08/12/2024
Por Farber Samuel
Nota tomada de CubaxCuba (CXC); espacio virtual de encuentros
Link a la nota y al .pdf: https://www.cubaxcuba.com/blog/mercado-libre-planificacion-democratica?rq=Farber
Muchos de los economistas cubanos que abogan por un rol mayor para el mercado, aseveran que este no es lo mismo que el capitalismo, dado que los mercados precedieron al capitalismo por muchos siglos. Aunque ello es cierto, lo que estos economistas no aclaran es que con el establecimiento y consolidación del capitalismo, el mercado no solo se convirtió en la fuerza económica dominante a través de un gran número de sociedades, como no lo había sido antes, sino que estructuró asimismo las relaciones en el campo económico, e incluso, las relaciones sociales, políticas y culturales de esas sociedades.
Estos cambios fueron analizados magistralmente por el historiador económico Karl Polanyi en su libro La Gran Transformación, convertido en un clásico después de su publicación en 1944. Además de describir detalladamente como funcionaban los mercados precapitalistas, Polanyi distingue conceptualmente entre las muchas sociedades que tuvieron mercados sin ser capitalistas, y las que tuvieron mercados típicos del capitalismo («market societies»).
Para Polanyi —subrayó la politóloga Ellen Meiksins Wood en su libro The Origin of Capitalism—, en todas las sociedades precapitalistas, las prácticas y relaciones económicas estaban incorporadas o sumergidas en relaciones no económicas, basadas en el parentesco y en relaciones comunales, religiosas y políticas. En estas sociedades, la ganancia material no era una motivación importante, lo que se buscaba era obtener estatus y prestigio, y el mantenimiento de la solidaridad comunal. Es importante notar que ni los mercados locales ni los de larga distancia de las economías precapitalistas fueron esencialmente regidos por la competencia.
En el comercio exterior precapitalista, argumentaba Polanyi, el rol del comerciante era mover las mercancías de un mercado a otro para sacar ventaja del intercambio monetario desigual, mientras que en el comercio local, la actividad comercial era estrictamente regulada. En general, la competencia era deliberadamente eliminada porque tendía a desorganizar el comercio local.
Por supuesto, nada de esto significa proponer el modelo precapitalista minuciosamente investigado por Polanyi para las sociedades y economías contemporáneas, incluyendo la cubana. Lo verdaderamente importante es señalar que la afirmación de que el capitalismo es tan viejo como la historia (si bien apenas ha durado aproximadamente entre 200 y 250 años), será «sentido común» pero no es «buen sentido», y es simplemente falsa. Esta falsedad ha tenido eco entre la gente quizás debido al agotamiento, desilusión y escasez generalizadas, dadas las duras realidades que confrontan día a día, en Cuba y otros países; o por los sofismas de algunas personas educadas que defienden el statu quo económico internacional.
La oposición política progresista en Cuba ha criticado justificadamente al régimen en el campo político por su autoritarismo antidemocrático, que no reconoce los derechos individuales y colectivos de los cubanos, y no tiene reparos en reprimir la resistencia a sus desmanes con el encarcelamiento arbitrario de cientos de compatriotas.
Basados en estas críticas, dicha oposición ha delineado muchos de los rasgos importantes del nuevo orden democrático a que aspira. No es así, sin embargo, en el campo de la economía, donde la crítica de esta oposición al desastre del orden burocrático que rige la economía ha sido indispensable, pero donde ha escrito y dicho muy poco respecto a su visión general del tipo de economía que proponen para la isla.
Aunque la oposición de derecha propone un orden abiertamente capitalista para la Isla, la oposición progresista no ha ido mucho más allá de registrar su apoyo a cambios y reformas muy específicos en el orden económico. Creo extremadamente importante y necesario que los sectores más progresistas de la oposición al régimen autoritario empiecen a esclarecer su visión general del futuro, comenzando por preguntarse si una Cuba democrática debería incluir un rol dominante o complementario para el mercado.
La opción de un mercado que juegue un papel complementario requiere, como mínimo, el control público de las «alturas dominantes» (commanding heights) de la economía, y la creación de un sistema de planeamiento democrático que tome decisiones sumamente importantes respecto a una serie de dilemas como el balance adecuado entre el consumo de recursos versus el ahorro y acumulación necesarios para el progreso económico, especialmente en países que, como Cuba, enfrentan una situación nada favorable en el contexto de la enorme reconstrucción necesaria para su recuperación económica.
Este asunto no debe enfocarse simplemente desde un punto de vista tecnocrático, sino de una labor de auto educación política a través de un gran debate nacional, especialmente entre los trabajadores, tanto en las oficinas como en las fábricas y talleres que constituyen la columna indispensable de las economías de hoy. Obviamente, cualquier planificación a nivel nacional debe tener en cuenta el posible conflicto entre varias metas y prioridades, los recursos existentes en el país y las posibilidades de importación del extranjero. Pero la inevitable existencia de conflictos en las prioridades de la planificación, hace necesario un proceso de negociación entre esas diferencias, de manera abierta, pública y democrática; en especial entre los sectores directamente afectados.
Un sistema de esta índole solo puede funcionar en un contexto de completa libertad de información y publicación, en el que se expongan sin censura las faltas, errores y delitos de los funcionarios e instituciones, tanto económicas como políticas. Esa amplia publicidad es la mejor cura para la arbitrariedad, abuso de poder, ineficiencia, falta de calidad y corrupción económica y administrativa.
Es de esperar que la gente en Cuba, justificadamente, asocie toda noción de planificación económica con la supuesta planificación del presente régimen, caracterizada por la escasez de artículos de consumo y el mal estado del transporte y la vivienda, entre otros muchos fracasos económicos. Este fracaso no debe extrañar ya que, si bien el bloqueo económico estadounidense ha tenido un impacto negativo, este ha sido de menor importancia comparado con el hecho de que los planes económicos, desde inicios del proceso revolucionario, han sido formulados e implementados por el gobierno desde arriba, sin información veraz y fidedigna de la economía y sin la discusión y debate abierto de estos planes a todos los niveles de la sociedad.
La así llamada planificación de carácter burocrático y centralizado de la economía cubana siempre ha carecido de transparencia, y adolece de una discusión abierta y pública sin manipulación por el PCC. La información sobre economía no solo ha sido sistemáticamente distorsionada, sino incluso omitida, como ocurre, por citar un caso, con los datos sobre pobreza y desigualdad, ocultados por más de veinte años.
Este control antidemocrático, manipulado desde arriba, bloquea la transmisión de las señales claras indispensables (como, por ejemplo, la producción real de insumos necesitados por otras empresas) para la función adecuada de un sistema económico. Ni el supuesto mercado libre ni una planificación racional y democrática pudieran funcionar en un ambiente donde las mentiras y falsedades burocráticas imperan.
El mismo sistema burocrático y antidemocrático ha obstaculizado, impedido y desestimulado la solución de problemas in situ, dada la cultura laboral de evadir o pasar las responsabilidades a otros. La falta de todo poder de decisión de los trabajadores a nivel local, junto a la ausencia de estímulos económicos o políticos —por ejemplo la autogestión—, ha generado indiferencia, desidia y falta de coordinación de tareas, especialmente al nivel local.
Por tal razón —como reportó Carmelo Mesa-Lago sobre la economía cubana de los setenta—, equipos importados eran expuestos a la intemperie porque no se habían habilitado las estructuras necesarias para almacenarlos. Aparentemente, nadie se atrevió a criticar a los administradores por esa falta de responsabilidad tan seria. Además, la economía cubana fue dañada muy seriamente por la irresponsabilidad y numerosas arbitrariedades económicas de Fidel Castro, entre las que pueden mencionarse: el desastre de la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar en 1970, el fracaso de las vacas F1, o el del Cordón de la Habana, entre otros caprichos económicos.
Nada de esto sugiere que el planeamiento democrático no tenga sus propios problemas, pero es una alternativa por una parte al desastre del planeamiento burocrático del régimen, y, por la otra, a las grandes distorsiones, injusticias y desbarajustes del «libre» mercado capitalista. Lo aquí expuesto es, en última instancia, un intento de aplicar la democracia al campo económico.
Hay que encontrar alternativas, tanto al pasado prerrevolucionario —donde fueron principalmente los mecanismos del mercado capitalista los que determinaron la desigualdad económica y social—, como al régimen burocrático y económicamente desastroso del supuesto Comunismo oficial.
Respecto al pasado, ese tipo de mercado capitalista determinó que el 60 por ciento de los médicos y el 62 por ciento de los dentistas estuvieran concentrados en La Habana, donde residía solamente el 21 por ciento de la población cubana, lo que significaba un abandono bochornoso de casi la mitad de la gente. Aunque la construcción de viviendas privadas durante la postguerra tuvo gran auge, estas fueron mayormente erigidas para uso de la clase media y alta, mientras muchísimos cubanos, especialmente los afro-descendientes, seguían confinados en las numerosas cuarterías y solares y, en los casos más extremos, en los barrios habaneros sumamente marginales de Las Yaguas y Llega y Pon. Que ese fenómeno continúe reproduciéndose en estos días no disminuye para nada la responsabilidad del «libre» mercado capitalista anterior a 1959.
Esto no quiere decir que la planificación, de por sí, sea suficiente para remediar las grandes injusticias sociales, especialmente el racismo, a no ser que exista la voluntad política y el control democrático a través de toda la sociedad cubana para confrontar los problemas y hacer los cambios necesarios. Hoy podemos ver que las regiones más pobres del país, como el sureste de Oriente, con clara mayoría de cubanos afro-descendientes, continúan sufriendo de manera desproporcionada la escasez y la pobreza.
La desigualdad social es visible dentro de la misma área metropolitana de La Habana, entre por una parte los barrios relativamente menos pobres, ubicados cerca del litoral, y los de «La Habana interior», más lejos del mar y mucho más pobres, que se deterioran a un ritmo más acelerado. Es dudoso que estos problemas estructurales y desigualdades puedan ser eliminadas por el sistema capitalista, aun en su versión más moderada del mal llamado «estado de bienestar».
El control de los trabajadores debería ser parte crucial en la construcción de una nueva sociedad. Esto constituiría un incentivo político para que, al controlar democráticamente su trabajo, prestaran atención y esfuerzo para lograr una labor más satisfactoria, tanto para ellos, como para la sociedad en términos de responsabilidad y eficiencia, innovación respecto a los métodos de trabajo, y uso de los recursos disponibles.
Hasta ahora, sin embargo, no ha habido señales significativas de que los trabajadores cubanos estén interesados en dicha perspectiva, quizá porque ven a la emigración y, en menor grado, al trabajo por cuenta propia, como metas más alcanzables. No cabe duda de que bajo las circunstancias presentes, el mal estado y bancarrota de facto de muchas empresas estatales, desestimula cualquier interés en la autogestión. Ciertamente, el control burocrático y antidemocrático de sus sindicatos, así como el miedo muy legítimo a represalias por parte de las autoridades, constituyen un gran obstáculo para las deliberaciones libres que pudieran estimular el interés potencial en el autogobierno de los trabajadores.
También hay que admitir que la preocupación casi exclusiva de la oposición en Cuba respecto a la expansión del trabajo privado, ha significado en la práctica, no solo el descuido sino el abandono de los problemas que han confrontado los trabajadores del Estado como tales.
Cuba atraviesa una profunda crisis económica y demográfica, comparable y quizás hasta peor que la crisis de los noventa, con graves consecuencias políticas y sociales. Sin embargo, las crisis pueden potencialmente tener efectos positivos. Al gran científico Albert Einstein se le atribuye la frase «en el medio de cada crisis se encuentra una gran oportunidad». En efecto, esas oportunidades que ofrece la presente crisis están siendo aprovechadas por sectores de la sociedad que no están interesados ni en el futuro de la democracia ni en la equidad social y la prosperidad para todos en la república cubana.
Así, por ejemplo, parece que por lo menos hasta ahora el efecto principal de las llamadas PYMES no ha sido el muy necesario aumento de la producción y productividad en el país, sino la importación de bienes de consumo del exterior — incluyendo hasta automóviles—, destinados principalmente a los propietarios de los nuevos negocios y a aquellos que tienen la posibilidad de acceder a dólares y euros, generalmente enviados por sus familiares en el extranjero. De esta manera, está aumentando considerablemente la desigualdad económica y social sin que siquiera crezca y se desarrolle significativamente el aparato productivo del país.
El gobierno, por su parte, ha reaccionado con una política estéril y burocrática de hostigar y limitar a las PYMES, en vez de concentrar sus esfuerzos en aumentar la producción estatal para competir efectivamente con ellas. De tal forma, se ha comportado como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Y mientras tanto, GAESA sigue malgastando los escasos recursos de la nación en construir hoteles sin turistas, pero aun así fortaleciendo y asegurando su posición económica en un probable capitalismo de Estado en el futuro de Cuba.
Hay que hablar en términos muy concretos sobre el impacto que tendría un nuevo capitalismo en Cuba que, por cierto, pudiera ser introducido por los propios jerarcas del régimen como los militares que controlan GAESA, especialmente después que los líderes históricos del proceso (ya en sus noventa), desaparezcan de la escena. En ese caso, habría que defender muchos derechos y conquistas, incluyendo aquellos anteriores a la revolución que triunfó en 1959, como la defensa de la estricta separación de las iglesias y el Estado, y el derecho al aborto, que, si bien formalmente ilegal en aquella época, era ejercido ampliamente en la práctica, aunque muchas veces en condiciones que distaban de ser idóneas.
Tanto la atención médica como la educación pública están atravesando una grave crisis. Pero si un cambio político favorable a la privatización (estrechamente ligada al mercado capitalista) ocurriera, estas instituciones se convertirían en blanco prioritario para una política de privatización desenfrenada. No satisfechos como lo está todo el pueblo con el pésimo estado de los servicios públicos más importantes, como la educación y la salud, esto movilizaría a las emergentes clases sociales como la nueva burguesía y clase media para demandar, no una mejora de estos servicios para todos, sino la privatización de los servicios destinados a ellos.
Inevitablemente la nueva situación conllevaría, en el caso de la medicina, a la creación de un servicio tipo Medicaid al estilo estadounidense —un servicio público que muchos médicos estadounidenses ni siquiera brindan por lo poco que reciben del gobierno para tratar a los pacientes más pobres— para atender a la mayoría de los cubanos pobres. Como ha sucedido en los Estados Unidos, esta división del servicio médico entre los pobres y las clases media y alta, debilitaría considerablemente cualquier apoyo político para construir y mantener un servicio médico público que atienda, digna y competentemente, no solo a los ricos y clase media, sino a todos los cubanos.
De forma similar, va a haber una gran presión política para permitir la educación privada a todos los niveles. Una vez que esto ocurra, la educación privada va a crecer vertiginosamente, sea de naturaleza religiosa o laica. Estas nuevas instituciones podrán reclutar a los mejores maestros y edificios para educar a las hijas e hijos de los propietarios, administradores, especialistas, técnicos y funcionarios privados exitosos. Hay que aclarar que la universalidad de la educación pública obligatoria no tiene por qué interferir con la libertad religiosa, dado que todas las religiones y credos, sin excepción, deberían tener la libertad de ofrecer instrucción religiosa siempre y cuando la impartan en sus propios planteles durante las horas libres de aquellos alumnos de las escuelas públicas que estén interesados en recibirla.
Después de todo, una escuela pública bien financiada por el erario y controlada democráticamente en su contenido, no por el estado sino por el magisterio, las facultades de educación de las universidades y el estudiantado; sería quizás la institución más importante en fomentar la democratización, equidad e integración social, racial, y de género de la sociedad cubana.
En la presente situación hablo con la experiencia propia de quien vivió cuatro meses en Cuba en el verano de 1959, poco después del triunfo revolucionario. Por una parte, esta fue una experiencia que me radicalizó profundamente y de hecho cambió el curso de mi vida. Pero, al mismo tiempo, teniendo entonces cierto grado de conocimiento de la historia de la Unión Soviética y de los países que esta había conquistado después de la Segunda Guerra Mundial, me preocupaba cómo mucha gente joven como yo lo era, casi ninguno de los cuales tenía un pasado político comunista, seguían más y más las pautas, no tanto del PSP como de los llamados «melones» (verdes por afuera, pero rojos por dentro) a través de líderes como Raúl Castro y especialmente el Che Guevara.
Estos últimos llamaban a la «unidad» que requería el silencio respecto a las tendencias antidemocráticas del régimen, arguyendo que el verdadero enemigo era el imperialismo estadounidense y que cualquier crítica del régimen le hacía también el juego a los burgueses y latifundistas del patio, actitud ampliamente difundida que ya entonces temía le facilitara una ruta más engañosa al «estalinismo tropical».
En otras palabras, la exclusiva concentración en los enemigos de aquel presente, desarmaba a la gente respecto a los potenciales y de hecho probables enemigos del futuro. Esa actitud de ayer la vuelvo a encontrar hoy, cuando muchos cubanos adoptan la vieja teoría de etapas que ha propagado la idea de que primero hay que eliminar a la dictadura castrista y después veremos. Esta visión del futuro ignora que la fuerza política que sería posible desarrollar hoy desempeñaría un rol importante en determinar cómo se desarrollaría un futuro que queremos sea democrático y con base en la igualdad.