22/12/2024
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09/03/2022
Por Antunes Ricardo
El sistema de reproducción socio-metabólico del capital, además de tener un engranaje destructivo, con la pandemia también se ha convertido en un sistema letal.
Sobre la pandemia
En los primeros meses de la pandemia recibí una invitación de Ivana Jinkings, de Editora Boitempo, para publicar un pequeño libro sobre la pandemia. Le di las gracias y le dije que no, porque estaba ya haciendo lives y en ellas había dicho todo lo que pensaba sobre la tragedia. Ella me solicitó que lo pensara unos días. Uno o dos días después de reflexionar, terminé aceptando y pensé: voy a tomar entrevistas que di en la época y volcarlas sobre el papel bajo la forma de un texto síntesis. Por lo tanto, cuando comencé a escribir este pequeño libro, con el título, Coronavirus, el trabajo bajo fuego cruzado – publicado en e-book – fue cuando, de hecho, comencé a reflexionar sobre lo que significaba esta pandemia.
Recordé que mi madre, nacida en 1918, hablaba mucho de la gripe española, era algo fuerte en su memoria Durante décadas se refirió a ella como una expresión de horror. Fue, entonces poco a poco, al reflexionar y escribir ese pequeño texto, que comencé a entender el tamaño de la tragedia, lo que me llevó a una conclusión central: el capitalismo, o de modo todavía más abarcador, el sistema de reproducción socio-metabólico del capital, además de tener un engranaje destructivo – y aquí soy heredero de una tesis de Marx, que fue exponencialmente desarrollada por Mészáros – con la pandemia se transformó también en un sistema letal. Fue ahí que acuñé la expresión de capitalismo “viral” o “pandémico”. Es esta, entonces, mi síntesis de lo que fueron los años 2020 y especialmente, 2021, cuando sobrepasamos, en Brasil, la marca de los 600 mil muertos.
En pocas palabras: la pandemia no es un evento de la naturaleza. Por ejemplo, los deshielos cada vez más frecuentes, que liberan virus previamente congelados que se desparraman por la superficie, tienen que ver con el calentamiento global, la energía fósil, incendios, extracción de minerales, producción desenfrenada, agroindustria, expansión territorial destinada a la ganadería, emisión de gases de efecto invernadero, en fin, todo eso nos llevó a una situación no sólo destructiva, sino letal, por eso hablo de capitalismo pandémico o viral. No se trata de una aberración de la naturaleza, por lo tanto, los más de cinco millones de muertos por la pandemia, datos que están sub-notificados (imagina a la India, por ejemplo, es imposible saber todo lo que pasa en un lugar con tamaña indigencia humana. Y Brasil sigue en la misma línea).
Cuando tienes cinco millones de muertos, además de la tasa de mortalidad "normal" para cada año, debido a enfermedades y varios problemas, es porque el sistema ha alcanzado un nivel completo de destrucción, en la que la letalidad comienza a convertirse en la norma. Todo esto me recuerda la tesis de Marx y Engels de que "todo lo sólido se desvanece en el aire". Ahora todo lo que es sólido puede derretirse, marchitarse.
Así, la primera constatación es esta: la pandemia no provocó la tragedia, sino que puso al desnudo, acentuó y exasperó lo que ya estaba en marcha. Baste mencionar tres puntos que son anteriores a la pandemia:
(1) La destrucción humana del trabajo alcanza niveles inimaginables –ciertamente muy superiores a los que se reconocen oficialmente, en Brasil son unos 18 millones de desocupados, considerando también los desalentados. La Población Económicamente Activa (PEA), que ya fue superior a 100 millones, se redujo notoriamente durante la pandemia. El nivel de informalidad está en torno del 40 %. Y en mayo de 1920 nos encontramos con una nueva tragedia relatada por el IBGE: “la informalidad disminuyó”, informaba el instituto ¿Una buena noticia? No, porque significaba que el trabajo informal, que recogía aquel bolsón de desocupados, no conseguía si quiera cumplir tal función. Al contrario, en aquel mes, la informalidad también estaba desempleando. Por lo tanto, en el mundo del trabajo, la devastación es completa e incluso irreversible, desde el punto de vista del sistema dominante. Él puede aminorar, en épocas de expansión, y empeorar, en las fases de recesión. Pensar seriamente en pleno empleo, en el capitalismo global, es completamente absurdo.
(2) Sobre la naturaleza, decíamos, hace 15 años, que el futuro estaba comprometido. Ahora no tiene más sentido decir eso, pues es el presente el que está comprometido. Y no sabemos si es posible revertir el curso actual de destrucción. Sabemos que se puede contener, y la pandemia ya dio pistas. Cuando se cerraron las ciudades y las personas pararon de circular, el aire mejoró. El transporte privado y las industrias destructivas son elementos fundamentales en la destrucción de la naturaleza mediante su consumo de energía fósil ¿Y cómo vamos a hacer para contener la destrucción? Será preciso eliminar todo lo que fuera superfluo y social y ambientalmente destructivo.
(3) La igualdad sustantiva entre géneros, razas, etnias, nunca estuvo tan lejos, con la intensificación y profundización de las desigualdades y la miserabilidad. La lucha antirracista, la revolución feminista en curso en el mundo, las magistrales rebeliones indígenas muestran que el sistema del capital nos llevó al fondo del pozo, pues ya estamos en un nivel por debajo de la barbarie.
De ahí la actualidad de la frase “todo lo sólido se desvanece en el aire”, porque no es más posible continuar con este modo de vida. La COP-26 en Glasgow lo sintetiza perfectamente. Sólo bla-bla-bla, como resumió la joven activista sueca Greta Thunberg. El capitalismo no tiene ninguna posibilidad de enfrentar esas tragedias y, si quisiéramos tratar las cosas con rigor, este escenario sólo tiende a empeorar. Basta un simple ejemplo: Jeff Bezos (¿o será Bozos?), pocos meses a tras, después de acumular en todos los rincones del mundo (hasta en China actúa intensamente) ahora sueña en acumular explorando el espacio. No alcanza con haber destrozado nuestro territorio, ha llegado la hora de acumular en el espacio sideral…. Así, si hay tanta destrucción de la naturaleza, destrucción del trabajo y obstáculos a la igualdad sustantiva, término acuñado por Mészáros, es porque este mundo no se sostiene más. Al contrario de “There is no alternative”, el imperativo crucial de nuestro tiempo es “reinventar un nuevo modo de vida”.
Y, para no parecer algo utópico, como si los (des) valores del capital fueran eternamente intocables, vale la pena mirar un poco la historia. El feudalismo, por ejemplo, parecía un sistema poderoso, con una nobleza muy fuerte, rica y armada. La Iglesia ultraconservadora y controladora. Junto a él, un Estado absolutista y despótico. Todo eso fue derrocado en 1789 con la primera revolución burguesa radical en Francia. Colapsó, así cómo se derrumbó el zarismo ruso en 1917. Como en estos momentos históricos, la sociedad llegó a su límite. En 1917 teníamos un naciente y poderoso poder revolucionario, la clase obrera con sus organizaciones de lucha, como los soviets o consejos, los sindicatos y partidos obreros y de clase. Cito sólo estas dos grandes revoluciones, sin entrar en sus muchos despliegues, cada uno a su manera. Pero vale la pena recordar que la revolución burguesa también tuvo que recurrir a sus instrumentos revolucionarios para desmantelar el orden feudal.
El Brasil de hoy es un laboratorio de experimentación, para comprobar hasta qué punto se puede llevar a la indigencia la vida humana, así como en la India, los países africanos, o como Sudáfrica. La propia exclusión de este inmenso y maravilloso continente de la vacunación masiva es ejemplo de lo que estamos hablando. Y Brasil, por si todo eso fuera poco, tiene un gobierno cuyo presidente es dictatorial, semi-bonapartista y neofascista (generando lo que he caracterizado como “gobierno tipo lumpen”) que combina su forma autocrática con una política neoliberal primitiva, de lo que resultó el negacionismo científico que fue un propulsor vital para la expansión de la pandemia. La idea era “vamos a soltar al rebaño” y el resultado son los más de 600 mil muertos.
Para resumir: vivimos en una etapa de la humanidad donde ya no hay arreglo para el actual sistema. Nunca hemos estado tan cerca del fin de la historia de la humanidad. El capitalismo, poco a poco, terminó por comprometer irreversiblemente la supervivencia humana, de manera más intensa en la periferia, donde vive la amplia mayoría de la humanidad que depende de su trabajo para sobrevivir. Pero esta cuestión vital no se resume al Sur del mundo. Vimos camiones del ejército llevando ancianos a su entierro en la región más rica y avanzada de Italia, porque no había estructura de salud suficiente para acoger a los ancianos que trabajaron décadas para mantener al país. Y existen los ejemplos de Francia, Inglaterra y Alemania, para no hablar de Estados Unidos y su sistema de salud todo privatizado.
Incluso parece que hemos entrado en otro nivel de la dicotomía “socialismo o barbarie”. Recurriendo de nuevo a Mészáros: ahora es “socialismo o barbarie, si tenemos suerte”. Porque ya estábamos en la barbarie antes de la pandemia, ahora bajamos aún más pasos.
En Brasil
En el nivel más coyuntural, esta tragedia nos costará muchas décadas hasta que salgamos del lodazal. Lo que llamé la “era de desertificación neoliberal” comenzó en la década de 1990 se prolongó a lo largo del siglo que comenzó de manera espantosa. Las razones de esta situación actual son difíciles de explicar, requerirá que estudiemos más. Podemos empezar diciendo que “en el medio del camino hubo una pandemia”, cosa que no había sucedido, excepto en 1918. No da para culparlo totalmente, pero no podemos descartar su importancia, ya que el mundo se encontró aterrorizado por el riesgo inminente de muerte en cada familia.
En Brasil esto fue aún más acentuado, porque este gobierno implementó una política ciertamente genocida. Invirtió en la idea de “liberar” a la población, sin hacer un encierro y así hacer cumplir la inmunidad de rebaño. Los más vulnerables se contaminarían en masa –negros (as), indígenas, asalariados(as) pobres, de la periferia- y que, según el negacionismo, inmunizaría a la población blanca, a las clases medias urbanas que se podrían defender con estrategias cotidianas de trabajo remoto, menos precario, etc. Grosso modo, esta fue la política de liberalización de la pandemia, ciertamente, una huella de la letalidad del sistema, como sucedió durante meses en los EE. UU bajo Donald Trump y tantos otros los países. Por lo tanto, no podemos decir que Jair M. Bolsonaro no supo qué hacer. Sabía perfectamente. Trump también lo supo, lo hizo y solo cambió cuando vio que iba a perder las elecciones. Lo mismo sucedió con Bolsonaro, que solo cambió parcialmente, cuando en la CPI afloró la posibilidad real de su impechmeant.
En un análisis más amplio y estructural, aquí nunca hemos tenido siquiera una revolución democrática burguesa, como en Inglaterra, Francia y otros países. Alemania, Italia y Japón también terminaron consolidando largos periodos democráticos, siempre en el sentido burgués del término. En consecuencia, aquí no tuvimos ni eso, lo que ayuda a entender porque las instituciones, ante una inesperada victoria del neofascismo, se vieron intimidadas y en varios momentos se acobardaron.
Recientemente también tuvimos gobiernos del PT, con Lula saliendo con un alto nivel de aprobación en su segundo mandato. Pero es bueno recordar que hubo mucha flexibilización y precarización del trabajo, a pesar de que, paralelamente, fueron creados 20 millones de empleo y el país creció y se expandió. Es verdad que Lula fue también muy generoso con la agroindustria (cuanta injusticia en empujarlo a la cárcel), así como fue generoso con la gran burguesía, industria, bancos, etc.
Pero su caída, especialmente en la segunda administración de Dilma Rousseff, resultado también de la inmensa manipulación de la opinión pública por parte de los medios, sumado al desgaste natural de sus gobiernos, a partir de las rebeliones de 2013, y de la ampliación en Brasil de la crisis del PT, todo este escenario fue propicio para la deposición de Dilma. Si bien no hay dudas de que había corrupción en los gobiernos del PT (¿alguien puede imaginar que un gobierno pueda tener apoyo del Centrão sin corrupción?), se vendió la idea de que se trataba del “gobierno más corrupto de la historia”, como si la corrupción hubiera dejado de existir en algún momento en Brasil. Basta recordar a la dictadura, cosa que parte de la juventud no tiene idea. Lo que se sabía en la época, de escándalos de corrupción, la censura de la dictadura prohibía publicar en la prensa.
La corrupción, vale agregar, es un rasgo, una marca del capitalismo, puede ser mayor o menor. Pero la derecha destaca este hecho cuando quiere deponer un gobierno, como lo fue aquí, que ya no le interesaba. Dilma, en el plano estrictamente personal, es una mujer valiente, nunca robó nada. Su mayor limitación se debe a que no pudo mantener la conciliación estructurada por Lula. Aquí vale un paréntesis: Lula es un genio de la conciliación, tal como lo fue Getúlio Vargas en su tiempo. Sin embargo, hay una diferencia entre ellos: Getúlio era un estanciero pampeano, terrateniente, dotado de fuertes atributos para conciliar (apuntando a dominar) a amplios sectores de la clase obrera. Lula, el ex metalúrgico, fue aún más lejos: mostró una inusual capacidad de conciliación con la clase dominante, pero no ha podido comprender que nunca podrá "dominarla". Y, por lo que viene haciendo en el presente, no es difícil prever nuevas turbulencias, un poco más hacia adelante. A Dilma le faltaba ese perfil de conciliación para mantener su gobierno.
Un último apunte para tratar de comprender la magnitud de la crisis política abierta. Bolsonaro, entre otras causas y contingencias, ganó las elecciones al presentarse como candidato contra el sistema Y eso le hizo ganar un fuerte voto popular en la clase obrera más empobrecida, por no hablar de las clases medias conservadoras y del decidido apoyo de la burguesía brasileña, incapaz de vivir sin depredación. Pero si el candidato de extrema derecha se decía (por cierto falsamente) contra el sistema, la mayoría de los candidatos que se presentaban como de izquierda, se esmeraron mucho en presentar propuestas para arreglar el sistema. Es increíble la capacidad que tiene la izquierda (y aquí no me restrinjo sólo al caso brasileño) en presentarse en la batalla electoral y afirmar que van a arreglar el sistema.
Necesitamos reinventar una izquierda que tenga el coraje de afirmar que este sistema es destructivo y letal; que recupere es sentido de esperanza que se rasgó a lo largo de décadas de neoliberalismo, que no será posible tener empleo para la totalidad de la clase trabajadora sin cambios estructurales profundos, que no se logrará preservar la naturaleza y que será imposible avanzar en la lucha por la igualdad sustantiva entre hombres, mujeres, negros, blancos, indígenas, sin herir y confrontar los intereses del capital y de la clase burguesa que hoy reina como incuestionable e intocable.
Tomemos el ejemplo del Parlamento. A mediados del siglo XIX, cuando se produjo el golpe de Luis Bonaparte en Francia, Marx escribió (recuerdo aquí de memoria): “El parlamento francés perdió la mínima credibilidad que tenía con la población”. Me pregunto que escribiría si conociera el Brasil contemporáneo ¿Cómo proceder en un país donde el Presidente de la Cámara sólo, decide si ser acusado o no? La población se dio cuenta que este parlamento está comprado por el gobierno, de modo que los diputados solo podrán abandonar a Bolsonaro en la recta final de la elección, si el barco naufragara, cuando los intereses del Centrão estuvieran totalmente garantizados. Y no es difícil imaginar, entonces, si eso ocurriese, que ese mismo pantano será la nueva base de apoyo de un gobierno de Lula. Es por esto que Brasil posee una historia interminable que combina y mezcla, farsa, tragedia y tragicomedia.
El principio esperanza
Por todo eso, recordé de Ernst Bloch la necesidad de rescatar el principio esperanza. Y esto no se hace con la conciliación, sino con cambios estructurales profundo. Veamos los ejemplos de comunidades indígenas en sus experimentos sociales que -sobre todo- conserven la naturaleza no sólo para su generación, sino para las generaciones futuras, de los hijos, de los nietos, de la humanidad. A pesar de todas las dificultades, el MST como movimiento colectivo sobrevive, tiene escuelas, experimentos cooperativos, realiza luchas femeninas, de la juventud, de los trabajadores y trabajadoras, así como el MTST en sus luchas por un techo y por una vida mejor.
Los partidos están en deuda. Lamento ver al PSOL que cada vez más parece repetir la trayectoria del PT. Hablo como afiliado al PSOL, y no como opositor o enemigo. Pero parece olvidar que, en su inicio, el PT luchó mucho para no ser la cola electoral del PMDB, que siempre defendía un frente amplio, alardeando mucho de cambiar para de hecho preservarlo todo. El PT nació en contra de esa idea de Frente, pero eso ya hace más parte del pasado que del presente, más allá que dentro del PT también se pueda encontrar militancia crítica y que se preocupa con ese escenario.
Finalmente, para componer el cuadro de tantas dificultades, hoy no es fácil hacer luchas obreras. Las personas saben del riesgo aún mucho mayor del desempleo causado por la pandemia y saben que aún sin hacer luchas o huelgas ya tienen el riesgo de ver sus nombres en la lista de los despidos. La conjura tiene un claro lado adverso para el movimiento obrero. De este modo, estamos obligados a avanzar en las luchas que hacen parte de la historia de la clase trabajadora y también tener la osadía de inventar nuevas formas de luchas y de clases, que florecen en Brasil, América Latina, África, Asia. Lo que debe, entre tanto, ser fuertemente enfatizado es que el camino aparentemente más seguro de la conciliación de clases, termina distanciándonos todavía más de la “reinvención de un nuevo modo de vida” más allá de las restricciones impuestas por el capital, que ya alcanzaron un nivel de devastación –y contrarrevolución- que convirtió a la “democracia” actual en un tablero en donde, en última instancia, quien manda es el capital, las grandes corporaciones financieras que nos imponen una realidad ficcional, cuyo objetivo no es otro que encubrir el dominio de las burguesías globales, nativas y foráneas, que son las que detentan el control de las riquezas y también de todos los gobiernos del mundo, con rarísimas excepciones.
Por eso no hay país capitalista que no tenga su economía bajo control directo del capital financiero, el más destructivo, el más desprovisto de cualquier sentido conmovedor. Recuerdo aquí la formulación de Marx. El sueño del capital, desde su génesis, es hacer con el que el dinero (D) se transforme en más dinero (D’). Pero para que el dinero genere más dinero, Marx demostró que es necesario producir mercancías para, al final, generar acumulación de capital. De ahí su fórmula interminable: D-M-D’, seguida de D’-M-D’’, después D’’-M-D’’’, y así sigue el curso interminable de la lógica de la acumulación de capital, dado que sin producción no se crea más dinero, la creación de plusvalía es vital para la acumulación de capital y el ciclo se torna interminable. Y hoy él sólo se puede reproducir, como indicamos anteriormente, devastando y destruyendo todo lo que lo obstaculiza y atrapa.
En este sentido, el mundo atraviesa un momento horrible, como vemos en la pelea entre Apple y Huawei por el mercado global 5G, un gran símbolo de disputas globales y el tamaño del embrollo en el que se encuentra la humanidad. No tengo ninguna duda de que, en medio de tantas tragedias, entraremos en una era de profundas convulsiones sociales. No tengo el secreto de cómo serán tales convulsiones, pero sucederán.
La experiencia chilena
Chile ha sido un gran laboratorio social. Por primera vez en el período más reciente, con la elección de Salvador Allende y el intento de implantar el socialismo por medio electoral. Y agrego que este experimento tuvo un trazo sublime de grandeza, que en ese momento no vimos, debido a nuestras reservas sobre las posibilidades del socialismo por la vía electoral. Pero hay que decir que la experiencia de Allende fue grandiosa y derrotada por el viejo golpe militar, dictatorial, represor, que tanto mancha a América Latina. El segundo experimento lo tuvimos en la fusión de la dictadura militar de Pinochet con el neoliberalismo. Chile fue el primer país neoliberal del mundo, incluso antes de Inglaterra, que fue la primera en Europa, seguida por la Alemania de Helmut Kohl y, por supuesto, la de los Estados Unidos de Reagan. La dictadura chilena implantó un neoliberalismo primitivo y sanguinario, no en balde fue allí donde Paulo Guedes fue a probar lo aprendido en la llamada Escuela de Chicago.
Las explosiones sociales de 2019 en Chile dieron la impresión de que la izquierda social vivía un pleno dominio del país. Y las elecciones demostraron que no fue así, porque el candidato neonazi (José Antonio Kast, hijo de un oficial alemán nazi) ganó en el primer turno y asustó. Y aquí entra la tragedia que la democracia burguesa impone a las izquierdas. Gabriel Boric, es un líder joven, nacido en las luchas sociales y estudiantiles de diez años atrás, un poco al margen de los partidos tradicionales. Pero ahora comienza a ser probado: o hacía las concesiones al centro, para ganar las elecciones, o corría el riesgo de perder las elecciones.
La situación actual, con pequeñas variaciones locales, es más o menos así: la tendencia electoral dominante en América Latina ha sido algo así, un tercio de izquierda, un tercio de derecha abierta e incluso fascista y un tercio de centro, que va a uno o el otro lado dependiendo de los contextos. La expansión de la extrema derecha es mundial, y desde la elección de Donald Trump, y el Brexit, creció, como por ejemplo en Europa del Este, Filipinas, hasta en la India. Ella creció y la influencia de los elementos neonazis aumentó.
La izquierda fue abandonando poco a poco su elemento más fuerte, que era ser radical en sus formulaciones. Y digo radical en términos etimológicos, es decir, buscar las raíces de los problemas. Y hoy la extrema derecha ha abrazado el discurso radical, ha perdido la vergüenza de presentarse así. Ya no se define más como derecha y sí como extrema-derecha, como fascista o incluso nazista. Ella quiere cambiar el sistema, a su modo, así como el nazismo de Hitler o el fascismo de Mussolini también hablaban de cambiar el sistema. Y en medio del resurgimiento de este escenario, la izquierda mayoritariamente, para defender lo que queda de “libertades democráticas”, se viene transformando en la vía de concertación del sistema. No es difícil imaginar dónde puede terminar esto.
En el caso brasileño, después de 2013 no hemos visto nada parecido a los grandes levantamientos iniciados en 2019 en Chile y que se mantuvieron incluso durante la pandemia. La causa inmediata fue el aumento del precio del transporte, como en 2013 por aquí. Y Chile venía siendo sido un polvorín durante años. Era seguro que el país iba a estallar en algún momento. Había uno latencia, algo así como un volcán. Si lo miras desde arriba verás que incluso sin la erupción todo está burbujeando allí. Así estuvo el país durante años. Pude estar en Chile varias veces en la última década. La privatización del país creó bolsones de pobreza en un pueblo que buscaba cada vez más recordar y revivir la experiencia de Allende.
Las alternativas en Brasil
Brasil vive algo similar, aunque todavía no se ha dado cuenta del todo (ya aparecen los primeros signos), después de cinco años de destrucción, para citar solo los años más recientes. La gente de hoy mira el período Temer-Bolsonaro y piensa: “Quiero a Lula de vuelta”. Llegamos a un nivel donde la gente pone el hueso en la olla para sentir el olor a la carne... Eso se empieza a entender, porque en el gobierno de Lula había carne o pollo en la mesa de amplios sectores de la clase trabajadora, al menos una vez por semana. Cualquier comparación, entonces, es favorable al PT, aunque fuera un gobierno socio-liberal y no anti-neoliberal. Sin ningún rasgo reformista comparable al de João Goulart, quien en 1964 cayó por eso. El PT no cayó por reformista. El PT cayó porque la conciliación ya no importa. La democracia viró al tablero de las grandes corporaciones y, o la izquierda juega a lo que quiere la burguesía, o la burguesía aparece con la opción fascista de poner el cuchillo en el cuello de la izquierda.
Temerosa, la izquierda acaba aceptando este juego. Incluso Alckmin es codiciado para el cargo de vice, como lo fue Temer antes. Y Lula dice que duerme tranquilo ¿Pero alguien piensa que Lula imaginó un golpista en Temer? No, porque es la realidad la que hace al estafador. Temer, con su aterradora sutileza, se convirtió en golpista en la época en que las clases dominantes lo necesitaba Y así logró, recientemente, retener a Bolsonaro, su “compañero de batallas”, quien firmó el papel que Temer escribió sin dudarlo. “¿No quieres caer? Ven conmigo, hazlo así”. Y Bolsonaro respondió: “escriba que firmo”.
Reconozco que estamos en una situación delicada. ¿Qué es lo que ya no quiero vivir después casi cuatro décadas? Ya no quiero una dictadura militar y menos una dictadura fascista. En la dictadura militar de 1964, no sabíamos si nos arrestarían en la oscuridad de la noche. Entonces, por supuesto, en una elección entre un fascista y un no fascista, si así se diera en la segunda ronda, nuestra opción es obvia. Hasta para poder salvar lo mínimo y último resquicio de la Constitución de 1988. Ella fue el resultado de un pacto social también conservador. Recuerdo amplios sectores de la izquierda que estábamos en contra de la Constitución Federal de 1988, no era de extrañar que el PT no lo firmó y los parlamentarios que lo firmaron fueron expulsados del partido.
Es una Constitución que hoy parece progresista, pero que en su momento sabíamos que podía haber sido mucho más avanzada, mucho mejor. En el momento final, el Centrão –que ya existía- allá fue e hizo sus cambios y contrabandos. Era un avance en relación a la dictadura, claro, pero la lucha de clases en Brasil de los años 80 fue de las más fuertes en el siglo XX. La Constituyente fue un avance, pero el pantano era poderoso también allí; los conservadores de entonces hicieron lo que era necesario para mantener grandes trazos de conservadurismo. Fue así que llegamos hasta aquí.
¿Qué alternativa propone Lula? Una repetición aún más tenue de 2002. Si gana, vamos a respirar el sentimiento de más libertad democrática, de que nos hemos distanciado un poco del fascismo. Sin embargo, no es posible imaginar cambios profundos. Cualquier gobierno de izquierda debería revocar todas las medidas que se tomaron desde el gobierno de Temer hasta aquí: PEC de los gastos no financieros, contrarreformas laborales y de la jubilación, de leyes de la tercerización, liberación general de agro-tóxicos, todo el desmonte social y ambiental. Y también la ley antiterrorista editada por Dilma, entre otras medidas hasta del gobierno del PT, re-estatización de las empresas estratégicas, activos estratégicos como aeropuertos… ¿Será así con Alckmin? Él no es un muñeco, tiene expresión, siempre fue de centro-derecha, aunque no sea un fascista.
No es casualidad que Bolsonaro tuviera un amplio apoyo popular. El profundo desgaste que ha sufrido el petismo entre las masas trabajadoras encontró en Bolsonaro al único candidato que se presentaba contra el sistema. Estamos, pues, todavía en un período histórico terrible, de contrarrevolución preventiva, para recordar a nuestro querido Florestan Fernandes, y las izquierdas siguen todavía muy arrinconadas.
El cuadro no es peor solamente porque la situación del capitalismo sea de profunda crisis. Hablamos sobre crisis de la izquierda y las masacres contra la clase obrera. Pero ¿es posible sostener un sistema que destruye la humanidad y la naturaleza en todas sus dimensiones, para enriquecer brutalmente al 1% o un poco más de la población mundial, que a su vez van a concentrar el 90% de la riqueza y llevarla al espacio exterior, porque aquí no hay más espacio -incluido el físico- para saquear a la humanidad y destruir la naturaleza?
Entonces, volviendo al principio: “todo lo que es sólido se puede derretir”. Y las izquierdas tienen ese desafío por delante, que no es concertar con el sistema - que es, repito, "irreparable" – pero sí “reinventar una nueva forma de vida”. El desafío de las izquierdas sociales, de la revolución feminista anticapitalista, del movimiento antirracista está en curso. Tenemos mucho que aprender de las comunidades indígenas, que han vivido toda su historia sin propiedad privada, sin mercancía, sin lucro. ¿Por qué todo esto es indiscutible e intocable? ¿Por qué hablamos tanto de disminuir los derechos de la clase obrera? ¿Por qué no hablamos de disminuir los derechos de propiedad privada? Necesitamos aprender de las comunidades al margen del capital, con las periferias y sus experiencias de auto-organización, con los sindicatos de clase y espero que los partidos de izquierda puedan volver a ser abiertamente en contra del orden existente. Las izquierdas deben rechazar la batalla por la línea menor resistencia, para recordar la metáfora de Mészáros. El capital presenta su parlamento como plataforma de lucha. Y la izquierda allí va. Se presentan las elecciones y la izquierda juega todo el oxígeno en ellas.
La pandemia nos ha demostrado que debemos reinventar una nueva forma de vida. Estamos forzados a hacerlo, ya que la forma de vida actual es destructiva y cada vez más letal. Pero dicen “ah, el socialismo se acabó”. Es una broma decir eso. El socialismo tuvo 150 años para derrotar al capitalismo y aún no lo ha hecho. Es verdad. De la misma manera que el capitalismo demoró unos tres siglos para derrotar al feudalismo. Las primeras luchas capitalistas remiten a la revolución comercial de Venecia, para no ir a la Revolución de Avis en Portugal. El renacimiento comercial data de principios del siglo XVI. Y el capitalismo sólo fue victorioso, en Francia e Inglaterra, al final del siglo XVIII. En Alemania, Italia y Japón, al final del siglo XIX ¿Por qué el socialismo tendría que derrotar al capitalismo obligatoriamente en un siglo y medio?
El capitalismo ya no puede sostenerse a sí mismo, excepto por el camino autocrático que tiene la apariencia democrática. Si sus intereses comienzan a ser desplazados, el capital sacude el tablero y el juego debe comenzar de nuevo.
En 2021 cumplimos 150 años del experimento socialista más hermoso. Duró 71 días. Una experiencia monumental. La Comuna de París no cayó por sus deformaciones internas, como las repúblicas de la antigua URSS. Cayó porque el ejército de Versalles, del absolutismo francés se alió con los prusianos, dejaron de luchar entre sí y se unieron para masacrar y derrotar a los comuneros. Una experiencia que cayó por sus méritos, no por sus deformaciones. Que la Comuna sea nuestro punto de partida y no nuestro punto de llegada.
La cuestión militar
Si hay algo que hoy es evidente, y que los gobiernos del PT no supieron enfrentar, fue el tema militar. Cuando Lula fue elegido, en 2002, con más de 53 millones de votos, y los militares aún eran recordados por los horrores de la dictadura, era hora de afrontar el problema militar. En Argentina fue un liberal (Raúl Alfonsín) quien inició la juicios contra militares de la dictadura de 1976-82, acusados de tortura, asesinato y los crímenes más bárbaros, como la apropiación de criaturas hijas de los militantes que eran apropiadas por los burgueses, que recibían de regalo de unos militares comprometido hasta la médula con los crímenes cometidos, algo que posee una clara similitud con la deshumanización típica del nazismo. Fue un gobierno liberal y burgués el que llevó a delante tal enfrentamiento.
En Uruguay, también fueron procesados militares que practicaban vilipendios así como censura y asesinatos de militantes. En Chile el horror del ejército “casi prusiano” y la Fuerzas Armadas postergaron la rendición de cuentas. Aquí hay una coraza que protege a los militares, y gran parte del odio de los militares hacia el gobierno del PT se debe a las medidas tomada por el gobierno de Dilma, con la puesta en marcha de la Comisión de la Verdad. El gobierno de lula siempre evitó las medidas que descontentaban a los militares. Vemos el precio de estas acciones hoy, cuando militares del cuartel descubrieron que se pueden acomodar con el aparato administrativo y civil, duplicando y a veces triplicando sus salarios.
Las consecuencias nefastas se ven todos los días. Teniendo como Ministro de Salud un líder de tropa “experto en logística” allanó el camino para la tragedia que hemos visto, en la negligencia con la pandemia, de la que Pazuello es corresponsable. Pero hay una consecuencia positiva en medio de tantos horrores: se está diluyendo la imagen “santificada” de los militares, como seres “incorruptibles”. Y de sólo tener una boquita que en todo se muestra diferente, no necesariamente para el conjunto de la tropa, sino para una parte expresiva, incluso activa. Y también se está diluyendo la idea de que sólo el político es corrupto, como creen los sectores más crudos e ignorantes de las clases medias, por ejemplo.
Pero resolver esto es difícil. El proceso de politización de las Fuerzas Armadas tendrá que ser, día a día, enfrentado con eficacia, así como la reiteración de su absoluta imposibilidad -bajo pena grave- de actuar políticamente. Quien tiene un arsenal de guerra, no puede ejercer la función pública, debe abandonar el cuartel, si así lo desea. Y Bolsonaro, sabiendo de la generalización del sentimiento popular de que está haciendo el peor gobierno de todos los tiempos, busca cada vez más encontrar apoyo alternativo en las milicias y PMs; no es de extrañar que esté tratando de reducir el control de los gobiernos estatales sobre ellos. De este modo, la resolución de la cuestión militar pasa efectivamente por la acción popular, por la decisión soberana de la población, deliberando sobre lo que se puede y no se puede hacer.
Por supuesto, no se puede esperar nada de la clase dominante, que es depredadora y siempre coqueteó con el fascismo. Siempre es bueno recordar que la burguesía brasileña llenó de recursos propios el aparato de represión creado por la dictadura militar. Así que la cuestión militar será difícil de afrontar. Y, francamente, no será bajo el gobierno de Lula que nos enfrentaremos a este problema. No tiene y nunca tuvo una estructura política para eso. Nunca tomó una postura audaz frente a los militares, ni siquiera en el momento de las grandes huelgas que lo proyectaron en la década de 1970. En este sentido Dilma Rousseff fue más valiente. No es casual que la Comisión por la Verdad se diera bajo su gobierno, no con Lula, lo que fue suficiente para dejar a los militares enloquecidos con el PT de Dilma, dado que la Comisión reconoció que hay responsables de los crímenes cometidos dentro de las Fuerzas Armadas.
Si imaginamos que nuestra república nació de un golpe militar y a lo largo de su historia se sucedieron varias intervenciones militares, tendremos dificultades. Pero en algún momento esto tendrá que ser enfrentado.
Incluso en EE. UU., donde existe una clara separación legal de los militares, que no pueden actuar en política interna, sabemos que Trump intentó desesperadamente, especialmente en el final de su mandato, incentivar los núcleos golpistas existentes en el interior de Estados Unidos. Él creía que la invasión al Capitolio contaría con el apoyo de importantes sectores de las fuerzas armadas, algo que no ocurrió. De esto modo, no será fácil enfrentar la cuestión militar, todavía más después de la politización exacerbada que las fuerzas armadas sufrieron, ahora bajo el gobierno de Bolsonaro.
El nuevo mundo del trabajo
No querría estar en los zapatos de Lula en plena luna de miel con el santo Alckmin, si el dúo ganara las elecciones y tomara el poder. Imaginemos la contención presente en quienes sienten hambre, miseria, pérdida de derechos, informalidad, destrucción de la protección social y laboral, desempleo, la frustración de los trabajadores que están fuera de la seguridad social… Si la clase trabajadora vota por Lula, es con la esperanza de recuperar una situación anterior positiva. ¿Cómo hacer eso con un gobierno que pretende reeditar, en esta grave situación en la que nos encontramos, la política de conciliación? No será fácil.
Si Alckmin es un gran símbolo del conservadurismo, ¿cómo podemos avanzar en la reforma agraria? sólo para dar un ejemplo ¿Cómo derogar todas las medidas de devastación de la era Temer-Bolsonaro?
Hay un segundo punto, importante, y más conceptual: la nueva morfología del trabajo nos obliga a entender que hemos entrado en una era de luchas sociales ¿Cómo enfrentar el problema del trabajo uberizado? Nadie podrá hablar de julio de 2020 sin mencionar los frenos a las aplicaciones, la huelga de los trabajadores de aplicaciones. Este episodio ya es parte de la historia de la lucha de la nueva clase obrera brasileña. Dentro de 30 años, cuando escriban la historia de lucha de la clase obrera en el siglo XXI, tendrá que citar el 1 de julio de 2020 y señalarlo como una de las huelgas más importantes, la #BrequeDosApps, que abrió un nuevo ciclo de levantamientos en varias partes del mundo.
Recientemente, un líder chino en este sector ha sido duramente perseguido; en Inglaterra, Francia, Italia, en varios países de América Latina, las huelgas de aplicaciones se extienden... hay, en consecuencia, señales de progreso en las luchas. La Comisión Europea definió recientemente que trabajadores de Uber y similares tienen los derechos protegidos, sí, no son autónomos, son asalariados. España reconoció, en 2021, que tales trabajadores deben ser abarcados en la legislación protectora del trabajo. India tuvo huelgas de más de 200 millones de operarios cerca de hace 3 o 4 años, y más recientemente de pequeños propietarios campesinos contra las políticas neoliberales. Son ejemplos de de distintas luchas que tienden a expandirse y generalizarse.
También tenemos la proletarización del sector servicios. Esto ya no está al margen del capitalismo, ya que se privatiza cada vez más. La mercantilización, La mercantilización y privatización de los servicios los convirtió en grandes empresas de negocios rentables que siguen creciendo. Hay una inmensidad de empresas, como Amazon, que no dejan de crecer encima de la súper explotación del trabajo.
¿Cuál es la voltereta que realizan estas empresas? Convertir al asalariado en aparente no asalariado. Transfigurar a una persona proletarizada en “autónoma”. En la medida que esto avanza, y trabajadores y trabajadoras se convierten en “emprendedores”, ello favorece a que sean excluidos de la legislación laboral. Y el proletariado de servicios no para de ampliarse. Recordemos cuántas huelgas tuvimos en los call-centers, en la industria hotelera, en las cadenas de fast-food, en la última década.
Todo esto todavía va a causar muchas explosiones sociales, ya que no ha habido período, ni en los más difíciles, en los que la clase obrera no intentó organizarse. En su comienzo, como muestra Engels en su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, tuvimos el ludismo, es decir, la ruptura de las máquinas. Siguieron innumerables huelgas, luego vino la creación sindicatos, el movimiento cartista, etc. Así fueron las luchas del proletariado industrial con el tiempo y lo mismo ocurre con las luchas del proletariado rural.
Pocas personas recuerdan hoy, pero poco después del ciclo de huelgas en el ABC hubo huelgas espectaculares de los jornaleros en la región de Ribeirão Preto y el interior de San Pablo, donde la agroindustria arrasó con todo. Entramos ahora en un período histórico que incluye al sector de los servicios en la dinámica de las grandes luchas.
Finalmente, quiero enfatizar aquí la crisis actual del capitalismo, cuyo sistema no ofrece ninguna perspectiva de futuro para la humanidad. Y ninguna perspectiva de presente que no pase por destrucción y letalidad, algo tipificado por la actual fase pandémica. Cambiaremos tal estado de cosas en la medida que recuperemos este mosaico de luchas sociales que se ven en todos los continentes. Entraremos en una era de fuertes turbulencias. Quien dice que es imposible, desprecia la historia. El imperio romano cayó, la sociedad feudal cayó, los imperios teocráticos de oriente también; la Unión Soviética, es segundo país más potente en el mundo en la época, cayó sin la invasión de ningún ejército capitalista. Cayó como castillo de naipes. No sé quién de nosotros podrá ver lo mismo del capitalismo. No tengo la ilusión de que tendré ojos para conmemorar eso, pero entraremos en una era de muchas luchas sociales.
Por primera vez en la historia, la humanidad está en grave riesgo. Entonces si el fin de la humanidad se presenta como posible, el imperativo crucial de nuestro tiempo es reinventar un modo de vida donde el trabajo tenga sentido humano y social, auto-determinado; que la igualdad entre géneros, razas, etnias y generaciones sea sustantiva y que la naturaleza sea preservada. Y este nuevo modo de vida es incompatible con cualquier forma de capitalismo.
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(Texto enviado especialmente para este número de Herramienta Web 37. Traducción del portugués de Raúl Perea)
Ricardo Antunes es profesor de sociología del trabajo en IFCH-UNICAMP. Autor, entre otros libros, de O privilégio da servidão (Boitempo). Texto elaborado a partir de una entrevista concedida a Gabriel Brito para el diario Correio da Cidadania.