(Versão em português)
El debate sobre la centralidad del trabajo inmaterial y de su fuerza transformadora tomó cuerpo en los últimos decenios e influenció muchas tesis de la economía política y de la sociología del trabajo. El eje central de este debate muestra una línea de raciocinio algo mecanicista: transformaciones en las calificaciones profesionales, en el contenido del trabajo y en la producción habrían alterado la lógica de producción de mercancías, poniendo en jaque a la “ley del valor”, dada la imposibilidad de medición de los productos inmateriales.
A partir de estos presupuestos, un universo de conclusiones derivadas se inserta en el cuadro de este debate. Las dos más contundentes remiten al carácter creativo de la producción inmaterial y a su lógica anticapitalista. En estos términos, la producción inmaterial sería la propia antesala de las fuerzas sociales contrarias a la reproducción social del capital. El debate se concentra en algunos equívocos teóricos. El primero de ellos está en la relación directa entre producción material y producción física. Se toma la contraposición entre material e inmaterial, considerando al primero como materia física y el segundo como no materia. El segundo, es tal vez el equívoco más importante, es el que considera que la materialidad o la inmaterialidad se caracterizan en base a la utilidad del producto, o así mismo, en el contenido de las calificaciones profesionales de los productores involucrados en el proceso de producción.
Está ausente en este debate, por ejemplo, la consideración de que la materialidad (histórica) es determinada por el conjunto de las relaciones sociales que constituyen la organización del proceso de producción. Luego, la materialidad del conjunto de las relaciones sociales es reducida a su dimensión física, caracterizada, sobre todo, por las determinaciones del valor de uso del trabajo y del trabajador. Se desenvuelve con esto, una oposición teóricamente ineficaz y no dialéctica entre material e inmaterial como eje explicativo sobre, por ejemplo, la producción de la información. La mercancía información deja, de esta manera, de ser considerada dentro del universo de la producción de valor estricto, ya que se diferenciaría de los productos oriundos de la industria tradicional.
En función de este debate es retomada la noción de individuo social, señalada por Marx en los Grundrisse. La articulación entre economía y política proyectada por Antonio Negri y André Gorz, autores que discutiremos en este artículo, se constituyen, puntualmente, en base a esta noción.
Al describir una producción de nuevo tipo, que superaría la lógica limitada del capital, señalan la constitución de una nueva subjetividad del trabajador en ella envuelta, reconociendo en la producción inmaterial el conjunto de criterios que compondrían al sujeto y la lucha política a ser trabada. En la producción inmaterial surgiría, por lo tanto, el sujeto de la nueva sociedad. Para comprender mejor cómo cada uno de estos autores fundamenta la relación entre producción inmaterial y política recorreremos en este artículo el análisis de Negri acerca del “empresario social” y de Gorz acerca del “capitalismo cognitivo”. Nuestro objetivo central es, por lo tanto, presentar críticamente las principales tesis de este debate en la medida en que, primero, él recupera a los Grundrisse de Marx como base teórica de sus formulaciones, segundo, señala la superación de la producción de valor como consecuencia del desarrollo de la producción inmaterial y, tercero, proyecta la formación de un nuevo sujeto político colectivo en las sociedades contemporáneas.
El individuo social en los Grundrisse de Marx
La socialización de las fuerzas productivas fue presentada en los
Grundrisse como expresión del desarrollo de la ciencia que sería incorporada por el individuo social.
[1] Este argumento, desarrollado por Marx, se constituye como el pilar de sustentación de las teorías del trabajo inmaterial. Él relaciona directamente la disminución creciente del tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de plusvalía con la destrucción tendencial de su propia lógica. La valorización asentada en el tiempo de trabajo tendría, por lo tanto, una contradicción interna que caracterizaría la posibilidad objetiva de su propia destrucción.
(…) El capital, por añadidura, aumenta el tiempo de plus-trabajo de la masa mediante todos los
recursos del arte y de la ciencia, puesto que su riqueza consiste directamente en la apropiación del tiempo de plus-trabajo; ya que su objetivo es directamente el valor, no valor de uso. De esta suerte, malgré lui, es instrumental en la creación de medios del tiempo socialmente disponible, para reducir a un mínimo decreciente el tiempo de trabajo de toda la sociedad y así, volver libre el tiempo de todos para el propio desarrollo de los mismos.[2]
Aparentemente, el concepto de trabajo inmaterial fue pensado por Marx en relación contrapuesta al concepto de trabajo productivo. Trabajos que no forman valor, pero que hacen que el valor se mueva con más rapidez y que dan mayor dinámica al proceso de valorización. La mayor parte de las veces, se refiere a las actividades vinculadas a los servicios, y la utilización de la capacidad intelectual del colectivo de trabajadores demandadas por este sector.
No obstante, se trata de un concepto figurativo, metafórico, que fue utilizado por Marx para ilustrar relaciones mercadológicas de transición (entre la producción y la circulación) que no comprenderían particularmente al “espíritu del capitalismo”, pero que, ni por eso, dejarían de ser controladas por las relaciones sociales fundamentales que se orientan en la dirección de la extracción de plusvalía.
[3]
En razón de esto, sería más apropiado incluir el concepto de trabajo inmaterial en el conjunto de categorías sociales de la teoría de Marx. Su relación más próxima sería, entonces, la referida al concepto de trabajo concreto. La materialidad física o espiritual del trabajo y del producto del trabajo sería, así, una relación teóricamente más coherente cuando es relacionada a la utilidad de la mercancía.
Vemos que -por un lado- la utilización de los Grundrisse en las ciencias sociales contemporáneas parece adaptarse a las tendencias del mercado y a la lógica de dominación ideológica demandadas por el capital para reorganizar las formas de subordinación y explotación de los trabajadores, por otro, la recuperación de los Grundrisse, a la luz de la recomposición de la estructura productiva general del trabajo, se presenta como una ruptura con los preceptos capitalistas, pues afirma la caracterización de un proceso de absorción, por los trabajadores, de las capacidades cognitivas que estructuran la formación de un movimiento político de tipo anticapitalista.
Los
Grundrisse son tomados como si la lógica estructural del capital, el carácter antagónico entre la expansión de las fuerzas productivas, su apropiación privada y la conservación de las relaciones de producción vigentes tuviesen una razón propia, ajena a los intereses específicos de las clases que componen la estructura social de las sociedades en cuestión. Las teorías de la producción inmaterial como fuerza productiva central parecen presuponer este automatismo.
[4]
En este revisitar de los Grundrisse, la noción de intelecto colectivo fue reinterpretada en base a la incorporación de calificaciones profesionales cognitivas, esto es, en base a un tipo de reformatación social del colectivo de trabajadores adaptados a las nuevas formas de explotación del trabajo. La noción de intelecto colectivo adquiere, por lo tanto, un nuevo contenido vis a vis a las necesidades de explotación de las capacidades intelectuales de parte de la clase trabajadora.En estos términos, las tesis que conforman el debate sobre el trabajo inmaterial como fuerza productiva central proponen un ideario de constitución de la “nueva subjetividad obrera”, considerada como momento clave de la producción inmaterial, que, consecuentemente, capacitaría a los nuevos sujetos políticos.
Desvinculados del trabajo inmediato y de la producción de plusvalía, tales sujetos representarían un nueva condición humana, de un nuevo movimiento social, en síntesis, de una nueva subjetividad que tiene el tamaño del alcance de la información, que no se restringe a la producción de mercancías, pero utiliza su consumo como forma de incorporación de saberes críticos a la lógica del capital.
Podríamos decir que, en su mayoría, las proposiciones que afirman la centralidad del trabajo inmaterial en las sociedades contemporáneas indican la estructuración de un proceso de autofagia del capital. Un proceso en el cual el capital habría generado, contra su voluntad, el fin del tiempo de trabajo como medida de su valorización, constituyendo, por lo tanto, su propio fin.
Algunas cuestiones se tornan aquí urgentes: ¿En qué medida esta concepción se aleja de los argumentos de Marx? ¿Cuál es la relación de ellas con la teoría marxista? Del punto de vista aquí adoptado, esta discusión está anclada en un antiguo problema presente en la bibliografía marxista o inspirada en ella. Se trata de los argumentos sobre el desarrollo progresivo de las fuerzas productivas y su automática socialización.
Marx desarrolló en algunos de sus textos esta cuestión.
La miseria de la filosofía (1985 / 1847) y
El manifiesto comunista (1996 / 1848) son pruebas de esta empresa.
[5] Con varios matices, que remiten a múltiples interpretaciones, Marx recorre la relación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y de su socialización para caracterizar una contradicción central entre las formas de explotación del trabajo, la lógica de su sumisión y la expansión siempre necesaria del capital, o sea, la relación contradictoria entre universalización de la producción de mercancías y la apropiación privada de estas últimas. De esta forma, y amparado por la teoría del valor-trabajo, Marx proyectó el fin de la “ley del valor” como momento de objetivación de las sociedades sin clases sociales.
No obstante, ¿habría un automatismo en esta indicación de Marx? O sea, ¿esta transformación se desenvolvería automáticamente por las fuerzas de producción, o ella dependería de la lucha políticas contra la relación social que limita a los trabajadores a la condición de clase explotada por el capital? ¿Las fuerzas productivas tendrían, en su conjunto, una autonomía relativa frente a las relaciones sociales de producción o serían la materialización de estas relaciones sociales?
La proyección hecha por Marx del “fin de la ley del valor” parece no estar relacionada al modo de vida burgués. Como desdoblamiento de la imposibilidad de que se efectivice el fin de la ley del valor en el capitalismo, el socialismo se proyecta como escenario objetivo para que las clases sociales, todavía inmersas en relaciones de producción de tipos capitalistas, puedan ser superadas.
[6] Se abriría, con esto, la idea de que la lucha política, dentro de un cuadro de fuerzas sociales en presencia, debe ser considerada, en el análisis del trabajo en las sociedades capitalistas contemporáneas, como elemento central y orgánico de la revolución proletaria. No habría, finalmente, nada de automático en el análisis de Marx.
¿Capitalista x empresario social o el fin del antagonismo clasista?
Durante los años 1980 y 1990, una larga discusión en torno de la inviabilidad teórica del concepto de clases sociales y de lucha de clases fue trabada en la teoría social. En sus desdoblamientos, esta discusión fue extendida hacia toda y cualquier actividad productiva, esto es, el trabajo abstracto no tendría representatividad social y conceptual para designar a las fuerzas sociales en presencia. Se optó, consecuentemente, por una sociología de las categorías profesionales cuando se analizan las divisiones sociales características del modo de producción capitalista.
En un siguiente momento, esta discusión se desarrolla de una forma más clara. El concepto de trabajo gana otro
status. No se trata más de negarlo completamente, aunque sí de mostrar que el trabajo inmaterial se distingue del trabajo inmediato/industrial. Por consiguiente, este último perdería su importancia y el trabajo inmaterial, formado por contenidos cognitivos, se elevaría como actividad central de las sociedades contemporáneas. Los tipos de trabajo inmaterial romperían con la división técnica entre concepción y ejecución. La presuposición básica de los teóricos del trabajo inmaterial se caracteriza esquemáticamente de la siguiente forma.
Trabajo inmediato-industrial: clase trabajadora homogénea; partido como representación política de la clase trabajadora; huelga en la fábrica; revolución socialista; dictadura del proletariado; comunismo.
Trabajo inmaterial: individuos con profesiones muy distintas, esto es, heterogeneidad y fin de la clases social; movimientos sociales como representación de deseos políticos muy diferentes; aceptación de la racionalidad económica capitalista; como consecuencia, negociación como estrategia de lucha política; revolución social como síntesis de la conciliación, resignación al modo de vida burgués.
[7]
La indicación de la superación de la “sociedad industrial” implicaría, de este modo, la superación de la teoría marxista y, como resultado de esto, la necesidad de la formulación de nuevas teorías sobre el capitalismo. Esta superación social presupone la ineficacia del pensamiento marxista supuestamente atado a la sociedad capitalista de tipo industrial, la fábrica. La consecuencia de esto es el cuestionamiento de la operatividad del concepto de clase social y de la teoría del valor-trabajo de Marx. De este modo, se volvería posible retirar de escena la teoría del valor-trabajo, ya que ésta no podría explicar la dinámica introducida por la producción material, esto es, de la existencia predominante de las capacidades intelectuales en este tipo de actividad productiva.
Por lo tanto, la cuestión que informa al conjunto de las teorías del trabajo inmaterial como fuerza productiva central hoy sería: ¿cómo conservar las teorías, conceptos y análisis marxistas si su suposición básica está fundamentada en la separación entre concepción y ejecución y en la designación de la apropiación privada de los productos del trabajo? Luego, para las tesis que consideran el surgimiento de una sociedad pos-industrial basado en la producción inmaterial, el marxismo estaría superado.
Contrariamente, entendemos que la calificación cognitiva debería ser retenida como medio de cuantificación de la productividad del trabajo. “En el fondo, la cuestión es de saber si la noción de cualificación no es solamente un medio de aumentar las formas de gestión de mano de obra en el sentido de una mayor individualización.”
[8], aumentando el control de los trabajadores, por parte de las empresas, en el momento en que es creado un cuadro de hostilidad dado por las diferentes formas de remuneración de los trabajadores.
[9]
No obstante, motivado por una visión funcionalista del trabajo productivo, Negri, por ejemplo, indica la posibilidad de fundir intereses antagónicos a partir de la lógica de la producción inmaterial. Capitalistas y trabajadores son considerados como órganos funcionales de una estructura productiva. Surge, de forma inusitada, la idea de que los empresarios realizarían un trabajo productivo.
Según Negri, si la valorización del capital no está más restricta a la producción industrial, pero sí a una producción del individuo social, todos podrían se considerados productivos. Todos producirían en dirección a la viabilidad de este individuo social. Todos serían funcionales. Por lo tanto, capitalistas y trabajadores deben establecer una relación social armónica en el sentido de constituir una nueva sociedad, más allá del capital, en base al individuo social, en los términos de Negri, en la
Multitud.[10]
No habría más, en verdad, una determinación temporal de la producción. Ella estaría subordinada al poder constituyente. Para formalizar esta proposición, Negri considera que las formas de dominación (el poder) habrían pasado por una profunda transformación en los últimos años. Antes el poder estaba localizado, ahora estaría difuso. Este poder no estaría más sujeto a la nación, a la clase, a un agente específico, él estaría difuso en el cuerpo social. Esta difusión tornaría ultrapasada e impediría cualquier forma de ruptura revolucionaria con el modo de producción capitalista.
La tesis de la inmaterialidad del trabajo no estaría sujeta, de esta manera, a las relaciones de producción y de consumo. Se trata así mismo de una concepción política que estructura al comunismo compactible con el mercado, con el dinero, con el Estado y con la propiedad privada capitalistas. Dentro de esta perspectiva, la necesidad de extinción de las clases sociales estaría substituida por la posibilidad de convivencia harmónica entre los individuos. Todo esto estableciendo la figura del capitalista como funcional, además de detentor privado de los medios de producción. Negri crea, con esto, la figura del “empresario político” como un agente organizador del proceso productivo, como un agente que fundamenta la mejor forma de producir bajo determinadas condiciones histórico-sociales.
[11]
Es importante indicar la presencia de la tesis según la cual la producción actual se habría complejizado frente al carácter “arcaico” de la producción que la precedió (taylorista-fordista). La producción es, en síntesis, caracterizada en base al presupuesto de que las calificaciones profesionales se volvieron más heterogéneas en relación al periodo anterior. Se formula una analogía anacrónica entre dos modelos estancos; de un lado, la producción taylorista-fordista, de otro, la producción flexible, post-fordista. En base a la idea de que se habría formado un flujo continuo entre producción, circulación y distribución y que este flujo sería en verdad el vector de caracterización del comunismo, los antiguos burgueses pasan a ser considerados, por Negri, como “empresarios sociales” y los antiguos obreros como “trabajadores sociales”.
El trabajo taylorizado daría lugar al trabajo inmaterial como expresión del comunismo. En este sentido, y a penas con él, Negri indicó el fin de la sociedad dividida en clases, el fin de la explotación del trabajo por el capital y el comienzo de la hegemonía del trabajo inmaterial, esto es, afirmó que “la identidad entre capital y sociedad en nuestros días habría llevado al comunismo”
[12]. La universalización de las fuerzas productivas habría producido, así, la identidad entre capital y sociedad.
Sin embargo, nos parece que tales fuerzas productivas no abrirán automáticamente un campo de acción política con vistas a la socialización de los medios de producción. Ellas todavía reproducen la forma de la propiedad privada y su universalización se caracteriza como desarrollo social de los dominios políticos y económicos del capital como relación social hegemónica. Por lo tanto, parecen corresponder a la cristalización de relaciones sociales, sean ellas oriundas de la producción tradicional, llamada taylorista-fordista y vinculada a la producción de “cosas físicas” o a la producción inmaterial desvinculada de la transformación física de los productos. La extensión fantasiosa de la lógica de la fábrica a la sociedad sólo tiene sentido como expresión de una relación social que se torna cada vez más dilatada, que tiende y necesita someter tradiciones, valores, costumbres, nuevos espacios, nuevos territorios a ella misma, al relacionar la expansión de la lógica fabril a la existencia y reproducción del capital como relación social.
De los trabajadores tecno-científicos a los productores-consumidores
En las nuevas tesis sobre las formas de apropiación/explotación del intelecto del trabajador, o sea, aquellas que son dominadas hoy como una producción de tipo inmaterial, está presente el argumento según el cual el saber habría crecido en importancia. Este saber no podría ser reducido a su dimensión técnica, otrora formalizada por el capital en las industrias tradicionales. Con esto, “el saber de la experiencia, el discernimiento, la capacidad de coordinación, de auto-organización y de comunicación. En pocas palabras, formas de un saber vivo adquirido en el tránsito cotidiano, que pertenece a la cultura de lo cotidiano”
[13] formarían una resistencia a la lógica de valorización del capital.
El desenvolvimiento de las fuerzas productivas capitalistas habría creado, con esto, un nicho de explotación del trabajo antagónico al proceso de valorización capitalista. El conocimiento, elevado a producto central en el capitalismo contemporáneo, tendería a constituirse como una “no mercancía”.
[14]
Si, por un lado, las fuerzas capitalistas intentan conservar el acceso al conocimiento presente en las mercancías, por otro, esta tarea no puede ser concluida en su totalidad, ya que estaría en disonancia con el movimiento de expansión del capital. La extensión de la producción de mercancías no permitiría la restricción de la explotación de determinados trabajos. Por lo mismo, la universalización de los productos del trabajo inmaterial caracterizaría al conocimiento formalizado y codificado como un bien de acceso irrestricto. En los términos de Gorz, la radicalización de la producción inmaterial se tornaría, por lo tanto, expresión de la esencia de un “comunismo del saber”.
[15]
Esta fuerza productiva cognitiva, generada en los “intersticios” de la sociedad capitalista, en las experiencias cotidianas de los individuos llevaría, por fin, a la teoría del valor-trabajo a la excrecencia, puesto que señalaría una contradicción infranqueable entre la lógica de universalización de los productos inmateriales y la forma-mercancía. El redimensionamiento de la forma histórica de valorización del capital hoy fundamentaría el carácter no operacional del marxismo como herramienta analítica. Por lo tanto, se estructuran aquí dos problemas intrínsecamente relacionados. El primero dice respecto a una nueva forma productiva, sintetizada por la producción de tipo inmaterial. El segundo está vinculado a la operatividad de la teoría social marxista en cuanto al análisis de la producción inmaterial. Al trabajo inmaterial es adosado un proceso de autonomización en relación a los procesos de valorización y acumulación de capital. Su inconmensurabilidad se tornaría cuestión de vida o muerte para el proceso de valorización. En cuanto el capital consigue restringir la producción inmaterial al valor de cambio, la lógica de su reproducción social estaría garantizada. Entre tanto, la producción de nuevas informaciones presupondría necesariamente nuevos conocimientos acumulados y difundidos por el trabajador y, forzosamente, la tensión permanecería siempre presente.
Se vuelve necesario restringir, entonces, el producto-conocimiento a la lógica propia, limitadora, del capital. La sugestión presupone, primero, un retorno del control del proceso de trabajo por el trabajador. Él tendría dominio sobre lo que hace y cómo lo hace, ya que el conocimiento podría ser procesado por él mismo; y, segundo, una disminución del trabajo inmediato, causando una reducción de las formas de pago y del valor de cambio de las mercancías. Con esto, los valores monetarios de las mercancías se reducirían tendencialmente, lo que implicaría decir que la riqueza y los lucros producidos disminuirían al punto de desestructurar la base de acumulación capitalista. El capitalismo cognitivo sería anunciado, en el conjunto de este análisis, como antesala de la “crisis del capitalismo en su sentido más estricto”.
[16] Tal señalamiento corrobora la idea de un
pasaje hacia el socialismo a partir de los intersticios del capitalismo y no de su
superación. Finalmente, esta lectura fundamenta la superación del antagonismo entre las clases sociales basado en la prescripción de una alternativa consensual de los embates sociales, una especie de
pacto de caballeros.
Aún así, ¿el trabajo inmaterial no habría sido definido como trabajo concreto en el debate sobre la inmaterialidad del trabajo? Al caracterizar la particularidad del trabajo inmaterial sobre la base de “externalidades positivas”, Gorz indica que los productos inmateriales no pueden ser sometidos a una abstracción general, teniendo, por lo tanto, utilidades sociales distintas. En su conjunto, no tendrían más la función primera de valorizar el capital. Habría en el análisis de Gorz, la coexistencia de, por lo menos, dos modos de producción en el interior de las sociedades capitalistas: un modo de producción basado en el valor-trabajo, y que tendría como medida unidades de tiempo productivas, fundado en el trabajo simple; y, un segundo, el cognitivo, en el cual el proceso de valorización estaría anclado en el trabajo inmaterial, en el “capital humano” y en el “capital conocimiento”, este último expresión del trabajo concreto, útil.
Se configura de este modo, una ambivalencia, pues, para que el “capital conocimiento” pueda entrar en la circulación, él debe convertirse en capital-mercancía, debe asociarse a las formas tradicionales del capital, ya que “él no es capital, en el sentido usual, y no tiene como destino primario el de servir a la producción de sobrevalor, ni tampoco de valor, en el sentido usual.”
[17] No adecuándose a la norma tradicional de valorización del capital y, al mismo tiempo, desarrollándose como fuerza productiva central, el “capital conocimiento” se presentaría como momento de negación del capitalismo. Aún así, para que “La creación de riqueza [sea] desligada de la creación de valor”
[18], los individuos deberían reconocer su tendencia sobre la base de una toma de conciencia. Con esto, el valor mercantil daría lugar a una riqueza que no podría ser regulada por el capital.
De un lado, un modo de producción mercantil que profundiza la racionalidad económica capitalista, de otro, un modo de producción inmaterial en la cual estarían los principios de la transformación social articulándose dentro de una misma lógica, de un mismo sistema. La salida, del punto de vista de la producción capitalista, es travestir el “capital conocimiento” en capital-mercancía para que él pueda entrar en el proceso de circulación. El capital conocimiento toma la forma de mercancía, él se caracteriza como capital. Sus particularidades están sometidas al capital como relación social. Mientras, ¿cómo sería posible pensar la resistencia política atribuida a la producción inmaterial (a “la economía comunista del saber”
[19]) en un universo en el cual las relaciones sociales de producción capitalistas, son, ellas mismas, hegemónicas y fundamentales para la reproducción de los colectivos de trabajo? ¿La socialización de esta producción inmaterial garantizaría la constitución de una nueva subjetividad revolucionaria? ¿Cuáles serían los elementos que compondrían esta subjetividad proletaria?
La constitución de la subjetividad en la producción inmaterial
La capacidad de adquirir nuevas informaciones, nuevos conocimientos técnicos facultarían al trabajador de lo inmaterial el dominio estratégico de su actividad productiva. Su actividad se remontaría a los principios de la actividad artesanal en la cual el trabajador detentaba el dominio del proceso de trabajo por cuenta de su conocimiento técnico productivo. Veamos cómo Negri encamina la cuestión:
(…) El trabajo inmaterial –aquel que produce los bienes inmateriales como la información, los saberes, las ideas, las imágenes, las relaciones y los afectos- tiende a tornarse hegemónico. (…) el trabajo inmaterial sólo puede ser realizado colectivamente, intercambiando informaciones, conocimientos. (…) Toda persona que trabaja con la información o con el saber –desde el agricultor que desarrolla las propiedades específicas de las semillas al programador de software- utiliza el saber común transmitido por otros y contribuye a reproducirlo.
[20]
Hay, de esta manera, una tentativa de reapropiación de la teoría de Marx como producción de un “ciclo” ampliado no apenas relacionado a la producción fabril, más también a la formación de un colectivo de trabajadores inter-relacionados por la producción-consumo de conocimientos, lo que remitiría a la perspectiva de reconfiguración del intelecto colectivo (general intellect). En estos términos, la industria tradicional, como locus de organización de la resistencia política, cedería lugar a la gran empresa, una sociedad-fábrica, esto es, producción/consumo/distribución se tornarían una única y misma cosa que se sintetizaría en la producción inmaterial.
Esta meta productiva y de la explotación del trabajo inmaterial como fuerza productiva central sería radicalizada al universalizar la explotación de la subjetividad del trabajador, haciendo reproducir la
subsunción real de su condición social.
[21] Aún así, la apropiación del concepto de trabajo inmaterial termina siendo mediada por la figura del individuo, o mejor, del trabajador aislado. Hay, como consecuencia, la naturalización de lo que vendría a ser el trabajador pleno y consciente de sus acciones. En estos términos, el artesano, con el control del proceso de trabajo, es la figura a ser rescatada del pasado. El único capaz de adquirir una consciencia política de su devenir. El productor-consumidor es, por lo tanto, aprehendido en analogía al artesano como trabajador pleno, y pasa a ser referenciado como sujeto político en potencia en el contexto de una sociedad productora de mercancías inmateriales.
En la práctica, el cambio de las formas de explotación del trabajo ocasionaría la recomposición del contenido de las calificaciones necesarias para las formas de producción de mercancías. Entretanto, hoy, esos contenidos, formadores de una subjetividad específica, dotarían a determinados trabajadores a entablar una lucha política de tipo anticapitalista. Al comprar, al consumir una información en el proceso de producción, se crearía un proceso de resistencia política. La lucha política estaría, en estos términos, en el puesto de mando. La multitud
[22], concepto central para definir la política en Negri, está relacionada, no al colectivo de trabajadores, y sí, al trabajador-consumidor aislado, que a partir de la adhesión al proceso de especialización del trabajo, esto es, de recalificación profesional podría contribuir al espesamiento de los lazos sociales, para el fortalecimiento del tejido social integrándose a una actividad política en la
multitud. Se formaría lo que podríamos denominar como
corporación de individuos desvinculados de su trabajo o, en los términos de Negri, lo que vendría a ser el “biopoder”.
[23]
La política, para Negri, se define entonces, como un conjunto de acciones aisladas, dispersas en la “multitud”. Cada individuo se torna un sujeto político en el momento de la producción o del consumo de la mercancía-información. Solamente en este momento es que el individuo podría entrar en sintonía con la “sociedad globalizada”. La política se formaría en el mercado y la integración de los agentes políticos de todos los países se daría por la compra consciente de nuevos productos. Por lo tanto, hay aquí una negación completa del concepto de clase social y, por consiguiente, una apología del productor-consumidor-ciudadano como sujeto político. En esta nueva versión del Mesías, capacitada para transformar a la sociedad capitalista, la relación entre la calificación profesional y la subjetividad del trabajador se torna central. Con la transformación de los conocimientos del trabajo, la formación de la lucha anticapitalista, pautada por la incorporación de calificaciones profesionales, es tomada, por lo tanto, como presupuesto básico de intervención política y de transformación social. La extensión de la lógica fabril a la sociedad vehicularía una producción social no más presa al universo restricto de la producción taylorista-fordista, aunque sí inmersa en una relación social total.
El consumo de productos informacionales, inmateriales, espesaría el tejido social, permitiendo la constitución de un nuevo proyecto anticapitalista. Se romperían las formas de dominación activadas por la competencia y, finalmente, el
poder constituyente se manifestaría como potencia social.
[24] Con esto, no tendría más sentido caracterizar analíticamente una separación entre producción y circulación. Todos serían, para Negri, productores. En verdad, todos tendrían funciones específicas y volverse más funcional sería lo mismo que crear las bases para una nueva sociedad.
El comunismo se presentaría, consecuentemente, como objetivo social fundamental. Reconocer el predominio del desarrollo de esta manifestación sería el problema social a enfrentar, ya que capitalistas y obreros ligados a la tradición taylorista-fordista y a intereses concernientes a ese modelo productivo trabarían el proceso de reconocimiento del comunismo como poder constituyente en acto. La producción anunciada como inmaterial estaría, de esta forma, anclada en la idea de una producción de la subjetividad del trabajador. Es exactamente en este sentido que Lazzarato pretende reinterpretar a los Grundrisse, en especial la relación contradictoria entre proceso de trabajo y proceso de valorización.
Para ejemplificar su crítica, Lazzarato analiza la formación de esta nueva subjetividad en base a la fábrica japonesa. Apunta en detrimento de esto, hacia un dislocamiento de “contenido” del operario especializado hacia el operario polivalente. En sus palabras, “hay un dislocamiento de ‘contenido hacia arriba’, de la ejecución a la toma de decisión. Responsabilidad que es necesaria para la gestión aleatoria de la usina automatizada y para el mejoramiento continuo de la durabilidad y de la calidad del producto”
[25]. Habría, en este proceso, una internalización de las prescripciones tayloristas a las máquinas automáticas, por lo que se vuelve necesario un nuevo cuadro profesional que suministre el comando a esa línea de producción.
La intervención sobre los autómatas necesita de nuevas calificaciones, pero, sobretodo, una nueva relación consigo misma. (…) En resumen, la actividad no es más estandarizada, dividida, comparable. Cada vez más interior y sin apariencia, ella se torna difícilmente mensurable. Ella está fundada sobre decisiones (…) más difíciles de ser prescriptas. (…) La consecuencia más importante de las modificaciones de la organización del trabajo es entonces la de devolver la subjetividad al trabajador.
[26]
La primera constatación que podemos inferir a este pasaje de Lazzarato es de que la subjetividad proletaria habría dejado de existir durante el régimen de acumulación taylorista-fordista, y que ella debería ser devuelta al trabajador. En este escenario, la calificación profesional de una rama específica de la producción es presentada como universo de refundación de las formas de organización de la producción. Por lo tanto, hay, primero, una proyección según la cual la producción se concentraría, particularmente, en las esferas ligadas a la producción de conocimiento; y, segundo, que los trabajadores ahí presentes pasarían a producir información y al mismo tiempo incorporarla, rompiendo con la división radical entre concepción y ejecución del trabajo.
Contrariamente, entendemos que no se trata de “devolver” la subjetividad al trabajador, pero sí de reproducirla y reconfigurarla en el sentido de aumentar el control capitalista sobre ella. Incluso cuando en su apariencia esta subjetividad sea reclamada en base a las ideas de creatividad, autonomía y participación de los colectivos de trabajo, el control capitalista diversificó y acabó por intensificar el usufructo de corazones y mentes. El capital, para alargar la productividad del trabajo, desarrolló nuevas formas de habituación del trabajador en un universo de operaciones que no están necesariamente vinculadas a la ejecución de operaciones inmediatas, pero que, contrariamente, todavía conservan los preceptos generales de separación entre concepción y ejecución y de control de los colectivos de trabajo, aunque dentro de una nueva fase de su explotación social.
El rechazo al trabajo: del operario masa al operario social
El análisis de Negri del trabajo inmaterial y de la formación del sujeto de la transformación estructural del capitalismo remite, entre otras cosas, a la tesis del rechazo al trabajo. El autor analiza la última reestructuración productiva en base a la idea de que los capitalistas fueron forzados por los trabajadores a implantar nuevas tecnologías en la producción y a reorganizar las formas gerenciales de control y organización de los procesos de trabajo.
Los capitalistas, desesperados frente a la intempestiva actitud de los trabajadores que se recusaron a trabajar, se vieron obligados a invertir en el proceso de reestructuración de la producción. El taylorismo-fordismo habría sido superado, así, por una desilusión del obrero con el nivel de consumo esperado en el pacto keynesiano. Esto habría llevado a los obreros especializados a “rechazar” las formas de trabajo entonces vigentes, obligando a los capitalistas a invertir masivamente en tecnología para enfrentar la ausencia de trabajo.
Por una parte, las diferentes burguesías se internacionalizaron, fundando, de ahora en adelante, su poder sobre la transformación financiera del capital, y se convirtieron en representaciones abstractas del poder; por otra parte, la clase obrera industrial (en la secuencia de las transformaciones radicales del modo de producción: triunfo del automatismo en el trabajo fabril e informatización del trabajo social) ve transformarse su propia identidad cultural, social y política. A una burguesía financiera y multinacional (que no ve razones en sustentar el peso del
Welfare nacional) corresponde un proletariado socializado, intelectual –tan rico en nuevas aspiraciones como incapaz de proseguir en su articulación con el compromiso fordista.
[27]
A partir de los años 1970, se caracterizaría una transformación del “sujeto productivo” dada por la reestructuración productiva. Con esto, “(…) desaparecía la centralidad del ‘operario masa’ y (…) comenzaba a aparecer un sistema integrado de automatización industrial y de informatización social” que daría origen al “operario social”
[28]. Esta transformación habría sido determinada, según Negri, en el terreno político. En verdad, Negri caracteriza este pasaje como una anticipación realizada por los trabajadores. La organización política corporativa del operario ligado a la industria, al puesto de trabajo y a una determinada homogeneidad (dada por la similitud de sus condiciones profesionales) habría sido transformada en el momento en el que se observó el inevitable “fin del socialismo”. Los obreros pasaron a organizarse en los moldes de una
“producción total”, o posindustrial, anticipando e imponiendo la necesidad de la reestructuración productiva que estaba por devenir El problema es que esta tentativa política de anticipar la reestructuración habría sido combatida por las tradicionales formas de organización de la producción basadas en el movimiento operario oficial
[29] que reivindicaban la dirección del proceso de reestructuración de la producción. Se abriría con esto, la posibilidad de negociar con el capital y realizar un
“compromiso histórico”.
[30]
Pasados casi 40 años, vemos que la organización “oficial” del movimiento operario, al cual se refería Negri, no consiguió contener el avance del capital y tampoco se convirtió en un sujeto político o gestor del proceso de reestructuración productiva. Aún así, Negri nos invita a aceptar la afirmación de que la proposición del “operario social” –reprimido por la embestida política de los operarios tayloristas-fordistas- tenía razón, pues lo que se verifica hoy, en el contexto de la producción automatizada, sería la “(…) intersección de la polivalencia individual (casi emprendedora) del trabajador y de la complejidad de las relaciones sociales (de formación, científicas, culturales, mercantiles, etc.) que lo constituyen cada vez más.”
[31] Así y todo, la perspectiva de Negri está anclada en la figura del trabajador individual. En la práctica, el trabajador individualizado tiene en su producción un “refugio”, un espacio de intervención directa en el trabajo que abriría espacio para un proceso de adhesión del trabajador a la estructura funcional reclamada por Negri.
En base a la hipótesis de que el carácter productivo del trabajo no vendría más de la fábrica (y, por consiguiente, tampoco la lucha política) pero, por el contrario, es impuesto al universo de la fábrica, Negri indica que “(…) la organización industrial no es la matriz, es la consecuencia de esta sustancia social común del trabajo productivo."
[32] En base a esto, Negri extiende la relación de producción basada en la mercancía hacia toda la sociedad, observando, por ejemplo, el carácter productivo del empresario capitalista. Como consecuencia, le fue posible determinar el surgimiento de un operario social, sin vinculación con la producción directa de valores de cambio, pero ligado a la socialización de la producción.
El proletariado pos-fordista, el pueblo del “operario social”, es sustentado y constituido por la imbricación permanente de la actividad técnico-científica y por el duro trabajo de la producción de mercancías, por el
empresario de redes donde esta imbricación se manifiesta, por la combinación cada vez más íntima entre la
recomposición del tiempo de trabajo y de las formas de vida (…) En la subsunción científica del trabajo productivo, en la abstracción y socialización crecientes de la producción, la fuerza de trabajo pos-fordista es cada vez más
cooperante y autónoma. Autonomía y cooperación significan que la fuerza emprendedora del trabajo productivo está de ahora en adelante en las manos del proletariado pos-fordista.
[33]
La noción genérica de pueblo, que en los escritos de Negri de los años 2003 a 2005 pasa a ser anunciada como multitud, es constituida dentro de la perspectiva de que el trabajo, la actividad asalariada, habría perdido su carácter unificador. Las posibilidades de crear una identidad de clase en base a las relaciones de producción estricto censo son consideradas rebasadas, pues la razón económica habría extrapolado los dominios de la fábrica, se habría liberado, por lo tanto, de las amarras de la fábrica, ganando mayor sociabilidad. Si la producción se constituye fuera de la fábrica, el poder político que provendría de esta producción también se extendería hacia fuera de ella.
Si la formación política que se constituía a partir de cierta homogeneidad de lazos profesionales característicos de la producción fabril del periodo taylorista-fordista pierde su centralidad; en virtud de esto, la clase social como concepto analítico pierde también su operatividad. La lucha de clases se convertiría en un concepto rebasado, anticuado, pensado dentro de las nuevas formas de socialización de la producción. En la práctica, toda esta perspectiva de extensión de la producción social remitiría finalmente a la idea de la constitución de una multitud como conformación política ideal de las nuevas formas de ejercicio de la producción anticapitalista.
El desarrollo del trabajo inmaterial tiene como horizonte la “(…) reapropiación cada vez más completa del saber técnico-científico por el proletariado, de tal forma que no podrá más considerarse el saber técnico-científico como pura función ‘mistificada’ de comando, separada de la intelectualidad de masa”. Tal reapropiación estaría, de esta forma, vinculada al fin de la distinción entre “(…) trabajo y vida social, entre vida social y vida individual, entre producción y formas de vida.”
[34]
Esta afirmación posibilitó a Negri señalar la existencia de un “individuo social” que, al no someterse al carácter técnico de la producción (al no ser dominado por él), formaría un nuevo momento de resistencia político-revolucionaria. Entendemos, por lo tanto, que tal concepción de la política está relacionada al trabajador visto de forma aislada, fruto de la recomposición idealista del artesano supuestamente consciente del proceso de producción. Un trabajador que retomaría su fuerza política porque tiene facultades técnicas fundamentales al proceso de producción. Su fuerza política estaría, de esta forma, anclada en los elementos técnicos de su condición profesional y, con esto, quedaría lejos de fundamentar una política común a la clase trabajadora. En verdad, se vincularía a un conjunto restricto de trabajadores llamados inmateriales, electos, por su calificación especializada, a la vanguardia revolucionaria.
Consideraciones finales
Es importante apuntar, a diferencia de las tesis características del trabajo inmaterial como fuerza productiva central, que la lógica del capital tiene, en los aspectos que son identificados usualmente como económicos, su síntesis. No obstante, es imposible la aprehensión de una “esfera” de lo económico aisladamente. La economía no es sino una construcción teórica sobre una realidad que precisa ser “recortada” para ser, tal vez, reconstruida. No hay por lo tanto, lo “económico”, o “político” en su forma pura. La síntesis gobernada por el capital en la figura de lo económico, en la relación producción-circulación de mercancías, es expresión de una síntesis de elementos variados que ganan representación económica.
Reducir los aspectos del análisis dentro de una particularización de lo “económico” sería lo mismo que tomar las luchas por aumentos de salarios directos o indirectos como una lucha apenas corporativa y sin fines políticos, expresión del economicismo. Por lo tanto, analizar las representaciones de lo económico por lo económico, como movimiento general del capital oscurece las relaciones sociales que fundan o reproducen la explotación y la dominación capitalista. El
capital como relación social hegemónica en el capitalismo es mucho más que la materia física de las cosas, que un contenido formal de relaciones económicas o de calificaciones profesionales, es, sobre todo, un modo de vida, una forma de existencia. Las tesis sobre lo inmaterial están particularmente erradas en este punto. Al reconocer el movimiento contradictorio de reducción del tiempo de trabajo con valorización del capital, no lo hacen dialécticamente, esto es, desconsideran la necesidad de la política como elemento decisivo para poner en práctica la extinción de las relaciones sociales de producción capitalistas y, por lo tanto, de las formas de valorización del capital. Terminan analizando la dinámica constitutiva de la producción capitalista como una manifestación técnica basada en calificaciones profesionales cognitivas. La materia es vista a penas como materia física, la política como desdoblamiento automático de las fuerzas de producción capitalistas. Las fuerzas políticas son, entonces, gobernadas por calificaciones profesionales de sectores productivos. Para nosotros, no hay, en estos términos, diferencia entre producción material o inmaterial en lo que se refiere a la reproducción de las formas de valorización del capital. Esta dicotomía es un falso problema desarrollado por el debate que se ancla en la relación automática entre producción inmaterial y subjetividad proletaria.
[35]
La discusión sobre la inmaterialidad del trabajo debe estar, por lo tanto, relacionada a la especificidad de la producción capitalista, esto es, al objetivo de valorización del capital basado en la ampliación de mercancías producidas. Luego, no importa si se trata de la producción de una mercancía información o de una mercancía máquina, por el contrario, lo importante es analizar cómo, en qué condiciones y en qué encuentro de relaciones sociales la información y la máquina fueron producidos. Calificación, materia-prima, herramientas, máquina, informaciones, software son el resultado de relaciones sociales, son síntesis de ellas. Son, por lo tanto, síntesis de relaciones de explotación y dominación sociales determinadas por la estructura de clases de la sociedad capitalista. La inmaterialidad no escapa del universo de reproducción de las estructuras de clases y, de esta forma, debe ser calificada en base a las relaciones sociales que caracterizan el proceso de producción y su finalidad primera: la reproducción del capital como relación social hegemónica.
Texto enviado por el autor para su publicación en Herramienta. Diciembre de 2009. Traducido del portugués por Raúl Perea.
[1] Para Marx, en los Grundrisse, el concepto de individuo social sería la expresión del intelecto colectivo (
general intelect). El cúmulo de fuerzas productivas abriría la posibilidad política de constitución de una fuerza social consciente de su propia condición objetiva. El individuo social portador de una consciencia social o, en los términos de Marx, de un intelecto colectivo se constituiría como sujeto político activo de la transformación del socialismo al comunismo.
[2] Karl Marx,
Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política (Borrador). Buenos Aires: Siglo XXI. Argentina Editores, 1980. Vol. II, pp 231 – 232, subrayados del autor.
[3] Discuto con más detalle esta cuestión en:
Trabalho imaterial, forças produtivas e transiçao nos Grundrisse de Karl Marx. En: Crítica Marxista, Nº 25, 2007.
[4] Profundizo este argumento en:
Continuidades e rupturas teóricas em André Gorz: clase social, trabalho e cualificaçao profissional. En: Josué P. Da Silva & Iram J. Rodrigues (orgs),
André Gorz e seus críticos. Sao Paulo, Annablume, 2006.
[5] Karl Marx & Friedrich Engels.
Manifesto do Partido Comunista. Petrópolis: Vozes, 1996; & Karl Marx,
La Misère de la Philosophie: Réponse a la Philosophie de la Misere de M. Proudhon. Paris: Editions Sociales, 1947.
[6] Discuto con más detalle la imposibilidad de constitución del fin de la ley del valor en el capitalismo en:
Trabalho Imaterial: Marx e o debate contemporáneo. Sao Paulo: Annablume, 2009.
[7] Desarrollo más detalladamente esta cuestión en:
Trabalho Imaterial: Marx e o debate contemporáneo. Sao Paulo: Annablume, 2009.
[8] Thierry Colin & Benoît Grasser, “La gestion des compétences: un infléchissement limité de la relation salariale”. In:
Travail et Emploi, n° 93, janvier, 2003, p. 61.
[9] Una salida posible sería calificar a la lógica del trabajo inmaterial sobre la base de la intensificación de la producción o, así mismo, de la súper explotación del trabajo en los países de economía avanzada y, sobre todo, en países económicamente dependientes. Ver, por ejemplo, Pierre Salama,
Pobreza e Exploraçao do Trabalho na América Latina. Sao Paulo: Boitempo, 1999.
[10] Antonio Negri, “O empresário político”. In: URANI, André. et alli. Empresários e Empregos nos Novos Territórios Produtivos: o caso da Terceira Itália. Rio de Janeiro: DP&A, 2002; O Poder Constituinte: ensaio sobre as alternativas da modernidade. Rio de Janeiro: DP&A, 2002.
[11] Para Negri: “(…) La diversidad de la figura del nuevo empresario en relación a la cooperación no es la diversidad que lo coloca fuera de la misma. Al contrario, es un elemento de creatividad y un tipo de intervención dentro de la composición de la cooperación del trabajo para aumentar la calidad productiva en todos los sentidos. Es una actividad política, propiamente política, pues ella es dimensionada a las medidas del conjunto de la cooperación social, es una praxis de transformación adecuada a la nueva composición del trabajo social (
completamente exterior al capital)”. Antonio Negri, “O empresario político”. En: URANI, André. Et allí.
Empresarios e Empregos nos Novos Territorios Produtivos: o caso da Terceira Itália. Río de Janeiro: DP&A, 2002, pp. 67 – 68, subrayados míos.
[12] Sérgio Lessa,
Para Além de Marx? Crítica da teoria do trabalho imaterial. São Paulo: Xamã (Coleção Labirintos do Trabalho), 2005, p. 38.
[13] André Gorz,
O Imaterial: Conhecimento, valor e capital. São Paulo: Annablume, 2005, p. 09.
[14] André Gorz,
O Imaterial, op. cit., p. 29.
[15] André Gorz,
O Imaterial, op. cit., p. 29.
[16] André Gorz,
O Imaterial, op. cit., p. 37.
[17] André Gorz,
O Imaterial, op. cit., p. 54.
[18] André Gorz,
O Imaterial, op. cit., p. 57.
[19] André Gorz,
O Imaterial, op. cit., p. 10.
[20] Antonio Negri, “De l’Avenir de la Democracie” (Débat avec Olivier Mongin). In:
Alternatives Internationales, Paris, 2004, nº 18, p. 44. Ver también: Maurizio Lazzarato. “Le Cycle de la Production Immatériel”. In:
Futur Antérieur, 1993, nº 16, p. 111.
[21] Como fundamenta Lazzarato: “Es el trabajo inmaterial el que activa y organiza la relación social producción/consumo. El detonante, tanto de la cooperación productiva, como de la relación social con el consumidor, es materializado en este proceso de comunicación (y, por lo tanto, del trabajo y del consumo). “Le cycle de la Prduction Immatériel”. In:
Futur Antérieur, 1993. Nº 16, p. 114: ver también: Antonio Negri, “Capitalisme congnitif et fin de I’ économie politique”. In:
Multitudes, nº, 13, 2003
[22] Antonio Negri, “
De l’ Avenir de la Democracie” op.cit. Negri emplea la noción de Multitud con el objetivo de aprehender una relación política que estaría más allá de las condiciones ligadas al trabajo inmediato en la industria. Su intención es caracterizar al individuo como el eslabón de interacción de un tejido social que tiende a tornarse cada vez más denso, en la medida en que su participación productiva crece. Al tornarse sujeto activo de un proceso comunicacional, desenvuelve una integración entre las partes funcionales de un gran modelo de sociedad interaccional.
[23] El biopoder abriría, en los términos de Negri, la indicación del fin del Estado, fin de las formas de representación de la política institucionalizada y clandestina y, entre líneas, confirmaría el lugar de las grandes corporaciones como síntesis y expresión del modo de vida contemporáneo. Ver: Antonio Negri, “De l’Avenir de la Democracie”, op cit. P. 44 – subrayado mío.
[24] Antonio Negri, “O poder constituinte”, op. Cit., 35 - 36
[25] Maurizio Lazzarato, “Les caprices du flux – les mutations technologiques du point de vue de ceux qui les vivent”. In:
Futur Antérieur, 1990, Hiver , n° 04, p. 157.
[26] Maurizio Lazzarato, “Les caprices du flux”, po. Cit, p. 158
[27] Antonio Negri. “République Constituante”. In:
Futur Antérieur, 1993/1, nº 15, p. 72
[28] Antonio Negri. “Pensar à l’envers”. In:
Futur Antérieur, 1991, Eté nº 06, p. 141
[29] La idea de operario oficial o sindicalismo oficial está relacionada a las formas de resistencia de los obreros ligados a la industria, esto es, a los obreros especializados.
[30] Antonio Negri. “Pensar à l’envers”. Op. Cit. P. 142.
[31] Antonio Negri. “Pensar à l’envers”. Op. Cit. P. 142.
[32] Antonio Negri. “Pensar à l’envers”. Op. Cit. P. 145.
[33] Antonio Negri. “Republique Constituante”, p. 73 – subrayados míos.
[34] Antonio Negri. “Republique Constituante”, p. 78.
[35] Una vez más, la producción de plusvalía no está fundada en la relación de transformación física de los objetos elaborados. Marx evidenció un conjunto específico de relaciones sociales con el objetivo de producir un número cada vez mayor de mercancías en un tiempo cada vez más reducido como característica de la sociabilidad capitalista.