23/12/2024
Por , , Macip Ricardo F.
En el bosque de niebla de la Sierra Madre Oriental, entre los exuberantes cafetales de sombra del centro de Veracruz, hay un burdel llamado el "Khrysis Bar". Merece mención, no sólo por ser el lugar predilecto de reunión de burócratas y políticos, vendedores y compradores de café, narcotraficantes e introductores de armas -que son quienes lo mantienen abierto y los únicos capaces de distinguirse-. Tampoco se reduce su relevancia a tener como fuerza laboral sexo-servidoras del Este de Europa -aunque al menos en este caso la leyenda "con las mujeres más bellas del mundo" es parcialmente cierta-. El Khrysis Bar es importante porque en sí mismo es un monumento a la crisis en México. No me refiero aquí a pérdidas, sino a la adopción y exaltación de la crisis como normalidad de la vida mexicana.
Porque -y esto debe subrayarse- quienes visitan el Khrysis son todos triunfadores. Son los que se ajustaron a las nuevas realidades de calidad total. No hay paradoja: lo que llamamos crisis es el producto de los remedios y medidas tomadas para superar la insolvencia financiera prohijada por la corrupción cleptócrata. Que la venalidad del régimen sigue intacta bajo pátina democrática, es evidente por la continua invocación de la crisis como elemento de explicación circular en la vida mexicana, desde 1982 al presente. Concedido: hay cambios drásticos. A diferencia de antaño, hogaño todo esta a la venta; no hay límites al libre mercado ni a la explotación de ventajas comparativas por parte de individuos competitivos, ni pruritos que distingan entre lo legal, informal y criminal. Asimismo, y sin conceder que se viva en un régimen democrático, las elecciones hacen sentirlo como tal: no hay diferencias de fondo entre las opciones políticas; el votante elige no entre el menor de los males, sino la máscara menos repugnante. Como todos los gobiernos de mercaderes, el mexicano también requiere aumentar su base financiera y eso se logra exportando gente: si la más abundante y barata mercancía mexicana de exportación es su empobrecida población, así sea. También, como toda clase cosmopolita, los triunfadores consumen pieles importadas.
Introducción
Este artículo analiza el empleo del término "crisis", tal y como es usado por los productores cafetaleros del centro de Veracruz[1] al discutir las transformaciones en el agro-negocio desde mediados de la década de los ochenta del siglo pasado al presente. Argumento que su invocación y manipulación debe entenderse en el contexto de: 1) la privatización masiva y generalizada de bienes y servicios públicos, concentrando las posibilidades de procesamiento y comercialización del grano, 2) la reorganización de los pequeños productores en distintas formas asociativas y cooperativas en competencia, y 3) la reconversión del cultivo; estos procesos, relacionados, permiten apreciar el proceso de dominación de clase.
El cambio en política económica, del modelo de sustitución de importaciones al neoliberal[2], lejos de fortalecer al sector de exportaciones agrícolas trajo empobrecimiento y destierro para la mayoría de los productores en la región, al tiempo que concentró la habilidad de exportar en medianos y grandes productores y en una emergente Unión de productores. Esta experiencia permite interpretar los usos del término crisis dentro de un campo de poder en pugna, y podemos apreciar el modo en que la crisis naturaliza la desaparición y obsolescencia de los derechos sociales negociados por los cafetaleros en su relación con el gobierno mexicano. Al hacerlo, lesiona la voluntad colectiva del sujeto agrarista (fraguada en la relación entre productores "campesinos" y gobiernos "revolucionarios" -entre las décadas de los treinta y ochenta-) al limitarlos a la búsqueda de soluciones fragmentadas y en competencia para superar las "crisis". La crisis nos ayuda a entender la derrota de una de las fuerzas productivas más importantes del campo mexicano, con el consecuente exilio migratorio, criminalización de la vida cotidiana, y despolitización de la dominación de clase. Vista así, lejos de considerarla conformando un sentido común o una "cultura", la crisis es nuestra entrada para entender las luchas por la dominación político-cultural y la aceptada sumisión al proyecto hegemónico neoliberal. Huelga decir que el uso de hegemonía para entender las relaciones de poder y su constante reconfiguración será tanto material como enmarcada en el espectro de coerción y consenso, y no como un discurso de persuasión. El artículo termina con una discusión de "la multitud" vis-a-vis el proceso hegemónico de la crisis.
Crisis
Hablar de la crisis en América Latina conlleva el riesgo de reiterar verdades de Perogrullo. Nadie duda que una profunda crisis socioeconómica y política desmanteló el precario estado de bienestar, ni que la implementación de reformas de ajuste estructural ocurrió a expensas de los escasos compromisos con la justicia social. Uno a uno, todos los países del subcontinente adoptaron la fórmula neoliberal basada en privatizaciones y un discurso empresarial de individualismo y ventas. Aún así, debemos preguntarnos cómo es posible que se invoque a la crisis para hablar del cambio. En el caso mexicano, la crisis se hizo dominante en 1982 cuando la administración federal fue incapaz de hacer frente a sus obligaciones de pago para con los correspondientes acreedores internacionales. También se habló de crisis en 1989 y en 1994. Pero los tres años son picos en el mismo horizonte, que cubre una generación completa (1982/2005...). Después de tantos años, la crisis se mantiene como el término familiar para explicar coyuntura y estructura en México.
La crisis es el brote de una nueva formación estatal, que pasa del estado "revolucionario", nacionalista y desarrollista, al neoliberal, de libre mercado y globalizado. No síntoma, sino condición sine qua non de una formación estatal emergente. Aunque se refiere a eventos específicos en un proceso de empobrecimiento generalizado, agravada concentración de riqueza y oportunidades, e implementación de políticas específicas y sus consecuencias, su uso más frecuente se da entre la población dedicada a la producción en el sector primario de la economía. Un par de términos que se asocian con crisis pero son usados por otros agentes, son neoliberalismo y globalización. Los científicos sociales pueden fácilmente identificar políticas específicas aplicadas en la región como neoliberales (Gledhill 1995, Otero 1996, Proud’homme 1995) y apreciar la articulación de una ideología neoliberal (Centeno 1994) en las instituciones. Asimismo, políticos y entusiastas de los cambios pueden identificar sus causas y efectos como resultado de la globalización (García Canclini 1999, Reigadas 2002). Sin embargo, los cafetaleros de la zona hablan de crisis. En su experiencia han vivido bajo tales condiciones, con la amenaza de colapso total, durante una generación; la crisis se usa para resumir el deterioro de las condiciones de vida y las correspondientes empobrecidas expectativas sobre el futuro. Marca el tiempo también en espacios: "antes" y "desde" la crisis, o "acaso" la crisis termine. Es pues un medio para entender los cambios radicales en la región y el país respecto a las estructuras productivas y los acuerdos sociopolíticos. La crisis es la experiencia regional bajo el neoliberalismo. Ha producido un discurso para entender las "distorsiones" de la modernidad mexicana y los intentos de reforma. Cuando se habla sobre el futuro, es relativamente fácil oscilar entre la ironía y la autocompasión. El uso de la crisis como nivel básico del discurso tiene dimensiones nacionales, no es pues un elemento peculiar del centro de Veracruz, aunque ahí haya dominado mis discusiones. Si bien los estudios rurales en México incluyen referencias a crisis agrícolas desde la década de los setenta (Moguel 1990:11), la población en general no adoptó el término crisis como referencia ubicua, ni la vida se hizo comprensible en términos de crisis, hasta mediados de la década de los ochenta. Sobre la normalización de la pobreza y desigualdad se desarrolló un nuevo consenso, afirmando que la vida mexicana es anormal, y que esto se explica porque el país esta sumergido en una crisis de dimensiones totales, que deja poco espacio para la esperanza en la vida secular.
Crisis es etimológicamente un término adecuado para discutir las transformaciones neoliberales, pues refiere a cambio y a su uso psiquiátrico como disrupción violenta. Ya no resulta tan apropiado cuando la crisis se convierte en el principal elemento que define las condiciones generales de vida. Aunque lleno de reproche y por ende dotado de intencionalidad, la crisis aparece como una entidad separada, que llegó por sí misma a tomar el país. En tanto que sus causas no son discutidas con claridad, la crisis tiene una vida propia. Hay dos elementos perniciosos en tal entendimiento: en primer lugar, aunque sea producto de relaciones sociales y fuerzas específicas, es poco lo que pueden hacer los individuos para sobreponerse a ella; en segundo lugar, hay una elaboración de la crisis como condición permanente y, al normalizarla, en conjunto se despolitiza. Así, la crisis implica despolitización. Esto es particularmente cierto con el desarrollo y crecimiento de ideologías individualistas, estimuladas por políticas y propaganda centradas en la convicción de que "en tiempos de crisis" todos deben velar por sí mismos. La crisis pertenece entonces a un tipo de experiencia histórica que parece dominar todos los aspectos de la vida con un efecto aplanador. Es la dominación expuesta, el momento en que la coerción sin mediación legítima es evidente, revelando la naturaleza del estado.
Entre los cambios producidos por la crisis, se destaca la transformación de las formas de mediación cultural y política. Son arquetípicas expresiones como "retiro", "reducción", "adelgazamiento" y "transferencia" del "aparato estatal" , todas eufemismos de privatización. Bajo tales términos el estado y lo público son reducidos al rango de la intervención burocrática. La privatización efectiva de industrias paraestatales, activos y servicios liberó individuos y carteles para reclamar su propiedad, en un campo social agravadamente desigual. Al momento de las privatizaciones, no todos los mexicanos eran capaces de tomar parte en la repartición del gigantesco complejo paraestatal. Así, las relaciones entre clases y grupos pasaron a confrontarse bajo principios de fuerza.
Café
Este panorama general de la crisis es inteligible en la región a través del cultivo del café. La "crisis del café", iniciada en 1989, ha producido variadas reacciones en distintas regiones. Snyder (2001) plantea, a partir de su estudio comparativo entre los estados de Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Puebla, que la amplia gama acciones para sobreponerse brinda la oportunidad de superar la discusión sobre neoliberalismo y pasar a la comprensión de la re-regulación del mercado. Desde la ventajosa posición de Veracruz, ese enfoque me parece precipitado, porque no se ha terminado de comprender los éxitos del proyecto neoliberal. Las diferencias de Veracruz con el resto de los estados son muchas y de distinto origen, pero me interesa destacar una: Veracruz es el punto de entrada de café al país en 1792 (Pérez y Díaz 2000) y es el estado con estructuras productivas más identificadas con el monocultivo del grano, tanto por su longevidad como por su centralidad en la estructura productiva, pues durante el dominio del cuasi-monopolio estatal del Instituto Mexicano del Café (INMECAFÉ, 1970-1989) la sede nacional del mismo estuvo en Xalapa.
La crisis del café, si bien orgánicamente vinculada al resto de los procesos socioeconómicos y político sociales del estado mexicano, se manifiesta en 1989 como resultado de tres causas: el fin de la organización del mercado mundial de café en cuotas de países productores, y la adopción del libre mercado; la decisión a nivel federal de privatizar los activos y pasivos del INMECAFÉ; y el infortunio de una helada que malogró la cosecha en la vertiente del Golfo de México. Las causas primera y segunda están vinculadas al cambio de organización de la economía mundial y la armonización de las políticas federales acorde, mientras que la tercera le dio dimensiones de urgencia y dramatismo inequívocas.
La privatización de los activos y pasivos del INMECAFÉ reconoce dos momentos. En un principio, el profundo descontento que el Instituto enfrentaba de parte de los productores, que produjo protestas y tomas de instalaciones muy bien organizadas a mediados de la década de los ochenta. En tales marchas se negociaba un aumento en el precio de garantía del grano, lo que al lograrse aumentaba la deuda de instituciones públicas. El descontento y oposición al Instituto tenía por origen la política de intermediación y reproducción entre productores y capital que el mismo sostenía (Nolásco 1985:194). Luego, la privatización de pasivos impagables y en pésimas condiciones a organizaciones de productores no buscó estimular al agro-negocio, sino deshacerse de un lastre. En suma, nadie defendió al Instituto de la privatización y se remataron beneficios ruinosos.
La forma de producción de café en México entre 1970/1989 era bicéfala. De un lado existía el sector "social" compuesto por productores bajo dirección y supervisión del INMECAFÉ. Aunque estos productores eran de distinta escala, en conjunto se agrupaban bajo la doble y complementaria retórica del campesinado agrarista. El agrarismo radical floreció en la zona cafetalera de Veracruz en los mil novecientos treintas, aunque fue reprimido y corrompido por la estructura caciquil del Cardenismo y la Confederación Nacional Campesina (CNC). El sector social agrupaba a diversas organizaciones campesinas que negociaban su participación mediante acuerdos políticos con el Partido Revolucionario Institucional (PRI). En conjunto actuaban como los cosecheros y abastecedores de beneficios de café del Instituto, el que coordinaba todo el procesamiento, selección y comercialización del grano. De manera paralela y opuesta estaba el sector "privado", compuesto por todos aquellos cafeticultores que participaban en la producción, beneficiado y comercialización fuera de la dirección del INMECAFÉ.
La toma del poder federal por la administración Salinas (1988/1994) coincide con el cambio a nivel mundial de la organización del mercado del café, que redujo la participación gubernamental a la formulación de políticas de fomento comercial y disolvió la estructura bicéfala -que atravesaba todo el sector primario- en una sola. Si bien es difícil hablar y más aún documentar actividades criminales en la privatización de los beneficios a favor de algún grupo de interés en especial, sus consecuencias fueron nefastas para la gran mayoría de los productores. Puede argumentarse que, dada las políticas de fomento de las administraciones de Echeverría y López (1970/1976 y 1976/1982) basadas no en mejoras de productividad sino en la ampliación de unidades de producción y superficie cultivada, el sector social estaba compuesto por miles de cosecheros, agrupados en centenas de capítulos de decenas de organizaciones, que ostentaban básicamente los mismos derechos sobre los beneficios, lo que hacía complicando llegar a cualquier decisión (Nolasco 1985). Tal afirmación sería correcta, pero el problema radica no sólo en la distorsión del cuasi monopolio estatal, sino en la rapidez y fuerza de las políticas de ajuste. El resultado principal de la privatización es que miles de productores (para el año 2000, entre ocho mil y nueve mil productores de los dieciséis mil censados en el distrito de Huatusco) enfrentaron la "obsolescencia" ante las nuevas condiciones del agro-negocio. Los productores del sector social constituían un grupo muy disímil y con muy distintos niveles de organización política, de modo que cuando fue necesario "cambiar de terreno"[3] de cosecheros a productores autónomos, la gran mayoría fue abandonada a sus suerte.
Es verdad que no todas las historias con el cambio de terreno son trágicas. Una que ejemplifica las posibilidades del trabajo colectivo, y que todos los logros son resultado del mismo, es la ya mencionada Unión[4]. La Unión logró en un periodo muy corto constituirse en una nueva figura legal, obtener créditos y apropiarse del proceso productivo desde la planificación hasta la comercialización de variedades y especialidades de café en los mercados más exigentes. La Unión es un elemento fundamental en la emergencia del "comercio justo" y asociados acertijos posmodernos de mercadeo. Como tal, ha llamado la atención de investigadores (Altobello 1999, Macip 2002) que ponderan sus logros y limitaciones. La Unión es interesante no sólo por la riqueza de sus propuestas y contradictorias experiencias en la superación de la "crisis": también lo es porque es casi única en lograrlo. Se trata de una experiencia exitosa poco común y que, por tanto, hace evidente el proceso más general de derrota de la mayoría "campesina y agrarista". A contrapelo puede apreciarse un proceso de fragmentación en las otras organizaciones del sector social que, o bien se rehusaron a cambiar su personería legal o atravesaron escisiones sucesivas, lo que en todo caso imposibilitó la conversión productiva. Pese al papel de vanguardia que organizaciones como la Unión tienen, los cafetaleros del sector social vieron mermada su fuerza y capacidad de negociación de apoyos y presupuestos con el gobierno federal. A nivel de los gobiernos estatales la historia presenta ejemplos contrastantes (Snyder 2001), pero siguiendo la pauta de una vanguardia minoritaria que se posiciona en condiciones competitivas, y una mayoría empobrecida enfrentada al abandono o conversión del cultivo.
En el distrito cafetalero de Huatusco, la Unión tomo de manos del INMECAFÉ el beneficio de manera conjunta con una asociación dependiente de la CNC. Tras prontas desavenencias la alianza se truncó y la asociación se retiró, reduciendo su papel al de intermediario para la obtención de programas gubernamentales de subsidio. Pero aún los agrupados en la asociación se cuentan entre los cafeticultores "afortunados", por no haber fracasado totalmente y enfrentar la venta de cafetales y la emigración. Es irónico que se evoque al "sector social" corporativizado bajo el PRI como una "buena época", pues tal nostalgia conmemora la rampante corrupción. Pero al contrastar la disminución del poder político de organizaciones de masas como la CNC, la marginación del sujeto campesino como agente de negociación, la contradicción ideológica de los agraristas dedicados al "comercio justo" y la consecuente emergencia de condiciones para el enseñoreo de ideologías individualistas, con un periodo de crecimiento y seguridad, la nostalgia se hace inteligible.
Quizá la consecuencia más importante a largo plazo de la crisis sea la conversión de los cafetales. Amenazando constantemente con la sustitución del café por otros cultivos, los cafetaleros experimentan con nuevos paquetes tecnológicos y variedades de cafeto. En contraste con regiones de los estados de Chiapas y Oaxaca, donde se experimenta con policultivos diversificados (Bartra 2003), en el centro de Veracruz las tierras bajas y productoras de café de mala calidad se convierten en pastizales para reses, mientras que en tierras medias se experimenta con campos tipo costarricense de café a sol. Una de las características más preciadas de la producción de México y Guatemala es que la inmensa mayoría de sus cafetales son de sombra. Dejando a un lado las calidades del producto final, los efectos sobre la biosfera son consistentemente positivos (Toledo 1999). Si bien las conversiones son aún de una escala menor, su posible generalización tendría devastadoras consecuencias ecológicas. Aquí el peso no cae sobre las poblaciones vegetales y animales, sino sobre el ciclo de lluvias y disponibilidad de agua. La desertificación del vergel veracruzano es una pesadilla venidera.
La emigración acelerada que se vive actualmente en las zonas cafetaleras de Veracruz (Hernández 2004) es un producto de la crisis, que sirve asimismo para diferir las contradicciones de la misma sobre la estructura productiva y sus formas de organización y militancia. La crisis sustituyo al "ser colectivo" del campesinado agrarista articulado al partido de estado, por una multitud de individuos en crisis. La multitud debe entenderse como el producto de la crisis y efecto del proyecto hegemónico neoliberal.
Campo de Fuerza y Hegemonía
Una vez que se ha puesto a la crisis en perspectiva con la conversión-privatización del agro-negocio cafetalero, es necesario decir que constituye su contexto más inmediato. Usando la noción de "campo de fuerza" de Roseberry (1994:358) y las elaboraciones sobre el mismo por parte de Smith (2004:105), la crisis es la reconfiguración temporal y espacial de la región. El centro de Veracruz se conformó como campo de fuerza en la transformación del régimen colonial en liberal. Su articulación económica y política se predicó sobre la producción de estimulantes. El cultivo de caña de azúcar en las tierras bajas se alternó con otro cultivo de menor extensión pero mayor renta en laderas y montes, correspondiendo al tabaco el período colonial borbónico y al café desde el largo siglo XIX hasta el presente de crisis. Caña de azúcar, tabaco, café y sus productos finales comparten el ser estimulantes legales, cuyo uso observa fuertes diferenciaciones de clase como artículos de placer (Schivelshbusch 1993) o entretenedores del hambre proletario (Mintz 1979). Su importancia radica menos en su carácter de estimulantes que en las fortunas y órdenes sociales que históricamente produjeron. El paisaje y ritmos de vida del centro de Veracruz son producto de esta vocación que relacionó y segregó poblaciones a cantones, cabeceras municipales y pueblos sujetos, ordenando flujos de poblaciones y bienes de acuerdo a los ciclos agrícolas. Por supuesto que no eran los únicos cultivos ni actividades económicas, pero sí los que definieron los rasgos y ritmos característicos de región y poblaciones. El orden social que arranca con fuertes instituciones tanto Novohispanas como del Caribe, se distingue durante el liberalismo mexicano por la atomización de unidades productivas (Rodríguez 1997) en fincas, ranchos y huertas rancheras y campesinas. Este orden social incorporaba distintas formaciones a la producción, tanto en el control directo de la misma con finqueros y campesinos no indios, como la contratación temporal a destajo de indios serranos. Las diferencias étnicas y de clase serían movilizadas en las negociaciones con los regímenes post-revolucionarios, bifurcándose en sectores social y privado, al tiempo que se silenciaba y ocultaba la contribución de la mano de obra estacional. Las relaciones entre campesinos agraristas "compañeros" y finqueros (los tipos ideales de los productores sociales y privados respectivamente) con las diferentes administraciones estatales y federales se cimentaron bajo políticas clientelares de fomento a la producción durante los años del auge cafetalero (que va desde la década de los cuarenta a la de los setenta) a cambio del control local de la política municipal, siempre que esta tuviese lugar dentro del partido de estado (PRI). Toda forma de protesta y participación ocurriría dentro de los límites del partido, al tiempo que serían distintas agencias gubernamentales las que organizasen la producción y exportación del café y azúcar. El campo de fuerza cafetalero del centro de Veracruz, con su larga formación, es precisamente lo que esta siendo minado y transformado por la crisis.
Actualmente, los cafetaleros no han perdido prominencia en la organización de la vida pública y política, pero sí han visto menguado su margen de maniobra. En distritos y municipios dedicados a la producción de café de altura (del que se pueden procesar variedades de alta rentabilidad aún en la crisis) siguen ocupando posiciones de liderazgo y luchando por imponer distintas versiones de una voluntad colectiva que une tanto formas específicas de producción (con variedades, procesamientos y mercados específicos) como el vivir sobre la base del trabajo legítimo en el cafetal. Pese a las transformaciones del aparato productivo y el cambio de terreno, las opciones siguen siendo identificadas como las de campesinos agraristas frente a las de finqueros cosmopolitas. Si bien cada caracterización suele tener fallas y contradicciones, lo importante es que continúan resonando como opciones válidas: en ellas se puede identificar la organización de voluntades colectivas en aras de lograr el liderazgo político y cultural de la región.
Pero la capacidad de generar una voluntad colectiva contrasta con la posibilidad de satisfacer las necesidades básicas de la población. A diferencia de los períodos liberal y postrevolucionario, hogaño es imposible para la mayoría vivir no sólo del café sino de actividades productivas legitimas afincadas en la región. Las unidades de producción viables se reducen paulatina pero inexorablemente, mientras que el resto debe optar entre una creciente criminalización de actividades en la región (Macip nd), o bien la migración a las ciudades y el extranjero. La destrucción de formas de vida basadas en el trabajo rural dentro de las fronteras mexicanas demanda el discurso de la crisis para hacerse inteligible.
Regresando a la óptica sugerida por Smith (2004), de recurrir a una perspectiva bifocal donde el campo de fuerza regional se compone con otra escala espacial y política, la de el estado-nación, se advierte el proceso de dominación de clase del proyecto neoliberal. Las reformas estructurales recetadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a todos los países fueron aplicadas en México de manera draconiana, distribuyendo los costos de la crisis de una manera extremadamente desigual. Las políticas de ajuste lograron ciertos equilibrios macroeconómicos bien ponderados por sus promotores (Aspe 1993) a costos muy altos para la sociedad mexicana en general (Bolvitnik y Hernández 1999) y con una lógica de clase muy específica, en que serían los asalariados y productores rurales quienes asumirían el mayor peso. Cuando se traducen estos principios generales a distintas regiones y sectores se logra una perspectiva que da cuenta de la destrucción de formas de vida legitimas y su transformación en formaciones sociales dónde lo informal, criminal y legal se tornan difíciles de distinguir.
Armando Bartra (2003) ha señalado que las políticas rurales de las administraciones neoliberales deliberadamente promovieron el abandono del campo como opción productiva legítima, sin tener una correspondiente política de incorporación industrial o de servicios. Y aunque se dio el desarrollo de zonas maquiladoras basada en promoción al empleo, éste no corresponde al desahucio del campo. Bajo esta misma luz, hemos de apreciar los procesos simultáneos de fragmentación de amplios sectores productivos y la proliferación de ideologías individualistas de corte empresarial y autoayuda como elementos constitutivos de la normalidad neoliberal. La crisis y sus formas discursivas están ancladas en la destrucción del aparato productivo legal y promueven una forma distinta de participación en la economía y sociedad mexicanas. Libre de los derechos mínimos garantizados por la Constitución de 1917, el régimen neoliberal promueve formas de participación productiva desprovistas de protección legal para una reducida ciudadanía. Como alternativa a la quiebra generalizada surgen el infame "changarrismo"[5] en el sector informal y la migración ilegal a los Estados Unidos. El primero permite la sobrevivencia criminalizada, mientras que el segundo estimula la recomposición de un nacionalismo sin ciudadanía. El surgimiento del emigrante ilegal como el actor político fundamental es más que un exceso populista abrazado por todos los partidos políticos. Es la quintaesencia del sujeto neoliberal: un proletariado flexible y transnacional que se supone hecho de individuos racionales sin derechos que maximizan su "capital humano" en la integración norteamericana.
En el caso del café, disgrega la militancia política (si bien clientelar y corrupta) de miles de campesinos organizados, que lograron presionar y hacer negociar al gobierno federal hasta la administración De la Madrid (1982/1988). Pese a tener una vanguardia sólida y consistente, adolece de cuadros medios y bases, los que en su mayoría fueron lanzados a las emergentes venturas criminales e informales, tanto dentro como allende la frontera. La multitud heterogénea hecha de individuos no es pues un estado latente o dado de la sociedad, sino producto de procesos político-culturales específicos. Es poco probable que quienes planearon la aplicación de políticas de ajuste tuviesen en mente el envilecimiento y despojo general de las condiciones de vida como meta, y se debe evitar presentar al neoliberalismo como una conjura. Empero, las condiciones bajo las cuales se llevó a cabo la transformación de la sociedad mexicana desde un estado desarrollista al neoliberal produjeron efectos políticos y culturales de crisis. Dentro de ella, es clave el abandono de un lenguaje de clase a favor del de individuos. En plena orfandad de "grandes narrativas históricas", la crisis es el vehículo de naturalización del poder que coerce y genera consensos. Se trata de la desarticulación de la voluntad colectiva para apropiarse del destino.
Multitud
En un corto artículo Beasley-Murray (2003:120-2) argumenta que la "multitud" constituye el sujeto privilegiado de análisis bajo la condición "posthegemónica". En esta sección discutiré la utilidad de la multitud como categoría histórica para la caracterización del presente y su pertinencia en la discusión del proceso hegemónico. Deliberadamente ignoro la discusión sobre la condición posthegemónica planteada por Moreiras y Beasley-Murray, por la simple razón que sus referencias sobre hegemonía tienen poco que ver con el trabajo de Gramsci y son, mas bien, válidas críticas a una serie de interpretaciones sobre hegemonía basadas en una determinada noción de conciencia de clase y generación de consenso tomada de fuentes secundarias (especialmente Mouffe 1979, Laclau y Mouffe 1987). No discutiré la pertinencia de tales interpretaciones puesto que hay sólidos trabajos que lo hacen (Crehan 2002). Asimismo, la discusión pseudo-gramsciana sobre hegemonía planteada por Scott (1985) en The Weapons of the Weak debe servir como antecedente para evitar tal bizantinismo.
La idea de que la multitud constituye el nuevo sujeto político (Virno citado por Moreiras 2001:111) me parece adecuada para entender "la estructura de sentimiento" (Williams 1977) sobre la crisis que advertí en mi trabajo de campo. La primera sección de esta ponencia es inteligible si la articulamos con la idea de multitud como expresión de la suma amorfa y desordenada de individuos enajenados. Así entendida, la multitud es una alternativa productiva a las nociones de "masa", "pueblo" y "sociedad civil".
Sus principales promotores la definen de la siguiente forma:
La multitud, por el contrario [al pueblo], no está unificada, sigue siendo plural y múltiple. Por eso la tradición dominante de la filosofía política postula que el pueblo puede erigirse como poder soberano y la multitud no. La multitud se compone de una serie de singularidades, -y aquí entendemos por singularidad un sujeto social cuyas diferencias no puedes reducirse a uiformidad, una diferencia que sigue siendo diferente. Las partes componentes del pueblo son indiferentes dentro de su unidad, se convierten en identidad negando o dejando de lado las diferencias. De este modo, las singularidades plurales de la multitud contrastan con la unidad indiferenciada del pueblo (Hardt y Negri 2004:127).
Aunque un párrafo después Hardt y Negri afirman que la multitud no es fragmentaria, anárquica, ni incoherente, tras leer 427 páginas de caracterización del fenómeno, con ejemplos y arengas, puede decirse que tal aclaración es retórica. Para el caso que nos ocupa, la multitud es el efecto político de las tecnologías de poder neoliberal y de la dominación de clase de los bloques hegemónicos en el estado mexicano. Es preferible a masa y pueblo por la simple razón que ambas categorías pertenecen a proyectos políticos vacuos y corruptos articulados en la relación entre los gobiernos post-revolucionarios del partido de estado y distintos grupos de productores agrícolas. Si bien es cierto que puede argumentarse que sí existió un sujeto agrarista con historia radical (Falcón 1977), también lo es su inexorable cooptación en el sistema político mexicano, así como su participación económica en tanto "sector social" en el aparato paraestatal. El identificarlos como "pueblo" o "masa" es un exceso, sin ser mejor la contemporánea invocación a la "sociedad civil".
Ahora bien, la multitud debe desmenuzarse para saber quiénes la componen y qué efecto es. En este caso empírico, podemos enumerar y caracterizar las diferentes organizaciones de productores cafetaleros y al ejercito industrial de reserva desechable que la componen (Macip 2004, nd B). Su elaboración teórica es menos novel, empero. Considero que la multitud debe ser vista no como algo radicalmente nuevo, aunque la experiencia fenomenológica así aparezca a sus integrantes, ni como prueba de un emergente estadio histórico-político (la condición post-hegemónica), porque es producto precisamente de un proceso de dominación de clase y su dinámica es la de los grupos subalternos. En los Cuadernos Gramsci (precisamente en el cuaderno 25, 2000 Vol 6:178-183) dedica las notas 2 y 5 a los criterios metodológicos para el estudio de las clases subalternas. A los fines de esta discusión, lo más importante en ellas es la caracterización de su historia como "necesariamente disgregada y episódica":
Los grupos subalternos sufren siempre la iniciativa de los grupos dominantes, aún cuando se rebelan y sublevan: sólo la victoria "permanente" rompe, y no inmediatamente, la subordinación.
La fragmentación de las clases subalternas es resultado de la dinámica del poder hegemónico-estatal que constantemente las ataca. La condición de subalternidad va atada a esta característica y sólo cuando en un ciclo histórico cerrado hay una victoria incontestable es que los grupos subalternos pueden alcanzar unidad en el estado. La relación entre multitud y subalternidad propuesta por Moreiras (2001:111) como dos momentos -uno fenomenológico, el otro teórico- es por lo tanto innecesaria. La multitud por él invocada existe y es en ella donde se encuentran las clases subalternas al presente, en un momento de derrota tan radical que parece irreversible. La precisión no es inútil, puesto que la narrativa de la subalternidad es proclive a excesos populistas (vgr. Coronil 1997 y su "modernidad subalterna"), y multitud en cambio ofrece hasta el momento escasos márgenes de romanticismo o escapismo esencialista.
Los productores de café del centro de Veracruz constituyen políticamente una multitud. No todos pertenecían al sector social, pero de quienes lo conformaban sólo una parte (37%) participa en los programas gubernamentales de apoyo a la producción: por los 6.000 beneficiarios, hay 10.000 intentando incorporarse. Además, aquellos que participan lo hacen a través de organizaciones políticas y de producción que compiten entre sí, tanto por lograr créditos e insumos para la producción, como para la comercialización del café. La lucha entre ellos es tenaz y se basa en la habilidad del más apto para trabajar que, sin duda alguna, es la Unión. Con la pugna hay intentos de unificación -cómo cuando parecen enfrentar a los finqueros fijando precios de compra para el café cereza- resumidos en la frase "la política nos divide pero el hambre nos une". Desafortunadamente, este lugar común no tiene traducción política real, y al ras del suelo cada organización lucha por sus agremiados contra todas las demás, con mas fuerza que contra cualquier otro "enemigo" común. Si bien es cierto que como contrapeso al liderazgo finquero la Unión se ha erguido poderosa, las políticas de la misma no afectan al resto de los productores. La Unión es una vanguardia sin masa. El resto de las organizaciones campesinas negocian de manera aislada recursos y apoyos clientelares con los gobiernos federal y estatal. Al hacerlo se fragmenta el campo de poder cafetalero en una dinámica en que los productores como clases subalternas se escinden en facciones y son incapaces de formular políticas productivas y de acción que permitan la conformación de un bloque hegemónico. Cuando esto ocurre, es sólo contra los jornaleros indios en la cosecha, momento en que todos los productores, tanto compañeros como finqueros, forman un frente unificado para deprimir salarios y mantener formas de trabajo bajo coerción, minando cualquier plataforma solidaria. Los mecanismos de dominación de clase y de fragmentación de las clases subalternas se mantienen vigorosos en la crisis, aunque los productores expresen un efecto aplanador de desclasamiento.
En el centro de Veracruz, la crisis del café ha sido la experiencia dominante de la transformación desde el estado desarrollista al estado neoliberal. En la crisis cambiaron tanto el campo de poder del agronegocio respecto al mercado mundial, como la organización del estado al prescindir de una burocracia que mediase los conflictos derivados de la dominación y explotación, y también la reestructuración del liderazgo regional. La lucha entre productores en la región por imponer la versión dominante respecto a calidades y estándares de producción, y de todos los productores contra los jornaleros (Macip 2002) para abatir los salarios e imponer miserables condiciones de vida y trabajo, es un proceso hegemónico. La ideología de la crisis no es un discurso de ser colectivo alguno, sino el lamento de la multitud. Si bien esta suele ser la misma que clama por una sociedad civil como vanguardia para las soluciones políticas, es incapaz de organizarse bajo formas efectivas que confronten al hegemón. Antes que síntoma de condición post-hegemónica, es la afirmación misma de la fragmentación y naturaleza disgregada y episódica de los grupos subalternos como productos del proceso hegemónico.
Referencias
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Artículo enviado por el autor para Herramienta.Versiones preliminares del mismo se presentaron en el XXV Congreso Internacional de LASA (Latin American Studies Association) en Las Vegas y en The Workshop On Latin American History and Society de la New School for Social Research de Nueva York, en octubre de 2004 y abril de 2005 respectivamente.
[1] Por centro de Veracruz estoy tomando los cantones de Córdoba, Orizaba, Huatusco y Zongolica (este último complicado por la adición de municipalidades de la Sierra Negra en Puebla) según la división territorial del siglo XIX. En este trabajo estaré refiriéndome principalmente al cantón de Huatusco como área de producción y beneficiado de café.
[2] Otero (1996:7) identifica al neoliberalismo de manera minimalista y por oposición a su antecesor (substitución de importaciones industriales) como: "…una estrategia de industrialización orientada a la exportación promoviendo la apertura de la economía al comercio exterior, retiro masivo de subsidios públicos en la mayoría de los sectores de la economía, privatización de empresas paraestatales y de manera importante una política de control salarial depresiva para atraer nuevas olas de inversión extranjera."
[3] "Cambio de terreno" se refiere, en círculos cafetaleros, a la apropiación del proceso productivo por parte de productores organizados, los que toman control de todas las fases de producción, industrialización y comercialización.
[4] Unión Regional de Pequeños Productores de café, agropecuarios y forestales y de agroindustrias de la zona de Huatusco, Veracruz, una sociedad de solidaridad social.
[5] Expresión que denota cualquier pequeño negocio, popularizado hasta la nausea por la administración Fox como alternativa real y deseable al desempleo.