21/12/2024
Por Farber Samuel , ,
Si las actuales tendencias mundiales económicas y políticas siguen prevaleciendo, la muerte de Fidel Castro será seguida, quizás tras un corto periodo continuista que dé tranquilidad a cubanos y extranjeros sobre la estabilidad del sistema, por un significativo cambio institucional en la vida económica, social y política cubana. Importantes líderes cubanos han expresado en varias ocasiones su seria preocupación ante la posibilidad de un cambio brusco del curso de la revolución tras la muerte de Fidel Castro.
Él mismo, en un discurso en la Universidad de La Habana (17/11/2005), advirtió que aunque los Estados Unidos no habían podido derrotar al sistema político de Cuba, la revolución podría ser derrotada como resultado de la corrupción y de sus propios errores[1]. Podemos analizar estos asuntos basándonos en la experiencia acumulada de las muchas transiciones poscomunistas que tuvieron lugar a partir de finales de los ochenta. Ya se ha escrito mucho sobre los probables cambios en Cuba[2]. Sin embargo, ha habido menos discusión sobre los cambios en el paisaje ideológico y político que, previsiblemente, acompañarán a las transformaciones institucionales[3].
Los escenarios de la transición y sus consecuencias ideológicas y políticas
En 1993, Carmelo Mesa-Lago, destacada figura en el campo de los estudios sobre Cuba, y Horst Fabian, sugirieron cinco posibles escenarios políticos y económicos para el proceso de entrada de Cuba en el "período especial en la época de la paz," anunciado por el derrumbe del bloque soviético. Los primeros cuatro escenarios asumían la continuación del liderazgo de Fidel Castro, pero el quinto suponía su ausencia. Los escenarios contemplados eran:
- continuación del status quo.
- una creciente militarización y represión cada vez mayor sin transformación económica.
- cambio hacia el modelo chino-vietnamita de autoritarismo político y socialismo de mercado.
- democratización y reforma económica orientada hacia el mercado.
- ruptura del régimen por medios electorales legítimos, por un golpe militar o por una insurrección de masas[4].
Casi quince años más tarde, encontramos una situación en la que se mezclan elementos de estas cinco opciones. Han tenido lugar cambios sociales y económicos, a pesar de episódicos momentos de intensificación de la represión política, como fue la dura persecución de disidentes que tuvo lugar en la primavera de 2003. En particular, ha habido una significativa liberalización cultural y religiosa, así como importantes, aunque limitadas, reformas económicas de apertura al mercado. El cambio más importante ha sido el substancial crecimiento de la inversión extranjera bajo la forma de joint ventures en asociación con el gobierno cubano, y la legalización y el establecimiento de la economía dolarizada en 1993[5]. Las pequeñas empresas familiares cubanas fueron autorizadas en los noventa, pero posteriormente han sufrido significativas restricciones. En el ámbito político, aún son muy fuertes el dominio del partido único y la severa restricción de las actividades de la oposición.
La muerte natural de Fidel Castro hará desaparecer el elemento que más cohesión da al sistema político de Cuba, afectando, muy probablemente y en primer lugar, al apoyo popular y a la legitimidad del régimen. No hay duda de que el régimen ha perdido apoyo popular, particularmente desde la crisis económica provocada a comienzos de los noventa por el derrumbe del bloque soviético. Con todo, Fidel Castro conserva un significativo respaldo o, al menos, cuenta con la reverencia y el respeto de una parte substancial de la población cubana. Es dudoso que el espacio de Fidel Castro pueda ser ocupado por otros líderes de la revolución, incluyendo a su nada carismático hermano Raúl, que en cualquier caso es sólo cinco años más joven que su hermano mayor. Esto no se debe a un salto generacional en el sentido de que no haya líderes más jóvenes. Durante algún tiempo, los dirigentes cubanos han promovido a personas jóvenes para ocupar puestos clave en los aparatos del Estado y del Partido. El problema principal es que Fidel Castro ha sido el árbitro único y definitivo de las diferencias entre las burocracias del Estado y del Partido, así como el caudillo irreemplazable que promueve y dicta desde arriba la línea política dominante. El monopolio del poder en manos de Fidel Castro ha sido fortalecido por el miedo de los dirigentes cubanos a las consecuencias que tendrían las divisiones políticas en los círculos dominantes. Lo ocurrido en Granada en 1983, y en menor grado en América Central y Angola durante las décadas del setenta y ochenta, mostró a los dirigentes cubanos los graves peligros derivados de las divisiones en la cúpula, especialmente cuando no existen mecanismos institucionalizados de resolución de los desacuerdos políticos. La ausencia de tales mecanismos da lugar a que, de forma casi automática, los desacuerdos con Fidel Castro dejen en el silencio y el ostracismo político a quienes discrepan, y eso si no deben cargar con acusaciones de deslealtad o de ser contrarrevolucionario.
La inevitable reducción del apoyo social y de la legitimidad a la que dará lugar la muerte de Fidel Castro debilitará significativamente la cohesión interna del régimen. Sin Castro, no habrá nadie que pueda zanjar los desacuerdos en el seno del equipo dirigente. La ausencia de Fidel Castro abrirá la posibilidad de que una o más facciones del aparato procuren obtener un sostén externo a las cúpulas del sistema, solicitando el apoyo popular para sus posiciones. Esta petición de respaldo encontrará extenso eco entre la población a causa de las frustraciones contenidas y del ansia, anulada durante largo tiempo, de tener acceso a bienes de consumo, y también a causa de la sensación, presente ante todo entre los jóvenes, de que no hay esperanzas de conseguir un futuro mejor. La agitación creada por el conflicto entre fracciones de la cúpula podría provocar una intervención política del ejército, bien por la vía de un golpe que abiertamente conduzca a una dictadura militar absoluta, o bien preservando la fachada externa de un sistema de gobierno civil.
La muerte natural de Fidel Castro también tendrá un importante impacto en las relaciones exteriores de Cuba, particularmente con Estados Unidos. El final de la guerra fría redujo sumamente la importancia de Cuba para la política exterior de EEUU, por lo que la política de Washington hacia la república isleña está siendo determinada, principalmente, por consideraciones de política interior estadounidense. A pesar de las repetidas aseveraciones del gobierno cubano, desde hace bastante tiempo no se maneja como opción la invasión militar de la isla por Estados Unidos. La opción militar ha sido substituida por una política imperialista agresiva de continuo hostigamiento político, intentando estropear todo lo posible las cosas al gobierno y al pueblo de Cuba, con el propósito de acelerar el desmoronamiento interno del régimen[6]. Varios funcionarios gubernamentales de orientación ideológica derechista, como John Bolton y Roger Noriega, se han aliado con la poderosa derecha cubana, cuya influencia ha sido realzada por la muy ajustada división del electorado en el estado de la Florida. Esta malvada alianza ha logrado la aprobación de leyes infames como la Helms-Burton Act (firmada por Bill Clinton), que refuerza substancialmente un bloqueo que, supuestamente, sólo terminará con la restauración de una economía capitalista de mercado y de un sistema político "democrático". Más recientemente, se han creado comisiones que han publicado detallados informes sobre cómo se realizaría la transformación capitalista demandada por Helms-Burton.
Al mismo tiempo, una excepción "humanitaria" al bloqueo ha permitido la masiva exportación anual a Cuba de alimentos y de mercancías manufacturadas por valor de cientos de millones de dólares. Estas importantes exportaciones han creado un bloque comercial muy poderoso, arraigado en el Oeste y el Medio-Oeste de los EE. UU., interesado en negociar con Cuba y poner fin a la guerra contra ese país. Este bloque, apoyado por una buena parte de la prensa económica y de "calidad", ha logrado cierto éxito en algunas votaciones ganadas en el Congreso con apoyos procedentes de ambos partidos, y que podrían haber puesto en dificultades al bloqueo si se hubiesen convertido en leyes, lo que no ocurrió debido a la amenaza presidencial de utilizar el derecho de veto. Los Estados Unidos intervendrán en la transición cubana tras la muerte de Fidel Castro, pero no está nada clara la forma que tomará esa intervención. Dado que Cuba ha perdido mucha importancia estratégica para el imperio estadounidense, es poco probable que se produza una invasión y una ocupación militar de la isla, aunque esta opción no puede ser excluida totalmente si, por ejemplo, Washington se enfrentase con la perspectiva inmediata de una oleada masiva de refugiados dirigida hacia las costas de Florida, a causa de una caótica guerra civil que las políticas neoliberales promovidas por los EE. UU. para la transición podrían ayudar a causar.
Probablemente, el proceso de transición en Cuba irá acompañado de un importante realineamiento político que dará lugar a una escena política substancialmente diferente a aquella a la que nos hemos habituado durante los últimos cincuenta años. Previsiblemente, el actual grupo dominante cubano se escindiría, poniendo fin a la "unidad" forzosa impuesta por la dictadura de Fidel Castro. Aparecerán importantes fuerzas pro-capitalistas y neoliberales, salidas de los armarios del Partido Comunista y de los cuadros directivos y tecnócratas presentes en las joint ventures y en las empresas de las fuerzas armadas. Estos cuadros ya han desarrollado fuertes vínculos con el capital europeo, canadiense, chino, latinoamericano e israelí, vínculos que podrían extenderse considerablemente abarcando también al capital estadounidense y, al menos, a una parte del capital cubano-estadounidense del sur de Florida. Además, un nuevo gobierno cubano podría imitar al líder ruso Vladimir Putin, fabricando cosméticamente la apariencia de una democracia sin su sustancia. Esto bastaría para dar la victoria al grupo de presión movido por los intereses de los citados empresarios del Oeste y el Medio-Oeste de los EE. UU., poniendo fin a la ley Helms-Burton y al bloqueo. Así terminaría una forma criminal de política imperialista estadounidense hacia Cuba, pero no necesariamente la interferencia misma de los Estados Unidos.
El ejército cubano y la "vía china"
Es difícil imaginar una transición cubana en la que el ejército cubano no desempeñe un papel importante, por varias razones: - El ejército es, relativamente hablando, la institución mejor organizada de la isla.
- El ejército, siguiendo el modelo soviético, no ha estado implicado en la represión interna, excepción hecha de situaciones de rebelión armada y de combate, lo que no ocurre desde hace ya unos cuarenta años, cuando tuvieron lugar la invasión de Bahía Cochinos y las rebeliones armadas en las montañas de Escambray en Cuba central. Siguiendo el modelo soviético, las tareas de represión interna están a cargo de los órganos de seguridad del Estado, no a cargo de las fuerzas armadas.
- A causa del servicio militar obligatorio el ejército cubano ha sido una institución más integradora que el más excluyente Partido Comunista.
- El ejército cubano ha sido un importante actor de la vida económica cubana. Su papel económico abarca tanto sus propios negocios, como el enorme conglomerado empresarial GAESA, del que forma parte la empresa turística Gaviota[7], como la presencia de altos oficiales en posiciones importantes en otras áreas destacadas de la economía cubana, como la industria azucarera. El ejército cubano ha educado y desarrollado un importante grupo de tecnócratas que, junto con un grupo de técnicos civiles, han jugado un importante papel en la economía y la sociedad cubanas.
- Hay indicios que sugieren que Raúl Castro y los militares cubanos que él encabeza han intentado en el pasado tender puentes hacia los EE.UU., posiblemente preparando una transición en Cuba. Durante 2001, Raúl Castro declaró en varias ocasiones que, "a pesar de las diferencias políticas", los EE. UU. y Cuba debían ampliar sus áreas de cooperación en asuntos tales como drogas, emigración y lucha antiterrorista. En 2002, prometió su cooperación con las fuerzas estadounidenses en la base naval de Guantánamo, cuando se convirtió en lugar del confinamiento para combatientes talibanes y personas capturadas en Afganistán y otros lugares[8]. Raúl Castro ha ganado reputación como promotor y organizador de la represión política, pero también como administrador capaz, económicamente pragmático, del que se dice que aconsejó y urgió a su hermano Fidel a realizar reformas económicas implementadas a comienzos de los noventa, tales como la legalización del dólar.
En cualquier caso, e independientemente de quién termine ocupando la presidencia cubana tras el fallecimiento de Fidel Castro, las fuerzas armadas cubanas se han situado a sí mismas como los lógicos sucesores de Fidel Castro en verdaderos términos de poder. Probablemente, los tecnócratas y gestores del ejército formarán una alianza y buscarán la ayuda de otro importante grupo con el que comparten una común perspectiva tecnocrática: los técnicos y gerentes civiles de las joint ventures presentes en otros sectores económicos[9].
Hay indicios de que el ejército podría seguir el modelo chino de desarrollo, adecuándose a las tendencias actuales y probablemente modificado para que permita una centralización gubernamental de la actividad económica. relativamente mayor. Entre estos indicios puedo citar: - la experiencia empresarial de las fuerzas armadas, que se combina con el trato favorable que recibe en Cuba el capitalismo de las joint ventures. - el continuado y dramático desarrollo económico de China, que tiene una creciente presencia económica en América Latina. - la cobertura favorable que la prensa comunista cubana le ha dado a China.
En abril de 2005, en un momento en el que aumentaban las inversiones chinas en Cuba, particularmente en la industria del níquel, Raúl Castro visitó China y dijo a sus anfitriones que
Lo que han hecho aquí es muy alentador (...) Hay personas preocupadas por el desarrollo de China, sin embargo nosotros nos sentimos felices y tranquilos, ya que ustedes han confirmado que, como decimos allá, un mundo mejor es posible"[10].
Este modelo combinaría, como en China, una mayor apertura al mercado capitalista, especialmente en lo que se refiere a la inversión extranjera, manteniendo fuertes controles políticos internos, incluyendo el uso de la represión en el grado necesario para mantener dichos controles. Por supuesto, si en el periodo de la transición cubana la economía china se hubiese "estrellado" o sufrido reveses significativos la atracción hacia el modelo chino sentida en Cuba por los círculos dominantes se vería reducida. La adopción del modelo chino, bajo la dirección del ejército y sin el maquillaje "estilo Putin" capaz de dar una apariencia de democracia, dificultaría la abolición de la ley Helms-Burton, pero no cerraría totalmente la posibilidad de alcanzar ciertos compromisos con los círculos económicos y el gobierno de los EE.UU., quizá incluso con la ayuda de los propios chinos. Esto restauraría, aunque no necesariamente en la misma forma, una gran parte del poder que los EE.UU. perdieron en Cuba hace casi cincuenta años. La muerte de Fidel Castro y el fin del bloqueo como resultado de presiones de grupos empresariales estadounidenses y de acuerdos entre los EE. UU. y el nuevo gobierno cubano podría dejar con muy pocas opciones a la derecha cubano-estadounidense del sur de Florida. Estos cubano-estadounidenses podrían quedarse sin más alternativa que la de hacer las paces con el nuevo régimen cubano controlado por el ejército, quizás a cambio de concesiones económicas substanciales. Hay que tener en cuenta que en el pasado la Cuban American National Foundation ya invitó al ejército cubano a derrocar a Fidel Castro[11].
Por otra parte, recientemente se ha desarrollado un sector más pragmático en el ala dura de la derecha cubana, causando la consternación de otras franjas de esa misma derecha extrema, como Diaz-Balart y Ross Lehtinen, representantes republicanos de la Florida del Sur en el Congreso. Portavoces de esta ala más pragmática han señalado que la ausencia de Fidel Castro no dará lugar a una "democratización" inmediata o automática y que el régimen podrá mantenerse en cierta forma tras la muerte de Fidel Castro[12]. Analistas cercanos a estos círculos derechistas más pragmáticos, como el ex-funcionario de la CIA Brian Latell, que estuvo a cargo de los asuntos cubanos, han desarrollado una perspectiva más realista y no totalmente hostil a Raúl Castro, como el tipo de sucesor con el que los EE. UU. podrían entenderse[13].
En cualquier caso, la derecha cubano-estadounidense sólo podría tomar completamente el poder en Cuba si tiene lugar una inverosímil ocupación militar de los EE. UU., que probablemente requeriría la presencia de cientos de miles de soldados. Una opción semejante sólo fue tomada seriamente en consideración durante la crisis de los misiles en 1962[14]. Aunque el capital cubano-estadounidense puede ser una importante fuente para la inversión exterior necesaria, no parece que eso sea suficiente para permitirles asumir el control de la isla. Es más probable que la cúpula del ejército cubano dé la bienvenida a las inversiones de los capitalistas cubano-estadounidenses, pero dejando claro que será el ejército el que mantenga las riendas del control político. Por supuesto, a más largo plazo ambas fuerzas tenderán a converger entre sí. Estos dirigentes del ejército, como ya he dicho, estarán en condiciones de tratar directamente con los más importantes capitalistas estadounidenses, sin tener la necesidad o depender de que los capitalistas cubano-estadounidenses actúen como intermediarios, aunque muchos de éstos podrían sentirse animados a desempeñar ese papel.
Ideología y política de la transición
Cualquier grado de apertura política en la sociedad cubana dará lugar a una explosión de expresiones políticas y culturales hasta entonces amordazadas. Centenares de miles de cubanos han acumulado durante largo tiempo un sentimiento de irritación por la imposibilidad de decir lo que piensan y por la "doble moral" que han sido forzados a practicar en su existencia cotidiana. Es probable que esta explosión incluya en un lugar prominente las reclamaciones de verdad histórica que han sido suprimidas o al menos firmemente controladas por el régimen de Castro. Estas demandas incluirán el que se abran los archivos del gobierno para establecer la verdad sobre acontecimientos históricos críticos, tales como los encarcelamientos masivos, las ejecuciones e incluso la relocalización forzosa de comunidades enteras en la década de los setenta e incluso antes[15], así como, hablando de acontecimientos más recientes, la historia completa de todo lo que rodea la ejecución del general Arnaldo Ochoa y sus colegas en 1989.
La transición en Cuba a una forma de capitalismo controlada o patrocinada por el Estado será dirigida, según lo sugerido antes, por el ejército, los tecnócratas de las joint ventures y otros miembros del actual aparato dominante. Es dudoso que los líderes de los pequeños y más bien marginales grupos disidentes puedan desempeñar un papel importante en la transición, aunque la mayoría de estos grupos no sólo está a favor de la denominada economía de mercado, sino que parecen asumir que es prácticamente una ley de la naturaleza. El principal impulso político de la transición será el olvido de cualquier consideración social o humana que pueda obstaculizar la marcha hacia la nueva vía capitalista controlada por el Estado. Probablemente, las políticas del Estado promoverán a los "ganadores": el turismo y las industrias que trabajen para este sector, la biotecnología, el tabaco, industrias extractivas tales como las del níquel y el petróleo, y posiblemente una industria maquiladora de nuevo desarrollo. Y dejarán de lado a los sectores "perdedores": una buena parte de la manufactura "no competitiva", la industria azucarera y la agricultura en general, con algunas excepciones tales como los cítricos.
El Estado de bienestar cubano, ya sometido a tensiones graves desde el derrumbe del bloque soviético, podría decaer aún más en el futuro (el deterioro de la sanidad y de otros servicios sociales en China es muy instructivo al respecto)[16]. Esto incluiría probablemente la privatización de la asistencia médica, dejando un servicio de beneficencia para los pobres similar al Medicaid estadounidense[17]. La enseñanza privada crecería substancialmente, patrocinada en gran medida por las órdenes religiosas católicas que se quedarían con los mejores profesores y las mejores instalaciones, para educar a los hijos de los triunfadores: propietarios, administradores y técnicos de los sectores "ganadores" de la economía. Los negros cubanos continuarán sufriendo más que el resto, como ocurre desde que comenzó el "periodo especial" en los noventa, pero aún les podría ir peor, al menos en términos relativos[18]. Las regiones del país con una economía "perdedora", como la provincia de Oriente, continuarán sufriendo de forma desproporcionada, excepto en aquellas áreas relativamente pequeñas en las que se localizan la industria del níquel y algunos espacios turísticos. Los habitantes de Oriente seguirán emigrando hacia La Habana (incluyendo los denominados "palestinos", desplazados y en realidad sin hogar), aunque quizá en mayor número una vez que sean derogadas las restricciones a las migraciones interiores impuestas por el gobierno de Fidel Castro en la década de los noventa. Probablemente crecerá la desigualdad incluso en el área metropolitana de La Habana, en la medida que la inversiones turísticas e inmobiliarias se concentren en las cercanías del litoral del Golfo de México. El área interior de La Habana metropolitana seguirá deteriorándose.
La derecha
Se desarrollará una derecha dura basada en conservadores autóctonos y en derechistas cubano-estadounidenses retornados a la isla. Es evidente que esta derecha extrema apoyará y defenderá una terapia capitalista de choque, con privatizaciones y ataques contra los derechos laborales y la legislación social. Sin embargo, es probable que la derecha se divida por diversas razones, incluyendo el hecho de que un gobierno de transición cooptará a algunos de sus dirigentes y, muy en particular, de que varios de sus miembros recibirán diversas concesiones económicas. La derecha podría escindirse en torno a la cuestión religiosa, pues es posible que la jerarquía de la Iglesia Católica afirme su influencia. Dada la historia reciente de moderación política que ha caracterizado a la jerarquía católica cubana, es más probable que influya sobre la derecha relativamente moderada. Posiblemente, la derecha moderada se organizará en torno a varios partidos. Uno, ya existente en el exilio, sería el Partido Demócrata Cristiano, entidad política peculiar que combina una posición políticamente moderada en los asuntos internos cubanos y favorable al mercado, con la ayuda de personajes derechistas extranjeros como el ex-presidente del gobierno español José María Aznar, político muy conservador y autoritario. Este grupo del exilio podría unir sus fuerzas con un grupo de demócratas cristianos declarados residentes en Cuba y encabezados por el destacado disidente Oswaldo Payá, promotor del proyecto Varela para la enmienda de la Constitución cubana. Este proyecto defiende las libertades civiles y políticas y deja la puerta abierta para cualquier tipo de inversión empresarial en la isla, sin restringirla a la pequeña empresa. Payá y otros líderes disidentes, incluyendo los injustamente encarcelados por el gobierno de Fidel Castro, constituyen un grupo pequeño y marginal que posiblemente, al igual que ocurrió en la URSS y la mayor parte de Europa Oriental, no jugaran ningún papel importante en la transición.
Un partido demócrata-cristiano podría potencialmente acoger a la derecha moderada, incluyendo a muchos partidarios de la economía de mercado visibles en espacios tales como la influyente revista publicada en el exilio Encuentro de la Cultura Cubana, con sede en Madrid. Este partido estará sometido a presiones procedentes de la derecha: en primer lugar, las de sus actuales socios neoliberales y derechistas en la coalición política en el exilio llamada Plataforma Democrática Cubana; y, en segundo lugar, aunque quizá sea lo más importante, las de la jerarquía católica cubana. La mayoría de los principales elementos de esa jerarquía se han comportado de una manera peculiar, combinando una oposición política moderada, cauta e incluso tímida frente al gobierno de Fidel Castro, con una posición marcadamente conservadora en asuntos sociales y culturales. La carta pastoral del principal dirigente de esta jerarquía, el cardenal Jaime Ortega y Alamino, publicada el 25 de febrero de 2003, expresó claramente esta actitud social y cultural, declarando que "La experiencia demuestra que sexo, alcohol y droga se entrelazan peligrosamente."[19]. La agenda de la jerarquía católica cubana en cuanto a control de la natalidad, aborto y enseñanza de la religión en las escuelas públicas hará difícil que los demócratas cristianos puedan funcionar como un partido capaz de incluir a toda la derecha moderada o a todo el centro-derecha. Es más probable que haya varios partidos de ese signo, uno católico y otro(s) de carácter aconfesional. Ninguno será un gran partido de masas, pues se basarán principalmente en las clases medias ilustradas, incluyendo a muchos ex-funcionarios comunistas y ambiciosos tecnócratas y profesionales jóvenes.
Independientemente de su posible división en diversas formaciones políticas, las derechas moderadas y las derechas extremas compartirán algunas características ideológicas: elogiarán y exagerarán los supuestos logros de la república prerrevolucionaria[20], dirán que una revolución social radical no era necesaria ni estaba justificada en la Cuba de fines de la década de 1950 y negarán la naturaleza imperialista de la política de los Estados Unidos. Aunque criticarán la naturaleza opresiva y antidemocrática del comunismo fidelista cubano, evitarán hacer la distinción analítica fundamental entre revolución social radical en términos generales y la específica revolución comunista fidelista que tuvo lugar en Cuba. Y los neofidelistas de los que hablaré más adelante tampoco serán capaces de hacer esa distinción.
Resistencia ante la tendencia derechizadora
Mientras que sectores importantes de la burocracia del Partido Comunista y de las fuerzas armadas optarán probablemente por la vía capitalista neoliberal, otros miembros de estas instituciones, especialmente los que no se han beneficiado del sector económico formado por las joint ventures, se resistirán y se opondrán a esa opción. Esta es una de las principales razones que explican por qué es probable que el comunismo fidelista siga siendo una fuerza política importante en la Cuba de la transición. Los rasgos de esta fuerza política podrían verse afectados por la disyuntiva que podría plantearse entre, por un lado, su participación, aunque sea renuente, en el gobierno de transición, quizás en coalición con el ejército y con tecnócratas económicos civiles, y, por otro, su paso a una oposición abierta desde el comienzo. En cualquier caso, el neofidelismo iría aumentando gradualmente su componente nacionalista cubano y renegando gradualmente del marxismo, aunque manteniendo algún tipo de ideología "socialista", tendencia comenzada ya en la década de 1990. La base social lógica del emergente neofidelismo serán sectores de las fuerzas armadas de Castro y especialmente de la burocracia estatal, muchos de cuyos miembros habrían perdido o estarían a punto de perder sus empleos. Esta gente procurará defender el Estado de bienestar y mitificará el pasado, ignorando el grave deterioro del Estado de bienestar y de la economía en su conjunto, proceso que Cuba comenzó a experimentar ya antes de la década de los noventa. El neofidelismo atraerá a las personas empleadas en o con algún tipo de vínculos con los sectores "perdedores" de la economía, así como, probablemente, a los sectores mas nacionalistas de las fuerzas armadas, especialmente a aquellos que no se beneficien de las actividades económicas del ejército. Si este neofidelismo cede a la tentación de formar parte de una coalición de gobierno, su práctica divergirá cada vez más de su retórica y aparecerá un serio peligro de desintegración política. Fidel Castro se convertiría entonces en algo semejante a lo que es hoy Mao Zedong, cuyas imágenes y citas presiden actualmente una China capitalista a la que Mao apenas reconocería.
Como inevitablemente emergerán revelaciones sobre las violaciones de los derechos humanos y los abusos en el pasado fidelista, el neofidelismo intentará desviar las responsabilidades culpando de todo a la influencia soviética y de Europa Oriental sobre el "socialismo cubano", distorsionando el papel del bloque soviético en el proceso revolucionario cubano. También continuará defendiendo la interpretación histórica fidelista de la revolución cubana. Esto incluirá un nuevo énfasis nacionalista y antiimperialista, un repudio de la influencia soviética y de Europa Oriental y la proclamación de Fidel Castro como aquel que, en la segunda mitad del siglo veinte, tradujo a la práctica la visión política de José Martí. Esta corriente política representará una forma de nacionalismo fuertemente autoritario aunque defensor de ciertos elementos de protección social, combinando rasgos similares a los de los partidos comunistas y los partidos gobernantes en Rusia y Bielorrusia de la década de 1990. Aunque este neofidelismo será una corriente política importante que opondrá resistencia a la tendencia neoliberal en la política cubana durante una transición poscomunista, lo hará de la única manera que sabe: una manera burocrática, autoritaria y paternalista, incapaz de aprovechar adecuadamente las raíces democráticas de la resistencia popular al neoliberalismo capitalista. Lamentablemente, esta corriente será, al menos por un tiempo, la principal alternativa a un autoritarismo neoliberal.
La pequeña dimensión y debilidad de los grupos e individuos que han ejercido una oposición de izquierda al régimen de Castro será un obstáculo importante para la construcción de una alternativa de izquierda democrática y revolucionaria al neoliberalismo capitalista y al neofidelismo. El otro gran obstáculo será que, probablemente, el neoliberalismo y su noción de que "no hay alternativa" seguirán prevaleciendo en la mayor parte del mundo. El descrédito causado al socialismo por las dictaduras de partido único agregará aún más dificultades para la construcción de una alternativa democrático-revolucionaria de izquierdas frente al impacto del neoliberalismo en la transición cubana. Sin embargo, conviene observar que el giro a la derecha en la conciencia popular tras el derrumbe del comunismo no fue tan pronunciado en algunos países en los que el comunismo fue resultado de acontecimientos revolucionarios internos (por ejemplo, la antigua URSS) si lo comparamos con lo ocurrido donde el sistema comunista fue impuesto desde fuera por el Ejército Rojo (por ejemplo, los estados de Europa Oriental satélites del bloque soviético). En la medida que este factor pueda tener influencia en Cuba, podría limitar el desplazamiento hacia la derecha que tuvo lugar en otros países ex-comunistas. Si así ocurre, podría facilitar la resistencia y las luchas reales en dos frentes: en la defensa de los sistemas de protección social, de la soberanía nacional y de la autodeterminación, y también en la acción por los derechos laborales, las libertades civiles y la democracia contra el nuevo autoritarismo que probablemente substituya al sistema comunista fidelista.
Esta nueva izquierda cubana democrática y revolucionaria entrará en conflicto político e histórico con la derecha, tanto la moderada como la extrema, en torno a los orígenes y contexto de la revolución cubana. Esta nueva izquierda tendrá que argumentar que una revolución social radical estaba justificada en la Cuba de fines de la década de 1950, a causa de una amplia variedad de factores socioeconómicos e históricos. Esta nueva perspectiva de izquierda revolucionaria tiene raíces en la historia cubana. Puede vincularse con lo mejor del nacionalismo cubano, como Antonio Guiteras, representante del ala nacionalista y socialista de los revolucionarios de 1933, e incluso con lo mejor del comunismo cubano, como el representado por las políticas pre-estalinistas y principistas desarrolladas por el fundador del comunismo cubano, Julio Antonio Mella (asesinado en México en 1929). Estas perspectivas serán indispensables, dado el probable sometimiento futuro de Cuba al capital estadounidense y europeo. La resistencia a la corrupción que inevitablemente acompañará a la muy probable privatización "a la rusa" y al rápido crecimiento de la industria turística podrá enraizarse en la herencia política del fundador del Partido Ortodoxo, Eduardo Chibás[21]. La denuncia de la subfinanciación y abandono de la salud pública, la educación y otros servicios sociales podrá arraigarse en una cultura política cubana de solidaridad y generosidad que no será liquidada tan fácilmente por la ofensiva neoliberal.
Se plantearán otros temas para los que no se encontrarán fácilmente precedentes en la historia política cubana. La apropiación privada de lo que ha sido propiedad pública durante muchas décadas (es importante tener presente que muchas instalaciones se han construido después de 1959 y nunca fueron propiedad privada) pondrá sobre la mesa la necesidad de desarrollar prácticas de autogestión y de control de los trabajadores que no tienen ninguna raíz significativa en la historia militante de la clase obrera cubana[22]. La continuada marginalización de la población negra podría exigir, entre otras cosas, el desarrollo de lo que en EEUU se denomina "acción afirmativa", que en Cuba sólo tiene débiles ecos en algunas de las reivindicaciones del Partido Independiente de Color a comienzos del siglo XX e, irónicamente, en algunas reivindicaciones alzadas y después abandonadas por los viejos comunistas cubanos en los tempranos días de la revolución[23]. Por último, pero no menos importante, lo ocurrido en los procesos de transición poscomunistas en Europa Oriental y en la URSS nos lanza un aviso sobre la amenaza de una regresión significativa en los derechos de la mujer y en la igualdad. Esto, junto a la esperable ofensiva de la jerarquía católica en torno al aborto, la planificación familiar y quizás incluso el divorcio, pondrá de relieve la larga ausencia de un movimiento independiente de mujeres. Los ecos distantes de tales movimientos en la Cuba de las décadas de los veinte y los treinta del siglo pasado son débiles en comparación con la influencia que ha tenido la pesada carga del control del partido y del Estado que ha ido asociada a la oficial Federación de Mujeres Cubanas.
Crear una base social para esta nueva corriente de izquierda requerirá el reestablecimiento de un movimiento sindical libre, independiente y políticamente consciente, basado en una clase obrera que alcanzó un alto nivel educativo durante el régimen de Castro. Este nuevo sindicalismo necesitará concentrar sus esfuerzos en el sector turístico y las nuevas industrias que, en parte, pueden desarrollarse en torno a éste, pero que también podrán hacerlo como industrias maquiladoras que se aprovechen de la proximidad a los puertos de EE. UU. para la exportación de ropa y otros productos terminados y semielaborados de bajo costo. La biotecnología y las industrias extractivas tales como las del níquel y el petróleo están destinadas a crecer bajo el control de capital estadounidense, canadiense, chino o europeo, o en joint ventures en las que participen socios extranjeros junto a capital cubano de origen privado o estatal. Esto contribuirá a la creación de una mano de obra bastante concentrada que no sería muy difícil de organizar salvo por la represión estatal y capitalista. Ante todo, el nuevo movimiento sindical independiente y la nueva izquierda revolucionaria y democrática tendrán que tratar de cerrar la brecha existente entre los trabajadores de los sectores "ganadores" y de los "sectores perdedores" de la economía cubana, que dejará un amplio y creciente número de desempleados, y organizarse contra la represión que probablemente un orden poscomunista ejercerá para "disciplinar" a la clase obrera cubana. La prohibición sistemática y la represión del actual gobierno cubano contra cualquier clase organización independiente popular harán más difícil esta tarea futura.
Además de tener que enfrentarse a la derecha, la nueva izquierda revolucionaria y democrática también hará frente a otros importantes obstáculos y a una intensa competencia por parte de las fuerzas neofidelistas antes descritas. Ambas corrientes se confrontarán en torno a dos concepciones totalmente distintas de la izquierda y del socialismo, en la teoría y en la práctica de la organización social. Durante muchos años, la izquierda se ha asociado con la crítica y la oposición al capitalismo. Sin embargo, esta concepción mantiene viva una ambigüedad que a veces resulta fatal. Anticapitalismo no significa necesariamente ser "favorable al socialismo", si definimos el socialismo como un movimiento "desde abajo" que procura establecer el poder democrático de los trabajadores y de la mayoría de la población. El anticapitalismo también puede ser elitista, paternalista, antidemocrático y burocrático; una dominación "desde arriba", no "desde abajo"[24]. El desafío enorme al que se enfrentará una nueva izquierda revolucionaria y democrática en Cuba será introducir en la cultura política cubana la concepción de la izquierda como "una actitud que acentúa la posibilidad y la necesidad de reconciliar la libertad humana con la igualdad humana," tal como dijo Jan Josef Lipski, uno de los fundadores del comité de defensa de los trabajadores (KOR) en Polonia en los años setenta, "mientras que ser de derechas se entiende como una actitud que sacrifica el postulado de la libertad humana en beneficio de diversas clases de colectivos y estructuras sociales, o que posterga la posibilidad de igualdad en nombre del laissez-faire"[25]. Integrar la búsqueda de la libertad y de la igualdad es el mejor estímulo para una cultura política de los derechos en la isla. Durante muchos años, numerosos cubanos liberales y defensores de los derechos humanos han hecho repetidos llamamientos a la tolerancia. La tolerancia constituye un pobre y precario substituto basado en las actitudes humanas de una cultura institucional de los derechos, cultura que debería ser parte de un concepto de la democracia como realidad socioeconómica y política cotidiana. Los derechos se fundamentan en la participación activa de las personas, por encima de las actitudes de quienes gobiernan en cada momento. Ese era el espíritu de Thomas Paine cuando hace más de doscientos años elogió a la nueva constitución francesa porque "suprimió o renunció tanto a la tolerancia como a la intolerancia, y estableció el DERECHO UNIVERSAL A LA LIBRE CONCIENCIA". Paine añadía que "tolerancia no es lo contrario de intolerancia, sino una versión falsificada de ella. Ambas son despóticas. Una se otorga el derecho a negar la libertad de conciencia y la otra el de permitirla"[26].
Conclusión
Sé perfectamente y lo lamento, que acabo de presentar una perspectiva algo pesimista sobre la transición en Cuba después de Fidel Castro. Pero en el espíritu del marxista italiano Antonio Gramsci, "pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad", también he indicado que tal transición no marcará un "fin de la historia" para el pueblo cubano. También habrá una resistencia arraigada en las realidades socioeconómicas y en las combativas tradiciones políticas cubanas. Por otra parte, deseo remarcar que he descrito aquello que probablemente ocurrirá dadas las actuales tendencias económicas y políticas mundiales. El panorama descrito no es, ni muchos menos, inevitable, ni está predeterminado. Otros acontecimientos y procesos políticos pueden cambiar significativamente las opciones de una futura transición en Cuba. Por ejemplo, el éxito de movimientos contra el neoliberalismo y el capitalismo en países latinoamericanos como Venezuela y Bolivia puede estimular y proporcionar posibilidades políticas relativamente mayores para movimientos similares en Cuba.
* Artículo enviado por el autor para su publicación en Herramienta, también fue publicado en la Revista Trasversales número 3, verano 2006, versión electrónica.
[1]Vease, por ejemplo, el informe de una intervención del Ministro de Asuntos Exteriores cubano, Felipe Pérez Roque, hecho por Gerardo Arreola, corresponsal en La Habana del diario mejicano La Jornada: "Tras la sucesión de Castro el enemigo buscará vuelco en la política de Cuba" [26/12/2005]. Fidel Castro se extendió sobre este tema en una larga entrevista, publicada como libro, concedida a Ignacio Ramonet, de Le Monde Diplomatique, en 2003 y 2005. Para un extracto de esta entrevista vease www.inprecor.org.br, 04/04/06.
[2] Carmelo Mesa-Lago and Horst Fabian, "Analogies Between East European Socialist Regimes and Cuba: Scenarios for the Future," Carmelo Mesa-Lago (ed.), Cuba After the Cold War (Pittsburgh and London: University of Pittsburgh Press, 1993), Mark Falcoff, Cuba The Morning After: Confronting Castro’s Legacy (Washington D.C.: The AEI Press, Publisher for the American Enterprise Institute, 2003), y los numerosos volúmenes de Cuba in Transition, publicación de la Association for the Study of the Cuban Economy, con sede en Washington, D.C.
[3] El caso de la antigua URSS es instructivo en este contexto. El derrumbe del comunismo en 1991 acentuó mucho una desilusión y un desencanto ya existentes respecto a la revolución en general y a la revolución bolchevique en particular. Vease, por ejemplo, Orlando Figes y Boris Kolonitskii, Interpreting the Russian Revolution: The Language and Symbols of 1917 (New Haven, London: Yale University Press, 1999). Además, excomunistas rusos se volvieron violentamente contra Lenin con la misma actitud acrítica con la que antes le habían idolatrado. Vease Dmitri Volkogonov, Lenin: A New Biography (New York: The Free Press, 1994), traducido y corregido por Harold Shukman
[4] Mesa-Lago y Fabian, 366-67.
[5] El dólar ya no se usa para transacciones económicas públicas, pero su reemplazo por el "peso convertible" sólo ha modificado, sin eliminar, el predominio del dólar y de otras divisas fuertes en la economía cubana.
[6] Para un extenso y detallado relato de las recientes políticas de EEUU hacia Cuba, vease "U.S. Policy on Cuba Beyond the Last Gasp", Nacla Report on the Americas, Vol. 39, 4, enero-febrero 2006, 15-22.
[7] Javier Corrales, "The Gatekeeper State: Limited Economic Reforms and Regime Survival in Cuba, 1989-2002", Latin American Research Review, 39, 2, 50-51.
[8] Falcoff, 226-7.
[9] Aunque recientemente se ha reducido el número de joint ventures, los tecnócratas militares y civiles y los ejecutivos implicados en estas empresas continúan siendo una relevante fuerza estratégica.
[10] "Raúl en Shanghai," Granma, 21/4/2005.
[11] "Mas Canosa pide golpe militar en Cuba," El Diario-La Prensa, Suplemento de Nueva Jersey, 15/6/1992, 51. La alianza entre el general sandinista Humberto Ortega, cabeza del ejército nicaragüense, y la presidenta Violeta Chamorro -apoyada por EEUU- en la Nicaragua post-sandinista es sugerente en este contexto, aunque el ejército cubano ha sido siempre una institución mucho más poderosa que lo que el ejército nicaragüense haya podido ser nunca.
[12] Jaime Suchlicki, "Cuba After Castro," World and I.com, enero 2004.
[13] Brian Latell, After Fidel. The Inside Story of Castro’s Regime and Cuba’s Next Leader (New York: Palgrave McMillan, 2005).
[14] El 1º de noviembre de 1962 los militares estadounidenses presentaron a la Casa Blanca una estimación del número de bajas propias en una invasión de Cuba. Las tasaban en 18.484 bajas (muertos, desaparecidos y heridos), de las que 4.462 se habrían producido en el primer día. Aleksandr Fursenko y Timothy Naftali, One Hell of a Gamble. Khrushchev Castro and Kennedy, 1958-1964 (New York: W.W. Norton and Company, 1997), 298. Por supuesto, los cambios producidos en tecnología militar y en apoyo político interno afectarían hoy a tal estimación.
[15] Sobre la relocalización forzada de miles de personas desde el centro al oeste de Cuba en los años 70, vease los "Pueblos Cautivos. Entrevista con el doctor José Luis Piñeiro," Encuentro de la Cultura Cubana, (Madrid, primavera 2001, 20, 228-231).
[16] En 2004, 90% de la población rural y 60% de la población urbana de China carecía de seguro médico. Cuando la Organización Mundial de la Salud establecióuna clasificación de los sistemas públicos de salud de 191 países en el año 2000, China quedó colocada en el puesto 144, detrás de la India (que iba en el 112) y de algunos de los países más pobres de África. The Economist, 21/8/2004.
[17] Esa es la lógica de las reformas propuestas por Carmelo Mesa-Lago en el sistema médico cubano. Vease Carmelo Mesa-Lago, "La Seguridad Social", Encuentro de la Cultura Cubana (Madrid, Nº 25, verano 2002, 322).
[18] "Cuba’s Racial Divide" Edward Gonzalez and Kevin F. McCarthy, Cuba After Castro. Legacies, Challenges, and Impediments (Santa Monica, Ca.: Rand Corporation, 2004), 47-66
[19] "No hay Patria sin virtud," Carta Pastoral del Eminentísimo señor Cardenal Jaime Ortega y Alamino en el 150 aniversario de la muerte del Padre Félix Varela, Encuentro de la Cultura Cubana (Madrid, 28/29, primavera/verano 2003, 101).
[20] Véase la sección titulada "Homenaje a la Republica," Encuentro de la Cultura Cubana (Madrid, Nº 24, primavera 2002).
[21] La herencia de Che Guevara es compleja. Era honesto, valiente, entregado e igualitario en sus ideas políticas y en su práctica cotidiana. Pero, por otra parte, no era demócrata y nunca cambió sus opiniones sobre lo deseable del modelo de socialismo basado en el Estado con partido único. También tenía una ascética hostilidad frente al deseo legítimo de los trabajadores de mejorar sus niveles de vida. Samuel Farber, "The Resurrection of Che Guevara," New Politics (New York), vol. VII, No. 1, verano 1998 (versión en castellano en www.trasversales.net).
[22] El establecimiento de algunos "soviets" en el período inmediatamente posterior a la revolución de 1933 fue muy breve y no contribuyó a la creación de una tradición de control obrera y de autogestión en la clase obrera cubana, aunque ésta era muy militante.
[23] Véase, por ejemplo, el apoyo dado por el líder comunista cubano Lázaro Peña a políticas similares a las de "acción afirmativa" en "Problemas del movimiento obrero. Debemos combatir prácticamente la discriminación racial desde los sindicatos," Hoy, 29/3/1959, 1.
[24] Hal Draper, "The Two Souls of Socialism," New Politics (New York, Vol. 5, No. 1, Winter 1966 (versión en castellano en www.trasversales.net)
[25] Jan Josef Lipsky, KOR Workers’ Defense Committee in Poland, 1976-1981 (Berkeley, Ca.: The University of California Press, 1985, 121).
[26] Thomas Paine, "The Rights of Man", Edmund Burke and Thomas Paine, Reflections on the Revolution in France and The Rights of Man (Garden City, N.Y.: Dolphin Books, 1961, p. 323-24). (mayúsculas y énfasis en el original)