23/11/2024
Por Teruggi Marco
El domingo a la noche se produjo un rotundo triunfo de los impugnadores de una nueva Constitución que terminara de alejar la carta magna de las marcas dictatoriales. Fue un golpe lacerante para quienes protagonizaron las revueltas de 2019 y para el flamante gobierno del presidente Gabriel Boric. Sin embargo todavía no está claro cuál será el futuro político en un país que todavía no puede cerrar crisis recientes e históricas.
La noche del domingo terminó con bocinas y banderas de Chile. No fue para festejar la nueva Constitución sino para festejar su rechazo en las urnas de un plebiscito largamente esperado.
“El que no salta es comunista”, fue uno de los hit de la noche. El resultado fue inapelable: 61.86% a favor del Rechazo y 38.14% por el Apruebo. Un mazazo. Desconcierto y frustración que se graficó en pequeños puñados de manifestantes que acudieron a Plaza Baquedano, rebautizada popularmente como Dignidad en 2019, bajo chorros de agua de los clásicos “pacos culeaos”, ahora ya sin fuerza, como el signo de una nueva etapa política.
Ninguna encuesta había previsto una distancia tan grande, tampoco el militante más pesimista, ni los modelos de predicción matemática difundidos en los últimos días. La diferencia no solamente fue de más de 20 puntos de diferencia sino que ocurrió en la votación más alta de la historia del país: 13.018.703 electores, un 85% de participación, 30% más que el 55% de la segunda vuelta de las presidenciales 2021 que declaró como ganador a Gabriel Boric. La votación a favor del Apruebo fue de cerca de 200.000 votos más que los obtenidos por Boric. El voto obligatorio, restablecido luego de 10 años, llevó a más de 4.5 millones de votantes nuevos a las urnas que favorecieron ampliamente al Rechazo.
El festejo en el comando de campaña del Rechazo fue con champagne, discursos encendidos, banderas nacionales, acorde a la primera victoria política de la derecha luego de la revuelta de 2019. José Antonio Kast, con poca presencia en las últimas semanas, aprovechó para volver al escenario. Pero no todos quienes encabezaron la campaña contra el nuevo texto se presentaron ni se reconocen de derecha. Esa heterogeneidad puede explicar en parte por qué ganó el Rechazo, algo que parecía improbable en el plebiscito del 2020, cuando Boric resultaba electo en diciembre, o asumía en marzo rodeado de simbologías y discursos de cambio.
Otra razón central está en lo que no se hizo, o no se logró, o falló por parte de la campaña del Apruebo. ¿Quién era realmente el portador de esa bandera? ¿Los partidos que integran el gobierno nacional, el mismo gobierno? ¿Quienes redactaron la Constitución? ¿El sujeto desorganizado y movilizado que, por ejemplo, hizo campaña contra Kast en diciembre? ¿Las incorporaciones de última hora como Michelle Bachelet? Las acusaciones cruzadas se multiplicaron, como suele suceder en todas las derrotas.
Dos explicaciones o acusaciones predominaron en el campo del Apruebo. Una línea de interpretación centró las responsabilidades en la Convención Constitucional y sus errores: la sobrerepresentación de sectores de izquierda, en particular independientes, y el consecuente exceso de radicalidad en varios artículos, con la incorporación de materias sin consenso como la plurinacionalidad o la justicia indígena. En definitiva, un texto demasiado a la izquierda, aunque cada artículo haya sido votado con dos tercios dentro de la Convención, en una sociedad con fuertes enraizamientos conservadores y neoliberales.
Otra mirada en cambio centró la responsabilidad en el gobierno: su inconsistencia con la agenda de las demandas sociales, como aquellas provenientes de los días de octubre. Un presidente con baja aprobación –alrededor de 37%– que trasladó su mal desempeño a la votación de una Constitución que el mismo gobierno había criticado bajo la idea de “aprobar para reformar”, comprometiéndose a modificarla en caso de lograrlo.
Si para un sector el problema fue el exceso de agendas de izquierda, el “maximalismo” al que se refirió Boric el domingo en la noche, para el otro se perdió por la falta de una agenda decidida de cambios de un gobierno que guarda demasiados elementos de continuidad con la ex Concertación.
El resultado golpeó a ambos. Los sujetos que protagonizaron los días de octubre y tuvieron fuerte representación en la Convención se encuentran desmovilizados, producto del cambio de etapa y de la incapacidad de alcanzar una traducción política para ese conjunto múltiple de demandas. Se suman errores notorios. El gobierno, con tan solo cinco meses en el Palacio de la Moneda, se debilita y atraviesa complejos laberintos al tener que maniobrar con dos coaliciones de partidos en su interior (con la incorporación de actores de la ex Concertación en puestos claves), mientras se debate entre la necesidad de dar respuestas a agendas del orden y las promesas de transformación.
La derecha perdió la iniciativa en octubre de 2019 y la recuperó con la victoria de ayer domingo. Tres años en los cuales retrocedió una y otra vez, a excepción de su representación en el Poder Legislativo, en particular en el Senado. El plebiscito de la nueva Constitución era el punto bisagra: su aprobación era la forma de concluir lo iniciado con el estallido y la victoria de Boric, para dar paso a la nueva etapa de progresiva implementación del texto. Su derrota, sin embargo, era un golpe de gracia para los diferentes sectores de la izquierda y un punto de inflexión para la recuperación de las fuerzas opositoras.
La campaña por el Rechazo comenzó tempranamente, hace meses. Por un lado, desplegó, la campaña de miedo, plagada de noticias falsas que apuntaron a temas centrales para la mayoría: el temor a perder la vivienda, los ahorros, la seguridad. La ofensiva mediática cargó una radicalidad a la Constitución distante de la realmente existente, centró sus disparos en lugares sentidos por la mayoría, sencillos de comprender y temer, ante una Convención con falencias de comunicación arrastrada durante meses. La campaña del Apruebo, por el contrario, se inició en las últimas semanas y a la defensiva, buscando desmontar el marco de interpretación instalado por las impulsores del rechazo.
La estrategia conservadora tuvo un gran acierto cuando leyó correctamente que la Constitución redactada originalmente en 1980 durante la dictadura Augusto Pinochet -con numerosas modificaciones posteriores- había sido derrota en las urnas del plebiscito del 2020 y decidió abandonar su defensa. Por eso la campaña planteó la necesidad de “rechazar para reformar” y amplió los actores que la encabezaron: la derecha se ubicó en un segundo plano de protagonismo, para incluir sectores que se presentaron como de centro-izquierda. “Voté No en 1988, Apruebo en 2020, pero ahora voto Rechazo”, fue uno de los discursos escuchados el domingo en la noche.
No ganó entonces la Constitución del 80 ni el pinochetismo. La campaña del Rechazo salió de una posición claramente de derecha y buscó interpelar de manera más transversal a la sociedad. “Un cambio, sí, pero no este”, fue el mensaje encabezado con rostros centristas.
Esa estrategia, acompañada por la avalancha de noticias falsas denunciadas una y otra vez, tuvo su resultado el domingo por la noche. El Apruebo solo ganó en ocho comunas y por poco margen. En algunas provincias, como en el norte y el sur del país, el Rechazo ganó con cerca del 70%.
El proceso constituyente no ha terminado, habrá que elegir nueva Convención que redacte un nuevo texto. Así se desprende de los discursos de los diferentes partidos políticos, desde la Unión Demócrata Independiente (UDI) y sus aliados de derecha, hasta el gobierno. El presidente Boric ya había anticipado que en caso de derrota del nuevo texto se debería respetar el mandato del plebiscito del 2020, donde la mayoría votó a favor de una nueva Constitución que sea redactada por una Convención Constitucional.
Varias preguntas aparecen en ese escenario. Una de ellas es si se modificará la posibilidad de participación de listas de independientes, es decir, de presentarse por fuera de los partidos políticos, como ocurrió en la anterior Convención, mecanismo que permitió a numerosos sectores movilizados en las calles ingresar al entonces órgano electo. La presidenta del Partido Socialista, Paulina Vodanovic, a favor del Apruebo, criticó la existencia de independientes. El nuevo proceso que se abre será acordado en el Congreso y podría dotar de una renovada centralidad a los partidos luego de la impugnación nacida en 2019, con el basta al modelo y sus representantes.
La encrucijada es compleja. El gobierno ya tenía fragilidades visibles, expresadas en sus niveles de desaprobación, la falta muchas veces de logros claros, banderas que enarbolar, así como la pérdida del manejo de agendas. Un probable recambio en el gabinete podría dar una re-oxigenación de cara a avanzar en este segundo momento: negociar con el conjunto de partidos el camino hacia una nueva Convención, la convocatoria a nuevas elecciones constituyentes, para finalmente ir hacia un nuevo plebiscito de salida. Todo parece indicar que en esa “segunda oportunidad” habría mayor presencia de la derecha.
Quedan preguntas sobre la mesa: ¿Quién ganó realmente el domingo en la noche? La estrategia de la campaña del Rechazo está claro que lo hizo de manera categórica. Pero no automáticamente el modelo vigente, así como tampoco sus defensores encarnados en los partidos de oposición, ni sus ideas sobre qué contenidos debe tener una nueva Constitución.
La crisis abierta en 2019 no se cerró con la elección de Boric, tampoco con la derrota del texto constitucional de este último domingo por la noche.
¿Cómo lograr una nueva Constitución que logre la aprobación de la mayoría y a su vez abra los candados neoliberales que impiden cambios fundamentales? Ese es tal vez el mayor desafío en un Chile que a estas horas se mira a sí mismo en búsqueda de respuestas.