procesos sistemáticos de deshumanización mediante la extracción de trabajo forzado o esclavo, configurando la forma política del Estado nacional como institución clasista, racista y patriarcal, ¿cuál es el impacto de esto en el análisis del valor?
Como sabemos, desde el punto de vista del capital, el valor de la fuerza de trabajo, como todas las demás mercancías, está determinado por el tiempo de trabajo necesario para su producción y consiguiente reproducción, en condiciones normales de fuerza y salud.[16] Por lo tanto, en un primer nivel de análisis, el valor de la fuerza de trabajo corresponde al tiempo necesario para la producción de los medios de subsistencia.
Sin embargo, el valor también es una relación social que corresponde a las condiciones de reproducción de la clase trabajadora, donde las propias necesidades naturales son diferentes según el clima y otras peculiaridades de cada país y dependen, en gran medida, del nivel cultural, de los hábitos y aspiraciones de vida, así como de “las condiciones bajo las cuales se ha formado la clase de los trabajadores libres, y por tanto de sus hábitos y aspiraciones vitales.” Pues, “por oposición a las demás mercancías, la determinación del valor de la fuerza laboral encierra un elemento histórico y moral” (Marx, 1975: 208).
Sabemos que Marx, después de esta consideración general sobre la determinación del valor, y, más adelante en su texto, establecerá como determinantes del valor, considerando que “la simple traducción del valor -o en su caso del precio- de la fuerza de trabajo en la forma exotérica del salario hace que todas aquellas leyes [de la plusvalía] se transformen en leyes del movimiento del salarios” (Id.:683), los siguientes elementos: (1) precio y volumen de las necesidades vitales elementales, natural e históricamente desarrolladas, es decir, de la masa de medios de subsistencia; (2) costos de la educación del trabajador o de su desarrollo; (3) sus diferencias o el papel del trabajo femenino e infantil; (4) la productividad del trabajo; (5) su magnitud extensiva; (6) su magnitud intensiva (Marx, 1975: 683 s. ).[17] Esto para, en seguida afirmar:
El empleo de esas fuerzas de trabajo diferentes, condicionado a su vez por el modo de producción, ocasiona una gran diferencia en los costos de reproducción de la familia obrera y en el valor del obrero varón adulto. Ambos factores, no obstante, quedan excluidos de la presente investigación. Damos por supuestos los siguientes puntos: 1) que las mercancías se venden a su valor, 2) que el precio de la fuerza de trabajo, aunque ocasionalmente suba por encima de su valor, nunca desciende por debajo del mismo (Marx, 1975: 629. s.) [La cursiva es nuestra]
Así, Marx, aun reconociendo diferenciaciones en la propia determinación del valor que son históricas y morales, pues responden a costumbres, hábitos, es decir, relaciones heredadas, a efectos del nivel de abstracción de su análisis, excluye estas diferencias del estudio de las determinaciones del valor. Aquí nos toca reincorporarlas para hacer avanzar, desde la teoría del valor, al pensamiento crítico y la comprensión de la cuestión social desde una perspectiva unitaria.[18]
Además, el capital presiona sistemáticamente el precio de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. Marx se refiere a este fenómeno en diversos momentos. En particular, destacamos este fragmento:
Hasta cierto punto, puede compensarse ese mayor desgaste de fuerza de trabajo, que es inseparable de toda prolongación de la jornada laboral, con una remuneración mayor. Pero por encima de ese punto el desgaste aumenta en progresión geométrica y, a la vez, se destruyen todas las condiciones normales de reproducción y activación de la fuerza de trabajo. El precio de ésta y su grado de explotación cesan de ser magnitudes recíprocamente conmensurables. (Marx, 1975: 639) [La cursiva es nuestra]
Evidentemente, Marx está haciendo explícito el método de abstracción no como una exclusión definitiva de estos determinantes de la relación valor, sino como un proceso teórico necesario para dar cuenta de su premisa fundamental: que el capital no necesita violar el valor para establecer una relación de explotación en el ámbito de la producción. Pero que, aun así, lo viola como parte de su propia voracidad por extracción de plusvalía. En nuestra opinión, esta relación de expropiación y enajenación está contenida en la propia forma valor cuando incorporamos lo que Marx abstrajo. En estos niveles más determinados aparecen relaciones heredadas que son reconfiguradas o impuestas según los intereses de la reproducción ampliada del capital. En este sentido, producen la destrucción de las condiciones normales de reproducción y desempeño de la fuerza de trabajo, haciendo que el precio de la fuerza de trabajo y el grado de su explotación dejen de ser grandezas mensurables. Así, la segunda hipótesis que presentamos consiste en que el heteropatriarcado moderno y el racismo estructural constituyen relaciones de expropiación y enajenación que participan de la determinación histórica y moral del valor de la fuerza de trabajo, estructurando el carácter racista y heteropatriarcal del propio modo de producción capitalista, por lo tanto sus relaciones de reproducción y acumulación, sin eliminar la distinción entre trabajo productivo (el que produce plusvalor directamente) e improductivo (el que no produce plusvalor directamente), sino articulándolos dialécticamente.
División internacional, sexual y racial del trabajo
De manera análoga a la forma en que la superexplotación del trabajo articula la división internacional del trabajo,[19] mediante las relaciones imperialismo y dependencia, planteamos la hipótesis de que el racismo estructural y el moderno heteropatriarcado estructuran una división sexual y racial del trabajo como estrategia permanente del capital de ocultamiento de trabajo expropiado y rebajamiento del precio del trabajo por debajo del valor de la fuerza de trabajo.
La relación de expropiación contenida en la forma valor ya ha sido apuntada como parte de la explotación capitalista al analizar el sobretrabajo y la superexplotación (Ferreira, 2018). Y también más ampliamente en la actualidad (Fontes 2018; Behring, 2018; Boschetti, 2018; Lupatini, 2018). La explotación (que está implicada en el trabajo productivo extrayendo plusvalor), vista bajo este prisma, no excluye relaciones de expropiación, sino que, al contrario, se convierte en su vehículo y presupuesto. Si históricamente la expropiación fue condición para la explotación, bajo la crisis estructural, se hace evidente una tendencia económica y social a extrapolar los límites del intercambio de equivalentes para convertirse, a partir de cierto punto, en expropiación. Así, las tendencias contemporáneas al sobretrabajo verificadas ampliamente en el ámbito de la sociología crítica del trabajo emergen no como una ruptura con la teoría del valor, sino como su confirmación dialéctica.[20]
También sabemos cómo se desarrolló el proceso de industrialización dependiente en Brasil y en América Latina (Bambirra, 2012) y cómo la transición del trabajo esclavo al trabajo asalariado se llevó a cabo con el apoyo del Estado para excluir a los trabajadores racializados (manumisos, libertos, africanos libres) de los mejores puestos de trabajo bajo el falaz argumento de que no contaban con las competencias necesarias (Reis, 2019; Moura, 2014; Fernandes, 2008) – cuando ellos, hasta entonces, realizaban todo tipo de trabajos especializados. Este proceso sentó las bases para una división racial del trabajo que redundó en una racialización del ejército industrial de reserva o sobrepoblación relativa en Brasil, el cual cumple la función de rebajar los salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo e implica un sobretrabajo para el ejército activo de trabajadores. Por eso, el racismo se articula estructuralmente con la superexplotación, contribuyendo a efectuar sus diversas formas y, más que eso, a naturalizarlas (Fagundes, 2020). Si bien no existe una legislación abiertamente segregacionista en Brasil (Almeida, 2019), esta es una realidad que se impone a través de la superexplotación del trabajo.[21]
Esta es la razón, a nuestro entender, de que el darwinismo racial profesado por una parte significativa de la élite brasileña y latinoamericana, y el salto desde ese punto a una forma más sofisticada como el llamado “mito de la democracia racial”, en el caso de Brasil, no se consideren simplemente “ideas fuera de lugar”.[22] Se trata de construcciones ideológicas con una función decisiva: practicar sistemáticamente la discriminación y el prejuicio racial contra gran parte de la clase trabajadora como estrategia burguesa para generalizar la superexplotación a todo el conjunto de la clase,[23] creando al mismo tiempo una forma particular de enajenación.[24] Esto redunda en que las relaciones de superexplotación pueden emigrar de los países dependientes a los centrales donde la racialización del inmigrante cumplirá en el centro la misma función que en la periferia: presionar los salarios del conjunto de la clase por debajo del valor de la fuerza de trabajo.
De esta forma, nos parece razonable considerar como tercera hipótesis de trabajo, el racismo como factor estructurante de las relaciones capitalistas. No sólo por las raíces colonialistas, por particularidades de determinadas formaciones sociales o por el papel de la esclavitud y del trabajo forzado de los pueblos originarios en la revolución industrial, sino sobre todo porque el racismo, considerando las condiciones históricas y morales normales de reproducción de la fuerza de trabajo, se convierte en una estrategia del capital para presionar constantemente la rebaja de los salarios del conjunto de la clase trabajadora por debajo de su valor.
En cuanto a la división sexual del trabajo, el debate en el ámbito del feminismo marxista ha llamado la atención a la sobrecarga de trabajo reproductivo que descansa sobre los hombros de las mujeres y ha centrado parte de sus principales preocupaciones en el trabajo doméstico. Aquí nos interesa, en primer lugar, establecer claramente que la reproducción social, dada la expropiación de los medios de producción y de vida de la clase trabajadora, asume una forma histórica determinada en el modo de producción capitalista. La reproducción de la clase trabajadora está, por lo tanto, subordinada al capital y mediada por la forma reluciente del dinero, es decir, por el salario. Una imperiosa necesidad de acceder a un salario para obtener los medios de vida necesarios para su reproducción y la de su familia lo que obliga al trabajador y a la trabajadora día a día a presentarse al mercado laboral, “con recelo, reluctante, como el que ha llevado al mercado su propio pellejo y no puede esperar sino una cosa: que se lo curtan” (Marx, 1975: 214). Y así, mientras trabaja para reproducirse, también reproduce el capital y, además, produce y crea simultáneamente plusvalor. Este es el núcleo de la contradicción inscrita en las relaciones de reproducción y que la articula con la producción capitalista de plusvalor.
En segundo lugar, dado que la reproducción social no se limita al acceso a los medios de vida (bienes y servicios), sino que requiere un trabajo adicional para que sean efectuados en el uso reproductivo, se destaca el trabajo útil de las mujeres como subsumido en la forma valor. Veamos una indicación que nos parece relevante explorar, justo en la apertura de la Sección VII del Libro I, cuando Marx establece los parámetros del análisis del proceso de acumulación de capital, refiriéndose a las determinaciones en consideración:
Suponemos aquí, por una parte, que el capitalista que produce la mercancía la vende a su valor, y no nos detenemos más en el retorno del capitalista al mercado o en las nuevas formas que se adhieren al capital en la esfera de la circulación, ni tampoco en las condiciones concretas de reproducción ocultas bajo esas formas. […] Su análisis puro, por consiguiente, requiere que prescindamos transitoriamente de todos los fenómenos que ocultan el juego interno de su mecanismo (Marx, 1975: 692.s) [la cursiva es nuestra].
Una vez más queremos argumentar que Marx abstrae determinaciones en su análisis, aunque no ignora la existencia de condiciones concretas de la reproducción escondidas bajo estas formas. Tomamos, por tanto, como punto de partida, que el trabajo doméstico impuesto a las mujeres puede ser analizado como una forma oculta de las relaciones de reproducción social bajo el modo de producción capitalista. Es más, lo que define su carácter oculto es el hecho de que se constituya como un trabajo expropiado. Un trabajo no pagado que no equivale al concepto de plusvalía y que tampoco figura en el contrato de trabajo. A diferencia del trabajo productivo, se trata de un trabajo no pagado oculto en parte de las actividades reproductivas, que se adhiere al capital en la esfera de la circulación y, por lo tanto, participa indirectamente de la extracción de plusvalía del conjunto de la clase trabajadora porque contribuye a la estrategia del capital de reducción estructural del valor de la fuerza de trabajo.[25] Un trabajo que el capital esconde en la forma valor. O, para decirlo de otra manera, el valor de la fuerza de trabajo esconde de manera vergonzosa y violenta el trabajo de las mujeres como una estrategia del capital de reducción estructural del valor en sí, no solo de su precio. Una trama que se brutaliza frente a una combinación de opresiones, y que encuentra su aguda expresión en la rutina laboral y de vida de las mujeres negras.
En este sentido, el moderno heteropatriarcado se configura como estructural para el capital, ya que su participación en la relación valor permanece oculta de tal manera que se “descuenta” desde el principio en la contabilidad de las determinaciones del valor. Por lo tanto, la subsunción de las mujeres necesita ser total, no solo de clase, ¡sino en cuanto mujeres! Y para operar esta subsunción se necesita un contrato sexual moderno escondido en el contrato social, un tipo de familia, la escisión entre lo público/mercado y lo privado, y toda una maquinaria para la enajenación y feminización de las mujeres. A través de esta parafernalia ideológica el capital expropia la inmensa porción del trabajo que ellas entregan a la reproducción de la principal mercancía del modo de producción capitalista: la fuerza de trabajo. Así, como estrategia para la rebaja estructural del valor, el heteropatriarcado consiste en una relación intrínseca al capitalismo, y aquí es donde reside nuestra cuarta hipótesis de trabajo.
Por las razones mencionadas, y considerando las hipótesis planteadas, las mujeres, las personas no heteronormativas y racializadas, así como la juventud (dadas las diferencias de madurez y desarrollo ya señaladas), ocupan las primeras filas del ejército industrial de reserva, configurando una estrategia de la diferencia inscrita en la ley del valor. Es a través de la producción de estas diferencias y sus formas alienantes que el capital busca naturalizar el hecho de que, a pesar de toda la riqueza producida, existe una amenaza constante a la reproducción de una porción excedente creciente de la humanidad en relación con las necesidades de la acumulación capitalista. Por eso, más que nunca, mientras el capital opera la diferencia, separa y divide, la estrategia más consecuente para enfrentar los problemas que surgen de esta realidad consiste en integrarlos en una perspectiva emancipadora unitaria. Una integración que no subordine una a la otra, sino que las integre dialécticamente.
Consideraciones finales
Las relaciones analizadas nos sugieren que es posible estudiar procesos como la feminización del mundo del trabajo (Nogueira, 2004), las tendencias hacia la precariedad del trabajo (Antunes, 2018) y al trabajo uberizado, la usurpación por parte del capital del fondo público (Behring, Salvador, Lima, 2019) y las políticas de ajuste fiscal y recortes en las políticas sociales reproductivas (Boschetti, 2018), como en todo el ámbito de la seguridad social, a partir de la clave interpretativa de expropiaciones y alienaciones de la vida reproductiva. En el contexto de la crisis estructural, [26]el capital recrudece relaciones que exacerban estas determinaciones negativas a través del refuerzo de las prácticas de racismo y del heteropatriarcado, así como del sobretrabajo y de la superexplotación de la clase trabajadora. Las utiliza como estrategia para contrarrestar la crisis. Por lo tanto, opera sistemáticamente para igualar por debajo el valor de la fuerza de trabajo.
Esperamos que la reflexión propuesta pueda contribuir en la comprensión de la sociedad capitalista. Fue con esta intención que presentamos estas hipótesis de trabajo, menos como respuestas definitivas, y más como un programa de investigación en el sentido de la construcción de un enfoque unitario de la cuestión social.
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(Este artículo fue publicado por primera vez en portugués, con modificaciones, en la revista Temporalis 42, 2021, y luego enviado especialmente para su publicación en castellano en Herramienta Web 38. Agradecemos la lectura y comentarios previos que nos han brindado Paulo Henrique Furtado, Ricardo Antunes y Elaine Behring)
·· Carla Cecilia Campos Ferreira es periodista, Licenciada en Comunicación Social y Doctora en Historia por la Universidade Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). Es profesora de tiempo completo en la Escola de Serviço Social de la Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ). Es fiel depositaria de los archivos de Vania Bambirra (www.ufrgs.br/vaniabambirra). Investiga temas como la teoría del valor, la teoría marxista de la dependencia, la historia de América contemporánea, la cuestión social en el capitalismo. E-mail: carlaceciliacf@gmail.com/carlaceciliacf@ess.ufrj.br.
··· Gustavo Gonçalves Fagundes es asistente social, doctorando y magíster en Trabajo Social por la Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ), es profesor substituto en la Faculdade de Servico Social de la Universidade Federal de Juiz de Fora (UFJF). Investiga temas tales como las relaciones raciales en Brasil, la superexplotación de la fuerza del trabajo, la cuestión social y los movimientos sociales. E-mail: ggf.fagundes@gmail.com.
[1] Sobre las particularidades del desarrollo del capitalismo en la periferia del mercado mundial ver el clásico de Ruy Mauro Marini, Dialéctica de la Dependencia (disponible en www.marini-escritos.unam.mx), y, los estudios de Mathias Seibel Luce, en especial Teoría Marxista da Dependência, problemas e categorías. Expressão Popular. San Pablo, 2018.
[2] La posición subalternizada de la mujer en el capitalismo está relacionada con la forma en que esta sociedad reconfiguró las relaciones heredadas del patriarcado clásico o incluso impuso relaciones patriarcales a algunos de los pueblos colonizados (Leacock, 1983). El patriarcado es una relación más reciente que la de género. Se remonta a hace unos siete mil años. Consiste en una relación de poder, orientada por el género y basada en el miedo y la violencia (Saffioti, 2015). Por lo tanto, la categoría patriarcado incorpora relaciones de poder desiguales y jerárquicas de los hombres sobre las mujeres en diferentes sociedades. Es importante resaltar que la categoría pierde su poder crítico cuando se inserta en una perspectiva de análisis liberal weberiana, ahistórica. Hay autores, como Bourdieu (2000), que prefieren el concepto de machismo, pero a nuestro juicio su análisis tiende a individualizar la relación social.
[3] La categoría género fue apropiada por el pensamiento crítico y designa una relación histórica de miles de años durante los cuales se constituyeron las representaciones que cada sociedad hace de lo masculino y lo femenino y de las relaciones entre ellas, sin ser estas relaciones necesariamente desiguales, pero pudiendo ser relativamente igualitarias. Masculino y femenino son, en este sentido, identidades de género que no implican necesariamente relaciones de poder y opresión (Leacock, 1983) y apuntan a la posibilidad de superación de las relaciones de opresión las cuales no serían ni necesarias, ni eternas. Saffioti (2015) es una referencia en el estudio de esta categoría en Brasil, así como en el esfuerzo por articular capitalismo, racismo y patriarcado. Por nuestra parte, pensamos que el capitalismo utiliza las identidades de género para configurar una dominación heteropatriarcal moderna, bajo la forma mercancía.
[4] El Manifiesto Feminismo para el 99% (Arruzza, Bathacharya y Fraser, 2019) indica el avance de una comprensión del carácter unitario de las luchas de género, raza y clase, además de ecosocialista, hacia una consecuente estrategia de superación del capitalismo, para una sociedad socialista. Corresponde, para el siglo XXI, a un complemento al Manifiesto Comunista de 1848.
[5] En la expresión de Isztván Mészáros: “downwards equalization” (1985)
[6]En el trayecto de las acumulaciones anteriores de las marxistas soviéticas y de los estudios sobre capitalismo y esclavitud que tienen en Eric Williams (2011) y C.L.R. James (2004), en los años 1930, sus precursores.
[7] “En general, la esclavitud disfrazada de los asalariados en Europa exigía, a modo de pedestal, la esclavitud sans phrase [desembozada] en el Nuevo Mundo” (Marx, 1975: 949).
[8] Dice Marx, sin detenerse, “Por la misma época en que Inglaterra dejó de quemar brujas, comenzó a colgar a los falsificadores de billetes de banco” (Marx 1975: 945).
[9] Sobre la determinación negativa de la dialéctica, conf. Dal Prat (1971). Luce (2018) utiliza
la dialéctica negativa para analizar la violación del valor inscrita en la ley del valor y, con ello, explicitar el núcleo dialéctico de la categoría de superexplotación del trabajo. Dice: “Bajo la dialéctica negativa (determinación negativa de la dialéctica), una serie de contra tendencias que operan en el modo de producción capitalista, se ven modificadas, haciendo que el momento de la negación de la negación aparezca de forma menos radical y profunda en el transcurso de la puesta dialéctica” (Luce, 2018: 21)
[10] “¿En qué se resuelve la acumulación originaria del capital, esto es, su génesis histórica? En tanto no es transformación directa de esclavos y siervos de la gleba en asalariados, o sea mero cambio de forma, no significa más que la expropiación del productor directo, esto es, la disolución de la propiedad privada fundada en el trabajo propio “(Marx, 1975:951).
[11] Robin Blackburn (2016: 13), refiriéndose a la Segunda Esclavitud, reflexiona: “Otra forma de plantear la pregunta sería afirmar que la industrialización y el advenimiento de la modernidad no representaron automáticamente el fin de la esclavitud, sino que, al contrario de esto, la intensificaron y difundieron. El resultado fue una nueva esclavitud americana, que reformuló y reorganizó la institución”.
[12] El tráfico de personas esclavizadas, con sus viajes y número de secuestrados, sus puertos de partida y destino, está ampliamente documentado en el extraordinario trabajo de más de tres décadas de historiadores de la esclavitud a través del proyecto Slave Voyages y puede consultarse en www.slavevoyages.org.
[13] Dale Tomich señala que se concibió una ingeniosa arquitectura socioeconómica a partir de “complejas articulaciones históricas de las formas específicas de producción remunerada y no remunerada con el mercado mundial”, lo que sitúa la actividad productiva del brazo del negro africano en las Américas como un punto clave de la “nueva organización y jerarquía de trabajo, comercio y poder, colocando a Europa en el centro de una economía mundial sin precedentes” (Tomich, 2011:13-21).
[14] A pesar de la síntesis que representa la obra El Calibán y la bruja (2010), de Silvia Federici, cabe señalar aquí nuestra discrepancia teórica con la autora, especialmente su interpretación de la teoría del valor. Las críticas que Federici teje de Marx a lo largo de su obra carecen de fundamento en la propia obra del autor. Más grave, provoca equivocaciones considerables sobre las categorías de producción y reproducción que, en cierta medida, este artículo busca recolocar sobre bases marxianas.
[15] Conf. Moura (2014), Reis (2019), Tomich (2011) sobre la conformación racista de la legislación y las prácticas institucionales del Estado brasileño del Imperio y de la República en Brasil.
[16] “Si el propietario de la fuerza de trabajo ha trabajado en el día de hoy, es necesario que mañana pueda repetir el mismo proceso, bajo condiciones iguales de vigor y salud. La suma de los medios de subsistencia, pues, tiene que alcanzar para mantener al individuo laborioso en cuanto tal, en su condición normal de vida”(Marx, 1975,: 208).
[17] Lo que requiere comprender la existencia de una diferencia nacional de los salarios ya que la ley del valor se ve aún más modificada cuando se estudia en el ámbito del mercado mundial (Marx, 1975: 684).
[18] Siguiendo la estrategia metodológica del streaching marxism utilizada por las autoras de la Teoría de la Reproducción Social y de lo que Ruy Mauro Marini explicitó en el introito de Plusvalia extraordinaria y acumulación de capital (1979) y que fue ejercitado en su ensayo fundacional sobre la Teoría Marxista de la Dependencia (TMD), Dialéctica de la Dependencia, disponible en www.escritos- marini.unam.mx y editado en portugués por Stédile y Traspadini (2005) [1973].
[19] La categoría fue aprehendida y establecida por Marini (1973) y recibió nuevos influjos con Luce (2018) quien ofreció desarrollos expresivos.
[20] Conf. Antunes, Ricardo, Lucio Agañaraz (Trad.) ¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre la metamorfosis y el rol central del mundo del trabajo. Buenos Aires: Antídoto, 1999; Antunes, Ricardo. (2011). O continente do labor. San Pablo: Boitempo.. Antunes, Ricardo; Braga, Ruy (orgs). (2009). Infoproletários: degradação real do trabalho virtual; San Pablo: Boitempo.
[21] En palabras de Fagundes (2020: 185): “Si la transición del trabajo esclavo al trabajo asalariado contribuyó como una pieza sustancial en las relaciones de trabajo del Brasil plenamente capitalista y, en consecuencia, en un régimen desigual para negros y negras bajo la ya brutal forma de superexplotación, la capilarización de la ideología de la democracia racial dio consistencia desde un barniz liberal a las desigualdades producidas por la opresión racial, siendo así que el Brasil del siglo XXI presenta una completa aglutinación de estos patrones particulares de sociabilidad.”
[22] La expresión es de Roberto Schwarz (2012), en Ao vencedor as batatas.
[23] La ideología “no es ni la ilusión ni la superstición religiosa de individuos mal orientados, sino una forma específica de conciencia social, anclada y sostenida materialmente. Como tal, no puede ser superada en las sociedades de clases. Su persistencia al hecho de que ella está constituida objetivamente (y constantemente reconstituida) como conciencia práctica inevitable de las sociedades de clase, relacionada con la articulación de conjuntos de valores y estrategias rivales que intentan controlar el metabolismo social en todos sus aspectos principales. Los intereses sociales que se desarrollan a lo largo de la historia y se entrelazan conflictivamente se manifiestan, a nivel de la conciencia social, en la gran diversidad de discursos ideológicos relativamente autónomos (pero, por supuesto, de ninguna manera independientes), que ejercen una fuerte influencia sobre los procesos materiales más tangibles del metabolismo social” (Mészáros, 1985: 9. s.).
[24] “El negro vive una ambigüedad que es extraordinariamente neurótica. En el inconscientecolectivo, negro = feo, pecado, tinieblas, inmoral. Dicho de otra forma: negro es quien es inmoral. Si en mi vida me comporto como un hombre moral no soy para nada un negro. De ahí, en Martinica, la costumbre de decir de un mal blanco que tiene un alma de negro. El color no es nada, ni siquiera lo veo, yo solo conozco una cosa, que es la pureza de mi conciencia y la blancura de mi alma.” (Fanon, 2009: 163.s.)
[25] Con la introducción de la maquinaria y la gran industria, el capital transforma al propio trabajador en un comerciante de esclavos: “Antes, el obrero vendía su propia fuerza de trabajo, de la que disponía como persona formalmente libre. Ahora vende a su mujer e hijo” (Marx, 1975: 482).
[26] El debate sobre la crisis del sistema capitalista en las últimas décadas es amplio e implica visiones contrastantes sobre su carácter, implicaciones y consecuencias. Aquí adoptamos la perspectiva de Mészáros (2001) quien considera esta una crisis de naturaleza diferente a las crisis cíclicas de la economía capitalista, ya que activó los límites absolutos del capital.