28/03/2024

Clandestinidad, resistencias y feminismos: entrevista a Amelinha Teles

Por Revista Herramienta

Maria Amélia de Almeida Teles, más conocida por Amelinha, nació el 6 de octubre de 1944, en Contagem, Minas Gerais. Su trayectoria de lucha y resistencia es bella y muy larga, lo que dificulta hacer un recorte de su experiencia que no sea, al mínimo, arbitrario de nuestra parte.

Nos encontramos con Amelinha el 8 de mayo del 2019, en la Unión de Mujeres de São Paulo, organización política feminista que ha fundado en 1981 junto a otras compañeras y que, hasta hoy, está dedicada al combate a la violencia de género y a la promoción de los derechos humanos. En el mismo espacio, volvimos a encontrarla el 3 de julio para aclarar puntos pendientes. Su habla, firme y a la vez delicada, nos invita a conocer caminos por los cuales ha transitado desde los ’60 al presente, en los cuales subraya tanto los goces como los conflictos de la militancia – sea en los partidos de izquierda, sea en los movimientos feministas.

Amelinha se afilió al PCB (Partido Comunista Brasileiro, o “Partidão”) en 1960. Con la ruptura que hubo en la organización, se integró al PCdoB (Partido Comunista de Brasil), que hace la opción por la lucha armada en el periodo de la dictadura cívico-militar brasileña (1964-1985). Fue detenida por primera vez en Belo Horizonte, luego del golpe militar de 1964. Vivió en la clandestinidad de los 20 a los 28 años. En diciembre de 1972 fue secuestrada con su familia: el marido Cesar Teles, la hermana Crimea de Almeida, la hija Janaína Teles (5 años) y el hijo Edson Teles (4 años). Estuvo detenida en el DOPS (Departamento de Orden Política y Social) de São Paulo por tres meses. Antes de eso, permaneció incomunicada por seis meses en el DOI-CODI (Departamento de Operaciones de Información – Centro de Operaciones de Defensa Interna), aparato represivo comandado por el mayor del ejército Carlos Alberto Brilhante Ustra. Sí, el torturador homenajeado por el entonces diputado federal y actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en su voto favorable al impeachment que le sacó a Dilma Rousseff de la presidencia en el golpe de 2016.

Incansable luchadora por los derechos humanos, Amelinha ha integrado el Movimiento Femenino por la Amnistía, la Comisión de Familiares de Muertos y Desaparecidos Políticos y la Comisión de la Verdad del Estado de São Paulo “Rubens Paiva”.También fue una de las fundadoras del periódico “Brasil Mulher” y del proyecto de formación de Promotoras Legales Populares (PLPs), que está presente en todo el país.

En esa entrevista, buscamos ofrecer un poco de lo que Amelinha compartió con nosotras. No es fácil sintetizar la experiencia de quién fue una de las 52 brasileñas que, junto a 948 mujeres de 153 países, concurrió colectivamente al Premio Nobel de la Paz 2005. Ojalá los extractos que siguen presenten un poco de la indignación feminista de esta trayectoria inspiradora.

1. Durante la dictadura cívico-militar en Brasil (1964-1985), usted estuvo vinculada al “Partidão” y, después de la ruptura que hubo en esa organización, al PCdoB. Por eso, vivió en la clandestinidad por ocho años. ¿Cuáles son las principales marcas de esta experiencia?

Estuve en la clandestinidad casi toda mi juventud, desde mis 21 años. Esta experiencia trae fuertes huellas en mi formación política, social, cultural, intelectual y afectiva. Así que fui afectada por la clandestinidad en todos los sentidos. Es una situación en la cual una vive en su país pero tiene que fingir que vive en otro lugar. Es un período muy complicado, porque una escucha a las personas y entiende lo que le dicen, pero a menudo no puede hablar con nadie para evitar ser identificada. Por un lado, el cuidado por la seguridad impide la libertad de convivir con las personas. Por el otro, existe una gran necesidad de esta convivencia, de este aprendizaje que las relaciones interpersonales ofrecen. Por supuesto que se aprende de esa situación ardua, pero no siempre es lo que una quiere.

En Brasil, muy pocas personas vivieron por tanto tiempo en la clandestinidad como yo, porque pronto eran detenidas o se exilaban. Me parece que en el exilio había cierta libertad en el sentido de que una podía presentarse como si misma. Pero quien estaba en la ilegalidad no tenía esta opción y, por eso, yo no podía ni hablar ni opinar. Lo que sí yo hacía era escribir. Además, lo que escribía no llevaba mi nombre, o sea, no podía firmar los textos, no podía presentarme. Militaba en la prensa clandestina, así que leía, escuchaba y escribía mucho – pero hablaba muy poco. ¡Ahora sí hablo mucho! Cuando digo que las mujeres han sido silenciadas o que las personas que se han opuesto más radicalmente a la dictadura han sido calladas, esto es literalmente cierto. No pudimos expresarnos. Y eso pesaba mucho en mi vida.

Por otra parte, habiendo vivido mi juventud en la clandestinidad, reconozco que este también fue un momento de gran placer y descubrimiento. He podido expresar mi felicidad de ser joven y de haber aprendido con otros compañeros de militancia.

También creo que me ayudó el hecho de haber tenido hijos y vivido en pareja con Cesar Teles, un compañero con quien tuve una relación muy profunda y transparente. ¿Cómo una vive ocho años en la clandestinidad sin volverse loca? Pues bastante gente se trastornó. En ese sentido creo que, a pesar de todas las limitaciones impuestas por el contexto, yo he tenido cierta profundización en las relaciones afectivas, con mis hijos, con Cesar y con mis propios compañeros de militancia.

En el partido, éramos un grupo muy unido, lloramos juntos, sufrimos juntos, debatimos juntos. Nuestro grupo era todo lo que teníamos y sufrimos al ver a la represión asesinar nuestros compañeros – especialmente en 1972, el mismo año en que me secuestraron y detuvieron. Ante cada compañero muerto, surgían dudas y sufrimientos colectivos. Del conjunto que militó conmigo, prácticamente todos fueron asesinados. Algo similar le sucedió a mi hermana Crimea Schmidt de Almeida: del grupo que militaba con ella en la Guerrilla del Araguaia,[1] todos fueron asesinados. Así que nosotras dos tenemos experiencias semejantes de pérdida, de muerte de personas muy cercanas – y muertes violentas. Mi vida está rodeada de muerte. Pero también de esperanza, ánimo y lucha.

         

         Amelinha y Cesar Teles

Hay otro punto que hace falta subrayar: durante mi militancia en la prensa clandestina, actué solo con varones – y creo que esta es una experiencia única entre las militantes. Por supuesto que yo hablaba con otras mujeres, pero estas no eran militantes, así que yo no podía expresar mis opiniones o hasta mis sentimientos hacia a ellas. Esta experiencia causó un fuerte impacto en mi vida: creo que no es para nada que, en la legalidad, he priorizado la militancia con mujeres. Además, los varones con los que conviví en la clandestinidad eran dirigentes del partido – y eso no es algo menor, ya que ellos creaban muchas fantasías en ese poder y no comprendían nada sobre tensiones y conflictos de la vida cotidiana.

 Aunque fueran fundamentales, los problemas diarios no eran relevantes para un partido comunista clandestino que pretendía tomar el poder de los militares y hacer la revolución. La cotidianeidad no estaba presente en la agenda del partido en ningún momento.

He escuchado una sarta de tonterías de los dirigentes comunistas, pero recuerdo dos ejemplos que me hacen atragantarme hasta hoy. El primero tiene que ver con una discusión sobre la sexualidad: yo intentaba decirles a los compañeros cómo esta se manifestaba en las relaciones y en los deseos. ¡El dirigente simplemente dijo que la clase obrera no tenía sexo! Me horroricé. Yo tenía poco más de veinte años, había sido muy reprimida, pero no era estúpida: leía cosas que ellos no leían, porque yo intentaba saberlo. Ahora bien, ¿de dónde él había sacado algo así? Bueno, a mí ya no me gustaba ese dirigente y, después de esta declaración absurda, yo perdí totalmente la confianza en él.

El otro ejemplo está relacionado con el debate sobre la necesidad de guarderías infantiles. Yo defendía que el programa partidario debería incluir este tema en su agenda, porque una sociedad que acoge a los niños es una sociedad mejor. Al fin de cuentas, ¿cómo pensar en transformar el mundo sin espacios para estos niños? El dirigente se vuelve hacia mí y dice: “¡Ah, la guardería infantil es un asunto menor! Eso no puede ser tratado en un programa revolucionario”. Bueno, yo tenía niños, yo vivía con mi pareja ese drama de no haber guarderías infantiles públicas. Sin embargo, los dirigentes no entendían que las mismas eran algo importante para la revolución, que era una bandera revolucionaria.

Era bastante obvio que yo también quería la amnistía y el fin de los actos institucionales de la dictadura, ¡por supuesto! Pero eso no era todo, me parecía fundamental señalar otros temas en el debate. Además, en mi opinión, agregar la lucha por la guardería infantil en nuestra agenda podría atraer la movilización de muchas otras personas, ya que esta era – y todavía es –una necesidad de la población. Pero a la gente del partido se le ocurría tan solo un programa burocrático: copiaban a Vladimir Lenin, Joseph Stalin, Mao Tsé-Tung y se los ponían en el programa partidario.

Después de militar en la prensa clandestina del partido, fui a la prensa alternativa. Eso no me gustó mucho, ya que era otro espacio predominantemente ocupado por varones, que consideraban su agenda cada vez más importante que la nuestra. Así que luego fui a la prensa feminista.

           

           Amelinha, Dani y Mabel

2. En Brasil como en Argentina, la violencia sexual contra las militantes secuestradas o detenidas políticas fue una acción sistemática de la represión dictatorial. Como tantas otras mujeres que han pasado por esto, usted ya relató en diferentes ocasiones sobre las sevicias que sufrió. ¿Cuál es el papel de los testimonios públicos de las mujeres que narran estas experiencias?

Creo que las mujeres hablaron muy poco sobre sus experiencias, especialmente, si pensamos en los espacios que se abren por la Comisión Nacional de la Verdad o en las diversas comisiones instaladas en Brasil. Para recuperar el título de un libro reciente sobre este tema, creo que las mujeres no han dicho y tampoco han sido escuchadas.[2] A pesar de algunas repercusiones en los periódicos, creo que todavía hace falta una Comisión de la Verdad de las Mujeres.

Me parece importante hacer un paréntesis: a los periodistas les resulta más interesante las noticias impactantes para que se las vendan en los periódicos. Ahora bien, en una de las audiencias de la Comisión de la Verdad del Estado de São Paulo, un torturador denunció a la empresa alemana General Motors, alegando que esa compañía había colaborado con el sistema represivo. En ese momento, había representantes de tres importantes periódicos presentes, pero ninguno publicó un reportaje al respecto. Por el contrario, al día siguiente, lo que vimos fue el anuncio de una página de la General Motors en uno de ellos: la empresa financia y patrocina estos medios de gran circulación, como Estadão, Folha de São Paulo, Globo. Y así la prensa se calla y omite la historia.

Volviendo al tema, creo que los testimonios de las mujeres son más difíciles. Es un gran dolor. Es difícil para ella misma. Yo, por ejemplo, siempre que hablo sobre lo que me pasó, sufro bastante, eso altera mi metabolismo. Me siento sofocada. Pero eso lo vivo toda mi vida, porque nunca he dejado de denunciar.

La tortura es insoportable para la mayoría de la sociedad. Es algo histórico en la sociedad brasileña y, a la vez, es un tema casi prohibido. Entiendo perfectamente cuando una mujer prefiere no hablar sobre la tortura que ha vivido, porque hay un fuerte sentimiento de soledad: nadie entiende su dolor, nadie escucha su dolor. Por el otro lado, creo que tenemos que hablar. Porque de lo contrario me parece complicado construir un espacio de poder, empoderamiento y autonomía. Nosotras fuimos especialmente torturadas por el hecho de que éramos mujeres, y la sociedad debe reconocer esta violencia específica hacia nosotras, que es de ayer y de hoy. En ese sentido, se trata de un escenario paradójico: el sufrimiento parece impedir nuestro testimonio y, a la vez, nuestra experiencia demanda ser testimoniada.

3. Una cantidad de testimonios señalan que los vínculos afectivos y las amistades construidas durante la prisión fueron un factor de supervivencia importante. ¿Cómo fue esta experiencia para usted? Además de detenidas políticas, ¿usted ha compartido la celda con presas comunes? ¿Cómo fueron estas convivencias? ¿La orientación sexual de las detenidas (políticas y comunes) se colocaba en cuestión en ese momento?

Los verdugos sabían que una se fortalece en el colectivo, así que me mantuvieron aislada de las demás compañeras por largo período de tiempo. Cuando pude compartir la celda con otras mujeres, recibí acogimiento y afecto: las compañeras me prestaron atención, hablaron sobre sus dolores y experiencias, preguntaron de las mías. Hubo mucho intercambio entre nosotras y eso nos daba fuerzas. Fue muy importante haber convivido en el colectivo dedetenidas políticas: significaba ocupar con vida y afecto un espacio construido para destruirnos. De esta convivencia, aprendemos otras posibilidades de estar en el mundo.

Además de las detenidas políticas, he convivido con otras mujeres en la prisión. En el DOI-CODI, por ejemplo, los represores me pusieron con una prostituta que habían contratado para ofenderme. Fue terrible verla siendo golpeada por los policías y, a la vez, haciendo la defensa de ellos. Probablemente ella tenía miedo de otras consecuencias. Yo estaba todo el tiempo preocupada con su reacción, con lo que ella podía hacerme.

Luego compartí la celda con una mujer que había sido carcelera nazi, que estaba detenida porque muchos judíos la perseguían. Ella imaginaba que la iban a matar, que le harían lo mismo que ella hizo a otras personas. Por curiosidad, decía que los comunistas eran más honestos; entonces esperaba que yo mordiera mi pan para sacarlo de mis manos y en seguida comerlo. Lo mismo con otros alimentos, pues sospechaba que estaban con veneno. Así que ella nunca comía en su plato, solo en el mío. No se bañaba porque pensaba que tal vez hubiera algo tóxico en el agua.

También estuve con dos adolescentes menores de 18 años que habían cometido delitos menores, pero eran golpeados repetidamente. No me hablaban de todo, ya que estaban preocupadas de que los policías pudieran oírlas.

Por fin, compartí la celda con una mujer que me ayudó mucho. La habían acusado de homicidio por haber interrumpido el embarazo de una joven que terminó falleciendo. Ella me dijo que ya había realizado muchos abortos y que a veces una podía morir. Explicó que solo estaba en la cárcel porque no les había dado dinero a los policías, pero sabía que iba a salir pronto, ya que no era la primera vez en la cual se encontraba en esa situación. De todos modos, cuando supo de mi situación, dijo que quería ayudarme y me preguntó qué podía hacer. Entonces le solicité que buscara a mi tía que vivía en Belo Horizonte para avisarle que yo estaba en una prisión en São Paulo y que mi hermana, Crimea, estaba detenida en Brasilia. Esta mujer me pidió que escribiera el teléfono de mi tía en sus espaldas, sabiendo que nadie miraría allí. Y así fue como mi tía pudo saber dónde estábamos Crimea y yo.

En la cárcel, había una infinidad de presas comunes, la mayoría era negra y pobre, y nos llamaban a las detenidas políticas de “las [mujeres] del terror”. A diferencia de las presas comunes, las presas políticas éramos en su mayoría blancas, además una que otra de origen oriental. No había ninguna detenida política negra durante el período en que me mantuvieron encarcelada. Las profesiones también eran muy distintas: algunas estaban a punto de recibirse médicas, otras eran profesoras universitarias, en resumen, era una clase intelectual proveniente de las universidades públicas. Las diferencias de clase se expresaban todo el tiempo. Por ejemplo, nosotras nos comunicábamos con el juez por medio de abajo firmantes, cartas y otros documentos que escribíamos a mano. Yo era una de las que escribía, tenía una muy buena letra. Mientras que las comunes tenían muchas dificultades, algunas ni siquiera sabían escribir. Luego decían: “Oh, quiero ser una terrorista”.

Había un número considerable de lesbianas en la cárcel. Las detenidas políticas éramos más reservadas en relación a la sexualidad, mientras las presas comunes la vivían con más naturalidad. Creo que una de las razones era que nosotras estábamos muy vigiladas: todo lo que hacíamos era observado atentamente por los policías y por el director de la prisión. Por poca cosa, él enviaba un chorro de agua y la presión nos tiraba al suelo, mojaba todo, era horrible, teníamos que tirar casi todo. Bueno, eso les hizo a todas, prisioneras comunes y políticas. Pero las detenidas políticas eran controladas por todos los lados: por el abogado, por la familia, por las otras presas políticas – y también por los detenidos políticos varones. O sea, todo lo que hacíamos, era comentado. Pasaba lo que pasaba, todos opinaban. Además de eso, algunas detenidas políticas lesbianas, con las que no conviví en la cárcel (cuyos nombres no puedo decir ya que ellas mismas no hablaron sobre eso públicamente), fueron muy reprimidas por sus propias compañeras de militancia y sufrieron prejuicios y marginación en sus grupos. Las detenidas políticas lesbianas que he conocido ya han muerto y las heterosexuales que convivieron con ellas no reconocen sus prejuicios. Así que es un tema muy delicado.

              

4. ¿En qué contexto aparece el feminismo en su vida? ¿Cuándo y cómo usted comienza su activismo propiamente feminista? ¿Qué compañeras de lucha y qué autoras y teóricas han influido en el inicio de su trayectoria feminista? ¿Y en los años siguientes?

Muchas compañeras hicieron parte de mi trayectoria hacia el feminismo. Comenzando con Joana Lopes, editora del periódico “Brasil Mulher”,[3] en el que he participado desde su inicio, en 1975. En ese momento, la mayoría de sus integrantes no eran feministas, pero sí lo era Joana Lopes, quien ya había vivido tanto en la clandestinidad como en el exilio francés y fue la primera mujer que me habló de feminismo. A partir de entonces pasé a declararme feminista. Después fui a trabajar en el periódico “Movimento” y quien me hablaba sobre feminismo era Rachel Moreno. Pero en ese entonces yo ya era feminista. Rosalina de Santa Cruz Leite también es una compañera muy presente en este momento – y por toda mi vida, tanto así que publicamos juntas, años más tarde, un libro sobre la lucha armada y la prensa feminista.[4] En 1976, también había la influencia de Maria Lygia Quartim de Moraes, que militaba en otro periódico feminista, el “Nós Mulheres”.[5]

Respecto a las autoras, sin duda una gran influencia fue Heleieth Safiotti. Ella es una socióloga muy importante que debe ser retomada y discutida hasta hoy, pasados 50 años de la primera edición de su obra más importante, “A mulher na sociedade de classes”.[6] La versión mimeografiada del ensayo que han escrito Isabel Larguíay John Dumoulinen a fines de los ’60, “Por un feminismo científico”, también fue leída. El mismo se adelantaba a los debates sobre trabajo doméstico no remunerado. Además de las clásicas Simone de Beauvoir, Margaret Mead, Shulamith Firestone, Alexandra Kollontai y Juliet Mitchell.

Creo que es fundamental señalar una lamentable ausencia: no leímos, a fines de los años 1970, a Angela Davis. Como ella era miembro del partido, la acompañábamos en solidaridad desde el momento en que fue arrestada en los Estados Unidos. Pero en el feminismo ella no aparecía por esos años: se la consideraban comunista y marxista, pero no feminista. Hace poco que Angela Davis me ha seducido como feminista, aunque sepa que no todas las feministas piensan de esa manera.

 

5. ¿Cuándo entra la lucha por el aborto legal en la agenda de las feministas y de la izquierda?

Para las feministas desde el primer momento. Tanto en “Brasil Mulher” como en otros grupos que acompañé a lo largo de los ’70. Cuando una hacía la defensa del aborto voluntario, prácticamente se definía a sí misma como feminista. Lo que pasa es que, al mismo tiempo que la lucha por el aborto legal se dio desde el primer momento, también fue una agenda controvertida si pensamos en las articulaciones y alianzas políticas con otros movimientos. Hay un problema similar cuando el asunto son los desaparecidos políticos: las feministas dicen que esto no es una bandera de lucha. Yo no veo esta separación: voy a discutir el derecho a la vivienda, a la guardería, a la legalización del aborto o el tema de los desaparecidos políticos con la misma intensidad. Para mí, son luchas que caminan juntas. Lo que pasa también es que numerosos grupos de derechos humanos no levantan ciertas banderas, como la legalización del aborto, lo que me parece un absurdo.

Mientras estábamos en la dictadura, le veía sentido a participar e integrar un partido político. Fui torturada en defensa de los partidos, he defendido y defenderé siempre la libertad de partido y de organización, pero el problema es el compromiso con la historia, que estas instituciones no tienen. Si lo tuvieran, dialogarían con todos los segmentos de la sociedad. Después de la dictadura, los partidos generalmente dificultaron la discusión sobre la legalización del aborto. En seguida de la lucha por la amnistía y del proceso constituyente, ¿qué hicieron? Sólo les preocupaba la elección, dejando de lado otras agendas de la población.

 

6. Durante el período de clandestinidad y represión de la dictadura cívico-militar, ¿cómo trataron las militantes el tema del aborto? ¿Sobre eso se hablaba en los partidos y organizaciones de izquierda?

Sí, hablábamos de aborto. Donde hay mujeres, se habla de aborto. El partido estaba abierto a discutir este tema con las militantes e incluso les orientaba a hacerlo, no en el sentido de imponer la no maternidad como una condición para ser militante, sino en explicar que podría ser un sufrimiento tener niños en la clandestinidad.

Yo tuve hijos, pero también me hice un aborto en la clandestinidad. Y la red del partido ofreció todas las comodidades, con médicos, los mejores métodos y medicamentos. Había aborto seguro dentro de la clandestinidad. Creo que el partido estaba más avanzado en ese momento que en la democracia, cuando comenzó a hacer acuerdos con la iglesia.

 

7. Durante la Asamblea Constituyente (1987-1988),[7] usted fue designada para defender públicamente la enmienda popular número 65, que buscaba legalizar el aborto. ¿Cómo fue el proceso de construcción de esta propuesta? ¿Cómo fue señalado su nombre? ¿Cuáles han sido las principales consecuencias personales y políticas para usted?

Como la Unión de Mujeres de São Paulo fue la organización que más recolectó firmas para tal propuesta, una representante leería el discurso de defensa de la enmienda popular y me eligieron a mí.

A medida que se planteaban los reclamos feministas que serían debatidos en el proceso constituyente, se observaba que el tema del aborto era controvertido dentro del propio movimiento. Había dudas de que defenderlo pudiera traer un retroceso, ya que los constituyentes podrían oponerse a eso incluyendo el “derecho a la vida desde la concepción” en la agenda. A partir de ello, a muchas feministas les pareció que no sería estratégico. Ahora bien, resulta que la cuestión del “derecho a la vida desde la concepción” surgió igual en la agenda de los constituyentes. En ese sentido, tan pronto como nosotras lo supimos, decidimos rápidamente que haríamos todo lo posible para elaborar la enmienda popular que buscaba legalizar el aborto, que se construyó con varias organizaciones feministas de todo el país.

Fue un trabajo extraordinario recopilar las firmas, se requería una cantidad de información de las personas firmantes y todo era escrito a mano. Hacíamos la recolección de las mismas todas las semanas en el centro de la ciudad, y las mujeres de cada entidad también se reunían en sus lugares de trabajo y en las comunidades donde vivían para recolectar las firmas. ¡El debate en la calle fue muy provechoso! La gente no estaba tan en contra del aborto en aquel momento, el pueblo quería la democracia. Algunas personas sospechaban que, si proporcionaban todos los datos necesarios, llegaría a sus casas una factura para pagar, por ejemplo. Pero en general la ciudadanía estaba abierta a discutir el tema, a escuchar e, incluso, a compartir sus experiencias personales de interrupción voluntaria del embarazo.

Ahora bien, todo el proceso fue muy complicado. Me acuerdo de que Sandra Cavalcante, una diputada de derecha, me llamaba abortera y asesina mientras yo leía el discurso para defender la enmienda en la Asamblea Constituyente. Además de eso, en esa misma semana, me expulsaron del partido. Así que me quedé en gran soledad. ¡Fue muy difícil!

Una cantidad de personas piensan que fui expulsada del PCdoB por haber defendido a esta enmienda. La misma la defendí el 26 de agosto de 1987 y a los dos días, leí en un periódico del partido que me habían expulsado. O sea, me echaron antes de que yo lo supiera, sin previo aviso. A otras dos compañeras también les pasó lo mismo. Creo que el hecho de ser feminista y defender la autonomía de las mujeres les incomodaba a los dirigentes. Justo después de defender la enmienda, me sentí muy mal, incluso físicamente. Había mucha presión y nadie del partido me acogió. En esa situación fueron las feministas que me apoyaron.

 

8. ¿Usted podría hablar sobre la formación de Promotores Legales Populares (PLP) y cuál es el papel de este movimiento en la sociedad brasileña?

En mayo de 1992, el Cladem (Comité Latinoamericano y del Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres) organizó un seminario en el cual abogadas de varios países presentaron sus prácticas jurídicas con mujeres. Entre las propuestas presentadas, la que más me impresionó fue el proyecto de formación de Promotoras Legales Populares (PLPs). La idea es brindar y debatir conocimiento legal con mujeres de clases populares para que ellas puedan conocer a sus derechos y decidir qué hacer a cada situación. Durante el seminario, pude hablar sobre esta experiencia con referentes de diferentes países, como Bolivia, Perú, Chile, Costa Rica, México. Me dijeron que hubo proyectos de capacitación similares incluso en Asia.

Con integrantes del grupo feminista Themis, pensamos en la posibilidad de realizar el proyecto de formación de PLPs en Brasil. Hacía falta revelar los logros obtenidos en la Constitución Federal, cuando las feministas y los movimientos populares de mujeres obtuvimos, con tantas luchas, la igualdad formal de derechos. Aunque el aborto legal no haya sido aprobado, hay que subrayar que se incorporó al menos el 80% de las demandas presentadas, pero la sociedad en general no tenía idea de eso. Lo que pasaba era que, en aquel año, se iba a dar una revisión constitucional, definida en la propia Constitución, debido a las muchas controversias que rodearon su construcción. En otras palabras, existía el riesgo real de que perdiéramos nuestros derechos sin siquiera haberlos tenido en cuenta. Eso nos dio aún más ganas de realizar el proyecto en nuestro país, para promover el conocimiento de las leyes y los posibles mecanismos legales para hacer realidad los derechos obtenidos y ampliar las posibilidades de que sean cumplidos.

Así que la Unión de Mujeres y el Grupo Themis celebraron una reunión de una semana con 35 representantes de todo el país para elaborar una propuesta de educación popular desde una perspectiva feminista. Aunque hayamos empezado juntas el proyecto de formación de PLPs, en seguida nuestros planteos caminaron con diferentes propósitos: mientras el Grupo Themis dirigió su atención a la profesionalización, nosotras de la Unión de Mujeres buscamos la movilización y la concientización. ¡Este año se cumplen 25 años del proyecto!

Es una propuesta muy interesante, ya que las leyes y los derechos formales deben ser reconocidos como instrumentos de transformación social. No es que la Constitución Federal va a solucionar todos los problemas del pueblo, sino que ella tiene un importante papel pedagógico, con historia, ideas, filosofía y la posibilidad de construir caminos para el cambio social. Si estuviéramos más guiados por la Constitución, es posible que nuestro país estuviera en ese momento en una verdadera democracia.

Aunque esa haya sido la idea inicial de formación de las PLPs, entiendo que jugó un papel clave durante todos estos años de su existencia y que no estaba planeado en su origen. Creo que la década de los ’90 estuvo marcada por el vaciamiento de los movimientos feministas. Estos fueron los años de fuerte presencia de las ONG (Organizaciones no gubernamentales) y de financiamiento internacional. Por consiguiente, no hay financiación para todos los grupos activistas, ya que se restringe el dinero a unas pocas entidades. O sea, la ONG trajo la desmovilización, mientras las PLPs se expandieron por diferentes provincias del país, actuando a contramano de ese proceso. Pertenecer al mismo es luchar por ciudadanía, movilizarse, compartir experiencia de lucha con otras mujeres, atentarse al que se sucede, buscar autonomía, marchar en contra del patriarcado. En ese sentido, creo que fueron las que dieron sustentación al feminismo, en términos de contenido, de formación y de consciencia de clase, ya que el proyecto está orientado a las mujeres de sectores populares.

Es decir, en un momento de vaciamiento del movimiento feminista, las PLPs lograron ocupar espacios importantes. Y esa fue una de las razones por las que decidimos no rendirnos. Porque es casi siempre mucho trabajo, pero ¡vale la pena! Si hay un proyecto que vale la pena es este proyecto. Porque es un espacio para debatir sus derechos desde un punto de vista feminista, antirracista y anticapitalista, y eso es lo que ponemos en relieve todo el tiempo. Esto abre caminos, es algo transformador. Hoy somos más de cinco mil PLPs en todo el país.

 

9. ¿Cómo se incorpora la lucha contra el racismo a la agenda de las feministas brasileñas? ¿Y las demandas de la población LGBT? ¿Cuáles son los principales desafíos en la articulación de estas luchas?

En mi experiencia, observo que la lucha contra el racismo es incorporada con grandes dificultades en el movimiento feminista del país. Solo cuando entendemos el racismo como un elemento estructurador del estado brasileño, es que el feminismo se asume antirracista. Pero eso ocurre con tensiones: ¡hasta hoy me sorprende el racismo que aún persiste en las feministas blancas que fueron tan importantes en la década de los ’70! Algunas jóvenes PLPs que estudian en la USP (Universidad de São Paulo) me han hablado, por ejemplo, sobre el racismo de algunas profesoras. Algo en verdad asustador. Si la lucha contra el racismo tiene el protagonismo de las jóvenes negras de todo país, es un hecho que se debe a la lucha de ellas mismas. ¡Las feministas blancas no facilitaron para nada! Quienes darán esta fuerza al movimiento feminista antirracista son las propias mujeres negras.

Estoy releyendo a Heleieth Saffioti, que ya nos ofrecía la receta para la lucha contra el racismo. Vale la pena subrayar que ella, tal vez debido a la redacción académica de una tesis doctoral, o tal vez por el contexto de la dictadura, no se posicionaba como feminista, sino más bien como científica social. Pero su tesis ya tiene la base de la “teoría del nudo”[8] que va a formular unos 20 años después. Me parece interesante observar cómo este problema ya estaba presente en el trabajo de Heleieth Saffioti, porque más adelante vamos a ver algunos de estos puntos, por ejemplo, en el desarrollo del feminismo interseccional. Tuve la feliz oportunidad de compartir una mesa con Patricia Hill Collins. Ella se mostró encantada cuando le dije sobre la “teoría del nudo” que, para mí, es equivalente al feminismo interseccional, no existe una separación estricta entre estas dos teorías. La primera es teorizada por Heleith Saffioti, la segunda por la jurista estadunidense Kimberlé Crenshaw. Es decir, aquí se formula una y allí se formula otra. Estos diálogos silenciosos son muy interesantes: aunque estas dos teóricas no se hayan conocido, ellas estaban, de alguna manera, pensando sobre problemas sociales muy próximos.

Ahora bien, volviendo al tema, la lucha antirracista se incorpora al movimiento feminista brasileño con gran dificultad. Hasta hoy veo la falta de tolerancia de las feministas blancas hacia las feministas negras, a menudo declarando que estas son repetitivas, agresivas, inmaduras, sectarias. Muchas feministas blancas no entienden que, si estoy en contra de la desigualdad social, debo ser antirracista. El racismo se usa para dividir las clases, para crear y profundizar la desigualdad en nuestra sociedad. Ser antirracista no es hacer ningún favor a la mujer negra, a la pobre, a la que vive en las periferias. Ser antirracista es reconocer nuestra condición humana: si somos humanos, tenemos que ser antirracistas. Estoy en contra de todas formas de opresión y creo que los feminismos también deben estar en contra de todas las opresiones. Lo que pasa es que este tema no está agotado para los movimientos sociales en general, ni para el movimiento feminista específicamente. Aunque, desde mi punto de vista, es inconcebible pensar los feminismos sin posicionarse desde la lucha anticapitalista y antirracista. En realidad hay muchos conflictos, divergencias e incluso contradicciones antagónicas dentro del movimiento.

El racismo estuvo presente en todas las manifestaciones feministas. Lo digo muy tristemente, porque soy feminista. Por ejemplo, en 1976 fue el primer año que hicimos un acto unitario para el 8 de marzo. En cierto momento del encuentro celebrado en el MASP (Museo de Arte de São Paulo), una brasileña que estudiaba en los Estados Unidos utilizó el micrófono y se presentó a las demás como mujer negra y lesbiana. Lo que pasó fue que muchas demostraron inquietud ante eso. Ahora, ¿cuál es el nombre de este malestar? ¿Hubo algún problema con que ella fuera negra? ¿O por haberse asumido públicamente lesbiana entre nosotras? Había alrededor de 300 personas, casi la mitad eran policías. ¿Hasta qué punto justificamos ciertas acciones diciendo que “eso no suena muy bien” o “no es la ocasión para esto”? Pues estos eran los rumores de las demás participantes ante el habla de la activista negra lesbiana. Y eso me molestó mucho. Para mí, ni la presencia de la policía debería ser usada como justificativo para reacciones tan negativas.

Hay otros ejemplos. En 1980, en el Congreso de la Mujer Paulista,[9] cuando las mujeres negras dijeron que querían hablar como negras, las blancas dijeron que no hablarían como blancas, por lo que todas deberían hablar únicamente como mujeres ¡Mira qué absurdo! Lélia Gonzales ya había discutido la especificidad de la mujer negra. Me acuerdo de su charla en la USP sobre la legalización del aborto en la que dijo que criminalizar el aborto es criminalizar a las mujeres negras, porque son las que no pueden pagar para hacerlo. Seguí pensando que ella tenía razón.

En los ’80, el tema del racismo se hizo prominente dentro del movimiento feminista. En 1988, durante los debates del proceso constituyente, también se completaron 100 (cien) años de la abolición de la esclavitud en Brasil. Y las mujeres negras escribían “sin años de abolición”, para denunciar que la abolición había sido una farsa. Les cuento que yo aprendí una enormidad de las mujeres negras. Gracias a las diosas negras, conviví con ellas y ellas me enseñaron mucho.

A partir de los ’90, he participado de reuniones en la Baixada Santista.[10] Debatimos que estábamos en contra de la violencia sexual contra las mujeres (en aquel momento, todavía no usábamos la expresión “violencia de género”) y que también estábamos en contra de la violencia racista contra las mujeres, porque la misma incluye otras tantas: la sexual, la doméstica y familiar, entre otras. Es decir, la violencia contra las mujeres pasa por el racismo. Pero la mayoría de las feministas académicas blancas que participaba de las reuniones quería que el debate se limitara al sexismo, diciendo que el racismo dispersaría la lucha. Veo que hoy en día quizás los movimientos no san tan polémicos como antes, pero lo que pasa es que tampoco absorben.

Ahora mismo estoy a punto de leer un artículo sobre el “lugar de fala”.[11] Las mujeres negras de Brasil están haciendo este debate. En todas partes que hablo, me siento bien. Porque si es para hablar contra el racismo, hablaré. Si es para defender la comunidad LGBTI, la defenderé. Puede ser que ni siquiera yo conozca todas las nuevas letras de la sigla, pero siempre argumentaré que cualquier persona tiene el derecho de ser lo que quiera y de desear quien sea. Por supuesto que no voy a hablar “como” una mujer negra, sino que defenderé el derecho de la mujer negra a ser mujer y ser negra donde quiera. Veo que muchas personas critican el “lugar de fala” como forma de ocultar su racismo. Al revés, creo que cuanto más incorporamos las luchas por la identidad, más se expande nuestro “lugar de fala”. Sabemos que son las personas negras las que sufren el racismo en la piel día y noche. No se puede sustituir u ocupar sus lugares, sino que entender el racismo como una grave amenaza la vida de todas y todos.

Lo que dije sobre el racismo también se aplica al tema LGBTI. Si retomamos el ejemplo que del 8 de marzo de 1976, el malestar que expresaron las participantes ocurrió cuando una mujer negra y lesbiana utilizó el micrófono para pronunciarse. Aunque muchas feministas son lesbianas, observo que aún hay prejuicios dentro del feminismo sobre esta cuestión. Algunas no se asumen lesbianas en el feminismo porque creen que serlo no es una condición política o una proposición política. Y hay otras que lo asumen como una posición política feminista. Así que es un tema que todavía está en la agenda.

Otro punto de conflicto está relacionado al prejuicio hacia las mujeres trans. Es un tema que ha provocado mucha discusión dentro del movimiento y que aún existe, aunque su intensidad haya disminuido. Recuerdo algunas reuniones aquí en la Unión de Mujeres donde pudimos observar ese conflicto. Algunas mujeres cis dijeron que no aceptaban a las mujeres trans debido al tamaño de sus manos, que eran demasiado grandes: “¿y si quieren pegarnos?”, preguntaban. Entonces les contestaba que el problema no era el tamaño de la mano, sino el deseo o no de golpear, no dependía de la mano. ¡Mira qué desatino! Es muy prejuicioso, discriminatorio, que se remonta a lo biológico y, en el fondo, también es racista. Vivimos con estos conflictos en el movimiento todo el tiempo: una tiene que ser blanca, alta, delgada. Si es vieja, gorda, baja, ya se complica. Básicamente, es el modelo estándar paradigma del capitalismo el que también es válido en el movimiento. Y luchamos todo el tiempo contra estas imposiciones, porque son los movimientos feministas los que rompen con todo esto. Es contradictorio, una paradoja.

 

10. A menudo usted es invitada a ofrecer conferencias en universidades. En 2017, fue profesora visitante en la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). Además, como investigadora y autora de diversos libros y artículos, sus textos son citados constantemente en trabajos académicos. ¿Cuál es su opinión sobre la relación entre los movimientos feministas y la academia?

Creo que estas son relaciones necesarias. Por cierto, no se llevan siempre bien, las relaciones entre academia y movimientos no son tranquilas. Pero son relaciones que deben existir con más intensidad. La academia necesita de la práctica y de las producciones de los movimientos feministas.

Necesitamos del debate. Pero, por supuesto, estos intercambios ocurren de manera muy desigual. Incluso entre los movimientos mismos hay desigualdad: mientras algunos grupos institucionalizados obtienen recursos para sus actividades, otros están formados por mujeres de la periferia que actúan con gran dificultad.

Yo cuando ofrecí la disciplina en la Unicamp, por ejemplo, invité a mujeres de diferentes movimientos feministas para que pudieran compartir sus experiencias con estudiantes de la clase. Y este intercambio fue muy importante, para la clase y para los movimientos. Lamentablemente, eso no ocurre con la frecuencia que debería.

 

11. ¿Qué es ser feminista en el contexto histórico actual? ¿Cuáles son los diálogos entre las nuevas y las viejas generaciones? ¿Qué piensa usted de este feminismo joven que está presente no solo en las calles de Brasil y Argentina, sino también en otros países latinoamericanos?

Creo que ser feminista es tener la capacidad de indignarse frente a cualquier injusticia y opresión. En este momento, debemos reiterar nuestra postura de indignación. Los feminismos han crecido mucho. O las mujeres van a enfrentar estos reveses que estamos experimentando, o no habrá nadie que los enfrente. Esto lo hemos visto en las manifestaciones de los últimos años, especialmente con el protagonismo de las jóvenes feministas: ya sea en el “Fuera Cunha”[12], en la “Marcha de las Putas”; en la “Marcha de las Mujeres Negras”, en la movilización “Él no”, que fue contra el entonces candidato a presidente, lamentablemente elegido. El protagonismo de las mujeres está creciendo, y afortunadamente, porque eso es lo que va a señalar el camino hacia los cambios más profundos que necesitamos.

Creo que los feminismos están en todo el mundo. Si pensamos en los otros países de América Latina y el Caribe, además de Argentina, con sus manifestaciones multitudinarias de “Ni una menos” y la lucha por el aborto legal, resalto Perú. Estuve allí el año pasado y me impresionaron las marchas contra el feminicidio con alrededor de 500 mil personas. Ahora bien, eso significa considerar que el feminismo está en disputa. Todas y todos quieren presentarse como feministas – o quieren oponerse al feminismo, a ese movimiento que surge de un esfuerzo de las mujeres diversas para responder a la condición de oprimidas.

De todos modos, creo que Brasil carece de un mayor protagonismo de las indígenas. Las feministas negras han asumido un papel de liderazgo importante, y cuanto más espacio ocupan, mejor. Ya las jóvenes, éstas nos muestran otros caminos posibles. Esta relación intergeneracional, que me parece fundamental, se ha visto obstaculizada por las feministas más grandes que todavía resisten al diálogo necesario. Soy vieja y conozco a un sinfín de compañeras que, son viejas como yo, hablan de las jóvenes con cierto desprecio. Creo que hay cierta arrogancia en eso, la cual es cómplice de una izquierda también arrogante que, creyendo haber encontrado el único camino posible para la humanidad, afirma que otros caminos no son posibles.

Yo realmente creo en las feministas jóvenes y tengo productivos diálogos con ellas. Cuanto más cerca de ellas, más aprendo. Los movimientos feministas tienen muchas formas, como un caleidoscopio: a veces forma una mariposa, a veces una flor. Como toda la humanidad, las jóvenes feministas son muy creativas y están plasmando nuevas imágenes.

Artículo enviado por las autoras para ser publicado en este número de Herramienta. La traducción del portugués estuvo a cargo de Danielle Tega. La revisión estuvo a cargo de las dos autoras.

Danielle Tega es pos-doctoranda en el Núcleo de Estudios de Género – Pagu (Unicamp). Becaria CNPq.

Mabel Bellucci es integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) – Instituto de Investigación Gino Germani (UBA). Integrante del comité de redacción de Herramienta.

 


[1] El movimiento de lucha armada posteriormente denominado “Guerrilha do Araguaia” fue organizado por el PCdoB en la frontera de los estados de Tocantins y Pará, entre 1972 y 1975. Sufrió violencia brutal por parte de las Fuerzas Armadas contra sus miembros y contra la población local, la cual era formada especialmente por campesinos e indígenas.

[2] TEGA, Danielle. Tempos de dizer, tempos de escutar: testemunhos de mulheres no Brasil e na Argentina. São Paulo: Intermeios/FAPESP, 2019.

[3] El periódico “Brasil Mulher” ha circulado de 1975 al 1980. Fueron publicadas 16 ediciones regulares y cuatro extras.

[4] TELES, Amelinha; LEITE, Rosalina Santa Cruz. Da guerrilha à imprensa feminista: a construção do feminismo pós luta armada no Brasil (1975-1980). São Paulo: Intermeios, 2013.

[5] El periódico “Nós Mulheres” ha circulado del 1976 al 1978. Fueron publicadas en ese período ocho ediciones.

[6] SAFFIOTI, Heleieth. A mulher na sociedade de classes: mito e realidade. São Paulo: Quatro Artes, 1969.

[7] Entre los años de 1987 y 1988, los miembros de la Cámara de Diputados y del Senado Federal de Brasil se reunieron unicameralmente en la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Compuesta por 559 constituyentes, la ANC ha sido una demanda del proceso de transición democrática del país, como parte de un compromiso asumido por las fuerzas políticas que llegaron al poder en 1985. El 5 de octubre de 1988, después de intensos debates, conflictos y negociaciones, se promulgó la séptima Constitución de Brasil, también conocida como Constitución Ciudadana. La propuesta de enmienda para la legalización del aborto no ha sido aprobada.

[8] A grueso modo, la “teoría del nudo” sostiene que hay tres contradicciones fundamentales en la sociedad que deben ser consideradas: la de género, la de raza/etnia y la de clase. En ese sentido, patriarcado, racismo y capitalismo están fusionados.

[9] A este congreso fueron invitadas un grupo de militantes de cuño trotskista y feminista de Buenos Aires que integraban el comité de redacción de la revista Todas (1979/1980). Lamentablemente, no pudieron asistir.

[10] La Región Metropolitana de la Baixada Santista está formada por nueve municipios: Bertioga, Cubatão, Guarujá, Itanhaém, Monguaguá, Peruíbe, Praia Grande, Santos y São Vicente.

[11] RIBEIRO, Djamila. O que é lugar de fala? Belo Horizonte: Letramento, 2017. Hemos optado por mantener en esta entrevista el concepto “lugar de fala” en el idioma portugués porque sus posibles expresiones traducidas (lugar de habla o lugar de enunciación) no son muy frecuentes en castellano y, a la vez, por considerar que su traducción literal puede traer complicaciones conceptuales.

[12] En Brasil, en octubre y noviembre de 2015 fueron marcados por protestas, especialmente, en las ciudades de Rio de Janeiro y São Paulo, contra el proyecto de ley 5069/2013. El proyecto buscaba crear nuevas reglas para el cuidado de las víctimas de violencia sexual y dificultaba el acceso al aborto, incluso en los casos ya legalizados. Uno de los autores de la propuesta, el entonces diputado federal y presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha (PMDB), fue el nombre más escrachado en las manifestaciones, que demandaban su salida de la casa legislativa.

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