De la noche a la mañana un golpe militar derrocó al presidente Chávez, un gobernante al que Bussines Week había apodado el “huracán del Caribe”. Y de la noche a la mañana un contragolpe militar con apoyo de masas lo devolvió al gobierno. Parecía una chanza de mal gusto. Todo en cuestión de horas.
El vértigo de los hechos que consumó ambos sucesos llevó a las reacciones y conclusiones más diversas, curiosas y, en algunos casos, desopilantes. Y, como siempre en situaciones parecidas, pueden conducir a derrotas amargas a los trabajadores y el pueblo. En ese sentido es acertado el título-concepto de Le Monde Diplomatique, edición argentina, cuando advierte que Latinoamérica debe revisar las “Lecciones desde Venezuela” (mayo 2002).
Un golpe estupefacto
Tal fue el disparate, que al presidente Hugo Chávez le hizo brotar, de su frondosa prosapia, una expresión lapidaria: “Estoy estupefacto”, dijo. Con ella resumió la azarosa movilidad de los acontecimientos y su propio desconcierto como caudillo. La pronunció por TV, un rato después de que un helicóptero artillado lo devolviera a Miraflores sano y salvo. Lo arrancaron sin previo aviso de su breve cautiverio en la isla La Orchila, sobre el Caribe. Lo llevaron a Caracas, le pusieron la investidura y le dijeron: Usted es de nuevo el presidente.
Una treta de la historia hizo que Chávez terminara su breve exilio en la misma isla donde se alojó Juan Domingo Perón después de que lo derrocaran en 1955.
El caudillo argentino es uno de los principales referentes ideológicos de Chávez, sus discursos fueron cabecera del coronel venezolano en sus dos años y medio de cárcel.
A alguien se le podría ocurrir la similitud de ambos destinos. Pero un detalle los diferencia: lo que para Perón fue un exilio sin vuelta de 18 años, para Chávez resultó una estación de tránsito fugaz entre un golpe y un contragolpe.
Qué pasó en el medio. Cuál fue la mezcla de hechos que hizo fugaz todo: el paso de Chávez por La Orchila y el asiento de Carmona en el Palacio de gobierno.
Pedro El Súbito
Del fenómeno venezolano surgieron chistes y dichos de todo tipo. Desde mayo existe una página web dedicada a recopilar las más mordaces bromas del ingenio popular. Se trata del escarnio contra un golpe que fue brutalmente derrotado. Las masas miserables convierten su sentimiento de clase en chascarrillo.
Uno de los chistes se pregunta cómo hizo un hombre tan bajito para borrar tantos derechos juntos en tan poco tiempo y después decir: “Yo no fui”.
La memoria popular decidió guardar a Don Pedro Carmona, el jefe civil golpista, bajo el mote de “Don Pedro El Súbito”, o “Pedro El Breve”. Avatares de una burguesía en apuros.
Pero Carmona nunca soñó con tan infausto destino político. Él se había ganado un puesto en la historia democrática venezolana. Pero terminó como un golpista despreciado. Por muchos años cumplió un rol destacado entre los empresarios más respetados. Ahora lo evaden. Estuvo ponderado como uno de los ideólogos y fundadores del Pacto Andino, en 1969, y ahora es rechazado por todos los bloques de integración.
Tamaño desastre político para una burguesía tan fuerte como la venezolana no puede pasar sin costo. Tradicionalmente, fue una clase asentada en ricos pozos de petróleo y “equilibrio social”. Está entrelazada orgánicamente con los monopolios imperialistas de la energía, la banca y los servicios. En su seno se formó el tercer grupo económico del continente (los Cisneros) y el cuarto PBI. Ha sido educada en sus universidades, es profundamente dependiente de sus organismos internacionales. Está culturalmente diseñada para ser proyanqui. Nunca en el siglo XX tuvo una posición independiente. Salvo que se quiera tomar por esto la tímida política de recuperación de una parte del ingreso petrolero en los brevísimos 3 años de 1945 a 1948.
El fenómeno chavista rompe esa conducta genuflexa de casi 100 años. Por eso sorprende y mantiene en vilo tanto a la burguesía del país como a la internacional. De allí la sistemática oposición interna y externa. Pero el mismo dato sirve para entender su debilidad política y moral como sector social dominante.
La consolidación de Chávez como caudillo popular es explicable por el quiebre de los partidos y organismos de esa clase. Digamos, surge por default. Es un proceso que se abrió con el Caracazo. Siguió con la rebelión militar de Chávez en 1992 y culminó con la crisis crónica y vaciamiento de los dos grandes partidos burgueses, Acción Democrática (socialdemocracia) y COPEI (socialcristianismo). Desde 1969 hasta 1989 captaron el 83% de los votos. En 1998, juntos no pasaron del 15%. Todo eso como expresiones nacionales de un proceso de transformaciones mundiales simplificadas en lo que se llama “globalización”.
El otro determinante, sin la cual no se comprende el surgimiento del movimiento chavista, es lo que hizo y dejó de hacer la izquierda.
Toda la fuerza de masas ganada desde la Revolución de 1958, la dejó ir (o la arrojó) a los brazos del chavismo en menos de dos años. Después de haber acumulado cuatro partidos con influencia de masas y unos 8 con fuerza de decenas de miles en la vanguardia estudiantil y obrera, terminó diezmada. Una parte se consagró al nacionalismo chavista y terminó sirviendo a su régimen dentro del estado burgués venezolano. Otra se dedicó a combatirlo desde la derecha. Una pequeña franja de cientos logró resistir a duras penas el “huracán” nacionalista de Chávez.
Hugo Chávez es consciente de que esa confluencia de fracasos jugó a su favor. En el libro-entrevista del periodista argentino Luis Bilbao, lo dibuja: “Ahora, qué es lo que somos nosotros. Somos un movimiento revolucionario que ya lleva dos décadas gestándose; producto de la situación mundial, de la situación interna, de las luchas del país, del fracaso del modelo democrático representativo
puntofijista (el pacto antirrevolucionario de 1959). Producto también del fracaso de la extrema izquierda venezolana y de la izquierda en general, que se mineralizó y nunca supo articular una estrategia de poder”.
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El desastre del golpe del 11 de abril deja planteada la incógnita de saber hacia dónde va la burguesía venezolana. Cómo se reorganizará para la revancha. De qué manera armará sus nuevas relaciones con el imperialismo y con las masas. Lo que ha mostrado en los últimos 10 años es que va de descalabro en descalabro.
Golpes del estilo que vimos en Venezuela no fueron la regla en la era de los golpes de Estado que terminó hace unos 20 años. Bolivia dio algunos ejemplos parecidos. Sin embargo, no se encuentran muchos más. Por lo menos en los 334 golpes militares registrados en el hemisferio desde 1930 (Uriburu).
Apenas tres días bastaron para que Venezuela viviera el más fuerte estrujón político desde la insurrección de febrero de 1989. Este fue su primer golpe militar triunfante en 54 años. La rebelión, en sí misma, sirvió para desnudar la labilidad y torpeza de la burguesía venezolana en su conjunto.
Chávez y la democracia
Al imperialismo le salió mal la jugada de echar a Chávez “sin tocar la democracia”. Muy parecida a la de salir de Sadam Hussein, pero sin tocar el Estado que creó y el sistema subregional que integra Irak.
Norteamérica venía preparando un golpe “frío” contra el régimen chavista. La primera prueba fue el intento de derrocar al presidente Rafael Caldera (socialcristiano neoliberal) en noviembre de 1998. Siete días antes de que triunfara Chávez, desde el gobierno del demócrata Clinton, se apostó a una operación delicada: impedir que Chávez alcance el gobierno por vía electoral. El pretexto iba a ser una supuesta enfermedad “terminal” de Caldera. El golpe se “filtró” a la prensa desde la propia embajada venezolana en Washington. Lo derrotó la denuncia periodística y la movilización masiva que seguía al caudillo nacionalista a todos lados. Pero quedó como el primer intento de golpe “frío” en Venezuela.
Gatopardismo modelo 2002
“Golpe frío” fue una definición que comenzó a usarse en la jerga de inteligencia del Pentágono desde finales de la década de los años ochenta. Por primera vez aparece en documentos públicos en 1990, refiriéndose al golpe del general Rodríguez. Con esa acción de enroque en las alturas, interno, dentro del propio régimen, se garantizaría la salida del vetusto dictador Alfredo Ströessner. Pero sin afectar al aparato de Estado, las familias tradicionales de la tierra y el comercio y la relación de dependencia. (Cover Action Latin America, 1990, Washington DC).
La definición trata de indicar una acción destinada a mover una o algunas piezas del Estado nacional, sin que se vea afectado el equilibrio político en su conjunto. Fue parte de las estrategias del imperialismo para completar la transición de las gastadas dictaduras a las democracias tuteladas que tenemos. En segundo lugar, pretendía mantener lo más intacto que fuese posible el sistema regional de estados. Para ello se organizó el llamado Washington Consensus (1991) desde el cual se intentó ordenar los programas de acción. Cada país “democratizado” debía acomodarse, aunque fuera desigualmente, a la apertura de fronteras comerciales, al Estado débil, nuevo plan de pago de la deuda externa, inversiones bancarias off-shore, pertenencia a un bloque subregional de comercio, etcétera.
El problema es que en Venezuela, el golpe “frío” les salió calenturiento.
Un callejón sin salida
Lo del 11 de abril de 2002 fue mucho más que un “error de cálculo”, o un “desmadre de planes”, como inocentemente reproducen comentaristas. En realidad, obró como un resultado necesario, el desemboque inevitable, de una campaña de prensa orquestada dentro y fuera de Venezuela desde 1998.
Cuando Pedro Carmona, Acción Democrática, la dirección de la central obrera (CTV) y los militares golpistas “se pasaron de vivos” y decidieron marchar “hasta tomar Miraflores”, se equivocaron por exceso de entusiasmo.
El “entusiasmo” desmedido surgió de dos factores que se combinaron explosivamente, como si fueran gasolina y fuego: la masiva movilización opositora y la política que tuvo el gobierno chavista.
El pretexto necesario
Por un lado, una multitud de cientos de miles de enervados antichavistas. Marchaban desde el este de la capital con la convicción de que Chávez tenía que irse. Sin embargo, quedó demostrado que la inmensa mayoría de esa gente no marchaba detrás de un golpe militar o cosa parecida. Era, sin duda, la base social de la derecha, para un golpe o para unas elecciones.
El “error de cálculo” comenzó cuando a mitad de camino, la dirección del movimiento cambió el objetivo y el recorrido. Llevó la marcha por las avenidas céntricas para instalarla en las veredas del Palacio de gobierno hasta la renuncia del presidente.
El desvarío golpista de la dirección opositora, por azaroso que pueda parecer, fue parte de la dinámica propia de los hechos. Masas de ciudadanos y trabajadores de “clase media” fueron llevadas a la calle el 11 de abril, en medio de una huelga antigubernamental y una campaña de prensa. Ambas llamaban a derrocar a Chávez. Sólo necesitaban un “pretexto”. Este fue fabricado el 11 de abril a medio día, cuando grupos armados opositores se enfrentaron con los Círculos Bolivarianos y cayeron muertos a ambos lados.
Varios altos oficiales decidieron su apoyo al golpe a partir de esos hechos violentos. Como cada acto político, debió ser justificado ideológicamente: Así nació la leyenda de que el gobierno preparaba una masacre con la aplicación del Plan Ávila, un operativo militar de contención interna.
Sin embargo, la conducta del gobierno y los hechos finales demuestran que tal masacre nunca fue planeada.
Miraflores abre sus puertas
La movilización masiva de la derecha, ya irrefrenable en sí misma, no tuvo nada que la contuviera. Excepto los tiros incontrolados de algunos militantes de los Círculos Bolivarianos, el gobierno decidió lo contrario: desmovilizar y dejar el Palacio de Gobierno sin las masas. Se aisló del pueblo que lo quería defender con las armas en la mano. Los disparos de cuadros del chavismo contra civiles desarmados son comprensibles en esa dinámica de descontrol y temor a la marcha masiva de la derecha.
El gobierno se dividió en dos políticas opuestas el día 11. Un sector, encabezado por el ministro de Educación y el alcalde de Caracas, decidió llamar a la insurrección popular para defender al régimen. Otro, encabezado por Chávez, Rangel y Rodríguez, optó por una retirada “para evitar un baño de sangre” (declaración del ministro de Defensa José Vicente Rangel).
Una versión adelantada de esta conducta se conoció el mismo 11 de abril a la noche. Un relato personal del dirigente sindical Tito Viloria, protagonista del contragolpe, señala: “No había conciencia en la dirección del MVR (Movimiento V República, partido de Chávez) de la magnitud de la situación y aunque nosotros teníamos esa caracterización y se la habíamos transmitido, parece que no se entendió... Es entonces cuando nuestro compañero Juan, junto con un grupo de dirigentes del sector público, hacen contacto con Fredy Bernal, alcalde de Caracas. Éste acepta poner el aparato de la Alcaldía a disposición... A partir de allí la consigna fue: ‘Todos a Caracas a defender Miraflores’... Al llegar a Miraflores había una combinación de ambiente de pelea con fiesta. Aproximadamente 50 mil personas. La mayoría estaba armada con lo que podía, palos, piedras, tubos, cabillas, puñales, machetes, armas de fuego, cortas y largas...”
En el mismo relato, Viloria devela lo siguiente: “Es bueno señalar que los sectores populares acudieron al llamado de defender Miraflores, evitando la llegada de la marcha de la derecha, cuando faltaban casi dos cuadras para alcanzar su objetivo... Al momento de retirarnos a nuestras ciudades, los
contras ya lo habían hecho; nos fuimos con la convicción de que no habían logrado sus objetivos gracias a nuestra acción... Nuestra moral no cabía en el autobús. Lo que no sabíamos era que, en realidad, sí habían logrado sus objetivos...”
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Esa tarde del 11 de abril, después de que los 50 mil defensores del gobierno se retiraron a sus ciudades y barrios, la derecha decidió avanzar militarmente hasta el final. Horas después, pasadas las tres de la madrugada, Chávez era apresado y llevado al Fuerte Tiuna, en calidad de ex presidente.
La conspiración
La campaña para desplazar “democráticamente” a Chávez se llevó pacientemente en coordinación con los organismos del aparato de inteligencia norteamericana. Eso lo denunció ampliamente el Washington Post desde el 14 de abril, veinticuatro horas después de que el golpe fue derrotado.
“El Instituto Internacional Republicano de los Estados Unidos, que se ocupa de las relaciones exteriores de ese partido, mantuvo contacto con los opositores al presidente venezolano Hugo Chávez meses antes del fallido intento golpista del 12 de abril”. ¿Cuándo fueron esos contactos? El diario responde: “El almirante Carlos Molina, actualmente bajo arresto domiciliario, fue conectado en febrero pasado por Michael Ferber y Elizabeth Winger Echeverri, miembros del Instituto citado”.
Esa intervención del gobierno de Bush fue confirmada por el ex embajador venezolano en Washington y Buenos Aires, Ignacio Arcaya, el 13 de abril. Justo el día de la derrota del golpe. Cuando se entrevistó con Otto Reich John Maisto, hombres clave del Departamento de Asuntos Hemisféricos, le dijeron esto: “Washington le da aval al gobierno provisional de Carmona con la premisa de que Chávez ha renunciado”.
Así nomás, sin temor al que dirán de la prensa o la “sociedad civil”. Abierta y directa intervención, sin importar que el apoyado es producto de un golpe militar y el depuesto ganó seis elecciones y plebiscitos en menos de tres años. Como diría Immanuel Wallerstein, “las democracias pasaron a ser un mero pretexto, no un objetivo como a principios del siglo XX” (Después del Liberalismo, 1999).
Sin maquillaje
Como pocas veces en el pasado, la información (más que una presunción) del involucramiento yanqui en el golpe fue una de las protagonistas visibles. Tan evidente fue, que desde las revelaciones del New York Time y el Washington Post –después del golpe, ciertamente– dejó de ser noticia.
Una de las lecciones que arroja la realidad venezolana es que en la nueva realidad mundial el imperialismo se siente más libre, menos condicionado, digamos, por movimientos de masas o estados independientes, para actuar abiertamente. No sólo en conspiraciones militares. Lo hace en cualquier acción donde sienta en riesgo el equilibrio de un país, zona, subregión o región del planeta. Tampoco es cierta la difundida versión de que nació con la campaña “antiterrorista” lanzada el 11 de septiembre de 2001. A lo sumo, este fulminante asalto fue bien aprovechado para acelerarla y hacerla más descarada. Lo grave y novedoso es que la prensa y la política autodenominada “democrática” lo ven como un hecho “natural”, irrelevante.
Ese modo de proceder desembozado es uno de los subproductos del fin de la Guerra Fría y el viejo sistema mundial de estados. Comenzó en Panamá en diciembre de 1989; siguió con la campaña “el socialismo murió”; luego, en 1991, con la Guerra del Desierto contra Irak. Poco después continuó en Haití, Somalia, Croacia, Bosnia, Serbia, en cada acontecimiento importante de la década del noventa.
No fue así siempre. El juez Juan Guzmán, de Santiago de Chile, tuvo que esperar 24 años para poder citar judicialmente a Henry Kisssinger como organizador de los golpes militares de junio y septiembre en Chile.
Paradojas de un golpe anacrónico
Los militares golpistas no salen de su asombro al ver que en cuestión de horas se les dividió la jefatura militar. Lo que parecía un golpe seguro, terminó estrepitosamente.
A los ideólogos “civiles” golpistas no les fue mejor. Desde hace tres años sostienen una campaña sistemática, nacional e internacional, para convencer al mundo de que Chávez es un autócrata y un déspota. Les salió caro. En menos de tres días perdieron por lo menos la mitad de la base social que habían acumulado en la “sociedad civil”. La burocracia sindical codirigió una huelga general “obrera” con la patronal y hoy vive el repudio en centenas de fábricas y oficinas, como nunca antes.
Los empresarios y la Iglesia, que en Venezuela mantenían una buena imagen en los sondeos de opinión, hoy son señalados de golpistas en las calles. Uno de los chistes que corre es que la gente sigue yendo a la iglesia, pero más para vigilar al cura, no a rezarle a Dios.
Los grandes canales de televisión, uno de los juguetes preferidos del venezolano, vivieron conatos de incendio cuando la gente se sintió estafada por su propaganda anti Chávez y descubrió el protagonismo de los medios en el golpe.
Hoy, la paradoja es la siguiente: el presidente que estuvo por el piso en las encuestas del primer trimestre de 2002, remontó casi 15 puntos en la opinión. Pocas veces un golpe imperialista le hizo tanto favor a un “enemigo”.
La última estación de Chávez
Cuatro días antes del golpe, el presidente Hugo Chávez proclamó, en su programa radial Aló Presidente, estar “en muy buen momento de arraigo popular”. Cuatro días después, casi medio millón de ciudadanos cruzaba las avenidas abucheando su nombre. Diecinueve días antes del 11 de abril, el presidente había expresado a la prensa extranjera: “Es cierto, hay malestar en algunos miembros de las FF.AA. , pero son casos excepcionales, no significan nada”.
Sin embargo, las FF.AA. saltaron en pedazos. Un estudio de los investigadores Thays Peñalver y Luis Rivas, determinó que en el transcurso del año 2001 se detectaron “74 pronunciamientos de crisis interna dentro de la institución castrense, mientras que en los tres primeros meses de 2002, hubo 411, en los que ya los últimos referían directamente a un inminente golpe de Estado”.
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Otra que le salió al revés al gobierno fue que no creyó que la gente sería capaz de defenderlo. Y, sin embargo, durante los tres días de crisis lo hizo de una manera masiva y decidida, con una iniciativa revolucionaria imprevista. Tan contundente que abrió una nueva situación política de gran ofensiva de la vanguardia de izquierda y de sectores laborales. Aunque al mismo tiempo creó nuevas ilusiones en las amplias capas de los miserables de los barrios.
El gobierno responde a esa nueva situación con la carta que le impuso la OEA: la concertación nacional con los golpistas. La primera exigencia es que el control de las armas pase a las Fuerzas Armadas. “Hay demasiadas armas sin control entre la población”, advierte César Gaviria, el secretario general de la OEA en Caracas. Más que los Círculos Bolivarianos, el temor es el armamento popular. La segunda exigencia es que se “despolitice completamente” a las Fuerzas Armadas. La tercera, que Venezuela se integre más a la OEA. La cuarta, que negocie con la oposición en mesas de trabajo común, dentro y fuera del parlamento.
El gobierno trata de cumplir hasta donde puede. Por lo menos hasta donde lo dejan la oposición y sus propias contradicciones internas. Pero la política de Estado que decidió el gobierno de Hugo Chávez es la concertación: “Nuestro objetivo más preciado es la más completa reconciliación nacional, sin renunciar a nuestros principios, pero dirigido a la construcción de una sola patria, una donde entremos todos, a pesar de nuestras diferencias” (discurso del 19 de abril, fecha patria venezolana) En España confirmó esa estrategia: “No nos pueden acusar de revanchistas. Estamos trabajando con la OEA y con los sectores inteligentes de la oposición, para recomponer las Fuerzas Armadas y el país” (entrevista con TVE, Madrid, 18 de mayo 2002).
Esa conducta política está generando dos efectos contrapuestos. Por un lado, se aleja cada vez más del pueblo que confía en él. Pero en la misma dinámica le brinda a la oposición las mejores armas para combatirlo: confianza en sí misma.
Se ha abierto una contradicción con lo que el pueblo insurrecto hizo y hace en las calles, en los barrios y en sus centros de estudio y trabajo. El gobierno tiende a apoyarse más en la OEA y el acuerdo con la burguesía que en la gente trabajadora y miserable que lo apoya masivamente.
Una de las lecciones que dejó el siglo XX es que los movimientos nacionalistas viven con un dilema permanente: traspasar los límites de su propio programa y relaciones de clase, o retroceder. Esta contradicción se pone al rojo vivo cuando un movimiento gobierna un Estado. Allí se ve sometido a otras pruebas mayores. Las del imperialismo, por un lado, y las de su propio pueblo que esperar recibir los beneficios después de la lucha. Chávez, su gobierno y movimiento, está en este momento ante ese dilema histórico. Se le acabó su “cuarto de hora”. No puede seguir jugando a la seducción comunicacional.
Entonces, la paradoja se convierte en peligro: Los
triunfadores pueden trocar en
derrotados. Tiene razón Luis Bilbao cuando advierte en la Introducción a su libro: “Los pueblos latinoamericanos tienen una dura experiencia de engaños, desvíos y fracasos. La menor ligereza o condescendencia en la interpretación de un fenómeno como éste, no importa desde qué punto del arco ideológico se actúe, puede contribuir a un desenlace trágico”.
[iv]
Las trampas de la fe
Aprovechando las contradicciones y las paradojas del chavismo, los derrotados del golpe están actuando como si fueran los triunfadores. Mantienen una furibunda campaña para echar a Chávez del gobierno. Repuestos de la derrota, se dedicaron a recoger masivamente firmas para imponer un referéndum revocatorio del poder presidencial. Hacen una campaña sistemática por los medios y desde la Asamblea Nacional, acusando a Chávez de ordenar los asesinatos del 11 y 12 de abril. Lo demandan penalmente por acciones “criminales” y hasta le endilgan “graves desquicios psiquiátricos”, como reza una de las causas.
Dentro de las FF.AA. continúan reuniéndose a trastienda con oficiales. El jueves 14 de mayo un general de la provincia de Valencia se rebeló. Se negó a entregar el mando a su sucesor en línea. El gobernador de la ciudad envió unos 300 activistas para apoyarlo desde fuera de los cuarteles. En pocas horas, miles de ciudadanos de los barrios, organizados por los sindicatos, los echaron y rodearon el cuartel. El general tuvo que irse a su casa.
El proceso político venezolano revela que hay demasiadas trampas en la fe de cada fuerza social protagonista. Los derrotados no se sienten derrotados. El gobierno de Chávez no se siente triunfador. Lo seduce más la concertación con los golpistas que la relación con su base social. Y las masas, actuando a contragolpe, más que por conciencia y cultura política, cifran su fe en el presidente, aunque éste no quiera apoyarse en ellas. Y lo más grave: la gente está depositando su fuerza revolucionaria en las puertas de los cuarteles.
Así, dela noche a la mañana, lo que podría llamarse el proceso revolucionario venezolano ha quedado sin salida propia, independiente. Por lo menos, con fuerza de masas.
Seis claves de la insurrección venezolana
La prensa venezolana y las cadenas internacionales de noticias lograron impedir que el mundo se informara de la insurrección que derrotó al golpe de Estado.
Desde las mismas horas en que comenzó, sectores de masas salieron por su cuenta a enfrentarlo. Eso creció hasta convertirse en insurrección popular. El armamento no tuvo centralización ni formas organizativas.
Por suerte, esa memoria fue relatada por participantes, algunos de los cuales encabezaron la insurrección, organizaron vecinos, hicieron listas de armas, planificaron la marcha sobre Caracas, el asalto a televisoras, etcétera.
La comunicación más efectiva entre la vanguardia se realizó a través del correo electrónico y los celulares. El consumo de celulares en Venezuela es el segundo por habitantes en Latinoamérica, según estudio de World Media, Suiza, julio 2001. Toda la inteligencia del golpe fue burlada con esa tecnología. Dentro del país, el activismo la usó masivamente para enterarse de las tareas que seguían a la hora siguiente. Igualmente fue la herramienta más utilizada para informar al exterior lo que estaba pasando. Un uso parecido tuvieron las radioemisoras, sobre todo las llamadas “alternativas”, unas 20 manejadas por la izquierda y el clasismo sindical.
Un editorial de una locutora de radio de Caracas fue copiada en la Argentina. Usando el programa informático mp3.com, especial para la conexión con radioemisoras, pudimos obtener este informe: “Queridos amigos: Gracias por la solidaridad. Desgraciadamente lo que tanto temíamos ha sucedido y de nuevo Venezuela queda en manos de la derecha, amaneciendo hoy como presidente de transición nada menos que el presidente de la cámara de empresarios (...) Yo hoy no sé ni qué decir (...) Ahora sí quedamos inermes, a merced de una sola voz y de una sola imagen a través de la cual ya han comenzado a legitimar lo que acaban de hacer (...) A esta hora, 9.41 de la mañana, se están produciendo algunas manifestaciones en apoyo a Chávez, pero la TV ni las muestra”.
Publicamos los dos relatos personales más vívidos e ilustrativos de los hechos. Otros han comenzado a aparecer en la página web que funciona desde mediados de mayo, a cargo de la Asamblea Popular Revolucionaria Bolivariana de Caracas.
Lo primero que surge de esas crónicas es que la insurrección no fue convocada por el gobierno de Chávez. El respaldo de la Alcaldía de Caracas fue provocado por la urgente presión de las bases chavistas.
Segundo, la resistencia surgió de los sectores miserables de los cerros caraqueños y de los barrios pobres de las ciudades de Maracay y secundariamente de Valencia. Dentro de ella, las amas de casa. Viejas gordas y semi anafalbetas comenzaron las acciones cuando la mañana del jueves 11 de abril “bajaron” a rodear el Fuerte Tiuna, donde tenían preso a Chávez antes de trasladarlo a la isla La Orchila.
Tercero, la resistencia fue promovida y parcialmente organizada por la pequeña izquierda marxista del movimiento universitario y sindical, junto con la base chavista de los barrios.
Cuarto, hubo elementos de armamento popular independiente en los barrios. Quinto, la presión popular hizo vacilar a las Fuerzas Armadas y a la dirección “civil” del golpe. Fue este retroceso el que obligó a Washington y a muchos embajadores en la OEA a levantar la Carta Democrática, condenar a Carmona y defender a Chávez.
Sexto, la insurrección logró movilizar una cantidad de personas cinco veces mayor a los 300 mil de la marcha opositora de Caracas. Esta masiva fuerza revolucionaria y la súbita suspensión de toda la democracia, impuesta por Pedro Carmona, impactó sobre la “clase media” antichavista y la dividió.
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Crónicas de la insurrección que derrotó al golpe
Relato enviado por e-mail al exterior, escrito por Emilio Bastidas, militante de la izquierda.
Maracay, 16 de abril de 2002
El comienzo de la insurrección
Desde la noche del jueves,cuando se supo que la guarnición militar de los paracaidistas estaba en rebeldía contra la junta de gobierno, comenzaron a aglutinarse personas en las afueras del cuartel. La guarnición se llama La Placera, está ubicada al este de la ciudad de Maracay.
A la mañana siguiente, el movimiento continuaba. Algunos vehículos salían hacia los sectores populares arengando la liberación inmediata de Chávez e invitando a concentrarse en La Placera, no teniendo mucha acogida al comienzo.
De pronto, a medida que la población sintió que se trataba de un gobierno de facto y que la democracia estaba en peligro comenzó a juntarse y a marchar. Después de las 10 AM, al río humano desde los barrios no lo paraba nadie, los autobuses de la Universidad, que al inicio venían hasta a la mitad, comenzaron a traer gente hasta en el techo.
Los reservistas se alistaban, solicitaban armas para avanzar hacia Caracas, las mujeres pedían su incorporación señalando que podían aprender a disparar rápido, todos defenderían la democracia y su expresión era la libertad de Chávez. Se repartía el agua y los alimentos, se intercambiaban abrazos de alegría y se sufría dependiendo de las noticias,las parejas se habían despedido de sus hijos y habían nombrado a nuevos cabezas de casa. El combate que se avizoraba era hasta la muerte.
Las tarimas fueron creciendo en la misma medida que la concentración. Al principio era una camioneta vieja y unos megáfonos, después una más grande con mejores cornetas. Al final llegó una tarima que fue armada debajo de un árbol que impedía el movimiento de las personas encima y ante esta situación la multitud la levantó en peso y la trasladó.
Oficiales y soldados
En el cuartel, los oficiales y los soldados paracaidistas se animaban y se radicalizaban en la medida que se incorporaba la población alrededor del cuartel. “Libertad para Chávez hoy” “Viva Chávez” “Paracaidistas, paracaidistas” eran las consignas del momento. Desde el interior, informaban de las guarniciones que se iban sumando a la lucha y de los que estaban neutralizados.
Afuera, se confirmaba por vía telefónica de los avances populares: cerrada la autopista regional del centro en diversos sectores por los habitantes de distintos pueblos; en Caracas avanza la movilización de millares por la Avenida Sucre sobre Miraflores y columnas de manifestantes avanzan sobre el Fuerte Tiuna; concentración masiva en Maracaibo frente al periódico Panorama.
A la 2 PM del día viernes ya estaba confirmada la toma de Miraflores por la manifestación, también se constataba que una gran concentración rodeaba el Fuerte Tiuna. Para regocijo de todos: Maracay se había convertido en el epicentro de la resistencia a la Junta Provisional.
Las masas y los militares
La multitud que se reunió en torno al Fuerte Tiuna en Caracas y la guarnición de La Placera, en Maracay, desafiaban la posible acción represiva con armamento de guerra, pero la movilización fue muy grande, paralizando a los militares golpistas que tuvieron que retroceder.
Los militares de la guardia de honor de Miraflores se declararon con Chávez, y junto con las masasque ya habían arropado a la casa de gobierno tomaron el control. A las4.30 PM el general golpista señala que la nueva junta ha cometido errores y condiciona el apoyo. Veinte minutos después, el gobierno provisional en franco retroceso anuncia la rectificación de su decreto de disolución de los demás poderes públicos y dice que Chávez se va del país.Fue el último respiro de Carmona en el poder. El alto mando militar, que se había reunido en torno al comandante general del ejército Efraín Vásquez Velasco, se había fracturado, los oficiales subalternos se quedaron sin mando y el país quedó sin gobierno.
Los medios de comunicación nacional no trasmitían nada, todo se lograba a través de los celulares. Se creó una red de comunicación de alcance nacional entre parientes, amigos y conocidos que intercambiaban informaciones desde lascercanías o desde el mismo lugar de las movilizaciones y concentraciones.
Desde las casas, los familiares o vecinos que se habían quedado llamaban mostrando solidaridad, pescaban las pocas noticias de los medios internacionales y eran trasmitidas inmediatamente a la concentración.
Se organizó un piquete para tomar la planta televisiva regional que estaba cerca; sin embargo, los trabajadores de la emisora decidieron colaborar y enviaron reporteros y camarógrafos al lugar. También hubo tiempo para los chistes, y ante el rumor de la muerte del ministro de Educación, corría la respuesta: “igual que en las películas, el más negro del gobierno cayó primero”.
Viernes 6 de la tarde
A las seis de la tarde, la concentración alrededor de los paracaidistas era multitudinaria y se nos informaba que en el Palacio del Gobierno nacional era igual. Para ese momento, se habían restituido la Asamblea Nacional y demás poderes públicos, los ministros de Chávez estaban regresando a Miraflores y se esperaba el nombramiento del vicepresidente como presidente. Hasta aquí, se había logrado el triunfo sobre los que intentaron instaurar una dictadura disfrazada de civilista. Así lo percibíamos y comenzó una gran celebración de los que rodeábamos la guarnición de paracaidistas; en todos los barrios populares y en las calles se festejaba el triunfo, lo que faltaba era la aparición del presidente constitucional.
La vuelta de Chávez
Después de este momento, lo único que quería la gente era ver a Chávez. Las noticias que daban los oficiales por momentos se tornaban angustiosas ante la posibilidad de que estuviera muerto. Tres helicópteros llegaron a la base, la multitud aplaudía y gritaba, se pensó que regresaba Chávez. Con pesadumbre, informaron que se estaban preparando para el rescate, ya que el presidente seguía detenido en La Orchila y así despegaron de nuevo.
Después de algunas horas regresaron; esta vez sí se trataba de Chávez, lo habían traído al hospital militar que está detrás de la guarnición para un chequeo médico, pues tenía costillas rotas, pero estaba fuera de peligro. Este fue el parte que dieron los oficiales, no explicando cómo fue el rescate. Esto ocurrió aproximadamente a las 2 AM y enseguida la multitud, que aún permanecía intacta, comenzó a corear: “volvió, volvió, volvió...”
Todos esperaban ver al presidente, aunque fuera en camilla. Sin embargo, no fue así, un último mensaje del general de la guarnición, quien había ganado reconocimiento de la población, habló para agradecer todo el apoyo que le habíamos brindado, lo cual lo describió como un gran abrazo que le daban los civiles a los soldados. Conminó a las personas a irse a sus casas ya que el presidente debía guardar reposo y tenía que viajar a Caracas. Un poco desilusionados por no haber visto al presidente, nos retiramos a nuestros hogares para verlo a través de la televisión.
Fue así como Maracay contribuyó con la movilización revolucionaria de las masas que logró destruir las pretensiones de sectores empresariales, de la alta oficialidad, sectores políticos, quienes junto a los medios de comunicación intentaron acabar con las conquistas democráticas del pueblo venezolano.
Relato de S. Pérez Borges, dirigente sindical clasista
Valencia, sábado 13 de abril de 2002.
Los hechos desde el sábado 13. En el transcurso de la redacción del e-mail recibí varias llamadas por el celular de distintas partes del país. De allí salí a buscar a los compañeros para reproducir los volantes que llamaron a la rebelión contra el gobierno de facto y a la concentración espontánea que se estaba dando frente al Fuerte Militar de Valencia.Este es el tercero de importancia del país.
Allíestuvimos como ya les dije, hasta la mañana del domingo. En varias oportunidades, ya en altas horas de la noche del sábado-domingo fuimos, a declarar a la radio, ya que éstas no daban informaciones de lo que pasaba en Valencia ni en el resto del país. En los hechos lo hacíamos a la fuerza para poder declarar.
Fueron dos extraordinarias concentraciones que se dieron en los dos extremos del fuerte militar. En la medida que transcurría el día y la noche éstas fueron haciéndose multitudinarias, realizándose otra en la parte sur de la ciudad.
En medio de la tensión de no saber realmente qué sucedía en Caracas y en los otros estados, y a la espera de las deliberaciones que hacían las tropas del fuerte para pronunciarse, estas concentraciones se fueron convirtiendo en una gran fiesta. Terminamos siendo nosotros los que garantizamos los volantes, el sonido y los que designábamos a los que salían a declarar.
Las mejores movilizaciones del 13, tendríamos que decir, se dieron enMaracay.
Allí está la segunda mayor concentración militar del país. En una de estas bases, en la brigada de Paracaidistas, un general y toda la tropa se rebelaron desde la noche del viernes 12. Éstos llamaron al pueblo a que se apostara alrededor de donde están ubicados, proclamando que si el gobierno de facto no dimitía al final del día, ellosentregarían armas a la población y procederían a bombardear el Palacio de Miraflores y las bases enemigascon los F-16 en su poder.
Hicieron un llamado a los ex reservistas para que se prepararan y anotaran en las listas para proceder a la entrega de armas. Pasaron de 6 mil los alistados. Al final no se entregaron las armas, ya que desde el mediodía los golpistas empezaron a negociar.
Hechos como los de Maracay, Valencia y Caracas, tal vez en menor medida, se dieron en todas las ciudades del país. A la noche el ruido era ensordecedor por los sonidos de cornetas de los autos en caravana. Se paseaban por todas partes, exigiendo la restitución de la democracia y la aparición de Chávez. Nunca antes, ni cuando ganó las elecciones, se había observado algo así.
En Caracas se alzó también la población que vive en los ranchos, desde el viernes a la noche. Después se convirtió en saqueos; el sábado y el domingo se hicieron masivos, sobre todo en el oeste de la capital.
Empezó con un cacerolazoal terminar la alocución de juramentación del presidente golpista, cuando anunció la deposición de la Asamblea Nacional y los otros poderes públicos. Más aún, cuando escucharon que cesaban los decretos donde los pobres habían conseguido de Chávez algunas reivindicaciones mínimas. Por ejemplo, el que concedía el título de propiedad de la tierra.
Es unánime escuchar en todo los sectores sociales que el gobierno golpista exageró las medidas. Que no cuantificó el respaldo que todavía conservaba Chávez entre la población y los militares. Reconocidos personajes que se oponen a Chávez y habían participado en las marchas contra él, inmediatamente se pronunciaron contra las medidas del gobierno empresarial.
Buenos Aires/abril 2002.
[i] Chávez y la Revolución Bolivariana. Conversaciones con Luis Bilbao, página 18. Ediciones de Capital Intelectual SA, de
Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, enero de 2002.
[ii] Relato de Tito Viloria. Correo electrónico fechado el 11 de abril a horas de la noche. Maracay, Venezuela, 2002.
[iii] Los Anuncios de golpe ya estaban. Francisco Olivares,
diario El Universal, 17 de abril de 2002, Caracas.