23/11/2024
Por Landau Saul , Farber Samuel ,
Saul Landau:
Estoy de acuerdo con Farber en que la izquierda debería dejar de engañarse y hacerse ilusiones sobre la naturaleza del régimen cubano. Cuba no sirve como modelo para otros países del Tercer Mundo. Pero tampoco lo son China ni Vietnam, a menos que el capitalismo salvaje aplicado por partidos comunistas sea de alguna manera preferible al sistema de socialismo de Estado existente en Cuba. Farber no ofrece otros modelos como alternativa, porque éstos no existen.
Me siento frustrado cuando leo ensayos de los que hacen uso de la cubanología -ese deporte especulativo- como si fuera una bola de cristal que mostrara claramente el camino correcto para el mejor futuro para Cuba. En este deporte, a las personas como el vicepresidente Machado Ventura se les cuelga la etiqueta de "partidarios de la línea dura", significando con ello que "se ha dedicado a preservar la pureza ideológica". Yo veo a Machado Ventura como un pragmático, que seguramente se reiría si oyera que alguien le llama un purista ideológico. Otros, como el vicepresidente Carlos Lage, tienen reputación de "moderado". Si Fidel o Raúl hubieran empleado estas etiquetas, las aceptaría. Pero de aquellos que nunca se han reunido o entrevistado con estos dirigentes cubanos, descripciones como éstas parecen casi una broma, o un chisme, del tipo que el antiguo analista de la CIA, Brian Latell, ofrecía a sus clientes. Latell, que durante décadas fue el hombre de la CIA para los asuntos cubanos, nunca visitó la isla ni se reunió con sus dirigentes.
Me he reunido con algunos de estos dirigentes desde hace décadas, y aún no tengo idea de lo que significa ser partidario de la "línea dura" o de la "moderada" en términos prácticos en 2008. Ni puedo distinguir el significado de pureza ideológica en una isla cuya economía y estructura social se han deteriorado desde hace diecisiete años. De manera similar, la etiqueta de "talibanes", que Farber pone a algunos de los dirigentes más jóvenes, no contribuye a entender la naturaleza del actual debate.
La historia cubana, según una carta de Celia Sánchez enviada a su padre y fechada en 1957, necesitaba de un caudillo para liberar la isla. "Fidel -escribió- es nuestro caudillo." Los cubanos, como la mayoría de los pueblos, no pueden borrar su historia: los siglos de dominio formal español y los sesenta años de dominación informal estadounidense, la herencia de la burocracia, la jerarquía, el racismo y la corrupción. La revolución ha enseñado a los cubanos el igualitarismo, la conciencia social y lo mejor de los valores socialistas. Una vez terminada la escuela, sin embargo, los cubanos encontraron que esos valores eran difíciles de realizar en una economía de escasez -una descripción que sirve de igual modo para la mayoría de países del tercer mundo-.
Si uno mide su éxito comparando las metas que se planteó con los logros conseguidos, la revolución cubana, que empezó en la década de los sesenta del siglo pasado, salió airosa en la creación de soberanía, independencia, y una sanidad y educación populares.
Llevó a Cuba y a los cubanos de ser una desventurada experiencia colonial a convertirse en actores protagonistas en el teatro mundial. Incontables pobres de muchos países deben su vista y otras mejoras de la salud a los médicos cubanos. Qué irónico resulta que los habaneros se quejen de la escasez de médicos porque muchos de ellos han viajado al extranjero para ayudar a otras personas. Incluso con la "escasez" de médicos, la proporción entre médicos y pacientes de Cuba es próxima a la de Beverly Hills.
Los pintores cubanos exponen en París, Nueva Delhi y Nueva York. Sus atletas ganan un número desproporcionado -para al tamaño de su población- de medallas olímpicas. Pero no practican una democracia de corte trotskista, y nunca lo harán.
Me pregunto: ¿Qué habría hecho yo de haber sido un miembro de la elite gubernamental cubana y haberme tenido que enfrentar a cinco décadas de amenaza real estadounidense, mientras se intentaba construir un modelo de sociedad basado en la igualdad y la justicia?
Democracia y fuerza militar, transparencia y policía estatal no casan bien. Los dirigentes cubanos optaron por proteger la revolución, y esa decisión definió las líneas básicas del socialismo cubano. El socialismo cubano se convirtió en un sistema basado en las órdenes desde arriba, la participación desde abajo, y muy pocas opciones. Este sistema funcionaba con el modelo soviético y con ciertos aspectos de la historia y cultura cubanas.
El desplome del sistema soviético forzó al Estado cubano a romper su contrato social con el pueblo. Sus dirigentes optaron por el control político, evitando modelos económicos que condujeran a tener que enfrentarse a una "transición". La desigualdad social surgió más dramáticamente que nunca, a causa de la desesperación económica de Cuba. Pero Washington no tuvo éxito castigando al hijo pródigo. Cuba sobrevivió, pero no como un orden social viable. Puedo decir, de mis propias conversaciones con algunos de los dirigentes cubanos, que hay un vivo debate sobre la dirección y qué modelos, o parte de esos modelos, seguir.
China y Vietnam han convertido décadas de lucha y derramamiento de sangre en un capitalismo floreciente adornado con lazos rojos. Todos los dirigentes cubanos ven claramente las dificultades de tomar semejantes vías. Y no ven la suficiente riqueza acumulada en su isla como para empezar a forjar un modelo democrático y social al estilo europeo. En los últimos meses, formal e informalmente los cubanos han estado debatiendo todos estos temas. Mientras los medios de comunicación estadounidenses escribían sobre la moda pasajera del teléfono móvil y la disponibilidad de electrodomésticos, pocos periodistas han puesto de relieve los hechos clave. Los dirigentes cubanos continúan invirtiendo en infraestructura, restaurando, por ejemplo, su gravemente dañada capacidad para generar energía eléctrica. Han comprado miles de nuevos autobuses. Y para contrarrestar el fracaso de la agricultura cubana, el gobierno ha importado el 84% de la comida de la isla.
Mientras construían un nuevo modelo social, con el acoso constante de los Estados Unidos -incluso cuando se inflaba la posibilidad de una "amenaza de invasión"-, los dirigentes cubanos cometieron errores. Dos millones de personas viven en La Habana, por ejemplo. La mayoría no produce otra cosa que servicios para los turistas -lo que les permite acceder a moneda extranjera-, pero todos consumen, aunque no, desde luego, como quisieran. Camine por las calles de La Habana durante la jornada laboral y verá a cientos de personas paseándose y tomando el sol. El desempleo oficial (2%) es una broma. Los cubanos están horriblemente subempleados, siendo ésta una de las principales fallas del sistema económico, especialmente en las zonas urbanas. ¿Por qué ocurrió esto después de que Fidel privara literalmente de inversiones a La Habana durante los diez primeros años de la revolución? Cuando la gente alcanza un nivel educativo, ya no quiere trabajar en el campo.
¿Cómo puede actuar o presionar un no-cubano hacia el cambio, en una situación en la que el socialismo en una isla -aunque sea un socialismo de Estado- está amenazado por las poderosas fuerzas estadounidenses? Trabajando para conseguir que el embargo estadounidense sea retirado, dice Farber. Estoy de acuerdo. Pero una solución como ésa dejaría a Cuba desnuda. Intente calcular el impacto de un millón de "turistas" norteamericanos con las carteras repletas de dinero, calculando para invertir en cualquier cosa que parezca lucrativa o sexy. Todo ese dinero circulando sin el control de las autoridades estatales transformaría rápidamente la isla en... bueno, ya lo veríamos.
Samuel Farber:
"Los obreros del mundo han esperado demasiado tiempo a algún Moisés que los lidere en su huída de la esclavitud. Si pudiera lideraros en esa tarea, no lo haría; pues quien os liderara en vuestra salida de la esclavitud, también podría lideraros en el retorno a la misma, en virtud de su liderazgo. Con ello quisiera que os dierais cuenta de que no hay nada que no podáis hacer por vosotros mismos" (Eugene Victor Debs, 1905).
Estoy de acuerdo con Saul Landau en que el mantenimiento de los valores y las prácticas de solidaridad e igualdad son de una importancia fundamental para cualquier sociedad socialista merecedora de ese nombre. Pero el mantenimiento de los valores y prácticas de democracia y libertades civiles no son menos importantes en una sociedad socialista. Landau parece minimizar la importancia de éstos, y los menciona como si fueran una característica "suplementaria" en vez de una de las piedras angulares del socialismo. El Estado de partido único que existe en Cuba es, por su propia naturaleza, antitético a una democracia socialista. Su Constitución consagra el monopolio político del Partido Comunista Cubano y criminaliza al resto de partidos competidores. La Constitución también consagra el monopolio del partido dominante sobre las organizaciones de masas en Cuba, como los sindicatos y las organizaciones femeninas, las cuales pasan a funcionar como correas de transmisión ideológicas. Decreta ilegal a toda organización independiente, ya se trate de sindicatos, de grupos de mujeres, de organizaciones homosexuales, de negros y de otros grupos.
Landau puede citar el eslogan de Fidel Castro: "Todo dentro de la revolución; nada fuera de la revolución", pero en el contexto del sistema político cubano, este eslogan resulta falso y engañoso, pues depende de la cúpula dirigente decidir qué y quién merece estar "dentro de la revolución". Conviene señalar que cuando se acuñó originalmente esta consigna, en 1961, fue acompañada de medidas represivas no únicamente contra los contrarrevolucionarios, sino contra otros izquierdistas. Fue entonces cuando se empleó esta nueva política cultural para cerrar Lunes de Revolución, el suplemento político y literario del periódico gubernamental Revolución, que publicaba a una amplia variedad de autores independientes de la izquierda no comunista de todo el mundo. El documental PM, que mostraba el placer apolítico de la vida nocturna de los pobres de La Habana, dirigido por Saba Cabrera Infante, el hermano de Guillermo, el editor de Lunes, también fue censurado.
El verdadero daño económico infligido por el bloqueo imperialista estadounidense ha oscurecido las demás fuentes de problemas económicos en Cuba: la ineficacia y el derroche inherentes a una administración burocrática de la economía. La vieja máxima atribuida a los trabajadores soviéticos y de Europa del Este de que "ellos pretenden pagarnos y nosotros pretendemos trabajar" puede aplicarse enteramente a Cuba. Existe una visible falta de atención, cuidado y mantenimiento en todos y cada uno de los sectores de la propiedad pública. Aunque las dificultades económicas y el bloqueo estadounidense puedan explicar la falta de materiales de construcción para llevar a cabo ciertos trabajos de mantenimiento, no explica la ausencia de sencillas actividades de trabajo intensivo para los cuales no se requieren componentes o capitales significativos, como limpiar, barrer y, en definitiva, mantener un cuidado básico en las instalaciones. El problema fundamental en Cuba es la falta de iniciativa, motivación y disciplina gerencial y laboral. Desde hace siglos el capitalismo ha desarrollado sus propios métodos para hacer trabajar a los obreros con una cierta competencia, empleando alternativamente el palo (produce o te despedimos) y la zanahoria (la promesa, si no el hecho, de salarios más altos y promociones).
Ni el sistema cubano ni otros sistemas basados en el modelo soviético han sido capaces de desarrollar un sistema de motivación paralelo a éstos, que al menos pudiera igualar la efectividad de los métodos capitalistas. En este sistema tan (si no más) burocrático y jerárquico que el capitalista, los trabajadores no comprenden -desde luego no mejor que bajo el capitalismo- cuál es el sentido de la producción. Uno de los "palos" de los que disponía la agencia de trabajo gubernamental fue eliminado por la política de seguridad total en el trabajo (excepto para aquellos que tengan problemas políticos con las autoridades). La falta constante de bienes de consumo inherente al sistema, característica de lo que el economista húngaro Janos Kornai denominó "economías de escasez", se ha encargado de eliminar una buena parte de las "zanahorias".
Desde los primeros años de la revolución, el régimen cubano ha oscilado entre los así llamados incentivos "morales" y los "materiales", tratando de solucionar la falta de motivación entre los trabajadores y campesinos cubanos. Pero nunca consideró los "incentivos políticos" de una apertura económica y política que permitiera a la sociedad un control democrático, incluyendo el control del lugar de trabajo y de los trabajadores. Nunca consideró la posibilidad de que participando y controlando sus propias vidas productivas la gente empezaría a interesarse y responsabilizarse de lo que hacen en el día a día; que sólo entonces la gente comenzaría a tomarse en serio lo que hace. La democracia de los trabajadores no es sólo un bien en sí misma -la gente controla sus propias vidas- sino que también puede ser una verdadera fuerza productiva económica.
En vez de eso, la burocracia de la isla, desde su formación en la década de los sesenta, ha conducido inevitablemente a la desinformación sistemática, como ocurre con las estadísticas infladas de producción, porque nadie quiere responsabilizarse de los fracasos por no alcanzar los objetivos de producción. Todo ello conduce a una pobre planificación basada en datos imaginarios. La falta de una prensa y unos medios de comunicación de masas verdaderamente independientes ha facilitado los encubrimientos, la corrupción y la ineficacia. Estos problemas, comunes a todos los sistemas burocráticos de corte soviético, fueron exacerbados en Cuba debido a las intervenciones arbitrarias del comandante en jefe en materia económica.
Aunque Fidel Castro es indudablemente un hombre con talento y muy inteligente, no es un experto en todo lo que existe bajo el sol. El balance general de sus intervenciones personales en materia económica ha sido más bien negativo, como atestiguan su desastrosa campaña económica para una cosecha de 10 millones de toneladas de azúcar en 1970; el predecible fracaso de las vacas híbridas F1 (un nuevo tipo de ganado) llevada a cabo en contra de la opinión de los expertos ingleses que hizo traer a la isla; el gigantismo económico de proyectos como éstos y como el derroche innecesario que supone construir una carretera de ocho carriles que atraviesa buena parte de Cuba; y, más recientemente, en las improvisaciones y trastornos económicos que fueron parte de su "batalla de ideas". La fuerte tendencia de Fidel Castro a la gestión del mínimo detalle también ha silenciado y paralizado las iniciativas de la gente responsable y capaz, demasiado temerosas de contradecirle. En general, Castro creó un caos económico perfectamente evitable. Este tipo de caos no tiene que confundirse con el caos creativo que puede resultar de una participación entusiasta de las masas, en tal caso más que compensado por el involucramiento y excitación de la gente en lo que hacen. Un derroche que se podría haber evitado es, en el caso cubano, un crimen contra el tiempo, el esfuerzo y el sacrificio del pueblo trabajador.
Citando a Eduardo Galeano, Landau apunta que el desarrollo de la democracia en Cuba ha sido bloqueado por las acciones del imperialismo estadounidense contra la isla. No cabe duda de que la agresión estadounidense fue y está siendo decisiva en la creación de un clima de asedio en la isla que facilita el crecimiento de prácticas e ideas antidemocráticas. Sin embargo, esta perspectiva priva, sin darse cuenta de ello, a los líderes revolucionarios cubanos, como los hermanos Castro y el Che Guevara, de cualquier iniciativa y responsabilidad ideológica y política. Como he mostrado en mi libro The Origins of the Cuban Revolution Reconsidered (University of North Carolina Press, 2006) [Una revisión de los orígenes de la revolución cubana]), antes de la victoria de la revolución todos estos dirigentes tenían tendencias políticas e ideológicas claras, si no ideas ya completamente definidas, sobre lo que harían una vez que alcanzaran el poder. Estas tendencias eran, desde todo punto de vista, incompatibles con una perspectiva del socialismo que situara las ideas y prácticas de una democracia obrera y campesina y de autogestión como prioridad absoluta.
La estructura política existente está basada en el apoyo popular, aunque éste ha declinado enormemente desde los primeros noventa. Pero la estructura depende tanto de la manipulación de ese apoyo, como de la censura y de la represión. Hoy hay entre doscientos y trescientos presos políticos en Cuba, la gran mayoría de los cuales han sido encarcelados por actividades políticas de una naturaleza enteramente pacífica. Recientemente, el 21 de abril, diez mujeres pertenecientes a la organización "Mujeres de blanco" fueron arrestadas con dureza cuando se manifestaban pacíficamente en apoyo a sus familiares encarcelados. El gobierno afirma que esas mujeres, y el resto de disidentes, están influenciados y financiados por el imperialismo estadounidense. Incluso si así fuera, la naturaleza pacífica de las actividades de estos disidentes las convierte en materia política, no policial. Debería debatirse abiertamente con la oposición frente al pueblo cubano, quien debería ser el juez último en estas cuestiones.
Saul Landau dice que cuando los artistas e intelectuales cubanos declararon que no tolerarían más la censura, la cúpula dirigente se mostró de acuerdo con ellos. Pero nada se ha hecho para alterar las prácticas institucionales que la censura cubana mantiene, particularmente en los órganos de los medios de comunicación de masas bajo el control del ICRT (Instituto Cubano para la Radio y la Televisión). La prensa, radio y televisión oficiales cubanas, por ejemplo, han guardado silencio sobre las importantes protestas en la Universidad de Oriente que tuvieron lugar en septiembre de 2007, así como sobre sus consecuencias. Esta decisión es coherente con la larga historia de censura de los medios de comunicación de masas, incluyendo el retraso de varios días de la emisión de las noticias más relevantes (como la invasión soviética de Afganistán, en 1979), la prohibición durante décadas de la música de Celia Cruz en las emisoras radiofónicas cubanas y la extraordinariamente limitada y distorsionada cobertura de la protesta de los intelectuales a principios de 2007.
Algunas veces la censura ha sido realmente burda. Un buen ejemplo de ello fue la omisión deliberada de la traducción al castellano de la crítica que Noam Chomsky hizo de la situación de los derechos humanos en Cuba, durante una aparición en la televisión cubana en una visita que hizo a la isla hace unos años. Otro ejemplo es la cobertura de la reciente visita de Javier Bardem al país que hizo el periódico Juventud Rebelde, en la que se daba una detallada biografía del actor español, omitiendo su primera nominación al Oscar por la interpretación del escritor disidente cubano Reinaldo Arenas en Antes que anochezca, de Julian Schnabel. La censura refleja la falta de confianza del Estado en lo que el pueblo puede pensar y hacer cuando tiene acceso a información sin filtros y controles.
La misma falta de verdad existe en el tratamiento que hace el régimen de los derechos democráticos. Aunque es cierto, como Landau indica, que Cuba ha firmado recientemente los acuerdos de las Naciones Unidas de los derechos humanos y laborales, no existe ningún hecho que sugiera que el gobierno cubano va a modificar la constitución y las leyes del país para adecuarlas a estos nuevos compromisos internacionales. Esto sólo puede ocurrir en el caso de que las protestas abiertas desde abajo, que empezaron en 2007, crezcan en fuerza e intensidad y se conviertan en nacionales. De acuerdo con este último análisis, sólo a través de los esfuerzos de las organizaciones populares independientes la mayoría de la población puede defenderse contra los privilegios y abusos que erosionan sus libertades y derechos civiles. Y lo mismo puede decirse respecto del mantenimiento del igualitarismo y la solidaridad indispensables al socialismo.
Sin embargo, la cuestión estriba no en una igualdad en la pobreza, sino en una igualdad con un mejor estilo de vida para todo el mundo. Landau parece preocupado por si los cubanos "sucumbirán al brillante atractivo del consumo de masas" o no. Además de prematuro, este juicio carece de cualquier sentido de proporción: es insensible a las enormes diferencias entre los cubanos de la isla y los consumidores norteamericanos, obviamente mucho más ricos que aquéllos. "Consumir", para la mayoría de los cubanos de la isla, no significa primordialmente la compra de sofisticados electrodomésticos, sino que equivale, más bien, a la lucha diaria para obtener materiales de construcción precarios con los que arreglar las goteras de sus techos a medio desplomar; comer adecuadamente, sin necesidad de perder horas y horas en las colas y divisas en la compra de alimentos; y adquirir el caro, y en ocasiones difícil de conseguir, jabón y otros artículos de baño que son esenciales para el respeto propio y la dignidad humana en cualquier sociedad moderna.
Un socialismo sin democracia ni libertades civiles, donde la igualdad se limita a compartir la pobreza, no es muy diferente de un panal en el cual gobierna la abeja reina. En una sociedad como ese panal, el individualismo será, con toda seguridad, eliminado para todo el mundo menos para la abeja reina, pero también lo serán el pluralismo político y la individualidad. Que no es la misma cosa que el individualismo.
Samuel Farber y Saul Landau, han enviado a Herramienta los textos donde expusieron recientemente sus distintos puntos de vista sobre el presente y el futuro político, económico y social de Cuba. Estos fueron publicados en la revista norteamericana Foreign Policy in Focus (en Internet). La versión castellana de dichos artículos, y de la polémica que siguió a sus respectivos análisis, fue publicada en mayo de este año en SinPermiso (http://www.sinpermiso.info/). Por gentileza de los redactores de ambas publicaciones reproducimos los mencionados textos.
Traducción de Angel Ferrero para www.sinpermiso.info, revisada por Francisco T. Sobrino