03/12/2024

Clases, Estados e ideologías imperiales

Por , , Katz Claudio

El imperialismo contemporáneo difiere significativamente de su antecedente clásico en el terreno bélico, económico y político. La ausencia de guerras imperialistas, la creciente mundialización y la gestión geopolítica conjunta transforman por completo las características de la dominación capitalista global.
Nuestra caracterización resalta estos cambios, destacando la singularidad y las contradicciones que presenta la opresión imperial en el inicio del siglo XXI. Expusimos esta interpretación en debate con las teorías que postulan la continuidad del esquema leninista y en polémica con las visiones que consideran obsoleto cualquier análisis del imperialismo.
Las miradas ortodoxas y globalistas reflejan los errores de ambos enfoques. No registran en el primer caso y exageran en el segundo, las mutaciones cualitativas del período en curso. Estos desaciertos impiden percibir las peculiaridades del imperialismo actual en tres campos de novedosa reflexión teórica: el perfil de las clases dominantes, el funcionamiento del estado y las características de la ideología.
 
Clases integradas
 
La asociación mundial de capitales ha modificado el escenario de clases dominantes estrictamente nacionales y competitivas, que predominaba en el imperialismo clásico. Las burguesías alemana, japonesa, norteamericana o francesa utilizaban en el pasado todo su arsenal, para disputar predominio en el campo de batalla. En la actualidad, grandes segmentos de esos grupos desenvuelven negocios conjuntos y enfocan los cañones hacia otros blancos.
Pero el grado de integración de estos sectores varía significativamente en cada región e involucra fracciones y no totalidades de esas clases. Es un proceso en curso, que se desarrolla en el seno de los viejos estados nacionales, a través de tensiones entre segmentos con distinto nivel de actividad globalizada.
La reconfiguración mundialista es muy significativa, pero hasta ahora tiene un alcance limitado. Implica equilibrios entre clases nacionales y grupos internacionalizadas y se encuentra muy lejos de la transnacionalización completa. Las transformaciones en los sectores de las burocracias no adoptan la misma tónica en el conjunto de los capitalistas. Esos cambios involucran a un importante segmento de directivos y funcionarios, pero no al grueso de los propietarios de las grandes firmas.
El escenario actual diverge, por lo tanto, del contexto nacional-competitivo descripto por Lenin y no se identifica con el curso asociativo avizorado por Kautsky. Hay mayor integración que la observada por el líder bolchevique, pero no rige el marco cooperativo que imaginó el dirigente socialdemócrata.
El perfil más cosmopolita que rodea a amplios sectores de la burguesía coexiste con el militarismo y la inestabilidad del sistema. Hay mayor asociación del capital internacional, pero ningún atisbo de la paz perpetua, que concebía el teórico del ultra-imperialismo. Como la integración se consuma a través de los viejos estados y no a través de un basamento multinacional, el capitalismo continúa corroído por múltiples tensiones geopolíticas.
Es importante registrar el cambio en curso y sus limitaciones. La asociación internacional de los capitalistas es un proceso contradictorio y tendencial. Ha transformado significativamente la estructura competitiva nacional del imperialismo clásico, pero no ha creado clases dominantes trasnacionales despegadas de sus viejos estados. Hay un nuevo status de clases integradas, que no se amalgaman por completo.
Este perfil es coherente con la naturaleza de la burguesía, como sector competitivo gobernado por mecanismos colectivos. Los capitalistas conforman una clase social, que ha incluido históricamente una amplia variedad de continuidades y cambios, para adaptarse al curso de la acumulación.
A diferencia de la nobleza, la burguesía segrega y agrega. Perpetúa linajes y absorbe nuevos contingentes. Recurre a la separación competitiva y a la absorción inclusiva. Por un lado recrea privilegios estables y limita la movilidad social a través de la herencia. Por otra parte coopta nuevos grupos a la administración de los beneficios (cf. Pincon, Michel; Pincon-Charlot, Monique, 2000).
Las clases capitalistas necesitan estabilidad para asegurar su reproducción y evitan las transformaciones abruptas. Pero modifican permanentemente su conformación interna para reproducir los negocios e incorporan a su ámbito a todos los sectores que se amoldan a las exigencias de rentabilidad.
Este equilibrio entre continuidades y renovaciones desemboca en un sistema de dominación ampliada. La clase capitalista no se reduce a un puñado inmutable de propietarios de los medios de producción. Se reconfigura periódicamente, mediante la incorporación de nuevos segmentos.
Este proceso condujo por ejemplo en la posguerra a la inclusión de las nuevas capas gerenciales, surgidas del propio proceso de concentración y centralización del capital. Esta incorporación involucró a todos los funcionarios que realizan tareas esenciales para la continuidad del sistema (coerción, persuasión, control, vigilancia). Han quedado asimilados al polo dominante y participan como poseedores o expropiadores de la confiscación del trabajo ajeno.
Los capitalistas amplían su composición con este tipo de absorciones de los sectores necesarios para valorizar el capital. Estos segmentos cumplen funciones estratégicas en el control del proceso de trabajo y aseguran la reproducción de la ganancia (altos directivos). Cumplen un rol muy diferente a la actividad puramente técnica, desarrollada por otro tipo de asalariados (profesionales).[1]
 
Definiciones ampliadas
 
Tomar nota de estas modificaciones y utilizar un criterio ampliado para caracterizar a las clases capitalistas es decisivo. Sólo esta óptica permite notar dos importantes rasgos de la asociación internacional en curso. La propiedad de los paquetes accionarios ha comenzado a mundializarse y los directivos de grandes compañías adoptan ciertas modalidades cosmopolitas. Estos cambios están acotados por su desenvolvimiento en el marco de estados nacionales diferenciados, pero ilustran un viraje hacia la mayor integración global.
Recurrir a un criterio ampliado de análisis de las clases dominantes es vital para entender la actual situación intermedia de los principales grupos capitalistas. Estos sectores ya no actúan como bloques nacionales uniformes y tienden a la asociación internacional, pero sin alcanzar un status transnacional.
Existe una amplia variedad de altas burocracias mundializadas y un segmento más restringido de propietarios internacionalizados. Esta combinación contrasta con el escenario invariablemente nacional, que presentaba el imperialismo clásico. Para analizar correctamente este cambio, resulta necesario reconocer que la pertenencia a la clase capitalista se extiende a ambos sectores y está conformada por la suma de propietarios y funcionarios del capital.
Las clases burguesas no se definen sólo por la propiedad de los medios de producción y por el lugar que ocupan en la estructura productiva. Ese sector social incluye toda una red de auxiliares que desarrollan las funciones de coerción, persuasión y administración, requeridas para la reproducción del sistema (cf. Carchedi, Guglielmo,1986. Y: Carchedi, 1991).
Estos criterios son importantes para evitar dos unilateralidades. Las miradas que ponen el acento en la gestación de una nueva clase dominante transnacional tienden a resaltar sólo la globalización de las funciones, omitiendo la persistencia de propietarios nacionales diferenciados. Quienes por el contrario, desechan desde una óptica ortodoxa la existencia de transformaciones relevantes, remarcan esta segunda continuidad desconociendo el primer viraje. En ambos casos se ignora el curso intermedio que prevalece en el escenario actual.
Este proceso no se esclarecerse observando únicamente la dimensión económica de la nueva configuración clasista. La dominación de los poderosos se ejercita también en el terreno político y social y la propia definición de esa sujeción incluye los tres campos. Es una subordinación económica que los capitalistas imponen a los asalariados, es un sometimiento político que la burguesía ejerce sobre los trabajadores y es una supremacía ideológica que mantienen los dominadores sobre los dominados (Garo, 2001).
 
Otro tipo de Estado
 
A diferencia del imperialismo clásico, la organización militar ya no es un atributo exclusivo de cada estado. Predomina una gestión mundial coordinada y jerarquizada, que ha transferido parte de las decisiones bélicas a un mando conjunto, liderado por Estados Unidos. Esta delegación modifica una de las funciones tradicionales del estado moderno. Muchas actividades de armamento y entrenamiento militar han quedado fuera de la órbita exclusiva del estado-nación.
Esta transformación altera las reglas de la guerra en función de la defensa nacional, que imperó durante la vigencia del sistema westfaliano (1648-1943). Esos principios surgieron con el fin del feudalismo y la sustitución del esquema de autoridades superpuestas (que regía a la nobleza) por el modelo de centralización militar, que adoptaron las monarquías absolutas y los regímenes republicanos. Al diluirse en las últimas décadas el horizonte de las guerras inter-imperiales, se han disuelto los viejos cimientos estatales de las conflagraciones entre potencias.
Esta transformación explica el nuevo perfil internacionalizado del gendarme estadounidense. Al concentrar la mitad del gasto bélico mundial para desenvolver operaciones a escala planetaria, el estado norteamericano reemplazó la antigua estructura de la defensa nacional por un nuevo sistema de custodia imperial.       
Ese estado articula el funcionamiento interno y la coordinación exterior, mediante dispositivos que no tuvieron las potencias precedentes. Define guerras hegemónicas y agresiones globales, a través de una red de organismos presidenciales, parlamentarios y académicos, que seleccionan mediante disputas de poder las distintas opciones en juego. El aparato estatal norteamericano sirve a los intereses de la burguesía estadounidense, pero también sostiene el orden capitalista global.
Este rol es ejercido en un escenario de convivencia de los viejos estados nacionales con distintas instituciones regionales y globales, que asumen funciones para-estatales. Estos  organismos eran inexistentes en la era clásica, pero no tienen aún el perfil estable de instituciones transnacionales sustitutas.
Las nuevas estructuras multinacionales son militares (OTAN), diplomáticas (ONU), económicas (OMC), financieras (FMI) e informales (G 8, G 20) y están rodeadas de numerosos equivalentes regionales (Unión Europea, MERCOSUR, NAFTA, etc). Ambos tipos de instituciones absorben actividades, que en el pasado eran patrimonio exclusivo de los estados nacionales. La soberanía absoluta sobre cierto territorio nacional se ha reducido significativamente con esta internacionalización del poder de decisión (cf. Held, 1995).
Este proceso de transferencia de facultades hacia los organismos extra-nacionales, ya no genera la simple contraposición entre ganadores imperiales y perdedores vasallos. Ahora rigen nuevas relaciones de protección militar y asociación económica entre las clases dominantes.
Esta mutación redistribuye niveles de soberanía y rompe la cohesión de estados construidos al cabo de prolongados procesos de formación nacional. Este cimiento es quebrantado por la mundialización y ha sido profundamente socavado por el neoliberalismo.
El cambio en curso se desenvuelve a través de una creciente penetración internacional en los viejos aparatos estatales. Estas estructuras amoldan la regulación local de la acumulación a los nuevos requisitos impuestos por la reproducción global del capital. Se incrementan las garantías a la inversión externa, se refuerzan los incentivos a la movilidad financiera y se consolidan los reaseguros a la liberalización comercial. El mismo estado nacional continúa aportando los cimientos jurídicos y materiales que exige el capital, pero este sostén se implementa con mayor atadura a las prescripciones externas.
El capitalismo global continúa funcionando a través de múltiples estados nacionales, sin conformar un sustituto mundial de esos organismos. Pero la estructura interior de las viejas instituciones ha cambiado. Ya no sostienen sólo los intereses de clases capitalistas rivales, sino que apuntalan la asociación internacional del capital. El imperialismo actual opera en un contexto intermedio de mayor mundialización y sostenida perdurabilidad de estados más internacionalizados.
 
Complejidad y autonomía
 
Los estados imperialistas del pasado y sus herederos actuales difieren en muchos aspectos, pero mantienen una continuidad básica. Son dispositivos al servicio de las clases dominantes, que operan como estructuras coercitivas para perpetuar un orden social opresivo.
La policía, el ejército y las cárceles persisten como mecanismos centrales del poder burgués para asegurar esa dominación. Es importante recordar este principio básico, frente a numerosas mistificaciones, que presentan al estado como un exponente del bien común y del interés general.
Esa vieja creencia ha sido reciclada por los neoliberales, que diabolizan la acción del estado cuando observan obstrucciones al funcionamiento del mercado. Esta actitud cambia abruptamente cuando resulta necesario garantizar los negocios capitalistas. En esas circunstancias aplauden las intervenciones jurídicas y coercitivas de ese organismo. En la estabilidad promueven privatizaciones y recortes del gasto social y en la crisis elogian el rescate de los bancos y los socorros de las empresas.
La omisión del fundamento clasista del estado es muy común también entre los críticos del intervencionismo estatal, que reivindican las cualidades de la sociedad civil, como ámbito de diálogo, tolerancia y realización humana. En esos elogios suelen olvidar que en el universo “societalista” impera la desigualdad generada por la explotación capitalista. La órbita estatal convalida esa inequidad, mediante la acción de policías, jueces y funcionarios que garantizan el orden vigente. La sociedad civil regula la dominación económica y el estado organiza la dominación política.
Todas las concepciones que divorcian el análisis del estado de sus raíces clasistas impiden comprender la dinámica actual de este organismo a escala imperial. Esta institución presenta un funcionamiento más complejo y autónomo que su precedente clásico, pero responde a los mismos intereses de clases dominantes. El desconocimiento de ese fundamento torna misteriosa cualquier indagación sobre el tema.
La gestión económica más colectiva del imperialismo contemporáneo y la protección militar más internacionalizadas se implementan al servicio de los poderosos. Pero requieren el concurso de instituciones estatales, con mayor grado de flexibilidad e independencia que sus equivalentes de principios del siglo XX.
Estos rasgos son visibles por ejemplo en el gendarme norteamericano (como custodio global del capital) y en la Unión Europea (como entidad que adelantó la convergencia de estamentos burocráticos a la fusión de las empresas de esa región). Los funcionarios de ambas instituciones mantienen una relación de mayor asociación con los grandes grupos industriales y financieros.
Por un lado, el accionar militar norteamericano genera frecuentes conflictos de intereses con las firmas estadounidenses. Por otra parte, la unificación europea obliga a equilibrar intereses de compañías que no han constituido un capital continental integrado. En ambos casos, los estados ya internacionalizados deben armonizar intereses, que desbordan ampliamente el radio nacional del imperialismo clásico.
La autonomía relativa del estado que impone esta administración capitalista contemporánea introduce mayor distancia, pero no divorcios de las clases dominantes. El manejo del estado continúa orientado a proveer las condiciones que requiere el capital para reproducirse. Esa entidad no se desliza hacia un auto-desarrollo desconectado del poder burgués. La alta burocracia desenvuelve su propio sendero, pero mediante una relación privilegiada con los dueños de las tierras, las empresas y los bancos.
Este tipo de conexiones entre los administradores directos del estado y sus principales beneficiarios rige la dinámica del imperialismo contemporáneo. Estos vínculos se verifican en los nuevos organismos globalizados (FMI, OMC, ONU) y en los viejos estados más internacionalizados. Las nuevas burocracias suelen anticipar las conductas que aún no maduró el conjunto de la burguesía. Entre ambos grupos existe una complementariedad, que le permite al aparato del estado desenvolverse con sus propias reglas, sin afectar la marcha de los negocios.
 
Los cimientos teóricos
 
La comprensión de las características del estado imperial exige superar las visiones instrumentalistas de ese organismo, como una simple herramienta de la burguesía. Estos enfoques predominaron en los análisis marxistas del imperialismo clásico y tuvieron el mérito de esclarecer el interés de clase subyacente en las confrontaciones inter-imperialistas, a principio del siglo pasado.
 Esos enfoques permitieron refutar las teorías convencionales, que atribuían las conflagraciones al “ansia de poder”, al “deseo de gloria” o a los “ideales patrióticos”. Esa desmistificación de la competencia inter-imperial permitió desnudar las causas de las tomentosas guerras, que ensangrentaban a los pueblos para enriquecer a los poderosos.
Pero estas caracterizaciones –que iluminaron la función del estado en las situaciones extremas de conflagración inter-imperial- se tornaron insuficientes al concluir la segunda guerra. No sirvieron para comprender el papel de esa institución en los períodos de estabilidad. La presentación instrumental tan sólo aporta un punto de partida para estudiar el problema. Este señalamiento inicial debe complementarse, indagando las múltiples y cambiantes funciones que cumple el estado, en cada etapa de la acumulación.
Superar la herencia instrumentalista es indispensable para captar las características del estadio imperial contemporáneo. Esta institución opera a través de procedimientos, mediaciones y mecanismos muy variados. Como ha internacionalizado su radio de acción sin generar estructuras transnacionales uniformes, se necesita indagar las modalidades de un sistema múltiple de estados que se ha mundializado.
El modelo asociativo, que expusieron algunos pensadores marxistas en los años 70 es muy útil para encarar este análisis, puesto que permite esclarecer los vínculos actuales entre las burguesías y las burocracias imperiales. Este esquema da cuenta de las relaciones de correspondencia y conflicto que mantienen ambos sectores. Dos fuerzas separadas coexisten en tensión, en la defensa de un mismo sistema.
Esta comunidad se refleja en los propios mecanismos de selección del personal apto para dirigir el estado burgués. Los administradores de ese organismo mantienen estrechas relaciones de parentesco y amistad con los capitalistas, defienden los mismos valores y exhiben los mismos comportamientos. Pero desarrollan una conciencia más acabada de los intereses del sistema, reflejando la acentuada separación entre esferas políticas y sustratos económicos del régimen vigente. La burguesía es una clase competitiva que necesita delegar el gobierno sobre una capa especializada, que asegure el equilibrio político y la seguridad jurídica requeridos por la acumulación (cf. Miliband,1980; Miliband, 1991)
La tesis del marxismo estructuralista también aporta elementos importantes para la comprensión del estado imperial. Esta visión analizó de qué forma el estado asegura la reproducción objetiva del sistema. Ilustró el rol esencial que cumple este organismo en debilitar la resistencia de los dominados y facilitar la cohesión de los dominadores, para recrear las condiciones económicas y los cimientos legales que necesita el capitalismo para desenvolverse (Poulantzas, 1976 . Y Poulantzas, 1977).
Estos señalamientos contribuyen a explicar, en la actualidad, el papel central que cumplen las instituciones más internacionalizadas del estado norteamericano. La Reserva Federal se ha tornado, por ejemplo, decisiva en la organización y continuidad de las finanzas globalizadas.
Aunque los debates del pasado opusieron al enfoque asociativo con la visión estructural, ambas miradas son compatibles y aportan los fundamentos para comprender la complejidad del funcionamiento estatal contemporáneo. Subrayan cuál es la relación social capitalista que subyace en torno a este organismo y evitan especialmente la presentación weberiana de la burocracia, como un poder en sí mismo divorciado de las prioridades de la burguesía.
 
Ideología global
 
La ideología tiene en la actualidad mayor gravitación en la política imperial que en el pasado. El mantenimiento del orden global requiere suscitar la adhesión de importantes sectores de la población. Este apoyo no se consigue solamente con el temor o la resignación que generan las agresiones del Pentágono.
La ideología imperial contemporánea recurre a ejercicios de persuasión, para combinar la coerción con el consenso, en los términos concebidos por Gramsci. El revolucionario italiano, retrató cómo la dominación burguesa exige mixturar el uso de la fuerza con modalidades de consenso. Destacó que la sujeción de los oprimidos requiere formas de consentimiento hacia los poderosos, logradas por intermedio de la cultura y el liderazgo moral.
Gramsci subrayó que el uso exclusivo de la violencia sólo permite una supremacía coercitiva, que no asegura la reproducción de la opresión clasista. Señaló que únicamente el predominio ideológico permite consolidar formas de hegemonía más perdurables. Ese sostén se logra suscitando entre los oprimidos, la aceptación de los valores postulados por los opresores. Esa atadura se construye generalizando identificaciones imaginarias y reforzando los mitos de pertenencia a una comunidad compartida, en un cuadro de mayor incorporación política de sectores populares al sistema vigente (cf. Gramsci, 1972).
Mientras estas formas de hegemonía operaron tradicionalmente en marcos exclusivamente nacionales, la dominación contemporánea exige impactos de orden global. Funciona a través del americanismo como una ideología de todo el imperialismo colectivo y no solo como transmisión de las creencias de cada burguesía a su respectiva población. Es propagado por una potencia dominante que ejerce la coacción y difunde los valores que sostienen al orden vigente. Estados Unidos apuntala ambos pilares al manejar el mayor aparato bélico de la historia, propagando principios capitalistas compartidos por todas las clases dominantes.
En este plano se verifica una diferencia importante con los liderazgos precedentes. La combinación de primacía militar e ideológica norteamericana no es equivalente a las preeminencias anteriores de las ciudades italianas, el reino de Holanda o el colonialismo británico (cf. Arrighi, 1999)
Aunque cada período histórico incluyó la supremacía ideológica de alguna potencia, el americanismo tiene un alcance global que no tuvieron sus antecesores. Genera imitaciones y complicidades que nunca logró el precedente inglés. La ideología imperial de Estados Unidos contiene un componente inédito. Es repetida en el exterior, como una biblia del capital y es propagada en el interior, como un himno a la igualdad de oportunidades. En el mundo, oculta su defensa de la explotación y en la metrópoli, mistifica una tradición de ascenso social que se forjó con la esclavitud de los negros y el genocidio de los indios.
Esta doble función explica la gravitación alcanzada por esa ideología entre las clases dominantes. ¿Pero cuál es su grado de efectividad actual entre los pueblos? La exaltación del beneficio y la competencia, que tanto entusiasma a las elites capitalistas, no es espontáneamente compartida por el grueso de la población. La credibilidad de estos principios está directamente afectada por la violencia que rodea a la acción imperial.
El americanismo no se reduce a magnificar las virtudes de la libre empresa. También propaga la utilización de las armas para garantizar esas ventajas. Por esta razón, la extensión de su penetración entre las capas populares depende de los éxitos o fracasos de una política que se impone mediante chocantes brutalidades. Para contrarrestar la indignación que generan los vandalismos imperiales hay que ocultar la información y se requiere manipular la opinión pública. Pero la viabilidad de esas digitaciones varía en cada circunstancia.
Ciertamente las mayorías populares están influidas por las creencias dominantes, pero solo consienten esos mitos cuando parecen compatibles con mejoras sociales y económicas. Para que esas ideas se extiendan al conjunto de la población, el costo de las aventuras imperiales debe resultar imperceptible (o tolerable) para esas mayorías.
El menor impacto que tienen hasta ahora entre la población norteamericana las agresiones contra Irak o Afganistán (en comparación a Vietnam), es un ejemplo de esta variedad de efectos. La ideología que justificó ambas invasiones compartió las mismas incoherencias y se basó en los mismos argumentos pueriles de inminente peligro para la supervivencia de los estadounidenses. Pero las condiciones en que operaron esas creencias han sido distintas.
En los años 70, la crisis del sistema político, la rebeldía social, las demandas democráticas y el impacto de las luchas antiimperialistas desnudaban con mayor facilidad las inconsistencias de la propaganda imperialista. Además, el carácter profesionalizado del ejército permite en la actualidad guerrear sin la conscripción obligatoria, que sublevaba a la juventud.
La ideología solo condiciona, por lo tanto, en forma genérica un conjunto de actitudes, que cambian en función de las circunstancias políticas. En Estados Unidos estas condiciones influyen directamente sobre una ciudadanía débil, que tiene escasa participación en la vida pública. Esa población sólo sostiene las aventuras en el exterior que no afectan su nivel de vida y sensación de seguridad.
 
Tensiones e inoperancias
 
Las creencias imperiales dominantes transmitidas por los medios de comunicación tienen un impacto enorme. Estos dispositivos de propagación desbordan ampliamente la influencia que ejercía en el pasado el ámbito escolar, religioso o familiar. Moldea hasta niveles impensables el razonamiento de la población.
Pero esta penetración no es ilimitada. La cohesión que aportan las ideologías a los grupos dominantes no se proyecta con la misma intensidad a los sectores populares. El carácter contradictorio de estas creencias dificulta, además, su interiorización, como un sentido común. Las creencias que los dominadores imponen al conjunto de la sociedad coexisten con otras culturas y están socavadas por sus propias incoherencias. Los mitos imperialistas operan como cualquier otra modalidad del pensamiento dominante. Influyen sobre toda la sociedad, pero tienen una penetración diferenciada entre sus propulsores, aprobadores y simples receptores (Callinicos, 1989)
En las últimas décadas el americanismo ha contado con las mismas ventajas y los mismos contratiempos que rodean al neoliberalismo. Ambas doctrinas han logrado un importante nivel de consentimiento en las coyunturas de estabilidad y padecen fuertes dislocaciones en los momentos de crisis. Las dos variantes afrontan el descreimiento cuando sus incongruencias emergen a la  superficie. Un sistema de competencia que socorre a los bancos pierde tanta credibilidad como una intervención humanitaria que perpetra masacres. Las dos modalidades del pensamiento dominante están corroídas por las inconsistencias que impone el funcionamiento turbulento del capitalismo contemporáneo.
La ideología imperial transmite creencias indispensables para la reproducción del régimen vigente. Es un error suponer que la gravitación de esas ideas ha decrecido por el impacto de otros procesos condicionantes de la vida social. La expansión de la técnica, el reinado de la información, la declinación de las pasiones políticas o el aumento del descreimiento cínico, no reducen el peso de la ideología. Sin las creencias neoliberales, el capital no podría introducir privatizaciones y sin el americanismo, el imperialismo no podría sostener sus agresiones militares.
Las ideologías cumplen un papel central. Operan como creencias, cosmovisiones y prácticas colectivas, que las clases capitalistas necesitan desenvolver para ejercer su dominación. Son pensamientos representativos de los intereses dominantes, que se transmiten a través de creencias ilusorias y falsas conciencias de la realidad. Legitiman poderes, eternizan un propósito opresor y bloquean la aparición de alternativas.
Pero las ideologías están sujetas también a múltiples contradicciones por la variedad de funciones que cumplen y por la multiplicidad de planos en que deben actuar. Interpelan a sujetos que comparten variados ámbitos de pertenencia (familia, sindicato, nación, religión), que están regidos por creencias diferenciadas y se encuentran sometidos a los conflictos entre las distintas subjetividades en juego (cf. Jameson, 1991; Eagleton, 1997; Therborn, 1987).
Estas tensiones corroen directamente la ideología imperial. La protección de la familia choca con el alistamiento de los seres queridos, los principios religiosos de convivencia confrontan con la adhesión a la brutalidad de la guerra, la defensa de la patria contradice el apoyo a una aventura en el exterior.
El americanismo está socavado por su propio desenvolvimiento, pero la comprensión de estas contradicciones requiere reconocer su gravitación. Esta singularidad sólo es perceptible si se notan sus especificidades en comparación al imperialismo clásico y si se capta que constituye una forma de pensamiento ligada al poder estadounidense. El registro de ambos aspectos exige tomar distancia con la ortodoxia y el globalismo.
  
Conceptos y terminologías
 
El imperialismo del siglo XXI se transforma al compás de las mutaciones que se registran en las clases dominantes, los estados y las ideologías contemporáneas. El sistema de dominación capitalista adopta a nivel global nuevas formas, para renovar la explotación económica, la coerción política y el sometimiento cultural de los oprimidos.
La asociación internacional de los poderosos apunta, en primer lugar, a incrementar la extracción de plusvalía a los trabajadores. La concertación geopolítica de la gestión imperial busca, en segundo término, estabilizar esos privilegios. Finalmente, la dominación que imponen los poderosos pretende naturalizar esas injusticias, como un dato inamovible de la realidad.
El imperialismo contemporáneo incluye estos tres dispositivos para perpetuar la dominación. Es un concepto insustituible para explicar cómo esa opresión se ejercita en el plano mundial por medio de la violencia. Pero las modificaciones consumadas en las últimas décadas son tan significativas, que existen dudas sobre la exactitud del viejo término de imperialismo, para dar cuenta de la nueva realidad.
Como esa noción se encuentra muy asociada con disputas entre potencias por el reparto del mundo se ha tornado corriente el uso de la denominación imperio, para aludir a la intervención coordinada de las potencias en el sostenimiento del status quo.
Las referencias al imperialismo suelen indicar defensas de un interés específico del capital estadounidense, japonés o francés. En cambio, los señalamientos sobre el imperio aluden, al sostenimiento del interés colectivo de los capitalistas. Lo importante es clarificar el sentido que se asigna en cada caso a esta combinación de acciones asociadas y rivales.
El concepto de imperio del capital ofrece la mejor definición, puesto que realza el carácter capitalista pleno que alcanzó la dominación mundial jerarquizada del sistema vigente. Este término mejora la denominación clásica de imperialismo (que puede sugerir continuidad de las confrontaciones inter-imperiales) y evitar la simple alusión al imperio (en la interpretación descentrada y desterritorializada de esa noción). Pero estos ajustes del lenguaje son secundarios. En realidad es válido el uso de cualquiera de los términos corrientes, especialmente en la denuncia de la opresión imperial y en la batalla práctica contra las agresiones y despojos que perpetran las grandes potencias.
Pero la comprensión de estas resistencias exige ingresar en otro plano de la teoría. Hay que avanzar más allá de la problemática del imperialismo como articulación global del capital. Se requiere estudiar el fenómeno, en función de la desigualdad que generan las conexiones entre el centro y la periferia. Para encarar esta reflexión las viejas categorías son insuficientes. Hay que estudiar las semiperiferias, indagar la emergencia de las nuevas potencias y comprender el rol de los BRICS. Estos temas incitan a desenvolver la segunda parte de nuestra investigación.
 
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Trabajo cedido gentilmente por el autor. Forma parte del libro Bajo el imperio del capital. Luxemburg: Buenos Aires, diciembre de 2011.
 
 
[1] La clase dominante registra procesos constantes de mutación. Un retrato de estos cambios en la crema del sistema es presentado anualmente por la revista Forbes, en su ranking de multimillonarios (ahora billonarios). En las últimas dos décadas este cuadro registró la irrupción de los nuevos popes de la informática en el top de los adinerados y también la diversificación del origen nacional de todo el club.Ver:planetanegocios.com 6, mayo 2011.

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